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Número 407-408

Serie XLI

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Jaime Tovar Patrón: Los curas de la última cruzada

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Jaime Tovar Patrón: LOS CURAS DE LA ÚLTIMA
CRUZADA<'!
El coronel capellán retirado Jaime Tovar (Casar de Cáceres,
1925) acaba de publicar
una obra muy importante. Seguramente
la conspiración del silencio vigente no se hará eco de la misma
pero será inevitable recurrir a ella para una serie de cuestiones
en ella tratadas. Porque su investigación es casi definitiva y deci­
mos casi porque, en historia, definitivo no es casi nada.
El título es ciertamente apropiado porque trata de los sacer­
dotes implicados
en la guerra española de 1936, con partici­
pación activa en la misma. Activa como sacerdotes. Se excluye
pues, aunque las referencias a los mismos
son constantes, a aque­
llos cuya participación fue pasiva. Trágicamente pasiva. A los
mártires de
la Cruzada. El libro trata de los capellanes de los ejér­
citos. De ambos ejércitos. Comprendo
la perplejidad del lector.
¿Es que hubo capellanes en el otro bando' Pues los hubo. Entre
los gudaris vascos. Y el autor, cuyo posicionamiento no es dudo­
so,
en absoluto, hace gala en ello, como en otras cuestiones, de
una admirable imparcialidad. Los curas nacionalistas eran unos
buenos sacerdotes aunque fueran antiespañoles. Y aunque
ese
condicionante les llevara a una absurda alianza con irreconcilia­
bles enemigos de la Iglesia. España era el enemigo de una
Vasconia independiente y alentaban y sostenían la lucha. Pero su
vida sacerdotal era irreprochable y sus afanes apostólicos con los
suyos, evidentes. Vida! y Barraquer
no era un traidor miserable y
Gomá tampoco era el héroe sin mácula. Ambos fueron dos gran­
des arzobispos
si bien la razón estaba del lado del de Toledo.
Franco es quien mejor sale pues apenas le tocan errores y aun
barbaridades de los suyos. Que no se ocultan. Todo ello hace al
libro sumamente interesante y de lectura más
que recomendable.
Y
no debe asustar su extensión pues algo menos de la mitad de
(*) FN Editorial, Madrid, 2001, 797 págs.
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las páginas son las que recogen la tesis del libro (3-363). Después
vienen algo más de cincuenta de apéndices (367-421).
Las últimas
páginas corresponden a la gran aportación de Tovar
que es la
relación de los numerosísimos curas que tuvieron
un papel como
capellanes castrenses, con una breve, y en algunos casos no tan
breve, historia de los servicios prestados. Imprescindible para
completar la biografía
de todos ellos. Bastantes de los cuales
tuvieron un papel relevante en la hlstoria eclesiástica. reciente:
José Adarraga, fusilado por los nacionales, Julián Adrover,
Gervasio Albisu, fusilado
por los nacionales, Francisco Javier
Alert, Jerónimo Alomar, ejecutado
por los nacionales en Mallorca,
Pedro Altabella, Carlos Anasagasti
OFM, obispo después de El
Beni, Antonio Añoveros, después obispo de Bilbao donde sostu­
vo posiciones muy distintas, Hilario Apodaca
CMF, Maximiliano
Arboleya, José
Joaquln Arin, también fusilado, José Ariztimuño,
que corrió la misma suerte, Jesús Arna!, que alcanzó la celebri­
dad como secretario de Durruti, Emilio Benavent, luego obispo
de Málaga y Vicario general castrense, Antonio
Bombín OFM,
otro de los ejecutados por los nacionales, Alberto Bonet, José
Maria Bulart, tantos años capellán de Franco, el
P. Caballero SJ,
ejemplar capellán que alcanzó, como algún otro la medalla mili­
tar individual, de quien guardo un recuerdo imborrable habién­
dome honrado con su amistad, Pedro Cantero Cuadrado, luego
obispo de Huelva y arzobispo de Zaragoza, Manuel Carbajo, már­
tir de la Caridad, Carlos Cardó, Angel Carrillo de Albornoz
SJ,
protagonista después de uno de los más sonados escándalos de
la Iglesia hispana de la época, Laureano Castán, ejemplar obispo
de Sigüenza más tarde, Lope Cilleruelo
OSA, José Crespo Pazos
O de
M., acreditado más tarde como historiador de linajes, Luis
de Despujol, intimo colaborador del cardenal. Gomá, Samuel Dfaz
Garcfa O.E.S.A., Félix Erviti
OMI, Prefecto Apostólico del Sahara
después, José Femández Parada, el famoso
"P. Comesaña", tam­
bién medalla militar individual, que dejaría en Vigo un recuerdo
apostólico imborrable, el célebre dominico Guillermo Fraile,
acreditado historiador de la Filosofía, José Manuel Gallegos
Rocafull, canónigo de Córdoba,
uno de los escasfsimos eclesiás­
ticos que estuvieron con los "rojosn, el también célebre dominico
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Tomás Garcfa Barberena, Rafael García y García de Castro, luego
. arzobispo de Granada, José María García Lahiguera, ejemplar
obispo de Huelva y arzobispo de Valencia, camino de los altares,
con papel destacaclísimo
en el Madrid "rojo" como vicario de Eijo
Garay, jugándose permanentemente la vida, el cardenal Gomá,
Amadeo González Ferreiro, después obispo
en Brasil, Anastasia
Granados, después obispo auxiliar de Pla y Deniel y titular de
Palencia, Guerra Canipos, conocido de todos, Leonardo Guridi,
también fusilado, Teodosio Herrera, de imborrable reéuerdo
en
Torrelavega, Angel Herrera, nombre también que no necesita
comentario, que por esas fechas cursaba sus estudios sacerdota­
les, su hermano Enrique SJ, la figura por antonomasia de las
capellanes militares, el
P. Huidobro SJ, con proceso de beatifica­
ción, Ramón Iglesias Navarri, luego obispo de Urge!,
el jesuita
Pedro María Ilundain, Jesús Iribarren, después secretario general
de
la Conferencia Episcopal, José Iturricastillo, fusilado, Juan
Izurrategui, que murió en prisión nacional, de muerte natural,
Baldomero Jiménez Duque, Martín Lecuona, otro de los vascos
fusilados, Leocadio Lobo, de los raros sacerdotes colaboracionis­
tas de los "rojos", Santiago Lucus, también ejecutado por los
nacionales, José
María Llanos SJ, luego tan contradictorio con su
exaltación inicial, Demetrio Mansilla, más tarde obispo de Ciudad
Rodrigo, el abad Marcet, de Montserrat, Luis Marcos, párroco tan­
tos años de Los Dolores de Madrid, Manuel Marín Triana SJ, José
Marquiegui, fusilado, Benjamín Martín Sánchez, infatigable escri­
tor, Alejandro Mendicute, fusilado, Gregario Modrego, mano
derecha del cardenal Gomá como obispo auxiliar suyo y
que
jugó un papel de primer orden en la orgarúzación de los cape­
llanes castrenses, Víctor Montserrat, turbio personaje de decidida
actuación antinadonal, Casimiro Morcillo, después arzobispo de
Madrid, el célebre jesuita Sisinio Nevares, Salvador Nonell, cantor
de las gestas del tercio de Montserrat, Marcelino Olaechea, enton­
ces obispo de Pamplona, Miguel Oltra
OFM, que continuaría sus
lealtades
al frente de la Hermandad Sacerdotal Española, Alberto
Onaindía, figura capital en el separatismo vasco, su hermano
Celestino, fusilado por los nacionales, José Otano, también fusila­
do,
Paulina Pedret, José Peñagaricano, Francisco Peralta, luego
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obispo de Vitoria, donde seguramente sufrió más que en el frente,
lo que le llevó a anticipar su renuncia, Fray Justo Pérez de Urbe!
OSB, aguerrido falangista que no gozaba de las simpatías de
Gomá, Justo Ponce de León
SJ, que enardecía con sus prédicas reli­
gioso-patrióticas a los alféreces provisionales de la Academia de
Granada, el pintoresco capuchino
Revilla, fusilado por los naciona­
les
en Burgos, Pedro Ribot, después destacado antifranquista, mi
buen amigo José Ricart, entonces sólo seminarista y después cono­
cido escritor y predicador,
en la guerra más bien debía figurar entre
los pasivos, estuvo incluso condenado a muerte, que entre los acti­
vos, Antonio Rodilla Zanón, que dejó imborrable recuerdo
en
Valencia, el ilustre escritor Gregario Rodriguez de Yurre, el enton­
ces seminarista y después obispo
Maximino Romero de Lema,
cuyas ideas cambiaron algo más tarde, José Sagarna, fusilado por
los nacionales, Casirniro Sánchez Aliseda, Cecilia Santiago Cornejo,
conocidísimo posteriormente
en Madrid, el famoso teólogo domi­
nico Emilio Sauras, Francisco Sureda Blanes, Angel Temiño, más
tarde obispo de Orense,
Juan Tusquets, el incansable campeón
contra la masonería, Teófilo Urdánoz
OP, una de las lumbreras de
la Orden, León Urtiaga, también fusilado, César
Vaca OSA, también
figura ilustre de los agustinos, Herrnenegildo
Val SJ, medalla mili­
tar individual, Enrique Vázquez Camarasa que pese a su
no herói­
ca visita
al Alcázar de Toledo sitiado, que mancha su figura, no
fue un mal sacerdote, Mariano Vega Mestre, obispo después de
Mondoñedo, Félix Verdasca, de increíbles aventuras
en el Madrid
"rojo", Joan Vilar Costa, otro de los escasos sacerdotes contrarios
al
Alzamiento, Fermín Yzurdiaga, exaltado falangista que causó no
pocos quebraderos de cabeza a la jerarquía ...
Esta cala, entre los centenares y centenares de nombres rela­
cionados, que es sin duda el gran trabajo de Tovar, habrá sin
duda comprendido el lector que
no es homogénea. Muchos nom­
bres
son de figuras innegables de la Iglesia hispana, otros los
hemos traído sólo
por el hecho desgraciado de su fusilamiento.
Sin
él hubieran pasado absolutamente desapercibidos por la his­
toria. Unos pobres, y buenos, curas de pueblo. A los
que el
nacionalismo les cegó. Como también cegó a sus ejecutores la
tragedia del momento. Tovar
no oculta nunca lo que pudieran
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tener de bueno estos sacerdotes. A Algunos su obispo Múgica, ya
en el destierro, los calificó de beneméritos. De Arin aduce un tes­
timonio que, a pesar de reflejar su antiespañolismo enfermizo,
añade que "era
de vida, salvo en esto, intachable". El obispo
niega incluso el antiespañolismo del sacerdote. _Ariztimuño era el
único con entidad intelectual propia. Todos coinciden
en que era
un buen clérigo. Se trata, sin duda, de un episodio desgraciado,
inevitable
en toda contienda de la magnitud de la nuestra. La tra­
gedia
de estos sacerdotes, que nunca debieron ser ejecutados,
está
en el error del bando elegido. Los del otro están, o estarán,
muchos de ellos,
en los altares. Ante toda la Cristiandad. De estos
sólo se acordarán los nacionalistos vascos. No fueron muertos
por odio a la religión. Y otra consideración inevitable. Menos de
veinte, incluyendo a los que no eran vascos, frente a casi siete
mil. Hay una pequeña diferencia.
Pero el libro
de Tovar contiene bastante más que este traba­
jo recopilador de nombres y de historias que, repito, nos parece
importantísimo.
El capítulo I de la primera parte (págs. 13-77) es,
diríamos, el más teórico o "filosófico". Para Tovar
la guerra fue,
sin duda, una "Cruzada", es más, cree
que ha sido la última cru­
zada y a probarlo lo dedica. Coincido absolutamente
con él en lo
sustantivo: fue cruzada. Tengo mis reservas
en la nonada: fue la
última.
Sus afirmaciones sobre la guerra moderna, muy influidas
por declaraciones pontificias, son muy dignas de consideración
pero no me parecen apodícticas. Cabe, en algún momento de la
historia, otra cruzada. Yo tengo para mí, es sólo una intuición,
que pese a recientes declaraciones de mi admirado Juan Pablo II,
habrá
en este siglo, o en el que viene, o en el otro, un Papa que
tal vez con Roma sitiada por el Islam y parte de Europa ocupada
por la Media Luna, convocará a la Cristiandad o a lo que quede
de ella, a una nueva Cruzada, a una guerra santa, en la que se
volverá a matar en nombre de Dios. Claro que la religión de
Cristo
es una religión de paz. Claro que el mandato de Cristo es
un mandato de amor. Pero el amor y la paz en ocasiones nece­
sitan de la guerra. Por eso puede haber otra cruzada. Discrepan­
cia mínima con Tovar y sobre un futurible. En nada altera mi
admiración
por el libro.
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Ya he dicho que la obra está escrita con una sorprendente
imparcialidad. Aunque quizá
no sea esta la palabra adecuada
pues el autor es muy parcial. Es de una parte, está con una parte.
Pero también está muy distante
de todo maniqueísmo. No hay
sólo
buenos y sólo malos. Entre los buenos hubo mal, aunque
sobreabundó el bien. Y entre los malos
hubo bien, aunque sobre­
abundó, y hasta
que extremos, el mal. Y lo señala sin reparo
alguno. Esto le da al libro
un aspecto de imparcialidad más que
notable aunque, repito, no es imparcial, es verdadero. Lo que es
mucho más importante.
Y, dentro de ese estilo, para probar que fue cruzada, recurre
a
un método que no es el habitual. Responde a las objeciones
que se han puesto a la cruzada cogiendo verdaderamente
el toro
por los cuernos. Las atrocidades cometidas en el bando nacional
con especial referencia a Badajoz y Málaga y a los fusilamientos
y "paseos" de la retaguardia. Creo
que los sitúa en su verdadera
dimensión. Fueron lamentables, fueron exagerados
por la otra
parte, entonces y sobre todo después, fueron inevitables en una
guerra horrorosa en la que la condición humana, al lado de hero­
ísmos sin cuento, de actos de caridad hermosísimos, conoce tam­
bién de cñmenes y bajezas. Eso ocurrió en todas las "cruzadas".
Nunca se predicó la santidad de todos los "cruzados". En todas
las cruzadas
hubo crimen y barbarie. Y santos.
¿Qué hicieron los curas ante la guerra? En
un bando morir.
Dando
un ejemplo que parece increíble por su magnitud y su
unanimidad. Fue
una de las gestas más gloriosas de una Iglesia
llena
de gloria. Aun considerando los veinte siglos de existencia
de
la misma. La Iglesia no hizo nada para evitar la guerra pero es
que
no tuvo la menor posibilidad para ello. La conspiración mili­
tar la tuvo totahnente al margen. No es que no supieran ni el día
ni la hora, que no lo supieron, como mucho se imaginaban que
algo tendña que pasar porque asi no se podía vivir. ¿Después?
Toda ella, las excepciones, salvo
en Vizcaya y Guipúzcoa, fueron
tan minimas que ni siquiera cabe considerarlas, se volcó
con el
bando nacional, impetrando su victoria y celebrando los jalones
de la misma. ¿Cabe otra postura? ¿Sabiendo que la otra supondria
la muerte de la Iglesia? La muerte, total, absoluta. Ya no habria
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Iglesia, ya no habría curas, ya no habría nada ... ¿Pudieron hacer
más para evitar venganzas y represalias
en retaguardia? Tovar no
entra en pormenores, que duplicarían el número de páginas del
ya voluminoso libro, pero parece inclinarse a
que si: "esto de las
represalias
en la zona nacional y la actitud cobarde de algunos
miembros de la Iglesia son bazas perdidas y restan brillo a la
Cruzada" (pág. 32). Realmente sorprende
la sinceridad de este
sacerdote
por otra parte absolutamente comprometido con la causa.
El argumento de la rebelión contra la autoridad constituida,
decir legítima me parece excesivo, es totalmente endeble. Sobre
todo teniendo
en cuenta que el otro bando había hecho caso
omiso de él
en 1934. Aunque ahora, con hipocresía digna de
mejor causa, algunos recurren a él. Tovar también lo considera si
bien con la brevedad que la objeción merece.
Más atención dedica al retraso
en el reconocimiento vaticano.
La causa fundamental para el autor estuvo en el recelo de Plo XI
ante la posibilidad del nacimiento de un nuevo régimen nazi o
fascista. Unido a la tradicional prudencia
de la diplomacia vatica­
na.
El papel del almirante Canaris, en quien España tuvo siempre
un decidido valedor, queda suficientemente de relieve. El apoyo
de las potencias del
Eje, la intervención en la guerra de los
moros, la presencia de masones en el Movimiento ... son asimis­
mo considerados por Tovar.
¿Matar en nombre de Cristo? Esta objeción es nueva pero
como el libro es actualísimo está recogida por el autor. Que cree
es la más importante. No
nos extraña dada la eclesialidad de
Tovar que va mucho más allá del hecho de ser sacerdote.
Su
argumentación es de las más débiles. Le ata su fidelidad al Papa
actualmente reinante. Llevada al extremo la argumentación del
Pontffice no hubo Cruzadas. Todas fueron un gran error. Pues
muy bien.
La nuestra fue como aquellas. Aquellas que los Papas,
tan Papas como el actual, bendecían y alentaban. Cruzada fue
pues. ¿Qué
no debió darse? ¿Qué nuestros mayores en vez de
combatir
por salvar a España y a la Iglesia debieron dejar que
murieran ambas? Es otra cuestión. En la· que no vamos a entrar.
Aunque por otra parte estamos seguros de que no es ese el pen­
samiento del Pontífice. Hay palabras altisonantes, buenas o que
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se creen buenas para momentos concretos de la historia, y luego
está el transcurrir
de la misma y las necesidades del momento. Y
también está la potestad definitoria del Papa
en materia de fe y
de costumbres y las opiniones particulares de cada Pontífice. Y
las aplicaciones concretas
de los principios generales. No mata­
rás. Pero nadie discute
la legitimidad y el deber del padre de
familia que mata a quien viene, a asesinar a su mujer y a sus hijos.
O la del policía que dispara sobre el asesino que está matando a
unos inocentes. Y San Fernando. Y San
Luis. Y Santa Juana de
Arco. Y San Casimiro de Polonia .... Hasta es posible que Juan
Pablo
II haya elevado a los altares, entre los tantísimos santos y
beatos
que ha proclamado, a alguno que haya estado en el
campo de batalla o haya animado o bendecido a los guerreros.
No
ha sido la historia de Polonia, de su amada Polonia, precisa­
mente
una historia de paz.
El capitulo II, .muy breve (págs. 61-77) sobre la santidad en
el Ejército es flojo. Aunque interesante. El tercero, sobre la juris­
dicción castrense (págs. 81-137) es
en parte técnico, si bien con­
tiene informaciones de gran interés sobre la actuación de Gomá,
a quien el Vaticano encargó
tal jurisdicción, que tenía enormes
reservas sobre los castrenses y que tuvo que resolver, con vaci­
laciones y retrasos, una enorme necesidad del momento: la aten­
ción espiritual a los combatientes.
El análisis que hace del clero del momento en el que se pro­
dujo la guerra me parece
de una lucidez meridiana. Ha circulado
la imagen de un sacerdote "desertor del arado", ignorante, zafio,
adocenado,
medio brutalizado en parroquias rurales, vago, inte­
resado e incluso avaricioso, entregado a los ricos, temeroso del
obispo que actuaba mucho más como un señor feudal que como
un padre ... Y algunos informes y declaraciones surgidos de la
misma Iglesia parecen refrendar este tipo sacerdotal,
poco atrac­
tivo y hasta
en ocasiones repelente. Tovar, y creo que con toda
razón, pulveriza esa imagen.
El argumento definitivo es el testi­
monio martirial
que dieron, salvo contadisimas excepciones, de­
mostrando unas virtudes sacerdotales acrisoladas. Quien desem­
peñaba un puesto sin vocación, para ganarse el sustento, entre­
gado al cacique de turno, pensando sólo en el enriquecimiento
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material, hubiera corrido a la apostasía para salvar la vida como
en tantos casos se les ofreció. Y ocurrió todo lo contrario. Son
páginas bellísimas y definitivas. No era aquel el sacerdote de
1936 aunque no todo fueran luces. Y como el autor no tiene
pelos
en la lengua refleja también las sombras que indudable­
mente existieron. Pero
que no entenebrecen la figura sacerdotal
de la época. Me parece
un importantísimo capitulo.
El capellán castrense, sus vicisitudes, sus afanes y sus gestas
en la atención espiritual al combatiente son objeto del capítulo
siguiente (págs. 187-241). Una vez más luces y sombras. Pero las
luces
son esplendorosas y las sombras escasas. Hay nombres de
auténtica epopeya: Huidobro, Caballero, el "páter Manolo", Car­
bajo, Cepeda
Vida!, Duprado, Núñez Martín, Lezaún Armendáriz,
el
P. Comesaña, Val, Lamamié de Clairac... De epopeya sacerdo­
tal y humana. Y
mil casos más de otros excelentes sacerdotes que
desempeñaron perfectamente su dificil y arriesgada misión.
El capitulo V1 está dedicado al clero vasco, con especial
detención
en la figura del canónigo Alberto Onaindía. También
sumamente interesante (págs. 245-305). Cierra
el tema el análisis
de la postguerra hasta nuestros días.
Es el capitulo de la decep­
ción tras unos primeros años de euforia religiosa. Podria resu­
mirlo el título del libro
que escribió el canónigo de Vitoria y que­
ridisimo amigo
D. Luis Madrid Corcuera: Historia de un gran
amor a la
Iglesia no correspondido. "¿Si un hijo pide pan, qué
padre le dará una piedra?" Piedras, incluso adoquines, dio la
Iglesia española a unos ancianos y excelentes sacerdotes
que
habían consumido sus vidas en el amor a la Iglesia. Es una de
las páginas más negras
de nuestra Iglesia la que escribieron con­
juntamente Tarancón,
Díaz Merchán, Dadaglio, Osés... Era la
hora del desagradecimiento y de la falta de caridad.
La hora de
los abrazos a los clérigos
que corrían a la secularización y de la
bofetada a los fieles.
"¿Si he obrado mal, dime en qué? ¿Si no,
porqué me golpeas?" Dios Nuestro Señor, Padre amoroso, ha
recibido ya, con abrazo entrañable, a la mayorfa de aquellos
excelentes sacerdotes. Sus verdugos también han comparecido
ya, en buena parte, ante el supremo Tribunal de Dios. ¡Qué tre­
menda carga en sus conciencias!
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libro muy importante. Cuya lectura recomendamos. ¿Defectos?
No se los encontramos.
Tal vez uno de índole formal y \le escaslsi­
ma entidad. Lo apretado de la impresión. Apenas hay márgenes. Se
nos antoja que, tratándose de una editorial modesta ha querido
ahorrar páginas reduciendo márgenes.
Y, con tantos miles de nom­
bres, era imposible que
no se deslizara algún error. El propio autor
lo reconoce y pide correcciones con vistas a una posíble nueva edi­
ción. Yo apenas las he encontrado y alguno de ellos es pura errata
de imprenta como llamar Teófico
al dominico Teófilo Urdánoz. Un
lapsus, en cambio, es considerar a mosén José Ricart Torrents vica­
rio en la clandestinidad en Barrelona cuando en aquellos tiempos·
sólo era seminarista (pág. 38).
El mismo Tovar atribuye el cargo, en
otra página, a quien verdaderamente lo desempeñaba, don José
Torrents Lloveras (pág. 303). Minucias que
en nada empañan un
empeño colosal que Tovar ha conducido espléndidamente.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA C!GOJSíA
M. ª Rosa de Madariaga: LOS MOROS
QUE TRAJO FRANCO(~
l. Introducción
La época actual se caracteriza por la abundancia de conti­
nente
con poco contenido, como decla D. Alberto Galarreta para­
fraseando a Ortega y aplicándolo a los medios de comunicación.
Efectivamente, en todos los campos de la comunicación,
desde la industria editorial hasta la televisión, pasando por la
radio o la prensa,
uno de los mejores medios de ocultar y mani­
pular la información
-sin que sea preciso tergiversarla burda­
mente como resulta frecuente y
pone de manifiesto J ean Fran~ois
Revel en El conocimiento inútil-es aplastar al sujeto con una
superabundancia de información anodina, cuando no sesgada,
('') Ediciones Martínez Roca, S. A., Barcelona, 2002.
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