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Número 309-310

Serie XXXI

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La medicina monástica y sus aspectos religiosos

LA MEDICINA MONASTICA Y SUS ASPECTOS
RELIGIOSOS
POR
FRANCESCO LEONI
En el mundo griego, al nacer fa medicina «técnica», se instau­
raron entre médico y enfermo relaciones muy distintas según si
el· enfermo era un hombre libre o un esclavo, un libre ricd o po­
bre, como atestiguan, por ejemplo, fuentes platónicas, en modo
especial las
Leyes y la República. «Los médicos .---escribe, en
efecto, Platón en esta última
obra-curan a los esclavos yendo
de un lado a otro y atendiéndolos en los
lugates destinados a la
cura y ninguno de dichos médicos da o escucha razón alguna acer­
ca de las enfermedades de cada uno de esds esclavos y tras rece­
tar lo que les
patece mejor según su experiencia, se portan como
un tirano soberbio y en seguida
se alejan pata dirigirse hacia
otro esclavo enfermo» (1).
Es. totalmente diferente, en cambio, el tratamiento. que reci­
ben lds libres; su médico, casi siempre de condición libre él tam­
bién, estudia ciudadosamente
la enfermedad del paciente, que des­
de el priucipio está bajo su observación y control como mandan
la naturaleza y
el atte médico, y se entretiene afablemente con
el enfermo y sus familiares pata informarles y facilitar datos que
puedan inspirar tranquilidad, «y
él, a la vez, aprende de los en­
fermos y en lo posible amaestra al ptopid enfermo» (2), y no
receta
ningún medicamento sin haber convencido antes de algún
modo
al paciente de que es útil, tratando de llevarle así hacia
(1) Cit. en Medicina e antropologia nella tradizione antica, a cargo· de
P. Manuli, Turín, 1980, pág. 184.
(2) Cit., ibídem.
Verbo, núm. 309-310 (1992), 1101-1117 f!Ol
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una perfecta curación. Mucho más ruda y expeditiva, es, al con­
trario, la visita del médico al enfermo el cual, aunque libre, es
de condición modesta o pobre: a éste, además, no
se le aconsejan
tratamientos largos y costosos que su
régimen de vida y sus bol­
sillos no
podrían permitirle, sino remedios más burdos y rápi­
dos»
(3 ).
Esta situación no parece haber cambiado mucho ni siquiera
en tiempos de Galeno, el médico filósofo que afirmaba, sin
em­
bargo, que quería curar con la misma diligencia, y sólo en cam­
bio de dones, a senadores o esclavos. Según Paola Manuli, en
efecto, «se prolonga en realidad la división ideal de Platón entre
una medicina de los pobres, burda y violenta
pero con eficacia
inmediata, y una terapia para los ricos que no contraste con su
sentidd estético: las curas. para el dolor de estómago, en caso de
que
se trate del emperador o de un hombre de rango inferior,
difieren mucho entre
sí» (

4
).
En el mundo antiguo, por tanto, la relación de amistad entte
médico
y enfermo, relación considerada necesaria aun antes que
la ayuda técnica y que la actividad diagnóstica, como proclama
una sentencia helenística que figura en los
Praecepta hipocráticos
(L., IX, 258),
podía realizarse solamente cuando el acto terapéuti­
co tenía como protagonista un Asclepiades hipocrático y un pa­
ciente rico y suficientemente culto.
La amistad --como ya se
sabe--constituía para los griegos uno de los vínculos más im­
portantes, que superaba incluso los del parentesco, y dicha amis­
tad, tanto en su verSión platónica como aristotélica, consistía en
«buscar y procurar el bien para el amigo, considerando este hecho
como una realización individual de la naturaleza humana.
La
finalidad de la amistad, por tanto, sería la perfección de la natu-­
raleza» (5).
El pensamiento helenístico no consiguió superar este
concepto de amistad: también el estoicismo, en efecto, aun cuan­
do proclama para
el hombre la necesidad de set amigo de todos
· (3) Cfr. ibídem, pag. 187.
(4) Ibídem, pag. 172.
(5) P. LA!N ENTRALGO, Il medico e il paziente, Milán, 1969.
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sus semejantes, encontrará la razón de dicha philanthropía única­
mente en la perfección de la natutaleza cdmo tal. En definitiva;
según el pensamiento griego, la amistad y la philanthropla fueron
motivadas siempre por la
phisiophilia, o sea, el amor por la na­
turaleza universal, especificada en la «naturaleza humana» como
parte de esa armonía que concurre en la perfección común de
todas las cosas: «La amistad
-----escribió el historiador de la me­
dicina y humanista español Laín Entralgo-- del médico. hipo­
crático con el enfermo, resultado de la articulación entre su
philanthrop!a y su philotekhnía, fue en definitiva un amor por
la perfección de
la natutaleza humana, individuada en el cuerpo
del paciente, amor
gozosamente reverente hacia t-Odo lo bello que
hay en
la naturaleza (la salud, la armonía) o lo que conduce a la
belleza ( fuerza natutal resanadora del organismo) e inevitable­
mente reverente frente a las
oscuras y terribles violencias con las
cuales la natutaleza misma impone
la condición mortal o la incu­
rabilidad de una u otra enfermedad» (

6
). En esta perspectiva se
entiende también cómo el poder de la tékhne tuviera límites bien
precisos que no era posible superar, convicción, ésta, que se debía
a la creencia según la cual en el seno de la natutaleza estarían
presentes fuerzas ciegas e inexorables
(anankai) (7).
Con el advenimiento del cristianismo se produjo una novedad
de inmenso alcance en el mundo antiguo, que ha transformado
de modo radical la idea de las relaciones entre los hombres, em­
pezando natutalmente por la propia amistad. Tal mutación se de­
rivó sobre todo de cuatro motivos fundamentales: en primer lu­
gar,
en efecto, en las relaciones de benevolencia entre hombre
y hombre el cristianismo sancionó la prevalencia de la
«proximi­
dad» sobre la amistad, entendida como voluntad de hacer el bien
al amigo en cuanto
persona determinada, que se conoce y por lo
tanto
se ama, mientras que la condición de «próximo» ( o «pró­
jimo») consiste sólo en ser hombre y como tal objeto de amor
(6) Ibídem, pág. 23.
(7) Ibídem, pág. 26. ·
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indiscriminado por amor a ese Dios del cual el hombre es úna­
gen, aunque .deformada por el pecado original.
La amistad exige siempre la aceptaci6n de las personas en
su esencia
personal y particular, núentras que la «proximidad»,
como lo ilustra bien la parábola del buen samaritano que socorre
un desconocido que además
es un enenúgo, prescinde totalmente
de dicha aceptaci6n
y es ilinútada y gratuita en el verdadero
sentido de la palabra.
En la benevolencia hacia el amigo hay que
distinguir, además, entre el bien de
su naturaleza y el bien de
su persona; el primero, en efecto -la salud, la belleza, el vigor,
etc.-, puede concurrir con el segundo y ser a veces su·· condi­
ción, aunque no siempre necesaria, puesto que
para el. cristianismo
la salud del alma tiene que tener
en todo caso la precedencia so­
bre la del cuerpo y la perfección del espítitu se puede c:onseguir,
c:omo lo demuestran las vidas de muchos místicos, no obstante,
la pésima salud física; y a veces
podrá incluso surgir un conflicto
entre estos
dos tipos de salud.
Junto al conceptogriego del amor concebido como
eros se
engendra, en fin, de forma c:omplementaria el de ágape, y así
como el primero está constituido
por .. el impulso universal de la
naturaleza
pata ascender hacia la propia perfecci6n, el segundo
-la caritas-se alúnenta de la voluntaria y gratuita efusión de
la
persona respecto de la l"elllidad y de las exigencias del otro,
amigo o
súnple pr6júno, en cuanto «figura Christi». Por tanto,
núentras la buena disposici6n hacia el amigo puede conocer línú­
tes naturales y estar condicionada por éstos, en cambio, para el
cristiano, aun cuando las posibilidades del control técnico.
de. la
naturaleza resulten difíciles o irrealizables,
se podrá siempre ha­
cer el bien espiritual tanto del amigo como del prójhno, un bien
que por consiguiente hay que realizar incondicionalmente
en cual­
quier circustancia, aunque sea muy ardua y dolorosa. En el cam­
po médico, por ejemplo, que es. en definitiva el que más nos in­
teresa ahora,
el hecho de que un médico griego quisiera sobrepa­
sar las posibilidades del arte habría sido indicio de
hybris, y en
efecto los preceptos hipocráticos aconsejan que
se renuncie a la
asistencia en los casos considerados incurables. Para el cristiano,
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LA MEDICINA MONASTICA Y SUS ASPECTOS RELIGIOSOS
en cambio, el hecho de superar los límites inevitables del arte
humano mediante el amor
fraterno representa un deber moral y
religioso
imprescindihle, condicionado sólo por la discreci6n .
. Estas cuatro mutaciones básicas en las relaciones interhuma­
nas, aportadas
por la ética cristiana, llevan consigo también un
cambio importante
en la práctica de la «amistad médica», · así
como la entendieron
y realizaron en el mundo clásico y pagano.
No por nada en una carta escrita en el 350, Basilio de Cesarea,
uno .de los protagonistas del monaquismo oriental, médico él
también y fundador del primer gran hospital de la cristianidad,
alaba a su propio médico, Eustaquio,
por haber ampliado los
términos de la philanthropia hipocrática al extender el beneficio
de su
según
Laín Entralgo, indica que el cristiano antigud tenía plena
conciencia
de que había superado en gran medida el ideal de la
«amistad
médicá» del mundo grecorromano (

8
).
El nuevo concepto de philanthropia introducido por el cris­
tianismo y la
particular philotekhnitJ que instaura en el arte mé­
dico, que ahdra no sólo presta atenci6n al bienestar físico del
enfermo sino
también al espiritual, determinan juntos la forma­
ci6n de ulteriores novedades en
la articulación de las relaciones
entre médico y enfermo: ante todo la condición igualitaria del
tratamiento, porque si desde el punto de vista de los efectos sal­
víficds de la Encamación de Jesucristo, que con ella ha curado
las heridas del pecado, ya
no hay hebreos y gentiles, en la calidad
del tratamiento aplicado a los enfermos
ya no es posible, al me­
nos en línea teórica, establecer diferencias en¡re griegos y bárba­
ros, entre libres y esclavos ; en segundo lugar, la
valoración
te­
rapéutica y moral de la capacidad de soportar el dolo~; en tercer
lugar, la asistencia médica gratuita, facilitada sólo en nombre de
la caridad y prolongada, además, hasta más allá de los recursos
humanos
y naturales del arte ; por consecuencia, la inclusi6n en
la actividad médica de la confortaci6n y de la solicitud hacia los
(8) Cfr. ibídem, pág. 36. Por todo lo que precede, cfr., también, ibídem,
págs.
53-56.
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incurables ---,-que en la Edad Media se realiz6 sobre todo gracias
a las órdenes hospitalarias dedicadas al servicio en las leprose­
rías--y hacia los moribundos ; y en fin, como es lógico, la incor­
poración de las prácticas religiosas cristianas como la oración,
la
confesión y el sacramento de la extremaunción en la cura de los
enfermos
(9).
Tales reglas han sido aplicadas después de manera más o me­
nos fiel al auténtico
espíritu evangélico del cual se inspiraron,
según las varias épocas históricas que el Cristianismo
y la Iglesia
han ido atravesando y cada época las ha interpretado y actuado
basándose
en las necesidades y sensibilidades que prevalecían en
ese
.momento, pero es indudable que la medicina monástica sur­
gida sobre todo en Occidente
a· partir de la experiencia benedic­
tina iniciada en el siglo
VI, concretó y en cierto sentido encarnó
en el modo más puro y total el ideal cristiano de la asistencia a
los enfermos, fundiendo entre sí de forma
admirable el aspecto
natural
y sobrenatural de la cura del cuerpo junto a la del espíritu.
El cristianismo pre-constantiniano, en efecto; caracterizado en
aquel entonces
por un encendido clima de exaltación mística, no
había dado gran importancia al
· bienestar físico, considerando
que la envoltura corpórea era casi únicamente un instrumento
de penitencia
y de ascensión espiritual, a través de su mortifica­
ción
y a la de los deseos carnales, hacia la contemplación de los
misterios divinos.
Se pensaba además que la sanidad del cuerpo
y la del espíritu dependían únicamente de Dios y de su ines­
crutable Providencia.
En el cristianismo primitivo el precepto
evangélico de «id
y curad a los enfermos» (Mat., X, 9) se cumplía
por tanto casi solamente gracias a las oraciones y al Sacramento
de
la extremaunción administrado por los presbíteros y tales
prácticas eran consideradas los
únicos fártnacos realmente efica­
ces
(10). El elemento teúrgico prevalecía por consiguiente sobre
el puramente médico o terapéutico,
y las curaciones milagrosas
(9) Cfr. ibídem, págs. 57-48.
(10)
Cfr. L. MosHEM, Ist. Hist. Christ. Ma;., Saec primum, cap. IV,
XVI, Unctio aegrotantium.
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LA MEDICINA MONASTICA Y SUS ASPECTOS RELIGIOSOS
de las cuales está llena la hagiografía cristiana de todas las épocas,
de modo especial la de los primero siglos, tenían como funci6n
precipua,
más que la devolver la salud física al enfermo, la de
mostrar la soberana potencia de Dios, creador y Señor de la na­
turaleza, cuyas leyes Él podía suspender en cada instante según
su placer.
La experiencia del milagro tenía que servir sobre todo
para una conversi6n saludable del
coraz6n y del espíritu.
El cristianismo, sin
embargo, poseía también desde el princi­
pio conceptos capaces de cambiar cuanto antes la actitud de los
fieles frente
al arte médico, encaminándolos hacia una positiva
consideraci6n de la misma y de las posibilidades que Dios le ha
dado al hombre para actuar sobre la naturaleza, restableciendo
con curas humanas, aunque administradas con la ayuda divina, el
equilibrid del cuerpo turbado por la enfermedad, si bien una
clara
distinci6n entre la naturaleza y lo sobrenatural, entre la po­
tencia ordenada de Dios y la acci6n en el universo de las «segun­
das causas» será adquirida con claridad s6lo más tarde, gracias
al pensamiento del escolasticismo (
11 ). En la concepci6n cristiana,
en efecto,
el cuerpo yá no se consideraba comd receptáculo acci­
dental y provisional del alma inmortal, como pensaba la filosofía
plat6nica y neoplat6nica, sino que se concebía, al conttario, como
algo ligado indisolublemente a la realidad espiritual de cada hom­
bre, destinado a recomponerse y a unirse nuevamente a ella al
final de los tiempos, glorioso y ttiunfaddr, a semejanza del cuerpo
del Cristo resucitado, siempre y cuando no se hubiese producido
el juicio de la «segunda muerte». Como más tarde expresará bien
un piadoso episodid de la vida de San Francisco, narrado
por
Tomás de Celano, también el cuerpo tenía que considerarse digno
de alguna atenci6n, como recompensa por haber sido
el d6cil ins­
trumento del alma y su fiel colaborador, que, además de la mdr­
tificaci6n
de sí mismo a través del dominio de la sensualidad,
(11) Por tales conceptos y por la profunda transformación que ellos
aportaron en la teoría y en la práctica de la medicina occidental, cfr. P. LAiN
ENTRALGO, obra cit., págs. 86-91.
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hacía concretamente posible el servicio a Dios y a los herma·
nos (12).
El mismo Eclesiastés, en la Sagrada Escritura, si bien advertía
que en caso de enfermedad hay que purificarse ante todo espiri·
tualmente, limpiando el .corazón y la mente de cualquier culpa o
pensamiento pecaminoso
y rezando a Dios para obtener la cur ....
ción, había ordenado también que se honrara al médico y a su
arte,
reconociendo así la necesidad de preservar incluso con me·
dios humanos ese equilibrio psico-físico del hombre, en el que
se refleja en definitiva
la armonía del universo: «Dale espacio
al médico porque lo ha instituido Dios ( ... ) y que él no se aleje
de tí, puesto que su asistencia
es necesaria» (Bel., XXXVIII, 2).
Los fármacos que suministran los médicos fueron creados, en
efec·
to, por el Altísimo para el bien del hombre en la tierra y con
ellos los expertos en medicina curan
y alivian los dolores del
cuerpo
«y con los mismos el especiero hace combinaciones agrada­
bles y manipula ungüentos saludables» (ibídem,
XXXVIII; 4-7).
En este espíritu, los primeros Padres de la Iglesia tuvieron
en alta consideración, en el Oriente cristiano, las nociones. cien­
tíficas que dejó en herencia el mundo clásico y que luego el mun­
do bizantínd siguió custodiando y desarrollando, utilizándolas,
sin
embatgo, no por sí mismas sino pata la gloria de la creación
y de la misma máquina humana, como obra divina más perfecta,
no obstante la decadencia debida al pecado original. Ya a partir
de la época justinianea también el Estado, además de los "priva­
dos, dio vida a una imponente actividad asistencial, que bien
pronto comenzó a especializarse según los varios sectores de in-
(12) Cfr. ToMMASO DA CELANo, Vita seconda, CLX, en Fonti frances"­
cane, vol. II, págs. 72fJ.722, cit. en J. AGRIMI-C. CRlscIANI, Malato,_medico
e medicina nel medioevo, Turín, 1980, págs. 106-107. Para la medicina en
d aistianismo primitivo y su revalorizaci6n desde los primeros siglos de la
Era cristiana, cfr. A. PAZZINI, Teoria della medicina, vol. I, Dalle origini
al XVI secolo, Milán, 1947, págs. 323 y sigs. y del mismo autor, I santi
nella storia della· medicina, R:oma, 1937, P. FRANCO, «I medici'santi> nella
storia e nella leggenda, Pescara, 1979.
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LA MEDICINA. MONA.STICA. Y SUS A.SPÉCTOS RELIGIOSOS
tervención, con d compromiso de los rdigiosos en primera
línea
(13).
Referencias a la medicina se encuentran también en las reglas
de los santos monjes orientales,
no obstante, la e,,:trema aµsteri­
dad de la vida que condudan. San Antonio, por ejemplo, en los
albores de la experiencia monástica cristiana, recomendaba a sus
disdpulos que
visitaran a los enfermos y a· los moribundos, lle­
nando con solicitud «sus medidas y sus vasos de agua» y al mismo
tiempo
-norma preciosa para el bienestar. de los enfermos de
todas las·
épocas-evitando turbar sus almas afligidas. San Pa­
comio, a quien
se le puede considerar como d verdadero fundador
del monaquismo, prescribe claramente la institución de
ministrii
aegrotantium, precursores de los monjes infirmar# de Occidente
y de un enfermero particular para quienes están a punto de morir.
Aún más solicita para
el bienestar físico de los monjes la
regla
dd «Monasterio Blanco», fundado en d valle del Nilo por
Schenute de Atripe
en d año 431, donde él permite hacer baños
y unciones a los enfermos y hasta recurrir a un médico que· llegue
desde lejos si
es necesario. Aún más importante es recordar que
él ha sido el primero en comparar de modo e,,:plícito a los enfer­
mos con Cristo, y este parangón se repetirá luego continuamente
en las reglas sucesivas
dd monaquismo occidental y será la base,
como causa
y justificación, de toda la medicina monástica (14).
A pesar de tales referencias
y anticipaciones, dicha medicina,
sin embargo, sólo floreció plenamente en los monasterios dd
Occidente benedictino, donde, con d regreso general de la bar-
( 13) Para el desarrollo de la asistencia médica y caritativa en el Orien­
te cristiano, cfr., por ejemplo, adenias de las obras ya citadas-dd Pazzini,
también Storia della Chiesa dalle origini fino ai giorni nostri, IV, Da,Za
marte di Teodosio all'avvento di San Gregario Magno, a cargo de P. de
Labriolle, S. Bardy, L. Bhreler, B. de Plimval, Turln, 1961, págs. 695_ y sigs.;
E. W1cKERSHEIMER, Les édiflces hóspitaliers a travers les ages, Reggio Emí­
lia, 14/17 de junio de 1956; Reggio Emilia, 1957, pág. 814 y sigs.; A. Sr­
MILI, Sulle origini degli ospedali, ibídem, págs. 670-677.
(14) Para la citación procedente de la Regla de San Antonio, cfr.
A. FR:Azzrnr, I ·,anti, cit. pág. 272; para la ·Regla de San" Pacotnio ·.y. para
la del «Monasterio Blanco•, cfr. ibídem, -págs. Z73-277 .. ·
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barie en las condiciones de. vida y en las. costumbres y con el
abandono de los conocitnientos científicos
de la antigüedad, es·
taba desti.nada a predOlllir!ar has.ta el renacimiento. cultural de
los siglos XII y xm, cual:ldo tres factores de gran relieve iban a
determinar la eno.rme mutación del arte médico en la Baja Edad
Media: la influencia
renovad()ta de la escuela de Salerno, que
bien pronto, a
~sar de Id mucho que le debía a la experiencia
de
la medicina monástica, asumió un carácter decididamente laico,
incrementado luego por
obril · de los . traductores de Toledo y de
los demás centros de difusión de la medicina greco-árabe; el acre­
ditado e influyente ejemplo de la .ordenanza dictada en 1231
pdr Federico II, que estableció .que había que tener un titulo
oficial para poder ejercer el arte médico;
.y, en fin, la gradual ins·
titución
de facultades. de meclicina en las hacientes universidades.
Exigencias de carácter disciplinar y moral
--de las que no era
la última
la necesidad de la stabilitas, reclamada por las órdenes
reformadas-indujeron además a las. autoridades eclesiásticas a
limitar y sucesivamente a prohibir, durante. una serie ininterrum­
pida de Concilios, desde
el de Clermont en 1131 hasta los de París
en 1212
y de Rouen en 1214, la práctica de la medicina y la del
derecho a los clérigos,
ya sea regulares que seglares, interdicción
motivada también, como se lee
en las actas del Concilio de Cler­
mont, por las graves desviaciones que se habían verificado, aunque
no con frecuencia: «gratia lucrimedicinam addiscunt (
... ) prode­
testanda ~nia sanitatem pollicentem» (15). Pero durante todos
los siglos de la Alta Edad Media el médico monje o sacerdote
había sido
casi la única figura de terapeuta conocida y seguida con.
confianza; su desaparición fue lenta y gradnal a ~sar de las reite­
radas interdicciones de
los Concilios, lo cual confirma cuán pro·
fundamente había atraigado
0en la sociedad medieval la institución
de la medicina monástica, por cotresponder a sus más íntimas
necesidades, tanto de tipo espiritual
como corporal.
Y a desde el principio, como hemos dicho antes, el fundamento
(15) Cit., por ej., eo LAfN Ei,TRALGo, obra citada, pág. 73. Cfr. tam­
bién J. AGRIMI.C. Crusc1ANI, Malato, cit., págs. 2S.29. y 175.
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LA MEDICINA MONASTICA Y SUS ASPECTOS ·RELIGIOSOS
de esta práctica médica fue, en efecto, la phitanthropía entendida
en
sentid Schenute,
se lee que «ante tod asistencia a los enfermos
de forma que se les sirva precisamente
como a Cristo en persona, porque Él dijo: «Estaba enfermo y
me
habéis visitado» (Mat., XXV, 36) y «Lo que habéis hecho a uno
de estos pequeños me lo habéis hecho a mí»
(Mat., XXV, 40);
y en otro punto de dicha Regla se recomendaba que el cellarius
cuidara a los enfermos «con tanto amor, como si se tratara del
propio padre» ( 16
). La caridad del cristiano, que tiene el deber
evangélico de
aliviar los sufrimientos de los hermanos, la im o·
caba también Casiodoro, que ya antes de retirarse en la quietud
del
Vivarium restaurado en la corte de Teodorico, tenía el cargo
de
comes archiatrorum para justificar la invitación dirigida a sus
jóvenes compañeros a dedicarse
al estudio del arte médico. Él,
en efecto,
se refiere en esa exhortación a la beata pietas --el sen·
timiento más noble de los romanos-vivificada ahora por la
caritas cristiana, que viene a ser la raíz misma de la peritia artis
y de la eficacia de la techne (17).
Destinada
al principio sólo a los monjes enfermos, que aisla­
dos de sus cofrades para no turbar el equilibrid de las rígidas
reglas de vida,
se les curaba con los remedios que sugerían los
conocimientos médicos aprendidos en
los códigos antiguos con­
servados en los m periencia -dietas sencillas, baños, sangrías y cauterizaciones­
esta medicina monástica, inspirada en el indiscriminado amor
cristiano
por cada hombre, creado a imagen y semejanza de Dios,
(16) Para las citas del capítulo XXXVI de la Regla, cfr. ibídem,
págs. 100-101 y LA!N ENTRALGO, oh. cit., pág. 64. Para una buena edición
de la misma, enriquecida por un muy amplio comentario cfr. La Regle de
Saint Benoit,
intr., traducción y notas de A. de Vogue, textos establecidos
y presentados por J. Neufville, 6 vols., París, 1972.
(17) Cfr. F. TRONCARELLI Una pieta piU pro/onda. Scienza e medicina
nella cultura monastica medievale
italiana, en VV .AA., Dall'eremo al ceno­
bio. La. civiltá .monastica in -Italia dallé origini all'etli di Dante, con pref.
de B. Pugliese CarrateJli, Milán, 1987, pág. 704.
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se extendió muy pronto, como es natural, fuera. de la pequeña
comunidad del
claustro, cumpliendo así, de modo más completo
y total, el
precepto del amor hacia el prójimo.
Este prójimo llamaba a
las puertas de los monasterios y era
una variada y doliente humanidad, que buscaba
por el amot de
Cristo, consuelo material y
al mismo tiempo moral: enfermos,
pero también pobres, peregrinos y caminantes. Luego, con el
tiempo, enriquecidas
esas abadías gracias a las generosas donacio­
nes del pueblo cristiano y de los potentes, los . monjes tuvieron
que ocuparse también de las exigencias físicas
y espirituales de
los laicos que vivían en los
alrededores de los monasterios y les
cultivaban las tierras. A todos, en nombre del mismo Cristo que
invocaban al
pedir ayuda, se les cdncedía rápidamente el socorro
del
infirmarius y el del sacerdote. Por otra parte, si la medicina
monástica hubiese quedado relegada dentro de
los claustros no
habría tenido esa importancia fundamental en la historia del arte
médicd que todos los estudiosos le atribuyen, ni tampoco habría
podido desarrollar
esa función eminentemente caritativa que la
justificaba ante
los ojos mismos de quienes la practicaban.
San Benito en persona, había recomendado en su
Regla que
a los huéspedes que
se presentaban en el monasterid se les aco­
giera como si hubiese recibido a Cristo mismo; y ya a partir del
siglo
IX este servicio de hospitalidad empezó a perfeccionarse y
a desarrollarse, dando origen
más tarde a las grandes fundaciones
asistenciales del Occidente medieval,
gracias también a las ayu­
das y a la generosidad de los privados. En el periodo de la Alta
Edad Media casi todas las instituciones caritativas
estaban dirigi­
das y administradas
por los monjes, ya que las órdenes hospitala­
rias, cuyos miembros por otra
parte no se dedicaban habitualmen­
te a las tareas del médico, surgieron s6lo a partir del siglo XII,
cuandd la medicina monástica se acercaba ya al ocaso. Mientras
tanto, las prestaciones de los médicos monjes eran requeridas,
cada
vez más, también fuera de los monasterios y lejos de sus
hospicios
y muchos de ellos sirvieron en las eortes de reyes y
príncipes, cosa que
al final pareció perjudicial para la propia ins-
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LA MEDICINA MON.A..STICA Y SUS ASPECTOS RELIGIOSOS
títución monástica y fue en parte el origen de los vetos eclesiásti­
cos sucesivos.
Así como la cura del cuerpo no se despreciaba sino que al
contrario se practicaba con los medios humanos que hemos recor­
dado, la del álma ha sido siempre, sin embargo, la. primera pre'
ocupación de los monjes, ya sea en las enfermerías claustrales
como en
los hospicios anejos a ellas, mucho antes sin duda de
que el IV Concilio Lateranense -celebrado en 1215 cuando ya
prevalecia la tendencia a instituir una distinción cada vez más de­
finida entre quien tenía el deber de rezar y de ocuparse de la
salud del álma y quien, en cambio, por su profesión, tenla qu~
cuidar del bienestar del cuerpo-estableciera que el médico tiene
que llamar un sacerdote para la confesión del paciente
antes de
iuiciar cualquier tratamiento (18). Ya desde los orígenes de la
experiencia monástica, en efecto, se practicó esa particular «pe,
dagogla
del sufrimiento» a la: cual Gregario Magno pedía a los
enfermos que se sometieran, recordándoles que en el Apocalipsis
está escrito: «Yo reprocho y castigo a los que amo» (Ap., IH,
19; Prov., III, 11).
Introducida en el mundo por el pecado, la enfermedad, en
efecto, es un castigo en cuanto signo de la justicia de Díos, pero
es también instrumento dé su misericordia, capaz de encaminar
al enfermo hacia el retorno a El, para devolver así al hombre la
salud original del álma; «ella asume valor primario en el ámbito
de
un· tratamiento espiritual que individúa en la paciente acep­
tación y en la tácita soportación de la enfermedad, los remedios
más idóneos para derrotar a la. peste del pecado» «( 19). San Be~
nito, en su Regla, prescribió a los monjes enfermos «que tuvieran
presente
que eran curados por honor a Dios y que por tanto no
impacientaran écin sus pretensiones a los monjes que les servían ;
de todas
formas tienen que ser soportados pacientemente puesto
, (18) Para el texto del IV Concilio Leteranense, cfr. G. D. MANs1,
Sacrorum Conciliarum n(Jf}a et amplissima collectio, vol. XXII, coll. 1010:
1011.
(19) J. AGRIMI-C. CIUSCIANI, Malato, cit., ínttod., págs. 9-10.
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que por medio de ellos se gana una recompensa mayor» (20).
En esta perspectiva, por tanto, la enfermedad queda sometida a
una profunda mutación,
y, como ocasión de expiación y de asce­
sis, se transforma ella misma en medicina espiritual, no sólo para
el enfermo, que le soporta con paciencia por imitación del Cristo
doliente, sino también
para el médico y para quienes le asisten
y le curan, dándoles a todos la posibilidad de ejercer
la santa
virtud de la paciencia.
La invitación a ser pacientes durante le enfermedad se en­
cuentra continuamente en las reglas monásticas y más tarde tam­
bién en los manuales para los predicadores, como, por ejemplo,
en el de Humberto de Romans (21), donde se invita a los enfer­
mos a meditar sobre las ventajas que el sufrimiento físico aporta
al alma, recordando los modelos ejemplares de
Job y del Cristo
patiens, que sufre aunque es inocente, para cargar sobre sí mis­
mo, expíándolos, los pecados del mundo. La enfermedad, en efec­
to, evoca el conodmientd consciente de la fragilidad humana, que
el disfrute de la salud puede, en cambio, hacer olvidar; y al
es­
píritu, que habitualmente se deja arrastrar por la soberbia, le
recuerda «con el golpe que sufre en la carne» (22), la real
con­
dición en que yace. Las aflicciones del cuerpo purifican de los
pecados que
se han cometido y nos previenen cdntra los que po­
drían cometerse.
Sobre este aspecto de la espiritualidad cristiana medieval
-pero que no es sólo de la Edad Media sino de cualquier otro
tiempo si
se entiende de modo genuino el mensaje evangélico-,­
se han escritd, también recientemente, páginas muy interesantes
sobre las que habría mucho que decir. Recordemos aquí, sin em­
bargo, en el ámbito de la experiencia de la medicina monástica,
el ejemplo de Santa Hildegarda de Bingen,
.que ya en el siglo x;:n
la ilustró magníficamente, consiguiendo gran fama no sólo como
(20) Cit. ibídem, pág. 101.
(21)
Para la «pedagogía del sufrimiento» en San Gregario Magno y
en Humberto de Romans, cfr. ibídem, págs. 85-88 y 108-111.
(22)
SAN GREGORIO MAGNO, Regulae pastora/is liber, III, 12, en PL,
LXXXVII, col!. 67-70, cit., ibídem, pág. 87.
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LA MEDICINA MONASTICA Y SUS ASPECTOS RELIGIOSOS
taumaturga y mística, sino también como experta cultivadora del
arte
médico, al que dedic6 varios tratados.
«Plurimi consilium ab
ea percibiebant -se lee en la Vida
escrita por los monjes Teoddrico y Godofredo, que la conocieron
personalmente-necessitatem corporalium, quas patiebentur» (23),
y ella les aliviaba sus sufrimientos, no s6lo con sus bendiciones
síno también con los remedios que le sugerían su pericia en el
campo de la herboristería y sus conocimientos del reino animal
y mineral, bien evidentes en su célebre obra titulada Physica.
No obstante todo esto, al sufrir ella personalmente innume­
rables
y dolorosas enfermedades, Hildegarda «munivit se virtute
patientiae
et quasi eius molestiae sermo clivinus blandiretur, sup­
plicit, inquiens, tihi gratia mea; nam virtus in infirmitate prufi,
ciebatur (JI Cor., XII)» (24). En sus enfermedades rendía de
buena
gana gracias a Dios para que pudiesen renovarse en ella la
pasi6n y la virtud de Cristo y pensaba que ella debía ser su pre­
dilecta por haber merecido la prueba del dolor en su propia carne,
dispuesta a bendecir al Señor
por haber hecho renacer su cuerpo
«in venís
et medullis» con el bálsamo de la cutaci6n. El hombre,
en efecto, según afirma la abadesa de Bingeri, está compuesto de
alma y cuerpo, pero mientras el alma aspira «ad infinitatem vi­
tam», el cuerpo «caducam vitam amplectitur»; por eso Dios
«carni illius saepe dolores infligir, quatenus Spiritus Sanctus ibi
habitare possit» (25), de lo contrario,
si Él no obliga con el su­
frimiento físico a la fragilidad de la carne, ésta se deja cautivar
fácilmente por las seducciones
del pecado.
En este contexto, las órdenes reformadas, de modo especial
los cistercienses, han mantenido frente a la enfermedad física una
postura
más rígida respecto del movimiento benedictino original,
hasta llegar a
la severidad de Pedro Comestor, para el cual «los
que cuidan
la salud de su cuerpo no pertenecen a la escuela del
Salvador sino a la
de Hip6crates» (26), mientras San Bernardo
(23) Cit. en PL, cure, con. 105.
(24) Ibídem, col!. 111.
(25) Ibídem,
col!. 113.
(26) Cit. en
J. AGRIM1.C. C!uscIANI, Malato, cit. pág. 91.
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FRANCESCO LEONI
exhortaba a sus cofrades, . con . acento acongojado a que curaran
sobre todo la salud del alma: «Amadísimos hetmanos -escribe
en una carta-empeñaos, pues por esta salud, buscadla con avi­
dez, conservadla con firmeza» (27). La ambivalencia que presenta
por tanto la enfermedad y que a veces iofluencia
la valoración
misma de la utilidad de la medicina humana y la actitud que hay
que recomendar a los enfermos, efecto en cualquier caso de la
indestructible relación jerárquica instaurada entre
alma y cuer­
po, entre
salus y sanitas, lleva consigo el riesgo de que la búsque­
da de
una de las dos comprometa a la otra. La adquisición de la
salvación espiritual puede pasar a veces a través de la renuncia de
las exigencias del propio cuerpo, «pero. no del cuerpo de otro,
ya
que el hecho de dedicarse a aliviar los sufrimientos de los demás,
es
-así como soportar con paciencia los propios-instrumento
importante
para las salus animae» ( 28 }.
Si el cristiano, por consiguiente, logra tolerar con paciencia
sus propias enfermedades físicas y en algunos casos extremos no
intenta siquiera eliminarlas, tendrá siempre, sin embargo, la obli­
gación de facilitar
tdda la ayuda posible al prójimo, incluida la
que pueden permitirle sus conocimientos médicos, aunque
con
la obligación moral y religiosa de advertir a los enfermos que
sean pacientes
y que ofrezcan sus penas a Dios. en expiación de
sus propios pecados y
de los ajenos. «La trama de relaciones que
entrelazan entre Dios, enfermedad, pecado, destino del
alma, suer­
te
del. cuerpo, se expresa así en la. fruición de la fragilidad física
para el saneamiento del aLma y en la constatación de la potencial
bondad de
un Dios que ·golpea y cura con actos gratuitos, mila­
grosos, incluso en el ejercicio efectivo de las acciones· asistencia­
les a favor de lds enfermos, que son encarnación de Cristo» (29).
En dicha perspectiva, Hildegarda, si bien exhortó frecuentemen­
te a soportar con paciencia cristiana, no dejó de dedicarse con
amor y diligencia al estudio de la naturaleza para sacar provecho
(27) Cit. ibldem.
(28) J. AGRIMI-C. CRISCIANI, Medicina del corpo e medicina dell'anima.
Note sul
parere medico fino all'inizio del secolo, XIII, -pág. 19.
(29) Ibldem, pág. 21.
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LA MEDICINA MONA.STICA Y SUS ASPECTOS RELIGIOSOS
de las nocione,¡ que habrian. pmlido ser útiles taml;>ién a la salud
física de sus hetiriariós; rea!izkdo así, incluso en sü actividad
médica ejercida por amor a
Dios, d ideal de ágape.
Caracterizada,·. pues por ·la• caridad· cristiana, ,por el empirismo
terapéutico y también por un abaodono confiado en la divina
Providencia, que siempre
podía operat un milagro donde .los me­
dios humanos habían demostrado su impotencia, la
medicina mo:
nástica de los llamados «siglos oscuros» -pero qüé ahota sabe­
mos en cambid que no eran tan escasos de luz, !anto, espiritual
como intelectual, a
pesa, \le la . .indudable decadencia ele la civili­
zación debida
'al hundimiento del Imperio r~~n? y a la in,u~ón
de .lQs jóvenes J?Ueblos. bárbatos-,-, realizó, s,eglÍn fa mentaJiclad
medieval, el modelo más ¡,ertecto de :asistencia médica cristiana,
tal y como se había
configuradd a la luz del 11\ensaje evangélico,
o al. menos intentó. realizarlo. oon sus esfµexzog: más. noblei;, que
luego los abusos a que nos hemos
referido•no füu,:'di: obscurecer.
La medicina, en efecto, era promovida directamente por el amor
hacia
el hombre en Dios, eta igualitaria y gtatµita; ¡ora exquisita
en
el sentido etimológico de la palabra y proporiionada a las po­
sibilidades económicas de \>Ida monasterio. A pesar de las preva­
ricaciones, sietnpre posib1es considerácla"la debilidac! humana -de
la cual los monjes, por otra parte, tenían plena conciencia.,.,-: y el
inqudable, carácter rú.stico ele los trataI¡lientos, «el mdn~sterio de
la Alta Edad Miedia ha sido -seg.fu .di~a' Laírf Entralg<>'-una
isla
de auténtica vida cristiana en medio de una . socied~d en la
que· el· cristianismo· •estaba . todavía. bárbaro y variadamenté mez­
clado con los intereses de la estirpe y del mundo. Péido' menos
en
lds casos cercanos a la norma ideal» (30), que'nó fueron pocos,
como lo demuestra la «cacléna áurea» de los mo,nasterlos europeos
y su espléndida historia: Montecassino, San
G~Ígo'. Poitiers, Li­
sieux, Boissons, Lyón, Reims, Fulda, Reichenau, Hirs,rur, Bohbio,
Cremona, Vicenza, Silos, la escuela de
Chai:tres }' tantos otros.
J30L ),'. LAíN ENTRALGO, obra cit., pág. 71. :;,,
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