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Número 295-296

Serie XXX

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El «Reino de Dios» no es utopía

EL "REINO DE DIOS" NO ES UTOPIA
POR
M1GUEL PoRADOWSKI
A lo largo de varios capltulos hemos visto que la Revolución
francesa persigue
la realización de algunas utopías. Se trata, en
primer lugar,
de utopías ideológicas, según el lema «Libertad,
Igualdad, Fraternidad»;
es decir, de una libertad ideal, de una
igualdad ideal
y de una fraternidad ideal ; no es algo realista
-<0mo es el caso de los Evangelios-, sino absolutista y, por
ende, necesariamente utopista, pretendiendo realizar lo irrealizable.
Hasta
la Revolución francesa, durante los casi dieciocho si­
glos del cristianismo en Francia, se realizaban paulatina y gra­
dualmente estas tres exigencias básicas de la ensefianza de Cristo,
junto con las otras, no menos importantes, las cuales servían de
un indispensable marco amplio para la cristianización de toda la
cultura y de toda la diaria convivencia humana, empezando por
un matrimonio cristiano,
es decir, sacramental (1), como base
de
la familia cristiana (2). Se ensefiaba el catecismo, del cual los
niños aprendían que cada hombre es creado a imagen y seme­
janza de Dios y que la finalidad de su vida consiste en el con­
seguir la salvación eterna,
es decir, compartir con Dios su feli­
cidad en el Cielo. Así, el cristiano conocía la dignidad de cada
persona humana y, en este «marco» general, los ideales evangé-
(1) «Sacramento» quiere decir instrumento de la santificación, en este
caso, de la convivencia conyugal, en la cual los esposos conscientemente
«se prestan» a Dios--Creador como medios de la pro-creación, es decir,
de la permanente obra creadora de Dios.
(2) «Base» en un sentido muy amplio, como ambiente indispensable
para el crecimiento bio16gico, espiritual y cultural del niño y ele la for­
maci6n de la familia, «célula» orgrutlca de la sociedad.
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licos de libertad, igualdad y fraternidad no tenían nada de utópi­
co, pues armonizaban plenamente con la inevitable existencia
de
las diferencias naturales y con las dependencias y distancias so­
ciales necesarias, es decir, que se buscaba una realización relativa
y no absoluta.
En la medida en que se cristianizaban las perso­
nas, costumbres e instituciones, se realizaban también los ideales
enseñados por los Evangelios,
y, por esta razón, el camino es­
cogido fue realista y no utopista. Mientras que la Revolución
francesa, descristinizando radicalmente toda sociedad, sus
cos­
tumbres, e incluso laicizando los ideales evangélicos de libertad,
igualdad y
fraternidad, hacía completamente imposible su reali­
zación, cayendo en pura retórica demagógica y en una práctica
opuesta a estos ideales, en las persecuciones, arrestos arbitrarios,
encarcelamientos y ejecuciones criminales, sea con la guillotina,
sea
mediB.nte fusilamientos, sea con los campos de exterminio.
Así, la Revolución francesa fue una evidente negación absoluta
de
lo que predicaba, pisoteando la libertad, la igualdad y la fra­
ternidad.
En segundo
lugar, la Revolución francesa persigue la reali­
zación de una democracia que es, en realidad, una negación
radical de todo
lo democrático, pues es una contradicción en sí
misma, siendo una «democracia totalitaria» y, por ende, utopis­
ta,
irrealizable ; de abí que el esfuerzo de su realización tenía
que terminar en un rotundo fracaso, tanto durante la Revolu­
ción francesa, como también después, en otras ocasiones, y, ac·
tualmente, en la Revolución bolchevique en Rusia.
En tercer lugar, la Revolución francesa pretendía realizar una
sociedad ideal comunista,
la cual necesariamente tiene que ser
utópica,
es decir, irrealizable. Así, de nuevo todd terminó en
un fracaso y no solamente
durante la Revolución francesa, es
decir, durante los años 1789-1799, sino también en la revolu­
ciones siguientes, especialmente en la del año 1848 y en
la de
los años 1870-1871, como también en las revoluciones
fuera de
Francia, ante todo en la Revolución bolchevique en Rusia, donde
los mismos dirigentes del partido comunista
reconocen su propio
fracaso.
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BL «REINO DE DIOS» NO BS UTOPIA
Sin embargo, lo que nos interesa aclarar es, ante todo, el hecho
de que algunos
de los principales protagonistas de la Revolución
francesa y de otras revoluciones que la toman como modelo
afirman que, hasta
algún punto, se inspiraban en los ideales del
cristianismo
y, especialmente, en la enseñanza de Jesucristo so­
bre el Reino de Dios.
Como
ya lo hemos visto en otras ocasiones, algunos utopis­
tas de los siglos
XVI, XVII y XVIII son cristianos, incluso clérigos
o frailes y sus
«sociedades, ideales del futuro» -que son puras
utopías--deberían ser, según ellos, las realizaciones del Reino
de Dios. Así, el concepto de Reino de Dios, que se encuentra
en la Biblia, de hecho inspiró a algunos autores utopistas a
es­
cribir sus utopías; de ahí que conviene aclarar esta relación en­
tre el Reino de Dios, enseñado por la Biblia, y las nefastas
utopías de algunos escritores políticos.
Oaro está que se trata
de un trágico malentendido. Para aclararlo tenemos que referir­
nos a la «filosofía cristiana de la historia» (3 ).
Existen muchas y muy variadas «filosofías .de la historia», es
decir, las reflexiones profundas y críticas sobre el sentido de la
historia y sobre su última finalidad, entre ellas también las que
se llaman «filosofías cristianas», es decir, las que recurren no
solamente a la luz de la razón humana, sino también a
la luz de
la revelación dada por Dios, es decir, a la luz de la fe y de la
teología. Pues, si la luz de la razón humana se puede comparar
con la luz de una vela,
la luz de la revelación es comparable con
la luz del Sol.
Conviene también aclarar el concepto de «historia». Aquí
usamos este término en dos sentidos. Según el primero, «histo­
ria» es el «acontecer» humano social, temporal, dinámicol, en
(3) El término «filosofía cristiana», es decir, una filosofía que recurre
a la revelación, especialmente a. la enseñanza de Jesucristo, es aceptado
por la «Asociación Interameri~ de los Filósofos Católicos». Tratando
aquí este tema vamos a recurrir principalmente a las obras del profesor
ALBERTO CATURELLI., Filoso/la y teología de la historia, Buenos Aires,
1956; La metafísica cristiana en el pensamiento occidental, Buenos Aires,
1983; La filosofla, Madrid. ed. Gredas, 1966, 1977.
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las perspectivas de tiempo y de espacio y con proyección al fu.
turo. Sin embargo, hay que objetar de inmediato que lo «huma­
no» no es en realidad exclusivamente humano, pues el hombre
no está
solo en el Universo ;

a lado
de él están también Dios y
los ángeles, buenos y malos ( estos últimos son los espíritus
caí·
dos, es decir, los diablos). Además, Dios no solamente está pre·
sente en la historia humana como el principal protagonista de
ella, como el «Sefior de la historia», sino que
es el Creador de
otros protagonistas: del hombre y de
los espíritus, los ángeles y
los diablos, los que permanentemente influyen sobre la conducta
humana,
como lo reconoce la oración «Padre Nuestro».
Así, el fenómeno «historia» es propiamente el «acontecer
hu·
mano» sólo en el sentido de que no lo tienen otros seres vivos
que «pueblan» el planeta Tierra (las plantas, los insectos y los
animales) y de que sólo el hombre puede escribir contando
la
vida de algún animal, pero esta «historia» de un animal no es
historia, sino solamente una «cr6nica», o un cuento.
El segundo sentido de la palabra «historia» aquí usado se
refiere a la «descripción» ( o reconstrucción) por el hombre de
algunos fragmentos de la «historia» en el sentido primero, es
decir, como el «acontecer» humano, social, temporal, en las ·pers­
pectivas de tiempo y de espacio.
La filosofía de la
historia siempre acompaña a la vida hu­
mana, siendo algo propio de la cultura, pues el hombre se inte·
rroga: ¿ qué sentido tiene nuestra vida social en la Tierra? Y,
según las distintas filosofías,
se derivan variadas contestaciones,
las cuales
se pueden reducir a dos grupos: la cíclica y la lineal,
siendo ambas muy antiguas; sin embargo, la lineal ha recibido
una categórica afirmación en la ensefianza de Jesucristo.·
La visi6n c!clica, típica del antiguo pensamiento giegro pre-­
cristiano, se presenta como un círculo cerrado y corresponde más
bien a la cosmovisión materialista ( siendo acogida y desarrolla·
da por
el marxismo), según la cual el hombre viene de la tierra,
vive alcanzando la plenitud de su desarrollo limitado, propio de
su especie, y, una
vez alcanzado, muere, es decir vuelve a la
tierra. En la visión cíclica simplificada, el hombre es la cumbre
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EL «REINO DE D/08» NO ES UTOPIA
de la evolución de la materia y el sentido de su vida individual
y social (colectiva) es sólo alcanzar la plenitud de la materia
( como
es también el caso de otros seres vivos: plantas, insectos,
animales)
y, muriendo, volver a la madre-tierra. La historia es
solamente este acontecer humano colectivo, realizado en las
pers­
pectivas de tiempo y de espacio.
La visión lineal, presentada por la Biblia, es completamente
distinta de la cíclica, pues supone la existencia de Dios, de un
ser Supremo, del
Espíritu puro ( «puro» quiere decir sin mate­
ria), del Creador del Universo
y del hombre.
El hombre viene de Dios, siendo su creatura. Pero Dios pre­
viamente crea el Universo
y el planeta Tierra, como «materia
prima» del cuerpo humano y
como el «escenario» de la vida
humana. Dios
crea al hombre «a su imagen y semejanza», es
decir, como un ser razonable, libre, sociable, sentimental y con
la capacidad de la creatividad; lo crea con
un destino eterno, es
decir, para que comparta la felicidad eterna de su Creador.
El hombre es compuesto de alma y de cuerpo. El alma viene
directamente de Dios: es, pues, un elemento divino presente en
en el hombre
y, además, esencial, primario. De ahi que se pueda
decir que el hombre viene de Dios
y, muriendo, vuelve a Dios.
El cuerpo humano también es creado por Dios, pero
no' de la
«nada» como todo el Universo,
sino de una «materia prima»,
de la tierra,
del barro ; por eso se llama «hombre»= homo = hu­
mus
en latín ( en muchos idiomas el término «hombre» tiene
análogas
ralees semánticas). El hombre es esencialmente un «pe­
regrino», homo
viator, pues el sentido de su vida es caminar
hacia la Casa del Señor, su Creador, su Padre.
Sin embargo, el hombre peregrina hacia Dios, su principio
y su fin, no sólo individualmente, sino junto con sus semejan­
tes, pues es esencialmente un ser sociable, no sólo en el sentido
de que
-para su desarrollo y perfeccionamiento- necesita con­
vivir con los demás, sino también de que, junto con los demás
forma la «humanidad»,
el «género» humano, una sola sociedad­
comunidad-familia humana, pues todos los seres humanos
-se­
gún la Biblia-provienen de una sola pareja humana y, más
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exactamente de Adán ( 4 ), siendo entre sí «hermanos» biológica
y espiritualmente.
Por el «pecado original» no solamente pierden el Paraíso
terrenal, sino también la felicidad eterna, la cual, sin embargo,
pueden
recuperar gracias a la redención, realizada por Jesucris­
to, el Dios-Hombre, y por
una vida merecedora del Cielo.
La anunciada redención es la gran esperanza de la vida hu­
mana ; de ahí que todo el sentido de
la historia, como acontecer
humano temporal, se reduce a la espera del Mesías-Redentor. De
esta manera Jesucristo,
como Mesías-Redentor, es el centro de
la historia y
la espera de su llegada es el primer adviento. Sin
embargo, su primera venida,
es decir, la encarnación y después
la redención por su
pasión y muerte en la · cruz, la resurrección
y
la ascensión al Cielo no cierran la historia. Como en la per­
sona de Jesucristo Dios comparte la vida humana, también con­
viene que
el hombre comparta con Jesucristo su acción redento­
ra. Nosotros, los seres humanos,
deberíamos participar hasta
algún punto en la obra redentora de Jesucristo, integrándonos,
por el bautismo, en. su cuerpo místico, que es la Iglesia pere­
grina y también pdr una consciente adhesión. a su pasión, tanto
por la aceptación del sufrimiento que nos toca vivir, como por
el trabajo penoso (
véase la encíclica Lizborem exercens). Ade­
más, la redención no se aplica a todos «automáticamente», · sino
por la consciente adhesión a la fe y por la vida según las exi­
gencias de la fe, es decir que hay que merecerla. Y esta peregri­
nación hacia la casa del Señor, ya abierta por la redención, tiene
que durar hasta
la segunda venida de Cristo: cuando Cristo
venga como juez supremo del mundo y de todas las personas y
(4) Esta primera pareja no está compuesta por dos personas en que
una sea ajena· a la otra·, pues la segunda, Eva, es creada por Dios de la
costilla de la primera, de Adán es decir, que el cuerpo de Eva está hecho
de
la carne y hueso de Adán, lo que también explica por qué el cuerpo
de Adán es
tosco y el de Eva fino, pues el de Adán está formado del
barro, mientr8S que el de Eva de la carne de Adán. La creación del cuerpo
de Adán del barro,
es decir, de la Tierra, subraya un vínculo entre el
hombre
y el Universo. Adán, en hebreo adamab quiere decir «tierra,..
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EL «REINO DE DIOs» NO ES UTOPIA
como rey del Universo, instalando su Reino perfectd y definitivo
para siempre.
Así,
la historia de la humanidad es al mismo tiempo tam­
bién la historia de Dios-Hombre, de Jesucristo, y también, hasta
algún punto, de toda la Santísima Trinidad, pues en la vida
humana intervienen las tres personas de la Santísima Trinidad:
Dios-Padre
como creador, Dios-Hijo como redentor y Dios-Es­
píritu Santo como santificador.
Entonces, no solamente el hombre
es el protagonista de la
historia; lo son, ante todo, Dios y los ángeles, y también el
enemigo de Dios y del hombre, Santanás, el
«Príncipe de este
mundo»,
como lo llama Cristo.
Esta presencia de Satanás en
la historia de la . humanidad es
permanente, hasta la segunda venida de Cristo. Satanás se hace
presente en la vida humana ya en el Paraíso y, por culpa de él,
la primera pareja humana pierde esta felicidad paradisíaca, junto
con su
inocencia y su amistad con Dios.
Después del «pecado original» vienen otros pecados, como
consecuencias de aquél. Viene el crimen de Caín. San Agustín
dice que Abe! es el símbolo y figura del futuro Mesías-Reden­
tor y que Caín, el asesino, es el símbolo de la Sinagoga. Adem~,
según San Agustín, el crimen de deicidio divide a Israel: « ... et
dividetur Israel
in duo; . in Israel ' scilicte inimicum Christo, et
Israel adherentem Christo», pues unos,
la minoría, reconocen en
Jesús
al Mesías prometido i anunciado, al verbo encamado, al
Dios-Hombre, y lo siguen, le sirven, lo proclaman y por su en­
señanza dan sus vidas de mártires ; y otros, la mayoría, lo recha­
zan, lo crucifican no solamente en la persona de Jesucristo en
la cruz, sino que persiguen también a Jesucristo presente en sus
seguidores hasta el fin del mundo, es decir, hasta la segunda
venida de Cristo.
Siguiendd a San Agustín ---<¡uien, ,en su obra Civitas Dei,
presenta una de las primeras «filosofías cristianas
de la histo­
ria»-, esta división del pueblo judío se extiende también a los
otros pueblos. Así nacen los partidarios de la ciudad de Dios y
lds de la ciudad del mundo, las cuales no se dan separadas, sino
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mezcladas, como en la parábola de Cristo sobre el campo de
trigo con cizaña; más aún, pelean incluso en el corazón humano.
La historia del hombre civilizado se bifurca: unos se com­
prometen conscientemente con
la ciudad de Dios y otros con la
ciudad del mundo.
Aparecen dos orientaciones:
« ... una scilicet societas piorum
hominum, altera impiorum,
singula quaeque cum Angelis ad se
pertlnentibus,
in quibus praecessit hac amor Dei, hac amor sui»;
una con los horizontes eternos
y otra limitada a io temporal, a
lo terrenal, a
lo que es solamente de aquí, de la tierra. Unos,
peregrinos permanentes hacia la vida eterna con Dios,
y OtrOs
afincados en la tierra; unos, entusiastas de lo transcedente, y otros
de lo inmanente, unos creyentes en
Dios y otros ateos o, al me­
nos, escépticos
y agnósticos.
La Revolución francesa no fue solamente
-como algunos
sostienen-una revolución política, es decir, la destructora de
la monarquía católica
y la constructora de una república laica.
En el fondo se trató de un conflicto entre la ciudad de Dios y
la ciudad del mundo, entre lo trascendente y lo inmanente, entre
el cristianismo y el mundialismo, entre una tradicional monar­
quía católica y la nueva concepción del Estado laico, profano,
inmanentista, mundiaHsta, con pretensiones de construir una ciu­
dad autosuficiente, sin Dios y contra Dios.
Su continuación en la Revolución marxista-comunista ( die
Weltrevolution) y en la Revolución bolchevique (der Weltokto­
ber)
afirma esta posición de rebeldía contra Dios y su Reino.
Aquí está
lo esencial: la Revolución marxista es la continuación
de la Revolución francesa no solamente porque la toma cons­
cientemente como modelo; no solamente porque está
imitando
sus cuatro etapas: burguesa, democrática, socialistas y proletaria ;
no solamente porque también se sirve de la violencia y del te­
rror, sino ante todo porque conscientem_ente es atea, materia­
lista, mundialista, inmanentista, anticristiana, puramente tempo­
ral, terrenal,
es decir, la ciudad del mundo, siendo ambas satá­
nicas.
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EL ((REINO DE DIOS» NO ES UTOPIA
Toda nuestra historia es heredera de las tres catástores cós­
mico-metafísicas:
1. La rebelión de los ángeles ;
2.
La rebelión de Adán;
3. La rebelión de los judíos, con la crucificación de Cristo.
Tddas estas tres rebeliones son satánicas y no solamente la
primera, pues en todas hay presencia
de Satanás, y las tres in­
tervienen en la historia, estando vinculadas con el destino del
hombre. Según
algunas dpiniones teológicas ( se trata sólo de
opiniones y no de la
enseñaro;a oficial de la Iglesia) la rebelión
de los ángeles
se produjo por causa del hombre: Dios había per­
mitido a los ángeles conocer su proyecto de la creación del
hom­
bre «a su imagen y semejaro;a»; más todavía; les habría hecho
saber que Dios-Hijo, la segunda persona de
la Santísima Tri­
nidad, iba a encarnarse,
es decir, que iba a asumir la natura·
leza humana, plenamente y para siempre, y que, de esta manera,
el hombre iba a quedar deificado, lo cual iba a
exigir su adora­
ción por los ángeles. De
ahí vino la rebelión de una parte de
ellos. Así, la caída de Lucifer ( quien deja de llamarse «Lucifer»
y recibe el nombre de «Luciper») y de
sus seguidores en el
infierno vino a causa del hombre, de lo cual provendría el per­
manente odio y la lucha
de los demonios por la suerte del hom­
bre, empezando por la intervención de Satanás en la vida de la
primera pareja humana en el Paraíso.
La rebelión de Adán es
provocada por la tentación de la serpiente ( el demonio).
También la rebelión de una parte del pueblo judío se debe
a los pactos con los demonios a lo largo
de toda la «historia
sagrada» del «pueblo escogido», hasta el deicidio en el Gólgota,
y continúa
como la lucha entre la ciudad de Dios y la ciudad
del mundo.
Además, la contradicción entre la ciudad de Dios y la ciudad
del mundo
se manifiesta permanentemente no sóld en la socie­
dad, sino también en el corazón humano: «Vita humana super
terram tota tentarlo est», dice San Agustín, Cada uno de nosotrds
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MIGUEL PORADOWSKI
permanentemente está expuesto a la tentación: ¿ estar con la
ciudad de Dios o estar con la ciudad del mundo? Cuando Je­
sucristd nos enseñó a rezar el «Padre Nuestro», puso en nuestros
labios y en nuestro corazón también esta petición: «... y no nos
dejes caer en la tentación». ¿ Cuál tentación? Estar con Dios o
sin Dios ; pero estar sin Dios
es lo mismo que estar contra Dios
y estar contra Dios es estar con Satanás, pues el hdmbre nunca
puede estar
solo en el Universo; o está con Dios o con Satanás.
Y hoy día
-como siempre-la humanidad entera, y cada uno
de nosotros está frente a esta disyuntiva:
¿ estar con la ciudad
de Dios o con la ciudad del mundo?
Y muchos están desorientados ; un ejemplo

concreto de esto
es la existencia actualmente en la Iglesia de la «Teología mar­
xista de la Liberación», a la cual hay que distinguir de la «Teo­
logía de la Liberación» como tal. La primera, la «Teología
marxista
de la Liberación», comparte plenamente el planteamien­
to de
la ciudad del mundo: la construcción de una sociedad
mundialista, inmanentista y marxista, es decir, atea y materialista.
Por esto habla de la liberación de las «estructuras opresoras»,
por las cuales entiende
un régimen sociaJ..económico basado en
la propiedad privada, en la libre actividad económica, en la em­
presa privada y en
la economía de mercado o social de mercado,
«estructuras» que quiere reemplazar por el régimen socialista,
es
decir, por una economía estatizada. Sin embargo, éstos son sola­
mente
los aspectos superficiales; lo esencial es el mundialismo,
es optar por la ciudad del mundo, autosnficiente, que prescinde
de Dios, una ciudad radicalmente afincada en lo temporal.
Mieir
tras que la «Teología de la Liberación» nos habla de la libera­
ción
del pecado y de sus consewencias (5).
Sin embargo, no hay que confundir la «ciudad de Dios» con
el «reino de Dios», a pesar de que estas dos expresiones se en­
cuentran en la Biblia.
(5) Para mayores detalles respecto de la •Teología marxista de la
liberaci6n», véase del autor: El marxismo en la T eologia, Madrid, Sp~
1976; Santiago (Qille), 1983, 1986.
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EL «REINO DE DIOs» NO ES UTOPIA
En el Antiguo Testamento, la diferencia entre estas dos ex­
presiones es clarísima. La expresión «ciudad de Dios» está fre­
cuentemente usada en relación con la ciudad de «Jerusalén»,
tanto con la Jerusalén histórica como, ante todo, con la Jerusa­
lén eterna, futura, identificada con el cielo, del cual la Jerusalén
histórica, terrenal, es un símbolo, imagen
y anuncio. La Jerusa­
lén histórica merece el nombre de la «ciudad de Dios» (

a los
ojos de los israelitas),
sea porque en ella se encuentra el templo
en el cual «mora» Y avé,
sea porque es un lugar en el cual Yavé
es adorado.
Al mismo tiempo, en el Antiguo Testamento está también
el
concepto de «reino de Dios», que es tomado por los israelitas
en dos sentidos: el primero
es temporal, terrenal e histórico, pues
se confunde con el «pueblo escogido» y sus formas históricas,
cdncretas y políticas, es decir, con un régimen más o menos
teocrático, según el momento histórico;
y el segundo está vin­
culado con la creencia en la vida después de la muerte,
es decir,
en la eternidad,
la cual, para los fieles seguidores de la enseñanza
de Moisés,
se presenta como el cielo, la morada de Yavé, la que
se identifica con el «reino de Dios» espiritual y eterno.
Ambos conceptos pasan
al Nuevo Testamento, empezaudo
con la enseñanza de Jesucristo.
El «reino de Dios» o el «reino
de los cielos»
es el tema principal de las predicaciones de Jesu­
cristd.
En el Evangelio de San Mateo estas expresiones aparecen
directamente 48 veces
y, además, varias veces bajo otros térmi­
nos o alusiones.
En la enseñanza de Jesucristo el concepto de «reino de Dios» ,
o de «reino de los cielos» tiene varios sentidos ( que el mismo
Jesucristo
llama los «misterios); sin embargd, siempre está cla-
ro que se trata del «reinado de Dios» en la vida humana terre­
nal, sea en el corazón humano, sea en los grupos humanos o
instituciones ( el matrimonio,
la familia, la Iglesia, las congrega­
ciones, los conventos, la sociedad entera, la nación, etc.), sea,
ante
todo, como el reino de Dios definitivo, es decir, el «reino
de los cielos», en la eternidad. Este reino de Dios como «reino
de los cielos» es la finalidad última, no sólo de la vida humana,
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sino incluso de toda la creación. Sin embatgo, a este «reino de
los cielos» definitivo y eterno, el hombre sólo llega por el
com­
promiso de su participación en. la «construcción» del reino de
Dios en lo temporal, es decir, aquí en la tierra, empezando con
el compromiso personal: «que Dios reine en mi corazón»;
es
decir, que cada cristiano debetía preocuparse primeramente por
el reinado de Cristo en su propio corazón, en su vida y, una
vez
tomado este compromiso y centrado en la vida personal, debería
también comprometerse con
la lucha por el reinado de Cristo
Rey en la sociedad, en todas las instituciones, leyes, costumbres
y relaciones humanas, especialmente las del trabajo.
De las parábolas usadas por Jesucristo en su enseñanza sobre
el reino de Dios, es evidente que este reinado de Cristo Rey,
aquí en la tierra, nunca será perfecto antes de la segunda venida
de Cristo.
En la Iglesia como «reino
de Dios» habrá siempre, al lado
de los buenos (el trigo), también los malos (la cizaña).
Más to­
davía en la Cristiandad, es decir, en una sociedad cristiana, bá­
sicamente compuesta por los bautizados, conscientemente com­
prometidos con la realización del reino de Dios; e incluso en
las instituciones cristianas, como
el matrimonio sacramental y la
familia
edificada sobre aquél ; en las variadas comunidades cris­
tianas, etcétera; nunca, antes de la segunda venida de Cristo, en
ellas
se podrá dar un reino de Dios perfecto (salvo algunas ex­
cepciones, como, por ejemplo, el caso de los santos), debido a
las consecuencias del pecado original. Pretender construir un
perfecto reino de
Dios antes de la segunda venida de Cristo es
caer
en la utopía.
Precisamente
el reino de Dios no es una utopía porque su
completa realización tendrá lugar sólo después de la segunda ve­
nida de Cristo, es decir, sólo después del fin de «este mundo»,
y cuando
ya habrá el «nuevo cielo y la nueva tierra» (Ap. 21.1);
cuando, después de lo
apocal!ptico (lo espantoso) habrá lo esca­
tológico (lo maravilloso, lo glorioso).
Además, como se trata del «reino de Dios»,
es decir, del
reinado de
Cristo-Rey, siendo Cristo Dios omnipotente, su reino .
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EL «REINO DE DIOS» NO ES UTOPIA
tiene todas las posibilidades de ser perfectísimo y plenamente
realizable. Jesucristo, antes de subir a los cielos, nos dejó una tarea:
comprometerse con el reino de Dios, diciéndonos: «Buscad
pri­
mero el reino de Dios y su justicia, y todo lo. demás lo recibiréis
por
añadidura» (s. L. 12,31; s. Mt. 6,33). La tragedia más gran­
de del hombre es que, en
vez de obedecer este mandato de Je­
sucristo y buscar afanosamente
primero el reino de Dios, busca
primero sólo «lo
demás» y, en consecuencia, siempre fracasa.
Jesucristo no
nos dice: «construid un reino de Dios perfecto»,
pues eso sería una utopía. Sólo nos dice: «buscad
primero el
reino de Dios y todo lo demás
Id recibiréis por añadidura». «Bus­
car» quiere decir «comprometerse» con el reino de Dios, de una
manera seria, sincera, honesta, consecuente, sabiendo que, antes
de la segunda venida de Cristo, una realización completa de este
reind es imposible ; sin embargo, este compromiso de hacer lo
que
es para nosotros posible (con la ayuda de Dios), es la con­
dición para merecer nuestra participación en el reino de Dios
perfecto y definitivo.
A pesar de que el reino de Dios no se identifica ni con
la
ciudad de Dios, ni con la Cristiandad, trabajar y luchar por el
triunfd de aquellas realiades históricas contribuye a la realización
del reino de Dios en la tierra
como preludio del reino de Cristo
definitivo.
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