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Número 325-326

Serie XXXIII

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José María Ramón de San Pedro

IN MEMORIAM
JOSE MARIA RAMON DE SAN PEDRO
Recuerdo perfectamente la primera
vez que ví a José María
Ramón
de San Pedro y la impresión que me dejó aquel encuentro.
Era
un viernes de junio de 1980 y nos reuníamos en la sala de
juntas del despacho notarial de Juan V allet un grupo reducido y
vario de personas para constituir una «asociación
dé fomento del
libro» capaz
de concurrir con otras de signo izquierdista que ve­
nían copando la política de subvenciones del Ministerio de Cultu­
ra ucedista. Allí
estábamos, además del anfitrión, Gonzalo Fernán­
dez de la Mora, Gregorio Marañón Moya, José Maria Ramón de
San Pedro, Amalio García Arias, Vicente Matrero,· Juan Luís
Calleja, Angel
Maestro, Gabriel Alférez, Francisco José Fernández
de la Qgoña y quien escribe esta nota.
La reunión fue larga y al final, cuando Juan Vallet y yo ha­
cíamos un aparte en la sala .contigua, entróJosé María a despe­
dirse. En
dos frases contundentes resumió su juicio sobte la criatura
que estabámos alumbrando:
.. ,,Esto nace muerto. No podemos
planteado así».
Explicó las razones en que fundaba su terminante
diagnóstico, que coincidían con las que Juan y
yo andábamos tra­
tando en esos momentos." De _hecho, las reunioiies. continuaron en
los meses siguientes, la asociación quedó constituida y se eligió la
primera junta directiva, en
la que Gonzalo era presidente, Mara­
ñón vicepresidente y seguíamos unos cuantos de los que
yo era el
último, como vicesecretario. Pero lo que me impresionó más de
José María, antes que las palabras y la conversación del final, pro­
longada luego
al salir juntos, fue la escena con que me ·encontré
al llegar a esa reunión. Aunque acudí puntualmente, ya estaban
Verbo, núm. 325-326 (1994), 501-508 501
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MIGUEL A YUSO
sentados algunos de los convocados y José María, entre el interés
de los demás, era
el que hablaba. Con palabras pesimistas y emo­
cionantes al mismo tiempo, que revelaban mucho de una persona­
lidad extremadamente vigorosa
y vital, pero tocada también por
un patente pesimismo, recordaba una escena ocurrida
en, la ca­
pilla ardiente del conde de Ruiseñada, de quien había sido men­
tor durante los años de su famosa «operación». Ante el cadáver
de
--como :Je,gustaba decir-su·jefe político, eLhijo de Ruise­
ñada le requería: «Júrame que
no me comprometerás en aven­
turas políticas». Lo contaba con cierta pena, como diciendo:
«Yo
no me embarqué en aventuras, sino que cumplí con deberes
de caridad; y,nunca empujé a nadie, sólo
colabcré lealmente».
José María, que rondaba los sesenta y ocho, estaba en plena .madu­
rez; yo tenía dieciocho y era un' estudiante de 2.º de Derecho sin
la menor beligerancia. para él.
Nos
vimos 'en fas reuniones siguientes de la asociación, que, a
la
postre, como él había predicho, resultó abortada. Y continuamos
el trato, vinculado precisamente a la Ciudad Católica. Aunque no
acudía a la reunión general
de los martes -floreciente por los
años de que acabo de hablar, con la presencia de Eugenio Vegas,
Juan Vallet, José Antonio
García de Cortázar, Julio Garrido, Ger­
mán Alvarez de Sotomayor,
· Rafael Gambra, Alberto Ruiz de
Galarreta, José Ma,ría Carballo, Mer.cedes Semprún y tántos
otros-, durante varios años lo había hecho a la de los miércoles,
luego trasladada a los jueves, especializada
·en temas económicos
y empresariales, y siempre a las misas y cenas de San Fernando y
a, los congresos anuales, sobre todo cuando se celebraban en Ma­
drid. Le recuerdo rechazando cortésmente el ofrecimiento de
varios amigos de llevarle a su casa, .marchándose en autobús
- cía con gracia que el taxi era para ir a la «casa de socorro» o de
viaje con
más de dos bultos-de la residencia de los dominicos
de Alcobendas,
en la XXXI Reunión de amigos de la Ciudad Ca­
tólica, última a la que acudió, en diciembre de 1992. También,
después de cada
número de Verbo, nds escribía a Juan Vallet y a
mí comentando los diferentes artículos, glosándolos o apostillán­
dolos. Y eran frecuentes los envíos que recibíamos de
él cOn re-
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IN MEMORIAM
cortes de periódicos franceses y swzos, que seguía puntualmente
y
que nos pasaba con sugerencias para la revista. En la última
carta suya que conservo, fechada el
27 de abril, al tiempo que me
adjuntaba. unas noticias
sobre el ascenso. de Philippe de Villiers,
escribía, «Voy perdiendo la curiosidad. Normal -dicen los en­
tendidos--en la gente .(corriente) que llega a la cuarta edad».
¡Bonita muestra
de su desinterés! Y escasos días antes de su muer­
te, al telefonearle yo para darle las gracias por haber pedido mi
libro sobre
Elias de Tajada, me decía que 1;é1lía una carta en el te­
lar. Nunca la recibí. Quizá ni siquiera llegara a escribirla.
Por eso, siempre le consideramos «un hombre
de la Ciudad
Católi,a», constándome.por Eugenio Vegas que en los albores de
nuestra obra había contribuido con un donativo de importancia a
su puesta en marcha -cuando, ya desaparecido Eugenio, se lo
comenté en una de las. visitas a su domicilió del paseo de Moret,
que
ahora, ay, sin embargo, lamento haber espaciado tanto, no
tardó en devolverme «la visita»,
por vía epistolar como hada,
llegándome fotocopia de una agradecida tarjeta de Eugenio
Ve­
gas--,
y habiéndome contado también. su asistencia al Congreso
de Laussane
de 1966, en el magnifico Palais Beaulieu, el año en
que Bias Piñar habló de memoria en fran\:és. También estaban
-tengo delante las actas de la r.eunión-Ellgenio Vegas y Juan
Vallet,
entre los españoles. Y el conde Amédée d'Andigné, a la
sazón presidente
de la Ciudad Católica francesa. Y Jean Madiran,
ya entonces uno de los líderes indiscutibles. del tradicionalismo
franres. Y el economista e intelectual de raza· que fue Louis Salie­
ron. Y el gran historiador suizo Gonzague de Reynold, que debla_
ser viejísimo. Y el escritor Michel de Sant-Pierre. Y Gustave Thi'
bon, el filósofo campesino. Y el propagandista católico inglés,
antiguo brigadista en nuestra guerra y converso. desde
el comu­
nismo, Hamish Fraser. Y el Príncipe de Starhenberg, entonces
como ahora tan ligado a España. Y
el coordinador de todó ese
caudal de iniciativas y. esfuerzos, recientei;nente desaparecido tam­
bién, Jean Ousset ...
No sé .cómo, desde esas reuniones en el.«bureau» de Juan Va­
llet, pronto --<:0mo _he dicho--suspendidas, empezó. a intensifi-
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MIGUEL .A. YUSO
carse nuestro trato. Aunque sí conozco el porqué: su gran bondad
y generosidad, que se tornaron en benevolencia hacia su joven
amigo recién
estrenado. Empecé a frecuentar su casa y a gozar de
su conversaci6n culra y apasionada. También comenzamos por
en­
tonces unos almuerzos mensuales o bimestrales, convocados por
Juan Vallet, y en los que
.nos reuníamos José María, Rafael y
Andrés Gambra, Vicente
Marrero y yo.
La· memoria de José María, asombrosa, aún me hubiera asom­
brado más si no hubiera tenido también el privilegio de tratar
íntimamente a Eugenio Vegas. En momentos en que tanto des­
memoriado plantaba sus reales, por
vía de actuaci6n y de evoca­
ci6n, en la historia de España, hablar con José María -escuchar
a J ose María-era un gozo difícilmente explicable y cuya sola
remembranza me llena de melancolía. La precisi6n del dato, la
agudeza del juicio y la pasi6n de la narraci6n hubieran merecido
salvar. sus recuerdos en la redacción de unas «memorias».
Ultimamente me
confió los requerimientos que recibía de una
colección harto conocida -quizá la más conocida-, para reflejar
los haces de
su· vida en el espejo de España. Modestamente le
animé, y
-de verdad-que no tanto por el interés que podían
tener· sus
acciones políticas o financieras, que lo tenían, y mucho.
Sobre todo por
lo que hubieran destilado de un tipo humano que
con su generación
•se está extinguiendo lentamente para nuestra
desgracia.
Es posible que -así lo vivencio al menoS-'--a veces
pague
éaro 'el· precio de la precocidad y de haber tenido -'-junto
,dos de mi generación y de las siguientes-.'. amigos -de la edád no
ya de mis padres sino de mis abuelos. Muy pro~to experlmerité
16 que es perder a un amigo. Siempre, con todo, he dádo gracias
a
Dios por ello, y sólo le pido que no me deje olvidar la significa­
ción ética y pedagógica de · «las edades de la vida», tan insupera­
blemente
explicadas por la pluma de Romano Guardini. Peró; y
es a lo que iba, percibo con especial intensidad desde hace tiempo,
que las generaciones
-sin dar demasiado crédito en cualquier caso
a la teoría
de las mismas-que han ido sucediendo a' la 'que hoy
personifico en José María
Ram6ri de San · Pedro quedan lejos de
alcanzar su altura.
Había, hay; en estos hombres, algo de la vieja
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IN MEMORIAM
España, y de una dignidad, caballerosidad y madurez de las que
en demasiadas ocasiones estamos ayunos los que
les hemos seguido
en
el tiempo.
Pero José
María no accedió a dar a la estampa sus recuerdos,
porque, como
me decía a finales del 92, trasladándome el texto
de
la carta dirigida al editor: «El mayor interés de mis memorias
consistiría en contar ocurrencias, sucedidos que levantarían ampo­
llas entre los descendientes de los protagonistas, porque de éstos
casi no queda ninguno
-¡acabo de cumplir ochenta!-: las más
de las veces, casi siempre, directa o indirectamente mi testimonio
se debería -se debió--a la confianza que en mí depositaron
personas y personajes que
favor me hicieron permitiéndome andar
junto a ellos». Y concluía: «Les debo agradecimiento
... El de mi
silencio». Aunque
no comparto totalmente las razones de esa ne­
gativa, en. un .momento e!l que la histOria reciente de Esp~i -es
azotada sin piedad y desvirtuada con impunidad, nó puedo menos
de
admirar el talante que revelan.
Quizá pudiera con lo antetior cerrar estas líneas, que con tanta
torpeza como emoción
me han brotado del dolor todavfa caliente
por la desaparición de un amigo
inol~idable. Sin. embargo, tengo
contraída una obligación con José María Ramón de San Pedrc,
que me impide poner ei' punto final aquí. José María, ."') varias
ocasiones, -me emplaz6 a escribir esta ~ota a su memoria. Quería.
que en Verbo quedase un. pequelío recuerde, de .su adhesión a la
Ciudad Católica y de
su profund~ comunión cou los ide¡,les c!e)a
tradición católica que prof~amo~. Y" lo quería ',Specialmente, me
dijo, por sus hijos y sus nietos .. Paq. elloJne eutregó unas uotas
sobre los
«Amigos .de Maeztu», uu curriculum pqlíJ:ico que com­
prende los años posteriores. a la mu<;;re del coude de Ruiseñada y
diversas anotacioues biográficas., No puedo ahora c;lar .cuenta, si­
quiera sucinta, de todo ese mate_rialf que junto con un centenar
de cartas pulula por mi.clesordenado archivo .. Pero tampoco puedo,
sin traicionar
el encargo del amigc, · e incurrir en la· infidelidad y
la deslealtad, no dejar mención de algunos de los hechos de su
vida. Igual no sale ei 505
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MIGUEL A'YUSO
menos · alcanzar lo que era objeío de su designio al hacerme el en­
cargo.
Siempre contaba que había nacido pobre y que . a los catorce
años hubo de
saltar al mundo del trabajo: «Nací en Barcelona
-me decía en .una de sus cartas--,-, de padres no catalanes, en
noviembre de 1912, el mes que mataron a Canalejas y
ya había
guerr;, "por todo lo alto" en los Balcanes. Vine al mundo en un
ambiente,
ni. rico ni acomodadilld que me permitiera cursar el
bachillerato y adquirir los posteriores fundamentos universitarios
qu~ tanto ~ntribuyen a la fonnaci6n de los jóvenes y ayudan
luego
a. desenvolverse... En · los . ambientes, modestos era norma
consuetudinaria, que nadie necesitaba recordar a
los muchachos,
la obligación de "ponerse pronto a trabajar", ayudar a los padres
y '' aprender lo antes posiple a valer para servir, porque en .otro
cáso,.rip se Valía 'para vivttn». «De nifio mayor -me escribía-en
otra carta, esta del año 90--asistí a tres cursos de Estudios de
Comercio en el Colegio del Sagrado Corazón de los .P.P. Jesuitas
en Barcelona. Me pagaban los estudios, pero yo había nacido pobre
y consideré obligación ineludible trabajar, y llevar algun dinero a
casa, criando a los. catorce años términé tercero ... Pocos años fue·
ron,"los tres de jesuitismo, pero vacunado quedé contra el moder­
nismo.
Si hubiese tenido mejor/mayor intdigencia hubíese seguido
estudios
ncicturrios, para mejor valer. Pero,-en el afán por ganar
unas pesetillas más,
después de las 7 de la tarde, copiaba páginas
de registro de un ilgente de cambio y bolsa. Cuando dejé el cole­
gio, afortunadamente, ingresé en la barcelonesa congregación ma­
riana de más número y eficacia apostólica que en España existió:
la del exc~cional P. Manuel Verges».
He de reconocer que de la narración, varias veces por mí oída,
de esos los primerós años de Jose María, he aprendidd muchas
cosas del primer tercio de
siglo y sobre todo del carlismo y del
integrismo catalán
def tiempo. El ambiente y las conversaciones
veraniegas en la azotea de la
casa modesta en que vivía, y el mundo
de la Compañía de Jesús de entonces, tan vinculada al carlismo y
al integrismo nocedaliano, eran recreadas exc~onalmenie por el
gran conversador que era: «De niño -me decía en enero de
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IN· MEMORIAM
199 3-fui carlista, como mi buenísima madre, nacida en tierra
vasca. Pero ella, en 1920, cuando Alfonso XIII consagró España
al Sagrado Corazón, dejó de ser carlista.
Se sentía a disgusto con
el vivir que a Don
Jaime se le atribuía. Y yo ..• ». Es que -como
me había escrito con anterioridad-«por gusto mío, hubiese na.
cido tras Waterlooy muerto en 1913, antes de declararse la guerra
europea». «Y
acaso hubiese rezado por la conversión de León.XIII
y adorado a San · Pfo X. Y del siglo XIX, los españoles que me
tenían robado
el sentimiento, y la limitada foteligencia aportable,
fueron Balmes, Donoso, Aparisi Guijarro y Menéndez Pelayo; más
los discursos de Vázquez de Mella». A pesar de las protestas de
su falta de
formación, sii' conocimento del siglo XIX -entre otras
cosas-era enciclopédico: «Mi culturilla es hija del insomnio. Y
mi afición el siglo XIX español, ,del cual me dejo examinar sin
pedir pausa para concentrarme, cualquiera que· sea la época, toda­
vía». Fruto de esa afición son algunos de sus libros, principalmente
biográficos, entre los que
recuerdo ahora especialmente el dedicado
a José Xifré, el indiano catalári de la primera mitad del siglo XIX,
caracterizado como «industrial, naviero; eolnerciante¡ banquero y
benefactor».
Su actividad política, notabillsima durante la llamada «opera­
ción
Ruiseñada» -'-'que, como es sabido, pretendía a mediados de
los cincuenta concordar a Franco con· Don Juan de Borbón, con
la intención de restaurar la monarquía sobre !,Hirme base de la
institucionalización de ,Jos ideales que dieron vida al Alzániiento
nacional de· t8 de julio 'de 1936-, todavía hubo de prolongarse,
aún sin tanta intensidad, en el período posterior a la muerte del
conde de Ruiseñada,
etJ. abril de 1958, dando lugar a que formara
parte en los sesenta del Consejo Privado de Don Juan y, más en
concreto, del Secretariado pol!rico que con carácter perm,tnente
funcionaba dentro del mismo. En esa especie de «gobierno en la
sombra» desempeñaba la cartera -por así decir-de Economía,
lo que no
es de extrañar por su competencia fabulosa en toda
suerte de materias financieras. Como solía decir, desde que a los
catorce años habla comenzado
a acercarse al mundo de la Banca
y la Bolsa, «por favor de Dios
y de algunos hombres que me ayu-
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MIGUEL A YUSO
ciaron, fui recorriendo toda la escala profesional, propia y deriva­
-da, del inµndo ,del dinero, a buen sueldo». Especial trascendencia
tuvo su
dedicaci6n a la «casa de Comillas», desde 1950, en todo
su enjambre
de .negocios bancarios, navieros y agropecuatios. Sin
embargo, nunca quiso arriesgarse a tener negocios propios, no
obstante
lo cual llegó a ser presidente de un Banco.
Siempre he visto en José Maria Ramón
de San Pedro una con­
junción asombrosa de cualidades que daba lugar a una figura ver­
daderamente. extraordinaria. Sobre la base de unas arraigadas con­
vicciones religiosas, morales y políticas -las del catolicismo tra­
dicional y aun tradicionalista-, despuntaban, en su personalidad
un ingenio,
un vigor, un sentido práctico, una originalidad que
distaban de encajar en el estereotipo de lo rancio: porque José
María
era ciertamente un hombre que rompía moldes. Antes lo
decía:. se nos está muriendo una generación excepcional y con ella
se nos está escapando la memoria histórica de la vieja España.
Para
los que .hemos tomado su salvamento como una de las em­
presas de nuestras vidas, estos adioses no dejan de acarrear de
tejas abajo cierta angustia. Sólo
la meditación del misterio del
cuerpo
místico de Cristo y la profundización en el sentido · de la
teología de la historia aciertan a. traern9s consuelo. Quizás por
eso experi)nento, a la hora de acabar estas líneas, no ya el «abrazo
m.ental» con el.que José Maria concluía sus cartas, sino .un autén­
tico «abrazo
cordial» e incluso un «abrazo espiritual». La obra
de la Ciudad Católica, como toda obra eclesial, es el reino de
Cristo incoado. Que, consumado
ya para él, nuestro amigo se cons­
tituya en valedor de quienes proseguimos un combate por mo­
mentos más difícil: el de, modestos albañiles, construir el orden
temporal con el Señor; el de, torpes centinelas, guardar
con El las
murallas de la Ciudad. Descanse en paz y reciba su.famüia-Fina,
sus hijos y· nietos-nuestro sentimiento más auténtico.
MIGUEL Avuso.
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