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Número 325-326

Serie XXXIII

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Ecología y ecologismo

ECOLOGIA Y ECOLOGISMO
POR
PATRICIO H. RANDLE (*)
La ecologla estudia sólo un aspecto parcial de la biolog!a: la
interacción entre
el ser vivo y su ambiente físico. Y la biología,
a su vez, estudia sólo un aspecto parcial de lo naturaleza: los or­
ganismos vivos.
Por ello resulta un tanto basto --de poco rigor científico­
asimilar ecología a naturaleza.
La ecología como ciencia comenzó
. a desarrollarse como .eco­
logía específicamente vegetal (la prueba está que la publicación
pidnera
-el Journal of Ecolagy---. se ocupa sólo de ella), luego
se extendió la ecología a los animales y . posteriormente, por ex­
tensión, comenzó a hablarse de ecología humana. Pero si hay una
ecología humana, estrictamente debe referirse a lo que hay de
animal en
el hombre dejando de lado lo que hay de propiamente
humano en
él que es el espíritu. De tal modo, la ecología huma­
na, desde
el punto de vista estrictamente científico, resulta un
concepto cuando menos neblinoso.
Otis
Dudley Duncan afirma que «el énfasis holístico impli­
cado en la misma idea de ecología humana ha constituido una
amenaza permanente a
la unidad .de la disciplina "por cuanto" se
trata de expresiones de filosofía social antes que proposiciones
teórico-científicas fundadas en la experiencia» (
1 ). Y aquí comien­
zan los malos entendidos. Uno de los cuales consiste
en confundir
ecologla con ambiente
como si el ndmbre de la ciencia pudiera
(*) Catedrático de la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Director
de OIKOS.
(1) Cfr. Ecology en la Encyclopaedia Britannica.
Verbo, núm. 325-326 (1994), 575-583 575
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igualarse a uno de los sujetos que estudia. Otra es exigir que todo
ecólo go sea ecologista siendo que más bien tiene razones para ser
lo opuesto.
También resulta equívoco centrar todo
el tema ecológico en
la cuestión de los equilibrios naturdes, que es harto compleja, ya
que estos nunca son durables ni hay un patrón fijo al cual refe·
rirse. Por lo cual arguye con razón Philippe Pelletier en «L'im·
posture ecologiste» que cada vez que se habla de equilibrio entre
el hombre y la naturaleza hay que preguntar: «¿Qué equilibrio?
¿Qué hambre? ¿Cuál naturaleza? ¿Hameostasis o biostasis? ¿El
buen
salva¡e? ¿Naturaleza virgen?» (2).
La acción del hombre sobre la naturaleza no es de hoy. Por
tanto
es muy difícil discernir cuál acción, qué consecuencias. Por­
que tampoco toda acción humana es nociva. El hombre neolítico
alteró un cierto status quo natural y gracias a él tenemos hoy
animales domésticos y cultivos nutritivos que son bienes legítimos
ganados
por el hombre. Desde el punto de vista científico debe
decirse que las nociones de medio ambiente y paisa;es naturales
son relativas.
Por ejemplo: «la mayor parte de los bosques fran­
ceses defendidos salvajemente por los ecologistas en nombre de
la naturaleza
no son sino creaciones humanas» (3).
Igualmente
es arriesgado declarar que un desequilibrio ecoló­
gico es peligroso .. La ciencia sola na lo determina. Es absurdo
fundar científicamente
la mord, porque como dijera Karl Popper
«no hay ninguna manera
científica de elegir entre dos fines». «La
ecologia na puede decir si hay que salvar tal o cual especie más
que la balística no nos dice si hay que usar ojivas nucleares» ( 4).
Hay .que guardarse de que bajo
el pretexto de cientificidad se
asuman posiciones que son políticas y por tanto contingentes: que
hoy pueden ser de
un modo y mañana de otro.
(2) Así responde' PHILIPPE PBLLETIER en L'itnposture ecologiste, Mont­
pellier, 1993, pág. 26, • quien afirma que «el equilibrio entre el hombre
y la naturaleza debe ser restablecido» (MURRAY BooKCHIN: Pour une societé
ecologique,
París, 1976t
(3) PH. !'ELLETIBR: Op. cit., pág. 30.
(4) Ibídem, pág. 34.
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Hay que leer el famoso informe Meadows hoy, más de veinte
años después, para comprobar que se basaba en cálculos y
traspo­
laciones simplistas

según las cuales
en 1992 sobrevendr!a la ca­
tástrofe.
Existe una deriva profética que no quiere enterarse de sus
fracasos premonitorios ni de los correctivos posibles y que están
en marcha. Como los social-revolucionarios quieren todo
o nada.
La realidad científica, sin embargo, es pródiga en descubri­
mientos que desautorizan una y otra
vez la visión catastrófica de
los divulgadores.
Por ejemplo, el primer informe de la comisión
científica europea que se ocupa de la capa de ozono y reúne a más
de 250 expertos con un equipamiento muy sofisticado revela que
en
los primeros meses de 1992 no se puede hablar de un agujero
de ozono propiamente dicho sobre los hechos observados
ese in­
vierno.
También en 1992, mientras en Río se celebraba la ECO 92
-un encuentro heterogéneo donde lo científico se mezcló con lo
pseudo religioso--,
se reunía en Heidelberg un nutrido grupo de
científicos
de mayor nivel, que en su documento final quiso poner
énfasis en distinguir lo que
es serio de lo que es fantasía en ma­
teria ecológica.
Cient!ficamente tampoco puede hablarse de la naturaleza como
concepto de
dominio virgen. Tampoco existe ya más prácticamen­
te ninguna región anecuménica.
Rílchel Carson, una investigadora
infatigable, autora de
un libro que llegó a ser un best seller sin
dejar de ser serio, demostró hace más de treínta años que en las
vísceras de esquimales que vivían prácticamente
sin contacto al­
guno con la civilización había rastros de insecticidas.
Realidades como esta, con todo
su patetismo, impiden hablar
con
ligereza de naturaleza virgen. O sea, los hechos demostrados
por la ciencia en
vez de impulsar a tomar actitudes tremendistas
deben servir
para, 'ajustar mejor el juicio. De una recta evaluación
suelen surgir correctivos como la agricultura orgánica, las técnicas
en conservación de los suelos o la lucha contra plagas mediante
remedios naturales, el manejo del ciclo de nutrientes, el
perfeccio-
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namiento en la rotación de cultivos, la utilización de los abonos
adecuados
para el largo plazo, el desecamiento de terrenos asola­
dos por la inundación mediante cultivos que favorecen la evapo·
transpiración, la conservación de los surplus de agua en vez de su
drenaje y una multitud de otras técnicas consistentes.
Los excesos semánticos a que ha dado lugar
la ecología se
pueden verificar en el caso de la llamada «ecología urbana», una
versión de la humana que considera a
la ciudad como un ecosiste­
ma. Sin duda se trata de un concepto manipulador porque, entre
~tras cosas la ciudad misma no existe como una respuesta a una
necesidad ecológica. Si una ciudad puede compartir algunas carac­
terísticas con un organismo -analogía muy lata-se trataría en
todo caso de un organismo social y no hace falta traer aqui la
clásica diferencia entre naturaleza y sociedad.
Uno tiene
el derecho a preguntarse, ¿por qué se ha abandona­
do
el enfoque clásico de la geografía que, al fin y al cabo, viene
considerando toda esta problemática desde hace por lo menos un
siglo? Acaso porque no conviene a
las consecuencias que a priori
se piensan sacar de la visión ecológica.
La geografía humana, en
primer lugar, nunca ha querido considerar
al hombre como un
animal que encuentra su nicho ecológico en un cierto medio.
El
hombre, para la geografía aún hoy, según palabras de Pierre
Gourou (5) «existe
en tanto que miembro de un grupo animado
por una civilización», o sea, no_ aislado como abstracción de una
especie. Y además, es un hecho que la geografía siempre ha to­
mado
en cuenta que.el hombre no puede dejar de alterar los equi­
librios naturales -biostasis-,.. y sustituirlos incesantemente por
otros que aseguren mejor su homeostasis.
Para una interpretación global del tema la gente debiera
acodir
la pensamiento geográfico tradicional que, según Lucien Fébvre,
«ha ayudado
a descubrir el mundo, a sentirlo y que aún puede
comprenderlo». Dentro de esa visión de la cuestión agrega
Fébvre
que «la geografía nunca ha tenido por objeto investigar las "in-
(5) PIERRE GoUROU: Pour Une géographie humaine, Fínisterra, revue
portugaise de géographie, I (1966), págs. 10-32.
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fluencias": las de la naturaleza sobre el hombre o las del suelo
sobre la historia» que han dominado el enfoque determinista y
que, por lo demás, «influencias no
es un término del léxico cien­
tífico sino del
lengua;e astrológico» (6).
Digamos
para terminar con esta breve reflexi6n sobre la ecolo­
gía como ciencia que la noci6n de naturaleza -como tal-no se
puede hallar en la Biblia ni -según Pelletur-en el Corán, pues
en ambos casos está remplazada por el concepto de «creaci6n»:
origen divino, gracia (7).
En todo caso,
el aporte que ha hecho la ecología científica
perfeccionando conceptos fundamentales como el de ecosistema,
biósfera o red tr6fica, entre otros, es innegable; Han ayudadd a
conocer mejor
la naturaleza y a regular mejor la inserción de la
obra humana sobre ella. Sobre todo, ha desvirtuado el enfoque
mecanicista originado
en el siglo XIX que simplificó la idea de
progreso
y la equiparó a la de industrialización a cualquier precio.
Este aporte de
la ecología incluye además una crítica al con­
cepto de crecimiento económfoo como panacea universal y propo­
ne en cambio un
enfoque más equilibrado del desarrollo, una co­
rrección al modelo liberal clásico.
Pero nada de esto justifica reducir
la ecología a una opción
política, a un barniz moral encubriendo a
la ideología del progre­
so, a una defensa apacible de ciertas
especies 'animales, a una
valoración hedonística de
la naturaleza, a una modalidad insólita
de hacer negocios (deuda externa por ambiente). Todo esto
es
ecologismo. De Id que hablaremos a continuación.
El ecologismo pretende abarcar un arco muy vasto desde la
sensibilidad espontánea por lo natural hasta el ideologismo anti­
capitalista, y reclutar en
sus filas de. activistas desde los am,mtes
de. la naturaleza (incautos y bien inspirados) hasta los agitadores
profesionales que hoy día, visto el derrumbe del comunismo en
(6) LucIEN FE.BVRE: La Terre et l'évolution humaine,. París; 1922,
pág. 390.
(7) Cfr. ABDEL WAHAB ME.DnEB: Un chant du Coran, Le Monde DiM
plomatique, Juin (Supplémeut), 1992.
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Rusia, necesitan urgentemente enarbolar cualquier otra bandera
contra su enemigo.
El ecologismo · se suele presentar frecuentemente como un
modo de reflexión pero seguido de un modo
de acción concorde,
configurando así una mélange pseudo-docta de c_uestiones cientl­
ficas y militantes.
Los problemas de la
capa de owno, el efecto. invernadero o
la lluvia
ácido los presenta como si alguien estuviera de parte de
ellos. Necesita personificar un enemigo y al mismo ptetende que
fuera de
él no hay remedio. Pero el remedio no suele ser sino una
contribución operativa. y previsora que suele provenir de los
me­
dios científicos puros antes que del activismo.
Su gran artículo.de fe, «respetar la naturaleza», result.a que no
es un principio (Jbsoluto, porque el estroncia 90, los virus, las
inundqciones, los terremotos, son todos productos naturales.
El fundamento teóricd del ecologismo carece de rigor no ya cien­
tífico sino siquiera lógico. De una ciencia que se renueva y que
revisa todo constantemente no puede derivar una militancia sim­
plista. Como afirma Dagognet: «el ecologismo ha hecho de la na­
turaleza y sus equibirios un fetiche» (8).
El ecoldgismo busca legitimar sus acciones acudiendo a la cien­
cia porque no halla justificaci6n para sus. posturas en la moral
cristiana.
Así construye un reduccionismo maniqueo por mucho
que pretenda fommlar un
holismo integrador,
Pero una moral científica no
deja lugar a la libertad, pues todo
se rige por
la necesidad. Es el correlato conductista del determismo.
Por otra parte, en el ecologismo asoma. una suerte de ciencia
glo­
bal que en realidad tiene poco de ciencia.
Adviértase en toda. acción o pensamientd ecologista una
par­
ticular inquina contra la civilización occidental. No atacan a los
chinos que
al expandir el cultivo de arroz produjeron una verda­
dera revolución ecológica.
Es curioso que en vez
entre naturaleza y cultura
~e proponer una interacción
pretenden subordinar ésta a
(8) PH. PELLETIER: Op. cit., pág. 25.
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creativa
aquélla,
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como si la naturaleza por si misma pensara y todo el ecologismo
no fuera una mera creaci6n de la mente
humana.
Hemos dicho al hablar de la ecología como ciencia que cons­
tituye una analogía un tantd forzada. Pero el ecologismo urbano
configura un verdadero espejismo, pues si
la ciudad fuera verda­
deramente un ecosistema
sería muy fácil solucionarle sus proble­
mas, mientras que, como sabemos, como sistema (lo dicen los ex­
pertos en dinámica de sistemas como Jay Forrester) se trata de
uno tan aleatorio que
no puede operarse sobre él.
Toda
vez que el ecologismo incurre en una acusaci6n genérica
contra el hombre como destructor de su hábitat
diluye las respon­
sabilidades concretas,
escamotea a los verdaderos culpables y final·
mente sin querer los deja impunes.
El ecologismo es global, no conoce fronteras, ni naciones, ni
cultutas, ni clases sociales, ni religiones. Por eso apunta a un -g,>­
bierno cientifico del planeta ( del mundo como entidad puramente
física) que controle hasta sus pulsiones secretas
y de cuya fisca­
lizaci6n no escape nadie ni nada: un verdadero totalitarismo eco­
lógico.
Las metáforas son una debilidad de los
ecologistas. La Tierra,
personaficada como un ser viviente (Lovelock y su Gaia) es el
desideratum.
La terminología ecologista se desliza insidiosamente del caso
individual
al Todo. El riesgo del ecologismo es la anti-cíencia. O
la ligereza en el lenguaje. Por eso hablan con demasiado poco rigor
del respeto por la vida mientras
pueden ser partidarios del aborto
o de la eugenesia. Porque según ellos el hombre
es para la Vida
y no la vida para el hombre.
Carece de una l6gica interna, filos6-
ficamente es despreciable.
No existe ningún pensador de fuste
que se haya plegado al mensaje ecologista; menos aún que lo haya
podido profundizar.
Para caracterizar mejor a los ecologistas
podría decirse qúe
se trata más bien de «ecocentristas», como si la natutaleza 'hablara,
pensara, fuese un sujeto con mayor protagonismo que el hombre
mismo. Y como ecocentrismo, además, implica una sensibilidad
exacerbada con ribetes irracionales.
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Amar las plantas y los animales no es necesariamente ser eco­
logista. ¿Cuál es la diferencia?: el hacer de ese amor una cuesti6n
ideol6gica. Que no es tanto el amor a la naturaleza como el odio
al capitalismo lo que los anima. En eso se parecen a cierto socia­
lismo que no es tanto que quieran a los pobres como que odien
a los
ricos.
_
Al carecer de una legitimación genuina se convierte en una
forma sutil de
autoritarismo. Afirma el ecologismo que constituye
«una fuerza moral», como. dice Cousteau --el otro Cousteau-,
quien, en realidad confunde dos cosas: el significado de ciencia
y la naturaleza de lo moral.
El catastrofismo ecologista revela una pereza simplificadora
opuesta a la paciencia necesaria para hacer investigación científica
que
es búsqueda perpetua y ·«fair play» frente a los propios erro­
res que deben reconocerse,
como· por ejemplo, el fracaso del cita­
do Informe Meadows, que famás ha sido criticado por un ecologista.
El ecologismo. se parece al marxismo en que no busca tanto
conocer
la naturaleza como transformar la realidad para fundirla
con una idea que
se tiene de ella. Y también en exaltar la con­
tradicción entre hombre y naturaleza no para alcanzar una síntesis
sino para alimentar
el fuego de la caldera ideológica. De allí que
practiquen un reduccionismo económico, social y político, pues
todo ha
de converger .en-.ú!l sólo tema. Y así poder convertirse
más fácilmente en bandera de revolución social.
De allí
el calificativo de sandías que hallaron los alemanes,
donde el Partido Verde tiene tanta
fuerza: «verdes por fuera pero
ro¡os por dentro».
Con una concepción del hombre que no va más allá de la de
un animal inteligente ( 9 ), las consecuencias del ecologismo cerril
pueden resultar a
la postre peores males que los que dice comba­
tir: propósitos mundalistas, totalitarismo panteísta, materialismo
disfrazadq de espontaneidad, estética e ingenuidad. Todos
ingte­
dientes para conformar lo que en Francia jocosamente llaman
(9) JAVIER URCELAY ALONSO: «Ecología, ecologismo y política», Verbo­
Spciro, núm. 223-224, págs. 467-506, Madrid, 1984.
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BCOLOGIA. Y ECOLOGISMO
«le gourou eco lo». Profetas de una pseudo religión que llena el
vado creado por el agnosticismo
con:temporáneo.
Hay una manera práctica de hacer cosas positivas por el me.­
dio físico. No son nuevas ni nunca.han sido rotuladas como eco­
lógicas pero trajeron grandes beneficios a la humanidad. Los cal­
deos domaron la furia del Tigris y del Eufrates, los egipcios apro,
vecharon el limo del Nilo, los romanos desecaron pant.mos desde
Italia hasta Eat Anglia.
Hay mucho por hacer que
en concreto, como /Óresiar, comba'.
tir la erosión, conservar y me;orar los suelos, polderizar. Nada de
esto plantea conflictos ideológicos entr1> el. hombre3 la naturale­
za. Pdrque ¿a qué poner tanto empeño en conservar la naturaleza
como patrimonio. si no es para. servir al hombre?
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