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Número 325-326

Serie XXXIII

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Jean Ousset y los fundamentos de la política

JEAN OUSSET Y LOS FUNDAMENTOS DE LA POLITICA
POR
MIGUEL AYUSO
Apenas conocí a Jean Ousset. Dos encuentros en quince años,
en los últimos quince años,
de los cuales sólo el segundo tuvo
una cierta duración e intensidad
-con motivo de mi asistencia
al último Congreso del ICTUS, en Versalles, en noviembre de
1992, donde hablamos en varias ocasiones
y cenamos juntos una
noche--, resulta una
experiencia francamente insuficente. A pesar
del vigor de
su personalidad, que despuntaba incluso entre los
signos
más que palpables de la decadencia de sus muchos años.
Tampoco asistí a
su contribución al nacimiento y desarrollo de la
Ciudad Católica española. Pues aunque hombre de
la Ciudad Ca­
tólica en la primera hora de mi vida, por razones forzosamente
cronológicas llegué a ella cuando quedaban lejos los
años funda­
cionales e incluso los de crecimiento
y expansión, en los que J ean
Ousset hubo de tener una poderosa influencia, luego transformada
-que no olvidada, preterida o repudiada-a través de su incor­
poración a un acervo radicado en
el pensamiento tradicional his­
pano. Por tanto, queriendo contribuir a su homenaje ahora que
ha desaparecido, no tengo
más remedio que centrarme en la obra
escrita.
Y, de entre .sus numerosos libros y ensayos, he elegido el
que
-fumado por nuestro hombre bajo el pseudónimo de Jean
Marie
Vaissiere--lleva por título Fondements de la Cité, en la
edición original francesa,
y .Fundamentos de la polltica en la
traducción castellana, antes publicado por capítulos en
Verbo como
Introducción a la poli tic a.
Tal obligada reducción, sin embargo, no deja de resultar en
alguna medida decepcionante
y desnaturalizadora de su verdadero
Verbo, núm. 325-326 (1994), 479489 479
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MIGUEL A YUSO
signo, en cuanto que Jean Ousset -a diferencia de otros distin­
guidos representantes del movimiento católico de su generación,
como por ejemplo Jean Madiran, que siempre ha contado con
todas
mis predilecciones- no ha sido, ni ha querido ser, princi­
palmente un escritor o un intelectual, cuanto el fundador de un
movimiento y el difusor de una metodología de formación
doc­
trinal y animación cultural. La trascendencia de su aporte en ese
orden, ciertamente notable, alcanza hasta suponer
-como destacó
muy agudamente Jacques Trémolet de Villers, su sucesor hoy al
frente de ICTUS, en nuestra XXXI
Reunión de amigos de la
Ciudad Católica-una indudable inflexión en el curso de la con­
trarrevolución en Francia, una nueva época en su historia tras el
ciclo maurrasiano.
En este sentido no son de echar en el olvido
las palabras con que Charles Maurras, en 1944, en uno de
sus úl­
timos actos públicos, preconizaba a Ousset -y a Madiran preci­
samente--
como llamados a capitanear las fuerzas de la contrarre­
volución. Vaticinio cumplido con exactitnd, aunque por
desgraciá
la identificación entre ambos no duraría mucho tiempo y pronto
habrían
de recorrer caminos diferentes en el servicio de idéntica
causa.
Centrado el objeto de esta nota en Id anterior, trataré de
discurrir por tal sendero, orillando toda suerte
de incitaciones y
entretenimientos
y dejando para Juan V allet y Estanislao Cantero,
respectivamente, el desarrollo
de la incidencia de Ousset en Es­
paña y en el cuadro de la contrarrevolución en general.
Me parece que
los Fundamentos de la polltica, si los reduci­
mos a
lo sustancial, desprendiéndolos de cualquier otra considera­
ción marginal o accesoria,
toc:m a uno de los ejes principales sobre
fos que se ha articulado desde sus comienzos nuestra labor de
Verbo
y la Ciudad Católica. No se trata sino de la existencia de
un orden natural, creado por Dios, que el hombre ha de descubrir,
reconociéndolo
y sometiéndose al mismo. Orden en el que éste
ocupa un lugar señero, pero que le trasciende
al tiempo, porque,
dotados de libertad e inteligencia, no sólo somos objeto del
mis­
mo, sino también sujetos, en función de causas segundas de su
causa primera, es decir, de Dios con su Providencia.
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IBAN OUSSET Y LOS FUNDAMENTOS DE LA POLITICA
No estará de más que comencemos a desbrozar el contenido
del libro.
Ousset, tras unas «consideraciones previas», de carácter
introductorio, en
las que se pregunta cómo organizar una sociedad
de hombres libres, distribuye sus reflexiones
en cuatro partes: «la
verdad en el orden humano», «finalidad del hombre y orden
so­
cial», «la libertad» y «la autoridad».
En efecto, el hombre
se nos presenta como animal social y
politico. No
sólo social -los animales también viven en sociedad
bajo una constitución
ciega-, sino también político, porque «goza
de
un poder de organizar por sí mismo, más o menos a su gusto,
la sociedad a la que pertenece». Tocada en consecuencia la politica
por su carácter libre, pero afectada también de ciertas inexorabi­
lidades,
¿cómo conciliar ambos aspectos? Inmenso problema
-----<:ontesta-«de la discriminación de lo necesario y lo contio­
gente, de lo que
es obligatorio y de lo que es libre, de lo que es
universal y de lo que
es particular». De ahí deriva la cuestión de­
cisiva, que levanta grandes dificultades, y no solamente teóricas,
de
si existe una verdad en política: «Las doctrinas más opuestas,
las teorías más hostiles al sentido común tienen sus prosélitos.
Negación de lo real o rechazo de creer en la posibilidad de
suco­
nocimiento ; defensa de una libertad anárquica, o determinismo
absoluto de
los actos humanos; identidad del ser y de la nada,
fijismo o evolucionismo, tales son algunos signos extremos en las
disputas que tienen lugar a nuestro alrededor y que enloquecen
los espíritus. Todo ha sido afirmado o negado. Hasta el punto de
que muy pocas nociones hay
más devaluadas que la noción de
verdad». Y la respuesta tajante: «En la
medida en que los hom­
bres han perdido el sentido de la verdad, importa hacérsela
co­
nocer y comprender mejor para que vuelvan a cogerle el gusto.
Para iluminarles. Para fortificarles. Para
incitarles a comprome­
terse con confianza y entusiasmo en el combate del orden verda­
dero contra los asaltos, demasiado tiempo victoriosos, de
la sub­
versión».
La primera parte, que arranca de la desembocadura de estas
consideraciones liminares, aborda directamente el tema de
la ver­
dad en el orden humano. Nuestro autor toma como lemas
dos
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MIGUEL A YUSO
breves textos de Juan XXIII y, a continuación, se en&enta con
el «problema
de los universales»: somete a crítica el nominalismo
y e) idealismd; defiende lo que. llama «realismo integral» y ex­
playa las consecuencias de esta solución en el plano socio-político.
En efecto, primeramente, si acudimos a Pacem in te"is, ha­
llamos un nítido reconocimiento de que
«la convivencia civil sólo
puede juzgarse ordenada, fructífera y congruente si se funda en
la verdad» (núm. 35). Y
es que el orden social «se funda en la
verdad, debe practicarse según
Jos preceptos de la justicia, exige
ser vivificado y completado por el amor mutuo y, por último,
respetando íntegramente
la libertad, ha de ajustarse a una igual­
dad cada
día más humana» (núm. 37). Encuentro, más allá de las
precisiones estrictamente teoréticas que pudieran hacerse
-que,
como he dicho, resultan impertinentes para juzgar no sólo esta
obra sino toda
.la producción de Ousset, encaminada de manera
prioritaria a
la «formación para la acción» de unas élites que sean
capaces de operar en los medios más entreligados con la natura­
leza de las cosas, con ánimo de reconstruir a partir de
ahí la so­
ciedad desde sus . cimientos naturales y cristianos-, de un gran
acierto el planteamiento del desaparecido maestro.
La verdad es
una de las cuestiones fundamentales que orientan todo
lo humano
y, en primer término,
Ja: otganización de la Ciudad. Si se desespera
de alcanzarla deviene inútil tratar de la orientación que ha de
darse a las estructuras sociales, e inútil agotarse en reformarlas.
Pero
si nos afel'l¡amos a ella, entonces, el buen orden de la Ciudad
se nos presenta como merecedor de desvelos y
de dedicación
desinteresada,
inteligente, competente, prudente y tenaz .
. No obstante la naturaleza de este escrito, considera pertinente
su autor
.. acercarse, antes de detenerse en las implicaciones políti­
cas de la verdad,
al problema de los universales. Todavía recuerdo
la impresión que me produjo
es.ta parte del texto cuando, alumno
de bachillerato, comencé a estudiarlo
por mi cuenta antes de
comenzar a acudir a las «reuniones de los martes». Impresión re­
producida año tras año, durante cerca de diez, en los grupos de
trabajo
que pronto comencé a coordinar entre universitarios y que
seguían como manual el libro a que dedico esta nota. Las pregun-
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IEAN OUSSET Y LOS FUNDAMENTOS DE LA POLITICA
tas: ¿Reside la verdad más en lo que cambia que en lo que per­
manece? ¿O en ambas cosas? ¿Cómo determinar las relaciones
entre lo contingente y lo necesario, lo accidental y lo esencial, lo
particular y lo universal, el conocimiento sensible y el inteligible?
Y la explicación de las tres soluciones: nominalismo, idealismo
y
la «vetdadera solución».
Para el primeto las ideas no tienen más valor que el de un
nombre: de ahí deriva una setie de consecuencias religiosas
-pues
la verdad no «es», sino que «se hace», genetando un auténtico
horror a
los dogmas--, morales -repulsa de «los» principios
morales
y de «la» doctrina-y políticas -nada de naturaleza hu­
mana, nada de orden
político--; para el segundo, por su parte,
la idea
es la única realidad, disolviéndose lo sensible en simples
apariencias y llevando consigo la mutilación de todo lo que
es
personal, concreto. Ousset pone especial énfasis en las «conver­
gencias nefastas del nominalismo y del idealismo»: «El error está
tanto de un lado como del otro. Porque a pesar de su oposición
literal, los dos sistemas, muy lejos de neutralizarse, llegan a
com­
plementarse para destruir mejor ( ... ). Si el nominalismo niega las
realidades del mundo inteligible, el idealismo niega las realidades
del mundd sensible y material. Pero, ¿qué son, qué pueden set
la razón y la inteligencia
así cortadas o separadas de este mundo
sensible y material? Privadas de esta referencia tanto como de
este control, que juega también su
papel de freno o de corrector,
la inteligencia y la razón no pueden más que embriagarse de sí
mismas. Especialistas, en cierta manera, de lo universal y de lo
genetal, ellas genetalizaron y
universalizaron libértimamente; es
decir, a su completo arbitrio ... ¡Razón e inteligencia desencarna­
das! El frenesí lógico setá en adelant.e su ley. Y tendremos, como
ya hemos padecido, todos los excesos de la razón llamada razona­
dora. Locura racionalista del siglo
XVIII, tan desastrosa y tan re­
volucionaria como el nominalismo».
Los frutos de las esquematizaciones insensatas del idealismo
están
á nuestra vista: despetsonalización, desencarnación, desarrai·
go de los hombres auténticos., terror para los recalcitrantes. En
suma: la guillotina, los asesinatos en masa, los. campos de con-
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centración, los lavados de cerebro, para los que rechazan doble­
garse de buen grado al «idealismo»
planificador. Es ahí --con­
tinúa-por donde el idealismo se aproxima al nominalismo,
suministrándole
el proyecto de organización política y social que
éste no puede dejar de propugnar:
«Planificación racionalista que
el nominalismo admite muy gozoso para compensar el efecto dis­
gregador de sus teorias. Habiendo descartado este orden y estas
leyes, que él rehúsa ver en lo real inteligible, el nominalismo no
puede sino sufrir el yugo de una razón racionalista, tanto
más
feroz cuanto más desencarnada».
La que llama «verdadera solución» se va abriendo paso pri­
meramente a través de la crítica de nominalismo e idealismo, para
poco a
poco ir desvelando su verdadero rostro en la afirmación de
la «verdadera metafísica». Así, la crítica del
nominalismo nos
muestra la
. permanencia de las leyes del cambio, pero también
deja ver
la existencia del orden; y la crítica del idealismo, en
cuanto reflexión de una inteligencia que no
es inteligencia de
nada,
nos conduce hacia la aprehensión de lo inteligible en lo sen­
sible. Las conexiones inteligencia-sentidos, alma-cuerpo, universal­
singular, extensión-unidad, calidad-cantidad, esencia-existencia, ser­
devenir,
potencia-acto van desenvolviéndose armónicamente en el
seno del realismo moderado, que Ousset denomina «integral».
Calificativo que, a pesar de separarse de la convención termino­
lógica de la filosofia cristiana, , me parece muy correcto al ayuntar
el realismo gnoseológico con el metódico, resultando a la
postre
auténticamente integral.
Pero, la verdadera solución del problema de los universales
es algo
más que un «descubrimiento científico». Repercute inme­
diatamente sobre el hombre y su comportamiento. Así pues, sen­
tados los cimientos del problema del conocer, puede avanzarse en
la explanación de l;s exigencias de la verdad en el plano social y
pol!tico. Que nos muestran la existencia del orden, porque, «mien­
tras los diversos 'monismos' ( del ser o del devenir) dejan.
al
hombre extremadamente libre de pensar o de actuar a su antojo,
con el 'realismo integral', un orden se' i~pone; y no solamente
un orden, sino la personalidad misma del Ordenador». Orden a
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JEAN OUSSET Y LOS FUNDAMENTOS DE LA ,P<;JLITICA·
la vez natural y divino; que conjuga el sentido de lo univetsal y
de lo particular, de lo humano y de los hombres ; que opeta con
firmeza
y suavidad al tiempo, armónica y rigurosamente. De ahí
derivan importantes exigencias, pues hemos de adhetirnos con
entusiasmo a la doctrina sin olvidar
la prudencia que un sano
empirismo impone
-doctrina, prudencia y programa deben ser
cuidadosamente
separados-, hemos de discetnir que la sinceridad
no siempre
se corresponde con la verdad y, finalmen,e, hemos
de cohonestar la caridad con la vetdad, supetando con
la recta
filosofía y el aporte cristiano su dialéctica.
Estas páginas por la que, con cietto detenimiento, . acabamos
de transitar, presentan
--a mi jui~ un notable intetés. En
ellas no solamente se. sientan las bases doctrinales, sino también
las metodológicas de
la acción de la Ciudad Católica. En su sim­
plicidad, ajena al tecnicismo filosófico, y en su secuencia discur­
siva, me parecen un tesoro de saber ajustado a
la realidad, pre­
supuesto de
un obrar conforme con la misma. Las tres partes
restantes las recor·rerem.os con más premura, pues no pretendo
tanto con estas líneas resumir el contenido de una obra singular,
cuanto ofrecer algunas
claves que faciliten extraer el máximo pro­
vecho de una lectura que aconsejo vivamente.
La segunda parte ~«finalidad del hombre y orden · social»­
consiste en una glosa encendida, polícroma y vehemente de las
palabras iniciales de la primera meditación de Ios Eiercicios espi­
rituales de San Ignacio de Loyola, conocida como de «Principio
y fundamento»: «El hombre
es criado, para alabar, hacer reve­
rencia y servir a
Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su
ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para
el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para
que
es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar
dellas, quanto
le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas,
quanto para ello
le impiden». Dos son, en una primeta aproxima­
ción, los puntos que destacan.
EI primer aspecto comporta corolarios
de gran trascendencia:
que Dios
es el único fundamento serio de la obligación moral ;
que las sociedades tienen deber de rendirle
culto público; que,
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en síntesis, como escribió Dostoievski, «si Dios no existe, todo
está permitido».
La pena de muerte, el propio castigo de los
criminales, la eutanasia, etc., son temas que parecen implicados
en las premisas anteriores. Ousset, para cerrarlos, ofrece dos jui­
cios. Uno del magisterio y otro de la ciencia política: «Si exami­
namos atentamente -decía Pío XII en 1958-las causas de
tantos peligros presentes y futuros, veremos fácilmente que las
decisiones, las fuerzas y las instituciones humanas están inevita­
blemente abocadas al fracaso, en la medida que descuiden, .priven
del honor que les aporta o incluso supriman, la autoridad de Dios,
que
es luz de los espíritus por sus mandamientos y prohibiciones,
principio y garantía de la justicia, fuente de
la verdad y funda­
mento de las leyes». «Sin
la unidad divina y sus consecuencias de
disciplina y de dogma.--'-escribía el agnóstico Charles Maurras-,
la unidad mental, la unidad política, desaparecerían al mismo
tiempo, y no
se rehacen más que si se restablece la primera uni·
dad. Sin Dios,
ya nada hay verdadero ni falso; ya no existen de­
rechos, ya no existe ley. Sin Dios, una lógica rigurosa equipara la
peor
loc\Jra a la razón más perfecta. Sin Dios, matar, robar, son
actos de una perfecta inocencia; no hay crimen que no resulte
indiferente ni revolución que no
sea legítima; porque, sin Dios,
el principio del Ubre examen es el único que subsiste, principio
que puede excluirlo todo, pero que
no puede fundar nada».
Ousset,
se puede apreciar mejor en el texto íntegro que en
los recortes a que necesariamente hemos de ceñirnos,
se .sitúa
inequívocamente en un terreno atrevido. Como comentario., -debe
observarse simplemente, pues, que en modo alguno desconoce la
armonía existente entre el orden natural y el sobrenatural. Después
de haber dedicado consideraciones tan certeras a aquél, carecería
de
sentido que prescindiera del mismo en este punto .. Al contrario,
entiendo que se trata tan sólo de un acento expositivo,
ya que la
primera enseñanza sobre esa armonía la esculpió Santo Tomás de
Aquino en su fecundísima sentencia: «Como
la gracia no destruye
la naturaleza sino que la perfecciona, es necesario que la razón se
ponga al servicio
.de la fe, como que la inclinación natural de la
voluntad rinda obsequio a
la caridad»,
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IBAN OUSSBT Y LOS FUNDAMENTOS DE LA POLITICA
El segundo aspecto conduce a situat el papel de la sociedad
en
relación con la persona y

a la luz del
fin último del hombre.
Sin entrat en
las sutiles polémicas que ocupaban a teólogos y filó­
sofos en relación con el «personalismo» y el «comunitarismo»
-repárese en nombres como Maritain, De Koninck, Eschman,
Santiago
Ramírez o Leoplodo Eulogio Palacios--en los años en
que Ousset comenzaba
su labor, con gran sencillez nos introduce
en realidades tales como el
carácter de la sociedad como medio de
desarrollo
de la persona, el tesoro que constituye para los hom­
bres y, sobre todo, la dependencia de la forma dada a aquélla para
el bien y el mal de las almas. Por tanto, su exposición subraya la
dimensión comunitatia
-sin que en· páginas anteriores haya ol­
vidado estampar que el orden humano es esencialmente perso­
nal-, especialmente desde el ángulo operativo de transformación
de las estructnras sociales con vistas de
«creat condiciones sociales
únicamente encaminadas a hacer posible
y fácil una vida digna
de hombre y de cristiano». Una vez más me admira cómo, sin una
sola cita técnica, siquiera los textos de Santo Tomás, Jean Ousset,
ante una auténtica
crux interpretum, acierta a expresat la mejor
doctrina,
y no sólo desde el ángulo teorético, sino también desde
el práctico. El «politique
d'abord» maurrasiano está incorporado,
a la
vez que trascendido, en un enfoque que a veces me retrotrae
a los textos de nuestro inolvidable maestro Eugenio
Vegas Latapie.
Los epígrafes rebosan fuerza: «importancia de la política para la
salvación de las
almas», «a mal social, remedio social», etc. La
conclusión explicita una operación en tres tiempos: a nosotros,
laicos católicos
-viene a decir-nos concierne ( 1) trabajat en la
formación de un cierto número de hombres (2) que -actuando
después sobre las instituciones como una palanca-contribuirán
a la instauración de un orden social cristiano,
(3) que a su vez
permitirá una influencia general y dutadera · que torne más facil la
acción específicamente apostólica. Ni politicista ni individualista,
en
su concepción brilla el realismo del orden natutal y el fin
apostólico sobrenatural.
Las partes tei:cera y cuarta se enfrentan, respectivamente, con
la libertad y la autoridad. Binomio indisoluble, para muchas es-
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cuelas cuadratura del círculo de la teoría política, Ousset, con la
simplicidad que hemos venido
viendo preside todas
sus tomas de
posición, se interroga acerca de cómo gobernar a los hombres sin
que dejen
de ser libres.,,Frente a la falsa libertad de los liberales
y de los a¡iarquistas, presenta la verdadera libertad de los hijos
de Dios. Para ello muestra
Hgada esa verdadera libertad a la inte­
ligencia del orden divino,
y de la misma deduce que la libertad lo
es en las libertades. La insistencia en los cuerpos intermedios,
característica de la Ciudad Católica, recibe así un basamento
más
hondo que el simplemente utilitario. La descentralización o la
regionalización, o el federalismo, o el foralismo, arraigan en la
recta concepción de la libertad,
que,, a su vez, no puede captarse
fuera de
la recta comprensión del hombre, de la antropología file,.
sófica. La autoridad, por su parte, dimana del orden en la utiliza­
ción de las
cosas que están sobre la tierra, presentándose como
«jerarquía en el amor verdadero». Todo poder viene de Dios, de
manera
que el pueblo, posible órgano de designación del poder,
no está constituido en fuente del mismo. Y su ejercicio viene
jus­
tificado por su objeto, pues la legitimidad no puede comprenderse
sino
como un servicio adecuado en el ejercicio a su objeto. La
esencial igualdad humana y los beneficios de las jerarquías ( des­
iguales) sociales, completan el panc;,rama de este último y más
breve de los bloques que componen el libro.
También aquí son muchas las consideraciones que podrían
enderezarse a unas páginas que, si
más escuetas que las anterio­
res, no poseen menor riqueza. E igual también que en ellas, al
releerlas ahora algunos años después no sólo de la primera lectu­
ra, sino incluso
de las que le siguieron, encuentro perfiles que
me habían pasado inadvertidos, pero, sobre todd, un sentido
glc,..
bal que sólo puede surgir de una. cosmovisión adecuada. De todos
los manuales introductorios que a
lo largo de la vida de la Cuidad
Católica hemos
seguidd en las células de formación, siempre pre­
férí los Fundamentos de la política de Jean Ousset. Me parecía
que combinaban admirablemente introducción a la filosofía, prin­
cipios de ciencia política, magisterio de la Iglesia
y orientaciones
apostólicas. Con
Para que Él reine, donde se desarrolla la lucha
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entre revolución y contrarrevolución en la historia, tomando por
eje el avance del reino de Cristo, los
Fundamentos de la política,
constituyen un instrumento ejemplar para la formación cívica y
acción doctrinal, según
el. derecho natural y

cristiano, que treinta
y tantos años después de su fundación,
la Ciudad Católica y Verbo
siguen pregonando como su misión al servicio de la Iglesia. Y no
sólo para los incipientes, sino para todos, incluidos proficientes
y
--si alguno se atreviese-perfectos. Animo a todos nuestros lec­
tores, a los de prima, a los de tercia, a los de. sexta y a los de nona,
a lucrarse del saber atesorado
y luego expilndido: por un apasionado
y nada pretencioso escritor francés, creador de una importante
red apostólica, cultural y política a
.la que debemos nuestra exis­
tencia
y que rids acaba de dejar.
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