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Número 405-406

Serie XLI

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Miguel Batllori: Recuerdos de casi un siglo

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Miguel Batllori: RECUERDOS DE CASI
UN
SIGLO''l
Pocos libros me han producido más desazón que estas
Memorias del jesuita Miguel -ahora Miguel y no Miguel, como
casi siempre
en sus últimos tiempos-Batllori. Nonagenario,
escrito
por dos mujeres que recogieron sus confidencias, cabria
atribuir a sus achaques
esa falta de sentido de su libro. Me
temo que no. Ese es Batllori, ese ha sido siempre Batllori. Al
menos últimamente. No hay por qué buscar otras cosas, pues
no las hay.
No se percibe
en el libro el más mínimo aliento religioso. No
hay piedad,
no hay creencia en Dios, no hay amor a la Virgen ...
Nada. Un historiador
que vivía cómodamente en unas residencias
religiosas. Aprovechándose todo lo que podía de ellas. Y de su
status. Presumido, vanidoso, superior a casi todo el mundo
-algunos, muy pocos, tal vez merecieran un trato de iguales-,
autodefinido como resistente catalanista antifranquista, me imagi­
no que con gran sorpresa de quienes fueron ciertamente, con
riesgo y cárcel, seguidores de esa opción, pero, sobre todo, per­
sona carente de todo hálito religioso. Y si
de lo que abunda en
el corazón habla la boca ... ¡Qué poca abundancia! ¡Qué nula
abundancia!
Para
un historiador los hechos son los hechos. Y debe expo­
nerlos con absoluta veracidad. Pero esos hechos después hay
que
interpretarlos. Y ahí aparece el sustrato ideológico del historiador.
Batllori
no tiene sustrato. No es sacerdote. No es jesuita. Pero, lo
peor, es que
no es nada. Una especie de avefría que revolotea
· sobre campos religiosos. Pero tampoco el objeto
de la investiga­
ción indica afectos. Sólo necesidades. Un joven jesuita
que diga
. (*) Recopilados por Cristina Gatell y Gloria Soler. El Acantilado, Barcelona,
/ 2001, 419 págs.
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a sus superiores que su campo de investigación va a ser Alejandro
Magno y la homosexualidad corre el riesgo de que Je manden a
misiones. Y Batllori
no quena riesgos. Sólo tranquilidad. Si con
ella vetúa la fama, mejor. Llull, los jesuitas de la diáspora italiana
Y,:~ su vejez, el chollo de Vidal y Barraquer, que le ha permití-
~ Il~::~:;:d:sM~;;rr;;, 1:1 ~;~:::~:/~ª~~!:~~
ce· "i;;;'.~ grados
inconmensurables. Pero no caigamos en su genial,
poi inteligentísima, justificación autoencumbradora. Porque sólo
hay algo
que no se puede negar a -¿Miquel? ¿Miguel?-Batllori:
,/;~ privilegiada habilidad para autovenderse.
'' Si por la avanzadísima edad a la que ha llegado, el título del
libro es bastante exacto, creo que
aún respondería más a la rea­
lidad
si se titulase "Mecachis qué guapo soy". Porque eso es lo
único que resulta de las cuatrocientas páginas: una enorme satis­
facción por haberse conocido. Desde el primer momento de niño
altoburgués de Barcelona.
Si nos presenta a toda su familia ...
Padres, abuelos, hermanos, tíos, primos ... Descritos y retratados.
También son curiosas las fotografías. Abundantísimas. Pero, qué
escasas las propiamente religiosas: una celeb·rando misa, otra en
un púlpito ... Las demás, ad maiorem Batllori gloriam. También
se nota
en ellas su apresuramiento en despojarse de la sotana y
el
clergyman. Con lo que quien tan orgulloso se muestra de sus
orígenes acomodados termina pareciendo
un tendero de ultra­
marinos, eso sí, de barrio bien.
El P. Leturia le preguntó un día: "Usted, pensando como
piensa y hablando como habla, ¿cómo
ha podido perseverar en
la Compañía?" (pág. 210). Y esa es la pregunta inevitable des­
pués de la lectura
de este libro. Los Papas le parecen mal, salvo
Juan XXIII. Los generales de la Compañía le parecen mal, inclu­
so Arrupe,
porque nunca Je gustaron los carismáticos. El peor
Janssens: "antes un concubinario que otro místico" (pág. 281).
Los estudios de la Compañía penosos: "También rechacé, desde
un principio, la teología que me enseñaron, una teología que
vivía aún de la de los siglos XVI y XVII" (pág. 342). Del novicia­
do y
el juniorado más vale no hablar: "Dos años de noviciado
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en Gandía y otro estudiando Humanidades en Veruela enfren­
taron a Miguel Batllori con la intolerancia y el reaccionarismo
del ambiente religioso
español de aquellos momentos" (pág.
117).
Lo de Veruela para no recordar: "Uno de los escasos bue­
nos recuerdos que de él mantengo vivos era el acierto de ofre­
cer a los jóvenes
que allí estudiábamos una enseñanza que
ahora denominaríamos de inmersión en el latín" (pág. 121). Un
joven
que ya no era un niño, de acomodada posición social que
deja todo por seguir a Jesucristo sólo tiene malos recuerdos
salvo su inmersión latina. Este chico era
muy raro. La expulsión
de la Compañía le lleva a Italia. Pero nada mejora: "Mi juicio
sobre aquel conjunto de años resulta globalmente negativo,
dado que los estudios literarios de los jesuitas eran entonces
muy ramplones y pasados
de moda" (pág. 122). Es dificil encon­
trar a
un joven con un sentido masoquista más desarrollado. Es
como si en el fondo disfrutara con aquella "intransigencia" y
aquella "intolerancia" "completamente inconcebibles" (pág. 122).
¿Qué hacías allí?
"Aprobado con nota", sus tres años de Pilosofia (pág. 124). No
un notable o un sobresaliente, simplemente un aprobado alto. Y
de nuevo a sufrir porque
no sólo se "enseñaba una teología com­
pletamente preconciliar''
-otra cosa sería un milagro, pues falta­
ban. casi treinta años para el Concilio--sino que, además, sus com­
pañeros "tenían una mentalidad tan cerrada como los anteriores
profesores de Humanidades de Veruela" (pág.
124). ¿Se sentía el
joven Batllori convencido
de una misión divina que le llevaba a
sufrir todo aquello,
en aquella espantosa Compañía, con aquellos
espantosos superiores y profesores y con unos no menos espan­
tosos compañeros en aras de una tarea apostólica que requería ese
·amargo trago, de hiel y acíbar,
por un reino de Cristo que él soña­
ba o que Cristo le había revelado? Tampoco. El joven Batllori, per­
fecta representación en la Compañía de Jesús del Vane/lus vane­
Uus, en castellano la avefría, "no tenía un interés estrictamente pas­
toral o una finalidad estrictamente apostólica" (pág. 120). ¿Para qué
diablos querría este joven hacerse sacerdote? Los lectores de sus
Memorias no lo averiguarán nunca. Pero hay una duda más. ¿Era
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Batllori el cohno de la doblez y de la hipocresía? Pues como para
pensar que
sf. Ya que tuvo que engañar completamente a los jesui­
tas de entonces, que serian todo lo integristas que ustedes o
Batllori quieran, pero que
no eran tontos. Porque a un elemento
así nunca lo hubieran ordenado. Y como tampoco me creo a un
Batllori tan listo, pese al esfuerzo que él hace en el libro para que
nos lo creamos, como para engañar a todos los superiores, no 1ne
queda otro remedio que creerme otra historia muy distinta. Lo que
no sé es si los años le han privado de la memoria o, si recordan­
do aquella época nos quiere contar otra historia cultivando el mito
que tanto parece gustarle del
enfant terrible. Batllori tuvo vocación
sacerdotal y jesuítica. Y la siguió ilusionado.
Le parecieron bien los
estudios
que siguió como pudo en la espera del soñado sacerdo­
cio. Y asi se ordenó.
Si hoy tiene seco el corazón de ilusiones reli­
giosas, cosa que
por la lectura del libro cabria asegurar, es otro
problema.
Miles de jesuitas en este caos posconciliar abandonaron
la Compañía, generahnente en pos de un matrimonio, civil o reli­
gioso. Podrán decir o escribir
hoy lo que quieran. Que abandona­
ron una Compañía integrista, alienante, en la que no creían, que
les deshumanizaba ... Lo que quieran. La inmensa mayoría de ellos
tuvieron vocación religiosa,
ainaron a la Compañía, esperaron ilu­
sionados el sacerdocio. Después ...
La vocación hay que cultivarla
todos los días y ellos
no lo hicieron. Y llegó la hora del abando­
no.
Que no se explica por los estudios, los superiores o los com­
pañeros. Pues, mutatis mutandis ...
Y dentro del mito Batllori, la otra faceta: la politica. Maciá y
Companys, Tarradellas y Pujo! fueron unos aficionados al catala­
nismo y
al antifranquismo comparados con Batllori. Sólo le ha
faltado decir "Cataluña soy
Yo". Aunque casi lo dice. Sin una sola
prueba.
Más bien las que aporta aseguran lo contrario. Amigo de
los embajadores en Roma y de los agregados culturales, nombra­
do
en 1958 académico de la Historia, en 1958, con Franco en
plena forma, visitando España cuantas veces quería y sin el
menor problema, escribiendo sobre todo
en castellano, aunque
él jure y perjure sus amores
al catalán, llamándose Miguel casi
siempre, el Miguel es tardío, recibiendo, encantado, premios
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españoles y, sobre todo, sin una sola de las incomodidades del
exiliado. No vale la
pena extendemos más. Hemos llegado a la
conclusión
de que Miguel Batllori, como persona, vale poco la
pena.
Co1no historiador es otra cosa, pero no 1nás que un Garáa
Villoslada, un Frías, un Astrain o un Llorca, por referirnos sólo a
algunos jesuitas. Pero el libro
es de memorias. Y es la persona lo
que nos presenta. El gusto no es núo.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA Crool'lA
Fernán Altuve-Febres: HOMENAJE
A ÁLVARO
D'ORS ri
Femán Altuve-Febres es un distinguido historiador y jurista
peruano, autor
de un notable libro sobre "los reinos del Perú",
del
que acaba de aparecer una segunda edición con prólogo de
Guillermo Lohmann Villena -la primera lo traía del no menos
distinguido Vicente Ugarte del
Pino-, con lo que en cuanto al
prologuista se suma el historiador al jurista y se ponen en evi­
dencia las dos facetas del compilador
de la obra que presenta­
mos a los lectores de Verbo. Con motivo de cumplirse los cua­
trocientos cincuenta años
de la fundación de la Universidad de
San Marcos de lima, entre los fastos organizados para tal con-
1nemoradón, se puso en marcha un libro-homenaje a Alvaro
d'Ors, con colaboración de amigos y discípulos tantos peninsu­
lares como ultra1narinos,
en una suerte de reconocimiento de la
ciencia jurídica hispánica a quien es sin el 1nenor género de
dudas uno de sus maestros más insignes. Y el resultado es, cier­
tamente, satisfactorio.
A la presentación de Ugarte del Pino, gran amigo de nuestros
maestros Vallet
de Goytisolo y Ellas de Tejada, con quien com­
partió el
empeño de la Asociación de Iusnaturalistas Hispánicos
(•) Dupla Editorial, Lima, 2001, 200 págs.
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