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Número 309-310

Serie XXXI

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La Iglesia y Galileo. (Fragmento del discurso de S. S. Juan Pablo II a la Academia Pontificia de las Ciencias)

LA IGLESIA Y GALILEO
(FRAGMENTO DEL DISCURSO DE S. S. JUAN PABLO II A LA ACADEMIA
PONTIFICIA DE LAS CIENCIAS)
En el centro del debate surgido en tomo a Galileo se hallaba
una doble cuesti6n.
La primera es el ocden epistemológko, y se refiere a la her­
menéutica biblica.
A este respecto, conviene destacar dos pun­
tos. Ante todo, como
la mayor parte de sus adversarios, Galileo
no hizo distinción entre el análisis científico de los fenómenos
naturales y la reflexión acerca de la naturaleza, de orden filosó­
fico, que ese análisis por lo general suscita.
Por esto mismo,
rechazó
la sugerencia que se le hizo de presentar como una hi­
pótesis el sistema de Copérnico, hasta que fuera confirmado con
pruebas irrefutables. Esa era, por lo . demás una exigencia del
método experimental,
de la que él fue el genial iniciador.
Además, en la cultura de esa época por lo general se acepta­
ba que
la representación geocéntrica del milndo concordaba ple­
namente con la enseñanza de la Biblia, en
las que algunas expre­
siones, tomadas a la letra, parecían constituir afirmaciones de
geocentrismo. Así, pues, el problema que se plantearon los teoló­
gos de entonces era el de la compatibilidad del heliocentrismo
y la Escritura.
De esa forma, la nueva ciencia, con sus métodos y la libertad
de investigación que suponían, obligaba a los teólgos a inte­
rrogarse acerca de sus propios criterios de interpretación
de· la
Escritura. La mayoría no supo hacerlo.
Paradójicamente, Galileo, creyente sincero, se mostró en este
punto más perspicaz que sus adversarios teólogos. «Aunque la
Escritura no puede errar
-escribe a Benedettd Castelli-, con
todo
podría a veces errar, de varias maneras, alguno de sus in­
térpretes y expositores» (Carta de 21 de diciembre de 1613, pu­
blicada en
Edizione nazionale de/le Opere di Galileo Galilei,
A. Favaro, 1968, vol. V, pág. 282). Se conoce también su carta
a Cristina de Lotena (1615), que es como un pequeño tratado
de hermenéutica bíblica
(ib., págs. 307-348).
Podemos
ya aquí· extraer una primera conclusión. La irrup-
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DISCURSO DE S. S. JUAN PABLO 11
ción de una nueva manera de afrontar el estudio de los fenóme­
nos naturales impone
un esclarecimiento del con¡unto de las
disciplinas del saber .. Y las obliga a delimitar mejor su campo
propio, su ángulo de
análisis, sus métodos, así como el alcance
exacto de sus conclusiones. En otras palabras, esta aparición
obliga a cada una de las disciplinas a tomar conciencia más ri­
gurosa de su propia naturaleza.
El viraje provocado por el sistema de Copérnico exigió, así,
un esfuerzo de reflexión epistemológica sobre las ciencias bíbli­
cas, esfuerzo que produciría más . tarde frutos abundantes en
fo,.. trabajos exegéticos modernos y que .encontró en .la constitu­
ción conciliar Dei V erbum una consagración y un nuevo impulso.
La crisis que acabo . de evocar no fue el único factor que tuvo
repercusiones en
la interpretación de la Biblia. Aquí nos referi­
rr.os al segundo aspecto del problema: el aspecto pastoral.
En virtud de su misión propia, la Iglesia tiene
el deber de
estar atenta a las incidencias pastorales de su palabra. Conviene
aclarar, ante todo, que esta palabra debe corresponder a la ver­
dad.
Pero se trata de saber cómo tomar en consideración un
dato científico nuevo,
cuando parece contradecir alguna verdad
de la fe.
El juicio pastoral que requería la teoría copernicana
era dííícil de emitir, en la medida en que el geocentrismo parecía
formar parte de
la misma enseñanza de la Escritura. Hubiera
sido necesario, al
mis.-tiempo, vencer la fonna· común .de pen­
sar, inventando una pedagogía
capaz de iluminar. al pueblo de
Dios. Digamos, de manera general, que
el pastor debe mostrarse
dispuesto a una auténtica audacia, evitando un doble escollo:
el de la actitud de
timidez, y el de un juicio apresurado, pues
ambos pueden hacer mucho mal.
Podrlamos recordar aqul una
crisis análoga a la que acaba­
mos de citar. En el siglo pasado, y a comienzos del nuestro, el
progreso de las ciencias históricas permitió adquirir nuevos co­
nocimientos sobre la Biblia y sobre el ambiente biblico. El con­
texto racionalista en que, por lo común, se presentaban las ad­
quisiciones, pudo hacerla parecer como perjudiciales para la
fe cristiana. Algunos, preocupados por defender la fe, pensaron
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A LA ACADEMIA PONTIFICIA DE LAS CIENCIAS
que había que rechazar conclusiones históricas seriamente fun­
dadas. Se trató de una decisión apresurada y desafortunada. La
obra de un pioneto como el padre Lagrange supo aportar
el
discerninúento necesario sobre la base de criterios seguros.
Es preciso repetir aquí
lo que ya dije antes. Los teólogos
tienen
el deber de mantenerse habitualmente informados acerca
de las alquisiciones científicas
para examinar, cuando el caso lo
requiera, si es oportuno o nC> tomarlas en .cuenta en su reflexión
a realizar revisiones en su enseñanza.
Si la cultura contemporánea está marcada por una tenden­
cia al cientificismo, el horizonte cultural de la época de Galileo
era unitario y llevaba impresa la huella de una formación
filo­
sófica particular. Ese carácter unitario de la cultura, que en sí
es positivo y deseable aún hoy, fue una de las causas de la con­
dena de Galileo. La mayoría de los teólogos no percibía la dis­
t:nción formal entre la sagrada Escritura y su interpretación, y
ello llevó a trasladar indebidamente al campo de la doctrina de
la
fe una cuestión que de hecho pertenecía a la investigación
científica.
En realidad, como ha recordado
el cardenal Poupard, Rober­
to Bellarmino, que había percibido
el verdadero alcance del de­
bate; consideraba por su parte que, antes eventuales pruebas
científicas de que
la tierra gira en tomo al sol, se debía «inter­
pretar con una
gran circunspección» todo pasaje de la Biblia que
pareciera afirmar que la tierra está inmóvil
y «mejor decir que
no
lo comprendemos, en vez de afirmar que lo que se demuestra
es falso»
(Carta al padre A. Foscarini, 12 de abril de 1615; d.
o. c., vol. XII, pág. 172). Antes que él, la misma sabiduría y
el mismo respeto hacia la Palabra divina habían inspirado a
san Agustín, cuando escribía: «Quien a una
razón evidente y se­
gura contrapone la autoridad de la sagrada Escritura da mues­
tras de no comprenderla de modo correcto. No es el sentido
genuino
de la Escritura lo que o)?one a la verdad, sino el sentido
que
él le quiso dar. Lo que opone a la Escritura no es lo que
está en ella, sino lo que él ha puesto en ella, creyendo que
cons­
tituía su sentido» (Epistula 143, n. 7; PL 33, col. 588).
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DISCURSO DE S. S. J.UAN PABLO 11
Hace un siglo, el Papa Le6n XIII se. hacia ero de ese con­
sejo en su encíclica Providentissimus Deus: «Dado .que la verdad
no puede de ninguna manera contradecir a la verdad, podemos
estar seguros
de que un error se ha introducido sea en la inter­
pretaci6n de las palabras sagradas,
.sea en otro lugar de la discu­
si6n» (Leonis XIII Pont. Max. Acta, vol. XIII, 1894, pág. 361}.
El cardenal Poupard nos ha recordado también que la sen­
tencia del año 1633 no era irrevocable y que el debate, que no
había dejado de desarrollarse, se concluy6 en 1820 con la con­
cesi6n del imprimatur a la obra del can6nigo Settele ( d. Ponti­
ficia Academia Scientiarum,
Copernico, Galiei e la Chiesa. Fine
della controversia 1820. Gli atti del Sant'Ufficio, publicado bajo
la direcci6n de W. Brandmüller y E.
J. Greipl, Florencia, Olschki,
1922). A
partir del siglo de las luces y hasta nuestros días, el caso
de Galileo ha constituido 'una especie de mito, en el que la ima­
gen de los sucesos que se ha creado estaba muy lejos de la rea­
lidad. En esta perspectiva, el caso de Galileo era el símbolo del
supuesto rechazo del progreso científico por parte de la Iglesia,
o del oscurantismo
«dogmático» opuesto a la búsqueda libre de la
verdad. Este mito ha
desempeí'íado un papel cultural notable ;
ha contribuido a infundir en muchos científicos de buena
fe la
idea de que existe incompatibilidad entre el espíritu de la
cien­
cia y su ética de la investigaci6n, por un lado, y la fe cristiana,
por otro. Una trágica y recíproca intomprensi6n ha sido inter­
pretada como el reflejo de una oposici6n constitutiva entre
cien­
cia y fe. Las aclaraciones aportadas por los estudios históricos
recientes nos permiten afirmar que ese doloroso malentendido
pertenece
ya al pasado.
De[ caso de Galileo se puede extraer otra enseñanza que si­
gue siendo actual con respecto a situaciones análogas que se pre­
sentan hoy y pueden presentarse mañana.
· En tiempos de Galileo era inconcebible imaginar un mundo
que estuviese privado de
un punto de referencia físico absoluto.
Y como el cosmos entonces conocido, por decir así, se hallaba
contenido totalmente en
el sistema solar, no se podía situar ese
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A LA ACADEMIA PONTIFICIA DE LAS CIENCIAS
punto de referencia m¡\s que en la tierra o en el sol. Hoy, des­
pués de Einstein, y en la perspectiva de la cosmología contem­
poránea, ninguno de esos dos puntos de referencia reviste la
importancia que tenía entdnces. Esta. observación, como es obvio,
no se refiere a la validez de la posición de Galileo en el debate ;
pero indica que, con frecuencia, por encima de las
dos visiones
parciales y opuestas,
exite una visión más amplia que las inclu­
ye y supera a ambas.
Otra enseñanza que se saca es el hecho de que las diversas
disciplinas del saber requieren métodos diversos. Galileo, que
fue quien inventó prácticamente el método experimental,
había
comprendidd, gracias a su intuición de físico genial y apoyándose
en diversos argumentos, por qué sólo el
sol pedía desempeñar
la función de centro del mundo, tal como entonces
se conocía,
es clecir, como sistema planetario. El wor de los teólogos de
entonces, cuando sostenían que el centro era la tierra,_ consistió
en pensar que nuestro conocimiento de la estructura del mundo
físico, en cierta manera, venía impuesto por el sentido literal de
la sagrada Escritura.
Pero es necesario recordar la célebre afir­
mación
atribuida a Baronio: «S piritui Sancto mentem fuisse nos
docere quomodo ad coelum eátur, non quomodo coelum gra­
diatur». En realidad, la Escritura no se ocupa de detalles del
mundo
físico, cuyo conocimiento está confiado a la experiencia
y los
ruonamientos humanos. Existen dos campos del saber: el
que tiene su fuente en la Revelación y el que la ruón puede
descubrir con sus solas fuerzas. A este último pertenecen las
ciencias experimentales y la filosofía.
La distinción entre los dos
campos de] saber no debe entenderse comd una oposición. Los
dos sectores no son totalmente extraños el uno al otro, sino que
tienen puntos
de encuentro. La metodología propia de cada uno
permite poner de manifiesto aspectos diversos de
la realidad.
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