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Número 399-400

Serie XL

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Cuarenta años de Verbo

CUARENTA AÑOS DE VERBO
POR
MIGUEL AYUSO
Con ·este número que tienes en tus manos, amigo lector, se
cierra la serie número XL de Verbo. Cuarenta años de aparición
ininterrumpida, primero
en entregas mensuales, luego bimestra­
les y pronto, con la lógica pausa
de las vacaciones estivales, a
razón
de . cinco números al año. Así creo que ha venido ocu­
rriendo desde la serie
XIV, en 1975. Cuarenta años de aparición
de
una revista libre, que no ha contado con subvención estatal
alguna, pero tampoco
de la Iglesia ni de ayuda de ninguna insti­
tución privada, siquiera fuera
en forma de publicidad o de sus­
cripciones financiadas. Cuarenta años
de aparición de una revis­
ta
con signo, de formación ávica y acción cultural según el dere­
cho natural y cristiano, sostenida exclusivamente por sus lecto­
res y por la generosidad de un grupo de amigos, amigos de la
Ciudad Católica, fieles al designio
-expresado por San Pío X, el
último papa santo-de que la civilización cristiana ha existido y
existe y que no se trata sino de instaurarla y restaurarla sin cesar,
sobre sus fundamentos naturales
y divinos, contra los ataques
siempre nuevos
de la revolución, de la utopía malsana y de la
impiedad. Cuarenta años de aparición
de una revista de altura, de
formato y factura académicos, crecientemente académicos, y de
temática principalmente volcada sobre la filosofia de las cosas
humanas, sobre la ftlosoffa práctica, esto es, moral, social, jurídi­
ca, política y económica, aunque con apertura a la filosofia teo­
rética, a la
metaf'1Sica principalmente, y a la teología. Cuarenta
años
de aparición apacible al tiempo que combativa, catequética
sin dejar
de convertirse en ocasiones en apologética, sin discón-
Verbo, núm. 399-400 (2001), 785-804.
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MIGUEL AYUSO
tinuidades o rupturas doctrinales, fundada sobre amplios acuer­
dos más allá de las legítimas opiniones de sus colaboradores
sobre las cuestiones dudosas y vidriosas, con ser tantas, sobre
todo con el discurrir de unos años
en que había de producirse en
el mundo, pero sensiblemente en España, un cambio social, polí­
tico y religioso sin precedentes. Quizá
-por no callar nada­
sólo en el asunto de las novedades del II Concilio Vaticano, que
tanto ha envenenado las cosas entre los católicos, se ha podido
percibir el rastro de
la disidencia, entre, de un lado, la explica­
ción complaciente
que busca aclarar las nuevas lagunas por las
firmezas de siempre, mayoritaria, y
-de otra parte--la de quie­
nes, en minarla de relativa importancia, han preferido aferrarse a
éstas ante la vaporosidad y los efectos de aquéllas: con todo, ni
siquiera discusión tan grave ha llegado a terminar de romper el
grupo intelectual, a diferencia de lo ocurrido
en tantos otros lares,
a empezar
por ultrapirineos.
La historia de Verbo y de la Ciudad Católica, más dificil ésta,
al no consistir en un organismo corporeizado, estructurado y
jerarquizado, sino realmente
en un grupo de amigos con múlti­
ples iniciativas, aunque sean la revista y las reuniones anuales los
elementos
que más inciden en su identificación, va teniendo ya
no sólo sus páginas sino también sus capítulos. A los veinticinco
años, Ge,mán Alvarez de Sotomayor, a la sazón presidente de
Speiro, arquitecto, hombre de rica peripecia vital
-de la que
ha quedado fragmentaria referencia
en un notable libro de me­
morias de nuestra
guerra-y enorme humanidad, y Estanislao
Cantero,
uno de los miembros más constantes e imprescindibles
del
staff de la revista, de su sociedad editorial y de la Fundación
que embalsa las energías
-desaparecida, por cierto, reciente­
mente la segunda
en beneficio de la última, pequeña operación
de cirugía jurídica
sin mayor importancia-ofrecieron desde
estas páginas la breve síntesis de
Verbo y de las Reuniones de
amigos de la Ciudad católica. Hoy, quien desde 1991 se viene
ocupando de la revista, siempre bajo de la dirección
de Juan
Vallet de Goytisolo, que de hecho la ejerció incluso durante la
larga época en que nominalmente le estaba atribuida al inolvida­
ble José Antonio García de Cortázar y Sagarnúnaga, periodista de
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mérito, notario escrupuloso y, sobre todo, legionario, tal es la
impresión que le hizo su paso por el Tercio en nuestra guerra, ·no
tiene más pretensión con esta nota que llamar la atención de los
lectores, sobre todo de los
que no lo sean de la primera hora,
sobre la envergadura del proyecto y las grandes líneas de sus rea­
lizaciones en cuatro decenios. Toda una vida.
Ha sido Vallet, en varias ocasiones y entre ellas en un texto
de imprescindible lectura para la intrahistoria de esta obra de
apostolado intelectual y político
-la máxima forma de caridad
según el texto
de Pío XI que tantas veces nos hemos complacido
en citar-, quien ha acertado a discernir los distintos influjos y
corrientes que convergieron
en el nacimiento de Verbo y de la
Ciudad Católica. Fue,
no podía ser de otro modo, con ocasión de
trazar
la semblanza de Eugenio Vegas Latapié, que fue el que des­
cubrió la matriz francesa avanzados los años cincuentá, quien
reunió con el entusiasmo de siempre a diversos grupos
de sus
amigos para acudir a ella a nutrirse, y quien -después de haber­
la traído a nuestro suelo-la regó y la cultivó con mimo, hasta
que Juan Vallet, con su prodigiosa energía, vino a darle el rele­
vo, lo que Eugenio,. con abnegación y rectitud de intención,
aceptó de buen grado. Vamos a tratar de resumirlo.
Primeramente, se halla
en Verbo y bien nítida la huella de
Eugenio
Vegas. Como acabamos de decir fue él el fundador y
quien con generosidad abrió el cauce para
que allegasen en él
otros manantiales. Pero el primer caudal
no podía sino proceder
de él. Caudal insustituible, tal era la personalidad de Eugenio,
que deliberadamente no quiso repetir el modelo de Acción
Española, sino que quiso hacer otra cosa, eso sí, en la línea de
toda su vida: la formación de élites
en el derecho público cristia­
no. Buena parte de sus amigos habían iniciado
por entonces tras­
bordos de mayor o menor vuelo, y aun así aportó brazos para la
nueva tarea. Cómo olvidar a José Antonio García de Cortázar,
antes mencionado, o a Gabriel Alférez, pulcro
en sus escritos,
sobrio
en sus palabras, bondadoso en sus gestos, siempre dis­
creto y eficaz y
que hasta en la última hora demostró lo que sig­
nificaba para él nuestra tarea. De Gabriel de Armas,
en cambio,
orador extraordinario, según
se cuenta, poco o nada puedo decir,
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MIGUEL AYUSO
por no haberle conocido personalmente, aunque por amistad
ulterior con su estirpe
puedo imaginar la que debió una ser una
personalidad más que notable extraordinaria.
Y cómo
no mencionar inmediatamente a otros, como Guiller­
mo González Arnao, o los Rato, o el maestro de la arqueología
Martín Almagro
-que en los cuarenta había escondido a Eugenio
en las excavaciones de Arnpurias antes de pasar oculto la fronte­
ra camino de Francia huyendo de las represalias, por cierto justifi­
cadas, a cuenta de su constante conspiración contra el
régimen-,
Manuel Arquer, Luis Chico de Guzmán, Augusto Díaz-Cordovés,
Pepe Cervera y Paco Gomis. De todos, sólo
he tenido ocasión de
tratar a los tres últimos, ido ya Augusto y únicos sobrevivientes,
y
en plena forma, gracias a Dios, los otros dos. Augusto, coronel
de artillería, era
no bueno, sino buerusimo. De piedad acendrada
y ausente de beatería cargante, estaba
en todo y no se notaba. Sí
que se notó y mucho, en cambio, su falta. Pepe, siempre activo,
nervioso y cordial, con participación esporádica pero constante.
Paco, de quien
puedo decir con orgullo que soy amigo suyo, un
caballero de una pieza, que contrasta con la vulgaridad del siglo,
e introduce siempre una bocanada de aire puro, de nobleza de
las que exige y obliga.
Y también de los más jóvenes, tal era su capacidad de atraer
pese a las diferencias de generaciones, como José
Luis Vives,
Emilio de Miguel, Gonzalo Muñiz
-auténtico superdotado, que
todo lo sabe y lo recuerda y lo cuenta apasionadamente, y al que
la triste situación presente le privó llegar a la cabeza del escala­
fón de su cuerpo, el de auditores de guerra del Ejército, como
por su hoja de servicios mereáa, lo que ha llevado de modo
desenfadado y sin hiel, cosechando los mayores éxitos
en el foro,
como abogado, en asuntos precisamente castrenses-, Juan José
Morán, tan fiel y generoso, buen abogado, que mucho nos ayudó
en el funcionamiento de las sociedades y fundaciones, o a Paco
Pepe Femández de la Cigoña, de tantos saberes y tan mordaces,
en especial los históricos y eclesiásticos de los siglos contempo­
ráneos, probablemente
no hay quien le iguale, y si se ignora su
obra débese sobre todo a la frivolidad y
al sectarismo de nuestra
academia patria, y a que decididamente... le trae sin cuidado,
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CUARENTA AÑOS DE "VERBO"
contertulio de primer orden y que tantas páginas ha llenado de
nuestra revista.
En segundo lugar, vino el tradicionalismo político espaitol,
particularmente legitimista, esto es, el carlismo. Vegas había con­
tado para
Acción Española con Víctor Pradera y "Javier Reina", y
en Verbo iba a disponer de un grupo extraordinario de intelec­
tuales y publicistas. A comenzar
por Rafael Gambra, que comen­
zó su colaboración bien pronto, recién terminada
la fase funda­
cional, y
que hasta hoy es un puntal de Verbo con sus aceradas
y a veces demasiado espaciadas contribuciones. Gambra, proba­
blemente
uno de los grandes maestros del tradicionalismo del
siglo
xx, viene a ser así uno de los puntos de referencia de Verbo,
a la que ha aportado, junto con su obra, su sangre, en las figu­
ras, también de relieve, de Andrés y José Miguel, sus hijos, ambos
profesores universitarios valiosos y acribiosos. Alberto Ruiz de
Galarreta, con sus innúmeros pseudónimos, y sus innúmeras
sugestiones,
'es un centinela en permanente acto de servido, que
llegó de la mano de Eugenio Mazón. De él hemos recibido dece­
nas de crónicas inteligentes,
de notas perspicaces, de informa­
ciones agudas. Animador permanente de la vieja célula de
Sanjurjo,
38, el declinar de ésta no le ha llevado a abandonar el
puesto, y privadamente
no deja de comunicar cuanta noticia reci­
be que pueda animar acciones en pro de la tradición católica de
España contra la
rampante revolución anticristiana.
Pero también muy pronto comenzó el intercambio
con la
Schola Cordts Iesu barcelonesa, que el padre Ramón Orlandis, de
la Compañía de Jesús, animara
con tanto entusiasmo y celo apos­
tólico, y que
en los años de que estamos hablando comenzaba a
dirigir el profesor Francisco Canals
Vida!, catedrático de metafísi­
ca, pero de saberes mucho más dilatados, de la
teología de la his­
toria a la historia política y

a
la cultura catalana. A partir de ahí
llegarian,
en una primera hornada, los profesores Petit y Alsina,
herederos del carisma de
la escuela en todas sus ramificaciones,
respectivamente catedráticos de filosofía
de la naturaleza y de
sociología
en el alma mater barcelonesa; luego Eudaldo Formen!,
sucesor de Canals
en la cátedra de metafísica, volcado principal­
mente en la explicación del tomismo según los parámetros de esa
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escuela, que ha comenzado a ser conocida como la Escuela To­
mista de Barcelona; y, finalmente, muy cerca de nuestros días,
Jorge Soley, Miguel Ángel Belmonte y Javier Barraicoa.
A mediados
de los sesenta se inicia también la participación
de Francisco Elías de Tejada, que llegó
con su nutrida escuela,
pronto volatilizada: Badillo, Brufau, . Fernández-Escalante,
Lamsdorff, López Calera, Pérez Luño, Porras del Corral, Puy,
Serrano Villafañé, etc. Algunos pasados al moro, otros simple­
mente complacientes
con él, debilitados los más, siempre fieles y
leales los menos, lo cierto es
que la desaparición del profesor
Elías de Tejada nos privó
en buena medida no sólo de su ciencia
descomunal y firmísima, sino también de
la más menguada y lábil
de
buena parte de sus acólitos. También desde el carlismo llega­
ron más tarde Alvaro
d'Ors y Javier Nagore, queridos amigos y
colaboradores hasta hoy. En particular, Alvaro
d'Ors, una de las
mayores cabezas de España, del
que si se puede decir con justi­
cia
que es uno de los mayores romanistas de Europa, lo es al pre­
cio de correr el riesgo de dejar
en penumbra otros muchos méri­
tos, ha enriquecido estas páginas con sus siempre penetrantes y
tantas veces controvertidas posiciones. Por lo que hace a Javier
Nagore, encarnación de la navarridad, notario y foralista de ver­
dad, también es grande nuestra deuda con él.
Y Carlos Etayo, también navarro, también carlista y
uno de
esos tipos que uno no cree que puedan encontrarse en nuestro
tiempo indigente: marino de guerra retirado prematuramente y
consagrado
en exclusiva a la militancia católica y contrarrevolu­
cionaria, con sus barbas de capitán de
la gesta evangelizadora de
las Américas, que ha
hecho la ruta de Colón con sus mismos
medios mientras sacaba los colores a las autoridades de nuestra
Armada
por su desconocimiento de la arqueología naval, y que
en cambio ha recibido el reconocimiento de la Academia de
Marinha portuguesa. Desde fuera de las fronteras entecas de este
trozo de las Españas que
es hoy España también han arado ese
campo el brasileño José Pedro
Galvao de Sousa, una de las per­
sonalidades más destacadas del iuspublicismo cultivado según
nuestra tradición
política en el siglo xx, y Federico Wilhelmsen,
profesor de la Universidad
de Dallas, pensador original y a quien
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CUARENTA ANOS DE "VERBO"
se deben algunas de las colaboraciones más notables para la
autoidentificación del carlismo contemporáneo. Hoy ambos
fa­
llecidos, su recordación es motivo a la par de nostalgia y de es­
peranza.
Pero el carlismo no ha dejado de llevar a este surco opera­
rios, y el
artista,. porque me parece que es lo que es en su fondo,
aunque de una estética entrelazada fuertemente con la ética
-según la tesis clásica de los trascendentales del ser-canario
José de Armas y su encantadora familia, o las hijas mayores de
Paco Pepe Fernández de la Cigoña, o quien redacta esta nota
también proceden de esa lealtad secularmente sostenida y a los
ojos de tantos incomprensible,
pero que no deja de ser el hilo
por el que la christianitas minor de las Españas se ha prolonga­
do por encima de la exterioridad desmedulada de la España de
la revolución liberal y sus secuelas de todo orden.
En tercer término, está el influjo francés
de la Cité Catholique.
Jean Ousset, hombre extraordinario, autodidacto, energético,
supo concitar :rp.uchas voluntades en su torno, hasta que la
coyuntura política francesa, en particular tras la guerra de Argelia,
y
la peripecia postconciliar, que en Francia llevó a una resisten­
cia firmisima
en la persona y la obra de Monseñor Marce]
Lefebvre, forzó la separación, a veces con cierta agresividad, otras
en forma más discreta, pero casi siempre hacia la incomunica­
ción.
El haber hallado nosotros una convivencia en que la discu­
sión acerca de tales posiciones
no llevara a esas consecuencias
permitió,
no sin conflictos, de un lado, que la amistad y la
influencia de Ousset y de quienes
con él quedaron -en particu­
lar
no podríamos dejar de mencionar a Patricio Jobbé-Duval,
amigo entrañable de todas las horas, a Jean-Pierre Moreau,
que
nos acompañó algunos años, y a Jacques Trémolet de Villers,
sucesor de Ousset, excelente abogado en causas nada fáciles, con
los
que Estanislao Cantero y quien firma estas líneas compartimos
momentos inolvidables
en 1992 en Versalles, durante una reunión
en que nos encontramos también con viejos amigos como Rémi
Bert, el profesor y premio Nobel Jérome Lejeune y
S. A. R. Don
Sixto Enrique de Borbón Parrna, heredero de la legitimidad car­
lista-se mantuviera, a través de su venida a nuestras reuniones
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anuales, y de los artículos de su autoría que publicamos; mien­
tras que, de otro, seguimos estampando contribuciones de
Madiran, Salieron, De _Corte, 1bibon o los Charlier, que giraban
en torno· de ltinéraires, que tanto agradaba a Eugenio Vegas,
quizá
por ser él mismo de progenie integrista_ A él debo, en mis
visitas semanales, y a veces incluso más frecuentes, a su casa,
haberme introducido en el mundo apasionante de esa revista, y
de sus colaboradores, y
en particular de su inspirador, Jean
Madiran, a quien Charles Maurras saludó en sus últimos años
-y he tenido ocasión de recordarlo más de una vez-como su
sucesor, ¡precisamente junto con Ousset!, una de las plumas
mejor cortadas del ensayo cultural y filosófico, pleno de acentos
polémicos, hodierno.
Pero también Louis Salieron, profesor del
Instituto Católico de París, luego claro está represaliado, el eco­
nomista que difundió
la importancia de la propiedad colectiva,
en un ensayo original por desgracia arrumbado, y el católico pre­
ocupado
por la deriva conciliar, que dedicó un libro durante
muchos años único e imprescindible crítico de la reforma litúrgi­
ca. Y el profesor belga,
De Corte, de un aristotelismo prístino y
de
un maurrasismo depurado, autor de los ensayos más duros
sobre la deriva conciliar y de los más agudos sobre la filosofía
moral
y la antropología contemporáneas. Y Gustave 1bibon, el
filósofo campesino, cuyas páginas entrecortadas abrían siempre
surcos
en la tierra y estelas en el cielo. Finalmente, los hermanos
Henri y André Charlier,
disápulos de Péguy, pero también de
Maurras, artistas
que podían escribir un libro conjunto sobre el
canto gregoriano, mientras Henri dejaba pruebas de su ingenio y
su buen sentido en sus ensayos sobre la educación, sobre la
reforma institucional o sobre la historia de Francia, amén de sus
esculturas y pinturas de gran fuerza expresiva y de una fe acen­
drada y vivfsima, incontaminada
por la blandenguería de tantos
ambientes eclesiásticos,
al tiempo que André cincelaba sus dotes
de educador
en sus Cartas a los Capitanes. Del grupo que quedó
con Ousset, no sin cismas posteriores, siguieron colaborando y
manteniendo el contacto Michel de Penfentenyo, Marce! Clément
-- él, de
L Homme Nouveau-, Michel Creuzet -del que publica-
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CUARENTA AÑOS DE "VERBO"
mos sus estimables libros sobre los cuerpos intermedios y sobre
el protestantismo
}:' su sociología-y Arnaud de Lassus.
Hay, sin embargo,
un cuarto afluente en Verbo y la Ciudad
Católica y
que no es otro que la propia obra de Juan Vallet. Uno
de los máximos juristas del siglo, hombre de cultura portentosa y
publicista infatigable, sobre todas estas cosas
-para lo que hace
a nuestro tema-queda su faceta de organizador, de compone­
dor, de manager entusiasta y eficaz. Resulta dificil pensar que la
constelación de personalidades bien definidas como las
que han
ido saliendo
en las líneas anteriores hubieran podido fraguar en
un equipo coherente sin alguien que hubiera realizado el sacrifi­
cio de poner su tiempo, su dinero y su energía al servicio de los
demás, coordinando, organizando, convocando, realizando las
tareas menores de
la redacción. Sí, Vallet ha sido Verbo en modo
singular, pues se
ha producido una identificación de su persona
con la obra, poniendo su sello, pues
no podía ser de otra forma,
pero
un sello abierto y generoso. También Vallet ha movilizado
todo el acervo de sus relaciones sociales y profesionales, pienso
en José Antonio Hériz y Alberto Martín Gamero, a quienes no
traté, Pepe Gil Moreno de Mora -que atesoraba la sabiduría de
la tierra, de su tierra catalana, y
que estaba dotado de un fogoso
genio artístico, todavía hoy
un crucifijo de su obra preside nues­
tra sala de
juntas-, Jerónimo Cerdá -cuya evocación no deja de
producimos escalofríos, pues se nos fue en plena madurez, junto
con su mujer, Maria Teresa, con la que tan unido estaba, también
en la entrega a nuestra obra, cuando venían en acto de servicio
a una de nuestras cenas de San Femando-, o el querido José
Maria Piño!, delicia de contertulio
en su etapa madrileña, y gozo
en el reencuentro desde hace años, en que tras la jubilación defi­
nitiva del notariado, primero le había llegado
en el cuerpo de
registradores,
al que también pertenecía, se ha vuelto a instalar
-es un decir, tal es lo inquieto de su temperamento-en
Barcelona.
Pero puede afirmarse
que todos los que, de una manera u
otra, con mayor o menor intensidad, han pasado
por la Ciudad
Católica, y han colaborado
en Verbo, lo han sido por Vallet, hasta
el punto de
que el prestigio de la .revista en buena parte ha sido
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MIGUEL AYUSO
el prestigio de Vallet. Aunque a algunos les fastidiara -sobre
todo en los ambientes académicos holgazanes, caóticos y feuda­
les,
que no le perdonan haber dado vida a una escuela seria,
honorable y desinteresada,
que no depende de la munificencia
de quien reparte cátedras o prebendas---
la obra de Vallet ha
pasado a
un grupo de personas que se adscriben a sus criterios
y le tienen, por más que con toda modestia, por maestro. A
comenzar por Estanislio Cantero, hombre capital en toda la obra
de la Ciudad Católica, y siguiendo -con más o menos frecuen­
cia-por quien firma esta nota, Consuelo Martínez-Sicluna, José
Miguel Serrano, Evaristo Palomar, Juan Cayón, María del Carmen
Femández de la Cigoña, José Joaquín Jerez, etc.,
en múltiples
empeños, entre otros, el propio seminario de la Sección de
Filosofia del Derecho de la Real Academia de Jurisprudencia y
Legislación,
por él creado hace una docena de años y que sigue
dando frutos para fastidio de enanos.
Su quehacer concentrado
en su magna obra de metodología jurídica, gracias a Dios en su
recta final,
no le ha privado de seguir colaborando, participando,
dirigiendo todas y cadas una de nuestras actividades.
Pero
Verbo ha servido para canalizar una nutrida y fecunda
red internacional del pensamiento tradicional,
que podríamos lla­
mar contrarrevolucionario si no diera tal término primacía, cuan­
do menos cronológica, al no-ser respecto del ser, a la revolución
destructiva respecto de la tradición edificante. Mencionados los
franceses, y algunos de los hispánicos militantes del legitimismo
carlista, como
Galviio de Sousa y Wilhelmsen, quedan sin embar­
go muchos de quienes se
han paseado por estas páginas y de
quienes nos han confortado
con su amistad y su trato, ora fre­
cuente, ora discontinuo. La reunión de los martes en nuestra sede
de la calle José Abascal, durante muchos años General Sanjmjo,
siempre ha contenido una dosis de sorpresa, consistente
en saber
qué amigo del universo
mundo nos visita y al cual acompaña­
mos luego a cenar: lo mismo
puede ser el mejicano Federico
Muggenburg, asesor del empresariado de su país y hombre de
recónditos contactos
en los pasillos vaticanos, que los chilenos
Juan Antonio Widow
-el filósofo que ha recogido la antorcha
del padre
Lira, esto es, tomismo, tradicionalismo-integrista e his-
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panismo a la vez, en una sabia y armoniosa proporaon-,
Gonzalo Ibáñez -también universitario delicado y diputado en
este momento-, o Cristián Garay -una de las figuras de las
nuevas generaciones, historiador con firmes criterios doctrina­
les y amplias perspectivas políticas--, o los argentinos Alberto
Boixadós
-fallecido hace no mucho, magnífico escritor y que
consagró sus últimos ·esfuerzos a la denuncia de la ola gnóstica
de la
postmodernidad-, Enrique Zuleta -junior, filósofo del
derecho finísimo, que tantas tardes compartió
con nosotros para
luego alejarse
demasiado-, Carlos Ignacio Massini --destacado
en d campo de la filosofía juridica y también ausente desde hace
años--, Mariano Castañeira -hombre de letras y de negocios en
sutil combinación cuya esforzada fórmula es un secreto que
algún día nos habrá de desvelar-, Juan Fernando Segovia -his­
toriador del pensamiento político, constitucionalista e intelectual
de amplios vuelos
que no le mueven de sus sólidos cimientos, en
quien tenemos grandes esperanzas de futuro-y Patricio Ranclle.
Patricio, arquitecto, catedrático de Universidad, investigador del
Consejo de su país
(CONICE1), autoridad mundial en problemas
urbanísticos y territoriales,
con su instituto OIKOS, pero cuya
visión alcanza los problemas más alejados
que puedan pensarse
de su especialidad, y
que él domina con soltura que causa asom­
bro, tiene aquí
un puesto especial: por lo prolongado y sosteni­
do de su colaboración, y
porque vivió con nosotros dos años
sabáticos
en que gozamos semanalmente de su caballerosidad y
amistad. Pero
no acaban aquí nuestros queridos amigos y cola­
boradores de Hispanoamérica y
no podemos olvidar a los argen­
tinos Bernardino Montejano -universitario de raza, comunicador
excepcional, amigo del alma y gaucho de la mejor tradición his­
pánica-, Jorge Labanca -a quien no he tenido la oportunidad
de conocer y
que Juan Vallet cultiva desde hace decenios, insta­
lado
en las actividades financieras sin que la fe desfallezca-,
Alfredo Sáenz, S. J. -jesuita extraordinario, lo que añade un plus
a
la calificación, pues buena parte de ellos suelen serlo, y de una
solidez digna de otros tiempos, cultivador tanto de la patrística
como
de la iconología y autor de un libro sobre Fukuyama, entre
otras decenas de
obras-, Enrique Díaz Araujo -de cultura tam-
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bién ingente y de valor que no le va a la zaga, a quien debemos
un libro polémico y excepcional América, la bien donada, mere­
cedor de estudio, reflexión y
crítica-, Rafael Breide -que porta
con su brazo generoso la Gladius de nuestros hermanos, revista
de mérito, quizá
de las más destacadas de alta divulgación de
todo el orbe católico--,
Luis Esteban Roldán -que alienta otra
revista de información católica de extraordinario interés y relieve
y
que nos ha visitado varias veces desde su primera juventud-;
a los peruanos Vicente Ugarte del Pino y Femán Altuve-Fevres,
historiadores del derecho y de las instituciones, con calado doc­
trinal, aquél amigo de Elías de Tejada y Juan Vallet, presidente
que fue del Tribunal Supremo de su país, el segundo joven polí­
tico y académico autor de
un notable volumen sobre El Reino
del
Perú; a los chilenos Miguel Por11dowski, sacerdote de origen
polaco incansable
en su apostolado intelectual, que en su ancia­
nidad regresó a su tierra y
de quien no hemos vuelto a tener noti­
cias, Mario Correa
-que fue agregado cultural a la Embajada de
Chile en Madrid en años difíciles y hoy es rector de una joven
universidad
en su Santiago--, Raúl Madrid, Gonzalo Larios o
Alvaro Pezoa
-todos notables profesores de Universidad en
disciplinas humanísticas, jurídicas y políticas-; a los brasileños
Ricardo Dip y Clovis Lema
García -que siguen el camino de su
maestro José Pedro
Galvao de So usa con toda dignidad, magis­
trado y penalista el primero, aunque también de muchos más
intereses, iuspublicista solvente el
segundo-, y antes al inolvi­
dable monseñor Emilio Silva, radicado hasta su muerte
en Río; a
los mejicanos Enrique Mendoza, que vivió algún tiempo entre
nosotros, y Víctor Manuel Sánchez Steinpreis y Nemesio Rodri­
guez
Lois, periodistas y escritores; al también mejicano y prema­
turamente desaparecido de la irredenta Tejas Heriberto Porras, de
quien
no puedo callar el imborrable recuerdo de su hospitalidad
en mi estancia por aquellas tierras; el nicaragüense Juan Bosco
Cuadra, sobrino del poeta Pablo Antonio,
que en su juventud
fuera tan amigo de Eugenio Vegas, y tantos otros. Y los herma­
nos portugueses
Vaz Pinto, miguelista y si no recuerdo mal mili­
tar, que acudió a varias de .nuestras convocatorias, un verdadero
caballero, Múrias -periodista de garra recientemente desapare-
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CUARENTA AÑOS DE "VERBO"
cido, que también vino a una de nuestras reuniones y con quien
departimos
en'una gratísima velada en casa de Paco Pepe Fer­
nández
de la Cigoña-, Antonio Da Cruz Rodríguez, alma del
fraternal Círculo Vector
y de la Universidad Libre de Lisboa, y
finalmente el periodista, también miguelista, de amplias simpatí­
as carlistas,
y gran amante de nuestra Castilla, Joaquim Cymbron.
Y los italianos, siempre
bien nutridos y además creciendo. En
primer lugar,
el inolvidable Michele Federico Sciacca, gran maes­
tro
de quien nos hemos sentido también discipulos. Y Pier Paolo
Otonello y Maria Adelaida Raschini, que
han prolongado su
escuela
en la Universidad de Génova y en las publicaciones que
fundó:
Filosofía oggt y Rivista Rosminiana. Y Giovanni Cantoni y
su milicia de Alleanza Cattolica y Cristianita, con Attilio Tam­
burrini, Francesco Pappalardo, Mauro Ronco
y Alfredo Mantova·
no, todos
de grandes cualidades y que han ido abriéndose cami­
no en la actividad política o eclesial, el primero como dirigente de
la Ayuda a la Iglesia Necesitada, y los otros tres en gabinetes
ministeriales, el Consejo
de la Magistratura y la subsecretaria del
Interior, respectivamente. Y
el historiador Roberto de Mattei, con
su empresa no menos militante, acogida al nombre glorioso de
Lepanto, secundado, entre otros, por el entre_gado Guido Vignelli.
Y Maurizio Dente, nuestro corresponsal más fiel
y constante en el
hispanísimo Reino
de Nápoles, acompañado del filósofo Gianni
Turco y la historiadora Mariolina Spadaro, y
de la incansable
Marina Can·ese... Porque a Silvio
Vital e, el campeón de la histo­
riograña napolitana contrarrevolucionaria, el amigo del alma de
Elías
de Tejada, lo hemos conocido en otros circuitos. Y el mundo
del Instituto Rosrnini
de Bolzano, que nos ha permitido tratar y
lucrarnos de la compañía intelectual de un granado equipo de
profesores, juristas, filósofos, historiadores, y que no habrá pasa­
do inadvertido al lector atento. A comenzar
por Danilo Castellano,
cabeza, corazón
y manos de la revista Instaurare, de Udine, una
de las grandes figuras de la inteligencia católica íntegra, colabora­
dor frecuente de
Verbo y ponente en tres de nuestras reuniones.
Así como Francesco Gentile, caposcuola del máximo prestigio en
la Academia de su país, bien conocido también en el mundo de
lengua castellana y francesa. Y el fino constitucionalista Pietro
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Fundaci\363n Speiro

MIGUEL AYUSO
Giuseppe Grasso, que ha debelado con escalpelo jurídico el enga­
ño democristiano en forma particularmente brava. Pero también
Claudia Finzi, gran especialista del siglo
XVI, comprendido el nues­
tro, nuestro
gran siglo de oro, pero también de la tecnocracia
y las transformaciones del
poder en nuestros días, o don D¡uio
Composta, eclesiástico a la antigua, con su sotana, amante de la
vieja liturgia de la Iglesia y cultivador de nota de la filosofía prác­
tica, incluida la jutidica.
De Francia, a los nombres antes mencionados,
hemos de aña­
dir
al gran historiador y cultivador de la apologética católica, en
particular hispánica, Jean Dumont. De gran éxito editorial estos
últimos años merced a la Fundación Elías de Tejada y a la edito­
rial Encuentro, tenemos a gala haber publicado sus primeros tex­
tos
en castellano y haber contado con su colaboración escrita y
personal
en varias de nuestras reuniones. También la amistad con
Bernard Dumont y su inteligente revista
Catholica, de la que
tanto nos hemos aprovechado y que ha querido participar de
nuestras actividades en varias ocasiones.
Y de Hungría, retornado de los Estados Unidos de su exilio,
Thomas Molnar,
una firma constante e imprescindible en la pe­
queña historia de
Verbo. Ponente en una de nuestras reuniones,
ha sido siempre una fuente inagotable de sugerencias desde su
observatorio de todo lo que acontece
en el mundo, de los hechos
a las tendencias y a las ideas.
El rumano-hispano Jorge Uscatescu,
de vasta cultura, y criterios más vagos, también se asomó
con fre­
cuencia a nuestras páginas y participó con ponencias
en las reu­
niones anuales.
En España se hace difícil hacer una reseña que no omita con
injusticia excesivos nombres, cada uno con su ofrenda, que en
definitiva han hecho posible y hacen posible esta continuidad
milagrosa. Pienso
en primer lugar en los contertulios de los mar­
tes. Eugenio
Vega_s, destacadamente. Los desaparecidos Germán
Alvarez de Sotomayor, Gabriel Alférez, Augusto Díaz-Cordovés,
Juan José Morán y José Antonio García de Cortázar antes men­
cionados.
Los también desaparecidos Domingo Vega, Mercedes
Semprún, Julio Garrido, Julián
Gil de Sagredo, Alfonso-Carlos
Hernando de Larramendi, Paco Liaño, el marqués de Cerverales,
798
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CUARENTA ANOS DE "VERBO"
Luis Victoria, José María Carballo, Iván Dubrabeck. De todos
podríamos decir algo: del humilde, ejemplar
y sorprendente Do­
mingo Vega, gerente
y hombre para todo de la modestísima orga­
nización o quizá, mejor,
de la semilla de organización; de la dis­
cretísima Mercedes, la primera mujer que recuerdo activa
en las
reuniones de los martes, o mejor, antes de las mismas, pues solía
desaparecer inadvertidamente en cuanto comenzaba, pozo de
ciencia y con una vida llena de interés; del sapientísimo y bon­
dadosísimo Julio Garrido, académico
de la Real de Ciencias Exac­
tas, Físicas y Naturales, orientalista, corresponsal de Monseñor
Lefebvre y del abate Georges de Nantes entre nosotros; de Julián
Gil
de Sagredo, orador y expositor escolástico, un tanto jesuíti­
co,
de gran valor, abogado valiente, hombre de una pieza y per­
sona
de bien y profundamente buena; de Alfonso Larramendi,
carlista hasta las cachas, querido
y asiduo amigo, hundido en
uno de los sillones de la esquina de nuestra sala de juntas,
siguiendo con viva atención las discusiones y participando
en
ellas con ca1iñosa vehemencia; de Paco Llaño, siempre sonrien­
te y benévolo, también carlista e ingeniero de armas navales; del
marqués de Cerverales, que frecuentaba los martes mientras
vivió Eugenio y que luego fue desapareciendo poco a poco, tan
discreto
que apenas acudía en auxilio de quien estaba haciendo
uso
de la palabra para recordarle el dato que no le salía o ayu­
darle a hacer memoria;
de Luis Vitoria, con su pajarita y su puro,
canonista competente;
de José María Carballo, artillero que hizo
la campaña
de Rusia, economista distinguido y, sobre todo,.
hombre torrencial
y apocalíptico: hasta el punto de que Juan
Vallet lo sentaba a su derecha en la sala para reprimir sus exce­
sos
--deliciosos a decir verdad--en algunas ocasiones. lván,
llegando mediada la reunión,
y quedándose fuera mientras aten­
día simultáneamente a lo
que hablábamos y ojeaba las últimas
revistas recibidas. Y
entre los que continúan su servicio con per­
severancia
y más o menos asiduidad: el padre Arredondo, que
siempre
pone un punto de equilibrio y de realismo, y que lleva
sus muchos años con desenvoltura que roza lo increíble; el
general Armando Marchante, puntal del resto de Israel en que
hemos parado, y que siempre es capaz de prestar un servicio
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MIGUEL AYUSO
inteligente; el notario Paco Lucas -del que nos ha privado la
Escuela de Práctica Jurídica, pues coincide el horario de sus cla­
ses con nuestras reuniones, y que en una temporada fue discre­
tamente asiduo, pero que no falta en cambio a las cenas de San
Femando y a las de fin de curso del Club de
Campo-; el antes
citado Alberto Ruiz de Galarreta, a
mi juicio hombre imprescin­
dible
en el equipo por tantas razones; y Luis González -presi­
dente de Speiro muchos años, otro ejemplo de discreción e inte­
ligencia
proverbiales-, Paco Pepe Fernández de la Cigoña,
Gonzalo Muñiz, Fernando Claro, Antonio Mendoza, Antonio
Muñoz Junguito, Luis Maria Sandoval, José Joaquin Jerez.
Pero, junto a los anteriores, aparecen en lista aún más exten­
sa, quienes sin frecuentar las reuniones semanales, fueron o
siguen siendo asiduos de las reuniones anuales. Entre los
que ya
se nos adelantaron en llegar a la meta, Angel González Alvarez,
catedrático
de metafisica, que fue ponente en varios de nuestros
congresos y que se adaptaba maravillosamente, pese a su serie­
dad, a nuestro desenfado; Sebastián Mariner, latinista eximio,
todo cortesía y hombria de bien; los ministros Antonio Maria de
Oriol y Alfredo Sánchez Bella; el gran escritor y director
que fue
de
Punta Europa Vicente Marrero; Domingo Obradors, empresa­
rio y benévolo llevador de nuestras escurridas cuentas; Salvador
Ferrando, abogado, caballero y carlista; Joaquín Ortiz de Zárate,
digno hijo del coronel heroico, discreto y leal; el inolvidable José
Maria Ramón de San Pedro; Jesús Valdés, oficial de Caballería
.Y profesor de Derecho Natural; el abogado del Estado carlista
Raimundo de Miguel; Manolo Gómez; el juez Vázquez Tamames,
de Salamanca; Benito Cuesta; Agustín Guimerá; Carmen Sichar.
Y entre quienes por distintas razones se han quedado en el
camino Abelardo de Armas, Gonzalo Cuesta
-tan importante tan­
tos años y
tan querido siempre--, los Urcelay, Jaime y Javier, y
Vicente Fernández-Burgueño, y
mi gran ámigo Javier Badía, y su
hermana Mariángeles, y Begoña García-Conde, y
Elio Gallego ...
Pero son muchísimos más, pues, a lo largo de los años, se cuen­
tan por centenares quienes han pasado, aunque algunas veces, por
nuestras reuniones de formación, o los que han dejado alguna
contribución a la revista
Veroo. Nombres muchas veces ilustres a la
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CUARENTA AÑOS DE "VERBO"
sazón o luego convertidos en tales, otras veces profesionales dis­
tinguidos, siempre gentes de valor. Serán tantas las omisiones que
me avergüenza la flaqueza de mi memoria y Jo incompleto de mis
conocimientos. Queden sin embargo estas páginas como modesto
intento de presentar
un cuadro impresionista de lo que han sido
cuarenta años de actividad
de apostolado intelectual y político.
Otros gracias a Dios siguen frecuentándonos: Elisa Ramírez,
que queda de la
que fue una más intensa colaboración con la
Milicia
de Santa María; el siempre agudo Ángel Maestro, impor­
tante nudo de comunicaciones; Leonor Vegas-Lata.pie y su mari­
do el Barón Christian de Cussac; Maite Cerdá y su marido Carlos
Mocholí; el editor Carmelo López-Arias Montenegro; Mario Soria,
de cultura asombrosa; el académico José María Castán,
en quien
tantas veces la devoción se convierte
en obligación merced a sus
inmensas generosidad y bondad;
·Luis Fernando Zayas, padre e
hijo, dispuestos siempre a hacer
una escapada desde Bilbao para
compartir un momento con nosotros; Paco Cortés, que hoy vive
en los alrededores de Madrid; el notario Angel Martínez Sarrión;
el ministro Gonzalo Fernández
de la Mora -ponente en dos de
nuestras reuniones--; y los Gambra
-Rafael, Andrés y José
Miguel, y las hijas de éste, a comenzar
por Olaya-; Luis Valien­
te, director de la editorial Actas, y su mujer, la valiosísima pro­
fesora Consuelo Martínez-Sicluna;
Luis María Sandoval y su
Círculo de Estudios de Nuestra Señora de Wladimir. También
-que no hay orden buscado de los nombres, sino que simple­
mente los transcribo conforme aflora el
recuerdo-José Luis
Corral y Alberto Jomet. Y José Miguel Serrano, Evaristo Palomar,
Juan Cayón, Carmen y Pepa Fernández de la Cigoña, y los eco­
nomistas Antonio Martín Puerta, Félix Muñoz y Osear
Vara. Y
Gustavo Blanco y Antonio Sánchez.
La célula, primero de los
miércoles, y después de los jueves, de universitarios, que lleva
funcionando con alguna discontinuidad cerca de veinte años, ha
renovado constantemente los contingentes de operarios de
la
mies, de manera que los nombres de los más jóvenes recién men­
cionados en algún momento pasaron por ella.
De los de fuera de Madrid también hay que dejar algún míni­
mo elenco. Primero entre los que han espadado su presencia:
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MIGUEL AYUSO
Toñín Urzaiz, y las hermanas Ortiz de Zárate, y Andrés Salgado,
y Federico Cantero
-que ejerce el notariado en tierras galaicas y
nos ayuda desde
ellas-, y José María Cusell -cancerbero esfor­
zado de la lealtad carlista y
que vive ahora trasterrado, y dicho-­
so, en Las Palmas, lejos de su querida Cataluña-, y los Ribas, de
Málaga. También Antonio Segura Ferns,
en Sevilla, economista­
filósofo. Y también los
que por fortuna tenemos ocasión de
encontrar con más frecuencia: Jope Echave-Sustaeta; Capdevila;
los Revira de
Valls; los Juanola, en Gerona, que continúan el
apostolado del integérrimo mosén Maritiria Brunsó; el propio
Pedro Brunsó; la Unión Seglar
de San Antonio María Claret, de
Barcelona, con la familia Argerich a la cabeza, sostén principal de
nuestras actividades
en el Principado. Pero, gracias a Dios, y pese
lo menguadas que se hallan nuestras fuerzas,
no podemos men­
cionarlos a todos, aunque todos están en nuestro corazón y en
nuestras oraciones.
Finalmente están los sacerdotes. Que por designio fundacio­
nal
han ocupado un puesto discreto, pues nuestro quehacer, teó­
rico o práctico, se ha desenvuelto
en la elucidación y aplicacio­
nes
de la doctrina social y política de la Iglesia. Que es obliga­
ción de los laicos según lo
que Ousset llamaba el sano laicismo
(recte: laicidad) del laicado cristiano. Pero que siempre han esta­
do a nuestro lado, administrando los sacramentos, según· su pro­
pio estado, e ilustrando las conciencias en las dificultades de
nuestro apostolado. Que han sido y son tantas. También aquí es
posible
que olvide a muchos -no se olvide que cronológica­
mente estoy inhabilitado para la redacción de esta nota, al haber
nacido el mismo
año que la revista, ignorante por lo mismo de
su primera etapa, pese a
una cierta precocidad que hace pueda
remontar mis recuerdos a veinticuatro años
atrás-. Así apenas
recuerdo
al padre Eustaquio Guerrero, de la Compañía de Jesús,
que tanta importancia tuvo, y
que tan regularmente nos atendió;
pero,
en cambio, podría explayarme en la constancia heroica en
medio de sus años y sus increiblemente numerosas actividades
de su he1mano de religión
el padre Agustín Arredondo. O de la
importancia del papel del también jesuita Baltasar Pérez Argos.
De los dominicos
son para nú inolvidables, pero lo importante es
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CUARENTA ANOS DE "VERBO"
que fueron colectivamente importantísimos, los padres Teófilo
Urdanoz y Victorino Rodriguez. Especialmente este
último,' con
su desaparición prematura, dejó un hueco imposible de llenar y
del
que aún nos resentimos. El padre Alba, jesuita, y su obra
parajesu!tica por la indigencia de los tiempos que nos ha sido
dado vivir, en particular el padre Manuel Marrinez Cano, tienen
también
un lugar privilegiado en el libro de honor de nuestros
recuerdos
y de nuestras intenciones. También el pasionista
Bernardo Monsegú,
que al quedar imposibilitado nos dejó el
encargo de Roca Viva, que para nuestra gran tristeza no hemos
sido -quizá no he sido-capaces de preservar y acrecentar.
Pero
son tantos otros, algunos ya fallecidos, otros retirados y
unos últimos en fructífero apostolado, que citamos sin orden:
mosén Domenech, los padres Roig Gironella, González-Quevedo
y Suñer,
S. ]., el cooperador de Cristo Rey Martínez Sospedra, el
ilustre hebraísta Alejandro Díez Macho, el canónigo canarión don
Juan Ramirez Valido y el segoviano don Lucas García Borreguero,
don Luis Ruiz Galiana -<¡Ue fundó la recién citada Roca Wva-,
el claretiano Joaquín María Alonso, el sacerdote de la Hermandad
de San Pío X Felipe Pazat, Pablo Cervera ...
No es fácil proseguir la tarea en estos tiempos. Pues no lo es
comprender qué es lo que el Señor nos pide a nosotros --<¡ue
tenemos un carisma particular-en tiempo de general apostasía.
En
ese haz de luz hay que situar la doctrina social de la Iglesia y
la teoria política contrarrevolucionaria.
La doctrina social de la
Iglesia aparece vinculada a la teología, y más concretamente a la
teología moral, lo
que la separa tajantemente de ideologías y pro­
gramas políticos. Brota de formular cuidadosamente los resulta­
dos
de la reflexión sobre la vida del hombre en sociedad a la luz
de
la fe y busca orientar la conducta cristiana desde un ángulo
práctico-práctico o pastoral,
por lo que no puede desgajarse de
la realidad que los signos de los tiempos imponen y que exige
una constante actualización del "carisma profético" que pertene­
ce a la Iglesia. En consecuencia, concierne directamente a la
misión evangelizadora de la Iglesia. No es irrelevante en este sen­
tido
que en su significado estricto la doctrina social de la Iglesia
se haya desarrollado
en la edad contemporánea o que el magis-
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MIGUEL AYUSO
teri~ eclesiástico haya tenido en ésta el carácter diferencial de
ocuparse, de un modo inusitado en siglos anteriores, de cuestio­
nes de orden político, cultural, económico-social, etc., ofrecién­
donos todo un cuerpo de doctrina centrado en la proclamación
del Reino de Cristo sobre las sociedades humanas como condi­
ción única de su ordenación justa y de su vida progresiva y pací­
fica. En cuanto a la contrarrevolución no es sino la oposición a
la revolución, entendida como acción descristianizadora sistemá­
tica por medio del influjo de las ideas e instituciones políticas.
Como he escrito en otras ocasiones, la filosoffa política con­
trarrevolucionaria y la doctrina social de la Iglesia han consistido,
de consuno, en una suerte de "contestación cristiana del mu:ndo
moderno". Hoy, no sé hasta qué punto su sentido histórico -el
de ambas, aunque de modo distinto-está en trance de difumi­
narse, pero en su raíz no significó sino la comprensión de que
los métodos intelectuales y, por ende, sus consecuencias prácti­
cas y políticas, del mundo moderno, de la revolución,
eran aje­
nos y contrarios
al orden sobrenatural, y no en el mero sentido
de un orden natural que desconoce la gracia, mas en el radical
de que son
tan extraños a la naturaleza como a la gracia. Ese
combate contra el liberalismo y el. naturalismo contemporáneos
es hoy más necesario al tiempo
que más dificil que nunca, pues
no en vano todo rezuma tales errores. La tentación de eficacia,
que en este punto no es otra que la del mundo, lleva a muchos
a pasarse a las filas de la democracia cristiana, más o menos
maquillada, dejando desguarnecida nuestra trinchera. Pidamos a
Dios que nos mande nuevas vocaciones a SU servicio en la causa
de la Ciudad Católica, que es la de la civilización cristiana, que el
siglo
no puede sino rechazar.
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