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Número 405-406

Serie XLI

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Homilía del P. Agustín Arredondo, S. J. [San Fernando 2002]

CRÓNICAS
eventos, tuvimos el gusto de escuchar las palabras que nos diri­
gieron Antonio Sánchez y Consuelo Martínez-Sicluna. El primero,
al que pudimos felicitar por su recién ganada oposición los que
todavfa
no lo hablamos hecho, nos habló en un tono hennoso y
melancólico, marcadas sus palabras
por la reciente muerte de una
monja cuyo trato
habla frecuentado desde niño. Y Consuelo esco­
gió, por contra, un discurso inás combativo, en el que ironizó com­
parando (dicen que sien1pre es odioso, pero en algunas ocasiones
el adjetivo
más adecuado seria doloroso) a San Feniando y

a su
madre con quienes
allora detentan el trono de nuestra patria.
Tras los discursos nos despedimos, aunque algunos quishnos
prolongar todavía un rato más la reunión y así lo hicimos, con un
paseo y una copa. El año que viene, con la ayuda de San Fer­
nando, otra vez.
M.' J. F. C.
HOMILÍA DEL P. AGUSTÍN ARREDONDO, S. J.
Un nueva año nas concede el Señor del mundo volver a vivir
este agradable asueto, presidida par
Él, que está siempre en media
de las que nas reunimos en
su nombre (Mt. 18,20}, y par nuestra
santo patrona Fernando, que seguramente
nos escucha y gaza
con este afectuosa recuerdo nuestro.
De Fernando dice
un biógrafa suya de nuestra tiempo, ser
"sin hipérbole, el español más ilustre de una de las siglas cenitales
de la historia humana, el
xm, y una de las figuras máximas de
España; quizá can Isabel
la Católica, la más completa de toda
nuestra historia política.
Una de esas modelas humanos que con­
jugan en alta grada la piedad, la prudencia y el heroísmo; una de
los injertas
más felices, par así decirla, de las danes y virtudes
sobrenaturales en las danes y virtudes humanas".
Parque religiosa fue él eminentemente,
nas une en una cele­
bración religiosa su memoria; y parque hace
un momento nas
hablaba el Santa Espíritu palabras de vida eterna (lo. 6,69}, a
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través de ellas precisamente dediquemos unos minutos a decir
cuatro cosas de
este gigante.
San Pedro,
el primer Papa, nos hablaba en su primera carta
del catolicismo íntegro y robusto que en los tiempos de Fernando
ya vivía España desde Recaredo, seis siglos antes. La condición
del cristiano salido de las tinieblas por el bautismo para desarro­
llarse y consumar
su perfección, ha hecho opinar a comentaristas
de Pedro que el Apóstol
nos expone en su escrito una liturgia de
las entonces usuales en el bautismo, encabezada
por un prólogo
y rematada con
un epílogo de circunstancias.
Fue Fernando elegido de
modo singular en estirpe selecta,
sacerdocio regio, ciudadano del pueblo de Dios, piedra de
su
grandioso templo, no piedra inerte en el soberano edificio coloca­
da, sino viva, activa y operante, construida y constructora sobre
la roca firme que es Cristo, con el consiguiente éxito que empezó
en el bautismo y acabó en el Cielo.
En efecto, de las lonas de la tienda de campaña zamorana
donde nace,
es llevado Fernando a recibir solemnemente el bauti­
zo en León, cuya gigantesca catedral habría de ser años después
obra suya.
Es verdad que tuvieron que afectar a su niñez los aza­
res del matrimonio nada válido de sus padres. Eclesiásticos habían
apoyado tal unión; la Iglesia, por supuesto, nunca; y Leonor, espo­
sa de Alfonso VIII, apoyaba resueltamente el enlace de su hija
Berenguela con el tío de
ésta, el Rey Alfonso de León. Alegaba, por
cierto, que de eJJo eran tantos los bienes que podían venir y los
males que
desviar, que eso "era más merced que pecado"; que aun­
que fuese pecado "todos ayunarían y pecharían por que fuese
perdonado"; que podían
sóio vivir maritalmente hasta que tuvieran
herederos; que después
"o el Papa otorgaría el casamiento o tiempo
tendrían de
separarse por ley". Ética ciertamente ruda, y aun mali­
ciosa, compatible con
una fe nunca discutida, pero a tres siglos de
distancia todavía del concilio de Trento y la Contrarreforma.
Seis años duró tal situación familiar, que acabaron con
la
lamentadfsima separación exigida por el firme y entero Papa
Inocencio
IIL' el Papa les absoMó de las censuras consiguientes, y
declaró legítima
la prole habida en dicha unión. Con cuatro her­
manos contaba entonces ya Fernando, hijos de sus mismos
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padres; viviendo él con su padre, viajaba a ver en Castilla a Be­
renguela con frecuencia, las estimables enseñanzas y ejemplos
con que, en
Jo religioso como en Jo político y en toda vivir huma­
na, aquel recién nacida que ansía la leche auténtica na adulte­
rada que
nas decía el Apóstol Pedro para crecer can ella sanas,
acaba par gloriarse, enferma
ya de muerte, caballera de Crista,
sierva de Santa Maña y alférez de Santiago.
Berenguela, según testimonias fehacientes,
na fue indiferen­
te, sino positiva cómplice en la formación del talante religiosa de
Fernando.
Se recuerda de ella la noche que pasó en oración en el
monasterio cluniacense de Oña, donde había una imagen de
María que se veneraba cama milagrosa, y había atraída
su devo­
ción a
pronunciar el vota que cumplía llevando allí a su hija de
anee años,
de frágil complexión, aquejada de una grave dolencia.
Se durmió allí el niña plácidamente, nas cuentan, y despierta
regresó a la corte de Toledo completamente curado.
Y de
su augusta hija, sabemos que nunca amó la guerra sino
bajo el aspecto de auténtica cruzada comparada con las cruzadas
de Oriente; que era celosa promotor del bien espiritual de sus solda­
das; que dio con aquel célebre dominica que, llamada en familia
can el insípida nombre de Pedro Ganzález, vino a ser por toda
España en popular San
Telmo, confesar de Fernando, compañera
en la conquista de Córdoba y Sevilla,
de quien d(!jó dicha el Rey que
más se fiaba de las oraciones de Telma que del poder de sus armas.
Nunca cruzó sus
armas con las de cualquier otra príncipe cristiano.
Llevaba siempre en sus conquistas
la imagen de Maria Santísima, y
a la
Virgen de las Batallas hace entrar solemnemente como con­
quistadora
de Sevilla. Rezaba en campaña el oficia parva mariana,
antecedente medieval del santa rosario; y enferma en
Toledo, vela­
ba de noche en oración para implorar
la ayuda divina, respon­
diendo a las que
Je pedían descansase: "si ya no vela, ¿cómo podréis
vosotras dormir tranquilas?".
En fm, al poner el punta a aquella
asombrosa epopeya que inició can el bautismo, se abate ante el
único Rey superior a
él, para recibir de rodillas, moribunda, a Aquél
de quien
se profesara siempre devota y leal caballero.
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CRÓNICAS
Y unas palabras más sobre las milagros, ya que es de la cura­
ción de
un ciega de Jo que nas ha hablado el Evangelio.
Que
hay milagros en la vida de Crista, es innegable.
Que tales hechas prueban su misión,
Jo dijo Él (to. 10,37;
15,22),
Jo dice luego la gente (to. 3,2; Mt. 14,33; lo. 2,11); e
indusa los renuentes se turban ante tales hechas; Jo dicen las
Apóstoles
{Me. 16,20; Act. 2,22; 3,16; 4,16); signas {¿de qué van
a
serlo?) llama Juan Evangelista a las milagros de Jesús.
Y entre ellos se alude siempre a las resurrecciones, curadanes
de enfermos,
expulsiones de demonios, detención poderosa de
sus perseguidores, dominio sabre objetas inanimadas (tempestad,
panes multiplicadas). Perfectamente. ¿

Y por
qué na añadir en un
sentida análoga, tal vez totalmente unívoca, la llamada por el
mismo
Cristo pesca de hombres? "Miraculum" en sentido verda­
dero de esta palabra,
es alga digno inevitablemente de admiración.
No llamamos milagro el que un pez pique iITemediablemente
un ceba atractiva; tampoco a esa multiplicadón de panes, adver­
tida por San Agustín, que gozamos anualmente
al recoger una
cosecha mucha más abundante que las granas sembrados. Pero
¿qué decir cuando el
pez es un ser libre, que se ve atraído par un
ceba na siempre grata, y merced a la gracia de Dios cambia
rotundamente todo el sentida de
su vida sin menoscabo de su
soberana libertad? "Miraculum ", más deseable, par cierto, que el
devolver a
un ciego la vista. Y prometiéndoles esta pesca es como
Cristo atrajo a las Apóstoles {Mt. 4,19; Me. 1,17). ¡Yveya pesca la
de
Crista! Mateo y los demás Apóstoles, y los samaritanos y la
adúltera de San Juan, y la pecadora
de San Lucas, y el Zaqueo
del misma Jericó que nuestro ciega allí curado cuatro horas des­
pués; y el ladrón convertida
en el Calvario entre los suspiros de
muerte de ambos; y la impetuosa sacudida del alma
de Saulo; y
tantos y tantos prodigios resumidos en la parábola de San Lucas,
que retornan en toda siglo a
la casa paterna, a la que vuelven par
sus propios pies, can el usa para
ello de su libertad.
Milagros numerosos
se cuentan de Fernando, empezando
por la incorrupción de su cuerpo; gracias especiales que de él
esperan las que
Je piden el hallazgo de cosas perdidas como de
San Antonia, la defensa de encarceladas y cautivas como de
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Santo Domingo, o la protección de los desvalidos, como de San
Nicolás.
Y, naturalmente: los ojos de la fe cristiana de los musulmanes
que él atrajo a la Iglesia; como aquel rehén hijo del rey de Baeza,
que se bautiza con el mismo nombre
del Rey, tal vez su padrino,
Fernando Abdelmón, que
es Juego uno de los pobladores de
Sevilla.
¡Pescador de hombres/ También a nosotros nos sigue pescan­
do, año tras año, que, con su protección, emulamos su vida, y
dedicamos también
este aspecto de nuestra vida a tan preciosa
actividad. Abrimos
vistas, damos luz, defendemos principios sobre
los que
se asientan con firmeza piedras y piedras, también vivas,
de esa civilización cristiana, que es, con San Pío X, la Ciudad
Católica que propulsamos.
Ese es nuestro afán. "Speiro", sembrar
es nuestra obsesión.
Y como
"si el Señor no edifica la casa en vano se afanan los
que la edifican", desde
aquí clamamos al Cielo un año más, para
que Dios tenga consigo a los amigos que
ya nos dejaron, y llene
de bendiciones a los que aquí nos animan, nos ayudan, nos oyen
y conviven en esta tarea con nosotros.
Siga siempre protegiéndonos Cristo, que es nuestra piedra
angular, por los ruegos
de nuestro glorioso Patrono que es San
Fernando.
DISCURSO DE ANTONIO SÁNCHEZ
l. Las palabras que voy a dirigiros han sido escritas con la
negra tinta del
dolor, y van a ser pronunciadas con el metal
broncíneo
de la pena. La vida, que, preñada de bienes, con
tantas alegrías nos envanece, se encarga también de hacer bro­
tar en las márgenes de nuestra vía espinosos abrojos que
nos
recuerden Jo penoso y fugaz de nuestro tránsito, solo aligerado
por el prado ameno
-la Santísima Virgen en la celebrada ima­
gen de Berceo-en que el romero viador encuentra algún solaz
y esparcimiento.
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