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Número 277-278

Serie XXVIII

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Otra forma de ver el bosque: como idea y como imagen

OTRA FOR)lf.A DE VER EL BOSQUE
COMO -IDEA Y COMO IMAGEN
POR
PATRICIC> H. RANI>LE
Nuestros contemporáneos, cuando se les habla del bosque
-influidos por un enfoque enciclopédico y cientificista de la en­
señanza sistemática-piensan en la botánica, en la industria, o
en
la ecología, en el mejor de los casos. El bosque, para ellos,
pareciera no tener otro significado que el material.
Sin embargo,
si hacen un poco de introspección descubrirán
que, aunque en forma larvada, el bosque como imagen,
como
idea, tiene que ver con su propia vida. Y es gracias a ello que
las demás significaciones del bosque, en el fondo, están influidas
por esta visión cultural del bosque que pretendemos explicar.
Si el hombre es a1Zimal social -romo nos dice Aristóteles­
podríamos con igual razón, afirmar que el árbol adquiere su total
plenitud cuando arraiga en
un bosque de especies afines. Es allí
donde forma un verdadero entramado mediante el cual se pro­
yecta en
el ambiente creando su propio nicho ecológico.
Si, por otra parte, la ciudad, el
continente ·de una sociedad
urbana, o
la colonia natural de la familia conforme al filósofo,
Jia merecido la calificación de la más alta creación debida al hom­
bre por parte de Cicerón, entonces el bosque debe ser la expre·
sión
más plena del mundo vegetal, donde resplandecen · las espe·
cies en
la personalidad de sus mejores ejemplares.
De allí que, lejos de existir una antinómia entre individuo y
sociedad o que
deba ser cierto aquello de que el árbol impide
ver
al bosque, es en el bosque donde, en realidad, ha de verse
más acabadamente el árbol.
· Porque si la phyiis -la ·naturaleza en el sentido puramente
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PATRICIO H. RANDLE
material-organiza el i!rbol en cuanto tal, es el orden natural, la
naturaleza como conjunto vivo y jerúquico, lo que impele a la
asociación; sea para su mejor desarrollo como para su creación.
Hasta parecería que en
el Génesis Dios mismo hubiera dicho
( como dijerá del
·.hombre): .tia es Meno f¡iai el !u:bol esté sola.
Pero, es claro, t~.,.<,sto. suena ,;omo, alg\l o lo que no esmn
acostumbrados nuestros contempodneas. Como dice Si!nchez de
de Muniaín, hemos perdido el sentido del orden: es decir, el sen­
tido
y ¡erarqula de las cosas·y del,mundo que los griegos llama­
ban «to pan» y «ton hen»: el todo y lo uno. ( «Estética del paisa­
je natural, Madrid, 1941,
P,ág, 92).
El hábito.olvidado.de la c Un exceso .de. subjetivismo suele atrapar al hombre actual de
modo que la naturaleza·, ]a. realidad natural, ya no es su interlo­
cutora, ni su . modelo, · ni su 'medida de las cosas, ni un valor .. cor
carnado sino,· apenas, mera . ocasión de gratificarse, De allí . qtle
cierto ecologismo se quede· en ·el plano materialista y tome a J,i
contatninació como causa d,¡ males, resultando que en realidad es
simple
consecuéncia de toda una . relación perversa con la natu­
raleza.
Es que el hombre moderno, en. su mayor parte, ignora el sig,
nificado de la contemplación .,-que ·es mucho mis que la simple
observación
de la naturaleza-,-,-porque el hamo faber que· ha
crecido dentro
de él se la impide. ¿Acaso no· dijo Marx que no
se trata de conocer la realjdad sino de. camb.iarla?
La obsesión por la transformación, en eUondo, damina tanto
al marxista como al plutócrata. Y,· entooces, en ·esa tesituta,
¿.cómo pretender que florezca una actiiud . receptiva .de · la natu-,
raleza tal cual es? ¿ Cómo · suponer que · exista . algo mis ali.! de
la percepción sensible? ¿Cómo esperar qtle. etista una visión in­
relectual de la naturalezaa capaz de extraer de ella todo lo que
de verdadeto, bueno y bello, encierra su esencia? ·
Se did, no obstante, que a partir del romanticismo ha aflo,
rado.
lo· que .se· ha dado en.llamar «el sentimiento de la natura-
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OTRA FORMA JJE 'VER. EE 'BOSQUE
le2a» y. es verpacL Pero se tra.ta:·de. un pathos lírico y :subjetivo
qu,e se excita eri,.Ja senrin\entalidad.,delo· singular, en .]as .rosas
vistas romo . espectáaulo .. Pero . ese,. sentimiento .de la · naturale2a
no
se engarza ,ron las sensaciones reales. que .tendríacel: hombre
primitivo seducido por el. silencio. ( C> .]os, sonidos sutiles) del bos­
que, como lo estaba por d misterio de las cavernas; sensaciones
por cierto. diversas
.a las impresiones poéticas --<1 menudo confu­
sas---
del alma romántica .
. J. J. Rousseau, .exponente muy alto.,del romanticismo, escribe
en las 'Confesiones': internado .en· el l,osque, inquiría y buscaba
.la imagen de los tiempos primitifJQs; ·ur¡a expresión evidente. del
espíritu escapista o evasivo que es
romo la contraparte del hom­
bre ántiguo que
directamente inquiría a los numina -o poderes
impregnantes
de los lugares acerca del significado de los mis­
mos, al decir
deJulius Evola .y conocía.por espíritu de connatu­
ralidad, en
unión de semejanza, por.,simpatfa. O romo el hombre
clásico que no exacerbaba .la sensibilidad, ni alentaba un activis­
mo transformador.
Pero si. el concepto estético. del paisaje es algo ·moderno, esto
no implica que los antigoos carecieran del don de observación :o
no fueran asociativós,.Pot el rorittario;: eritre los. elementos de la
naturaleza que
suscitaban mayores . significaciones está el ,bosque,
juntamente
ron, el mar; la montaña,·y los grandes nos:· Sabían
percibir lo
qué tienen de misterio, esto es, lo que no es fácil de
explicar. Actualmente, inficionados de
ciencia
y técnica, pensamos
que lo que
no .tiene explicación para nosotros la tiene para otroS
más sabios;
no se nos ocurre pensar que hay enseñanzas en lo
ria-develado. Pero
no fue siempre así. Frente al misterio del bos­
que como visión sombría, que desdibuja las imágenes,· como la­
berinto en el cual es fácil extraviarse, romo guarida de animales
salvajes,
como continuum en d tiempo y eri el espacio, no es ex­
traño que nuestros ancestros elaborasen hipotéticos genios que
tendrían
la sabiduría y el control de todo lo que el bosque encierra.
A
contrario sensu, el hombre moderno, en la medida que la
ciencia le ha explicado un lado de la re.lidad (hay preguntas que
la ciencia considera que no son científicas y no las, éontesta)
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PATRICIO H.lUNDLB
tiende a creer que el misterio .está en vías de desaparición y, por
tanto, no le presta atención.
El bosque para él no es más que
una comunidad vegetal y se queda satisfecho con la definición de
la FAO:
todo territorio que soporte asociaciones vegetales. do­
minadas por árboles de cualquier tamaño, explotado o no, capaz
de producir madera o de e;ercer influencia en el clima local o en
el régimen de lluvias o que provee abrigo
al ganado o a la fauna.
Para quien carece de otra dimensión mental, para quien ha
perdido
el don de la perplejidad en la observación de la natura­
leza y todo
lo encuentra fácilmente e,q,licable, el bosque ya no
és una totalidad mayor que la mera suma de sus. partes, ni tiene
uná
significación diversa a la de la pura pbysis. Y esto es más
grave de lo que parece, pues allí podtía alojarse el origen de un
comportamiento indiferente a la manipulación industrial del bos­
que si se extrae alguna ventaja inmediata. En ese sentido, el
hombré ·antiguo era más culto, rigurosamente hablando,· y los
«genios
del lugar», los genius loci les im¡,edían comportarse con­
tra el orden natural.
Algún
escéptico coniemporáneo pénsará que todo simbolismo
es irrelavante
y muchas veces encubre una ignorancia, por lo
cual podemos prescindir ,le" él. Por ese camino rio se le ocurre
pensar que toda
obia dé arte, toda acción' ejemplar, toda buena
obra,. se origina en · una síntesis superior· de valores y significa­
ciones
no siempre fáciles de e,q,licitar. O que ·existe una franja
de misterio harto fecunda entre lo que las
cosas aparentan ser
y lo que pueden llegar a significar para él hombre concretamente
y• para toda su cultura. Al fin y al cabo nos movemos entre sig­
nos · que interpretamos casi por instinto· y no recurrimos al · mé­
todo científico-experimental cada vez que tenemos que tomar una
decisión. Quienes ven
eri el bosque; éxclusivamenté, un recurso econó­
mico o, tan sólo un recurso nahiral, se cierran a la consideración
del valor fecunélo que iie11e como demérito atávico, como dato
tradicional, como alimento de la imaginación, como pedagogía
para el niño y corno catharsis o purificación de las emociones. ·
Mucho más importante que el factor físico mejorádor del
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OTRA FORMA DE VER EL BOSQUE
aire que respiramos y que tienen los árboles en su . p¡,.pel de ah-.
sorber CO. y emitir ~ ( virtud ql!e casi desapru:ece en medio de
contaminación urbana), es el· factor .pskológico y estético -antes
que sanitario-que absorbe tensiones del hombre civilizado pro­
yentándolo,. tanto hacia su. interiorida\Í, .como por encima de su
cotidianeidad rutinaria y empobrecedora del alma.
.
El lado misteriosq del bosque . es algo más que su aspecto
escen,ográfico, tan soo;,rrido como recurso efectista en el teatro,
Es expresión. mayúscula del misterio. de. la vida. De; allí el carác­
ter sacro que asumía en tiempos primitivos, ~ pueblos todavía
sin teología y sin Revelación .. Al no 1,aber nada más obviamenté
sacro, el hombre sacralizaba
lo terrenal.
Si los clásicos, siguiendo a
Virgilio, fundían en un sóio enfo­
que la unidad y la diversidad de la vida a través de la teología,
la física en relación con el hombre por un lado, y la .observación
de
lo cíclico en. la natuweza, por el otro, los condujo a intuir una
semejanza con la eternidad.
De un modo me11os refinado y sólo
implícito, los bárbaros del norte
de Europa, más familiarizados
con el bosque que cualquier
otro pgeblo, sabían que la vida de
los árboles
era más larga que la de ·ellos mismos. Todavía más,
sabían que álgunos árboles =n o,nteriarÍos sin necesidad de con:
tar con Carbono 14 o medir los anillos en los troncos. Frente a
esa
vida vegetal tan misteriosamente larga es seguro que atis­
baran a tener una noción,. aunque
borrosa, de lo que trasciende
a la vida humna y no es extraño que atribuyeran dones sagrados
a esos ejemplares legendarios
..
El sentido de lo sacro.
A contr,;zrio sensu, el hombre moderno ya no se conmueve
espontáneamente con esas
reflexiones'.' Más que confrontarse con
la. naturaleza para recibir d6ci.lmente de ella todas sus enseñan·
zas, está enfervorizado
en su labor transformadora y, en el me­
jor
de los casos, se conforma con protegerla pero sin ahoncliir el
~tido metafísico que tiene , su conservación en tanto contribu­
,ción a la obra misma de la Creación.
La teoría evolucionista en esto lleva mucha responsabilidad.
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PATRICIO B. RANDLE'.
Si todo fluye, 'si nada pefulaíiece; ya'nó·se trata'de"ahóndar esén­
éias, de
recibir sus enseñanzas, de 'plantear analogías •profundas,
de· trascender la mera maternidad de la physis ·y de cübrir un
orden natural·
extensivo al espíritu. Sólo bastá' ton preservar el
perpetuum mobile tomo si fuera un fin en sí-mismo.
Como quiera que sea, lo oscuro, lo peligroso o ignoto del
bosque, !rizo ·de él un 'objeto sagrado de los tiempos primitivos
hasta los' clásicos. Los' mismós "términos latinós nemus y lucus
designan 'al bosqúe consagrado a tina divinidad y al bosque sa­
grado eri general. No es extraño que así fuera, pues el hombre
priinitivo, desprovisto ·de' préjuicios racionalistas ya intuía con
absoluta nitidez el poder, la riqueza, su valor más allá de lo uti:
lltario; sú valor com:o condicionante de su vida futura.
· Péto, además, en la medida en que el bosque es un· testimo'.
nio · viviente
de ·-la· Creación como obra sagrada, participa íntimá:
mente' 'de esé carácter; carácter que éomo muchas cosas que tie­
rteri participación de lo s~o pueileb degrádarse en mera supers­
tición," esto· es, ·oponerse ~ 'la R~eláción.
De cualq1]Íer manera, es un hecho ; que eI hombre primitivÓ
!fu tenido una relación Ínuy fntln,a ron cl árhéil y con el bosque:
ií.st, le ha· atribuido un iitn:ui extérná -'como entte !ós egipcios--.é
y poderes curativos eón séifo yacer ásu sombra, ~mo entre los
árabe~, o maleficios como eqtre .os de nuestros aborígenes.
b/am; a una lejiÍna creencia de cj_ue fo5 árboles tienen capaci­
dad perceptiva, riace el teni6Í: reverencial, iri;tintivo, de hacerles
daño o, como se c1a e1 caso entre nrie~tro-~ -·ooniéri:l.poráneos Pri­
mitivos aún hoy, en la Costa del Oro, que se los considera mo­
rada de algunas deidades.
. . O bien,. como en la selya Kabounga¡ ,del ~ongo, habitada por
pigmeos, que. irivqcan aLespfrih sriprén¡o 4e Bobobé para qµe
los, bendiga en sus e,;;pediéim1"" dicha. selva, µµa verdadera «c:ámara de horror», según un viaje­
ro blanco,
es. algo temerario por m.á& que los pigmeos . debida·
mente protegido~ por Bol:i9bé, vean en ella una fuente iritermi,
nable de aprovisionarse de 'carnes, hierbas y frutoij.
Otra forma de culto arbóreo es convertirlo en oráculo como • _;' " . . . . ¡ . . . " . ,
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OTRA FORMÁ'DB'VEREl BOSQUE
se.:v~iq, en el,terebínto de Moré en el Génesis (XII, .6), el de
losa4hiinos e;ri.elLib!:o.de·1os Jueces.(IX,
3.7). En algunos =os
hay árboles .que.se convierten en sujeto,•de.peregrinación, mien°
tras ,otJ;O.j, dqtadQ,; de espíritu,. regirán por .sobre el área boscosa
circµndante, incluyendo ,a. los ·. J)e donde Ja. idea de,, llamar S@tuario · a reservas naturales
de!imitadas para c~rvar especjes autócton¡¡s, 'np. carece de cier­
to fund,µnento semánti¡:Q.
,, A.tal punto llegó .el cultq arbóreo que,,enSjri¡¡, algunos ejem­
plares concluyeron siendo, cons~os ª' demo.nios y el Cc>ncilio
de )'ifanres del 89. mente, como sise tratara de rei.vin,diQlf el signo.de fo verdade­
ran¡epte
sobrenatural, ,con la magera de e.stos árboles ajados, se
con,struyeron templos ctistianos tanto .en .. '.fietríl Santa .como en
Ále;,,ania e Inglaterra en la Baja edad MeQia., · . . .
Templo de la annoma vital.
. I'!'tQ todavÍÓ hay niás con;mitan~~s ~tre ,i ~é,sque y .ei
universo de lo sagra como, por ejemplo, el mismo templo griego clásico que no surgió
a causa de que un arquitecto genial l~ éondhiese en ün rapto
de
s.u iinaginación creadora sino que, antes de materlalizarse en
mármol, pasó por una fase inicial e/1 que ira construido íntegra­
mente de madera y las. columnas,. Pcir lo mis1no, eran simples
troncos de árbol. ' '
Lo interesante es comprobar, .ád6nás,·-q~~-esta arquitectm'a
aparentemente simple y fria reproducía, en. cierio modo, la idea
del bosque como' abrigo.
La columna, coino' el árbol en el bos­
que, forma parte de un sistema
de elementos repetidos; aislada
pierde sentido, porque es parte inseparable de."un conjunto.
Mué:ho más puede decirse del templo románico y especial­
mente del gótico, expresión artística de los pueblos nórdicos don­
de se dieron
los bosques má~ espesos de. Europa. La Catedral
gótica
ha sido comparada con un bosque a
aquel c;londe los druidas practicaban cultos primitivos. que .exal­
taban su natural matiz sacro. Es más, aun los· capiteles, las nerva-
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P4TRICIO H .. R4NDLE,
duras .entrelazadas -que llegarán a su cénit en el periodo flaml.
gero--así como la misma bóveda, confirmaran la fuente .de inspi­
ración que se nutrió
.en el bosque del que procede la fantasía
de,t,.;rdante provocada por las copas de los árboles fundiéndose
entre sí, formando
un tejido enmarallado que se repite hasta el in­
fuuto, y esa luz tamizada que le es tan propia como. insondable.
Por tanto, el bosque ha de ser protegido, más allá de los ar­
gumentos meramente ecologistas, por razones que van desde
la
física hasta la metafísica. O sea, porque no es lícito ir contra la
esencia o la manera natural de ser de las cosas. Y si se condena
la crueldad para con los animales,
por la nlisma razón de fondo
debe condenarse la brutalidad para con las plantas.
De allí que el citado Sánchez de Muniaín diga con razón que
el• hombre que destruyera innecesariamente· un bosque, sin per­
¡udicar a los demás hombres, pÓr el rolo gusto de verlo arder, n~
le _llamaríamos cruel, pero si brutal. Las plantas tienen cierto de·
recho
a la vida porque la poseen. Son en si mismas bellas y, al
~estruirlas, les damos forma física, no las alteramos como a las
ptedras sino que las matamos. Rompemos un orden final. (Op. cit.,
Pk· 252).
. Si nuestra civilización, al poner tanto énfasis en la mecánica,
rio hubiera por ello abandonado la cosmovisión orgánica de la
realidad, llo sólo se hubieran evitado tantos atropellos cootra la
naturaleza, sino que no habría sido necesario tratar de conven­
cer a los hombres del daiio hecho señalando sus consecuencias;
porque adhiriéndose a principios verdaderos no
se cae en seme­
jantes despropósitos.
Alexander Soljenitzin en sus «Cuentos de miniatura»
se re­
fiere a la impresión que le produjo el descubrir un brote nuevo
ro un trozo de árbol ya desgajado, arrastrado por un tractor y
t,,:onzado, como si quisiera expresar el anhelo de seguir vivien­
do;, un deseo -en lo esencial~ no demasiado distintos del hu­
µ,~no. Pero, claro está·,•Bsca•o pensamos habitualmente así de
los árboles? Y, el bosque, ¿acaso
se nos representa como una
c;omunidad de seres vivos?
. Hemos dicho que anterior al desequilibrio que el hombre
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OTRA FORMA DE VER EL BOSQUE
initOduce en la Naturaleza es el orden que prpduce en su pro­
pia naturaleza, en su propio comportamiento.
Por lo que la con­
taminación, entre .otras .. razones, es merameµte ,la consecuencia
de una ruptura trágica para nuestra civilización: la que se veri­
fica entre
la técnica (los medios materiales) y el hombre al cual
deberían estar ordenados. Tradicionalmente esto
no. sucedía así.
Tal vez porque
el poder de los medios era muy relativo, pero
también porque el hombre estaba mucho más consustanciado con
su entorno natural.
El bosque en· 1a leyeuda y en la literatura tradicionaL
'1'rasunto elocuente de esto último queda patentizado en nues­
tra literatura occidental sin que esto implique desconocer el
aporte de la oriental.
,' El período medieval es el más fecundo en este sentido y del
cual nacen no sólo las sagas y relatos legendarios, sino también
lds cuentos infantiles más conocidos. Charles Perrault -de fines
del siglo XVII-que pasa por ser el autor de Caperucita Ro¡a
( otros lo atribuyen a su hijo) no fue más que d transmisor de
uná leyenda que data de la Edad Media. Lo mismo Rohin Hood,
que tiene su origen por lo menos en d siglo XIV. Tanto en uno
cómo en d otro, es obvio recordar el papel ptotagónico que tiene
efbosque; y especialmente en este último caso en que su prota­
gonista era un fugitivo por violar los derechos de caza estable­
ddos en la foresta.
fyi particular, es famosa la riqueza de la literatura infantil
, de origen inglés que todavía está viva en los libros de Enid Bly­
' tori, la autora de The Enchanted W ood y Tbe Farawa,, Tree.
En ellos la autora sabe trasladar la imaginación infantil a un bos­
qúe maravilloso, lleno de sorpresas y misterios, entre los cuales
se halla
·un antiquísimo roble cuyo aiíoso tronco, en su base, for­
ma una suerte de caverna que atrae poderosamente a los chicos.
Introduciéndose en ella es posible ascender
-tal cual fuera una
torre-a la copa del inmenso. árbol desde donde se descubren
~mo en otro horizonte-:-, paisajes insólitos de tierras desco­
riócidas a nivel del suelo.
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PATRICIO H.: RANDLE
Eri otro estilo 'inás apropiado para: ádoléscentes, 'sé puede ci•
tár The Childrén of the New Fofest del Cápitán Marfyat; Escrito
á mediados del siglo pasado, sú acción i:ráíiscúrre doscimtos años
antes,
es decir, en pleno siglo xvi1. En este escenárfo de un bos­
que· reservado por· Guillermo el Conquistador para · priictícar la
caza y. que es uno de los pocos cjue de aquell~ época ha durado
hasta huesitos días,
se relata la ' historia de cuatro níños perte­
furientes a uriit 'familia aristócrata qué quedan huérfanos y sin
casa al ser incendiada por las tropas salvajes dé Cromwell sien.e
do recogidos por un anciano y fiel guardabosques.
En· el éottage de este últin\.o comienza una . vida nueva para
ellos, lejos de ., las COJDodidades . del hogar natal pero mucho más
llena
de atra~tivos y aventura co~o i,; · la '-cida en d. bosque, a
l¡ vez que se crían sanos y fuertes. Es imposible que quien ae
joven haya leído esta novela no haya quedado prendado de los
encarttos y de 'las em ,¡ime
_si sé ' tráta de un adolescente para . c¡uien el bosc¡ue no e,¡
µna realidad lejana o ábstracta sirio parte del paisaje familiar. .
¿Cqmo ~O .extrafiár~ entre. ~oso:troS,. la eJ9.steD;cia ·:tan fuerte
y ~oqtánea de semejantes estím~fos culiur~es de .cara al bosque
ell general? ¿Cómo soprenderse '.entonces ,que .sólo. explicando fu~
catástrofes q11e trae ap!l"ejádas el ~trato de fu riatur.léza ..;
obtenga una respuesta
-y aun asi-,,.no siempre fádl. de obtener?
Oertos
e~tores. contemporáneos de perfil realmente origi,
na! como
J. R. R. Tollden, Charles Williams y C. S. Ll;~s, coin­
ciden
en hallar . tan vital como necesario para el hombre moderno
rescatar una literatura que se engarce en las viejas leyendas y
tÍ:adiciones medievales q,ya temática. n:iás que histórica tién~ mu­
cho de perenne. Una literatura que sirv11 . de contrapeso a un
mundo sin im¡¡ginación, sin misterio y sin sentido de lo sacro ..
Eso hace el ptimero de los nombrados en su famosa saga de
la que es autor: El Señor de .los Anillos donde -y .esto viene
al
caso-,-el bosque tiene una. presencia constante. Lothorien es
un bosque fantástico
cuyos árbole.s no pierden sus hojas en in­
vierno, sino q~ se toman doradas y sin caer hasta que llega la
primavera, cuando vuelven a brotar y se cubren
de flores; un-
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OTRA FORMA DE, cVBR EL BOSQUE
bosque que hace ·feliz a·todos quienes· se cobijan.,bajó él, aun en,
invierno.
En otro capíiuló,:del mismo libro aparece un·«pastor de bos'
que»,
un :.personaje consustanciado, con ~us árboles a los que
cuida como si
se tratara dé su redil.·
Charles Williams en
The Figure of. Arthur· y conjuntamente
con
·C. S. Le\vii en.Arthurian •Tborso, hablan de Brocellimde,.
otro. bosque,· misrerioso, que aloja .seres sub-normales y· otros su,
pril-normales como ilustrando la doble faz negativa y positiva .del
bosque: lil de una fecundidad inagotable y fa de una oscuridad
impenetrable.
La idea literaria es,. segurament lector a un mundo en
qué todavía queda alguna terra im;ognita
por descubrir ( como sucedía en tiempos . del rey Arturo); capaz
de· motivar su espíritu de aventura y hacer· nacer en él los im­
pulsos. más generosos y magnánimos. Y en esa .ficción, el bos,
que · asume su papel ideal muy frecuentemente. Entre nosotros,
hallilremos mucha literatura en ton,o al ·paisaje en algunas pág:H
nas de Lugones sobre el bosque misionero, o de Leonardo Cas­
tellani sobre el Chaco santafecino, o de Horacio Quiroga en sus
Cuentos de
la' selva.
Tal
vez sea este último quien mejor penetró en los misterios
de
la fronda: Arriba, a los costados, wbre. la arquitectura sbm­
bria
del bosque, largos triángulos de luz descendlan, tropezaban
en.·un
tronco, corrian hada aba¡o en un reguero de plata. El mon­
te, altísimo y misterioso tenía una profundidad fantástica, cala­
do de luz oblicua com.o una catedral gótica. En la profundidad
de ese ámibto, rompía a ratos, como una campanada, el lamento
del .urutaú. El citado C. S. Lewis dice en uno de sus libros que
nadie puede ver cosas hasta que no sabe de un modo general,
qué es lo que. son. Y esto es lo que si¡cede con nuestra deficiente
cultura boscosa. Tampoco nadie
ama lo que no conoce y, enton­
ces, ¿podemos soprendernos de que seamos tan. poco protectgres
deLbosque?
Nuestra enseñanza de la geografía; tan deplorable en su cor­
tedad de mitas, en su esclerosis, debería ser el lugar naturalpal"il
lil transmisi6n de estos valores en lugar de servir de mero repo-
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PATRICIO H. RANDLE
sitorio de datos. Nuestra enseñanza, enciclopédica en su espíritu
y pseudo-magistral en su práctica, en
sus textos, en sus, progra­
mas, ha hecho
del saber una mera acumulación una runfla de de"
partamentes estancos y, .en consecuencia, lo que se aprende en
la escuela no se suele integrar en la vida.
Nuestros niños urbanos ( que son
la mayoría del país) viven
. alejados de la naturaleza. Los libros podrían despertar en ellos
el ansia de tener un conocimiento de primera mano pero, en cam·
bio, el enfoque cientificista pretende que· se reverencie a la fa­
vestigación antes de familiarizar al joven con la realidad que
debe conocer por connaturalidad antes de estudiarla sistemática­
mente, so pena de
crear un universo abstracto en el cual será tan
sólo un testigo. ¿ Por
qué no se intercalan trozos literarios en los
textos
de geografía que cumplan el papel de· motivadores del co­
nocimiento? ¿Por qué quedarse en el nivel puramente descriptivo
como si lo narrativo no
fuese un auxiliar provechoso del descu­
brimiento de
la realidad? ¿Queremos formar pequeños científicos
o preferimos formar hombres completos?
He aquí una opción
de hierro.
Y si queremos que las nuevas generaciones no con­
tinúen
con la obra depredadora de la naturaleza, démonos cuen­
ta que
1a enseñanza científica sólo explica pero no .convence, o
-dicho más directamente--enseña pero no educa;
¿No estará aquí el
quid del problema? .
Anhelamos que nuestros políticos y gobernantes tomen ma­
yor conciencia · del problema de la deforestación y de la refores­
tación; pero, ¿cómo?
El bosque no es un tema importante para
los políticos porque antes que la
política está la cultura y nada
qne no tenga
raíz cultural aflora en lo político. Por lo que es
casi ' inútil querer conmover los poderes públicos cuando. existe
este gtan desajuste pre-político respecto del bosque, al cual
se
descoru¡ce, no se le ama, no se le siente, sencillamente porque
nuestra cultura no
lo toma debidamente en cuenta. Otras cultu­
ras se han mantenido más en la antigua tradición y conservan
mejor estas vivencias fundamentales para
la vida del hombre y
de la sociedad.
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