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Número 333-334

Serie XXXIV

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Alain Touraine: Crítica de la modernidad. ¿Qué es la democracia?

INFORMACION BIBLIOGRAFICA.
Alain Touraine: CRITICA DE LA. MODERNIDAD (*)
¿QUE ES LA DEMOCRACIA? (**)
Ambos libros pueden comentarse conjuntamente, pues el se­
gundo es un desarrollo de la última parte del primero.
«Este libro
es una historia de la desaparición y la reaparición
del Sujeto.
La filosofía de las luces ha eliminado el dualismo
cristiano y el mundo del
alma en nombre de la racionalidad y de
la secularización. Las filosofías de la historia han querido superar
esa oposición del espiritualismo y del materialismo, construyendo
una imagen de
la historia elevándose hacia el Espfritu, hacia la
satisfacción de las necesidades o hacia
el triunfo de la razón. Vi­
sión monista que ha acompañado, con formidables transformacio­
nes económicas y con el triunfo del historicismo, la esperanza del
progreso de la producción que
entrañarla el de la libertad y de
la realización para todos. Hasta que descubrimos que ese poder
de la sociedad sobre ella misma podía ser tan represivo como
liberador y que la creencia en el progreso no dejaba ya ninguna
protección contra los estragos del progreso» (pág.
291) nos dice
el autor en su «Crítica de la modernidad».
Para resumir las tesis
del autor, nada mejor que acudir a su
propio resumen. Es superfluo presentar aquí a un sociólogo tan
conocido como Touraine, presente en la bibiografía española
al menos desde 1965
-Saciologla de la acción, Ariel-. Creo
más interesante presentarlo tal comd él mismo se ve en el moM
mento actual. Al final de la obra, y bajo el epígrafe «Recorrido»
(pág. 467),
se pregunta: «¿Continúan estas ideas o se oponen a
las que he expuesto en
mis libros anteriores? ... Es por tanto de
la sociedad industrial
-y luego postindustrial~ y no de la so­
ciedad en general de lo que se habla . . . La sociología que yo he
producido se inscribe en el pensamiento de la modernidad. Y hoy
me parece tan imposible renunciar a esa concepción de la socie­
dad como producida por sus inversiones culturales o económicas,
como renunciar a la idea del Sujeto» (ibíd.). Esta directriz de su
discurso implica que la filosofía de las luces, al absolutizar la
diosa Razón -razón humana-ha fracasado como ahora se re­
fleja en la literatura «post» -postindustrial (D. Bell), postideo­
lógica (Bell, F. de la Mora), postmoderna (Bloom, Vattimo),.post­
democrática (Bobbio,
Fukuyama)-, en el discurso de la filosofía
(*) Temas de hoy, 1993, 502 págs.
(**) Temas de Hoy, 1994, 451 págs.
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INFORMACION BIBLIOGl(AFICA.
scic.ial. Y la crisis de fundamentos de la ética que se refleja en
Mclntyre,
Rawls, Dworkin, Taylot, Rorty, etc., atrapados entre
el positivismo del Estado (Kelsen) o la anarquía individualista.
Pero, agotado el
ciclo de la modernidad, ello no autoriza a que
ahora un
movúnientQ P!"'dular lleve a negar la razón, como apa­
sionadamente denuncia Sebreli ~El asedio a la modernidad,
Arle!-, que pretende resucitar Ia Ilustración; o, en el intento
de
R. Hughes -La cultura de la que;a, Anagrama-, banalizarla
ahogándola
en los sentimientos individuales o sociales.
Lo que pretende Touraine es algo más profundo: «Todo lo
que hace que el hombre que hoy soy no sea una copia exacta de
aquel que entraba en la .universidad un poco después de
la muerte
de Hitler, no
n:ie impide percibir una tradición larga y múltiple a la
que cada vez n:ie siento más pertenecer con más claridad, y hacia
la que
me siento guiado por San Agustín y por Descartes» (pág.
468).
Se trata, pues, de una «methanoia», una reconversión desde
una partida inicial, heredera
arruinada de una cultura, la francesa,
hija directa de la Ilustración,
n:ionista y absolutizante, que pre­
tendió entertar toda la cultura anterior, especialmente la cultura
cristiana. Dice Touraine:
«Hoy defino la modernidad por la sub­
jetivación tanto como por la racionalización. ¿Cómo habría se­
guido esa vía cuando, al principio de mi vida adulta, participé
activamente en
las protestas y manifestaciones contra las guerras
colciniales llevadas por mi propio país, ANTES de sentirme herma­
no de los intelectuales y de los obreros que rechazaban la dicta­
dura comunista en Budapest
en 1956, en Praga en 1968, en
Gdansk en 1980
.ANTES de afirmar que en mayo del 68, detrás
de una ideología arcaica, estallaban unas formas de contestación
que apelaban a la personalidad
y a la cultura más que al interés,
y defender en América latina a los que luchaban contra la injus­
ticia
y la .dictadura no lanzando octavillas hiperleninistas, destruc­
toras de la
acción colectiva, sino mediante la apelación a la de-
mocracia? » (pág. 469). ·
En este largo párrafo, hemos subrayado aquí el ANTES, que
indica el momento del desencanto y la ruptura, producida por
los trágicos eventos que cita, con
las ilusiones anteriores, lo cual
encendió una luz crítica en su mente y le permitió ver en mayo del
68 algo real, existente, pero «detrás de una ideología arcaica»,
el anarco-idealismo de «seamos lógicos, pidamos lo imposible» de
los jóvenes
bárbaros, él vio que habla algo realmente valioso, el
Sujeto humano, aplastado tanto por la chata ideología del capita­
lismo burgués del siglo
XIX y triunfante tras la II Guerra Mun­
dial, cuanto del férreo totalitarismo marxista del «socialismo real».
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INFORMACION BIBLIOGRA.FICA.
Este desattollo de su pensamiento permite esperar que el autor,
como
es inteligente, llegue a la Verdad en la que hoy, como ve­
remos a continuaci6n, aún no está.
La obra se divide en tres partes: la I -«La modernidad
triunfante»-tiene 3 capítulos -«Las luces de la raz6n», «El
alma y el derecho natural», «El sentido de la
historia»-. La par­
te II -«La modernidad en crisis»-consta de cinco capítulos
-«La descomposición», «La destrucción del Ego», «La nación,
la empresa y
el consumidor», «Los intelectuales contta la moder­
nidad», «Salidas de la
modernidad»-. La parte III -«Nacimien­
to del Sujeto»-tiene otros cinco capítulos -"-«El Sujeto», «El
Sujeto como movimiento social», «Yo no
es Ego», «La sombra
y la luz», «¿Qué es la democracia?~. Termina con unos «Pun­
tos de llegada» de los que entresacamos
los datos autobiográficos.
Tiene una amplia bibliografía
-15 páginas-- y un Indice ono­
mástico y otro
temático. En resumen: consta de una parte analí­
tica y descriptiva de
la actual situación --«pats destruens»-y
otra prepositiva
-«pars construens»-en que expone su solu­
ci6n.
Antes de hacer un somero repaso de esta obra, que lo merece,
hay que señalar su metodología, que
la condiciona y es resultado
de la profesión, sociólogo, del autor: ello le lleva a considerar
unos temas claramente inscritos en la filosofía social no ontológi­
camente
-según la «naturaleza» del ente social-, ni metafísica­
mente
-según el Ser, el Bien y la Verdad del mismo, lo que
impide exponer el orden-del-ser-social-, sino «funcionalística­
mente»,
es decir, a partir del funcionamiento de la sociedad. Así,
v.gr., en
el análisis del «espacio público» (págs. 439-443), dice
hablando de la sociedad postindustrial cómo «sustituye la defini­
ción del actor por su identidad, por su definición en términos de
relaciones sociales, por tanto de relaciones
de poder ... El Sujeto
se erige por oposición a la lógica del sistema», definición repeti­
damente afumada: es, pues,
un Sujeto «relacional» no ontológico
y así no
se da que «opérari sequitur esse», que la operación sigue
al ser, sino que el ser es «ipsum operado», la misma operación.
Esto confirma lo antes dicho: el autor
busca la Verdad, pero
no
la alcanza pues se lo• impide la limitación del método funcid­
nalista de la sociología, no filosófico. En realidad Touraine desen­
mascara «expressis verbis» el
monismo constitutivo de la cultura
moderna, reduccionismd que se paga con
la destrucción de lo que
«es» el hombre. Pero no logra salit de la
inmanencia ontológica
de un
monismo antropocéntrico. Es decir, sigue rechazando el
dualismo transcendente de Creador-creátura. Y, por ende; ignora
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
un orden-del-ser-dado, racional, sí, pero que está más allá de la
razón humana. Leamos al autor: «La idea del Sujeto, después de
haber estado unida a la imagen de un principio transcendente de
orden del mundo, se
ha encarnado en la historia en la época de la
modernidad triunfante, antes de resistir a la influencia de los
po­
deres y de los aparatos» (pág. 454 ), es decir, a la mera «razón
instrumental» que
recha2a con fuerza. Perd cree que podrá resol­
ver la humanidad la crisis, tan acertadamente descrita en las pági­
nas anteriores, con el
dualismo ontológico Sujeto-racionalidad
como sustituto del
dualismo metafísico Creador-creatura: «Nada
hay
más alejado de mis intenciones que volver a una concepción
deísta del derecho natural y definir las conductas por su acuerdo
o desacuerdo con unos principios establecidos por un Dios Creador
o por
la naturaleza. Si mi análisis es a mis ojos sociológico, se
debe a que el Sujeto no se define y no se construye más que como
actor de conflictos sociales al mismo tiempo que como
creador
de la historicidad» (pág. 458). Su discurso, pnes, es mera inma­
nencia funcionalista. El problema consiste en si
es posible, o no,
el entender al Sujeto, o sea a «los» hombre reales s6lo desde el
análisis de la acción del hombre; si, para ello, basta el análisis
del mismo como «actor de
los conflictos sociales al mismo tiempo
que como creador de la historicidad».
Para completar esta lectura de la obra, terminaremos comen­
tando dos importantes temas en la actual crisis cultural: lo refe­
rente a la religión y a la política. Tras
id hasta aquí visto, es ló­
gica esta proposición: «Al entrar en la modernidad la religión
estalla, pero sus componentes no desaparecen. El suieto,
al cesar
de ser divino o de. ser definido como Raz6n, se vuelve humano,
personal,
se vuelve una cierta relación del individuo d del grupo
consigo mismo» (subrayado en el original
pág. 390). En este pá­
rrafo aparecen tres cosas: a) El marco absolutamente inmanente
del discurso. El autor, volviendo inconscientemente a sus ahora
repudiados principios reve>lucionarios, está repitiendo a Marx:
«De esta relación
se deduce hasta qué grado el hombre se ha pro­
ducido como
ser a nivel de especie, come> hombre ... hasta qué
punto el comportamiento natural del hombre se ha hecho huma­
no»
(Tercer Manuscrit<> de 1848, OME V, pág. 377). b) Esta in­
manencia reclama una explicación funcidnal del Sujeto: «Se vuelve
una cierta relación del individuo o del grupo consigo mismos»,
como antes vimos.
c) Apunta directamente no sólo contra la reli­
gión, sino también contra la Razón, considerando a ambas «esta­
lladas».
Lógicámente sigue: «Denomind aquí positivas a las creencias
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA
y las conductas que mantienen una separaci6n entre lo temporal
y lo espiritual» (ibíd.). Esto conlleva una antropología escindida,
un hombre dividido. En estas condiciones tampoco puede acudir
Touraine a una
Raz6n «estallada» que actúe como nexo común
y general
de las relaciones entre los hombres: la Raz6n ha deve­
nido forzosamente mera «razón instrumental» y utilitaria
-«la
racionalidad instrumental es la plataforma giratoria, pero no es
un principio integrador de la modernidad» (pág. 192, ver también
págs. 278 y sigs.)-- cuyo rechazo constituye buena parte del libro,
pues la
dominaci6n tecnocrática de la tecnología comporta una
forma de tiranía. Aquí, «la
raz6n s6lo es instrumental, la racio­
nalidad de los medios sustituye a la racionalidad de los fines»
(pág. 191): éstos, en la inmanencia, han desaparecido, en
el paso
del tiempo hay «crecimiento»,
pero no «avance» pues este supone
la transcendencia de una meta, un «pensar teleol6gico» (Hartmann)
s6lo posible en el «espíritu» como director, anterior y superior
a la acción fáctica. En el
«círculo cerrado» de la inmanencia s6lo
hay medios-fines de lo inmediato según la utilidad que
el autor
estudia
-y crítica-al principio: «Para no someterse a la ley del
Padre, hay que sustituirla por el interés de los hermanos y
some­
ter al individuo al interés de la comunidad . . . El interés de la
comunidad sustituy6 a la
apelaci6n a la fe de la comunidad»
(pág. 31) nos dijo. Y sigue precisando: «La formaci6n de un nuevo
pensamiento político y social es el complemento indispensable de
la idea clásica de la modernidad, tal como se había asociado a la
secularizaci6n. La sociedad reemplaza a Dios como principio del
juicio moral» (pág. 32).
Las consecuencias l6gicas de esto, que
no
es posible conjugarlas con su propuesta final, es clara: «El ser
humano
ya no es una creatura hecha por Dios a su imagen y se­
mejanza, sino un actor s6lo definido. por papeles, es decir, por
conductas vinculadas a unos estatutos y que deben contribuir
al
buen funcionamiento del sistema social» (pág. 34 ).
V eremos c6mo la pretendida sustitución del dualismo trans­
cendente
Creador-creatura por un dualismo inmanente Sujeto hu­
mano.creador de
la historia presenta aporías insolubles tanto res­
pecto a la religi6n cuanto a la política, teniendo en cuenta que el
«único» Sujeto humano está condicionado simultáneamente por
la norma religiosa y la norma política -T. Parsons, El sistema
Social,
Revista de Occidente, pág. 178-, por lo que éstas no deben
ser contradictorias. Hemos de notar que aquí
el autor está cri­
ticando la idea «clásica» de la modernidad racionalista de la Ilus­
tración. Por eso no vemos c6mo
al final puede aceptarlas con el
fácil expediente de yuxtaponerla
al Sujeto, un sujeto que, como
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INFORMAClON BIBLJOGRAFICA
vimos, «se vuelve una cierta relación del individuo o del grupo
consigd mismos». ¿Cuál
es esta «relación» constitutiva del Suje­
to? Para
él, «nada debe apartamos de nuestra afirmación central:
el sujeto es un movimento
social. No se constituye en la concien­
cia de sí mismo, sino en
la lucha can el antisujeto, contra las lógi-
cas del aparato ... es el gesto de rechazo, de la resistencia lo que
crea al sujeto
... Y la subjetivación es siempre lo opuesto a la
socialización, de la adaptación. a unos estatutos y a unos papales
sociales» (pág. 350).
Vemos cómo aquí resuena el eco lejano de la acracia juvenil,
en una versión laica
del «personalismo» de Maritain y otros, como
denunció
J. Menvielle .-Crítica de la concepci6n de Maritain
de
la persona humana, Bueno Aires, 1948, págs. 300 y sigs.­
y Ch. de Koninck -De la primada del bien común contra los
persanalistas, Cultura Hispánica
(págs. 102-111)-. Este Sujeto
o este «persdnalismo»
terminan disolviendo la dimensión parcial,
lo
quieran o no: la oposición que Touraine establece entre el «in­
dividuo» y el Sujeto (pág. 447)
termina deslizándose hacia el pri­
mero, mal que le pese,·
si se le despoja de su dimensión espiritual
y queda sólo en relación funcional pues no es
más «persona»
--«individualis natura rationalis substantia» (Boecio)-sino átomo
individual de la relación social, y ésto
afecta tanto al .individuo
cuanto a la sociedad. Con ésto entramos en el insoluble problema
político.
Lo hacemos pdr la puerta del constitutivo ontológico de
la relación política,
el «bien común». Esto choca frontalmente
con una constante de toda la obra y que es la oposición Sujeto/
Poder
comd necesaria para la constitución del Sujeto: es una fija~
ción seguramente nacida de su enfrentamiento frontal con el to­
talitarismo, hijo de
la filosofía de la Ilustración, bien en la ver­
tiente continental
racionalistirdialéctica (Kant, Hegel, Spinoza),
en el plano político, bien como resultado «práctico» del dominio
del mercado por
la tecnocracia capitalista en el discurso anglosa­
jón
-cf. El Capitalismo, págs. 42A5 y también 131, 160, 302
y
sigs.-.
Las últimas 160 páginas del libro, dedicadas a la política
-3.ª Parte, cap. v~ son posteriormente desarrolladás en la
otra obra de Touraine, ¿Qué es la democracia? Hace un buen
análisis del pensamiento político moderno desde sus categorías
internas. Lo malo es que, ni
· siquiera como posibilidad teórica,
admite una alternativa en la política que ahora
se entiende por
democracia. Su enfoque funcionalista y no ontológico
-e6ma
operan las relaciones políticas ; no qué san y c6mo son en el hom­
bre, individuo a
.Ja par que sociedad, «zoon polithikon» en Aris-
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INFORM.A..CION BIBLIOGR.A..FIC.A..
tóteles----hace que los finos análisis del autor devengan en utopía
voluntarista
'-esto quiero; esto ha de ser-, mezclada con cierto
angelismo que desde el
Contrato Social de J. J. Rousseau evita
contemplar
las conductas desviadas en tal modelo, pero que se
dan, forzosamente, en cualquier sociedad humana:
éstd viene obli­
gado al eludir el método sociológico el problema base del «Bien»
y del «Mal», inevitable si se suprime cualquier referencia a un
orden-del-ser-dado y de la jerarquía, como normas de evaluación.
Al escribir que «esa producción de si mismo ( sub¡etivaci6n) sólo
se opera en/por la lucha contra los aparatos, sobre todo contra la
dominación cultural, en
particular contra el &tado, cuando éste
domina la cultura tanto como
la vlda política y económica» (pág.
430). Aun admitiendo que en un Estado que se considera fin-en­
si-mismo (Hegel) lo que dice tiene parte de
razón, su generaliza­
ción
le lleva más allá del totalitarismo político y afecta la justi­
ficación de
la relación politica -'-«auctoritas»---como fundamento
del poder social efectivo
-«potestas»--cuyo objeto es garantizar
la
paz social.
El autor pretende
un imposible: «No puede haber libertad
política
si el poder no está limitado por un principo superor a él
que se opone a que se vuelva absoluto. Las religiones aportaron
durante· mucho tiempo ese principio de limitación .
. .
En las so­
ciedades secularizadas, la religión ha perdido esas dos funciones
de limitación y legitimación del poder. Pero la idea religiosa se
ha secularizado
al convertirse en apelación a los derechos del hom­
bre y al respeto a· 1a persona humana. Hoy como ayer, resulta
imposible construir
la democracia si no· se la· hace descansar sobre
un principid no político del poder político» {pág. 418).
Este
párrafo, dentro de un discurso transcendente, serla· irre­
prochable. Pero deviene mera fraseología en fa secularización in­
manente: ¿Qué «derechos humanos»? E. Cantero -La concep­
ción de los derechos humanos en Juan Pablo II, Speiro, págs. 30
y sigs.-ha señalado la «falta de fundamentación» de ellos en
la Declaración de la ONU de 1948 por que «no hay forma de que
exista
un acuerdo sobre qué ha de entenderse por dignidad hu­
mana o por naturaleza del hombre» (pág. 33 ), de modo que sólo
llegan a un «acuerdo práctico», Un «conjunto de COnvicciones res­
pecto a la acción», es decir, a un funcionalismo sociológico a gusto
de Touraine, pero que fracasa cuando hay que adecuarlo
a una
situación
real límite de discrepancia entre «sujetos», sin posibili­
dad a apelar a principios metapoliticos
por encima dé éllos: En
el fondo, toda apelación al Sujeto en la inmanencia no puede ig­
norar que éste es tomado como una «mónada»: A. Renaut ;_La
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INFORMACION BIBLIOGRA.FIC.4.
era del individuo, Destino--señala con Heidegger que «lo pro­
pio de Leibniz
es reinterpretar la subjetividad comd mónada ( el
c6gito monadol6gico como verdad del c6gito racionalista)» (pág.
39), y así «Leibniz inaugura esa dinamización de la esencia que
caracteriza toda la filosofía moderna del ser en tanto que voluntad
de poder» (pág. 40). En este contexto, «las mónadas difieren por
sus perspectivas y expresan así el mundo desde puntos de vista
múltiples .. . tantas representaciones del mundo como mónadas,
tantas perspectivas
como subjetividades (§ 57, Monadologla)»
(pág. 46).
En esta presentación hay que decir que en el discurso de
Leibniz, las relaciones y el orden entre las «mónadas» incomuni­
cables, vienen asegutadas por la «armonía preestablecida» por
Dios Creador. Pero esto no
es así en la inmanencia absoluta que
presenta Touraine. Aquí, las «múltiples perspectivas monádicas»
como «voluntad de poder» autónomo
-el «Sujeto-frente-al-apa­
rato»---, por más que estén interrelacionadas socialmente -no
pueden no estarlo-- nunca encontrarán una «última razón» para
rendir
su propia «perspectiva»: el caso extremo del kamizake
suicida
de cualquier terrorismo prueba cómo no siempre es redu­
cible a un principio
superior metapolítico, que no existe, la vo­
luntad de poder soberana del Sujeto. El problema está en que el
Sujeto de Touraine
-y de otros-es una construcción mental,
mientras que los hombres reales, las «personas», son otra cosa.
Puede decirse que lo positivo del análisis de Touraine toma la
forma contradictoria de una «transcendencia~inmanente»: a) Sus­
tituye la «persona» (Boecio ), realldad sustancial, por el «Sujeto»
sociológico, «conjunto
de relaciones» en un intento de evitar el
«individuo» liberal, pero también sustancial, aunque profunda­
mente anárquico.
b) Apela, velada, pero implícitamente, a la so­
ciedad frente al Estado -«la democracia es fuerte allí donde el
orden político y social
es débil y está debordado desde arriba
por
la moral y desde abajo por la comunidad» (pág. 445), sin caer
en que ésto choca frontalmente con uno de los fundamentos de la
democracia
inorgánica que no permite otra igualdad que la for­
mal, entre sujetos iguales, sin jerarquías orgánicas comunitarias.
e) Ignora -quiere ignorar-que nno de los polos de su pro­
puesta, la racionalidad, está desigualmente repartida entre
los
hombres reales -no en el Sujeto transcendental de Fichte-y
que por esto
es irracional la pretensión de igualar en todos la de­
cisión política -el «voto»--. En resumen: el autor, según los
cánones actuales, propone una extraña democracia-no-democrática,
no de masas, sino de representación «de intereses sociales que
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INFOR.MACION BIBLIOGRAFICA
sean representables, que tengan cierta prioridad en relación a las
opciones políticas» (pág. 421). ¿Está, pues, proponiendo una de­
mocracia «orgánica»? Así lo parece, si recordamos que ha pedido
«un principio no político
del poder político» (pág. 478) y que
ha de dar «respuesta a cuestiones
sociales formuladas por los ac­
tores mismos, y no sólo por los partidos y la clase política»
(pág. 421) que son «menos fundamentales las formas instituciona­
les de
la democracia, las que organizan la formación de las opcio­
nes políticas» (pág. 422),
es decir, los partidos ideológico-políticos.
Tras lo anterior, se
aproxima a la «prueba del ácido» de toda
democracia: «¿Cómo puede haber una libre elección de los gober­
nantes por los gobernados si
lds electores no saben cuál es la
política económica, social o internacional de los elegidos.
Si los
candidatos no representan
más que unos grupos de intereses par­
ticulares?,
¿cómd podría establecerse un vínculo entre esos inte­
reses y una opciones globales? Semejante situación sólo puede
terminar limitando la influencia de los electores, encerrados en la
vida local y suprimiendo todo control sobre las decisiones
mayo­
res que entonces se toman por la élite misma, bien bajo la pre­
sión de intereses económicos más poderosos» (pág. 422).
El problema, pues, está perfectamente descrito. Pero
ahí que­
da todo, en la descripción, falta el análisis: ¿Cómo
se articulan
los «intereses» inmediatos y diarios, locales, con las «decisiones
mayores? ¿tienen «todos»
--al menos, la «mayoría»-los elec­
tores «capacidad racional» para entender las «opciones globales»,
cada día
más complejas y más abstrusas en las grandes sociedades
modernas? Por otro lado, ¿cómo puede descalificarse una «élite»
so pretexto de «sus intereses particulares», que obviamente son
otros que los populares, cuando por su posición y preparación
es
más capaz que la masa de entender racionalmente la «globalidad
social, política
y, por supuesto, económica»? En estas condiciones,
¿cómo puede fundarse la legitimidad democrática del Poder?
En lo anterior no se habla más que de «intereses»; pero, ¿qué
pasa con los «valores»? ¿son éstos «pactables», «renunciables»
como los intereses o no? En su otro libro
-¿Qué es la demo­
cracia?, pág. 256-dice Touraine: «Las religiones mantienen
con la idea del sujeto unas relaciones contradictorias, como
re­
cientemente ha demostrado la encíclica V eritatis splendor . . . La
enseñanza de la Iglesia Católica es, ante todo, que Dios ha pro­
hibidd al hombre comer del
árbol del conocimiento del bien y
mal (
Gen. 2,17) y que, si le ha dado libertad de juzgar del bien
y del
mal, no le ha concedido decidir sobre ellos. Así es como la
libertad debe quedar sometida a la verdad, cuya depositaria
es la
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iNFORMACION BIBLIOGRAFICA
Iglesia. Las iglesias, como los partidos revolucionarios, se consi­
deran los representantes.
de la verdad, encargadas de hacerla res­
petar . . . Iglesias y partidos se empeñan de . este modo en una
resistencia de principio a
la libertad democrática». En otras pala­
bras: la «libertad democrática»
·no admite una verdad normativa
y reguladora, sino

sólo la opini6n. Esta, si
es mayoritaria, es obli­
gatoria como norma social. Pero aquí hemos
de recordar a K. J.
Arrow que en Social choice ami individual values, Yale U. P.
«demuestra» con ecuaciones de lógica formal
cómo, por el artifi­
cio del «voto útil» la «opinión mayoritaria» en una elección entre
órdenes de valores,
es «siempre» la original de una «minoría»
que la propuso frente a otras,
es decir, que el resultado es «dic­
tatorial» respecto a los que no la deseaban y sólo la aceptan como
«mal menor», como los judíos que «voluntariamente» se exilaron,
mientras aún podían, del Tercer
Reich. Eso sí: en «uso» de su
libertad.
El ejemplo antes traído . de los kamikazes terroristas es
también un caso extremo de un negarse a pactar principios valio­
sos para ellos.
Se ve cómo, por uno u otro camino, el discurso político y social
inmanente llega a aporías insolubles y por eso, mientras puede,
mantiene la «prohibición
de hacer preguntas» como dijo Del Noce.
Los efectos
de esas aporías son sociológicamente detectables y aun
clasiíicables, pero ni son
prevenibles ni, menos aún, explicables
por el método sociológico
que sólo es aplicable a lo empíricamente
dado, no a
las causas profundas del comportamiento moral hu­
mano. Y
aquí se juega el mismo valor de «bien común» ahora
escindido
en varias versiones, tal vez contradictorias, y. es el fun­
damento político de toda
sciciedad humana. También hay que
contar con la manipulación de
la opinión pública por los «mass
medía» que distorsionan la realidad, sobre todo en las elecciones
que finalmente
han de concretarse en una legislación a todos
obligatoria. Con esto
llegamos al final. Lo hacemos recordando a P. J.
Proudhon que en el· mismo comienzo de su Sistema de las con­
tradicciones ecól16micas o Filosofia de la miseria, proclama que
sin una apelación a Dios «el Gran Desconocido», es imposible
<:omprender lo social humano: en efecto, para que los «hombres»
-no «el Sujeto»-en temas para ellos importantes se sometan
a un orden político, sólo es
válido considerar el Poder como «ve­
nido de lo Alto» (Jn. 19,11); si no es así, nd es suficiente ningu­
na «razón» humana
y se someterá sólo por la fuerza.
Lo anterior no es una mera nota bibliográfica sobre una obra
importante en el momento
actual, son los comentarios sugeridos
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INFORM.4.CION BIBLIOGMFIC~
de su lectura unidos a los recuerdos de otras lecturas sobre el tem.a
más importante de la filosofía política en su debate actual, la fun.
damentación de la Etica y la Política, los problemas que la etapa
de
la modernidad, que se da por cenada y que no han podido ni
sabido resolver a
partir de los ilusorios principios. de la Uustra·
ción que dio por cancelada, por obsoleta, la «philosophia perennis»
a cuyos principios ahora
se vuelve, declarada o subpreticiameute,
como esperanza de este «tiempo indigente» (K. Lowith).
J\NTONIO SEGURA FERNS.
Alexandra Wilhelmsen: LA FORMACION DE LA
DOCTRINA
POLITICA DEL CARLISMO (1810·1875) (*)
La Fundación Hernando de Larramendi, que otorgó en 1994
a la profesora
de la Universidad de Dallas, Alexandra Wilhelmsen,
el prestigioso premio de historia del carlismo
que lleva el· nom­
bre del
secretario político de don Jaime, don Luis Hernando de
Larramendi, tan dignamente prolongado en su estirpe de hidalgos,
da a las prensas ahora el trabajo galardonado en una
edición pri­
morosa de la editorial Actas, cuidada por Luis V aliente. El con­
tenido, esperado por. quienes seguimos con atención cy muchas
veces con preocupación -sobre todo en los últimos tiempds­
la historiografía de temática carlista, como no podía ser menos,
no desmerece del continente. Se trata de un estudio
macizo, es­
crito en un castellano cotrecto ...e.Jo que, habida cuenta de la
nacionalidad estadounidense de
la autora, es admirable, y no por­
que quienes
la conozcamos desde antiguo estemOs acostumbrados
a tal prodigio debe dejar de causarnos sorpresa
permanente--y
'presentado ordenada y escrupulosamente. Nos encontramos, pues,
ante
un notable trabajo científico, de envergadura no despreciable
y que viene a coronar, por el momento, una trayectoria intelectual
e investigadora impecable consagrada al estudio de carlismo. Algo
ha de tener este
movimiento proteied para concitar tal suerte de
pasiones
y de adhesiones -científicas, políticas y sentimentales--,
bien
es verdad que no menos odios y aversiones, a lo largo de
los
tiempos, de manera siempre incesantemente renovada. La res­
puesta me
parece sencilla: legitimismo, fdralismo e integrismo
católico, combinados en dosis diversas, agitados por un cierto
halo romántico
--en general del romanticismo bueno, esto es, del
(*) Ed. Actas, Madrid, 1995, 630 págs.
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