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Número 345-346

Serie XXXV

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Manuel Aparici en una hora difícil de España

MANUEL APARICI
EN UNA HORA DIFICIL DE ESPAl'iA
POR
Jost ARTIGAS
I. Un hombre estrictamente de Dios
El nombre de Manolo Aparici me era familiar ya antes del
Alzamiento Nacional, por la admiración que le tenía mi primo
Antonio Rivera, a quien se
la tenía yo, por mi parte, ya entonces,
grande; pero en persona no tuve ocasión de conocerlo hasta el
invierno de 1939, creo, o quizá del cuarenta.
Lo que recuerdo muy bien es que era
una noche fría de aquel
Madrid ya abierto y libre del acoso revolucionario marxista, la
utopía
de cemento sin luz ni libertad, pero aún áspero, de la in­
mediata posguerra, el Madrid pobretón que ya nos sabíamos, con
todos sus rasgos negativos acentuados, tras los tres aiíos rojos de
hambre y terror en que terminaba
la II República.
En sus iglesias reabiertas, con sus dependencias mal acondi­
cionadas todavía, sin superar del todo algunos aún una cierta sen­
sación de clandestinidad, nos
reuníamos otra vez los Jóvenes de
Acción Católica para
celebrar· nuestros círculos de estudios, en­
tonces no en boga, sino de riguroso precepto, y hablar y discutir
sobre actividades y proyectos, antes o después de
algún tiempo
de oración. A veces, por ejemplo, durante una noche entera ante
el Santísimo.
En una de estas sesiones de adoración nocturna -ron minús­
cula-, tal vez ya entonces en la vigilia de la Inmaculada, con el
cuello del abrigo subido y
una boina hasta los ojos, la noche ya
bien avanzada,
se presentó en la desamueblada estancia inhóspita,
cargada de humazo, pero
gélida, donde descansábamds entre turno
y turno de vela Manolo Aparíci, Presidente Nacional, acompaiíado
Verbo, núm. 345-346 (1996), 567-608 567
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JOSE ARTIGAS
de alguien más que no recuerdo. Venían, con toda seguridad, de
alguna otra parroquia cercana, quizá San
Martín. La ronda, des­
pués de San Ildefonsd, continuaría
por Maravillas y otras y otras
-a pie, desde luego, y, por supuesto,' en ayunas, porque entonces
regÍa lo de «la noche antecedente»--hasta el amanecer, en que se
celebraba
la misa en todas y nos íbamos cada uno a nuestra casa
a desayunarnos,
dormir un momento para poner un poco a tono
el cuerpo y
empezar a vivir el nuevo día.
Aquella noche no me fascinó Manolo. No tenía un pronto es­
pectocular. Uno, al fin y al cabo, estaba en la Facultad de Filosofía
más atento,
quizá en exceso, a otras músicas diferentes, sin duda
elevadas también, pero menos celestiales, desde luego. Sin embar­
go,
no dejé de fijarme en la atención que despertaba y la evidente
autoridad que se
le concedía, aunque tampoco era cosa de sor­
prenderse demasiado habida cuenta de que era, sin
la mínima duda,
superior a todos
en edad, dignidad y gobierno. Ahora pienso que
aquella noche tendría
un interés concreto en hablar con quienes
fuera
de algunas cuestiones determinadas, y yo, nuevo en la plaza,
no figuraba en su agenda con nombre propio, porque, como des­
pués aprendí, Manolo solía ser muy concreto
en sus objetivos y no
daba paso inútil ni decía palabra de más, aunque no fuese lacónico,
ni cosa parecida. Mucho después supe, por él mismo, de lo que
llamaba «predicar desde la barca de
Pedro•.
Al principio del capítulo V del Evangelio de San Lucas puede
leerse que, una vez, estando Jesús
junto al Lago de Genezaret, el
gentío se aglomeraba
en su tomo para escuchar la palabra de Dios.
El Señor se fijó en dos barcas a la orilla del lago; los pescadores se
habían bajado de ellas y estaban lavando sus redes. Subiendo en­
tonces a una
de las barcas, la que era de Simón, le rogó que la
apartase de tierra un poco y, sentándose, desde la barca, enseñaba
a la
· gente. Manolo comentaba que muy poco de la voz de Cristo
pddtia llegar al relativamente lejano auditorio de la ribera. En
realidad, en aquella ocasión, hablaba para Pedro.
Con alguna frecuencia a
partir de entonces creí observar que,
acertada o
no la interpretación de ese pasaje evangélico, él sí
hablaba muchas veces
en especial para uno o para muy pocos, po-
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MANUEL APARICl EN UNA HORA DIFICIL DE E$PARA
niendo acentos y matices muy sopesados en sus palabras, aunque
tuviese delante
un público plural o numeroso. A eso lo llamaba
«predicar desde
la barca de Pedro», ajustar la dirección del men­
saje para asegurarse de su eficacia allí donde la pretendía.
Después tuve ocasión de verle y escucharle en la Diocesana,
y no sé si ya en el Consejo Superior ; pero la gran oportunidad de
conocerlo
y tratarlo de cerca me la dio un Cursillo de Adelantados
de Peregrino en La Coruña, en septiembre de 1941. Allí convivi­
mos con él, no sé, quizá veintitantos o treinta jóvenes de diversos
puntos de Espafia, durante ocho o diez días, supongo ; tampoco
me atrevo a concretar esta cifra.
Recuerdo de allí y entonces
al capellán, un muy joven sacer­
dote de una gran
espiritualidad y muy fácil y bella palabra, don
Ricardo Blanco, que falleció hace no muchos años siendo Obispo
Auxiliar de Madrid. Y al Vicerrector
-magnífico-del cursillo,
Angel Vegas.
De propósito renuncio a dar ningún otro nombre,
porque
podría olvidar demasiados; pero a todos los cuento entre
mis amigos y alguna vez
pido por ellos.
Al
final, a cada uno de nosotros se nos acreditó en un docu­
mento personal, que
«por la gracia de Dios había vivido intensas
jornadas de oración y estudio para impetrar del Señor ser Ade­
lantado de Peregrinos». Nosotros adquiríamos uno por uno, con
una cierta solemnidad, el correspondiente compromiso: «Prometo
hacer de mi vida
un continuo caminar hacia Dios, para que por
mí haga
el Señor a los jóvenes de España, especialmente a los de
la Diócesis a que pertenezco, peregrinos de
un eterno camino de
santidad. Por la gloria de Santa María, Dios ayude y Sant- Yago».
«Si así lo haces, que Dios te
lo premie, y si no, te lo perdone»,
nos
habla ido contestando antes de entregarnos firmado a cada
und el oportuno carné, en cuya portada lucia una finísima viñeta
con el crismón en tinta roja y una concha jacobea
en negro, sobre
el palo de
la rho. No sé ya por iniciativa de quién, pero por en­
tusiasta unanimidad, acordamos adoptar
el nombre de «Manuel
Aparici» para nuestra
promoción.
Todos los primeros planos que en La Coruña iba obteniendo
de Manolo confirmaban de modo
categórico, una y otra vez, que
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/OSE ARTIGAS
ante todd era un hombre religioso. Recuerdo su estampa en la
capilla.
Allí estábamos un haz de jóvenes dedicados con todo rigor
a nuestra ocasional tarea.
La devoción y el silencio eran la norma
durante la misa, las meditaciones o cualquier otro acto de piedad
d estudio, por supuesto. A mí me impresionaba, sin embargo, la
excepcional concentración que se advertía en Manolo. Me hacía
recordar la anécdota de aquel ínclito que, junto
al misionero en
oración,
pedía silencio a sus compañeros, porque «¡Está hablando
con Dids!». Eso
me parecía a mí de Manolo, de rodillas, inmóvil
y abstraído, fuera del tiempo y el contorno. Pero regresaba, claro.
En
el cursillo todo tenía que ir puntual y con orden, como iba.
Lo que no parecía es que después fuera «dtro». No, siempre era
él, idénticamente el mismo; no
había transfiguración.
Con nosotros después, a renglón seguido, cambiaba el interlo­
cutor, la actitud física, pero
me atrevo a decir que, de alguna ma­
nera,
podría adivinarse que no interrumpía su peculiar íntima gra­
vitación hacia Dios. Al revés, más bien habría de afirmarse que
provocaba en su tomo una especial «presencia de Dios» que se
nos imponía
a todos y hacía entender la expresión paulina, que
dejo en
latín para no renunciat a la, en este caso, impagable equi­
vocidad del verbo sum: «In ípso enim vívimus et movemur et
sumus».
Su figura física no estaba hecha de trazos notables ni llama­
tivos. Más bien alto que bajo, enjuto, con rasgos aristados, ahora
pienso si ascéticos, en su fisonomía y un gesto atractivo, simpá­
tico, benévolo, afectuoso, siempre acogedor, no sin un algo entre
burlón y escéptico
allá en el fondo. Era un hombre que estaba de
vuelta de muchas cosas, casi todas, y categóricamente de ida de
la única que importa. Y hoy se ve todavía
más claro, a los treinta
años de su muerte. «Ya ves, todo lo de este mundo
es sombra que
pasa, sólo
la Palabra permanece para siempre», me escribirá mu­
chos años después, en muy triste ocasión para mí.
No hacía falta demasiado trato con él para advertir que era
un hombre estrictamente de Dios,
y yo diría que en tres sentidos:
un hombre para, hacia;· que -trae un mensaje, viene _ de y, hasta
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MANUEL APARlCI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPAfvA
donde se puede juzgar, un hombre habitado por la gracia: .«Es
Cristo quien vive en mí», A partir de aquí se entiende su paz, su
afabilidad, su temple, su
peculiar cálida indiferencia.
II. Esta nada común religiosidad
Esta nada común religiosidad y devoción de Manolo tiene. su
historia concreta
y un origen y desarrollo más o menos bien cono·
cidos. Nunca llegó a. ser un descreído total, por supuesto;. nj un
empecatado, creo yo, por lo que entiendo de lo que algunas v~es
le escuché; pero sí pasó algunos ~os tan alejadd de la práctica
religiosa como para poder utilizar de algún modo d término «con­
versión», al referirse a su regreso a ella.
Resulta que muy temprano
ya, con veinte ~os, «tenía ya des­
pejado su porvenir y una categoría en la vida», en expresión que
él· mismo vendría a utilizar después. · Pero eso lo había alcanzado
a costa de una etapa de trabajo muy duro, y eso explica en nota­
ble medida
d ablandamiento posterior, y que, en expresión de la
época, se aplicara después, tan prontii como pudo, de manera fun­
damental o exclusiva, a la tarea de «divertirse». Y nunca empleado
el término con mayor propiedad.
Sí yo tuviera memoria, podría enumerar la dedicación de cada
día de
la semana, porque él sí larecordaba, claro, y más de una
vez salió a colación. Me
es imposible reconstruir con exactitud su
agenda de entonces,
pero sí creo poder dar una relación aproxi­
mada:
Por de pronto, era un asiduo de «las·tardes del Ritz», los
sábados, me
parece; domingos y jueves la cosa consistía en algo
parecido, té con baile
-thé dan~ant~ otra vez, pero en d Palace;
el lunes, o
más bien el miércoles, no s.é bien, d estreno en el Cine
Royalty, en
la Calle de Génova; d martes o el viernes el Palacio
del Hielo, en
la Plaza delas Cortes •.. El séptimo día no sé, casi
seguro otro cine, o baile de nuevo, o iría alguna vez al teatro, o
quedaría libre para emergencias •.. Pero no, creo que no, que no
había capítulo de imprevistos. Y lo que desde luego
tampoco me
snena
es que el séptimo día descansara. Ahora, eso sí, manteniendo
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JOSE ARTIGAS
siempre un nivel. En el riguroso programa no entraba jamás un
bailongo de «señoritas gratis», o
taxi girls, ni cosa parecida. Era
la vida de un joven
de « buena familia» de la épota, ni un «pollo
pera»
quizá, de aquel Madrid en que el trabajo dejaba energías y
tiempo libres para actividades posteriores suplementarias.
Así iba girando la rueda de su existencia cuando empezó la
conversión, porque tuvo su tiempo y
sus plazos, a partir de la
indiferencia y la frialdad,
la distancia: Manolo, dicho simple y lla­
namente, no ejercía de cristiano, «nd practicaba», como se suele
decit. No iba a misa y no le importaba la campanada de no asistir
con las autoridades y fuerzas vivas del lugar
a la Procesión del
Corpus,
como era uso a la sazón en Muros, donde estaba destinado,
por
ejemplo. Ni que se lo reprochasen.
Entre los «consejos e indicaciones» que deja a su sucesor en
la Presidencia de
la J. de A. C., Antonio García de Pablos -cuar­
tillas de valor excepcional, publicadas como apéndice en la Sem­
blanza Biográfica anónima editada por la Postulación de la Causa
de Canonización del Siervo de Dios Manuel Aparici, Madrid, 1994,
a la que haré continuas referencias-, puede. leerse: «No olvides
que M. A. antes de ser joven de A. C. fue lujurioso, frívolo y pe­
cador ; pero que Dios puede sacar con su gracia, de las piedras,
hijos de
Ab~aham». Pudiera ser no mucho más que una muestra
del habitual exagerado rigor con que las almas escogidas suelen
juzgarse.
Le escuché más de una vez que el principio estuvo en unos
Ejercicios Espirituales, a los que fue de mala gana, haciéndosele
muy cuesta .arriba, sólo vencido por la insistencia
de su madre,
preocupada. Y aún no sé bien si por
complacerla o por dejar de
oírla. Nada esperaba,
claro, de unos curas a los que tenía por
aguafiestas profesionales y pájaros de mal agüero. O sin «profesio­
nales», y
tar vez «pajartacos», pero la idea era esa, desde luego.
No está segura
la fecha, pero debió de ser en 1925. Los Ejer­
cicios, sin embatgo, contra toda previsión, hicieron alguna mella.
En la Semblanza, se puede leer que, tras ellos, «empezó a amar
a Jesús y se inscribió en sn Guardia de Honor», así con mayúscu-
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MANUBL APARICI BN UNA HORA DIFICIL DE ESPARA
las. No sé qué significa. Ignoro qué entidad pueda ser esa; y si
lo es.
A partir
de ahí y durante dos años, por lo que se dice, parece
que fue «cayendo y levantándose», hasta unos nuevos Ejercicios,
también
externos, quizá en 1927 -según leo en la misma Sem­
blanza--en los que hizo el propósito de comulgar. diariamente
durante la Cuaresma. Al terminarlos, además,
entro en la Con­
gregación Mariana, Los Luises, y ya da la impresión de que su
vida empezó a ser, ya para siempre, otra: Durante los años 27, 28
y 29,
«subía hacia Jesús».
Cabe quizá subrayar tres momentos marcados y conocidos en
su
-digamos-«camino de perfección». El primero es el día de
la Inmaculada de 1927; en que recibe la Medalla de Congregante:
En su diario de 8
de diciembre de 1939 -siempre según la Sem­
blanza-, escribe: «Hoy hace doce años que Maria me echó los
brazos al cuello, me escogió como hijo». Está claro.
El tercero es la decisión de hacerse sacerdote, también puesta
por escrito, tomada durante unos Ejercicios Espirituales en Vitoria,
el 16 de septiembre del 32: «Si Jesús no dispone otra cosa,
yo
por mi parte estoy dispuesto a ser ministro suyo, sacerdote secular,
para emplearme todo en la salvación de las
almas y satisfacer esa
sed que se dignó manifestarme ... en aquella vela de Los Luises en
los días de Carnaval». Sitio, efectivamente, serla después el lema
que adoptase en su ordenación en 1947.
Por cierto, sólo un
mes después, el 17 de octubre, anota: «Hoy
he
empezado a dar clase de latín». En aquel entonces era incon­
cebible su destitución, después de ser
garantla de exactitud, be­
lleza y solemnidad de la Doctrina y la Liturgia durante cerca de
diecisiete siglos. Desde 1934, Manolo conservó siempre encendido
y muy vivo el recuerdo de miles y miles
de voces heterogéneas
unánimes en el canto del
Credo in unum Deum. Patrem omnipo­
tentem,
en San Pedro de Roma. Era la percepción inmediata y
directa de
la universalidad de la Iglesia, la catolicidad, una expe­
riencia que me deseaba y animaba a procurarme.
La tuve no pocas veces muchos años después durante mi es­
tancia en Roma y nunca dejé de pensar en Manolo. Recuerdo con
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/OSE ARTIGAS
especial viveza las· dilatadas y solemnísimas ceremonias de Cano­
nización de Santos, de entrega de birretas a nuevos Cardenales
. o alguna sesión pública del Concilio, el grandioso templo ilumi­
nado
y lleno por los vistosos trajes, ritmos y músicas de pueblos
exóticos.
Yo mismo asistía desde la tribuna asignada al Cuerpo
Diplomático, rodeado por consiguiente también de extranjeros de
las más diversas procedencias. De pronto se hacía la unánimidad:
Crt!do in unum Deum, o Pater Noster qui est in coelis.
Recuerdo también mi primera llegada a Alemania
,--,Gi:ittin­
gen-tangente a su ecuador el siglo. Todas las palabras me eran
extrañas, salvo el pequeño
haz que· constituye el léxico técnico de
la filosofía... Hasta que entraba en un templo y escuchaba: In­
troibo ad altare Dei, como si el sacerdote contase ya de antemáno
conmigo. Como en la vetídica anécdota de la aldeana en el ex­
tranjero: «El Sr. Cura era el único que hablaba en español». La
Iglesia, donde nadie era forastero.
Sin concretar la
fecha, queda en medio el segundo momento,
la «vela
de Los Luises», a la que hay que reconocer, sin duda,
alguna trascendencia.
La relata, aunque sin referirse al lugar, ni
al Carnaval, Carlos Castro, fervoroso germanista, después fervo­
roso sacerdote, «vocación . tardla» guiado por Manolo en sus pri­
meros pasos hacia el Seminario. Cuando los presenté uno a otro,
en los primeros años cuarenta, ninguno de los tres podíamos úna­
ginarnos que, llegada la hora, iba a ser Carlos quien estuviese
junto a él para revestirle por
últúna vez con los paramentos sa­
cerdotales.
«A él
-Manolo, claro-le tocaba el tumo de adoración una
tarde y por espacio de una hora. Y a tenía la velada organizada
para después de su adoración, irse no sé si a un baile o algo pa­
recido. Hizo su turno
de vela, y el siguiente, el que había de
sustituirle no
se presentó. Como él luego contaba, "no tuve cara
para dejar
al Señor solo". Pero lo curioso es que el siguiente al
siguiente tampoco se presentó. Y Aparici siguió tres horas en ado­
ración silenciosa. Ya no era tiempo de cumplir sus deberes sociales.
Salió
ya de noche, pero transformado. "Dios y sólo Dios; lo demás
es frivolidad, aunque sea inocente". Desde entonces su vida cam-
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MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPA8A
bió radicalmente. Fue el místico de la Acción Católica y el con­
templativo apasionado».
Como los vértices de un
triángulo una. circunferencia, estos
tres momentos determinan el encuentro de
un hombre con Dios.
Con intención evito decir
un alma. Está elato y lo explica muy
bien la siempre vigente Escolástica, philosophia
perennis pór otro
nombre,
el de Leibnitz: no es el ojo el que ve, ni el entendimientd
el que entiende, ni la voluntad la que quiere; sino el hombre a
través de, mediante la vista, el entendimiento o la voluntad:
ac­
tiones sunt suppositorum. La acción es de la persona. Con todo,
hay
acciones que se realizan con la conciencia en carne viva y otras
que se llevan a cabo con absoluto despego, como con ella ausente,
tal que «viendo no ven
y oyendo no oyen».
Es como una ilustración de la parábola del sembtador, que
acude a la memoria: una parte de la simiente fue a
dat a la orilla
del camino y se la comieron los
pájatOS del cielo ; otra sobre el
pedregal, y se secó; otra entte los espinos, que la sofocaron;
pero
otta cayó en buena tierra y dio el ciento por uno.
El
encuentro. de Manolo es total. Ha escuchado la palabra de
Dios y la ha acogido
en su intimidad «no sólo con el entendimien­
to, sino con el hombre interior entero», como quiere Kierkegaatd,
como, aparte de su oratoria, gesticulaba el Cris6stomo, «con su
total existencia», y da fruto abundante .. No se si.sobra o importa
decir que ello significa
ya una dimensión fundamental y estricta­
mente religiosa y
cristiana, y que el Dios que descubre no es la
c~nclusión de un razonamiento, _ni una necesidad metafísica, el
Acto Puro, ni lo Absoluto.
El proceso no empieza con una preocupación intelectual, es­
piritual, sentimental; tampoco .una necesidad de trascendencia,
desde el desencanto o
el naufragio. Hoy, casi ttes cuartos de siglo
después, entre nosotros incluso, es más frecuente
la búsqueda de
un asidero a
partir de una vida que resulta seca, vacía, en preca­
riedad,
necesitada en suma. Y nos sorprendemos. de la repentina
devoción por Sydahrta, el viaje a
Kattnandú, o la entrega al Islam,
de almas a las que lo
que les ocurre, ni más ni menos, es que no
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/OSE .A.!1TIGAS
se aguantan dentro de su propia piel y sólo les llega un borroso
cristianismo social de
mercado.
Da la impresión de que a Manolo le sorprende la luz antes de
advertir las tinieblas. La radical insuficiencia de su vida la ve des­
pués, cuando ya la ha .dejado atrás. Vale la metáfora de la luz y
la sombra:
La sombra es producto de la luz. Cabe pensar que,
cuando
comienza su vela al Santísimo, no acaba de ser consciente
de que,
al terminarla, todo lo que en realidad tiene por delante es
ir a «comprar alegría» a la tienda de la esquina, «zambullirse en
la miseria», según sus gráficas expresiones de tiempos posteriores.
Al abrírsele el oídd,
al darle la luz en los ojos y empezar a ver
y oír viendo y oyendo, lo que en
realidad ocurre es que sin vacío
que medie,
ni cuestión filosófica interpuesta, se produce el des­
cubrimiento del Dios trascendente y personal del cristianismo. Se
trata, me atrevería a decir, de un golpe de gracia, una ráfaga de Fe,
que le lleva a Jesucristo.
De hecho, los momentos decisivos de su
«conversión»
se producen en el marco de una especial meditación
sobre su propia vida y la de Jesús, como son
los. Ejercicios Espi­
rituales de San I¡¡nacio, o durante una vigilia ante
la presencia real
de Cristo en el Santísimo Sacramento. Quizá entonces ni conoce
los versos
de· Santo Tomás: In Cruce latebat sola Deitas, at bic
latet simul et humanitas.
Jesucristo es la clave, el primer gran des­
cubrimiento de sú Fe.
Dios
se le revela rigurosamnte como amor, «que por nosOtros
los hombres y por nuestra salvación bajó de los cielos y fue con­
cebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María
Virgen:
et hamo factus est». Cuando se penetra de veras esta
verdad, sólo hay una respuesta posible: «Nadie puede osar desen­
tenderse
de la vida de Cristo como de una mera curiosidad -dice
Kierkegaard-. Cuando Dios se deja parir y se hace hombre, no
se trata de una pintoresca ocurrencia suya. Dios no sale de aven­
turas. No, cuando Dios hace eso, ese hecho es lo serio de la
existencia. Y
lo serio es, otra vez, que cada uno adopte una ac­
titud ante ello». «No podía yo impunemente recibir el Evangelio
de Jesucristo»,
escn'be Paul Claudel. «Quid retribuam Domino pro
omnibus quae retribuit mihi?»,
como tantas veces repetiría ante
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MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE .ESPARA
el altar. No hay más que la propia entrega total, absoluta y sin
condiciones.
Así parece vivirlo y entenderlo Manolo.
Ovidio escribe en
alguna ocasión: «Video meliora proboque,
deteriora
sequor». Pero no es fácil acallar la vieja sentencia socrá­
tica, «Nadie hace el
mal a sabiendas». Tal vez ocutre que se ve,
peto no se ve del todo; se sabe, pero no acaba de saberse. El
conocimiento siempre resulta insuficiente y precario. Cuando de
verdad se ve
y se sabe o se cree, nunca se hace lo peor: « ¡Si tu­
vierais fe como un grano de mootaza ... ! ». Pero, ¿ qué fe tenemos?
«Padre, petdónalos, porque no saben
lo que hacen». «Y entonces
el dilema es éste -me escribirá en 1964--, o Cristo es Dios o
tú y yo y todos esos padres conciliares somos unos solemnes idio­
tas. Gastar toda una vida en vivir contra corriente de la propia
naturaleza y de los criterios
de los mundanos, por seguir los crite­
rios de
un rústico Nazaretano (sic) que acaudilló a un grupo de
rústicos galileos y que terminó ajusticiado,
sería una inmensa in­
sensatez si ese Nazareno
no fuera el Hijo de Dios que ha venido
a salvar a todo hombre venido a este mundo».
Manolo adopta una actitud
tal y como Kierkegaard, el precur­
sor
del existencialismo, demanda. Manolo Aparici empieza a mirar
la realidad entera, la vida, todo lo visible y lo invisible, su propia
existencia
y el marco en el que se desarrolla, desde la Fe. Cual­
quiera que sea
la presión de la circunstancia, que no era leve, la
figura se destaca ante
un paisaje que es imprescindible tener muy
en cuenta, porque Manold vive, siente, sufre y acusa
la sociedad,
el tiempo
y el lugar que le tocan y gravitan sobre él, no caracteri­
zados por
la monotonía, ni la estabilidad. Nada más lógico: «No
te pido que los apartes del mundo, sino que
los preserves del mal»,
se puede leer en San Juan.
Años decisivos, cabe decir con Spengler.
111. La gran convocatoria
Su infancia y su más temprana juventud tienen como fondo
guerra en Europa y Marruecos, convulsiones sociales, Versalles,
la caída de cuatro Imperios -el Ruso, el Alemán, el Austro-Hún-
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garo, el Otomano--y la Revolución Bolchevique en Rusia. Tiene
diecinueve años cuando
el asesinato de Dato y el Desastre de
Annual; veintitrés, cuando comienza
la Dictadura; veinticinco,
cuando
termina la Guerra de Africa ; veintisiete, cuando el viernes
negro
de Wall Street; veintiocho, cuando el Pacto de San Sebas­
tián,
y la sublevación de Jaca y el fusilamiento de Galán y García
Hernández ; veintinueve cuando las elecciones municipales de 19 31,
el exilio de Alfonso
XIII y la proclamación de la II República.
Y cuando
la primera quema de Iglesias y Conventos, y cuando
Azaña afirma en el Parlamento: « ¡España ha dejado de ser cató­
lica! » .. Y cuando los sucesos de Castilblanco, y cuando el mani­
fiesto de los intelectuales «Al servicio de la República»; treinta,
cuando
la disolución de las . Ordenes Religiosas, la expulsión de
los Jesuítas
y el Pronunciamiento del 10 de agosto; y cuando los
«tiros a
la barriga», de Casas Viejas, cuando la Encíclica «contra
el laicismo agresivo de la II República», y cuando el Discurso
de la Comedia, de José ·Antonio Primo de Rivera; y treinta y uno
cuando la Revolución de octubre en Asturias, que dejó 1.200 muer­
tos: Ahí,
«.con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió
hasta
la sombra ·de autoridad· moral para condenar la rebelión de
1936», sentenció don Salvador de Madariaga, el indiscutido prócer
liberal, en su libro España.
Manolo tiene treinta y cuatro años cuando el 25 de enero del
36, ante
las inmediatas elecciones, Francisco Largo Caballero, lla­
mado «el Lenin español», anuncia: «Si triunfan las derechas no
habrá más remisión, tendremos que ir a la guerra civil declarada».
Y cuando asume
el poder el Frente Popular en febrero y empieza
la .subsiguiente sanguinaria anarquía denunciada en el Congreso:
269 muertos, 1.287 heridos, 160 iglesias totalmente destruídas,
43 periódicos asaltados, 113 huelgas generales,
hasta el 15 de
junio. Y cuando las
amenazas de muerte a Calvo Sotelo: «¡Su
Señoría morirá con las botas puestas!», «¡Este hombre
ha hablado
por última
vez!». «"Señor, la vida podéis quitarme, pero más, no
podéis", y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio».
Y cuando su increíble asesinato
por miembros de las Fuerzas de
Seguridad del Estado.
Y cuando el Alzamiento Nacional el 18 de
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MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPA:RA
julio; y en octubre, cuando se elegía al General Franco Generalí­
·sirno de los Ejércitos, al tiempo que se le confiaba la más alta
magistratura del Estado.
En Europa también se anunciaban años negros, que no falta­
ron a
la cita, con el pacto germano-soviético y la invasi6n de Po­
lonia por las tropas de Hitler y Stalin, y ni fueron. breves, ni pa­
saron sin huella: 30.000.000 de muertos. Desde
el excepcional
observatorio del Vaticano,
el Papa Pío XI tenía que reconocer:
«El mundo está profundamente enfermo».
La coincidencia
y sucesión de todos estos acontecimientos quizá
ayuden a entender que en aquel entonces, en aquella España, en
un partido derechista nacido
en círculos religiosos, se uniforma­
sen sus j6venes con atuendo militar y adoptasen el saludo regla­
mentario en el Ejército del soldado con armas y, bajo el signo de
la Cruz de la Victoria
-Covadonga, la Reconquista-, convocasen
en su himno «Por Dios
y la Patria, a vencer o morir».
También el himno de la Juventud
de Acci6n Cat6lica reflejaba
el clima y definía una actitud: «Ser apóstol o mártir acaso, mis
banderas me enseñan á set», para ·terminar afirmando «la misi6n
sacrosanta y divina de vivir
y morir por la Cruz». Incluso las
chicas andaban a vueltas con lo mismo: «Juventud somos ansia
de
gloria, resplandor que qued6 del Tabor, con nosotras está la
victoria, ¡a vencer o morir por.amor!».
Por entonces, otras juventudes, las de enfrente, llevaban ya
mucho camino adelantado marcando el paso, también de wti­
forme, con el puño crispado en alto y llamando con bellísimas
melodías, no españolas por cierto, «a las
barricadas, a las barrica­
das», «por
la lucha final». Eran los que se proclamaban orgu­
llosos, también con música, menos bella, «hijos de
Lenin».
La amenaza era: real, inmediata y grave, como no tardaría en
mostrarse. No se trataba de unas inofensivas diferencias ideol6-
gicas superables mediante espíritu de comprensi6n y ejercicio del
diálogo. Lo que
estarra. ante portas era el torvo marxismo totali­
tario
y ateo de irás y no volverás, el terror y la ruina a punto de
caer sobre España en 1936 como, rii siquiera hacía veinte años aún,
habla descargado ya sobre la inmensa extensi6n de Rusia.
579
Fundaci\363n Speiro

/OSE ARTIGAS
Así las cosas, de los círculos religiosos que frecuentaba o
había
frecuentado Manolo -Luises, A. C., A. C. N. de P.-van
saliendo unos u otros para actuar en política.
Se trata de luchar
por los valores cristianos en la vida pública. Antes de
la guerra
se constituy6 un partido sobre todo, de grandes dimensiones, pre­
suntamente adecuado a las circunstancias del momento. Algo
se
hizo desde él, pero después de mucho retorcimiento de corazón,
negadas nostalgias y peligrosas procliviclades, acab6 compartiendo
el fracaso de todos los partidos establecidos:
«No fue posible la
paz». Con
la hoz y el martillo y la bandera roja, o contra ellos,
arma al brazo, quedaba a la intemperie la juventud de España. A
eso
la habían conducido, no sin irresponsabilidad, entre la ligereza
de unos y
la incompetencia de otros, algunos intelectuales y mu­
chos políticos.
Despu.!s, el Estado surgido del Alzamiento Nacional no s6lo
tenía
por nula toda ley o disposición que, fuera como fuere, en­
trase en colisión con la doctrina católica, sino que, en palabras
del embajador Garrigues ante S. S. el Papa Pablo VI, en tan
solemne ocasión como la presentación de Credenciales, «se
glo­
riaba de sentir con la Iglesia». Era otra oportunidad especialmente
propicia para que muchos, más o menos jóvenes, con intención
fundamentalmente religiosa, intentaran carrera en
la política.
Muchos
la hicieron, y no pocos alcanzaron el objetivo propuesto.
Otros, sin embargo,
se desvirtuaron vencidos por su propia ac­
tividad. En la brega política se les habían ido desvaneciendo sus
altas intenciones iniciales
-Si salis evanuerit ... -y al final se
encontraban desarbolados y sin raíces, muy lejos de la meta
prevista ...
Se habían disipado quizá un poco y, tal vez incluso sin ad­
vertirlo, empezaron a interpretar el advenimiento del Reino de
Dios, que
el Padre Nuestro nos enseña a pedir, un poco demasia­
do profanamente
y a posponer el ejercicio de la caridad a la
consecución de muy determinados objetivos «humanos, demasia­
do humanos». Al
final resultó que estaban peleando por una serie
de móviles muy oscuros, relativos y
equívoeos: Democracia, Li­
bertad, Diálogo, Igualdad, Tolerancia
... como si fueran valores
580
Fundaci\363n Speiro

MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL l)E BSPA&A
absolutos y esenciales, y sin reparar en que la enorme extensión
de estos conceptos reduce a casi nada su comprensión y habilita
psra todo género de manipulación, contradicciones y «otros frutos
amargos». Ya
se sabe: la condena de Sócrates, el voto por Ba­
rrabás; los resultados de Múnich, Moscú, Y alta o Potsdam; la
licencia para matar los 30.000.000 de la II Guerra Mundial; la
luz verde al experimento de las bombas
atómicas: 92.000 muertds
la de uranio, 40.000 la de plutonio; o el Telón de Acero que,
tras consolidar el régimen soviético sobre el inmenso territorio del
antiguo Imperio
Ruso, aisló además durante cuarenta años, bajo
el terror y la miseria, a dos tercios de la superficie de Europa y
casi la mitad de su población.
Todo queda sacrificado a una relación de números. Y se
pro­
duce el curioso fenómen¡,, de que, mientras se reconoce y pre­
gona, con toda la razón del mundo, que el fin no justifica los
medios,
se acepta, en cambio, que los medios justifiquen el fin.
No hay propósito inmoral ni descabellado, con tal de que no se
pierdan determinadas maneras psra alcanzarlo. Está claro que se
da
un formalismo en la Política como se da en la Etica -Der
Formalismus in der Ethik-, aunque de menor grandeza, porque
siempre hay ventajistas de la
imprecisión con afán .de poder, o
simple
apetito desordenado de figurar y presidir, y no todos los
días nace en
Konigsberg un pensador llamado Manuel. Kant.
«Se llama
ascétie a nuestro cristianismo de hoy
se le podría llamar científico­
pastoral», se quejaba Kierkegaard en su tiempo, refiriéndose a
Hegel sobre todo. A una parte del que ya
empezaba en los años
de Manolo
se le podría quizá haber titulado «ensayístico-social».
Y
a alguno mediatamente posterior «social de mercado». Después,
aún
se acentuaría esta tendencia a la secularización de los cristia­
nos en retirada, más atentos a la sacristía y la curia que al sagra­
rio, a las librerías que a las biliotecas
y, en definitiva, a la aña­
didura que al Reino de Dios, sin reparar para nada en los lirios
del campo ni los pájaros del cielo. En alguna medida, no
pocos
eran víctimas, quizá, de una admiración algo desmandada por la
crema de la intelectualidad.. . francesa.
En realidad, quizá tam-
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JOSE ARTIGAS
poco fueran mucho más lejos sus inquietudes, ni posibilidades
intelectuales. Al final
J. Maritain acabaría escribiendo Le Paysan
de la Garonne, ·pero, como es frecuente en estos casos, el arre­
pentimiento y rectificación llegaban demasiado tarde, cuando ya
se había producido el escape de «humo del infierno».
La incitación a la política, como tantas iniciativas de intención
y
raíz religiosa de la época, provenía de don Angel Hertera, por
d que Aparici siempre tuvo una sincera devoción, aunque no sé,
y subrayo
el no sé, si total identificación con todas sus actitudes.
A
mí Manolo siempre me pareció más claro y firme en las suyas.
Quiero anotar, en todo caso, que hablando de
él, en polémica
periodística entonces con alguna alta autoridad civil, y tal
vez
por eso víctima de algunos ataques acasd exagerados, con enorme
.respeto y afecto comentó que la hostilidad procedente de hombres
de buena voluntad, si es la más hiriente, también es la que más
puede contribuir a la santificación, ·porque con la . de los otros ya
se cuenta y puede, incluso, inducir a vanagloria. Siempre la pers­
pectiva sobrenatural.
«Cristo no
espero a que se resolviera el problema social en
su tierra para predicar el Evangelio», decía Manoló. Por eso, pudo
entrar en pol!tica,
pero no lo hizo. Y no le faltó la ocasión. De
hecho tuvo el ofrecimiento de la Dirección General de Aduanas,
en el Ministerio de Hacienda, en tiempos de Larraz, que declinó
Su camino, está muy claro, era otro·; y sus maneras. Más vasto
y lejano su horizonte. Estaba ali!, y siempre tenía años cuando y
durante; y justo en la edad de la energía,
el entusiasmo, la ilu­
sión,
la entrega y la eficacia.· Pero siempre más. atento a otra cosa
que a la ·noticia de la anécdota o el desgarrón de cada día, o la
publicación del último ensayo con lo último en ideas del tiempo:
«Gris, caro amigo, es toda teoría», parece pensar con Goethe.
Él estaba haciendo por el Reino de Dios, seguía estudiando su
latín y le importaban no mucho lo que pudieran decir los
-por
·entonces o después, ya no sé--irónicamente conocidos entre los
estudiosos como «los nuevos evangelistas de Francia».
Manolo leía,
releía y repasaba de continuo, una y otra vez, los
Evangelistas de siempre, y los Hechos de los Apóstoles, y San
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MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPARA.
Pablo, y las palabras de la Liturgia, en esa rigurosa y perfecta
síntesis de oración y lectura que es la meditación. Ello explica la
pasmosa frecuencia y espontaneidad con que le afluían· al hablar
las palabras exactas de cualquier autor del Nuevo Testamtmto.
Unos más que otros, por supuesto. O del Antiguo. Desde luego,
no creía, como Descartes, que se tratase de algo de tan escaso
interés,
de si peu d'importance. Claro, Descartes, el peligtoso
genial simplificador, era el príncipe del racionalismo, y no se sabe
que aspirante a santo,
ni espejo del ·caballero cristiano. Aunque
persista
hoy su gravitación incluso en ámbitos donde parece que
debería haberse desvanecido hace
algún tiempo.
De estas
· meditaciones procede su actitud. En las circunstan­
cias que por aquellos años vive España, a Manolo
le produce es­
pecial impresión el pasaje del Génesis donde se narra la destruc­
ción de Sodoma
y Gomorra y revela, a mi juicio, el fundamento
esencial de su propia ascética y la razón de su apostolado: El
problema no es tanto la abundancia de pecadores, como la esca­
sez de hombres íntegros. Sodoma y Gomorra se hubieran salvado,
a pesar de su agobiante mayoría de impíos,
si allí hubiera habido
una exigua
minoría de justos. Es necesario un haz de jóvenes
decididos a ser santos. Reclutarlo, formarlos, es
la empresa que
Manolo
se propone.
«¿Qué reforma considera más necesaria?», se pregunta cada
semana en unas entrevistas de periódico. Las respuestas, en
gene­
ral, cautivan por su generosidad y hermosura y contribuyen a con­
solidar la fe en la bondad del género humano. «La que borre el
hambre de la faz de la tierra», «La del sistema económico», «La
social, que acabe con las desigualdades», «La que traiga la paz
a todos los pueblos»,
se lee. Alguna vez, en la reproducción del
original manuscrito publicado, es posible advertir incluso
algunos
trazos borrosos, corridos, aureolados por huellas de humedad ...
una lágrima, sin duda; o acaso una gota de whisky.
La respuesta de Manolo está en unas palabras que su interlo­
cutor nunca olvidó: «Tú por Presidente de Toledo y yo por
Presidente Nacional -le decía a Antonio Rivera~, sabemos que
el Señor
nos llama a ser santos ; no sabemos el número que en
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JOSE ARTIGAS
sus eternos. designios la Santísima Trinidad tiene acordado que
sea suficiente para la salvación de España; pero mientras yo no
sea santo, puedo ser el único que le f¡µte al Señor». España ne­
cesita santos. Razón de más para el apostolado ... Y ahí nace
también su gran idea
de la peregrinación, la gran metáfora de
Manolo: «Ir al Padre por Cristo a impulsos del Espíritu Santo,
con la ayuda de María
... ».
En 1932, en el II Congteso Nacional de la Juventud de Ac­
ción Católica, en Santander, con asistencia de tres mil jóvenes,
se acordó celebrar el próximo en Santiago
en 1937, Año Santo
Jacobeo.
Dos años después, 1934, Año Santo Extraordinario de
la Redención, mil jóvenes romeros
de Acción Católica presididos
por el Cardenal
Gdmá, Manolo aún Vicepresidente, llegan a la
capital de la Cristiandad: después de la recepción ·general en la
Sala de las Bendiciones, el Santo Padre, Pío XI, saluda a cada
uno de los miembros del Consejo. «Todos le besaron la mano
--dice la tan citada Semblanza-, y a Aparici le puso sus manos
en
la cabeza. Para Aparici, aquello fue un signo para su sacerdo­
cio. Y para los que lo presenciaron también».
En la IV Asamblea Nacional, Cofrentes 1935, se confirma el
propósito de celebrar en Santiago en 1937 el
III Consejo Na­
cional: allí y entonces concibe Manolo la idea de la gran pere­
grinación.
Se trata de proponer a los jóvenes de Acción Católica
de todos los pueblos de la América Hispana un magno ideal de
recristianización, una tarea asequible
al esfuerzo conjunto.
Primero fue aprobada y bendecida por el Cardenal Primado,
Gomá, y
el Nuncio T edescbini. Después, a fines de enero en
Roma, por
el Cardenal Pacelli, Secretario de Estado, y el 1 de
febrero por el mismo Padre Santo, Pío XI.
Más tarde, en el
primer número de
la revista Signo, el 6 de junio de 1936, con
prosa del hoy Obispo
Maximino Romero de Lema, Manolo hace
una llamada a todos los jóvenes a peregrinar a Santiago en 1937,
con motivo del
Año Santo Jacobeo ... Casi al mismo tiempo se
convoca a la Juventud de Acción Católica al III Congteso Na­
cional: «No os intimide la persecución, el Señor va delante de
nosotros para preparar
el gran día de Compostela».
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Fundaci\363n Speiro

MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPAGA
Y luego, sin pérdida de tiempo, comenzó la organización. En
la Presidencia de Honor figuraban el Cardenal Pronuncio, Arzobis­
po de Lepanto, Federico Tedeschini, el Cardenal Primado de
Toledo, Isidro
Gomá, el de Tarragona, Cardenal Ilundáin, el de
Santiago, por supuesto, y muchos otros y se había solicitado
ya
la cooperación de los Cardenales Primados de Portugal, Patriarca
de Lisboa, de la Argentina, del Brasil y de todos
los Primados
de la América Española.
Ultreia se titulaba el bellísimo folleto, a tres tintas, .generosa­
mente ilustrado con imágenes y signos jacobeos, en que
se hacía
la gran convocatoria: «Año Santo MCMXXXVIl. Tercer Con­
greso Nacional de
la Juventud de Acción Católica en Compostela
-se lee en capitales latinas de especial belleza y finura-. Voz de
marcha y aviso de romeria que se da a las generaciones nuevas de
las Españas». Después sigue
ya en caracteres de imprenta, bodoni
del 12, creo: «Compostela tendrá su Año Santo, en el de gracia
de 1937. Allí, con la ayuda de Dios y
la protección de Santiago,
la Juventud de Acción Católica celebrará su
gran Congreso. Nin­
gún sitio mejor que al amparo del Apóstol tutelar para plantar
nuestras
afirmaciones católicas y españolas. En estas dos ideas,
entrelazadas, y en debida jerarquía, aspiramos integrar todos los
jóvenes
de España. Porque el catolicismo es la. esencia de nuestra
nacionalidad
... España puede realizar su gran misión histórica ...
Gran misión, de enseñar al hombre de los Continentes nuevos,
que somos hermanos, hijos
de Dios, y que pueden salvarse, porque
a todos
ha dispensado la Providencia una gracia suficiente de
salvación ... Dura es la
época que nos ha tocado vivir, y conscien­
tes de nuestra misión, aceptamos las condiciones de vida militante.
Dejemos que nos azote una ráfaga de optimismo y ensueño
...
Llegaremos gozosos a la apoteosis del Pórtico de la Gloria, des­
pués de hacer la vía larga del sacrificio duro y el trabajo constante.
Como el Hijo del Trueno, cuando el
cáliz amargo asome a nues­
tros labios,
digamos possumus, porque el viejo lema jacobeo reza:
"Dios ayuda y Sant Yago"».
«Este libro salía de las prensas de "B!ass, S. A. Tipográfica,
el
día 11 de junio, festividad del Corpus Christi, año 1936. José
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/OSE .ARTIGAS
Luis Fernández del Amo dirigió la edición y la ornó colaborando
con Turas y Sota, y en un solo espíriru ttllZllron con füs manos
wia plegaria de alabanza a Dios. + Lavs Deo».
IV. Pero se interpuso fa guerra
Pero se interpuso la guerra: No fu.e posible la paz, como do­
cumentarla en· su libro don José María Gil Robles, el gran · jefe
de la Derecha ; el mismo que en abril del 36, en el Parlamento,
habfa ya advertido: «La mitad de la nación no se resigna implaca­
blemente a morir», según recogía
El Debate del día 16. Una
guerra, en todo caso, a
la que el Arzobispo de Zaragoza, monseñor
Doménecb,
calificó de «Cruzada en defensa de la Patria y de la
Religión»,
en agosto del 36, y «Cruzada por la Religión, la Patria
y la civilización», el de Salamanca, Pla y Deniel, en septiembre, y
en noviembre el Primado de Toledo, Cardenal
Gomá: «Cruzada
y no guerra civil».
Una guerra· que dio lugar,
en la Encíclica de Pío XI, Dívini
Redemptoris, en marzo del 37, a palabras extremadamente duras
«contra el laicismo agresivo de
la República»: «No ha derribado
alguna que Otra iglesia, algún que otro convento, sino que siempre
que le fue
posible destruyó todas las iglesias, todos los oonventos
y hasta toda huella cristiana, aunque se tratase de los más in­
signes monumentos del arte
y de la ciencia. El furor comunista
no
se ha limitado a matar obispos y millares de sacerdotes, de
religiosos
y de teligiosas ... ».
Y suscitó también la Carta Colectiva del Episoopado Español,
en julio: «La guerra
es como un plebiscito armado. La división
en dos bandos
es tajante ; · el espiritual, cOn la defensa de la patria
y la Religión; el materialista, con el comunismo, el marxismo y
el anarquismo». «La guerra de España es producto de una pugna
entre ideologías irreconciliables».
· El documento fue firmado por
4
3 obispos y 5 vicarios capirulares. En realidad, todos los obispos,
excepto
el Cardenal Vida! y Barraquer y monseñor Mújica, por
diferentes motivos. Tampoco lo firmó ninguno de los
12 obispos
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MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPARA
entonces ya asesinados. Sí, todavía lo biza el hoy ---<:on 217 re­
ligiosos más--beatificado monseñor Anselmo Polanco, . Obispo
de Teruel, que pagaría con su vida
en 1938"'.
«Nadie que tenga a la vez buena fe y buena información
-afirma don Salvador de Madariaga-puede négar los .horrores
de esta persecución.
El número de eclesiásticos de . ambos sexos
se
ha calculado en 6.800 muertos, equivalente al 13 por 100
de todos los sacerdotes seculares, y el 23 por 100 de. los regu­
lares.
Pero que durante meses y añOs bastase· el mero hecho de
ser sacerdote pata merecer pena de muerte, ya de los .numerosos
""bal"' ··gu1a d d tt1 un es ·mas o.menos.1rre · res ... , ya e ... , ya e ... , es un
hecho plenamente confirmado». «Nunca en la l:Iistoria se vio una
matanza de sacerdotes' como
la que hemos visto en España», escri,
birla Gomá. Con gran rigor · documental, el sacerdote don Antonio
Montero, actual
Arzobispo de Mérida, publicaba en 1961 La per­
secución religiosa en
España, donde, . aun faltando nombres, .con­
signaba
la muerte por la Fe de 13 obispos, 4.184 sacerdotes secu­
lares, 2.365 religiosos y 283
religiosas. Y hay que añadir aún 249
seminaristas. « ... et pas une apostasie!», certificaría Paul ClaudeI
en su magistral
acta po,,tica, Aux martyrs espagnols, traducida con
impecable lírica exactitud
por el poeta-profesor Jorge Guillén,
nuestro primer Premio Cervantes: «Es lo mismo, es igual, es lo
que hicieron con
nuestros antepasados. / Es lo que sucedió, en
tiempo de Enrique VIII, en tiempo de Nerón y Diocleciano ....
En esta hora de tu crucifixión, santa España, en este día, hermana
España, que es
tu día, / Yo re envío mi admiración y mi amor
con los ojos llenos
de entusiasmo y de lágrimas».
A los religiosos censados había que sumar muchos
seglares,
entre ellos más de 7 .000 jóvenes de Acción Católica que, llegada
la hora, habían dicho generosa y categóricamente possumus, como
Santiago,
tal y como se les había propuesto eri la convocatoria del
III Congreso Nacional. Entre ellOs mi vecino Enrique Fernández
Muñoz, de diecisiete años,
por negarse a prostituir su lápiz ha­
ciendo unos dibujos que repugnaban a su conciencia
de cristiano.
No había bastado el asesinato de su padre, médico militar. Las
sentencias las dictaba
en cualquier cheka, cualquier Tribunal Po-
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JOSE ARTIGAS
pular, por el delito de confesarse cristiano, y nunca faltaban unos
milicianos, lejos del frente, que las ejecutaban con puntualidad.
«En esta ensombrecida ciudad
-escribe J oseph Kennedy desde
el Madrid
cercado--, la religión debe esconderse, disfrazarse, re­
primirse, por toda la clase de miedos».
Ahora cabe
el falseamiento, el olvido o la ignorancia; pero no
hay quien pueda desmentirlo: «Dios
mismo, puede destruir Roma,
pero no hacer que no haya
existido». Y es una irresponsabilidad y
falta de respeto a
! tos, la redacción de una segunda edición
de la Historia, corregida
y abreviada,
a la carte, seg6n determinadas modas o intereses y
preferencias personales.
Un ingeniero nava:I no puede montar la
quilla sobre el puente, ni
un arquitecto fundar los cimientos sobre
el tejado: la piedra, el hormigón, la plomada o el hierro imponen,
sin lugar a la
excepción, sus leyes; pero cualquier pretendido his­
toriador, político o periodista está en disposición de escribir:
«Napoleón venció en Waterloo», o «Napoleón fue derrotado en
Austerlitz», y
la. imprenta lo reproduce con la mayor exactitud.
El papel nunca se sonroja.
Así fue y así hay que recordarlo:
el Alzamiento Nacional del
18 de julio libró a España
de ser, ya en 1936, el primer satélite
de la Unión Soviética.
Ning6n político de ning6n partido del
«arco parlamentario» -<-OlllO hoy se diría-tenía ya a nadie
tras de sí. Y los intelectuales que pudieron huyeron despavoridos
de
la zona roja. En total, el número de muertos rozó los 270.000;
140.000 en acciones de
guerra. Una tragedia de ese porte, no se
puede trivializar atribuyéndola al capricho de un par de precipi­
tados. Era comunismo sí o comunismo no.
En muchos casos, vida
o muerte. Y esto es tan cierto, que persona tan digna y sincera
como el eminente profesor socialista don
Julián Besteiro, sin el
menor reparo, no dudó en unirse al Coronel Casado en el tardío
golpe militar contra
el Gobierno del Presidente Negrín, que se
había «dejado arrastrar a la
línea bolchevique, que
es la aberración
polltica más grande que han conocido quitás los siglos». «Nacerá
nuestro hijo con
el puño cerrado ... », escribía a su esposa, en
inolvidable verso,
el poeta Comisario Político comunista Miguel
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MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPAivA
Hemández. Se trataba de evitarlo y que los niños españoles na­
ciesen con las manos abiertas. Y hasta Besteiro estuvo de acuetdo.
«Cruzada y no guerra civil». Por
eso, al conocer la noticia de
su
terminación el 1 de abril de 1939, el Papa Pío XII hace llegar
su felicitación al Generalísimo Franco: «Levantado nuestro
co­
razón al Sefior, agradecemos sinceramente, con V. E., deseada
victoria católica España». Para siempre, y
para todos los espa­
ñoles,
desaparecía la amenaza mortal del Comunismo, entonces
entero y regido por un inmiseticorde
Stalin crecido y rampante
cuya efigie,
con la de Lenin al dorso, y las de Litvinov, Vorochi­
lov,
Kalinin y Molotov, había. presidido Madrid cetrando la Puer­
ta de Alcalá, y con autoridad bastante para
imponet ya en sep­
tiembre del 36, el traslado a Moscú de los 510.079 kilos de oro
que constituían las reservas del Banco de España.
Por fortuna o providencia, a Manolo · la hora del Alzamiento
le da en Galicia. Según la
tan citada, impagable, Semblanza, el 17
de julio había salido de Madrid en el último tren. Tenla entonces
treinta y cuatro años; no era
edad de combatiente en la Zona
Nacional, aunque no faltaron voluntarios inclnso mayores.
En la
Roja
sí, porque el altísimo número de prófugos y desertores exigió
la movilización de casi el doble númeto de quintas: veintisiete,
por catorce y media. «Todo
el Consejo de Jóvenes de Acción
Católica va al frente. La Secretaría funciona en "transeúntes", con
los convalecientes que descansan unos
días de sus heridas, o con
los que disfrutan de sus
permisos de retaguardia».
«En 1937, en fecha indeterminada, llega Aparici a Burgos
e instala el
Consejo Nacional en la Plaza de Santa María». Antes
ya, con
fecha 20 de noviembre de 1936, había hecho reaparecet
la revista Signo, de la que sólo tres númetos debían de habet
salido antes
del 18 de julio, puesto que éste es el cuarto del año I.
«Ya está Signo otra vez en nuestras manos... Que todos sepan
de nuestra ambición... A todos dadles cita en Compostela; que
allí, junto al Apóstol, todos los hijos de su estirpe vamos a le­
vantar la gran Cruzada:
la reconquista del mundo para Cristo por
el etnpuje y la fe del Alma Hispana». Convettido en semanario,
en febrero de 1937 publica ya sus instruciones a los movilizados,
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/OSE ARTIGAS
en cuyo prólogo puede leerse; «El movimiento actual es una hora
de Dios
y es menester que no pase sin frutos. Todo, jov:ei;, de
Acción Católica, cualquiera que sea
el lugat o nnidad (militar) en
que esté encuadrado, debe .no olvidat que es nn joven consagrado
al servicio de
la Iglesia, como apóstol de almas. A los heridos:
que vuestro dolor sea "redentor",
ofrece a Cristo tus sufrimientos,
tan duros, continuos y
ocultos. Y ofrece al Padre por Jesucristo
ese tesoro
por la salvación de las almas, tambié.n por los que
luchan contra .vos:otros, hermanos vuestros».
Aquí está en realidad la esencia de los «Centros de V anguat·
día»: « Un Centro de V angnardia es nn grupo de jóvenes comba­
tientes nnidos por el ideal, sufriendo
y elevando los sufrimientos
por los propios combatientes, por los enemigos,
por salvat almas
y redimir a los
que luchan contra Dios». Este es el certero testi­
monio
recogido por Antoniq Santamatla en una nnidad de Re­
quetés. Hasta 456 centros llegaron a funcionar, repartidos por
todos los frentes, atmas
y cuerpos, «gracias al espíritu que supo
alentarles Apatici», ya entonces siempre de viaje y en permanente
correspondencia con todos.
Conseguida la
paz por la victoria, la Juventud de Acción Ca­
.tólica, con más de 7 .000 bajas en sus filas, caídos en. los frentes
o
ásesinados en las chekas, volvía a la costumbre con la responsa­
bilidad
añadida de hacer fecunda la sangre de sus mártires. Inal­
terable
y vigente se mantenía el ideal de la peregrinación y se
renovaba la
convocatoria, sin corrección ni enmienda. Es evidente
la identidad de estilo entre el Cursillo de La Coruña en 1941 y la
«Ven. de matcha y aviso de romería» que se daba «a las genera­
ciones nuevas
de las Españas», en 1936. Nada ha cambiado en
las ideas
ni los ideales. Sólo el ttabajo y la responsabilidad han
crecido, porque hay que:, cubrir el puesto de los mártires y res­
ponder ante ellos.
Manolo me escribe.
en noviembre de 1944: «.. . vencidas esas
dificultades que suponían tus
deberes de opositor, las· almas de los
jóvenes tienen derecho
a q"e las sirvas. Formas patte de la pro­
moción de Adelantados que quiso honrarme llevando
mi nombre;
pero mi nombre tiene una significación: la de ser albacea
de los
590
Fundaci\363n Speiro

MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE· ESPARA
mártires; yo sé bien para qué dieron su sangre nuestros hermanos,
pues quiso el Señor proponerles, por mediación ele la miseria
mía,
la .gran Empresa ele hacer de nuestra España y ele sus hijos,
los Pueblos Hispánicos, un solo Pueblo en Misión: la Vanguardia
de
la Cristiandad, ejemplo y guía del mundo; y por eso os exijo
que
no hagáis traición a la sangre de los mártires. Os lo exijo a
todos los que durante siete
años confió el Señor a la caridad que
para vosotros puso Él en mi alma ; pero de un modo especial os lo
exijo a los Adelantados de Peregrinos a los · que dediqué mis úl­
timos días de Presidente. Somos, en cierta manera, hijos de los
mártires; sin ellos, sin su muerte, no
sería posible nuestra vida, y
ya que por su muerte vivimos, justo es que esa vida la gastemos
en servicio de
la Empresa Cdtnún por la que ellos lo dieron todo».
Sin novedad. Sigue el propósito de la gran Peregrinación a San­
tiago: la gran metáfora de Manolo, y su bandera.
No hay que asombrarse. de la retórica de la
época. No es cás­
cara vacía, sino expresión de un estilo, un modo de serc Ningún
trayecto de la historia resulta de verdad inteligible sin
. el conoci­
miento de su idioma.
No es sólo el griego para entender a Platón
o Tucídides ;
ni el latín para saber de Roma y los romanos y sus
obras, sino que, incluso sin
salir de una lengua, hay que extremar
la finura para captar · la posible evolución · del significado ele al­
gunos términos cuya fisonomía, sin embargo, permanece' .inaltera­
ble .. A la vista está la degradación que han sufrido muchas palabras
y expresiones. Lo que se entendía sólo ayer como galantear, o
cortejar,
hacer el amar, por ejemplo, hoy se usa como eufemismo
para · eludir apareamiento que, incluso para oídos hecl\os · al des­
parpajo

habitual, sigue
resultando excesivo.
Hay que atender muy bien al contexto y
la fecha y tener muy
presente que, como enseña el Eclesiastés, «Todo tiene su hora y
hay un
. tiempo para cada cosa bajo el cielo». En nuestra época
de confusión y ambigüedad, ignorancia y escepticismo
-«El prin­
cipiante debe ser escéptico,
pero · el escéptico nunca pasa .de ser
principiante», como dejó escrito
Herbart-, hastío, desesperanza
y desaliento, tiempo de la droga y
el sida, advertir que hubo otra
de juventudes de
fe resuelta y decidida, con ideales y voluntad
591
Fundaci\363n Speiro

JOSE .4.RTlGAS
de sacrificio. En los dos bandos. La historia juzgatá a los jefes,
los que encendieron la hoguera, o no supieron apagarla, y huyeron
o se vieron arrumbados: los chicos de veinte
años serán todos al,.
sueltos y enaltecidos. Incluso los que se dejaton prender en la
gran mentira del marxismo, el socialismo totalitario sin rendijas,
la negación
· del espíritu y la libertad· y la historia, pata empeñarse
en
la llamada «lucha de clases» y poner su ilusión en el ideal de
la igualdad y la dictadura del proletariado. Antes de saber nada,
dató, de la nomenclatura, sus dachas y las berioscas, sus tiendas
exclusivas.
Prevalecieron las
ideas de Menéndez Pelayo, el padre Gon­
zález Arintero, Ramiro
de Maeztu, José Antonio, Gatcía Morente:
«España evangelizadora de
la mitad del orbe; España, martillo
de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de
San Igna­
cio
... ; esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra.
El
día que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de
los Arévacos y de los Vectones, o de
los· reyes de Taifas». «No
hay proposición
· teológica más segura que· ésta: a todos sin ex­
cepción se les da -proxime o remate-una gracia suficiente para
la salud
... ». «El hombre es un ser portador de valores eternos,
capaz de salvarse y de condenarse». « Y no somos nacionalistas,
porque él sér nacionalista es una pura sandez ... nosotros no somos
nacionalistas, porque el nacionalismo es el individualismo de los
puéblos ... ». Así el áire intelectual, se comprende los términos en
que Aparici
se expresaba.
Dos o tres años antes -1941-, el padre Llanos había publi­
cado su Mes de Mayo dedicado a la Santfsima Virgen Maria. Re­
zándolo, todos los días nOs ofrecíamos a Ella «únidos con nuestros
Mártires hermanos y con España tuya»,
y en el texto de clausura
del último,
consagrado a la Virgen del Pilar, subrayaba: «No es
rara
. casualidad, sino uria Providencia más el hecho de que haya
coincidido el Centenario de · su venida con · el renacer de una Es­
paña que ha costado la mejor sangre».
Y antes de terminar con lá oración final, brevísima, se rezaba
un
peculiar Padrenuestro y una peculiar Avemaría, cargados de
intención y no exentos de belleza: «¡Padre nuestro que estás en
592
Fundaci\363n Speiro

MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPAfíA·
los Cielos! Sa11tifkado sea tu nombre por María y por España;
venga . a nos tu Reino con María y sobre España, hágase tu vo­
luntad así
en España como en María. El pan nuestro de cada día
dáselo a España necesitada y herida; dáselo por manos de María.
Perdona nuestras deudas, los pecados de España, pecados
de los
ricos
y de los pobres; los pecados pasados y los presentes, así
como a nosotros
(sic), a imitación de María, perdonamos a todos,
los que destruyeron nuestra Patria
y nuestras familias, a 'todos.
Y no nos dejes caer en la tentación de una vida regalada y frívola,
en la tentación de modernismos paganizantes, en la tentáción de
liberalismos engaiiosos, en la tentación de
la injusticia social, en
la tentación del odio y división y pugna entre los espaiioles. Mas
líbranos
por ruegos de Santa María, Reina de España, líbrimos de
todo mal: del hambre, la peste y la guerra, el demonio, el mundo
y la carne. Amen». «Santa María, Madte de Dios y de España,
ruega
por nosotros, indignos pecadores: que deseamos implantar
el reinado
de Jesucristo en el mundo, en la hora de nuestra muer­
te. Amen».
El padre Llanos era, quizá, un poco apasionado y. algo proclive
a
la exageración. En el recordatorio de su primera Misa, le es­
cribe: «A Manolo Aparici,
adminis
ador de la sangte de Espaiia».
Con mucho acierto juzga, a mi juicio, Abe! Hemánde2, en su
int.eresante libro
El quinto poder: «La A. C. era, según la fórmula
de
Pío XI, "la participación de los seglares en el apostolado je­
rárquico de la Iglesia". Manuel Aparici, que luego entraría en
el seminario como tantos otros militantes, fue el primer presidente
nacional en la posguerra de la Juventud de Acción Católica, a la
que dio ese aire ascético y heroico». Un aire que va con las cir­
cunstancias y, sin la mínima duda, deliberado y querido. En las
cuartillas que deja á García de Pablos, le recomienda: «Fomenta
en el Grupo -de Propagandistas-el ejercicio de las virtudes
heroicas. Es la única manera de que
los jóvenes que tengan hambre
de santidad no busquen otras obras». «El lema .de S. S. Pío XI
con los j6v~, era "sielllpre: más, siempre mejor' .Que éste sea
tu lema en lo que en nombre de Dios les pidas».
Y no
lejos de ahí andaba entonces -1940--, un poco más a
593
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JOSB ARTIGAS
ras de tierra y con pluma menos esplendorosa, en su Curso Breve
de Acción Católica,
el después famoso Cardenal Taranc6n: «Los
partidos politicos, que fomentaron la división entre los españoles
y que tan
funestas consecuencias produjeron, han sido suprimidos
de nuestra Patria. Hay una organización única, dirigida por el
Jefe del Estado, que reune en
sus filas a todos los españoles, la
Falange Española Tradicionalista y de las JONS. ¿Cuál ha de ser
la posición de la Acción Católica y sus relaciones para con ella?
. . . La Acción Católica debe mirar con simpatía esta milicia y aun
debe orientar hacia ella a sus miembros para que cumplan en sus
filas con los deberes que en
la hora presente impone el patrio­
tismo. No sólo no existe entre las dos
organizaciones ninguna in­
compatibilidad, sino que se complementan mutuamente».
V. "A tiempo y a destiempo"
Sabido es que intentar la santidad o la justicia, tanto da, no
es una tarea puramente intelectual, sino más bien cosa de la
voluntad, del querer y la gracia:
«En el talento --escribe a G,
de P.-, muchos te pueden ganar, pero en el sacrificio y el tra­
bajo,
si se lo pides al Señor, nadie te ganará». Por eso puede no
tener limite su convocatoria para la constitución, de
la Cristian­
dad, «la gran empresa
de hacer de nuestra España y de sus hijos;
los Pueblos Hispánicos,
un solo Pueblo en Misión: la Vanguardia
de
la Cristiandad ejemplo y guía del mundo».
Manolo estaba con los Evangelistas de siempre. Cuando
al­
guien quería aconsejarse de él y le preguntaba sobre, o por algún
libro para
la meditación, respondía siempre lo mismo: los Evan­
gelios.
Yo creo que le parecía lo más actual. De hecho, con su
actitud venía a ilustrar el enunciado genial de Kierkegaard:
«Aquello con lo que
tú vives simultáneamente es realidad para
tí. Y, en ese sentido, cada hombre sólo puede ser coetáneo del
tiempo en que vive; pero, además, de otra cosa: la vida de
Cristo sobre la tierra;
la historia de la Redención se mantiene
aislada en
sí; fuera de la historia». Justo así era como lo entendía
594
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MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPA&A
Manolo: «No te desalientes jamás -le aconseja a su sucesor-.
Cuando te patezca que estás solo y te pese la cruz, delante de tu
crucifijo de Propagandista, oye como ditigidas a tí estas palabras
del Señor: "¿También tú te quieres ir?",
ypídele la gracia de
contestarle con
San Pedro: "Señor, ¿a quién iré? Sólo Tú tienes
palabras de vida eterna"».
A
veces podía, claro, incluso pasatse en esta virtud. En aquella
ocasión, probablemente habría asistido a misa con
él y luego de­
sayunado juntos. Iríamos no sé• dónde; o más bien iría él, y yo le
acompañaba. No me parece que fuese cuando,
ya enfermo, se per­
mitía alguna hora de paseo tranquilo, de vez en cuando. No,
seguro que no, porque aún
fumaba. Andábamos por la Rosaleda
del Retiro, durante una mañana luminosa. Uno de Ios dos sacó
cigarrillos. Ello dio pie a una serie de profundas consideraciones
sobre el tabaco: gozos, usos, toses, abusos y secuelas. A
mí una
vieja echando humo siempre me ha dado
la impresión de estar
a falta de una bola de
cristal y una lechuza, o un loro, o por lo
menos
un. gato, dispuesta a echar las cartas y predecir lo que fuere;
E1 cigarríllo, en cambio, en una delicada fina mano femenina, de
piel joven y tersa, y las volutas azules evanescentes. emergiendo
de una bien
· definida boquita pintada, resulta la mar de propio
y decorativo. Lo malo es, después, el eco en el aliento. Quise
conocer su opinión, y escuché una pregunta:
«¿Te. imaginas a
María fumando?», me contestó. «Yo no, desde luego, ¿y tú a
Cristo?». Nos sonreímos los dos. No, por lo visto, no nos ima­
ginábamos. Pero la anécdota vale como ilustración de una cons­
tante querencia: todo desde la Fe,
sub specie aeternitatis. Siempre
la perspectiva sobrenatural.
Otras veces le salía mejor. Cuando interpretaba a su modo,
por ejemplo, una aserción del Kempis: «Los que mucho viajan
raramente
se santifican». Él, por razón de su cargo, y el extremado
celo con que lo atendía, estaba siempre de un lado para otro, de
una en .otra ciudad; en .tren, claro, eran otros tiempos, de muy
poco moverse para el común de los mortales. Pero no decaía su
moral por eso,
y sin discutir con nadie, «Claro -decía-, el que
595
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/OSE ARTIGAS
viaja mucho se santifica raramente». Y asi man tenia intacta la
moral y podía seguir adelante con su manera de vet las cosas.
Nunca hablaba
como uno de sindicatos, ni como un sociólogo,
ni como un· economista, ·-ni como un alto funcionario, ni un pre~
sunto intelectual, sino siempre con una absoluta espontaneidad
y llaneza, tal y como le salía a un hombre que sólo pretendía set
signo transparente de Dios, ·vehículo de la gracia, según el intet­
locutor, el lugat y la hora. Y siempre eta admirable el despren­
dimiento con que lo hacía,
el vacío de sí mismo, la infalible ausen­
cia del pronombre de primera persona, el olvido del yo, piedra
angular de la humildad, cimiento y raíz de cualquiet otra virtud.
Por su insuficiencia se
han malogrado hombres muy valiosos y
en gran parte ejemplares. Tengo algunos en la memoria que jamás
depusieron su vocación
de protagonista, nacionalistas de si mis­
mos, presuntos satmientos autónomos, siempre aupados y de pun­
tillas sobre el yo, la preposición y el pronombre, «pagados de
si
mismos», que decía Manolo, muy en exceso «encantados de ha­
betse conocido», según la cettera expresión de Jose Maria Sánchez­
Silva, y estériles al final, porque, «Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo
... ».
En esta negación fundamenta Manolo su mínima síntesis de
urgencia del arte de
gobernar, que confía a García de Pablos:
«Imita en lo que puedas, en el trato con tus infetiores, a
María
y a José cuando ordenaban i1 Jesús. Considéralos mejores que tú».
En la Juventud de entonces, la orgatiliación era básicamente
parroquial, de modo que en cada Centro, o en la Diocesana, o el
Consejo Superior,
veníamos a coincidir chicos de la más divetsa
condición
y procedencia, y muy diferente perfil profesional y ero­
nómico. Juntos y revueltos, allí estábamos notarios y atquitectos
en cietne, oficinistas, empleados sin graduación, tenderos, oficia­
les attesanos y los hijos del bedel o del dueño
del puesto de pipas
de la esquina. Puede que algunos anduvieran
algu mejor de tabaco
que otros, peto
.no se notaba gran cosa, porque, aparte de estar
racionado, nadie fumaba menos que
el compañeto de al lado.
Erari, por otra parte, tiempos recios, de general, inevitable, auste-
Fundaci\363n Speiro

MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPAJit.A.
ridad. Ni por el origen, ni por el . destino se establecían allí dife­
rencias: no babia discriminación, en .palabras de hoy.
En determinadas situaciones o consultas personales, sin em­
bargo, era menester adaptarse •. Manolo parecía reflejar de algún
modo el magisterio de San Pablo: «Ha<:erse todo a todos». No
se trata sólo del judío y el · gentil, el griego y el bárbaro:· es el
momento, la ocasión. Pero siempre, «La caridad consiste en
darse». «Medita sobre
cuánto y c61110 ama Dios a este joven que
rienes junto a
tí».
No consigo recordar con exactitud de qué iba en realidad la
cosa. Sé que
me sublevaba ante la rapidez con que estaba pasando
de adherirme con
fervor a una determinada .actitud, a rechazarla
de
plano y optar . por la contraria, para volver antes de mucho
tiempo a
la primera con la misma pasión: «Eso no es ni serio,
ni tolerable, ni
personalidad -venía a decirme--<, ¿qué clase de
rigor es éste?». Me
faltaba, por
lo que se ve, mucha vida y mucha
lectura.
Quizá un poco de Unamuno, nada más. Pero cuando uno
está a punto de descalificarse, agradece mucho escuchar palabras
de ponderación que infunden tranquilidad y restauran álgo la
motal. «También puede significar sentido
de la justicia que se
resiste a precipitarse en un extremo».
Otras veces sus palabras se hacen de propósito más ligeras
para articularse con la alegria general y las bromas elementales
durante un breve trayecto
en ferocarril. Manolo está feliz ro­
deado de muchachos
jóvenes. resueltos a vivir en gracia. Vamos
de La Coruña hacia la
Ría de Betanzos: «Si snbes a este tren con
una sardina cruda, llega a Sada». O se habla del «tonto por cien­
to» que hay siempre que tener en cuenta al especular sobre deter­
minados
planes o proyectos. Parece ejercer de continuo, sin con­
cederse la mínima pausa, una de las más profundas indicaciones
que hace
a Antonio García de Pablos, formulada con belleza difícil
de superar: «Ama con toda
tu inteligencia».
En otra ocasión nos cruzamos con una muchacha. extravagante­
mente vestida.
Ya no sé c6md. Entonces no .habla hippies, ni
punks, ni nada de eso, pero sí, como siempre, desde el principio
de los tiempos, personas dispuestas a no
¡,asar inadvertidas, sin
597
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JOSE ARTIGAS
reparar en el precio. Esta chica era una de ellas y alcanzaba sin
duda y de sobra su objetivo. No
es · que parecieta «una cualquiet
cosa», ni .que fuese «hecha una exagerada», expresiones demoledo­
ras en
boca de una señora mayor de la época. No era más que un
lastimoso ordenamiento del cabello, junto a un llamativo desequili­
brio de dimensiones, o unos espeluznantes chirridos de cuadros o
rayas o
colorines

sobre
la blusa, las mangas o la chaqueta. La pobre,
sin faltar a
la moral, ni a nadie, iba de vetdad hecha un adefesio.
«¿Quién
la habrá engañado?», es su lac6nico comentario, con una
sonrisa inofensiva que no pása de los ojos.
Cualquiet situación es buena. Manolo sigue
con puntualidad
la instrucción del Apóstol: «Praedica verbum, insta opportune,
importune».
«Predica la palabra, insta a tiempo y a destiempo»,
con oportunidad y sin ella. Desde
el Seminario, por ejemplo, me
felicita el último de noviembre de 1944. Me petmito transcribir
el comienzo de· Ja. carta: «Querido Pepe: Aunque con algún re­
traso, también aquí me ha llegado la noticia de tu éxito en las
oposiciones a
Cátedras. Mi enhorabuena al nuevo Catedrático;
pero ahora ya no tienes. pretexto ni excusa para no -rendir trabajo
apostólico como Adelantado de Peregrinos. Ya tienes despejado
tu porvenir y una categoría en la vida y un puesto de gran influen­
cia social. Todo ello dado
por el Señor; resta tan solo que desde
el primer momento comiences. a ,utilizarlo para su gloria y el bien
de las almas».
Y
lo mismo, cuando la carta es de pésame, veinte años des­
pués: «.. . aún áhora mismo te estoy escribiendo pero tengo pues­
to el aparato de oxígeno, con el que llevo ya cerca de quince días,
sin embargo· llevo ya aplicadas unas quince Misas por el alma de
tu madre (q.s.g.h.) y por vosotros sus hijos, para que lucréis todas
las gracias que
el . Señor quiere concederos con esta Cruz.
»Este será uno de los dolores
más grandes de tu vida ... Pero
por este dolor que produce
la separación del ser querido puedes
álzarte a barruntllr el que tú le has causado a Cristo, o tal vez
aún le causas, icuando has estado separado de él .por el pecado. Y
si como
espero y deseo estás en gozosa amistad con Cristo, tam­
bién bartuntar algo de lo que setía Getsemaní cuando Él vio esa
598
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MANUEL APARICI EN UNA HORA DIFICIL'DE ESPA.GA
inmensidad de almas a qnienes la ignorancia y el pecado iban a
arrancar de sn Corazón· Amorosisimo
... Y a ves, todo lo de este
mundo
es sombra que pasa, sólo la Palabra permanece para siem­
pre. Estás en la Roma del Concilio, contémplalo con el ojo limpio
y sencillo de la fe
... ».
En la vida cotidiana era notabillsimo la naturalidad con que
aconsejaba «Pídeselo a
Dios», o «Pídeselo a María, ¿qué qnieres
hacer sin la gracia?»; como quien manda pedir una herramienta
prestada al vecino, o un ramo de perejil. «Tú no puedes, pero
Dios sí puede», solía añadir con
una. s.ontisa incoada, como excul­
pándose por salirse con
algo tan elemental y sabido: «Sin Mi
nada
podéis». Era su conocimiento de lafosuficiencia humana yia
seguridad que tenía en la oración: «Conócete a la luz de Dios.
Lo tuyo nada, o peor que nada, pero la vocación de Presidente es
maravillosa. Si el sarmiento de suyo no puede dar frutos si nó
está unido a la Vid y te ha escogido para que vayas, hagas fruto,
el fruto permanezca, te ha escogido, también, para
· que tengan
una tal unión con
Él que le permita hacer circular a través tuyo
la gracia que necesita la Juventud de España».
Parece normal en un hombre de piedad.· Pero no era sólo eso.
Era más, y otra cosa, creo
yo. Él atribuía a la gracia una impor­
tancia muy superior a la que
en la vida diaria se le suele conceder
por nuestros pagos. No es1 por supuesto, que fuera· .a: porier eri
tela de juicio, ni mucho menos, la libertad, ni el valor de las
obras; pero si no lo entendí mal,
él se inclinaba a pensar que
quizá desde Trento, en la polémica con el luteranismo, al defender
la «fe con obras»,
se había acentuado un poco de más, abusiva­
mente, -la gravitación de las obras, rebajando, en cambio, no va­
lorando en su justa cuantía, o dejando un poco desatendido, tal
vez sin la debida advertencia, el papel de la gracia.
Lo consigno con todo género de cautelas, pero siempre entendí
que era una razón más, y de peso, de
la insistencia con que adop­
taba una perspectiva religiosa, sobrenatural, incluso en situaciones
en que hubiera parecido obvio no rebasar
para nada el plano es­
trictamente psicológico, por ejemplo: «Ya me figuro que tu alma
estará un poco en crisis:
la tarea de opositor seca un poco el
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/OSE ARTIGAS
corazón. Pero para vencer esa crisis tienes el magnífico remedio
de unos días de ejercicios espirituales en santo retito».
En el lema de la Juventud ~«Piedad, Estudio y Acción»-,
Manolo. el primer término lo .consideraba condición. Se trataba
de reclutar una minoría de jóvenes dispuestos a vivir en gracia.
La imprescindible, por lo menos, para suscitar la misericordia de
Dios sobre el mundo herido de gravedad, Los jóvenes de Acción
Católica tenían que proponerse además ser apóstoles,
y su propia
entrega era un supuesto. Esa era su mi&ión y a eso se les con­
vocaba: cosa del querer, la. voluntad, y la gracia, que en el joven
tenía que
rel:¡osar para alcanzar al otro. Y la gracia viene de Dios,
hay que pedirla. Eso era todo, o casi todo, en
la enseñanza de
Aparici:
Ser como concha que rebosa. Otra vez el signo jacobeo,
del santo
de los peregrinos y combatientes, porque la vida es
milicia: Militia est vita hominis super terram, se lee en el viejo
Libro de Job. En aquellos tiempos ásperos y difíciles de la ilusión
y la esperanza, no costaba entenderlo.
VI. El papel de la Gracia
Desde ahí todo recuerda el «Ama. y haz lo que quieras», de
San
Agustín, :81 no, queda dicho, ya estaba de vuelta; pero los
chicos de
· Acción Católica tenían veinte años y estaban sometidos
a todas las incitaciones y primaveras naturales de
su edad, las
tentaciones grandes y los soliviantos menores: Siempre
las chicas,
con
su maravilloso terco y dual atractivo. El joven de Acción
Católica pregunta por
el baile. Era el tiempo del bolero, con la
venia de don Ramón, lento, melódico y sentimental; cursi, hasta
donde pueda serlo tomar
por la cintura a una muchacha en sazón
y mirarla a los ojos.
«¿Qué. te parece el baile?». «Tú verás si
sales con mayor o menor espíritu de apostolado ... ». Su canción
siempre era la misma. Y nos
advertía contra la última tentación,
cuando:
se ha superado ya casi todo o, más bien, se cree haberlo
hecho: las zapatillas,
el miedo al compromiso, a la entrega, a la
santidad que
se nos pide: «Somos, en cierta manera, hijos de los
600
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MANUEL APARICJ EN UNA HORA DIFICIL DE ESPA!vA
mártires; sin ellos, sin su muerte, no sería posible nuestra vida y,
ya que por su muerte vivimos, justo es que esa vida la gastemos
en servicio de la Empresa Común por la que ellos lo
dteron todo».
Nos reunía una vez al mes, creo, a los Propagandistas, para
oír Misa en
las Calatravas y desayunar después juntos en alguno
de los cafés próximos. Echaba siempre una mirada al misal para
medir su grado de desgaste, esto
es, cómo iba de uso. Todos
teníamos nuestro misal, en general bilingüe. Se había iniciado en
María Laach y Beuron un proceso de renovación litúrgica que
consistía en
gran parte en recuperar el rigor y volver a lo antiguo,
lo medieval, gótico, románico, lo paleocristiano incluso. De nues­
tros círculos habían desaparecido
las imágenes y prosas melifluas.
La nueva retórica imponía el crismón, el pez, el pan, la espiga
y el racimo de las catacumbas, la cruz de Santiago, la pintura
primitiva, el
ultreia de los peregrinos. Entonces se empezaron a
usar e imponer las casullas góticas,
en perjuicio de las romanas,
o «de guitarra».
Aprendimos a seguir la Misa con nuestro misal, bilingüe
las
más de las veces, y la dialogábamos no pocas, o más bien siempre,
fuese en latín o en espafiol. Después
dábamos gracias en q¡mún
recitando el bellísimo, incomparable Himno de los Tres ióvenes
del Libro de Daniel, que cantaban los santos, camino del fuego,
bendiciendo al Señor:
«Sol y luna, bendecid al Señor; estrellas del
cielo, bendecid al Señor», decíamos los del lado de
la Epístola,
«Hielos y nieves, bendecid al Señor; noches y días, bendecid al
Señor», proseguían los del Evangelio: «Luz y tinieblas, bendecid
al Señor; rayos y nubes, bendecid al Señor
... ».
A menudo se entonaba la Salve: Salve Regina, Mater miseri­
cordiae ... , porque la devoción a la Virgen era una arista esencial
en nuestra piedad:
«Ave María Purísima», encabeza las cuarti­
llas,
de extremado valor, ya he dicho, que deja a Antonio García
de Pablos. Y gregoriano,
se cantaba gregoriano. En ese maravi­
lloso nivel estético y tradicional, nos hacía sentirnos unidos a
los cristianos
de todos los siglos, de todos los países. En muchos
hispánicos nos constaba que utilizaban nuestras mismas publica-
601
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/OSE ARTIGAS
ciones. Sí, era el común objetivo de la Cristiandad, la peregri­
nación.
A /ructibus eorum cognoscetis
eos. Manolo Aparici fue nom­
brado Presidente de la Juventud de Acción Católica, por lo que
sé,
el 24 de septiembre de 1934. La recibió con 20.000 jóvenes
y 400 centros. Al dejarla
el 19 de octubre de 1941 se había mul­
tiplicado por cinco el número de afiliados y el de centros: 100.000
y 2.000, respectivamente.
No
es esto lo más importante, con ser muy digno de tenerse
en cuenta; lo más significativo a mi juicio es que en todos, o en
muchísimos,
había siempre dos o tres miembros, cuatro, quizá
nno solo, que era un seguidor suyo, quizá valga mejor decir dis­
cípulo, incondicional, que se hubiera tirado por cualquier ventana
a su
mínima indicación. Porque yo creo que, como el buen pastor,
conocía a todos: «No
te importe perder una hora o una tarde
de trabajo por recibir las confidencias de nn joven,
tal . vez esa
hora pueda suponer haber ganado
para la gloria de Dios todas
las restantes de su vida».
De estos jóvenes salieron muchísimas
de las
µos µtll vocaciones sacerdotales largas que contribuyeron a
poblar los
seminarios después de la Guerra, las conocidas como
«vocaciones tardías»: muchachos
ya hombres, no niños, que im­
primían un giro esencial a su vida, daban el paso y, en gran nú­
mero, le precedieron en el sacerdocio.
Después, siguió él: «Tan
pronto como
la obra podía pasarse sin mí, la dejé; mas no para
consagrarme a lo mío, sino al Señor y
a
.vosotros y
a todas
.las
almas de la tierra», me recuerda en nna de sus cartas. ·
Más de una vez le oí a Manolo hablar de Antonio Rivera. Solía
sacar su nombre cuando le exponíamos nuestras críticas a la Ju­
ventud de Acción Católica, desde dentro: algunas, con razón
quizá; siempre, desde luego, con pasión. También podría mezclar­
se, ann sin plena advertencia,
algo de interés por descargar en
la organización los propios fallos personales. Desde dentro se
puede ser muy certero, pero también demasiado cruel. «¿Cumple
en
reálidad su misión la Acción Católica?, ¿Sirve para algo?».
«A
tu primo sí le sirvió», tenia que escucharle.
Antonio Rivera,
me atrevería a decir, fue nn acabado ejem-
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MANUEL A.PA.RICI EN UNA. HORA. DIFICIL DE EBPA.RA
plo de discípulo de Manolo Aparici. No digo que no haya más en
él, ni que
eso en él sea todo. Tenía, por supuesto, otra vida, otros
amigos, otras lecturas ... pero me consta el trato que tuvieron
-Antonio era Vocal del Consejo Superior, además de Presidente
de la Junta Diocesana de
Toledo-y la ascendencia que sobre él
ejercía. Mediaba una diferencia de catorce años de edad. Antonio
también era un frecuente meditador sobre la destrucci6n de
. So­
doma y Gomarra. Siempre tuvo muy presentes las palabras de
Aparici.
Hacia fuera era un muchacho de aún no veinte años, abierto
a todo y a todos que parecía poseer el don que Kierkegaard se
atribuía a
sí mismo y, en tal grado, que se atrevía a calificarlo
de genialidad: «Ser capaz de entenderse con cualquiera», cuali­
dad sorprendente en un chico de su extremada juventud, muy
apegado a la familia, que estudia su carrera
-Leyes-por libre,
sin frecuentar un exceso la Universidad. Pero le da igual el talante
y el trabajo, la edad y
la condici6n de su interlocutor, un intelec­
tual o un legionario descreído, siempre con todos hay encuentro.
Quizá porque empieza por escuchar a todos. Porque todos· le im­
portan: «No te importe perder una hora . : . ». Antonio parece
sabérselo de antemano.·
La guerra se enciende en Toledo al negarse el Coronel Moscar­
d6 a entregar las armas del Ejército a los Sindicatos, según le or­
denaba el Gobierno de Madrid, y hacerse fuerte en
el Alcázar.
Antonio, al oirlo, recoge su cilicio,
.un rosario y los Evangelios y
se
une a la lucha contra· la Revoluci6n Roja. El rezo del rosario
sería semanas después casi
su única anestesia mientras le ampu­
taban el brazo izquierdo en un s6tano, a la luz de un candil.
En tanto, desde el primer día, con la muerte al lado, habla
de Dios a sus compañeros: «Tirad, pero tirad sin odio»,
dice. Allí
hay también otros treinta chicos de Acci6n Cat6lica como él y
celebran
ya la vigilia de Santiago: sin duda, el primer acto del
primer Centro de Vanguardia: «Estemos donde estemos, Ejército,
milicias o cárceles, siempre
se podrá formar grupos de j6venes que
constituyan ceotros de Acci6n
Cat61ica»; había esctito ya en abril,
en aquella primavera torva, sin sombra de sonrisa.
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JOSB ARTIGAS
La herida de Antonio no fue nada casual. Nada es casual en
los últimos meses de su vida. Un alma noble jamás delega
la res­
ponsabilidad. Por eso, en un momento dado decide extremar el
valor. Quería levantar algunos
ánimos tristes y corazones abatidos
desde la visita, ocho días
antes, del Can6nigo Vázquez Camarasa:
«Bajaba un sacerdote por aquel camino -ya se sabe, de Jerusalén
a
Jericó-y lo vio; pero pasó de largo». Después, ya liberado el
Alcázar, y tras varias semanas de sufrimiento en su casa, inerme
ante la infección, muere en olor de santidad besando largamente
una estampa de la Milagrosa. Con su último aliento, aún consigue
musitar: «¡Viva Cristo
Rey! ¡Viva Espafia!». A fructibus eorum ...
Era el 20 de noviembre de 1936, fecha en que, sin saber qué
día era, reaparece Signo. Su contraportada, tras una breve noticia
de Antonio, aún sin saber de su
muerte, claro, termina así: «Mien­
tras tanto, a 300 kilómetros de
allí, del corazón de otro joven de
Acción Católica
salía esta oración, que ha sido enviada a todos
los frentes: "Señor, que
mandas amar a nuestros enemigos y no
quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva: atien­
de a nuestra oración y concede
la gracia del arrepentimiento final
a los que mueren luchando contra Tí en el campo de batalla.
Brille
la misericordia divina junto a la justicia humana, para que
nuestros enemigos no sean tan desgraciados que,
al perder la vida
temporal pierdan también
la eterna. Unimos nuestra súplica a la
que
te dirigió Jesucristo desde la Cruz cuando, mirando a sus
verdugos, pedía perdón por ellos. Te lo pedimos a Tí, oh Dios
de los ejércitos, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén"».
Es una insuperable cumbre de espiritualidad, sin duda, pero
dentro de un paisaje homogéneo.
En la «Oración por los muertos
de la Falange», se decía: « Víctimas del odio, los nuestros no
cayeron por odio, sino por amor, y el último secreto de sus
cota·
zones era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria.
Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás entristecernos de
rencor ni odiar al enemigo, y Tú sabes, Señor, que todos estos
caídos mueren por libertar con su sacrificio generoso a los mismos
que
los asesinaron ... ». Incluso los de «Dios, Patria y Rey» -los
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MANUEL APARlCI EN UNA HORA DIFICIL DE ESPARA
Requeté&-combatíamos s6lo y sin. más por Dios y por España.
Y
todos con el dolor y el perd6n por delante. Nuestro enemigó
nunca fueron otros españoles adversarios políticos,
sino. sola y
exclusivamente la línea bolchevique, el marxismo y la barbarie
que amenazaban
a todos. Por eso se llamó Guerra de Liberación.
O
Cruzada, según tantos Obispos. ·
Esa
era «la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936,
en medio de tantos sacrificios, de tantos sufrimientos, tristes, pero
necesarios para que nuestra
patria encauzase de nuevo su destino»
que, al aceptar la herencia ante las Cortes Españolas,
reconocía
S. M. el actual Jefe del Estado Español, don Jllll11 Carlos de
Borbón. Perdón, lo hubo siempre. Y
cristiano olvido deliberado.
VII.· Vocación refrenada
Un inocente juego de palabras, como el que él se permitía con
Kempis, autoriza a señalar que Manolo no sólo
fue. un e>ctraordi­
nario Presidente de· la Juventud, sino un Presidente extraordina­
rio. No sólo de extremada gran calidad, sino de género insólito.
Por de pronto, quizá deba anotarse que Manolo nunca fue un
joven normal de Acción Católica, porque sencillamente, ya no
era
un joven cuando ingres6 en ella. Aparici era un:·· Presidente
extraordinario por su edad, claramente
por encima de la de todos
los asociados> creo. Nó' era uno más:·. Era en, todO caso; si ··'se
quiere, el hermano mayor, pero muy mayor. Y la Presidencia la
ejercía desde ese supuesto. Capaz,· sin · duda, de haber llevado
adelante multitud de empresas
de diversa índole, yo no me lo
imaginé jamás dirigiendo nada
que no fuese la Juventud de Ac­
ción Católica. O algo muy parecido.
Y además era una vocación sacerdotal refrenada, como se sabe.
No era cosa de que se hablara, que
yo recuerde. No estoy seguro
de que
yo mismo llegase a comentarlo con nadie. Si acaso, sería
muy poco. Tal vez no queríamos ni pensar en su eventual ausen­
cia. Pero era patente que Manolo sólo estaba esperaudo la ocasión
y licencia para ingresar en el Seminario. La ofrenda estaba hecha.
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JOSE ARTIGAS
En ningún sentido era ya un joven: ni por la edad, ni por la inde­
finición ante el futuro. No tenía día de mañana incierto, .sino en
la medida en que lo tiene todo hombre que viene a
.este mundo
y mientras permanece en
él. Ninguna niña alrededor, como noso­
tros. Él estaba ya definitivamente entregado a Dios·, y de. tal ma­
nera, que ni se reservaba la decisión de fijar por· sL ni el modo,
ni la hora. Esa era,. claro, su enorme seguridad, la .certeza de que
estaba,. con que estaba, ·en su puesto ...
Recuerdo con vaguedad mis últimas horas cop. Manolo. Desde
el extranjero, donde estaba mi trabajo, mi
.. costumbre era venir
a Madrid dos veces al año
.. Solía visitarle. Muy pronto cayó en­
fermo. Agradecía mucho que se le fuera a ver. Iban el Cardenal
de Toledo, Pla y Deniel, Martín Artajo, aunque era Ministro
...
Otros, por lo visto, tenían menos tiempo, aunque también serias
responsabilidades. Y él los echaba de menos, Recuerdo . haberle
llevado en coche a alguna
terraza de Puerta de Hierro, cuando
el tiempo era bueno. Habla'bamos;
yo sobre todo le escuchaba:
Amor, amor
de Dios era su tema constante. Más de una vez . toca­
mos el tema de «la cuestión social» .. Manolo era muy sensible
a las escandalosas injusticias,
a. nuestra indiferencia y frialdad ante
ellas;. pero «Cristo no espefÓ a la solución del problema social
para predicar· el Evangelio», era
su conclusión. Es decir, hay una
primacía inmediata, ineludible
·y urgente.
Dos meses antes
de su muerte. me dio, con mucho retraso, el
pésame por la de mi madre: Amor de Dios .. Fue lo úl.timo que
supe directamente de él. Desde entonces, nos
· falta. Pero estoy
seguro de que desde
allá arriba, junto a. los mártires, en la pre­
sencia de Dios, véla por nosotros y nos alcanzará el .perdón por
nuestra tibieza y la cicatería de nuestra respuesta a
su magisterio
y ejemplo.
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MANUEL APARICl EN UNA HORA DIFICIL· DE ESPARA
NOTA
La intención y naturaleza de este trabajo creo que permiten eximir al
eventual lector de la molesta llamada a pie de página o final del escrito,
cada vez qu~ se hace referencia a ~: texto ajenó. Esto, sin embargo, parece
oportuno dar la procedencia de algunas citas. Y como, á estas fechas, me
resisto· a dar por sabidos. o ~dados. co.µ aceptable .exactitud no pocos
hechos y dichos en modo
alguno .insignificantes, enumero a continuaci6n
algunos de los lugares donde pueden encontrarse
..
El textQ de D. CAR.Los CAsmo_ ·se ·contiene en su Te_stimonio para la. Causa
de Beatificación de Manuel Apatjci.
Los de Solll!EN K!¡uu 29 y 32, de mi traducción de la. obra. de THEQDERICH KAMPMANN, Kierke­
gaard como educador religioso, C.S.I.C.,_ Madrid, 19?3.
PAUL CLAUDEL: A los mártires españoles. Versión española de Jorge Gqillén.
Secretaría de Ediciones de la Falange. Sevilla, 1937, 29 de octubre. Ori­
ginal francés en Poffltes et ptÍroles dura"nt la Guerre de Trente _Ans.
nrf. Galllmard, 16 éd., s. d.
SALVADOR DE MAnARIAGA: España. Ensayo de Historia Contemporánea, 15."
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JACQUES MARITAIN: Le Paysan de la Garonne. Desclée de Brouwer, París,
1966. Versión española, misma Ed., Bilbao, 1967.
MAR.CELINO MENÉNDBZ PELAYO: Historia de los Heterodoxos. Epílogo.
RAMIRO DE MAEzru: Defensa de la Hispanidad.
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Sobre ANTONIO RIVERA, principalmente: }OSÉ MANUEL DE CóRDOBA: Un
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JosÉ M.' G1L ROBLES: No fue posible la paz. Ariel, Barcelona, 1968.
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