Índice de contenidos

Número 341-342

Serie XXXV

Volver
  • Índice

Democracia y aristocracia

DEMOCRACIA Y ARISTOCRACIA
POR
PmR PAoLo OTToNELLo (*)
Sócrates y sus discípulos, Jesús y sus discípulos, constituyen
la
más alta forma de un mismo arquetipo: el arquetipo de la
plena amistad, sobre
la que se funda una sociedad radicada en
el amor de lo verdadero. Sócrates se abstiene -también Jesús­
del discurso escrito, por amor al discurse! vivo, mediante el cual
reúne en torno a sí a los amigos del lagos ; se excluyen como
enemigos los que rechazan la más persuasiva confutación, todo
estimulante
«mitd» o parábola o ironía. El discurso de Sócrates,
al aire libre de
la plaza o del campo, es público: la reunión
amistosa lo hace culminante en privado; pero culmina también
en la paradójica privacidad de
la cárcel a la que lo envía aquel
mismo poder público en
el que, sin embargo, había participado.
El discurso socrático, el
más público, es esencialmente privado,
en tanto que
se realiza cada vez con una única persona. Sobre
todo,
es privado en cuanto que discurso solitario, tú a tú con el
espíritu divino.
El espíritu no le enseña ni le sugiere nada más
que el límite de su capacidad de verdad. Comprender este límite
comporta que el asentimiento de Sócrates al espíritu contiene por
lo menos la absoluta certeza de que decir sí a lo verdadero sólo
puede hacerse
al precio de distinguirlo siempre absolutamente
de
ld falso. Por lo tanto, Sócrates no enseña o sugiere nada a
nadie
más que el límite entre lo verdadero y lo falso. Cualquiera
de
sus interlocutores -y todos pueden llegar a serlo-se reco-
(*) Publicamos a contint18ci6n, en versión castellana de Armando Mar.
chante, ~1a relación introductOl'ia del profesor Pier Paolo Ottonello, catedrá·
tico de la Universidad de Génova, al IV Simposio del Archipiélago (12-16
de septiembre de 1995).
Verbo, núm. 341-342 (1996), 3547 35
Fundaci\363n Speiro

PIER PAOLO OTTONELLO
nocen fundamentados en este límite y, por lo tanto, todos se ven
estimulados a la confrontación y al conflicto, interior a ellos
mismos, entre lo verdadero
y lo falso. En cuanto perfecta en­
carnación del discurso, en su plenitud argumental y persuasiva,
Sócrates
se hace mediador de la verdad, la verdad del discurso
dentro del logos que
es su esencia. La palabra coherente, la cohe­
rencia es la comadrona para el parto de la verdad nunca exento
de sufrimiento
y sangre. Y toda la sangre de Sócrates, al hclarse,
nos persuade de que el veneno de la mentira, que se ha identi­
ficado con el poder público,
es capaz de matar, hasta martirizar
sin saberlo: tampoco sus jueces sabían lo que hacían; no «sabían
saber», no «comprendían» la tensión del «comprender», necios
destructores, sapientísimos hombres de
la ley pública.
La democracia ateniense y el poder del sanhedrín, oscilan
entre el comercio con
el verdadero bien común y el miedo a la
multitud, trágico equilibrio o,
más bien, compromiso, entre dos
formas de violencia. Platón sabe por ciencia
y experiencia que
democracia
y oligarquía nacen de su vicio radical: el de la vio­
lencia, el reino de la licencia. En sus acuerdos -escribe en la
República ( 492 b-d)--van «siempre exagerando con gritos y
estrépito», usando con ello el mismo lenguaje de la masa, con
lo cual tratan siempre
de tejer nuevos compromisos que ilusionen
los apetitos animales de esta « bestia grande y fuerte» para no
ser destrozados si se
oponen a ella ( 403 b-c). Con estos dos
terribles polos tienen, por tanto, que habérselas los filósofos
verdaderos, quienes, subraya constantemente Platón, son un «pe­
queñísimo número» ( 496 a-b ). Pero no creamos que se trate de
juicios pesimistas del aristocrático Platón, que había asistido a
la absolución de Anito,
el acusador de Sócrates, quien había sido
acusado de corrupción,
y «se compró al tribunal», como testimo­
nia el mismo Aristóteles (Constitución de los atenienses,' XXVII,
5). Quizá es Demóstenes el más lúcido diagnosticador de Ía situa­
ción de la democracia
de su tiempo, dominada por el «espíritu
de confrontación»
y por el tráfico comercial, en cuanto que en
ella
se vende -escribe en la Tercera Filípica, IX, 38-39-
«como en el mercado» incluso «la concordia de los ciudadanos»
36
Fundaci\363n Speiro

DEMOCRACIA Y ARISTOCRACIA
o «la hostilidad contra los tiranos y los bárbaros». Y si después
nos dedicamos a perdernos en llanto sobre nuestro presente, des·
placemos las crónicas de hoy a las escritas en la mitad del siglo v
antes de Cristo por el anónimo ateniense autor del opúsculo
La
politica ateniense: «el pueblo --escribe el anónimo-es él mis­
mo la ley» ; el sistema político vigente «permite a la canalla estar
mejor que la gente de bien»; en sus asambleas «puede levantarse
a hablar cualquier caradura
y, por lo tanto, perseguir su bien
y el de
sus similares» ; y, finalmente --<:oncluye este primer pe·
riodista independiente--, «si resulta cualquier daño de las deci·
siones tomadas por el pueblo, el pueblo denuncia que han sido
las ramas antidemocráticas de los oligarcas las que han arruinado
todo».
La «polis», al hacerse ciega a la justicia, se autodestruye y
genera la alternativa de conflicto, la guerra entre sí, o sea, entre
el poder público y todas las posibles comunidades de amistad,
o
sea los hogares, para discurrir entre sí los amigos del racioci­
cinid, es decir, el lugar donde se revela y comparte la verdad.
La
oligarquia a la cual se reduce de este modo la «polis», se
presenta en los antípodas de la aristocracia. Y muestra la natu­
raleza de toda guerra, que se revela esencialmente como el intento
por parte de un poder, que es siempre parcial, de reconocerse
como absoluto, de concebirse como voluntad de potencia,
auto­
potenciándose hasta el infinito. De hecho, es de este modo cómo
el poder genera
en su propio seno la división entre si y quienes
se obstinan en no reconocerlo como absoluto, hasta llegar a no
reconocerlo
ya como poder sino de hecho, por lo tanto, como
pura
fuerza: enemiga del derecho; derecho, enemigo a su vez
del raciocinio puro y justo. El poder, separado de
la verdad;
absolutus, inicia una dinámica de desencadenamiento de la vio­
lencia hasta la
catástrofe, hasta la autodestrucción como testimo­
nio trágico, por la vía de su aspectd negativo -el de la verdad
afirmada solo a
través de sus negaciones-desde el esplendor
de la verdad.
El poder que se autoabsolutiza es la matriz de toda forma
de guerra: porque opone e impone sólo la enemistad contra la
37
Fundaci\363n Speiro

PIER -PAOLO OTTONELLO
verdad; esta violencia se exalta al máximo después de haber pre­
viamente realizado todas las posibilidades de oponerse al único
combate necesario y constructivo ; el combate espiritual del
soli­
tario y comunitario discurrir socrático, de generamos completa­
mente en la verdad, en toda
la verdad. Vencido este enemigo,
se abre la posibilidad
de todas las guerras, es decir, del choque
multiforme entre los diversos intentos de autoabsolutizaci6n.
Nadie
es más extraño a la guerra -en todas sus formas-que
el individuo que se empeña con todas
sus fuerzas para reconocer
y realizar su propia perfecci6n, como reconocimiento de verdad
y justicia, como bien viviente y regenerador: nada es
más extrañd
a toda forma de guerra que toda sociedad que
se construya en
la
aristocracia del «razonar entre nosotros», en el mutuo y amo­
roso generarse en la verdad. Cada una de estas personas, cada
miembro de tal comunidad, puede s6lo sufrir la guerra, como
lo que está en sus antípodas en cuanto negaci6n absoluta de su
misma esencia, que
es el combate espiritual. De hecho, la guerra
nace y prolifera en cuanto
es el substraerse de modo cada vez
más profundo y amplio al mismo significado del combate espi­
ritual hasta su negaci6n total.
Por
lo tanto, la lucha substancial es entre la energía espiri­
tual y la violenta potencia del poder. Pero es una lucha total­
mente desencadenada por parte del poder:
es la lucha negativa
y destructora contra todo el desplegar de la fuerza constructora,
creadora. La
potencia del
poder por el poder no puede conocer
paces sino únicamente armisticios dirigidos a capitulaciones
más
rápidas. El combate espiritual cdnoce s6lo la paz perfecta, tanto
cuanto
más sufrida, de la propia y diaria generaci6n en la per­
fecci6n del propio «deber ser».
Queda así trazado
el perímetro del campo que constituye la
misma historia:
sus dos extremos constituyen la alternativa abso­
luta entre el poder total -total en cuanto es la forma que une
inteligencia, voluntad y vida: por
eso es poder espiritual--y el
poder parcial, o sea, todas las formas de poder que, autoabsolu­
tizándose,
intentan la salida de sus prt>pios confines hasta situar­
se fuera de todo límite. El poder espiritual potencia todas las
38
Fundaci\363n Speiro

DEMOCRACIA Y ARISTOCRACIA
energías en la unidad de combate con si mismo; en cambio, el
poder por el poder reduce infinitamente la creatividad unitaria
de las energías, desplazándolas todas hacia fuera, generando siem­
pre nuevos enemigos para destruir, como tantas contrafiguras
de las regeneradas formas del combate espiritual,
hasta redu­
cirse a puro combate
contra si mismo hasta llegar a la auto­
destrucción.
Ahora bien, llamo aristocracia nd a una clase ni a un grupo,
aunque se establezca en función de cualquier forma de poder par­
cial: entiendo por aristocracia exclusivamente la unidad esencial
de las personas que realizan
el poder espiritual como combate
espiritual
dirigido a la propia plenitud y perfección. Y afirmo
que la historia
es posibilidad de progreso sólo en cuanto toda
forma de poder reconozca teórica y prácticamente lo imprescin­
dible
y, por lo tanto, la primada de la aristocracia entendida en
este sentido. Toda limitación o negación de tan necesaria prima­
da se corresponde con tantas otras posibilidades autodestructivas
que llenan
la historia en cuanto dinámica de la libertad. No sólo
todos podemos pertenecer por derecho a tal
.ristocracia, sino
que tenemos
el deber de querer pertenecer a ella en cuanto
ejercicio perfecto de la libertad.
En este sentido la «aristocracia»,
y s6lo ella, es el necesario fundamento de una democracia per­
fecta.
Por tanto, la aristocracia es tal prescindiendo del número de
las personas que la componen. Sólo cuando su número coincidiese
con la totalidad de las personas que constituyen todo el género
humano viviente, la aristocracia
no tendría ya ningún motivo para
fundar e informar a todo poder parcial: por lo tanto, lo mismo
se podría decir de la «democracia perfecta». En tanto que, aun­
que sea sólo una persona, no se presente como amante de lo
6ptimo, todo poder parcial, o se funda sobre esta aristocracia y,
por tanto, reconoce su necesaria primacía y a la vez admite su
propio carácter limitado e instrumental, o bien la desconoce y, por
eso mismo, abre las hostilidades y hostigando genera las infinitas
formas de guerra hasta la autodestrucción. A la aristocracia, por
sí,
no le es necesario ningúo otro poder, en cuanto ella es la
39
Fundaci\363n Speiro

PIER PAOLO OTTONELLO
plenitud unitaria de todas sus formas dentro de sus límites y
posibilidades; en
cambio, a todo poder le es necesaria la aristo­
cracia del poder espiritual,
el único que confiere todo significado,
fundamento y positividad:
el único poder capaz de «orientar»
a todos
los demás hacia su fin constitutivo al que debe tender.
A su
vez, a la aristocracia le es intrínsecamente necesaria la ten­
sión a lo óptimo, tensión con la cual se identifica; y, por lo tanto,
le es necesario el aniquilamiento de todo lo que, en cada momen­
to, no armoniza con lo óptimd. Precisamente es un combate con­
tinuo por su posibilidad constitutiva de elegir cosa distinta de
lo 6ptimo, sin la cual
no se realizaría la libertad como plenitud
de la posibilidad de elegir.
Cada persona que constituye
la sociedad en la unidad de ele­
gir lo óptimo nunca puede ser aristocracia de una v.ez para siem­
pre, sino que es tal en cuanto que persevere en el amor absoluto
de lo 6ptimo, incluso en presencia de la debilidad humana: en
el acto o en el mismo instante
en que lo olvide, se reduce cada
vez a una d más posibilidades negativas al identificarse con una
u otra formas de poder.
Las posibilidades negativas de la aristo­
cracia se sintetizan en la forma de la oligarquia, ya que ésta,
efectivamente, se forma por la sustituci6n por un acto único de
perfecta elección con la pretensión de agotar, una vez por todas,
aquí y ahora, con fines inmediatos, la plenitud de la
elección:
La elección que constituye la aristocracia no puede ser externa
de ningún modo:
es autoelección. Cuando la elección que cons­
tituye la aristocracia es sustituida por una elección externa como
determinante de la atistocracia, la aristocracia ha desaparecido
ya. En cambio, llegaría a ser plena y perfecta en el momento en
el que toda forma de elección externa confluyera totalmente en
la autoelección,
es decir, en el momento en el que todo el género
humano vivo se identificase con la aristocracia.
Por lo tanto, la aristocracia vive según la plenitud del razo­
namiento coherente, tanto más rico cuanto más totalmente inte­
rior a la sociedad de los mejores. Tal aristocracia no puede ser
más que un hablar entre ·nosotros en cuanto que aristócratas con
la condición absoluta de obedecer a su dinámica de abarcar en
Fundaci\363n Speiro

DEMOCRACIA Y ARISTOCRACIA,
sí a todo el género humano. La sociedad aristocrática que a todo
poder parcial tiene que aparecer como «sociedad cerrada»,
es, en
realidad, el máximo de la sociedad abierta, la única forma de so­
ciedad potencial y teológicamente cosmopolítica, o sea, univer­
sal o
katholiké. Sócrates constituye el arquetipo precristiano de
la aristocracia, en cuanto se hace mediador de la verdad, identi·
ficándose con el razonamiento que busca la verdad, dentro del
cual
él y sus interlocutores constituyen una sociedad aristocrática
que, como tal,
se autoelige libremente. La sociedad socrática no
busca conflictos con el poder público
--en todo caso los sufre-;
al contrario, más bien se ofrece, constitutivamente, como su mo­
delo y su fin. Por ello, no sólo irónicamente, Sócrates, conde­
nado por el poder público, declara que aquél le debe el
recono­
cimiento de ser su mejor inspirador y, como tal, merecedor al
máximo de un alto puesto en su Pritaneo.
La aristocracia de la sociedad de los apóstoles difiere esencial­
mente de la anterior en cuanto que
es elegida por el mismo
Cristo, la Verdad, que exige,
de cualquiera que acepte la elección,
autoelegirse, o
sea, quererse, absolutamente como portador de
la Verdad-Cristo: portador a quien el amor unitivo de la Verdad
confiere
la plenitud del poder espiritual. Pero de forma idéntica
que en la sociedad socrática, la sociedad absoluta, que
es la so­
ciedad de Cristo, no busca ninguna forma de conflicto con nin­
guna forma de poder público: en todo caso las sufre, ya que se
presenta como modelo y fin perfectos. De forma diversa a la
sociedad socrática,
el «hablar entre nosotros» del ágape apostó­
lico
es perfecto sólo en cuanto es potencialidad y voluntad amo­
rosa de identificar el propio «pequeño rebaño» con toda la hu­
manidad hasta construir la sociedad paradisíaca ; la cual no es
realizable en
la tierra exclusivamente porgue falta la elección
de lo óptimo, incluso si fuese una elección que hubiese faltado
sólo una vez por parte de sólo una persona.
Por lo tanto, el fundamento· de la aristocracia es la misma
sociedad teocrática
en su significado esencial de sociedad de cada
uno con Dios. En la sociedad con Dios, cada uno se reconoce
constituido en la dependencia metafísica de la criatura del Crea·
41
Fundaci\363n Speiro

PIER P A OLO OTTONELLO
dor y se dispone a ascender a la plenitud del propio ser creado,
a la perfección del reconocimiento. El diálogo diario de Sócrates
con el espíritu divino
es la perfecta representación de la constitu­
ción teocrática de la conciencia objetiva.
El Logos encarnado da
la perfección del
discurso viviente a cada apóstol y a la sociedad
de los apóstoles ; a cada uno de los llamados y a la sociedad de
los elegidos.
El Logos se ha encarnado eu cada uno como prin­
cipio de la objetividad de la conciencia, haciendo a cada cual
«persona».
Es indiscutible la tesis segón la cual el moderno emerger de
la democracia es, en su génesis, en su esencia y en su desarrollo,
el fruto de la disolución de la sociedad cristiana y de un progre­
sivo agigantamiento de fuerzas anticristianas, acristianas y neo­
paganas de sociedad. Lutero realizó el divorcio entre la omnis
potestas a Deo
-negada por la universalización del «sacerdocio»,
raíz de la moderna secularización, hasta
la universal desacraliza­
ción-y la absolutización de lo temporal y de lo político que
ocupan el lugar de la disuelta sacralidad.
Disuelta la
ob¡etividad de la conciencia como corazón de la
aristocracia teocrática, no puede tener ningún sentido el cleros
en cuanto generado en
la elección apostólica entre el pueblo de
Dios. Sólo queda espacio a la elección
segón el número, matriz
de la nueva sociedad democrática, que proclama el sin sentido
de la igualdad metafísica y de la fraternidad de todos
los hom­
bres en cuanto creados. Negada
al hombre (como en Lutero) la
capacidad de verdad objetiva, queda únicamente sitio para
la paz
como puede darla el mundo, o sea, la guerra beluina del hombre
contra todo hombre, atemperada sólo por
el mutuo acuerdo sobre
aquello que, en cada caso, la mayoría considera oportuno en tanto
que
más útil. La minarla es tal sólo en cuanto que es menos
hábil que la mayoría en convencer que
es más útil lo que ella
considera
más útil. Negada la objetividad de la razón y de la
inteligencia, éstas se reducen a instrumentos ele persuasión «mo~
ral» eh tanto que psicológica. La teorización de la «alternancia»
como la expresión
más madura de la democracia contemporánea
es el absoluto entierro de la sociedad cristiana, más que muerta
42
Fundaci\363n Speiro

DEMOCRACIA y ARISTOCRACIA
y, sobre todo, mirada como lo que es más vitando, o sea, como
contraceptivo: praxismo y sofística son los eliminadores esenciales
de la alternancia, los
mismos que se habían presentado en la ma­
yoría política que condena Sócrates y en la mayoría demagógica
a la que Pilatos acude para liberarse «pacíficamente» del
Incó­
modo. Antes que cada condenado, más bien «justiciados», pagan
las consecuencias los pilares metafísicos de la teología y de la
justicia. Decapitadas ambas, se puede finalmente erigir la storia
monumenta como el sistema de la ley desconocedor del lagos, o
sea, el de la nueva sociedad generada
por la democracia, nueva
no según
el nuevo hombre paulino, sino según el nuevo super­
hombre potencial del que profetizata la autodisolución.
La democracia, como ha venido realizándose y degradándose
en la edad moderna, dista
abismalmente, por lo tanto, de las
concepciones clásicas de la democracia
así como de la estructura
constitutivamente aristocrática de la sociedad cristiana.
En efec­
to, se funda en la negación radical de aquellos elementos que,
desde Platón a Tomás, han sido concebidos, aunque
sea en forma
distinta, como
elementos dialécticos con respecto a la democracia,
es decir, la monarquía y la aristocracia. La tríada se había con­
figurado en su posibilidad negativa, es decir, como mala mezcla
de «tiranía, oligarquía y demagogia», que para un griego
cons­
tituye aquel totalitarismo con respecto al cual el De regimine
principum ha intentado configurat la contrapuesta «buena mez­
cla» de monatquía, aristocracia y democracia (St. Th. I-Ilae, q.
105,
a. 1); buena mezcla, por otra parte, demasiado aristoteli­
zante para poder contener
los principios teoréticos esenciales de
la sociedad cristiana como
civitas Dei. Esta está perpetuamente
in fieri hasta
el fin de la historia, en cuanto que es siempre per­
fectible, respuesta siempre parcial de
la libertad a lo absoluto
de la gracia divina. Por ello, desde Santo Tomás hasta el tiempo
contemporáneo,
se hace cada vez más abismal el vacío de la fi.
losofía de la polirica
como teoresis de la sociedad cristiana en
cuanto que sociedad perfecta
y, por tanto, de la sociedad teo­
crática como sociedad fundamental y teleológica. Es
el vacío
que la
misma cristiandad ha abierto en sí, lacerándose con sus
43
Fundaci\363n Speiro

PIER "PAOLO OTTONELLO
propias manos, desde el momento en que ha reducido nomina­
lísticamente el fundamento de la aristocracia cristiana que
es el
principio de
omnís potestas a Deo. Después del primer milenio
«agustiniano», el segundo, con Tomás, ha ofrecido una
gran far­
macopea para la sociedad presente y fu tora; pero las enfermeda­
des de la cristiandad
han proliferado cada vez más frecuente y
gravemente hasta
el estadio del rechazo del médico y de sus re­
medios. Y el médico se ha hecho cada vez más empírico y prac­
ticón.
El último médico completo de la contemporaneidad ha sido
el Rosmini de la filosofía, de la política y del derechd. Pero las
entrañas viciadas de
la residual y colapsada catolicidad le han
rechazado substancialmente hasta hoy ; y los intestinos de lo que
queda de cristiandad, autorrasgándose en mil trozos, le
han ig­
norado totalmente incluso como indigesto o no suficientemente
aséptico. Por ello, la única revolución moderna, o sea, el sistema
de las
escisiones, como lo fue la reforma, ha absolurizado con
la política lo económico y
lo social y, en consecuencia, el naciona­
lismo y el racismo. El Occidente cristiano ha sustituido su propia
universalidad y cosmopolitismo, inmanente a su esencia misio­
nera.
Ha sustitoido la enseñanza a todas las gentes de los fines
constitotivos de la persona y de
la historia por la dinámica de la
exportación de un universo instrumental escindido del universo
de los fines esenciales.
La única, y acaso no concluida, guerra mundial con cuyas dos
etapas
se ha identificado nuestro siglo, ha sacado a la luz el
carácter autodestructivo de las nuevas sociedades anticristianas o
acristianas, con sus genocidios, condenados sólo ideológicamente
y, por tanto, condenados hipócritamente, o bien justificados mo­
ralísticamente. Soo de ello testimonio los sistemas sociales, hoy
universales, fundados sobre el divorcio y el aborto, dos formas
extremas de la guerra radical de la que
se nutren y frecuentemen­
te incluso
se envanecen todas las democracias de hoy. Por tanto,
ha sucedido que
la «buena mezcla» pensada por Tomás ha reve­
lado históricamente su insuficiencia teorética ; la democracia
se
ha divorciado de la monarquía y de la aristocracia, después de
haberlas utilizado y haberlas reducido a cómodos aliados ; e indu-
44
Fundaci\363n Speiro

DEMOCRACIA Y ARISTOCRACIA
so cuando ha continuado presentándose como «cristiana» _:_pres­
cindiendo de las más sacrosantas intenciones de personas deter­
minadas--ha consumado de forma cada vez más desvergozada
y
estéril la sustitución de la «sana» democracia por la democracia
más enferma que, de hecho, recurre
ya sólo a las mortíferas me­
dicinas de las uniones contra natura, con la ilusión residual de
ser «estimulada» por ellas. Pero un donjuan comatoso no puede
ser restituido ni siquiera por la
más seductora prostituta, áunque
le sea aconsejada como «mal menor».
La condición imprescindible para la salud de la democracia
es su no absolutización, o sea, la coherencia ron respecto a su
límite constitutivo, señalado por la aristocracia y la monarquía.
Pueden ser traducidas aquí, en sentido arquetípico, en los tér­
minos de las verdades reveladas y de la ley natural ; verdades
reveladas y ley natural que, en su
recíproca integración, son los
elementos necesarios para que la sociedad cristiana sea íntegra.
Por tanto, sin ellas, la democracia no sólo no puede sel' cristiana
sino que, en el sentido más radical y positivo, ni siquiera puede
ser sociedad. Tal dialéctica constitutiva de la relación entre aris­
tocracia y democracia, que es cuanto Rosmini ha visto· con inte­
ligencia santamente coherente y profética, y por ello crucificada,
la han diagnosticado en nuestro tiempo
-por encinta de sus
abismos-los únicos profetas en el desierto actual que son los
pontífices. Basten sólo dos ejemplos:
de un texto de Pío XII,
que creo fundamental para este Simposio, he tomado la expresión
definitiva de «sana democracia». El texto de 1944 se llama El
problema de la democracia. En su punto crucial se lee: «Una
sana democracia, fundada sobre los inmutables principios de
la
ley natural y de las verdades reveladas, será resueltamente con­
traria a aquella corrupción que atribuye a la legislación del Es­
tado un poder sin freno ni límites, y que hace también del ré­
gimen democrático, a pesar de las contrarias pero ·vanas apa.:.
riendas, un puro y sinlple sistema de absolutismo». Desafío a
cualquiera a demostrar que en el tiempo contemporáneo,·
diga­
mos en nuestro siglo, exista una sola democracia que esté «fun­
dada sobre los inmutables principios de la ley natural y de las
45
Fundaci\363n Speiro

PIER PAOLO OTTONELLO
verdades reveladas». Si tengo razón, el párrafo debe necesaria­
mente leerse en la forma más grave y solemne como la
más alta
proclamación de
aristocratismo, que denuncia a la totalidad de
las democracias existentes desenmascarándolas como
despotismos
de las mayorias} que, como tales, son no infrecuentemente em­
busteras y asesinas suicidas. La condición indispensable para que
una democracia sea sana es, por tanto, la misma condición de
salubridad de cualquier otro método de gobernación social: es
condición absolutamente discriminante, que, si se mantiene fir­
memente, cualquier método de gobernación social es válido in­
diferentemente. Lo que desenmascara como negativamente dog­
mático el primado contemporáneo del método democrático y con­
firma lo imprescindible de la jerarquía metafísica de los valores
que ordena
los medios a los fines. Fin absoluto: la gloria de Dios
mediante
la persecución del fin relativo del amor al prójimo, o
sea, de la perfecta realización del bien común.
A finales del milenio, el vértice de
la única verdadera aris­
tocracia y monarquía cierra así el balance de la historia de
las
democracias modernas en la Evangelium Vitae: «el valor de la
democracia se mantiene d cae con los valores que encarna y
promueve» ; «en la base de estos valores no pueden estar pro­
visionales y volubles "mayorías" de opinión, sino

sólo
el recono­
cimiento de una ley moral objetiva»; «el derecho deja de ser tal
cuando
ya no está sólidamente fundado sobre la inviolable dig·
nidad de la persona, sino que es sometido a la voluntad del
más
fuerte» ; «la democracia no puede mitificarse convirtiéndola en
uu sustitutivo de la moralidad»; «si, por una trágica ofuscación
de la conciencia colectiva,
el escepticismo llegara a poner en duda
hasta los principios fundamentales de la ley moral,
el mismo
ordenamiento democrático
se tambalearía en sus fundamentos
reduciéndose a un puro mecanismo de regulación empírica de
intereses diversos y contrapuestos». Así,
se diagnostica la neoso­
fística dominante, que ya no se molesta ni siquiera en teorizar,
sino que resume todo su programa y activismo mostrando su
verdad bárbaramente victoriosa, o sea, que la justicia no
es otra
cosa que la ley del
más fuerte.
46
Fundaci\363n Speiro

DEMOCRACIA Y ARISTOCRACIA
¿Qué fin ha hecho hoy el poder espiritual? ¿A qué se ha
reducido el «discurso entre nosotros»? ¿Qué
es la vida de toda
sociedad autéticamente tal? ¿Cual
es la unidad entre los miem­
bros que la constituyen? ¿Qué universalidad respiran los fines
comunes que fundamentan la sociedad?
¿Se atribuye todavía
algún sentido
al enemigo mortal de todo privilegio, que es el
«espíritu
de setvicio», que constituye cualquier verdadera auto­
ridad, toda verdadera ley, toda verdadera jerarquía de papeles
y funciones?
47
Fundaci\363n Speiro