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Número 309-310

Serie XXXI

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Alfonso Bullón de Mendoza: La primera guerra carlista

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Bullón de Mendoza, Alfonso: L.t PRIMERA GUERRA
CARLISTA
(*)
Por principio, ardua tarea la de someter a la sinopsis de una
recensión, una obra (la tesis
doctoral del autor) redactada acorde
con los cánones que
tanto enriquecen esta académica. clase de
trabajos,
pletórica de datos y de referencias documentales. Con­
vendrá advertir en favor del lector no especializado, a quien van
dirigidas estas líneas, un rasgo sobresaliente. en la concepción
de
esta obra. El trascender temáticamente, y. con mucho, lo enuncia­
do en su título,
para cubrir su contenido, además de una reseña
de la
guerra romántica por excelencia, antecediéndola con un por­
menorizado análisis de los factores desencadenantes del conflicto.
Una exposición
complementada con un historial de las vicisitudes
ideológicas vividas, en
sus primeros años de existencia, por un
movimiento doctrinal que bajo enseña
y membrete tradicionalista
sobrevive enarbolando contra viento
y marea los ideales consti­
tutivos del trilema
Dios, Patria y Rey.
Premuras de espacio aconsejan excluir de esta revisión comen­
tarios sobre el tema central
y sustantivo de la obta, la guerra de
los siete años, narrada con la autoridad, solvencia y competencia
de guíen como el profesor Bullón, hijo y nieto de historiadores,
tiene
.a sus 29 años publicados cinco . sólidos tomos, más una
veintena
larga de ensayos, sobre el trasfondo histórico del carlis­
mo. Por mor de la btevedad, también pasarán sin
comentario
aspectos del conflicto, no bien conocidos y aquí tratados a fondo.
Por ejemplo, la drástica e inmisericorde limpia de «carlinos»
d
precarlistas, expulsándolos de puestos claves del Ejército y la Ad­
ministración, llevada a cabo
por el ministro Cea Bermúdez, en el
iiltimo ministerio de Fernando VII. Un detonante de primera
magnitud
para, con la entrada de los liberales en el poder, provo­
car el
estallido de la guerra civil, contándose entre las omisiones
en esta reseña la
ditnensión de la intervención militar anglo-fran­
co-portuguesa, en ayuda del bando isabelino.
{*) ACTAS, Madrid, 1992, 701 págs.
Verbo, núm. 309-310 (1992), 1171-1179
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA.
Los porqués de la guerra.
Esta revisión inicia su curso por otros derroteros, adenrrán­
dose
por las vertient;es ideológicas de la conflag¡,ación siguiendo
los rumbos de la tarea acometida en este campo por el joven pro­
fesor, Hombre muy de su tiempo ajusta el punto de mira de sn
análisis a los imperativos impuestos por el transcurso del tiempo
partiendo de una premisa esencial: «Carlistss e isabelinos se
en­
frentaron no sólo por una cuestión dinástica, sino en defensa de
dos modelos de sociedad».
En
efectd, y cada bando del snyo propio. Evafoado el con·
tencioso desde perspectivas actnales,
cuesta trabajo creer se origi­
nara en un pleito sucesorio, suscitado en
el marco de la misma
familia
o dinastía, al derogarse una ley exógéna que hnbiera ce­
rrado el paso al trono a Isabel la Católica. Enmarañada cuestión
jurídica, aquella de la legitimidad de . origen, aun hoy con tantas
ccinclusiones como juristss la acometen. Desprovista en el mejor
de los casos
del tirón emocional preciso para, en desigual partida,
impulsar a jugarse la vida a una
significativa porción del pueblo
español, dada a razonar sus actos movida
por categorías políticas
muy elementsles.
Lo ventilado en la contienda aflora en este libro
con suficiente clatidad al presentar a un bando combatiendo por
la Constitución y las reinas, y al otro por un Dios y por
un rey,
que encarnaba el ideal de
la monarquía católica y tradicional, por
más que en ld referente a la parria, el otro miembro del lema,
tendremos que convenir en
que ambas facciones lucharon por
una versión particular del concepto;
Para
obviar la rémora . del escaso espacio. disponible, se con­
cenrrará la revisión de la . totslidad del· texto a la última parte
de la obra, la más susceptible de coincidir con lds intereses · de
los lectores de
VERBO. . ·
¿ Una guerra religiosa?
Por supuesto. Y, la densa connotación de. confrontsción con­
fesional adaptada. desde sus inicios por el conflicto no pudo me­
nos que proyectarse al ámbito institucional de la Iglesia. Como
sucedería después en la guerra tamhiérdratricida de 1936-1939,
calificada al unísono por
el pontífice y su iglesia como Cruzada,
quedando en la obra suficientemente despejado, fue religioso el
Deus ex machina de la primera guerra carlista y el magno ingre-
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INFORMA.CION BIBLIOGRA.FICA.
diente difetenciador entre el bando legitimista o contrarrevolu­
cionario
y el gubernamental.
Cuestión abordada
in extenso y con claridad por el profesor
Bullón, con
la relevancia que merece, en los apartados del capí­
tulo
VIII ( «La ideología carlista») titulados de modo enorme­
mente sugerente «La guerra», «Relaciones entre
la Religión y la
Política» y «La Religión como factor de estabilidad». En esta parte
de su obra el autor resalta con erudito vigor lo que significó su
guerra para el combatiente
por don Carlos:
« Una lucha por uno de los primeros y fundamentales dere­
chos del hombre: el derechd a poder continuar siendo él mismo,
a no tener que cambiar sus tradiciones, ni su forma de vida
y
pensamiento. Y esa defensa de la tradición en contra del libera­
lismo explica que en sus filas se encuentren miembros de los más
diversos sectores sociales, por
no defenderse intereses concretos
sino toda una forma de entender el mundo»
(pág. 648).
El principal motivo generador de aquel alzamiento, sin el
apoyo
de una sola unidad militar a su lado, no fue otro que una
reacción eminentemente popular contra una amenaza revolucio­
naria. El pueblo que pudo alzarse, se alzó en defensa de su reli­
gión, de sus libertades, si no las hoy entendidas por políticas, en
amparo de sus
libertades tradicionales, en el área municipal, re­
gional y las que perecieron con la supresión de los gremios.
La Iglesia y el Estado.
En la obra se da por inevitable el que los principios y las
señas de identidad
enarb,olados por los bandos en pugna conlle­
varon el instantáneo brote
de tensiones entre la Santa Sede y el
Estado español.
En las relaciones entre ambas. potestades se hizo
notar como elemento
perturbador el hecho de no ser reconocida
Isabel
II como reina de los españoles por el arzobispo primado
de Toledo, cardenal Inguanzo, ni por el papa Gregorio
XVI
(1831-1846), postura adoptada por dos razones de a cual más peso.
Ajustada la primera,
por un lado, a no ser otro el sentir de la
mayoría
del pueblo español, de acuerdd con su clero, extremo
explicitado en varios pasajes del libro, y por
otro, en función de
las exigencias de la política vaticana, que como soberano de los
aun extensos Estados
Pontificids, obligaron al pontífice a patro­
cinar
y secundar la política antiliberal impuesta a Austria por su
canciller Metternich.
El profesor recalca y pone muy de relieve
la posición ambigua
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lNFORMACION BIBLIOGRAFICA
y hasta contradictoria, pero comprensible al mismo tiempo, man­
tenida mientras pudo por Gregorio XVI: «No parecía lógico
-apunta Bullón-que se inmiscuyera en una guerra civil dando
su apoyo a uno de los bandos, y
más cuando por el momento
ambos
se declaraban firmes defensores de la religión católica».
Por el momento y
nd por mucho tiempo. Para finalmente
verse el pusilánime pontífice forzado a tomar partido e inmiscuir­
se,
como ocurrió en 1936, ante el aluvión de maltratos y vejacio­
nes perpetrados contra la
iglesia espafiola, por los gobiernos libe­
rales, más radicales y masones cada
vez.
Empezando por la espantosas degollinas de frailes de 1834,
en Madrid y en otras capitales, ante la pasividad de las autorida­
des y la disolución en 1835, año de otra matanza de religiosos,
de la Compañía de Jesús pdr el gobierno ultraradical del conde
de Toreno. Preludio del golpe maestro asestado a la Iglesia en
1836,
por la desamortización ( «inmenso latrocinio» para Menén­
dez Pelayo) decretada por el ministro gaditano Alvarez Mendes (a)
Mendizábal, al igual que la practicada por la Revdlución francesa,
su modelo.
La medida · cercenó las posibilidades de triunfo de la causa
carlista sin provocar su
derrota. Generó o potenció una clase
terrateniente, conservadora en origen, vinculando
la· posesión de
sus mal adquiridos bienes al triunfo liberal. Dilapidándose en
el trance una inmensa riqueza monumental e inmobiliaria,
cum­
pliéndose a tan alto precio el principal objetivo asignado en el
preámbulo del decreto desamortizador: «Crear una copiosa fami­
lia de propietarios, cuyos goces y cuya existencia se apoyen en el
triunfo de nuestras instituciones».
.
Una suma de irreverentes provocaciones y sacrílegas demasías
consumadas desde el poder civil de suficiente entidad
para inci­
tar al sufrido Gregorio XVI a romper en octubre de 1836 las
relaciones diplomáticas con
el gobierno español. Una medida con­
tribuyente a consolidar y dar estado oficial a un curiosísimo epi­
sodio de la guerra carlista, y de la historia de la Iglesia española,
tratado por Bullón con esmerado pormenor en
el apartado «El
episcopado español durante la guerra», a mi juicio, uno de los
más sustanciosos aporres a la historia del carlismo.
La Iglesia en el campo -ca~lista.
La ruptura vaticana con el gobierno de Madrid le permitió
al Papa regularizar de inmediato la situación creada por la huida
de prelados y religiosos desde zona gubernamental a
la carlista,
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
en especial a Navarra. y a las Provincias Vascogandas, desprovis­
tas entonces de sede
episcopal y dependientes de ·la. diócesis de
Calahorra. Así fue como autorizados por el Papa para seguir ejer­
ciendo su magisterio con plenitud de derechos, se domiciliaron
in partibus fidelium varios obispos que se consideraron forzados
a abandonar sus sedes huyendo de la persecución liberal. Penosa
decisión adoptada desde
. el primer momento por monseñor Abar­
ca, obispo de León, pasado desde el prliner niomento a zona car­
lista, ocupando importantes cargos en la corte itinerante de don
Carlos, desde
la presidencia del consejo de ministros a la titula­
ridad de
la cartera de Gracia y Jusricia. Ejemplo más tarde imita­
do por los obispos de Mondoñedo y Orihuela, presentándose más
tarde, tras distanciarse de su sede de
La :Habana, fray Cirilo
Alameda, arzobispo de Cuba.
Sin quedar desasistidos por
un. clero afín a sus credos los fie­
les residentes en territorios catalanes y valencianos bajo control
carlista. Los carlistas catalanes quedaron adscritos a efectos ecle­
siásticos a la jurisdicción del Dr. Bartolomé Torrabadella, rector
de
la universidad catalana de Cervera, fija su sede en el monasterio
de La Portella, refugio en 1838 de
)os obispos de Solsona y Lé­
rida. Encontrando albergue para sus cuitas, bajo la autoridad del
obispo de
Orihuela, y con el beneplácito de la Santa Sede, el
cabildo catedralicio de Tortosa en pleno,.en el bastión de Morella,
en el Maestrazgo,
cuartd general del caudillo tortosino Cabrera.
La actuación de estos prelados al servicio de una Causa, para
ellos eminentemente .. religiosa,. como indica el profesor Bullón,
potenció aún
más, si cupo, el signo confesional de la contienda.
Un sentido enérgica y
reiteradamente subrayado por monseñor
López Barricón, desde Dios sabe donde, obispo in partibus de
Mondoñedo, en
. pastorales dirigidas a sus fieles en Navarra y
Vasconia:
«Carlistas
--exhortaba en una· de ellas-pelead hasta la
muerte por vuestro Dios, por vuestra Religión, por vuestras
le­
yes, por vosotros mismos y por el bien .del mundo entero». In­
.sistía más adelante: «Entendedlo de una vez, oh amadfsimos pe­
cadores, entendedlo bien. Esta causa es de Dios: esta guerra no
es de Nación a Nación, de un Reino contra otro, ni de una pro­
vincia de España contra otra, sino de buenos contra
malos»
(pág. 569).
«El
carácter de la guerra como cruzada contra el infiel, es
condición declarada por el propio don Carlos en incontables oca­
siones. Solemne cual ninguna al dirigirse a Su Santidad, en marzo
de 1838, anunciando-ser
su guerra una guerta santa, porque tra-
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JNFORMACJON BIBLJOGRA.FICA.
taba de salvar la Religión en España, bajo la protección de la Vir­
gen de los Dolores, generalísima (sic) de sus ejércitos» (pág. 513).
Balance final.
La situación de la Iglesia al otro lado de los parapetos, en el
campo cristiano o
liberal, según noticias consignadas en la obra,
devino
más que dificil, mala de solemnidad, estado en nada me­
jorado al reunirse ambas iglesias al darse por terminada la con­
tienda. Permitiéndome apostillar,
por mi cuenta y al respecto,
que
en radical contraste con el resultado de nuestra última guerra
civil, en 1939,
de la que la Iglesia renació robustecida, con las
vocaciones
en auge y depurada por la sangre vertida por millares
de mártires no combatientes.
Por contra, de la concluida en V et·
gata en 1839, la Iglesia salió depaupetada, económicamente de­
pendiente
de un podet civil con frecuencia reticente cuando no
hostil,
y cuestionada en magisterio y autoridad en ambientes ur­
banos
y proletarios. De ah! que en sus «Heterodoxos» se refirieta
Menéndez Pelayo «al
influjo desastroso (en la Iglesia) de aque­
llos triste siete años» y que años después escribiera Jaime Balmes
en
su revista El Pensamiento de la Naci6n: «La iglesia española
en endeteza rápidamente
no a la ruina, sino al anonadamiento»,
pronóstico incumplido gracias a haCetSe Narváez con sus «mode­
rados» con las riendas del poder.
Como en tantos otros aspectos, la desamortización incluida,
la España libetal, con la designación directa por el gobierno de
turno de los merecidamente llamados «obispos intrusos», había
repetido durante la guerra y la posguetra el escandaloso episodio
de los llamados «obispos constirucionales», nombrados
por la Re­
volución francesa en la cresta del pleamar revolucionario. En la
obra se recogen razonadas denuncias de representantes del cleto
español del tiempo, acusando al gobierno de Madrid de
implo,
herético, cismático, usurpador, sact!lego, ladrón, inmoral, déspo­
ta y tirano (págs. 511 y 571 ). Sin embargo, no es del todo catas­
trófica la evaluación global del
. suceso por el profesor Bullón,
como buen historiador,
no muy dado a dramatizar, al resumir el
episodio de acuetdo con las conclusiones del
P. Cárcel Orti, con
ánimo conciliatorio con
la verdad de los hechos:
«No estará de
más recordar que tanto los eclesiásticos que
tomaron partido
por don Carlos, como los que lo hacen por la
Reina,
no son sino una pequéñá minoría, pues la mayor parte del
clero trata de permanecer,
en la medida que le es posible, al mar-
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
gen de la contienda. Así, lo digno de resaltar no es que la Iglesia
pudieta desear el triunfo de
don Carlos, sino que sus miembros
hicietan tan
poco para conseguirlo» (pág. 544 ).
LUIS LAVAUR.
AA.VV.: DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Y REALIDAD SOCIO-ECONOMICA (EN
EL CENTENARIO
DE LA "RERUM NOVARUM") (*)
Con motivo del centenario de la enclclica Rerum novarum
del Papa León XIII, y secundando la iniciativa de Juan Pablo II
que había declarado 1991 «El año de la doctrina social de la
Iglesia», la Facultad de Teología de la Universidad de Navarta
dedicó su ttadicidnal Simposio Internacional al tema Doctrina so­
cial de
la Iglesia y realidad socio-econ6mica ( en el Centenario de
la Rerum novarum).
Durante
los días 3 · a 5 de abril, se reunieton en la sede de la
facultad
de Teología cetea de doscientos participantes, entte los
que se encontraban especialistas
en distintas ciencias -filósofos,
juristas, historiadores-, entte los cuales tuvieron un especial re­
lieve, como eta
de espetar, los te6logos y economistas.
El grueso volumen que ahora reseñamos publica en mil dos­
cientas páginas las actas de dicho simposio: ponencias comunica­
ciones, sesiones de diálogo y
debate: Constituye así una valiosa
aportación a la reflexión sobre
la doctrina social de la Iglesia, por
su
rigor científico y la pluralidad . que caracteriza a las cuestiones
abordadas.
El libro se divide en cinco partes. Acto de apettura, ttes ca­
pítulos con las sesiones de cada uno de los días y el Acto de
Clausuta.
La Confetencia de Apettura estuvo a cargo del Carde­
nal de Madrid, don Angel Suguía. Con el título
Balance y pers­
pectiva de l,z Doctrina social de la Iglesia, plantea la cuestión del
sentido de la doctrina social
de la Iglesia desde la Rerum nova­
r•m, así como los nuevos retos con que se enfrenta en la actuali­
dad
«la respuesta cristiana a la desttucción del hombre que la
nueva cultura iba a provocar para «proponet a la Iglesia y a la
sociedad contemporánea
un modo de comprendet al hombre».
De esta forma el Presidente de la Confetencia Episcopal Españo­
la daba el marco. de reflexión para los sucesivos días de .estudio.
En el primeto de los capítulos el profesor Setgio Belardinelli,
(*) Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1991, 1.200 págs.
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