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Número 341-342

Serie XXXV

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Deberes y derechos de las naciones. Comentario al discurso de Juan Pablo II en la ONU

DEBERES Y DERECHOS DE LAS NACIONES
COMENTARIO AL DISCURSO DE JUAN PABLO II
EN LA 0.N.U.
POR
VICTORINO RODRÍGUEZ, o. P.
l. Una gran lección de Etica Política
Con ocasión del quincuagésimo aniversario de la fundación
de la Organización de
las Naciones Unidas (0.N.U.), 1945-1995,
el Papa Juan Pablo II fue invitado a tomar parte en su L
Asamblea General, en
la que pronunció, el 5 de octubre de 1995,
un largo
y denso discurso, que merece atenta lectura y un co­
mentario de síntesis y subrayados.
El Papa no centra su reflexión «en cuestiones específicas
sociales, políticas o económicas»1; se atiene a su «misión especl~
ficamente espiritual que le hace mirar solícitamente al bien inte­
gral de cada ser humano» (n. 1
). No se dirige al conjunto de los
Estados
o a la Communitas Orbis abstractamente, sino «a toda
la familia de los pueblos de la tierra» (n. 1). Esta visión de la
Humanidad o comunidad de los pueblos como
Familia, funda­
menta o compendia, según
se mire, el espíritu y sentido de este
gran discurso. Abordar
el tema de las relaciones sociales y polí­
ticas en clave de familia es una constante del magisterio de Juan
Pablo
II. Y, aunque se dirigía a los representantes de todos los
Estados, cristianos
y no cristianos, no podía menos de aludir al
singular valor
que tiene en el cristianismo la familia, de resonan­
cias trascendentes y trinitarias. Lo había profundizado reciente­
mente en la Carta Apost6lica a las Familias, del 2 de febrero de
1994, con ocasión del
Año Internacional de la Familia, proda-
Verbo, núm. 341-342 (1996), 11-24 11
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
mado precisamente por la ON.U., aspecto que yo mismo glosé
en su día:
«La familia, camino de la Iglesia» (Carta, n. 2), puede enten­
derse
como un trasunto de la comunión trinitaria de las Divinas
Personas, y de la comunión Cristo-Iglesia de que
nos habla San
Pablo. Algunos comentaristas
de la nartación del Génesis, entre
ellos Juan Pablo
II, quieren vislumbrar en el «hagamos» del
texto una alusión trinitaria. «A la luz del Nuevo Testamento es
posible descubrir que
el modelo originario de la familia hay que
buscarlo en Dios mismo, en
el misterio trinitario de su vida. El
«nosotros» divino constituye el modelo eterno del «nosotros» hu­
mano; ante todo de aquel «nosotros» que está formado por el
hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza divina. Las
palabras del libro del Génesis contienen aquella verdad sobre el
hombre que concuerda con la experiencia misma
de la humani­
dad» (n. 8).
Asimilación
más explícita a la vida trinitaria la logra la fami­
lia en la práctica de la verdad y de la caridad: «El Señor, cuando
ruega
al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos
uno (Jn. 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón
humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión
de las per­
,sonas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en
la caridad. Esra semejanza demuestra que el hombre, única cria­
tura terrestre a la que Dios ha amad.o por sí mismo, nd puede
encontrar su propia plenitud si no
es en la entrega sincera de
sí mismo a
los demás» (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes,
n. 24 ). Esta condición del hombre de ser por sí y por los demás,
nd anula su destino a la vida divina: «El Concilio, al afirmar que
el hombre es la única criatura sobre la tierra amada por Dios por
s! misma, dice a continuación que él no puede encontrarse ple­
namente a sí mismo sino ·en la entrega sincera de sí mismo. Esto
podría parecer una contradicción, pero no lo es absolutamente.
Es,
más bien, la gran y maravillosa paradoja de la existencia hu­
mana ; una existencia llamada a servir a la verdad en el amor.
El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sin­
cera de sí mismo. Amor significa dar y recibir lo que no se puede
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DEBERES Y DERECHOS DE LAS NACIONES
comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente»
(Carta, n. 11) [Año de la Familia, en «VERBO», n. 327 (1994),
págs. 699-700).
Ante las Naciones Unidas Juan Pablo
II echa de menos una
Declaración Universal de los Derechos
de las Naciones, análoga
a la Declaración Universal de los Derechos
del Hombre, de 1948:
«La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, adopta­
da en
1948, ha tratado de manera elocuente de los derechos de
las personas, pero todavía no hay un análogo acnerdo internacio­
nal que afronte de modo adecuado los Derechos de las Naciones.
Se trata de una situación que debe ser considerada atentamente,
por las urgentes cuestiones que conlleva acerca
de la justicia y la
libertad en el mundo contemporáneo» (n. 6). A este respecto,
Juan Pablo
U invita a «ponderar, como había hecho Benedic­
to XV, el 28 de julio de 1915, durante la Primera Guerra Mun­
dial, con conciencia serena los derechos y justas aspiraciones de
los pueblos» (n. 6).
Al sugerir una adecuada Declaración
de los Derechos de las
Naciones, cuya fundamentación ética empieza a sentar en este
discurso, Juan Pablo
U no se olvida de los Deberes; debe tra­
tarse
_de una Declaración Universal de los Deberes y Derechos
de
las Naciones, superando así la correlativa deficiencia de la
Declaración de los Derechos del Hombre de 1948. No señala
esta nota negativa
de aquella Declaraci6n, . pero sí la_ supera en
su
propia aportación. Habla, efectivamente, de «una fuerte con­
ciencia· de los deberes que unas naciones tienen con otras y con
la
Humanidad entera. El primero de-todos es, ciertamente, el
deber de vivir con una actitud de paz, de respeto y de solidari­
dad con las otras naciones. De este modo
el ejercicio de los
derechos de las naciones, equilibrado pot la ·afirmaci6n y la prác­
tica de los deberes, promueve un fecundo intercambio de dones,
que refuerza la unidad entre todos los hombres» (n. 8). En el
estudio que hice
hace ÍlllOS años sobre esta Declaración de 1948,
señalé en detalle esta grave omisión .. Como recordaba entoncés
con Juan XXIII, «los derechos naturales están unidos · en el
hombre que
los posee con otros tantos deberes, y unos y otros
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VlCTORINO-RODRIGUEZ, O. P.
tienen en la ley natural, que los confiere o los impone, su origen,
mantenimiento y vigor indestructible»
(La Declaración Universal
de los Derechos del Hombre ante
la moral cat6lica, en «Estudios
de antropología teológica», Madrid, Ed. Speiro, 1991,
págs, 221
y sigs.).
Aparte de estos enfoques genetales: Familia de las Naciones,
con deberes y derechos correlativos univetsales, merecen subra­
yarse otros aspectos subyacentes
de trasfondo personal y trascen­
dente, de cara a Dios y a
la ley natural, también omitidos en la
Declaración de la O.N.U. de 1948.
2. La dignidad de la persona
Es éste el valor más proclamado y reivindicado por Juan
Pablo
lI en sus alocuciones, discursos, exhortaciones apostólicas
y encíclicas. En el reciente Discurso en el XXX anivetsario de
la constitución pastoral
Gaudium et SPf!S, del 8 de noviembre
de
1995, nos dice que esta constitución, en cuya elaboración él
trabajó muy directamente siendo obispo de Cracovia, es «una
especie de
Carta Magna de la dignidad humana» (0. R., 17-XI-
1995, n. 9,
pág. 8). «Estoy ante ustedes como un testigo: testigo
de
la dignidad del hombre, testigo de la esperanza» (n. 17).
También la O.N.U. en sus orígenes
habla tenido conciencia de
la dignidad humana: «Fue precisamente la barbarie con'letida
contra la dignidad humana lo que llevó a la Organización de las
Naciones Unidas a formular, apenas tres años después de su
cons­
titución, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre,
que continúa
siendo en nuestro tiempo una de las más altas ex­
presiones de la conciencia humana» (n. 2). «El totalitarismo mo­
detno ha sido, antes que nada, una opresión a la dignidad de la
persona» (n. 4).
Se parte, pues, de «la visión del hombre como persona inte­
ligente y libre, depositaria de
un mistetio que la trasciende, do­
tada de la capacidad de reflexionar y de elegir y, por tanto, capaz
de sabiduría y de virtud» (n. 4 ),
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DEBERES Y DERECHOS DE LAS NACIONES
3. La búsqueda de la. libertad
«Esta búsqueda universal de libertad es verdaderamente una
de las características que distinguen nuestro tiempo» (n. 2), si
bien
«es una de las grandes dimensiones de la historia del · hom,
bre» (n.

2),
y «tiene su fundamento en aquellos derechos univer­
sales de los que el hombre goza por el simple hecho de serlo»
(n. 2). «La búsqueda
de la libertad es una exigencia ineludible
que brota del reconocimiento de la inestimable dignidad
y valor
de la
persona humana, y acompaña siempre el compromiso de
su favor» (n. 4).
4. Libertad en la verdad
Este había sido el tema central de la gran encíclica Veritatis
splendor, del 6 de agosto de 1993. La libertad en la verdad es
ciertamente· un valor fundamental de la vida comunitaria de las
naciones,
pero antes es un valor individual d personal.
«La libertad no es simplemente ausencia de tiranía o de opre­
sión, ni es licencia para hacer todo lo que se quiera. La libertad
posee una
l6gica interna que la califica y la ennoblece: está or­
denada a la verdad
y se realiza en la búsqueda y en el cnmpli­
miento de la verdad.
Separada de la verdad de lá persona hu­
mana, la libertad decae en la vida individua] en libertinaje
y en
la vida política en la arbitrariedad de los más fuertes y en la
arrogancia del poder. Por eso, lejos de ser una limitación o
ame­
naza a la libertad, la referencia a la verdad sobre e] hombre
-verdad que puede ser conocida universalmente gracias a la ley
moral inscrita en el corazón de cada
uno-es, en realidad, la
garantía del futuro de la libertad» (n. 12).
«La verdad sobre el
hombre
es el criterio inmutable con el que todas las culturas son
juzgadas» (n. 10).
lJ
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VICTORINO RODRIGUEZ. O. P.
5. La verdad sobre lo bueno n honesto
La verdad sobre el hombre importa la verdad sobre su dig­
nidad, sobre su condición de ser inteligente, razonable: y libre, de
ser sociable y político, de ente moral y responsable ante su
con­
ciencia, ante la sociedad, ante la historia, ante Dios; sobre su
vinculación a la ley moral inscrita en el fondd de su corazón.
«La cuestión fundamental que hoy todos debemos afrontar
es la del uso responsable de la libertad, tanto en su dimensión
personal como social. Es necesario, por tanto, que nuestta
re­
flexión se centte sobre la cuestión de la estructura moral de la
libertad, que
es la arquitectuta interior de la cultura de la liber­
ta,!,, (n. 12). «La ley moral universal, escrita en el corazón del
hombre,
es una especie de gramática que sirve . al mundo para
afrontar esta discusión sobre su mismo futuro» (n. 3). Sin de­
cirlo expresamente, aquí el Papa subsana la gran· omisión de
la Declaración .de 1948 de aludir a la trascendencia y a la ley
de Dios que ha de regir la vida del hombre y de las Naciones.
La cultura es, efectivamente, «un modo de expresar la dimensión
.trascendente de la vida humana. El corazón de cada cultura está
constituido por su acercamiento
.al más grande· de los .misterios:
el misterio de Dios» (n. 9); El Papa no podía menos de "'consta­
tar lo importante que es preservar el derecho fundamentai ·a la
libertad de religión y a la libe:rtad de conciencia como pilares
,esenciales de la estructura de los derechos humanos y fundamen­
to de toda sociedad realmente libre» ( n. 1 O).
La prioridad del bien moral u . honesto frente al utilitarismo
petsonal,
económico y político, la subrayó muy bien el· Papa en
·este discurso, como ya había hecho en las encíclicas Centesimus
annus
(1-V-1991) y Veritatis splendor (6-VIII-1993). «Bajo est1l
perspectiva se entiende que el utilitarismo, doctrina que define
]a moralidad no erl oose a lo que es bueno, siho en base a 1ó que
aporta una ventaja, sea una amenaza a la libertad de los· ciudá­
dera cultura de
la libertad. El utilitarismo tiene consecuencias
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DEBERES Y DERECHOS DE -LAS NACIONES
políticas a menudo . negativas, porque inspira un .nacionalismo
agresivo, en base al cual el someter una nación más pequeña o
más. débil es considerado como uri bien singularmente porque
responde a los intereses nacionales. No menos graves son las
con­
secuencias del utilitarismo económico, que lleva a los países más
fuertes
·a condicionar y aprovecharse de los más débiles» (n. 13 ).
6. La verdad, la libertad y derechos-deberes
a nivel. comunitario
«Sobre este fundamento antropológico se apoyan también
los
derechos de las naciones, que no son sino los dere¡:hos hu­
manos considerados a este
específico nivel de la vida comunitaria»
(n. 8
). Aunque hoy algunos nieguen la uruversalidad de los de­
rechos hlllilanOS, así_ como triegan una natur~leza humana comlln
a todos» (n. 7), «existen· realmente unos derechos humanos uni­
versales, enraizados en la naturaleza de la persona, en los cuales
se reflejan las
exigencias objetivas e imprescindibles de una ley
moral universal. Lejos de ser afirmaciones abstractas, estos dere­
chos nos dicen más bien algo importante sobre la vida concreta
de cada hombre y de cada
grupo social. Nos ·recuerdan también
que no vivimos en un mundo irracional o sin sentido, sino que,
por el contrario, hay una l6gica moral que ilumioa la existencia
humana
y hace posible el diálogo entre · los hombres y entre los
pueblos» (n. 3
).
Estos derechos humanos de las naciones implican o conllevan
los .correlativos deberes de las naciones, análogos a los derechos
y deberes individuales. El Papa proclama estos deberes de las
naciones superando el silencio sobre
los deberes del hombre en
la Declaración de la O.N.U. de 1948 (pues
allí sólo en el art.
29,l, se habla de deberes ·del hombre para con .la comurudad),
y ateruéndose a la Carta de las Naciones Unidas: «Es imposible
no ver la coincidencia entre los valores que han inspirado aque­
llos movimientos .populares de liberación
y, muchas de lás obliga­
ciones morales escritas en la Carta de las Naciones Unidas. Píen-
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YICTORINO RODRIGUEZ. O. P.
so, por ejemplo, en la obligaci6n de reafirmar la fe en los dere­
chos fundamentales del hombre,
en la dignidad y el valor de la
persona .humana; como también
el deber de promover el pro­
greso social y elevar el nivel de vida dentro de un concepto más
amplio de libertad» (n. 4
). También hablaba la Carta -recuerda
el Papa en el núm. 5-del «compromiso moral ( = deber) de
defender a cada naci6n
y cultura de agresiones injustas y vio­
lentas».
Sí, derechos y deberes. «Pero si los derecho, de las naciones
expresan las exigencias citadas de la particularidad, no es menos
importante subrayar las exigencias de la universalidad expresadas
a través de una fuerte conciencia de los deberes que unas nacio·
nes tienen eón otras y con la Humanidad entera. El primero de
todos,
el deber de vivir con una actitud de paz, de respeto y de
solidaridad con las otras naciones.
De este modo el ejercicio de
los
derechos de las naciones, equilibrado por la afirmaci6n y la
práctica de los
deberes promueve intercambio de dones, que re­
fuerza la unidad de todos los hombres» (n. 8).
7. Deberes y derechos concretos fundamentales
de las Naciones
«Presupuesto de los demás derechos de una naci6n. es cier­
tamente su derecho a la exist.encitJ; · nadie, pues ~un· Estado,
otra nación o una organización internacional-puede pensar le­
gítimamente que una nación no
sea digna de existir. Este derecho
fundamental a la existencia no exige necesariamente
una sobera­
nía estatal, siendo posibles diversas formas de agregación jurídica
entre diferentes naciones, como sucede, por ejemplo, en los ·Es·
tados federales, en las Confederaciones, o en Estados· caracteriza­
dos por amplias autonomías regionales; Puede haber circunstan­
cias hist6ricas en las que. agregaciones distintas de una soberanía
estatal sean incluso aconsejables,
pero con la condición de que
eso suceda en un clima de verdadera libertad, garantizada por el
ejercicio de la autodeterminación de
los pueblos. El derecho a la
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DEBERES Y DERECHOS DE LAS NACIONES
existencia implica naturalmente para cada nación, también el
derecho a la propia lengua y cultura, mediante las cuales un
pueblo expresa y promueve lo que llamaría su originaria sobera­
nla espiritual. La · historia demuestra que en circunstancias extre­
mas ( como aquellas que se han visto en la tierra donde he naci­
do),
es precisamente su misma cultura lo que permite a una na­
ción sobrevivir a la pérdida de la propia independencia política
y económica. Toda nación tiene también, consiguientemente, de­
recho a modelar su vida según las propias tradiciones, excluyendo,
naturalmente, toda violación
de los derechos humanos fundamen­
tales
y, en particular, la opresión de las minorías. Cada nación
tiene el derecho de constn1ir el propio futuro
proporcionando a
las generaciones
más jóvenes una educación adecnada» (n. 8).
8. Ni nacionalismo exa~erbado ni cosmopolitismo
indiferenciado
El derecho de cada nación a existir, a sobrevivir y a desarro­
llarse cultural, económica
y políticamente de acuerdo con su per­
sonalidad, histórica o adventicia, tiene que compaginarse con el
derecho de las demás naciones y de la comunidad internacional.
En ello
hay riesgo de tensiones y no es fácil el equilibrio. El
Papa ha matizado muy bien este contraste de
particularidad y
universalidad. «El problema de las nacionalidades se sitúa hoy
en un nuevo horizonte mundial, caracterizado por una fuerte mo­
vilidad, que hace los mismos confines étnico-culturales de los
diversos pueblos cada vez menos definidos, debido
al impulso
de múltiples dinamismos como las migraciones, los medios de
comunicación social
y la mundialización de la economía. Sin em­
bargo, en este horizonte de universalidad vemos precisamente
surgir con fuerza
la acción de los particularismos étnico-culturales,·
casi como una necesidad impetuosa de identidad y de supervi­
vencia, una especie de contrapeso a las tendencias homologado­
ras. Es un
dato que no se debe infravalorar, como si fuera un
simple residuo del pasado, éste requiere
más bien ser analizado,
para una reflexión profunda a nivel antropológico y ético-jurídico.
¡9·
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VICTORJNO RODRIGUEZ, O. P.
Esta tensión entre particular y universal se puede considerar
inmanente al ser humano.
La natutaleza común mueve a los hom­
bres a sentirse, tal comd son, miembros de una única gran fami­
lia. Pero por la concreta historicidad de esa misma naturaleza,
están necesariamente ligados de un modo más intenso a grupos
humanos concretos ; ante todo la familia, después los varios grn­
pos de pertenencia hasta
el conjunto del respectivo grnpo étnico­
cultural, que, no por casualidad indicado con el término nación
evoca el nacer, mientras que indicado con el término patria ( «fat­
herland»
), evoca la realidad de la misma familia. La condición
humana se sitúa as! entre estos dos polos -la universalidad y la
particularidad-en tensión vital entre ellos; tensión inevitable,
pero especialmente fecunda si
se vive con sereno equilibrio»
(n. 7).
En el Discurso se hace alusión al «.nacionalismo exacerbado»
con propensión
al totalitarismo o al fundamentalismo de. matiz
religioso:
«Es necesario aclarar la divergencia esencial entre una
forma peligrosa de nacionalismo, que predica
el desprecio por
las otras naciones o culturas, y el patriotismo, que es, en cambio,
el justo amor por el propio país de origen.
El verdadero patriotismo nunca trata de promover el bien
de la
propia nación· en perjuicio de otras. En efecto, esto termi­
narla por acarrear daño también a la propia nación, produciendo
efectos perniciosos tanto para el agresor como para la víctima.
El nacionalismo, especialmente en
sus expresiones más radicales,
se opbne por tanto al verdadero patriotismo, y hoy debemos em­
peñamos en hacer que el nacionalismo exacerbado no continúe
proponiendo con formas nuevas
las aberraciones del totalitarismo.
Es un compromiso que vale, obviamente, incluso cuando
se asu­
me, como fundamento del nacionalismo, el mismo principio re­
ligioso, como por desgracia sucede en ciertas manifestaciones del
llamado fundamentalismo» (n.
11):
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DEBERES Y DERECHOS DE LAS NACIONES
9. Humanización de los :deberes-derechos de las Naciones en
relaciones de amistad ·y de Civilización del amor
Para mantener la Paz entre las naciones la O.N.U. pensó en
la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, cuyo valor
tiene a bien reconocer Juan Pablo
II en su Discurso, pues «con'
tinúa ,sierido en nuestro tiempo uná de las más .altas expresiones
de la conciencia humana» (n. 2). No obstante, cuando el Papa
tocó o toca
el tema de la · P~, lo· mismo que había hecho
Juan
XXIII en la Pacem in terris, no se limita a simples enun­
ciados; apunta a
sus fundamentos que son la verdad, la libertad,
la ¡usticia y el amor. La vigencia de los Deberes-Derechos de las
Nacione.5, para ser. auténticamente humanas y consistentes, más
que en una legalidad o convención de utilidad común, .ha. de fun­
darse en la amistad, en la solidaridad, en Ia civilización del amor.
Es verdad que la O.N.U. en
la Cartá de las Naciones Unidas «las
compromete, como recuerda el Papa (n. 15), a fomentar entre
las .naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al prin­
cipid de la igualdad de derechos y al de la libre determinación
de los pueblos»
(art. 2, 2). «Es necesario -dice el Papa a su
vez-que en el panorama económico internacional se imponga
una ética de la solidaridad, si se, quiere que la participación, el
crecimiento económico
y una justa distribución de los bienes
caractericen el
futuro de la humanidad» (n. 13 ).
«Es· necesario que la Organización de las. Naciones Unidas
se eleve cada vez. más de la fría . tzonclici6n de institución de tipo
administrativo a
]j¡ de centro moral;. en el que todas l~s naciones
del mundo
se sientan como en su casa, desarrollando la concien­
cia común de ser, por
.asÍ' decir, una familia de naciones. El con­
cepto de familia evoca inmediatamente algo que va más allá de
las
simples relaciones funcionales o de · la mera convergencia de
intereses.
La familia es, por su naturaleza, una comunidad fun­
dada en la
confianza recíproca, en el apoyo .mutuo y en el respeto
sincero. En una auténtica
familia no existe el dominio de. los
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VICTORINO RODRIGUEZ, O. P.
fuertes; al contrario, los miembros más débiles son, precisamente
por su debilidad, doblemente acogidos y ayudados.
Son éstos, trasladados al nivel de la familia de las naciones,
los sentimientos que deben construir, antes aún del mero derecho,
las relaciones entre los pueblos.
La O.N.U. tiene el cometido
histórico, quizá epoca!, de favorecer este salto
de cualidad de la
vida internacional, no s6lo actuando como centro de mediaci6n,
sino también promoviendo aquellas acÚtudes, valores e iniciativas
concretas de solidaridad que sean capaces de elevar las relacio­
nes entre las naciones desde el nivel organizativo al, por así decir,
orgánico; desde la simple existencia con a la existencia para con
los otros,
en un fecundo cambio de dones, ventajoso sobre todo
para las naciones.
más débiles, pero en definitiva favorecedor de
bienestar para todos» (n. 14 ).
«La respuesta al miedo que ofusca la existencia hum.ana al
final del siglo es el esfuerzo común por construir la civilización
del amor, fundada en los valores universa1es de la paz, de la
solidaridad, de la justicia y de la libertad. y el alma de la civi­
lización del amor es la cultura de la libertad de los individuos y
de las naciones, vivida en una solidaridad y responsabilidad obla­
tivas» (n. 18 ).
10. Del miedo a la esperanza
La exhortación evangélica No temáis (Mt. 14, 27,; Jn. 6, 20),
tantas
veces asumida por e]Papa, la ofreció también en la O.N.U.
a la Familia
de las Naciones .. Dada la experiencia de lo que el
hombre puede dar de sí en el camino de la destrucción, el hom;
bre de la «modernidad» tiene miedd de sí mismo de cara al fu­
turo. «Una de las mayores paradojas de nuestro tiempo es que
el hombre, que ha iniciado
el período que llamamos la «moder­
nidad» con una segura afirmación de la propia madurez y
auter
nomfa,
se aproxima al final del sig!d veinte con miedo de sí
mismo, asustado por lo que él mismo es
capaz de hacer, asustado
ante
el futuro.· En realidad, la segunda mitad del siglo xx ha
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DEBERES Y DERECHOS DE LAS NACIONES
visto el fenómeno sin precedentes de. una humanidad incierta res­
pecto a la posibilidad misma de que haya un futuro, debido a
la amenaza de una guerra nuclear. Aquel peligro, gracias a Dios,
parece haberse· alejado
-y es necesario alejar con. firmeza, . a
nivel universal, todo lo que lo pueda volver a acercar, si no
reactivar-, pero permanece, sin embargo, el miedo por el fu­
turo y del futuro» (n. 16).
Juan Pablo
II anima a superar el miedd, con esperánZa y con­
fianza en el amor que Dios nos tiene y en su Providencia mise­
ricordiosa, esperánZa que ha de extenderse a la vida política e
internacional. «La Humanidad debe aprender a vencer el miedo:
Debemos aprender a no tener miedo, recuperando un espíritu de
esperanza y confianza. .
. Esperanza y confianza son
la premisa
de una actuación
respdnsable y tiene su apoyo en el íntimo san­
tuario de la conciencia, donde el hombre está solo con Dios (G.
et S., 16), y por eso mismo intuye que ¡no está solo entre los
enigmas de la existencia, porque está acompañado por el amor
del Creador.
»Esperanza y confianza podrían parecer argumentos que van
más allá de los fines de las Naciones Unidas. En realidad no es
así, porque las acciones políticas de las naciones, argumento prin­
cipal de las preocupaciones de vuestra Organización, siempre tie­
nen que ver también con la dimensión trascendente y espiritual
de la experiencia humana, y no podrían ignorarla sin perjudicar
a
la causa del hombre y de la libertad humana. Para recuperar
nuestra esperanza y confianza
al final de este siglo de sufrimien­
tos, debemos recuperar
la visión del horizonte trascendente de
posibilidades al cual tiende el espíritu humano» (n. 16).
«Estoy aquí ante ustedes como un testigo: testigo
de· la dig­
nidad del hombre, testigo de la esperanza, testigo de la convic­
ción de que
el destino de cada nación está en las manos de la
Providencia misericordiosa» (n. 17).
«Debemos vencer nuestro miedo del futuro. Pero no podre­
mos vencerlo del
todo si no es juntos. La respuesta a aquel
miedo no es la coacción, ni la represión o la imposición de un
único modelo social al mundo entero. La respuesta al miedo que
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VtCTORINO RODRIGUHZ, O. P.
ofuscá la existencia humana al final .del siglo. es el esfuerzo co­
mún por construir la civilización del amor, fundada en los va­
lores universales de la paz, de la solidaridad, de la justicia, .y de
la libertad ... No debemos tener miedo del hombre, .. Tenemos en
nosotros la capacidad de sabiduría y de virtud. Con es.tos dones,
y con
la ayuda de la gi:acia de Dios, podemos construir en el
siglo que está por llegar y para el próximo milenio una civiliza­
ción digna de la persona humana, una verdadera cultura de la
libertad» (n. 18 ).
El Papa mira con optimismo al futuro del hombre como «una
nueva primavera del espíritu humano». Así termina.
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