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Número 365-366

Serie XXXVII

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Homilía del P. Agustín Arredondo, S. J. [San Fernando 1998]

CRÓNICAS
HOMILÍA DEL P. AGUSTÍN ARREDONDO, S. J.
"Ciudad, y Católica". "Reino, y de Cristo". "Sociedad, y reli­
giosa confesional".
"Próspera paz terrena, y glorificación de Dios
en el Cielo". El par de ideas de cada una de estas expresiones,
encabezadas
por la primera de ellas que es el título de nuestra
entrañable empresa,
es de siempre indicador insoslayable de un
imperioso afán humano, al ser el hombre un ser social por su
naturaleza, y ser también por su naturaleza, creyente.
Ordenación de la sociedad, sometida
al imperio de Dios. Lo
vivimos ahora. Lo vivió el Rey Fernando como veremos. Lo vivían
desde la cuna misma de la Iglesia, como lo reflejan a su manera
las dos lecturas de la Misa recién leídas, con que adelantamos este
año nuestra celebración del Santo Rey.
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En efecto, el orden social, que amenaza ser violado en contra
de Pablo y de
su mensaje, es lo que invoca el Apóstol de las Gentes
para superar las tentativas criminales de los judíos perseguidores.
En la coyuntura
en que Agripa II está cumplimentando en
Cesárea
al procurador romano recién nombrado Porcio Festa, ya
se ha sentido él ciudadano romano y ha pronunciado el sacra­
mental
Caesarem appello, "recurro al César", con lo que impide
lo lleven de nuevo a Jerusalén como querían los judíos; trataban,
según el texto sagrado, de quitarle
la vida por las buenas en el
camino.
Así salvó Pablo su vida por esta vez, con la avenencia de un
procurador más observante del Derecho establecido que lo había
sido treinta años antes
su desdichado antecesor Poncio Pi/ato; no
sin el gravamen de
los dos años largos de prisión desde que, dete­
nido en Jerusal.én,
lo bajaron a Cesárea, donde esperaba la oca­
sión de su viaje a la capital del Imperio. Tampoco puso obstáculo
alguno el rey Agripa, cuya prosapia herodiana se había mostrado
tan desconsiderada con la justicia. Porque había sido el bisabue-
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CRÓNICAS
lo de Agripa Herodes, llamado el Grande, que había perseguido a
Cristo y degollado a los Inocentes el año 1; había sido el hijo de
éste, Herodes Antipas, el que se burló de Cristo el año 30 tras la
curiosidad de contemplarlo como
un espectáculo (también aquí
Agripa mostró deseo de oír a Pablo); y bahía sido su mismo padre,
Agripa
I, sobrino de Herodes Antipas, quien degüella el año 42 a
Santiago el Mayor y detiene también a Pedro, salvado luego mila­
grosamente
por un ángel; mientras ahora se acusaba al segundo
Agripa de vivir incestuosamente con su hermana Berenice.
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"Que en sus días florezca la justicia, y la abundancia de paz
hasta que falte la luna" (Sal. 71), era el deseo y esperanza de la
era mesiánica ambicionada desde
siglos, como ahora desde mile­
nios. Y en el centro,
Cristo, poniendo a andar su Iglesia, nuestra
Iglesia, la que encarga a Pedro como las ovejas
al Pastor.
El pastoreo fue mucho antes imagen de la autoridad y gobier­
no aun en la literatura profana. Es en La Ilíada donde Homero
llama
ya pastor de pueblos al rry Agamenón. Pero es que, además,
la imagen bucólica, tal
cual Cristo la desarrolla, incluye una total
abundancia de funciones que con el pastoreo se siginifican.
Así, las ovejas oyen su voz, y no conocen la voz de los extra­
ños; va delante de ellas y le siguen; y entonces hallarán pastos,
porque Él
ha venido para que tengan vida abundante. En suma,
estas tres
cosas: oír su voz, seguirle, y hallar así los pastos que ali­
menten, resumen
los dones inestimables que nos brinda la Iglesia
con su magisterio,
su gobierno y su eficacia santificadora y
comunicadora de gracia. Y
esto, además, conociendo y llamando
por su nombre a cada una de sus ovejas, y lo que nunca habría­
mos pensado: las ovejas cumplen su misión pereciendo en benefi­
cio de quien las apacienta; pero
en la Iglesia ba sido el Pastor el
que
ha dado la vida por su grry. Nos conoce y da su vida porque
nos ama. En
ese rebaño estamos, y trabajamos juntos, y respira­
mos. ¡Qué felicidad! Ninguna otra suerte podía sernos envidiable.
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CRÓNICAS
Tal fu,e la suerte de Fernando qu,e nosotros tratamos de emu­
lar. Caballero de Cristo en su manera divina de concebir su vida
humana; con
lo cual resultaba irremediable su empeño por res­
taurar esta patria secularmente deshecha.
De la generación de
otro noventa y ocho (dos años antes del
mil doscientos) data el
orto de esta estrella, sin la que el
mundo en que hoy vivimos
habría
sido en tantas cosas otro. ¡Cuántos quizá de los que esta­
mos aquí no habríamos venido siquiera a la existencial
'Antes querría verte muerto que cometieras un pecado mortal",
leemos que
cyó su primo el santo Luis de Francia de labios de su
madre Blanca de Castilla y hermana de Berenguela, la madre de
Fernando. No pensamos distinto el criterio de nuestro rey, que vela
sus armas
sólo con Dios toda una noche, que tiene por eminente­
mente religiosas sus brillantes conquistas bélicas, que hace entrar
en Sevilla como Reina a
Maria Santísima, su acompañante en
campaña, que defiende la
fe contra apóstatas y falsos cristianos,
que fomenta
la religiosidad de las recién nacidas órdenes mendi­
cantes,
qu,e levanta al cielo las catedrales de Burgos, Toledo y quizá
León, qu,e mira y se preocupa de la piedad y honestidad de sus sol­
dados, y que en medio de tan firme y tensa vida sabe a su hora ser
comprensivo, tolerante e indulgente en perdonar. Con el corazón
en los montes donde nos viene el auxilio del Señor, leemos que,
retenido enfermo en
Toledo, velaba de noche para implorar la
ayuda de Dios sobre su pu,eblo. "Si yo no velo-replicaba a los que
le pedían descansase- ¿cómo
podréis vosotros dormir tranquilos?".
Así ya se puede ir colonizando y poniendo en orden las tierras
qu,e se iban recobrando; formar un consejo de varones prudentes
-no ya de validos-con que poder contar para orientación de
sus deliberaciones;
guardar con toda lealtad los pactos conveni­
dos con enemigos; crear Derecho, remozar y traducir el secular
Fuero Juzgo, abriendo paso a la redacción de Las Partidas por su
hijo Alfonso
X, y fomentando la cultura universitaria, literaria y
musical del reinado del Rey Sabio; y administrar la justicia sin
acepción de personas, como exigiendo la debida cooperación eco­
nómica de
las llamadas manos muertas eclesiásticas y feudales.
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CRÓNICAS
Ciudad Católica se llama eso. Parece un sueño. Y nuestro
quehacer
es el mismo de Fernando. ¡Cuánto queda por hacer!
Pero el camino es el mismo, y la gracia de Dios
es la misma.
Sigamos dando cada día nuestra puntada. ¿Soñarían Pedro y
los
suyos, como el patrono de España Santiago, la que iban a armar
en el mundo con su rebaño? Cuando Pablo atraviesa el Bósforo,
y cambiando su plan merced a visión nocturna, entra en Europa;
cuando Fernando toma Córdoba, Jaén, Sevilla, Murcia; cuando
unos monjes de Cluny cristianizan Europa sin pensarlo/ ¿adivi­
narían las posibilidades de luz y santidad que se han seguido
luego,
aun siendo tanto lo que queda por hacer? optimismo, pues,
ante la conciencia de nuestra incapacidad. Ante el interrogante
de
los discípulos que preguntan a Jesús quién va a ser capaz de
salvarse,
Cristo les confirma su impotencia: "para los hombres esto
es imposible'; pero les da la solución añadiendo: "mas para Dios
todo
es posible" (Mt., 19, 26). En esto pensaron los queridos ami­
gos nuestros que ya consiguieron el premio eterno de su actua­
ción;
para ellos, como todos los años, nuestro recuerdo agradeci­
do y nuestros sufragios si los necesitan. A esto también aspiran los
ausentes hoy, que se enriquecen con nuestras ideas y nos enri­
quecen con las suyas y con el aliento de su bien obrar.
Y a
Dios, con el acto supremo de nuestro reconocimiento, que
es el sacrificio de su mismo ser humano, nuestra alabanza por
siempre, nuestra acción de gracias por este año más que ha trans­
currido, y nuestra plegaria con la intercesión de San Fernando,
que recabe para esta entusiasta labor las bendiciones sin las que
trabajan en vano
los que edifican la casa y los que vigilan la ciu­
dad (Sal. 126, 1). Por Él, con Él y en Él nuestra absoluta glorifi­
cación
por los siglos de los siglos.
DISCURSO DE GUSTAVO BLANCO
Debo comenzar este breve discurso, quizá de forma un poco
tópica, pero inevitable es esta situación; es para mí un auténtico
honor poder dirigir estas palabras a los postres de nuestra tradi-
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