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Número 333-334

Serie XXXIV

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Una política católica [En la presentación del libro «La catequesis política de la Iglesia»]

UNA POLITICA CATOLICA
POR
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDBZ DE LA CIGOÑA
No voy a analizar el importante libro de Luis María Sandoval
que hoy se presenta. Me valdré sólo de sus últimas
páginas para
mostrar ante vosotros lo que considero el gran pecado de los
católicos de hoy, que
esteriliza la mayor parte de las actuaciones
de la Iglesia. Y que bien le podiamos llamar la cobardía política
de los católicos.
Un libro de Luis María no
podía set un libw cobarde. Cietta­
mente no lo es. Y seguro estoy que a muchos parecerá un libro
sorprendente. Porque en días de «fe flaca y descaecida» se enfrenta
abiertamente a esa cobardía, la denuncia y demuestra con textos
de la misma Iglesia que eso no
es el signo por el que ha de reco­
nocerse a los católicos.
Y antes de nada, dos constataciones.
De la primeta me siento
orgulloso. Gran. parte de los autores citados en la lucha por la
verdad y por
la Iglesia son amigos del entorno de la revista Verbo.
Por orden de aparición: Estanislao Cantero, Miguel Ayuso, el
P. Pérez Argos, fray Victorino Rodríguez, que hoy nos honra
presidiendo este
acto, Rafael Gambra, Julián Gil de Sagredo, An­
gel González Alvarez, Thomas Molnar, Alvaro d'Ors, Juan Vallet
de Goytisolo, Michel Creuzet, Manuel de Santa
Cruz, Andrés
Gambra, Albetto Jornet, Danilo Castellano, José Miguel Serrano,
Jérome Lejeune, Carmen Femández de la Cigoña, Mario Soria,
el P. Eustaquio
Guerrero, Jean Ousset, Francisco Lucas, Eugenio
Vegas, el autor del libro, yo mismo, Patricio Rand!e, Francisco
Canals y Alfredo Mantovano. Y no
se entienda esto como que el
autor ha desestimado otras fuentes. Es que, desgraciadamente,
son casi las únicas que difunden
un catolicismo militante frente
a
tanta cobardía.
La otra, y lo digo con tristeza católica,
es la casi total ausen­
cia de nuestro episcopado. Aunque hay que mencionar al obispo
de Cuenca, D. José
Guetra Campos, al que el autor sé refiere con
elogio en el tema de la confesionalidad del Estado,
'y a cuya opi-
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nión me parece de justicia sumarme. Porque nuestros obispos son
los primeros responsables
de esta cobardía católica. Jamás la Igle­
sia de España tuvo unos pastores que se pudieran calificar, con
más razón,
de perros mudos. Por usar de un símil evangélico. Y
los perros mudos no
saben. ni pueden guardar el rebaño.
Viendo
cómo 1os obispos defienden el orden cristiano, que es
ciertamente un orden moral pero también un orden social, es como
para pensar que creen que esas ideas son falsas,
y, por tanto, que
no hay que defenderlas, o que valen muy
poco, por lo que basta
alguna vaga alusión en su defensa, procurando que no moleste a
nadie. Sandoval hace una precisión, que entiendo básica, por lo que
me detendré un momento en ella. No es un descubrimiento suyo
pero está perfectamente formulada:
«Las cuestiones propiamente políticas
-la política· de siem­
pre-se rigen por el pluralismo: respeto recíproco, negociación,
compromiso.
La política del pluralismo legítimo es el arte de lo
posible y de las soluciones discutibles y nunca plenamente satis­
factorias. »En cambio, respecto a las cuestiones morales prepoHticas
-ley natural, derechos fundamentales de las personas, etc.-no
caben soluciones políticas porque
nd son cuestiones políticas. La
discusión cabe sólo dentro de los principios ; los ·principios mismos
no
se discuten, se proclaman, se vive en ellos y de ellos, y se de­
fienden. La noción de defensa implica otra dinámica muy distinta:
la del combate, con otras nortnas diametralmente opuestas».
Aquí está
el quid de la cuestión. Desde el catolicismo no es
lícito defender la entrada o la salida de la OTAN, un IVA del 16
d del 10 % , el Estado centralista o el autonómico, la monarquía
o la república
... Constituir un partido católico para esos fines no
hace
más que confundir, la Iglesia no puede apoyarlo y los cató­
licos pueden militar en
otro partdo, aunque no se llame católico.
Pero cuando lo que se
diacute son las cuestiones morales pre­
políticas, los católicos tienen obligación moral de oponerse a aque­
llas que atentan gravemente a sus creencias. Y de un modo
efi­
caz. Y como hoy en día la política. se hace por medio de los par­
tidos, mientras esto dure, que no
es una obligación que imponga
el Evangelio, aunque no
es contraria al Evangelio, deben existir
partidos que defiendan eficazmente esas cuestiones,
los católicos
tienen la obligación de militar en ellos y
los obispos la de ani­
marlos.
Y
si existieran varios partidos católicos, ·estos tienen la obli­
gación de unirse cuando uno de esos principios esté amenazado,
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UNA. POLITICA CATOLICA.
aunque sólo sea para la defensa del mism°' Respecto a las demás
cuestiones políticas,
la denominación católica o la profesión ca­
tólica no santifica
ni buatiza las soluciones concretas que esas
formaciones políticas propongan.
Un partido católico puede hacer
una
mala politica de Obras Públicas, ·fiscal o de administración
territorial. Entonces ese
partido debe ser rechazado políticamente
en las elecciones
pero no por católico sino por mal gestor de los
intereses materiales de
la sociedad. Y procurando siempre que
los verdaderos intereses católicos no queden abandonados.
¿Qué no
es fácil? Bien lo sé. Pero en este mundo no hay
casi nada fácil, empezando por
la misma vida.
Y qué duda cabe de que esa militancia politica del católico
corre el riesgo de
la derrota. Cristo nos concede sólo la gracia
del combate. La victoria dependerá de nuestro esfuerzo y de que
la Divina Providencia quiera otorgárnosla.
Aunque, cuán farisaica
es. la actitud de no combatir para no
ser tal vez derrotados, si sabemos que sin combate nuestra derrota
y la de Dios es segura. Además,
la misma derrota política, cuando
el combate
ha sido esforzado, merece el respeto del adversario,
posiblemente el miedo ante una posible próxima victoria, permite
una
oposición fuerte ...
Si la prudencia debe regir siempre la actuaciones católicas,
en muchas ocasiones
la «prudencia» no es otra cosa que el disfraz
de la cobardía.
Política
católica, pues, y decidida, valiente, militante. Política
de reconquista de
la sociedad que ha· de hacerse con el voto y
la predicación, con la oración y el sacrificio. Y con un inmenso
amor. A Dios, nuestro padre,
y a los hombres, que son nuestros
hermanos porque son
hijos de Dios.
La Reconquista, los ocho siglos que costó echar al musulmán
de nuestra patria, fue política católica. Y Mülhberg y Lepanto.
Y el Descubrimiento. Y San Quintín. Y Rocroi. Y la guerra contra
la Convención.
Y la de Independencia.
Y fueron nuestros reyes lugartenientes de Cristo, nuestros
soldados, soldados
de. Cristo y las guerra· fueron en verdad guerras
de religión.
¡Qué disparate! ¡Guerras
de religión! ¡Cómo si la cruz y la
espada tuvieran algo que ver! Pues tienen tanto que ver que la
misma espada lleva cruz y nunca se desenvaina con mayor gloria
que cuando
se hace en defensa de los derechos. de Dios que son
los que mejor amparan a sus hijos los
hombres.
No me resisto a callar aquellos hermosos versos de Pablo
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FRANCISCO JOSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
Antonio Cuadra, poeta nicaragüense, que muchos de vosotros ha­
béis oido en más de una ocasión:
¡Ay Virgencita que luces
ojos de dulces miradas!
Pues viste llegar espadas
que dieron
paso a las cruces,
mira a tus tierras amadas.
¡ Y si hoy arrancan
las cruces,
brillen
de nuevo las luces
del filo de
las espadas!
Me
parece perfectamente resumida la politica católica. Des­
canse en paz la espada en su vaina. Pero con el convencimiento
de que no es
un adorno vano sino instrumento de defensa de lo
que
es precisd defender. De lo que vale la pena defender. De
aquello que si no se defiende, la vida, la propia ya la de los her­
manos, es
peor, es el mal.
Este sentido religioso conformó el vivir de nuestros padres.
Y
de religión fue la guerra de la Independencia contra el tirano
de Europa que tenia prisioneros
al Papa y al rey. Evidentemente
no todos,
pero la gran mayoría de nuestros soldados y de nues­
tros guerrilleros,
de Cataluña a Cádiz, de Galicia a Valencia, en
Navarra y en La Mancha, en Castilla y en
Zaragoza, estaban con­
vencidos de que peleaban las batallas de Dios. Si no, no se entien­
den tanto heroismo y tanta sangre.
Y la Iglesia, los obispos de la Iglesiá hispana, no vacilaron
ni un momento ante el camino a seguir. Sobran dedos en una
mano para
contar obispos traidores. E incluso si a la lista unimos
los cobardes. Sobran dedos en una mano.
Política católica también la que
se desarrolló en las Cortes
gaditanas y después
en las madrileñas contra el h"beralismo que
pretendia sojuzgar a la Iglesia y convertirla en un dócil
instru,
mento asalariado a sus órdenes.
Política católica la de los
carlistas para quienes lo de menos
era que en Madrid hubiese rey o reina. Nadie
podrá entender
que
miles y miles de espafioles arriesgaran. y en muchos casos
perdieran, sus vidas porque en el trono de España estuviera Car­
los y no Isabel. Esos nombres eran sólo una bandera que en sus
pliegues llevaba cuestiones mucho más trascendentes. La libertad
de
la Iglesia, que la vida y las costumbres fuesen como Dios
quería, que las instituciones y las leyes respetasen la ley de Dios.
La derrota de los soldados de Don Carlos fue la derrota de
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UNA. POLITICA. CA.TOLICA
Dios y de su Iglesia. Pero como Dios nunca muere, y si muere,
resucita, temporales eclipses de las fuerzas católicas no impiden
auroras
de nuevas campañas pues no en vano la sangre de los
mártires es semilla de cristianos.
Y cuando todo
parecía perdido, la politica católica renació.
En Balmes y en Donoso. Contra Espartero en 1840 y en 1854 y
contra la «Gloriosa» en 1868. Y en defensa de los Estados Pon­
tificios,
de la libertad de la Iglesia, de la unidad católica ...
Aquellos gloriosos obispos de la primera mitad del siglo:
Quevedo
y Quintano, Arias Teijeiro, Simón López, Inguanzo,
V élez, Ramiundo Strauch, Rente
ría y Reyes, Francés y Caballe­
ro, Castrillón, Cienfuegos ... dieron paso a otros no menos glo­
riosos como Costa y Borrás, Caixal, Garcia Cuesta, Monescillo,
de la Puente, Blanco y tantos otros.
Los católicos españoles hacían politica católica y los obispos
bendecían
y animaban esa politica.
Los que los enemigos de la Iglesia llamaron «neocatólicos»,
los carlistas
de nuevo y, tras el rompimiento, estos y los integris­
tas de Ramón Nocedal, postularon y defendieron una politica
católica. Y también la Unión Católica que patrocinó Alejandro
Pida!
y Mon.
Claro que como toda obra humana adoleció
de · defectos e
imperfecciones. Pero el afán era limpio y generoso. Y cierto tam­
bién que junto a la defensa de los derechos de Dios
y de su Iglesia
se mezclaron motivaciones terrenas que no venían exigidas por
la fe aunque en no pocas ocasiones llevaran la cruz en sus ban­
deras.
Los que querían a Don Carlos '-ahora el VII~ frente al hijo
de Isabel, Don Alfonso.
Los que pensaban que esas legítimas
aspiraciones politicas eran inviables
y que había que apoyar a
Don Alfonso
y a su hijo -el XII y el XIII-frente a las fuer­
zas anticatólicas como la mejor garantía para la Iglesia. Los que
rechazaban
al pretendiente y a quien estaba en el trono por con­
siderar a ambos hberales en base a una lectura, a: mi entender
maximalista, del
Syllabus. Todos se enzarzaron en una guerta
fratricida que resultó funesta para los intereses
católicos y a la
que los obispos se vieron artastrados y no supieron resolver.
Pero la política católica resurgió pujante frente a los intentos
laicizadores de
López Domínguez, Moret y Vega de Armijo y
contra la ley del Candado de Canalejas. Y de nuevo los obispos
esruvieron al frente de
su pueblo.
Llegamos
por fin a la segunda República y otra vez los · ca­
tólicos afirmaron su presencia en el parlamento y en la calle. Y
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bien desde las filas de la CEDA, o del carlismo, o de Renovación
Española
se defendió a la Iglesia de Dios.
Y cuando fue necesario, cuando
ya no era posible la paz, los
católicos fueron a las trincheras o
al martirio porque la política
católica así lo demandaba. Y los obispos de la Iglesia de España
bendecían las banderas de los soldados de Dios o morían asesina­
dos por los enemigos de Dios, bendiciendo a los que disparaban
sobre ellos en un gesto sublime de perdón y de amor.
Claro que hubo atrocidades y bajezas en las filas católicas.
Pero al lado de ellas, cuánto amor a Dios y a España, cuánto
sentido eclesial, cuánta gloria, cuánto heroísmo.
Lo he dicho en alguna ocasión. Aquel año trágico de 1936 la
Iglesia española dio al cielo
más santos que toda la historia de
España, que es una nación de santos, en veinte siglos. Y faltarán
altares en España, que
es una nación de iglesias, para venerar en
ellos a todos los
mártires de aquella guerra.
La política católica llevó a los españoles a la guerra o al cielo.
A la victoria terrena y a
· la victoria suprema.
Pero
ya se escuchaban los ecos cobardes de dita «política ca­
tólica», que tal vez fuera política pero que no era católica.
No molestemos, no conquistemos, pongamos la otra mejilla,
qué sabemos dónde está la verdad ... La peor democracia cristiana,
la obsequiosidad con el comunismo y
la ostpolitik, que en los
más valientes de los cobardes o, mejor dicho, en los menos cobar,
des de los cobardes, llegaba a sustituir el catolicismo por un vago
y
vapor-oso «humanismo cristiano», el pedir perdón por las glo­
rias de la Iglesia y hasta por la misma Iglesia, aquella vergüenza
de «no haber sabido ser ministros de reconciliación» que pesará
como un baldón
de ignominia. sobre la Iglesia · del posconcilio en
España o sobre
.una parte de ella ...
El libro de Luis María Sandoval es un riguroso análisis del
último Catecismo de la Iglesia en todo lo que tiene relación con
la política. Todas sus afirmaciones se basan en textos del Cate­
cismo que en numerosas ocasiones amplía con otras referencias
pontificias. Me parece uno de los libros más importantes que se
han escrito sobre esta materia y, si la cobardía católica no nos
hubiera llevado a estos extremos de decaimiento, debía ser de lec­
tura obligada en seminarios y colegios católicos para que sacerdo­
tes y seglares tuvieran conocimientos firmes en este campo de
tanta trascendencia.
Es hora
ya de que los católicos exijamos, cuando menos, res­
peto y, si fuera posible, que la sociedad se rigiera por principios
derivados
de la ley de Dios.
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LA DOCTRINA POLITICA .DEL CATECISMO
Esto no es teocracia. Sólo es coherencia. Por supuesto que
democráticamente. Sin coacciones y respetando al
máximo la liber·
tad. Pero exigiendo firmemente también que
no se nos coaccione
y que se respete la
libertad de los católicos. Porque una cosa es
la caridad cristiana y otra, muy distinta, hacer el ¡,rimo.
La caridad política dijo
un gran pontífice que era una forma
excelsa de caridad. Y se comprende fácilmente porque
no es amor,
entrega, servicio a una
persona sino a todo el pueblo. Ejercitemos
esa caridad haciendo política católica y terminará
agradeciéndo­
noslo
la sociedad y además habremos cumplido con nuestro deber.
Y hagámoslo,
lld con vergüenza, ocultando nuestra identidad,
sino a ¡,echo descnbierto, invocando nuestra condición
de católi­
cos.
De esa manera habremos arrinconado la actual cobardía que
¡,esa como una losa sobre la Iglesia y sobre
la patria.
No me queda sino felicitar a Luis María Sandoval
¡,or su libro
que no dudo hará reflexionar a sus lectores sobre cuáles deben
ser sus obligaciones políticas con
la religión que profesan.
LA DOCTRINA POLITICA DEL CATECISMO
POR
LUIS MARÍA SANDOVAL
Introducción.
Sin duda mis gracias van
a ser · mucho más breves de lo que
merecen la hospitalidad
de la Gran Peña, los parciales elogios de
mis amigos presentadores, y
la asistencia de ustedes, que me hon­
ran con
su· atención ¡,ara mi libro.
Precisamente porque
creo que lo que les interesa es el asunto
del mismo, ¡,aso a hablar de él inmediatamente. Ahora bien, no
puedo ni debo intentar resumir el libro mismo.
Se da la circuns­
tancia de que el verano anterior a que se publicara el nuevo
Ca­
tecismo de la Iglesia Católica, cuando su aparición ya era inmi­
nente, reunido con Estanislao Cantero y Miguel Ayuso asumí la
tarea de escribir ¡,ara
Verbo un artículo acerca de la vertiente
política
que pudiera extraerse del Catecismo. Luego, cuando lo
pude leer y comencé el trabajo, el proyecto se
independizó, aun­
que todavía como libro de bolsillo, y si ha alcanzado la actual
dimensión ha sido como algo absolutamente necesario, ¡,ara no
omitir ninguna de las ¡,ers¡,ecrivas que el Catecismo ofrece.
Por
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