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Número 351-352

Serie XXXVI

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Peculiaridades de la verdad práctica

PECULIARIDADES DE LA VERDAD PRÁCTICA
POR
VICTORINO RODRIGUEZ, Ü. P.(*)
Lo mejor que se ha podido decir de la verdad es lo que ha dicho
Cristo:
« Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). « Yo para esto
he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). «El
que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida»
(Jn 8, 12).
Sabemos que en el pensamiento de Santo Tomás el tema de la
verdad
es primordial. Su primera Quaestio Disputara es De veritate.
El título de la Suma contra gentiles es Liber de veritate catholicae
fidei contra errores infidelium. Las cuestiones 16 y 1 7 de la I Pars de la
Summa Theologiae son De Veritate y De Falsitate respectivamente.
Si no ex professo y en general, con el tema de la verdad nos encontramos
continuamente en su obra, como es natural tratándose de un transcen­
dental.
La verdad antropológica o lógica
es la conformidad del juicio
mental con la cosa percibida y juzgada, y consiguientemente la
veracidad es la conformidad de la palabra proferida con la palabra
pensada o concepto. Su contrario es el error y la mentira.
La verdad primigenia de «adaequatio rei et intellectus», tanto
a nivel ontológico (el verum transcendental) como a nivel antropo­
lógico (La «rectitud del juicio» que decía Aristóteles, VI Ethic.
9, 3)
tiene proyección práctica para dirigir la acción y la operación,
se hace verdad práctica. «Intellectus speculativus extensione fit
(*) Reproducimos las palabras pronunciadas por el presidente de la Sección
Española
de la «Sociedad Internacional Tomás de Aquino», en la Asamblea General
de Socios celebrada el pasado 21 de febrero.
V,rb,, núm. 351-352 (1997), 67-70 67
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VICTORINO RODRJGUEZ, O. P.
practicus», dice el adagio. Como se trata de un concepto regitivo o
rector esta verdad
se llama con propiedad rectitud o dictamen recto,
en el mismo sentido que llamamos conciencia recta a la conciencia
verdadera, y a la ptudencia
la definimos como recta ratio agibilium.
Aunque la verdad en toda su universalidad es el bien del entendi­
miento, inmanente al
mismo ( «Consideratio enim veri est bonum
opus intellectus», 1-11, 5 7, 1), la verdad práctica se entiende como
conformidad del
entendimiento con el apetito recto. «La verdad del
entendimiento práctico
se toma como conformidad con el apetito
recto»
(1-11, 57, 5 ad 3). Conformidad que no tiene lugar en las
cosas necesarias, que no
están al arbitrio de la voluntad humana,
sino
tan sólo en las cosas contingentes que pueden ser hechas por
nosotros, ya sean acciones interiores ( «agibilia») ya sean obras ex­
teriores ( «factibilis»
).
La proyección del entendimiento práctico a las acciones y a las
operaciones, a lo agible y a lo factible,
es diversamente evaluable.
En la mentalidad utilitarista, pragmatista, hedonista o consumista,
al valor ético u honestidad se le margina.
En la ética clásica en la
que encaja perfecta y superabundantemente
la moral cristiana, per­
fectamente
estructurada en la Suma Teológica de Santo Tomás, la
rectitud de la razón práctica y del apetito recto correspondiente a
aquélla,
es la que corresponde al bonum hone. supremo del bien, no directamente al
bonum «utile» o al «bonum
delectabile», si bien el uso utilitario de las cosas, el placer y las
comodidades de
la vida, al menos en su ejercicio, no son ajenos a la
vida honesta.
En el discernimiento de
la verdad práctica ocurre un problema
arduo teórico-sistemático. Es el siguiente:
La recta verdad práctica
se define por el apetito recto; pero el apetito es recto si responde a
la verdad práctica. ¿No hay un círculo vicioso en esta interdependencia
de rectificación?
No lo es, por tratarse de órdenes causales diversos,
como explicó
puntualmente Santo Tomás comentando la Etica de
Aristóteles
(In VI Ethic. lect. 2). La intención del fin, que señala
indefectiblemente la sindéresis y la
fe teologal motiva especificativa­
mente a la razón práctica a descubrir los medios aptos y honestos
para moverse hacia él
por las virtudes morales, que son rectas dis-
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posiciones para el fin, captadas por la prudencia, regidora de las
virtudes morales. «Para la prudencia, que
es la recta razón de lo
agible,
se requiere que el hombre esté bien dispuesto respecto de
los fines, lo cual se logra por el apetito recto.
De ahí que para la
prudencia se requiera
la virtud moral, con la que se rectifica el
apetito» (I-II, 57, 4). Así, pues, la recta intención del fin dictaminada
por la sindéresis,
se proyecta sobre la correcta elección de los medios
(ámbito de
las virtudes morales), y la sindéresis se particulariza en
los dictámenes prudenciales.
Las virtudes morales ofrecen las dis­
posiciones afectivas (materia sobre
la que versa la prudencia), y la
prudencia informa y dirige intelectual e imperativamente todo el
orden moral.
Nos encontramos con la simbiosis de verdad y de bondad, del
bomum veri y del verum boni. «La verdad y el bien se incluyen mu­
tuamente, pues la verdad
es cieno bien, pues de lo contrario no sería
apetecible; y el bien es cierta verdad, pues de lo contrario no se­
ría inteligible. Así, pues, como el objeto del apetito puede ser lo
verdadero en cuanto tiene razón de bien, como al desear uno cono­
cer la verdad, también el objeto del entendimiento práctico
es un
bien ordenable a la acción bajo la razón de verdad» (I, 79, 11 ad 2).
En esta interacción o interferencia vital e íntima no hay círculo
vicioso, sino complementariedad integradora, en distinto orden de
causalidad, dispositiva y formal; y de gradualidad en
la participa­
ción intrínseca de la intención en las concreciones electivas; de los
dictámenes de la sindéresis
en los juicios prudenciales.
Según Santo Tomás en
la formación del juicio práctico verdadero
o recto emitido por la prudencia en la conciencia recta cuenta
mu­
chísimo el factor connaturalidad, dato que ha tenido muy presente
Juan Pablo II en la encíclica Veritatis splendor (n. 64), remitiendo
expresamente a Santo Tomás,
11-11, 45, 2. Efectivamente, tratando
de distinguir el juicio del don de sabiduría del juicio de la ciencia
teológica, escribe:
«La rectitud del juicio puede darse de dos modos:
uno según el perfecto uso de la razón; otro,
por cierta connaturalidad
con las cosas sÓbre las que se va a juzgar. Así sobre las cosas pertene­
cientes a la castidad, juzga rectamente, por razonamiento, aquel
que aprendió la ciencia moral; pero el que tiene el hábito de
la
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castidad juzga de ellas por cierta connaturalidad. Por consigniente,
el recto juicio sobre las cosas divinas, por inquisición racional, per­
tenece a la sabiduría que
es virtud intelectual; pero el recto juicio
sobre las mismas
por cierta connaturalida,d con ellas pertenece a la
Sabiduría que es don del Espíritu Santo». Esta connaturalidad con
el bien honesto que condiciona a la prudencia y a sus juicios verdad.eros
la causán los hábitos de las virtudes morales correspondientes. Hay,
pues, dependencia esencial del juicio verdadero de la prudencia
respecto de la rectitud del apetito, como la bay de éste respecto de
aquél. Santo Tomás repite el dicho de Aristóteles qualis unusquisque
est talis finis videturei, según es cada uno así le parece el fin. (Aristó­
teles, III Ethic. c. 5, n. 17; S. Tomás II-II, 24, 11). En una palabra,
el afecto influye dispositivamente ( «materialiter») pata que el entendi­
miento práctico dictamine formalmente a optar por el bien honesto.
Sin esa disposición
es difícil lograr o mantener una actitud virtuosa.
Tiene aquí pleno sentido la alegoría envangélica: «El que oye y no
hace es semejante al hombre que edifica su casa sobre tierra sin
cimentar sobre la cual choca el río y luego se cae» (Luc 6, 49). Vale
también la máxima de Pablo Bourget: «Hay que vivir como se
piensa porque si no, pronto o tarde, se termina pensando co­
mo se vive» (Le démon de Midi, II, 375).
En realidad
el problema del aparente círculo vicioso de la inter­
ferencia de la recta ratio y el recto apetito se retrotrae al problema de
la interdependencia del
último juicio práctico y la elección en el
tema de la libertad. Es el contenido de la 21 tesis tomista: «la
elección sigue al último juicio práctico; pero el que sea último lo
hace la voluntad».
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