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Número 337-338

Serie XXXIV

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El Eugenio Vegas que conocí

EL EUGENIO VEGAS QUE CONOCI
POR
FRANCISCO JOSÉ FEl\NÁNDEZ DE LA CIGOÑA
Cuando me encontré a Eugenio Vegas estaba ya de vuelta de
muchas cosas. Hacía años que había regresado del exilio.
Las
intentadas oposiciones a notarías en Santander habían sido ya ol­
vidadas. Su plaza de letrado del Consejo de Estado le había sido
devuelta sin que Franco
se mostrara vengativo pese a que Eugenio
se negó en rotundo a solicitar una audiencia previa, como le acon­
sejaban, pues se entendería como una especie de petición de
perdón a lo que no estaba dispuesto. Era también abogado del
Banco Central y miembro del Consejo político del Conde de
Barcelona. Consejería prácticamente honoraria pues
ni asistía a
los Consejos ni visitaba Estoril.
Si fue alguna vez a la localidad
portuguesa desde que le conocí no
me lo dijo.
Era
el año 1958 y al domingo siguiente de visitarle me incor­
poré a la tertulia que de ocho a diez de la noche mantenía en su
domicilio de Gurtubay 5, en los
mismos locales que habían sido
la última residencia de Cultura Española, lo único que fue posible
después de la guerra de aquella Acción Española que Eugenio
fundara. A partir de entonces fue raro
el domingo en que dejé de
asistir a aquella inolvidable tertulia que tanto influyó en aquel
joven estudiante recién llegado a Madrid que
yo era. Y que fue
una extraordinaria escuela de los tres grandes amores de Eugenio:
la religión, España y la monarquía. Dios, Patria y Rey. ¡ Qué
resonancias carlistas! Y, sin embargo, Eugenio no era carlista.
Tradicionalista lo fue siempre pero como lo fueron sus admira­
dos Donoso y Menéndez Pelayo que también sirvieron a la
dinas-
Verbo, núm. 337-338 (1995), 729-735 729
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tía liberal. Aunque no fueran en absoluto liberales. Como tampoco
lo era Eugenio que en la segunda mitad del siglo xx seguía siendo
un apasionado del
Syllabus de Pío IX. Que había un fundamento
integrista en su formación y en su ideología
es indudable. Pero
era mucho
más flexible que Ramón Nocedal por quien sentía tam­
bién notable admiración.
Con
esos antecedentes, ¿cómo no fue carlista? Creo que sus­
tancialmente por dos motivos, La restauración en la rama que
durante siglo y medio había levantado la bandera de la religión
y el antiliberalismo le parecía imposible. Y Eugenio tuvo siempre
un gran
sentido de la realidad. Y no sentía, además, especial
aprecio por las cualidades políticas del entonces pretendiente
carlista Don Javier de Borbón Parma, a quien había tratado en
varias ocasiones.
Le parecía una excelente persona pero poco más.
Y
sus relaciones con Manuel Fal, que representaba el más puro
integrismo del todo o nada, no fueron nunca buenas pues Eugenio
creyó siempre que lo
más posible era mejor que el todo imposi­
ble. Por el carlismo tuvo siempre una simpatía ideológica e
his­
tórica pero no pasó de ahí. Los quiso integrados en «su» manar­
, quía y no él en la de ellos. ¿ Fue un intento más como el de Pida!
y Mono el del cardenal Cascajares de atraer a «las honradas masas
carlistas» a la monarquía liberal para reforzarla, oponerse a la
izquierda anticatólica e incrementar el peso tradicional del par­
tido conservador? Creemos que tampoco. Porque la monarquía
que Eugenio soñaba se parecía mucho
más a la carlista que a la
liberal. Actualizada, por supuesto. Y
soñó que un príncipe joven,
«cuyo nombre era Juan», podía encarnar esa monarquía.
El desen­
gaño vino pronto. Mucho antes de que
yo le conociera. Aunque
por
esos días no lo manifestara expresamente.
La monarquía que Eugenio
soñó fue la que resulta de las
páginas de Acci6n Española, revista que cre6 y dirigió desde la
sombra hasta
.el punto de que no cabe duda de que fue su obra.
Las plumas más relevantes, los hombres más prestigiosos escribían
y actuaban a su dictado. Y quiso integrar a los más posibles.
Carlistas, monárquicos de la dinastía derribada, falangistas ...
Fue mucho lo que
logro. Las firmas de Acci6n Española me excu-
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san de más ampliaciones, Y Eugenio consiguió lo que parecía
imposible. Que la monarquía desaparecida en medio de la indi­
ferencia general volviera a ser una posibilidad para España. Po­
sibilidad que muchos años después
se convirtió en realidad aun­
que esa realidad fuese muy distinta de la que Eugenio quiso.
Este verano coincidí en Galicia con uno de los últimos
su­
pervivientes de Acción Española, de la de los tiempos de la
República, Eugenio Hernansanz.
Le dije que creía que si la mo­
narquía se pudo restaurar se debió en gran parte a la obra de
Eugenio Vegas que logró prestigiar una institución desacreditada
en España y presentarla como alternativa frente al
caos republi­
cano. Me contestó que siempre había creído lo mismo.
El trabajo incansable de Eugenio Vegas hizo que los genera­
les monárquicos, de los que prácticamente ninguno
se había mos­
trado dispuesto a sostener a Alfonso
XIII en 19 31, volvieran a
sostener
, la monarquía. Que intelectuales acobardados ante el
derrumbamiento del régimen usaran de nuevo la pluma y la
voz
en,
su defensa. Y que las nuevas generaciones no la consideraran
como algo caduco y muerto para siempre.
El generalísimo Franco fue también sensible al nuevo
am­
biente creado en torno a la monarquía y pronto pensó que podtía
ser la salida
al régimen que él representaba. En el origen de todo
estaba
Acción Española de la que Franco era suscriptor.
Pero
si la monarquía era referencia constante en las tertulias
de los domingos pronto podía llegarse a la conclusión de que nos
encontrábamos mucho
más ante una defensa teórica de la insti­
túción que frente a un banderín de enganche de Estoril. Aunque
debo añadir que
si se podía concluir eso -o se debía-, los jó­
venes que entonces asistíamos a Gurtubay no sacabamos esa con­
secuencia. Me explicaré.
Su entusiasmo monárquico, constante y con constantes re­
ferencias históricas, españolas y extranjeras -la tertulia era una
permanente clase de historia universal apasionante--, ocultaba
una frialdad
más que notable ante la encarnación presente de la
institución. Que además no se traslucía en palabras sino en si­
lencios. Un grupo
de amigos marchaba a Estoril y volvía entusias-
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mado. Ni una pregunta, ni un aliento, y enseguida un cambio
en la conversaci6n hacia
la teoría, o la huida de lo concreto. Pero
de eso
me dí cuenta mucho después. Quizá cuando en la confiden­
cialidad del relato de sus memorias
me abri6 su coraz6n, bastante
desgarrado.
O, tal vez, un poco antes. Cuando ya era «mayor».
Muchos años después, cuando me contaba su apasionante y
apasionada vida para escribir sus memorias, y
al notar que re­
sultaban bastante sesgadas respecto a Franco, le pregunté si iba
a ser igual de sincero respecto de Don Juan.
Se qued6 un mo­
mento silencioso, casi absorto, y me contestó:
---'--Si Dios me da vida, si, pero me gustaría que no me la
diera. Y no
se la dio. Muri6 cuando íbamos por el año 1941/1942,
de lo que quedará constancia en el tercer tomo de sus memorias
que espero aparecerán este año.
Tantos años de entrega ilusionada
por una causa
le dolían en el coraz6n. Pero una persona tan sin­
cera como
él no iba a ocultar aspectos trascendentales de su vida.
Podría contar mil cosas de aquellos días inolvidables en que
me cont6 su vida, sus anhelos y sus decepciones. Excederían con
mucho lo que
me han encargado para este aniversario. S6lo re­
feriré su absoluta alergia al cotilleo. El, que tanto supo de pe­
queñeces de la vida de tantos como conoci6. Alguna extraña vez
me refirió alguna anécdota menor pidiéndome que antes apaga­
ra el magnetofón. Su conciencia en este punto era delicadísima,
diría incluso que escrupulosa. La murmuraci6n, la maledicencia,
eran ajenas a su vida. Hace poco tiempo, un gran amigo suyo, y
mío, Pepe Cervera, me preguntó por una fotografía comprometida
que sabía había pasado
por sus manos. Fue la primera noticia
que tuve de tal
hecho: Eugenio jamás me la mencion6. Las revis­
tas del coraz6n no hubieran hecho ningún negocio con él.
Tras la monarquía, España. Y aquella como un instrumento
para el mejor servicio de esta. Eugenio Vegas era un enamorado
de España, de la España del
Epilogo de los Heterodoxos de Me­
néndez Pelayo que tantas veces le oí recitar de memoria. La
España heroica del pasado era una afán que creía repetible. Fer­
nando
el Santo, Isabel la Católica, Carlos V y Felipe II sus mo-
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narcas soñados. Tal vez ellos fueran su error. Al creer que se
reproducirían en un siglo mediocre.
Y esa España, como la de sus grandes reyes, al servicio de
Dios. Ese era su anhelo y ese fue su fracaso. Pero en
él no ruvo
culpa alguna pues puso todos
sus medios para conseguirlo. Tal
vez fuera un sueño imposible o en
el que no le secundó nadie.
Pero Dios no le podrá tomar en cuenta
el haber querido demasiado
para El.
Dios fue su todo. Hasta tal punto que en
más de una ocasión
he pensado en la santidad de Eugenio Vegas. Todo era para Dios.
La monarquía para España y España para Dios. Y esto que pare­
cen grandes frases lo traducía hasta en los detalles
más nimios
de su vida. Era Eugenio de
una enorme austeridad personal. De
una enorme exigencia de conducta. No me refiero ya a esos gran­
des principios, hoy quizá
tan olvidados, de honradez, justicia,
sinceridad. . . Hasta de nimiedades como
el no perder el riempo
creía que
se le iha a pedir cuenta. ¡Cuántas veces le oí predicar
que todo
se debía hacer por Dios! Si comieseis, si bebieseis ... ,
todo.
El descanso solo era lícito para recuperar fuerzas para com­
batir las batallas del Señor.
Y junto a lo teórico, lo práctico. La misa y comunión diarias,
el rosario de todos los días... Hasta devociones mucho más par­
ticulares como
el mes de mayo que celebraba privadamente con
enorme devoción.
Y las vidas de los santos que era la lectura que
más recomendaba. El, que era hombre de tantísimas lecturas. Yo
puedo
dar fe que el primer libro que me dio a leer, antes que la
Historia de
los Heterodoxos, la Encuesta sobre la monarquía o
Los origenes de la Francia contemporánea, fue la vida del cura
de Ars.
Sus amigos los santos. Teresa de Jesús
y Teresa de Lisieux,
Pío X,
el cura de Ars, Fernando de Castilla y Luis de Francia,
Tomás Moro, Tomás de Aquino
... Qué alegria le produjo la beati­
ficación de Ezequiel Moreno y la noticia de que había concluido
el proceso de Pío IX. Leía y releía sus vidas con un afán que,
a mis pocos años, a veces me parecía excesivo.
Al final de su vida Dios fue lo que le quedó. Su última
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aventura, la Ciudad Católica, respondía a lo que siempre había
querido. Que El reine. A ese fin
consagro todo. Hasta sus fra­
casos. Seguro estoy que en
sus altas balanzas de cristal Dios se
lo habrá premiado y desde el cielo intercederá por nosotros y por
España.
Me permitireis que me extienda algo sobre su último descu­
brimiento.
Ya estaba de vuelta de casi todo. Casi sin ilusiones
después de una vida ilusionada.
Algún amigo le habl6 de un mo­
vimiento francés -Francia, tal vez por su sangre materna, fue
siempre
algo muy importante en su vida-, que no le gustaba a
Le Monde. Le pareci6 una recomendaci6n importante. Siempre
le gusto conocer la opini6n del· enemigo. Y
se entusiasm6 con la
idea de Jean Ousset ¡Cuántas veces le oí decir que las ideas
más
que los vicios son las que corrompen a los pueblos! Porque los
vicios nacen de la falta de ideas sanas. La
Ciudad Católica fue
el último afán de su vida.
La ciudad cat6lica que siempre quiso.
Un pueblo al servicio de Dios. Que sería el mejor vivir de un
pueblo.
Y al servicio de ello una revista. No podía olvidar su inol­
vidable
Acción Española. Verbo fue otra cosa pues otros eran
los días. Pero en
él yo creo que rememoraba su anterior revista.
Mucho
más despojada de temporalidades pero también más en­
tregada a ese Señor que no se convierte en gusanos. Y otra vez
supo aunar en torno a la idea a colaboradores meritísimos. Los
años le pesaban y
ya no fue de él la carga de la empresa. Pero
sin él no hubiera sido posible y siempre contamos
con su aliento
y su consejo.
No sería justo callar aquí el nombre de Juan Vallet.
Verbo
no existiría sin él. Pero creo que tampoco existiría sin que Euge­
nio Vegas le entusiasmara en la tarea. Ahora
ya hay discípulos
de Juan Vallet: Estanislao Cantero, Miguel Ayuso, Luis María
Sandoval
... Los que somos discípulos de Eugenio -¡qué pocos
quedamos ya!: Gabriel Alférez, Paco Gomis, Juan José Morán,
Gonzalo Muñiz, yo mismo-, cada vez que vemos aparecer un
nuevo número de la revista comprobamos que pervive su semilla.
Speiro quiere decir, según creo, sembrar. Y Eugenio sembr6. Se
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pasó la vida sembrando. No puedo saber cual será aquí la cose­
cha. Pero seguro estoy de que en el cielo recogió el ciento por
uno. Y que
al mostrar a Dios su manos, rebosaban del trigo del
amor. Del trigo bueno del que se hace el pan.
El pan de la doc­
trina del que pueden alimentarse los pueblos para vivir como
Dios manda. Como Dios quiere. Y del único modo en que los
pueblos pueden ser felices dentro de
la felicidad que cabe en este
valle de lágrimas.
En este aniversario, desde el recuerdo agradecido
y emocio­
nadd, Eugenio Vegas, ruega por nosotros.
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