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Número 333-334

Serie XXXIV

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El ayer y el hoy de la mujer cristiana

EL AYER Y EL HOY DE LA MUJER CRISTIANA
POR
] OSÉ ÜRLANDIS
l. La revolución femenina.
La posición de la mujer en el mundo occidental ha experi·
mentado a
lo largo del siglo xx un cambio auténticamente revo­
lucionario, después de haber permanecido sustancialmente inalte­
rada durante un larITTrlsimo período de la historia. A principios
de
la presente centuria· los periódicos se ocupaban a menudo,
sobre todo en los países anglosajones, de
las actividades, de las
célebres
«sufragistas», que ludiaban por conseguir para la mujer·
el derecho al voto y que pueden considerarse como la primera
expresión socialmente significativa del feminismo militante. En
la España
de los «felices años veinte», .además del insólito es pee•
táculo de alguna señora que fumaba, llenando de asombro a los
niños de
. mi generación, .eran noticia relevante en la prensa la
primera mujer que ingresó en el Cuerpo
.diplomático o la primera
que obtuvo el título de ingeniero industrial, doña Pilar Careaga,
una distinguida dama bilbaína, que con
el tiempo • llegaría a ser
alcaldesa
· de su ciudad natal,
Y ci mismo puedo dar testimonio de que, en la década de los
cu~enta, cuando obtuve una cátedra en la Facultad ,de Derecho
de la Universidad de Zaragoza, el número de alumnas podía con­
tarse con los
ded primer banco del aula y al .estrenarse el nuevo edificio ,d,: la Fa-•
cultad, en 1946, mientras los alumnos rtci tenían, previsto. otro
lugar de espera o esparCÍl;DÍento. que los. pasillos y el ibar, las
alumnas
disponían de un ber¡n9sa sala, dignamente amueblada,
Verbo, núm. 333-334 (1995), 241-253 241
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, /OSE ORLANDIS
reservada en exclusiva para ellas y en las que los estudiantes va­
rones tenían tetminantemente prohibida la entrada. Por aquellos
tiempos, mi recordado amigo y colega, el profesor Nicolás Ramiro
Rico, catedrático de Derecho Político, tenía institucionalizado
el
que llamaba «aprobado 'fenieruno»: tod\i alumna, por el hecho
de ser mujer, tenía aprobada
la asignatura; un buen examen po­
día en todo caso mejorar la calificación.
La segunda mitad de esté siglo
ha presenciado la irrupción
masiva de la mujer en las más variadas parcelas de la actividad
profesional: las aulas de las Universidades albetgan a menudo
más
alumnas que alumnos, y son legión las mujeres"en la abogacía, la
judicatura o la administración pública; la mujer arquitecto, la
periodista o
la · empresaria ejetcen sus profesiones ·con igual com­
petencia que· sus colegas varones. El propio terreno de fa vida
públicahaabietro sus puertas de·par en par a-las-mujeres: algunas
oome,Golda Meir, Indira Ghandi, Margaret Thachter o Benarir
Bhutto, han estado o están al frente de los gobiernos de sus res­
pectivos ,países, y son tantas fas mujeres ministras, diputadas o
concejalas, que
el hecho no produce ya fa menor extrañeza.
2. · La teología de la mujer-
La ptesencia de la mujer en las más· diversas actividades de
la
,,ida social constituye ún fehómeno altamente positivo, que
puede enriquecet''sobremanera la existencia de l~s ~ociedades hu­
manas, y así ha sido considerado por pefs911alidades insignes de
la Iglesia
contemporánea. Hace ya más dé un .'curu:to de siglo, en
· febrero de 1%8, el Beato Josemarfa Escrivá;;Fi:indador del Opus
Dei, ·se ·expresaba así en una entrevísta con la prensa: «La pre­
sencia
de la mujer en el ronjiinto de la vida 'social es un fenómeno
lógico y
totalmente positivo. Una sociedad moderna, democrática,
ha de
reconocer a la mujer su derecho a tomar parte. en la vida
política, y
ha de cteilr las condiciones favorables para que ejerci­
teri ese· derecho todas las que lo deseen». Y seguía insistiendo en
la
misma conversación: «He dedicado mi vida a defender la ple-
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EL AYER Y EL HOY DE LA MUJER CRISTIANA
nitud de la vc¡cación cristiana .dellaicado, de. los hombres y mu­
jeres corrientes que viven
en. medio. del mundo y, por tanto; a
promover el pleno reconocimiento teológico y jurídico de su mi­
sión
en la Iglesia y en. el mundo» ( 1 ). El Papa Juan Pablo II,
autor .de una carta ,apostólica que lleva por dtulo «La dignidad
de la mujer», afirma.en su
Jil:¡ro Cruzando el umbral de la· espe­
ranza
«que está renaciendd la auténtica teología de la .mujer».
«Es descubierta
,-dice-e-su beUi:za espiritual, su especial talen­
to; están reafirmándosel.as bases para la consolidajón de su si­
tuación en la vida, no solamente ,familiitt, sino t,unbién, social y
cultural» (2).
3. Los, riesgos de .. una. c9nqnista.
Seria, sin embargo; eertar los ojos a la realidad no reconocer
que ese rapidísimo proceso de transformación de la condición de
la mujer ha. traído tam,bién consigo consecuencias, que,. desde un
punto de vista cristiano y a la luz del mismo sentido cdmún, dis­
tan mucho de poder considerarse todas .])l)!iitit poco es posible descartar que la ,::onferencia sobre la mujer con­
vocada
por las Naciones Unidas y que ha de celebrarse en Pekín
durante el otoño .de 1995, trate de convertirse parlf algunas de las
organizaciones
particip¡mtes en oqsión de. nuevos y más atreví,
dos intentos desintegradores. El tremendo descor,cipto producidd
en el mundo
contemporáneo por la subversión deJa tradicional
jerarquía de
valores quizá haya áfectado a la mujer más tpdavía
que al varón. Efectivamente, el cambio que ha experimentadd su
posición
en la' vicia social, en comparaciói¡ con la que había tenido
durante
muchos siglos, ha sido mayor, sin ningún Iugar a dudas.
(1) Conversaciones c~n M~nseño,: isc_rivd de BakJg~~'~-l"Jt ~dición (~a~
drid, 1989), míms. '9ó y 112. · ·
(2) JuAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza (Madrid, 1994),
pág. 212. Cfr. la carta apostólica «La dignidad de la mujer» dada en Roma
el 15 de agosto, solemnidad de la. Asunción de la Virgen María, de 1988.
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JOSE ORLANDIS
Ha surgido un «feminismo» batallador, fundado en una dialéctica
de confrontación y enfrentamiento entre la mujer y el varón. El
principio de la justa y razonable
igualdad de derechos parece a
veces degenerar en un equivocado «igualitarismo», con olvido de
que el hombre y la mujer no son iguales sino complementarios.
La mujer -es algo que jamás debe olvidarse-- tiene rasgos y
cualidades pectiliares -e irrepetibles, y no és lícito hacerla deser·
tar de la función especifica que le pertenece en las sociedades
terrenas ; una
función para la que la propia naturalez~ la prepara
y la dota y que, si ella no cumpliese, se haría inestable y quebra­
ría el propio entramado social de la humanidad.
En muchas regiones del mundo occidental, las consecuencias
de la crisis que afecta a la mujer contemporánea saltan a la vista.
La disolución de la familia fésulta inevitable cuando vienen a
faltar la esposa
y la madre. Más aún, ¿resulta posible, todavía,
hablar con
propiedad del devotus feminens sexus? -el «piadoso
sexo .femenino»-, una constante tan característiCS. de las socie­
dades cristianas, que hasta ha sido recogida en sus textos por la
liturgia de la Iglesia. Yo sigo creyendo que 'sí, pero es evidente
que
ha surgido la duda, el interrogante, En fin, la pérdida del
natural pudor
de la mujer, un hecho tan extendido en ciertos
ambientes, constituy'e, a mi : ju~cio, uno de l<;JS fenómenos más
turbadores de nuestro tiempo. Todo esto justifica, en mi: opinión,
la idea de que a
la mujer le ha de corresponder una parte prin­
cipal y un singular protagpnismo en la restauración de la sociedad
cristiana del futuio. Con vistas a esta tarea, de cara a ese mañana
que será el siglo XXI, el hÍstoriador -ese es mi .oficio-puede
aportar la
experiencia del ayer. Dós imágenes habrán de ser ob­
jeto de partkular atención y s~rvir de base a nuestra reflexión
personal: la imagen de mujer que encontramos en las páginas del
Evangelio;
y la que corresponde al papel que la mujer jug6 en la
histórica ·epopeya del nacimiento de la Europa cristiana.
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EL AYER Y EL HOY DE LA MUJER CRISTIANA
4. Mujeres del Evangelio.
En los Evangelios
-'ceS justo recordar](}-,-la mujer queda en
muy buen lugar. A lo largo de los años de la vida pública de
Cristo. tan sólo
apar~e una mujer malvada, Herodías, y otra mu­
jer insensata, su hija la bailarina que, instigada por la madre,
pidió frívolamente al rey Herodes, como recompensa por su danza,
la cabeza de Juan Bautista (3). Todas
.las otras mujeres obran el
bien, sin excluir a aquellas que habían tenido en el pasado una
vida más o menos
airada. En Betania, en casa de Simón, la pe­
cadora que rompe el vaso de alabastro y derrama un riquísimo
perfume sobre los pies de Jesús, lejos de
ser rechazada, recibe un
encendido
elogio del Señor: «Le son perdonados· sus muchos pe­
cados, porque ha amado mucho» ( 4); y todavía más, anuncia que
esta buena acción será
r=dada siempre: «Dondequiera que se
predique ·este evangelio en todo el mundo; se contará para me­
moria suya lo que ésta ha hecho» (5). Jesús tampoco condena,
sino que salva, a la mujer adúltera, aunque le pide que en adelan­
te no peque
más ( 6 ). Y el Señor conversa largamente con la sa­
maritana, a sabiendas de su situación irregular «--cinco has te­
nido y el que tienes ahora no es tu marido»--, y esta mujer fue
el instrumento elegido por Dios, para que su pueblo conociera
que Jesús era
el Salvador del mundo (7).
El Señor, en su caminar entre las gentes, conocía lo que hay
en el corazón del hombre, y rara vez se sorprende ante la conducta
de las personas con que
se encuentra. En alguna ocasión se asom­
bró con pena ante la ceguera de quienes no le -onocfan, como
ocurrió con sus antiguos convecinos de
Nazareth-«y se asom­
braba ante la incrednlidad' de ellos»--( 8 ). Mas algunas otras v~es
(3) Mt. XN, 1-13; cfr. Me, VI, 17-28.
· . (4) Le. VII, 42-50.
(5) Mt. XXVI, 6-16; cfr. Me. XIV, 3-9.
(6) lo. VIII, 3-4.
(7) lo. IV, 3-14.
(8) Me. VI, 6,
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JOSE OR-L.A.NDIS
queda de manifiesto la admiración de Cristo, y ello ocurre pre­
cisamente ante
las palabras o las obras de unas pobres mujeres.
Uno de los diálogos más tensos
y conmovedores del Evangelio,
en el que el Señor se expresa con inusitada durei:a, es ,el sostenido
con cierta mujer cananea, en
la región de Tiro y Sidón. La mu­
jer clama, pidiendo
la curación de su hija, y el Maestro no le
responde
palabra. Los discípulos le piden que la atienda para que
les deje en
paz, pues anda alborotando en pos de ellos'. La res­
puesta es negativa: «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas
de,Ja casa de Israel». Pefu'la mujer está ya a sus pies y le im­
plora: «¡Sefior ayúdame!». La réplica se nos antoja 1odavla más
dura: Jesús pone a prueba la fe de famadre: «No está bien tomar
el
pan de los hijos y dárselo a los perrillos»;·Mas la mujer no se
retira despechada ni se da por, vencida:' «Es verdad, Señor, pero
también
los perrillos cometdris migajas que caen de>las mesas de
sus-amos»'. Y es ahora Jesús el que :s,; admira y se rinde ante la
fe humilde y confiada de la madte: «¡Oh mujer, grande es. tu fe!
Hágase como tu quieres. Y quedó sana su hija .en aquel instan­
te» (9). La' admiración de Cristo se renovará ante otra mujer,
una pobre viuda, que echó dos moneditas
en el «gazofilacio», el
arca de las -ofrendas del Templo. El Sefior se emociona y llama
a sus
discípulos: «Esta pobre viuda -ha echado en el "gazofilacio"
más que todos los otros, pues todo\; han echado algo de lo que
les sobraba; ella, en cambio,
en su necesidad ha echado todo lo
que tenía, todo su
sustento» (tO).
5. Fe y fidelidad de la mujer.
Fe y. fidelidad son.dos rasgos muy a1;u&adOS.entre las-mujeres
del Evangelio, que acompafiaron y sirvieron al Sefior en su vida
pública (
11 ). Es cierto que la confesión d,: Pedro. en Cesárea de
Filipo
-«Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»---' constituye
(9) Mt. XV, 21-28; dr. Me. VII, 24-30.
(10) Me. XII, 4144; dr. Le. XXI, 14.
(11) Le. VIII, 1-7.
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EL A. YER Y EL HOY DE LA MUJER., CR.ISTIÁ.NA.
una deslumbrante profesión· de· fe ·en la divinidad de Jesucristo,
fruto
·de una revelación que no procede de la catne o· de la ·san'
gre, sino del Padre que está en los Cielos. La respuesta de Jesús
es el anuncio del Primado: Pedro será para siempre, hasta el fin
de los tiempos, la piedra sobre la que Él edificará srt Iglesia (12).
Mas es justo llamar la atención sobre otra impresionante profe­
sión,
salida de los labios de una mujer, Marta, hermana de Láza­
ro, y hecha por ella antes de la resurrección de su herllláno. « Yo
-había dicho el Señor-soy la Resurrección y la Vida, el que
cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que viva y
crea en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?». La respuesta
de Marta, su confesión
de · fe, resuena cori parecido acento á la
de Pedro: «Sí, Señor, yo he creído que tú erefl:l Cristo, el Hijo
de
Dios que has venido al mundo» ( 13 ). ·. i
La Pasión de Cristo sirvió pata que se pusiera de m.anÍfíesto
la fidelidad de las «santas mujeres», pero 'también la éoinpa,ión
de aquellas otras, las «hijas de Jerusalén», que, sin haber seguido
a Cristo, lloraban y
se lamentaban por Él, en el camino del Cal­
vario. Las «hijas de Jerusalén», con sus lamll!ltcis Y· :lágrimasl son
el contrapunto femenino al «¡crucifícale, crucifícale», el clamor
de la multitud en el pretorio de Pilato ( 14 ). La, fortaleza de las
«santas muJeres», que acompañaron a María· junto· a la ·cruz· de
Jesús, contrasta vivamente con la cobardía de
Apóstoles y discí­
pulos que, con .la excepción de\Juan, se dispersaron y huyeron
en Getsemaní a la hora
del prenclímiepto (15). O, lo que es peor,
negaron expresamente al Maesiro, como en el caso de Pedro (16).
La fidelidad de
las mujeres sería pronto bien recompensada: para
ellas reservó Jesús: las printlcias de la buena nueva de la Resttrrec­
ción
(17).
(12) Mt. XVI, 134!0:
(13) lo. XI, 23-27.
(14) Le. XXIII, 27-31.
(15) Mt. XXVI, 51-56.
(16) Mt. XXVI, 69-75; cfr. Me. XIV,. 66-72; Le. XXII, '.54-62.
(11) Mt: XXVIII, 'r-8; dr. Me. XVI, 1:10; Le. XXXV, i-12; lo. XX,
11-18.
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JOSE ORLAND1$
La evocación de las mujeres que aparecen en los Evangelios
ha de culminar lógicamente
en María, la Madte del Redentor.
Detenemos en Ella requeriría
un largo capítulo, más aún, todo un
tratado de Mariología. Nos limitaremos por ello a recordar que
la criatura más excelsa
de la estirpe humana ha sido una mujer,
la nueva Eva, la escogida por la Trinidad Beatísima para Madre
de Dios hecho hombre ( 18
). No hay elección más alta que la suya,
no hay criatura dotada de mayor
dignidacj, Cuando consideramos
que Cristo
no le confirió el sacerdocio -ni tampoco a ninguna
de las santas mujeres-y lo reservó a sus Apóstoles y discípulos,
unos hombres mucho menos dignos y fieles, acertamos a entrever
que la
praxis de la Iglesia Católica de reservar el sacerdocio a los
-varones -ima praxis mantenida de modo ininterrumpido desde
los orígenes del
Cristanismo--, responde a un misterioso pero
inequívoco designio de Dios, que no tiene que ver con la digni­
dad y santidad de la persona.
6. En el mundo romano.
No vamos apenas a detenemos a · considerar la posición de la
mujer
en el mundo romano, para poder dedicar la última parte
de estas consideraciones históricas a exponer el papel jugado por
aquella mujer en el
nacimiento de la Europa cristiana. Conviene,
sin embargo, recordar, aunque sea
de pasada, que el primer ordo
cristiano -«orden» en el sentido latino y corporativo del térmi­
no--fue el ardo viduarum, el «orden de las viudas», dedicadas
en
la· Iglesia primitiva, como ministerio propio, a las obras de
caridad ( 19).
Se han conservado catacumbas famosas, como las de Domi­
tila y Priscila, que llevan el nombre de patricias cristianas de la
época romano-pagana, en cuyos fundos se excavaron; y
la tole-
(18) Le. I, 26-56.
(19) J. DAOVILLÍER, Les Temps apo!to/iques (París, 1970), págs. 357-
358.
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EL AYER Y EL HOY DE LA MUJER CRISTIANA
rancia hacia los cristianos bajo la dinastía de los Severos se debió
en buena parte a la influencia
de mujeres como Marcia, la. favo­
rita del emperador Cómodo, que protegió a los cristianos, o de
emperatrices,
como Julia Mamea, madre de Alejandro Severo,
que invitó al gran
teólogo Orígenes a exponer ante ella su doc­
trina, y a la que Hipólito ·de Roma dedicó un tratado sobre la
Resurrección (20). Cuando llegó la época romana-cristiana, se
hi­
cieron famosas las mujeres dedicadas al ascetismo, como el grupo
de damas de la aristocracia. dirigidas de San Jerónimo, o bien la
española
Egeria, viajera de insaciable ·curiosidad que recorrió los
Santos
Lugares a finales del siglo IV y nos ha dejado escrito un
celebérrimo «Itinerario» (21).
7. La conversión cristiana de EUI'opa.,
Mas en una hora como la actual, en· la que se anuncia la ne­
cesidad de una nueva evangelización de Europa, resulta de parti­
cular interés recordar cuál fue el papel que tuvo la mujer en su
primera cristianización.
Y puesto que Europa nació comd fruto
de la
integración de los· invasores bárbaros con las poblaciones
indígenas·
de las antiguas · provincias romanas del · norte de • la
cuenca del Mediterráneo, importa ahora considerar en qué me­
dida la mujer «barbárica», ·ésta es, la perteneciente a aquellas ra­
zas invasorás, influyó en la conversión de sus respectivos pueblos.
Para comprender
cómo se produjo la cristianización de la
Nueva Europa, conviene distinguir entre dos diferentes momen­
tos: la conversión del rey o
prfucipe y de las gentes de' su entor­
no inmediato
y el proceso de catequesis, prolongado durante
largos años, en virutd del cual
la Fe y la moral evangélicas fueron
(20) l. QuASTEN, Patrologla (Madrid, 1%8), págs.· 532 y 501; J. F.
KELLY, Dictionnaire du Christianmne ancien (Brépols, 1994), págs, 100-
101 y 166-168; cfr. M. SoRDr, Los cristianos en el imperio romano, págs.
79-83.
(21) Itinerario de la virgen Egeria (381-384), ed. crítica de A. Arce
(Madrid, 1980).
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JOSE ORLANDIS.
penetrando gradualmente en las creencias y costumbres de las
masas populares. El primer momento
-la conversión del mo­
narca-tuvo extraordinaria importancia, hasta el punto · de que
en
muchos casos se. ha considerado como la hora lústórica de la
conversión del pueblo. Así ha podido fijarse en una determinada
fecha el «bautismo» de Polonia .o entender el bautismo personal
de Clodoveo -=yo XV centenario celebrará Francia en 1996-­
como. la conversión de los Francos. Consideramos aquí. d papel
de la mujer en ese momento,más .decisivo de la conversión del
pueblo
-la recepción en la Iglesia del príncipe. y su corte--por·
que es el único que ha podido quedar reflejado. con suficiente
claridad en las fuentes históricas (22) .
. 8. Del paganismo a la Iglesia(
Hemos mencionado al franco Clodoveo.; su nombre, desde el
punto de vista religioso, está íntimamente unido al de su esposa
Clotilde. Esta princesa burgundia;, cátólica · ferviente, contrajo
matrimonio en 493 con
·eLpagano. Clodoveo, .el joven monarca
de los francos. La lústoria de la conversión de Clodoveo conjuga
sucesos políticos con acontecimientos familiares. Clotilde adquirió
pronio un notáble ascendiente sobre su marido, hasta 'el ,punto
de que éste permitió que fuera bautizado el primer hijo fruto del
matrimonio. Mas el pequeño murió apenas recibido el bautismo,
una desgracia' que •el padre, lleno de enojo, achacó al sacramento
que se le habla administrado. Pero Clotilde no se desalentó y,
ron tenacidad femenina, consiguió. que, al nacer el segundo hijo,
su esposo
le· permitiera también bautizarle y esta vez el riiño,
Clodomito, vivió. El siguiente .capítulo del
proceso de conversión
·de Clodoveo tuvo por escenario el campo de batalla. Los francos,
~ guerta contra los alemanes, ·estaban a punto de ser vencidos
y ilniquilados ·en el ehcoenrro decisivo: En este trance, Clodoveo,
. (22) , Sobre. este tetná en su conjunto, pµede: consultarse el libro de
J. ÜRLANDIS, La conversi6n de Europa al Cristianismo (Madrid, 1988).·
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EL AYER Y EL HOY DE LA MUJER .. CRISTIANA
invocó a Jesucristo, «que Qotilde proclama Hijo de Dios vivo»,
y prometió hacerse bautizar si salía•victorioso. La suerte ·de las
armas cambió súbitamente de signo a partir . de .aquél momento:
los alemanes huyeron y acabaron
.. rindiéndose a los francos. A la
vuelta de la guerra, Qodoveo se
apresuró a comunicar a Ootilde
lo ocurrido y junto con tres miL de sus guerreros recibió el bau.
tismo
la noche de Navidad, de manos No fue éste el único caso, entre los pueblos germánicos, en
que
la mujer católica fuese factor decisivo para la, conversión de
su regio esposo, todavía .pagano
•. Un siglo después de Oodoveo,
al iniciarse la evangeli2ación de Ja Inglaterra .anglosajona, prin­
cesas· católicas abrieron también el
camino para la conversión de
sus maridos. Así ocurrió en Kent; donde Berta, hija del monar"
ca franco Cariberto de París, casada con el rey Etelberto, habla
preparado tan diestramente las cosas. que Etelberto, se convirtió
en cuanto llegaron
de Roma San Agustín de Cantorbery y sus
misioneros · enviados · por el Papa· Gtegorio Magno. Años después,
siguiendo los pasos de Berta, su hija
·Etelberga, casada con Edwin,
el rey pagano · de Northumbría, logró también la conversión de
su esposo. El fenómeno se repitió, en circunstancias tal vez ·má,i
difíciles, cuando las princesas católicas tuvieron que conseguir la
conversión de sus maridos y súbditos, no ya desde el paganismo
sino desde el
Atrishlsmo, una'. herejía cristiana (24).
9.
De la herejía a la ortodoxia católica.
La gran mayoría de los pueblos germánicos no se conv1rt1e­
ron directamente •del' paganismo· al• Cristianismo· católico·. •Pof rae
zónes que no es posible detallar aquí, los germanos invasores del
Ottidenté romano abrazaron desde finales del siglo ,v la herejfa
arriana y siguieron profesándola durante largo tiempo. Pa'.a llegar,
· (23) .. Vid. el relato en GrutGoRio DE ToURS, Historia Francorum, MGH..
Script, ·fer. merooing, I (reimpresión, Hannover, 1961), Il; pál!'. 28-31.
(24) J. ÜRLAND1s, La Conversión de Europa, págs. 74'95.
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JOSE ORLANDIS
por fin, a la · Iglesia, aquellos pueblos necesitaron una segunda
conversión y, en esta circunstancia, las princesas católicas tuv:ieron
también decisiva influencia. En España, la dinámica de la con­
versión de los visigodos arrianos,
dio. como -primer fruto la de
San Hermenegildo, una
con.versión en la .que ~u mujer,. la .. prin­
cesa franca Ingunda, tuvo un papel determinante. Mas fue. en la
Italia longobarda donde mejor. puede apreciarse la influencia de
las mujeres en
la conversión de sus esposos y de s.us pueblos.
Resulta interesante observar
cómo la católica Teodelinda,
que encarnaba la •estitpe familiar
más ilustre .de. su pueblo, fue
tomada
por esposa por el primer ,rey; el arriano Autario, y muerto
éste; su sucesor, también-arriano, Agilulfo,-contrajo-a su_ ·vez
matrimonio con la reina Teodelinda. A la hija de Teodelinda, la
también católica Gundeperga; le tocó vivir años después la propia
historia de su madre, El nuevo rey arriano, Arioaldo, la tomó
igualmente
por esposa, y al morir éste, su sucesor, el talitlbién
arriano Rotarid, ·se apresuró a-su. vez a_ contraer matrimonio con
la reina católica que había quedado viuda (25). Antes de finali­
zar el.· siglo VI!, el Arrianismo se · había exringuido y los longo­
bardos eran
un pueblo católico (26). Algunas.mujeres habían te­
nido una influencia decisiva. en esta conversión.
Una última
consideración, todavía: el fenómeno que venimos
registrando no fue exclusivo
de Occidente. También en Oriente,
las mujeres reinantes
-las «basilisas»-influyeron poderosamen­
te en el destino religioso de sus pueblos. Basta mencionar a Santa
Elena, madre del
emperador CQnstantimi; y a las emperatrices
Inés y Teodora, viudas de los
emperadores iconoclastas León IV
y León V el Armenio, que al. asumir el gobierno ele! Imperio
bizantino pusieron
fin a la herejía y recoµclujeron a toda la po­
blación a la doctrina ortodoxa. En la Rusia del siglc¡ x, la con­
versión de Oiga¡ la viuda del príncipe
lgor, preparó el camino
(25) PAULO DIÁCONO, Historia Longobardorum, de L. Capo (Vincenza,
1992), 1.III, IV y V. Sobre estos acontecimientos, vid. el extenso estudio
de O. -BER.'l'OLINiI~ I Germani. .M.igraz.ioni e Regni nell'Occidenle giá roma·
no (Milán, 1965), págs: 215-262: Il Regno dei · Longobardi in Italia.
(26) O. BnllTOLINI, Il Regno, págs. 258-286.
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EL .AYER Y EL HOY DE LA MUJER CRISTIANA
para el .. bautismo de su nieto. San Wladimiro, que s~icó la con­
versión del pueblo ruso. Una . mujer aparece; todavía, como la
protagonista del episodio final
de la cristianización de Europa,
la reioa Eduvigis de .Polonia que, gracias a su matrimonio con el
gran duque de los lituanos, J agellón,
hizo posible la evangeliza­
ción del último pueblo pagano de Europa, que hasta finales del
siglo
XIV había permanecido cerrado a la penetración del Cristia,
nismo (27).
10. Ante :el tercer milenio.
Es hora de recapitular y sacar algunas conclusiones de todo
lo escrito.
La mujer del Evangelio fue· modelo de fidelidad, tras
las huellas de Maña, la. Madre del Redentor: La mujer romano­
cristlana,
en horas de adversidad d de bonanza, siguió su ejem­
plo. Y cuando llegó la época de la evangelización de la naciente
Europa,
las mujeres fueron siempre ·por delante en el camino de
la conversión de sus respectivos pueblos. Así como ocurrió ayer,
así del,ct,á ocurrir ta.mbién hoy y mañana. Hay razones' bien fun­
dadas para pensar, que en estos tiempos críticos de finales del
siglo xx, la mujer cristiana· va a set el árbitro de la nueva evan'
gelización del mundo. ne-:que sepa.dar la talla y estar, también
ahora, a
la altura de las circunstancias, dependerá ·en buena me­
dida 'el destino , de la Iglesiá' y de la humanidad entera durante
el tercer milenio, que habrá de comenzar con el solemne jubileo,
anunciado
ya por eJ. Papa Juan Pablo II.
(27) G. ÜSTROGORSKY, Historia del Estado Bizantino. (Madrid, 1984),
págs. 151-216; J. ÜRLANDIS, La conversi6n de Europa; págs. 177,¡7g,
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