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Número 345-346

Serie XXXV

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Francisco José Fernández de la Cigoña: El liberalismo y la Iglesia Española. Historia de una persecución. Volumen II: Las Cortes de Cádiz

INFORMACION BIBLIOGRAFICA
Francisco José Fernández de la Cigoña: EL LIBERALISMO
Y LA IGLESIA ESPA~OLA. HISTORIA. DE UNA
PERSECUCION (vol. II): LAS CORTES DE CADIZ (*) .
También puede este libro titularse Polit(ca religiosa ile las
cortes ile Cád~, porque sigue su autor virtualmente paso a paso,
desde el día. en que se constituye la célebre asamblea, veinticuatro
de septiembre de 1810, hasta
que se traslada a Madrid, la activi­
dad
de los diputados en materias tales como la Inquisición, el
voto de Santiago, las
órdenes militares, el patronato regio, la ac­
tuación de distintos obispos, el castigo de herejes, fos recutsos
de
fuerza y mil asuntos más que hacen parecer a . veces casi un
concilio aquella reunión representativa -según se afirmaba-de
toda la nación. · ·
Contra corriente nada el historiador. Si para la historiografía
oficial, los despliegues
conmemorativos, la nomenclatura de calles,
los monumentos y cuanto recuerde hechos gloriosos de aquella
época de lucha
por la independencia española, son únicamente
los liberales quienes representan
.el papel .de héroes, siendo los
demás villanos del
drama o personajes tan secundarios. Qlle más
vale olvidarlos, Femández de la Cigoña rompe una
limza -¡y
qué fanza!-por fos despreciados, infamados o postergados. En
otras palabras, restableée la verdad ensombrecida por necios que
llaman «necio» al pacfre ·. de Alvarado, o por exposiciones como
la que realizó no hace mucho tiempo la Biblioteca nacional acerca
de los orígenes de
la prensa en España, y presentaba como muestra
de
periódicos de la época gaditaná sólo a El Cont;iso y La Abeja
Española,
liberales los dos. . .
Basa Femández de la Cigofia su relación en el análisis minu­
cioso del diario de .discusiones y actas de las cortes, de sesiones
de las cortes generales y extraordinarias,
índice del mismo, actas
de las sesiones secretas de las cortes extraordinarias, de las cele-.
bradas pdr la diputación pertnanente y de las .secretas de las cortes
ordinarias,
amén de las actas de las legislaturas ordinarias de
1813
y 1814 (pág. 19, nota 2). También es abundante la biblio,
grafía, aunque carezca de la importancia del beber ·directamente
de las fuentes: sello
del historiador genuino, para el cual suden
(*) Fundación Francisco Ellas de Tejada, Madrid, 1996, 462 págs.
Verbo, núm. 345-346 (1996), 629-662 629
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INFORMACION BIBLIOGRAFICA.
ser las opiniones ajenas, aun las más doctas, sólo apoyo, verifica­
dor o suscitador de ideas que principalmente nacen
dcl documento
original. Lo cual no
ex:cluye, sino todo lo contrario, el examen
de las publicaciones del tiempo estudiado, o sea libros, folletos,
periódicos en los cuales aparecen
Vél~, Alvarado, Gallardo, Yu­
rami, Joaquín Lorenzo de Villanueva, Llotente, Quintana, Tore­
no, Strauch, Capmany, Puigblanch, Inguanzo y muchos más, auto­
res y actores de los ·acontecimientos.
Por .lo general .es cronológico el hilo del relato, sa:lvo en lo
que se refiere a Ia Inquisición y la libertad de imprenta, que ocu­
pan capítulos especiales, a causa dcl abundante material de ambos
asuntos. Este sistema de
rdato, vale decir la narración por fecha
y no por temas (que. por otra parte, la.utilizan en su Historia de
España el padre de Mariana y en la suya de la guerra de Ia inde­
pendencia
Toteno), da a fa crónica unavivacidad muchd mayor
que la de
ir contando los sucesos abstraídos de sus circunstancias.
Le parece al lector un poco como si asistiera a los acontecimien­
tos. No obstante, ya que toda historia
parece tener su principio,
nudo
y fin, casi al modo de las obras teatrales, para saber en qué
paran
detértninadas polémicas y proyectos es necesario saltar pá­
ginas, si bien ayudan a encadenar los sucesos oportunos subt!­
tulos.
Saca el historiador del olvido, o .los sitúa a la verdadera luz,
a personajes como
Bias de Ostolaza, Simón López, Francisco
Javier Borrull, Francisco Gutiérrez de
Ia Huerta, Antonio Lla­
neras y otros. Del primero, por ejemplo, deán de la catedral de
Murcia, desde la restauración de Fernando VII, y costeador de
los . retablos de la Transfiguración y de San Juan Nepomuceno
que luce aquélla,
se comprende mejor el trágico final conociendo
su actuación parlamentaria y su carrera política y eclesiástica
posterior. Con todos
sus . defectos y demasías, fue el diputado
trujillano (de Trujillo del Perú) en cierto modo mártir de
sus
ideas, digno de tener el homenaje ele una calle, una plaza, un
parqae en Murcia, o de un cuadro como el «Fusilamiento de
Torrijos y· sus compañeros,., de Antonio Gisbert, cosa que· ~e­
guramente hubiera ocurrido, de no haber sido liberales quienes
lo asesinaron en 1835, junto con
seis desdichados más.
Demuestra, asimismo, nuestro historiador el genuino talante
liberal, como
se revela con .ocasión de determinados asuntos, de
los que son muestra el juramento del obispo Pedro de Quevedo,
de· Orense ; las prdvisiones de prebendas vacantes por parte del
arzobispo comoostelano Rafael de Múzquiz ; la denuncia de
Ia
Carta misiva, de Manuel Ros; la Instrucción pastoral de los obis-
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INFORMACION JJIBLIOGRAFICA
pos refugiados en MalloJ:Ca, etc. Talante tan autoritario que no
vacila en atropellar cualquier consideración,
si se trata de hacer
triunfar sus puntos de vista, como
el proponer algunos represen­
tantes de dicha facción
pena capital o prisión en el penal de
Ceuta para
el prelado orensano, que discrepaba de la denomina­
ción de «representación
nacional», que se habían arrogado las
cortes gaditanas (págs. 36 y sigs.). O que se declare traidor,
con­
forme quiere Joaquín Lorenzo de Villanueva, a quien criticase
la convocatoria, actuación o decisiones de las cortes (pág. 133
).
O que pretende ser la constitución de 1812 tan períecta e into­
cable, que quien proyectara modificarla antes · de transcurridos
ocho años desde su promulgación,
deh@ria set ·enviado al patíbulo,
según propuesta de
Martínez de la Rosa (pág. 295}. O propug­
nar que, a un tribunal que había sentenciado
. á disgusto de los
liberales, se le devolviese
la causa para que fallara con el aplauso
de aquéllos, moción que patrocina José
Morales Gallego en· el
caso citado de Manuel Ros (pág. 349).
Quizá objete alguien que
ni estos pocos ejemplos que aduci­
mos,
ni los muchos más que presenta el escritor pueden justifi­
car un juicio desfavorable del carácter liberal. Sin embargo, de
hilos está compuesta la maroma, y abonan una conclusión muy
severa los desmanes que comete el liberalismo cuando se adueña
del
poder en 1820 y 1834, y que los comete por medio, muy a
menudo, de los mismos que habían asistido a las cortes en
calidad
de representantes nacionales. ·
Otro aspecto que pone de relieve el historiador es el carác­
ter de concilio que a veces asume la asamblea gaditana, al iegis­
lar para asuntos estrictamente eclesiásticos. Recordemos algunos
hechos señalados arriba, o el interés de imponer preceptos acerca
de
diezmos, cátedras de seminarios, confirmación del exequatur,
recursos de fuerza, creación de obispados, etc. Esta propensión
a inmiscuirse los laicos en el campo religioso no nace tanto de la
tradición de los viejos concilios nacionales, sino del regalismo
triunfante con la casa de Borbón,
delcual heredan los parlamen­
tarios liberales vicios
y errores, aunque, cambiadas las circuns­
tancias, hubiese de ser tal cesarismo semilla de infinitas contien­
das y de irremediable división del
pais.
¿ Fue irreligiosa la política de las Cortes? Parece que la res­
puesta
es afirmativa. Chocaron los legisladores por mil motivos
con la Iglesia. Uno
de· ellos fue la Inquisición, cuya supresión
suscitó
la protesta y posterior destierro del nuncio y de algunos
obispos que rehusaron que
se leyese en sus iglesias el decreto
correspondiente, caso de monseñor Quevedo. Sin embargo, ni
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lNFORMACION BIBLIOGRAFICA
los enemigos del célebre instituto ni sus apologistas estaban com­
pletamente en lo cierto. Tal vez no acettase del todo el tradicio­
nalista Benito Ramón Hermida, sosteniendo que fue dicho tribu­
nal quien salvó la
fe de nuestro país (pág. 202), ni es exacto, por
el contrario, que secase la Inquisición «las fuentes
de ilustración»
y aterrase «a todos los hombres de
Iuces y de genio», conforme
sostiene el libetal Argüelles (pág. 206
). Corporación de índole
discutida:
si eclesiástica, si civil, si mixta. Substituyó a la inqui­
sición medieval . por concesiones que arrancaron a Sixto IV los
Reyes Católicos, Fernando e
Isabel. Cometió a veces el etror
de apadrinar tesis
de escuela cual si se tratase de verdades dogmá­
ticas,
.como ocurrió con el proceso primero de fray Luis de León;
sirvió de instrumento para satisfacer
la crueldad innata .de indi­
viduos de los que
fue· ejemplo el inquisidor Lucero, tristemente
famoso en Córdoba ;
peto también resultó utilísima para impe­
dir desvíos doctrinales y aberraciones: pensamos en las superche­
rías devotas y
en lo que a prevenir del contagio de la peste pro­
testante se refiete.
La tesis más sensata .era la de Inguanzo y
otros correligionarios
suyos: dejar que decidiera el episcopado la
permanencia o
extinciJJ11 de tales jueces (pág. 205). No los escu­
charon y triunfó la tesis animada de
más prejuicios contra la
Iglesia.
Si
en este punto puede ser dudosa la irreligión de dicha po­
lítica, a· muchos de los liberales que intetvienen en los debates
se les ve
la oreja, si no de la impiedad, sí de un .desmandado re­
galismo. Así
sém de notar las palabras de Calatrava: « Vuestra
Majestad
( dirígese a las cortes) tiene la más legítima autoridad
de contener
el abuso que haga de la suya el Romano Pontífice y
para impedir que con
.ella se perjudique a los españoles» (págs. 225
y sigs.). Lo cual no significa otra cosa sino la supeditación total
de la Iglesia al estado
y el suponer gratuitamente daños que pue­
dan. irrogarse al país
por parte de la legítima actuación de la
Santa Sede.
Por el contrario, parecen a veces ser las decisiones prevalen­
tes, en las corles irreprochablemente religiosas,· incluso hasta pa­
sarse
en el celo o entrotnetetse en matetia espiritual, como cuando
pretenden instituir tribunales diocesanos que procesen a los he­
rejes
y determinar las leyes que habrán al respectó de estar vigen­
tes
(págs. 222 y sigs,). El preámbulo de la constitución, rogativas,
procesiones, crucifijos
·en lugar notorio del local de sesiones, las
propias palabras
de muchos libetales dan testimonio de convic­
ción cristiana; sin embargo, ¿qué significan los ataques a la ju­
risdicción romaha, la codicia de las propiedades eclesiásticas, las
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INFORMACJON BIBLIOGRA..FICA
amenazas hasta de muerte a conspicuos sacerdotes, la enemiga
a frailes
y monjes, que siempre hablan sido uno de los sostenes
más
firmes del Pontificado? ¿No debe interpretarse esa religiosi­
dad, al menos en germen, como una
especie de deísmo compati­
ble, según se
verla después, con asesinatos de clérigos, confisca­
ción de bienes monásticos, intentos
de cisma, encarcelamiento y
destierro de obispos, interrupción de las relaciones con la Sede
Apostólica?
Si algo extrañamos en. esta documen.tada obra es la caracteri­
zación
no sólo política o religiosa de los personajes, sino la des­
cripción de
su aspectd, procedencia, aficiones, amistades. El autor,
que cita la jugosa descripción de
la. tertulia madrileña de Quin­
tana, hecha
por Capmany, y describe cploridamente el corpus to­
ledano, rara vez presenta a los diputados salvo a modo
de perso­
nificación de
ideas, ponencias, polémicas, discursos, réplicas,
grupos o banderías. Sin duda, imposible serla describir a todos,
y sobradamente inútil,
ya que muchos fueron meras comparsas
de votación ; pero de
algunos nos gustaría conocer algo siquiera
de la
fisonomía, aspecto físico, cualidades oratorias, procedencia
familiar, bienes, relaciones personales,
influencia local.... Algo
más que las opiniones acerca
del régimen de la nación. Dice el
autor que a casi doscientos
años de la instauración de las cp<"tes
gaditanas, apenas sabemos algo de muchos de su.s miembros
(pág.
18 ). Naturalmente no ha podido él suplir lo mucho que
falta
por indagar; su fin era otro muy distinto. Sin embargo, para
materializar algunos de esos nombres, los más sonados o más sim­
páticos
para el historiador, ¿nd hubiera sido factible apoyarse
en
las fuentes mismas, con objero de dar aunque 110 .fuera otra
cosa que
un atisbo de los hombres y. de]. ambiente wtidiano de
unas cuantas sesiones? Nada tampoco
s,a nos dice del. teatro donde
actuaron los diputados,
de la dudad que los reunió, de .los salo­
nes a que
asistían: pensamos en el de L6pez de Morla, que fre­
cuentaban
l0s liberales. En otros debieron de reunirse !Os tradi­
cionalistas.
De modo parecido, nos hubiera gustado saber algo .del papel
de las diversas regencias, que están en el libro casi totalmente
pasivas. ¿Carecieron de influencia respecto
de cuanto se decía
y decidía en las cortes?.
¿ Actuaban los gaditanos igual que la
asamblea nacional francesa de tiempOs de Luis XVI, y la conven­
ción que siguió a la caída de la monarquía gala? ¿Se.había substi­
tuido el absolutismo monárquico
por el absolutismo de un con­
greso?
MARIO SORIA.
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