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Número 407-408

Serie XLI

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Dario Composta

INMEMORIAM
DARIO COMPOSTA
El padre Darlo Composta, salesiano, nació en Verana en
1917, y cursó sus primeros estudios entre Padua y Trento, com­
pletándolos
en el liceo de Turln. Entretanto, a los dieciséis años,
había ingresado
en la congregación salesiana, haciendo los pri­
meros votos
en 1934 en la localidad de Este, cerca de Padua. En
1938 comienza a estudiar filosoffa
en la Universidad Gregoriana
de Roma, prolongando esos estudios
-tras un pa,fntesis al que
inmediatamente haremos referencia-en la· Universidad Salesia­
na de Turln entre 1946 y 1958, periodo en que obtuvo las licen­
ciaturas
en filosoffa y en derecho canónico. Entre 1939 y 1946
sufrirá
una intensa experiencia, pues ido a la India para enseñar
filosoffa teorética, terminará
en un campo de concentración inglés,
en el que tras humillaciones sin cuento, no sólo determinadas por
la dureza de la situación, sino también causadas por su indisi­
mulada vocación religiosa, será ordenado sacerdote en 1945. De
nuevo
en Italia en 1946, como ha quedado dicho, y mientras
sigue
en la forma indicada sus estudios filosóficos y jurldicos, ini­
cia en Turln en 1950 la enseñanza de la historia de la filosoffa
antigua. Luego, ya
en Roma, en el Ateneo Pontificio Salesiano
(hasta 1972)
y, sobre todo, en la Universidad Urbaniana (entre
1972 y 1988), en la que fue decano de la facultad de filosoffa
(1978-1980) y vicerrector (1983-1985), enseñará filosoffa moral y
derecho canónico. Entre las numerosas asociaciones a
que perte­
neció debemos destacar
la Academia Pontificia de Santo Tomás,
de la
que fue siempre activo socio hasta poco antes de su muer-
Verbo, nllm. 407-408 (2002), 553-558.
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te, en que tuvo lugar una importante reorganización de la misma
-que tengo la impresión no le satisfizo mucho-, el Instituto
Internacional de Estudios Europeos "Antonio Rosmini" de Bolza­
no y la Asociación de Canonistas, de cuya sección italiana Ócupó
la vice-presidencia en el trienio 1979-1982. Fue igualmente _con­
sultor de la Congregación de los Santos, donde trabajó con inten­
sidad, con consecuencias para su propia salud, interviniendo por
ejemplo en la causa del padre Pio de Pietralcina, recientemente
canonizado.
Le recuerdo perfectamente, alto, de cierta corpulencia, ele-.
gante ma non troppo con su sotana, de voz bien timbrada y aco­
gedora.
Lo conocí por primera vez en Bolzano el año 1992, · con
motivo de mi primera visita al Instituto Rosmini de Bolzano. Yo
no conocía a nadie, excepto al amigo Aldo Penasa, que había
facilitado mi presencia
en tal sede, pues se trataba de la primera
que acudía a la reunión, invitado por el profesor Danilo Caste­
llano,
que entonces era poco más que un nombre para mi. Allí,
en el Palazzo Mercantile y en el viejo Hotel Citta -antes de su
actual y discutible
refacción-, comencé a conocer a un grupo de
colegas
que me trataron con gran señoóo y amabilidad: Frances­
co Gentile, Pietro Grasso, desde luego el propio Danilo Caste­
llano, Wolfgang Waldstein
-entonces presidente-, Thomas
Chaimowicz y el padre Composta. También los
ya desaparecidos
Giancarlo Giurovich y Marco Balzarini.
El padre Composta
hablaba
un castellano magnffico, que le gustaba practicar, y en
una mesa del comedor situada en la esquina, cercana a la chi­
menea --de función predominantemente decorativa, por lo me­
nos
en la estación otoñal primeriza en que nos hallábamos-,
solíamos almorzar o cenar hablando de lo divino y humano.
Estanislao Cantero,
que comenzó a frecuentar uno o dos años
después las reuniones del Instituto Rosmini, hizo también inme­
diatamente amistad con el
padre Composta, y se convirtió en uno
de los comensales de la mesa de -<:orno dicen a la italiana­
Don Composta. Asi solió ser mientras su salud no le impidió acu­
dir a Bolzano.
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Los últimos años, pese al gran canno que terúa por el
Instituto
-no debe olvidarse que fue ponente en trece de sus
congresos
internacionales-, y pese a permitirle pasar por su
querida Verana
en el desplazamiento desde Roma hasta el Tiro!
del Sur, ya
no acudió a la cita. Continuamos el trato, sin embar­
go,
por medio de la correspondencia, que él prodigaba, para
agradecer el envío de cualquier libro y para comentar publica­
ciones y noticias. Y hablábamos
por teléfono de cuándo en cuán­
do. Llegué a pedirle,
con motivo de las Il Jornadas Hispánicas de
Derecho Natural, celebradas
en Córdoba en 1998, que junto con
el malogrado Giancarlo Giurovich se ocupara de ofrecer el pano­
rama de los estudios de derecho natural
en la cultura juridica ita­
liana contemporánea. No lo
pudo hacer, pues tal año sufrió pre­
cisamente
un bache de salud, del que luego se recuperó, aunque
nunca plenamente, y ni siquiera nos acompañó a Córdoba,
donde el profesor Giurovich dejó constancia de su acribia y labo­
riosidad.
Con
Don Composta las afinidades eran todas, en filosofia,
teología, historia, política y hasta liturgia.
Le recuerdo ligado al
rito romano antiguo, y sé
que precisamente por ello no se libró
de algunas de las trabas y obstáculos
que doquier la Iglesia pos­
conciliar
ha erizado contra esa liturgia venerable. En ocasiones
me hizo la confidencia de los problemas que se le habían pro­
ducido
en sus viajes por la pretensión de muchos de forzarle a la
concelebración,
que no quería. A Danilo Castellano le he oído
contar, en este sentido1 la particular alegria con que celebró en
tal rito tridentino en 1995 la misa de apertura del Congreso de
Amigos de "Instaurare",
en el santuario friuliano de Madonna
della Strada, coincidiendo
con el quincuagésimo aniversario de
su ordenación sacerdotal, lo que -dijo públicamente-conside­
raba
una gracia particular. Lo mismo podría decir de ciertos jui­
cios, expresados con exquisita cautela y valentía al tiempo, a pro­
pósito de la crisis conciliar.
Filosóficamente nos dejó notables obras
en cada uno de los
ámbitos que cultivó.
Así, se le debe una notable historia de la
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filosoña antigua (Roma, 1985), de corte metañsico' y no simple­
mente manualistico, asi como
un estudio sobre el libro XII de la
Metañsica de Aristóteles (Tuñn, 19jíl) y más ampliamente un
ensayo sobre la experiencia metañsica del ser en Aristóteles
(Roma, 1997). En cuanto a
la filosoña moral, deben destacarse
sus libros sobre trabajo y liberación (Rovigo, 1978),
filosoffa
moral y ética social (Roma, 1983), intersubjetividad y moral (Ná­
poles, 1999)
y, sobre todo, la nueva moral y sus problemas
(Roma, 1990). De todos estos libros
podrlan decirse mtichas
cosas. Bastará, sin embargo, un mínimo apunte. Así, dei primero,
que destacaba la primada del espiritu en una coyunwra domina­
da fuertemente
por el materialismo.-Del segundo, que mereció la
traducción inglesa. Del tercero, que demuestra la continuidad de
la preocupación del autor por la moral. Y del último, que gozó
del aprecio del Santo Padre, viene a ser
un indice de lo que la
enciclica
Verttatls splendor. posterior en tres años, tan oportuna­
mente sacó a la luz
en medio de una gran discusión atizada por
el modernismo que no ha dejado de campar por sus respetos en
los últimos cuarenta años.
Jurídicamente tenemos sus dos volúmenes de filosoña del de­
recho (Roma,
1991 y 1994), así como el destacado sobre naturale­
za y razón (Zurich,
1971), que tantas dificultades hubo de vencer
para ver la luz, a causa del progresismo ambiental que desprecia­
ba el concepto de naturaleza
y, consiguientemente, de derecho
natural. Quizá este libro sea
el más significativo de la producción
de su autor
en sede filosófico-jurídica, pese a contar también con
textos tan eruditos como el dedicado a
la noción de moralis facul­
tas en la filosoña jmídica suareziana (fuñn, 1957) y tan actuales
como el de la normatividad
de la familia (Roma, 1987). Finalmente,
no puede olvidarse su tratado de derecho teológico,
probable­
mente el primero, titulado La Iglesia visible, aparecido en Roma el
año 1985 y al que puso presentación el cardenal Ratzinger. Contra
la tesis protestante, tan extendida tras el Concilio, en virtud de la
cual la Iglesia de Dios libera de todo derecho, Don Composta sos­
tuvo
no sólo la legitima necesidad del derecho de la Iglesia, sino
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incluso su necesidad, y en. una perspectiva más equilibrada que la
de Hans Barion afirma que la teología del derecho no ·debe tener
miras hegemónicas sobre
la dogmática,. aunque tampoco debe
ceder
a ·la tentación del aislamiento, sino· que debe abrirse a la
fecunda colaboración con la teología para
as! asegurar mayores
conquistas teológicas tanto como jurídicas.
Históricamente, sus conferencias, reseñas (pienso las que gene­
rosamente hizo para
Instaurare, revista a la que tanto quería,· como
la queremos nosotros, de los
libros de Jean Dumont editados por
iniciativa de la Fundación Elías de Tejada) y arlículos evidencian
que
tenfa no sólo una profunda visión teológica de la historia, en
la que la civilización cristiana -la Cristiandad-tiene puesto des­
tacado, sino que comprendía muy bien y apreciaba la singularidad
de la
christianitas minar hispánica. Quizá de ahí venía su simpatía
por nuestro mundo, de la que tantas muestras tengo.
Don Composta era
un sacerdote ejemplar, firme e inamovible
en sus posiciones, de las que no hacía agresiva bandera personal,
sino generosa oferta a quien quisiera ofrle y sobre todo seguir su
ejemplo. Sereno y sensible, pocas veces he visto una firmeza mejor
custodiada por la caridad. También, generoso, era militante. De ahí
que además de estudioso profundo de variados intereses y ricas
competencias, siempre estuviera dispuesto a colaborar con las
obras opuestas a la "autodemolición" eclesial y polftica. Desde que
la conoció, leyó
Verbo con entusiasmo, donde en ocasiones dimos
cuenta de sus trabajos, y donde contamos
en una ocasión con su
colaboración.
El extenso y cuidadoso ensayo que dedicó al capital
libro de Estanislao Cantero sobre el concepto de derecho
en la
doctrina española de los dos últimos tercios del siglo
xx, de donde
eme1ge la figura excepcional de Juan Vallet de Goytisolo, y la aten­
ción que siempre prestó con tanta generosidad como falta de fun­
damento a
mis escritos y libros, acreditan su afinidad y sintonía con
nuestro quehacer.
Lo mismo podría decir de la fraternal revista
argentina
Gladius, que por intermedio del querido Alberto Catu­
relli
-amigo de siempre de nuestra casa y a quien incomprensi­
blemente olvidé en el artículo sobre nuestros cuarenta años-
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tradujo un bien interesante ensayo de Don Composta critico del
liberal-democratismo. Pero quizá sea la antes mentada Instaurare
donde podamos hallar
un mayor número de contribuciones de
este género. Dirigida
por Danilo Castellano, son -una y otro­
uno de los pilares de la tradición intelectual católica en medio de
las derivaciones modernistas y liberales que la han minado. Nunca
han sido frecuentes personas del temple y categoría del padre
Composta. Hoy,
por desgracia, comienzan a resultar inauditas.
MIGUEL AYUSO
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