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Número 351-352

Serie XXXVI

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Memoria e inteligencia

MEMORIA E INTELIGENCIA
pm
MARIO SORIA
Es la memoria una de las facultades mentales menos apreciadas
del
hombre. Se la considera una especie de mecanismo fisiológico
capaz
de ser desarrollado hasta cierto punto por una especie de gim­
nasia mnemotécnica, casi como se abultan los biceps o los pectorales
mediante ejercicios adecuados. O bien se la concibe como una aptitud
que se limita a reproducir lo conocido, sin inventar, desarrollar ni
hallar ideas nuevas.
La pueden sustituir artilugios como los ordena­
dores, con
lo cual ya casi no la necesita el hombre, porque todo lo
que él cree imprescindible recordar se lo da preparado, casi sin es­
fuerzo alguno, esa prótesis
del espíritu. Comparada con la inteligen­
cia, está la memoria en la situación del pobre Lázaro tendido a los
pies
del rico Epulón: recibe las migajas que caen de la mesa de la
cultura. Sirve para que los estudiantes repitan como loros lecciones
en los exámenes, o para exhibirla en certámenes estúpidos, tales como
aprenderse de corrido en tiempo mínimo una página de la guía tele­
fónica. La
juzgan más ligada a las funciones biológicas que cualquier
otro fenómeno psíquico. Su debilitamiento señal es de vejez, a causa
de la arterioescleroris u otra enfermedad senil. No se la incluye en la
definición del hombre: homo sapiens, no meminens, insistiéndose sutil­
mente en el conocimiento abstracto y actual, postergado el recuer­
do. Por
último, no se la admite más que como parte o aplicación de
la inteligencia, a modo de ayuda, almacén de ideas o repertorio de
conceptos, ancilla intelligentiae. Y respecto de su peculiaridad, o sea
conocer lo pretérito como tal, participa simplemente de la sensibili­
dad, vale d~cir de una función inferior al entendimiento (1).
(1) Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO: Suma teológica, I, q. 79, a 6.
Verb,, núm. 351-352 (1997), 107-112 107
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Meditemos unos instantes en esta identificación de inteligencia
y memoria, porque de ella creemos que proceden muchos errores
difundidos respecto de la última.
No es necesaria larga reflexión para advertir que es la comprensión
intelectual, criatura
mimada de análisis y teorías, muy distinta del
recuerdo, de tal modo que resulta el
último irreductible a la primera.
Si se lleva a cabo una esmerada fenomenología del recuerdo, a la
manera de Scheler y Husserl, fácilmente
se llegará a la conclusión
que tiene la memoria
un componente cronológico esencial, del que
carece
la intelección en cuanto es comprensión conceptual de algo.
La intelección existe, salvo meliore judicio, en lo intemporal e incondi­
cionado.
Lo verdadero lo es siempre o, por lo menos, lo es aquí y
ahora absolutamente. En cambio, el recuerdo
se refiere a una categoría
distinta: es la aprehensión de entes o hechos cuya característica no
consiste en ser verdaderos o reales
en algún momento o en tocio
tiempo, sino en haber sido y volver a ser mentalmente, con referencia
ineludible al pasado. Si el conocimiento de la esencia o lo actual
es
objeto de la inteligencia, al revés, de la memoria es fin la aprehensión
de
un hecho, persona u objeto que fue y ya no es, que duró un lapso
sin llegar hasta el presente,
que existió unitariamente en una serie
cronológica
interrumpida y cuyo ser transcurrido se evoca. En cierta
forma, al ente o concepto simple de la inteligencia le une
la memoria
la categoría de «recordado», categoría heterogénea bien respecto a
toda idea fruto del entendimiento, bien a
un producto de la fantasía,
bien a
una sucesión o movimiento del sentido interno, bien a una
asociación de ideas o juicios.
Es operación privativa de una facultad
espirirual determinada, inconfundible con la privativa de otras.
Ya en la edad media, para no remontarnos más atrás,
se distingue
con claridad el objeto de ambas facultades, con
la consiguiente diferen­
cia de las dos. El carmelita inglés
Juan Baconthorp, por ejemplo,
sostiene ser acto de la memoria el entender lo pretérito como pretérito,
al contrario de la inteligencia, que considera su objeto universalmente,
no desde
un punto de vista particular, como es el del tiempo. A lo
cual hay que señalar que
aunque los animales también recuerden,
lo hacen
en forma de simple asociación de imágenes a las que va
unida cierta sensación, no adviniendo el pasado como tal. Aspecto
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este último que no observó Santo Tomás al degradar la memoria
a mero modo de
la sensibilidad, cuando no la incluía en el inte­
lecto (2).
Es la comprensión de la verdad acto relativamente simple: algo
se conoce como siendo o no siendo, sea porque así lo haya determinado
el razonamiento, sea porque lo haya verificado la experiencia. Trátase,
pues, de
un suceso psíquico terminante, en el cual se decantan numero­
sos procesos intelectuales anteriores
y que permite descansar a la
inteligencia con la seguridad de haber conseguido lo que buscaba.
Sólo
se discierne lo enmarañado de la verdad analizándola secundaria­
mente, rememorando las etapas que a ella condujeron.
Porque no es la verdad
más que en leyenda mujer sentada en el
fondo de
un pozo, sin afeites ni ropa, esperando a los audaces que
bajen a buscarla y buceen en
la oscuridad. Si bien se mira, es como
las Inmaculadas de ciertos cuadros de Murillo y Zurbarán, vestidas
de blanco y azul, dicromía simbólica, erguidas delante de
un fondo
que no es el puro y terso dorado de las glorias bizantinas ni de los
italianos primitivos, sino nebuloso, compuesto de infinitos colores
y tonos, desde
el blanco, sepia, amarillo pálido, pasando por el dotado
hasta el castaño claro, y donde
se entreven miríadas de ángeles y los
símbolos lauretanos de la Virgen.
La luz que ilumina estos lienzos
es sólo a primera vista sencilla, incolora, uniforme, como
en muchas
pinturas de Claudia de Lorena, luz a la que corresponde en filosofía
la comprensión cartesiana; bien mirada la primera, bullen en ella
todos los colores, entremezclados de acuerdo con
una ley de la que
no nos percatamos a primera vista, de manera que se funden y con-
funden
en aparente caos. .
En cambio, por su naturaleza misma, desde el momento primero
que se lo considera,
es complejo el recuerdo: entraña de por sí,
primordialmente, el re-presentar del objeto recordado y su re­
troproyección como aspectos esenciales del proceso.
Si para el razona­
miento culminan los antecedentes
en la conclusión, que los subsume
(2) Véase nuestro estudio Poesía y prosa en la obra de San juan de la Cruz
(revista Verbo, Madrid, 1991, nº 299-300), notas 52 y ss. y textos allí alegados.
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a todos, por el contrario los mantiene sin fundirlos la memoria, en
una especie de visión múltiple de su objeto peculiar.
De otro lado, como consta el razonamiento de diversos momentos
y tiene que considerar numerosas relaciones, necesita recordar,
al
menos tácitamente, los pasos que llevan al término del juicio, so
pena de que no resulte éste más que una afirmación instantánea,
antojadiza e infundada. Piénsese,
por ejemplo, en el silogismo
«bárbara»: «Todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre;
luego, Sócrates es mortal». Aparece en este discurrir la conclusión
como término cuyas etapas explícitamente
se mencionan para llegar
al fin lógico. De igual modo, cualquier discurso gnoseológico está
compuesto de varios momentos previos al aprehender lo que se
juzga verdadero. Para lograr la conclusión definitiva hay que tener
presentes siempre, al menos en el umbral de la consciencia, los
pasos anteriores, evitando contradicciones y armonizando lo prece­
dente con lo posterior. Todo ello no
es sino una forma de recuerdo
aplicada al razonamiento.
Pero no
es sólo la forma del discurso lo que sustenta la memoria,
sino la materia del mismo, esas ideas, razonares, juicios o conclusiones
que
se conocen antes de discurrir, que se sobreentienden en cualquier
discurso
y se emplean a lo largo de un proceso intelectivo; si se
olvidaran, no sólo se vería privado el cognoscente de casi todos sus
conocimientos, sino que quedaría en el aire el pensamiento,
por
agudo que fuese el ingenio: caería como ave incapaz de volar en el
vacío; en otras palabras,
se mostraría como una forma de demencia.
Es, entonces,
la memoria, base de la inteligencia. Bien ha llamado
San Agustín a esa función de la mente, hoy tan postergada: Campos
et lata praetoria memoriae (3).
Por lo tanto, si pretende cimentar sus conclusiones, tiene la
inteligencia que recurrir a la memoria, distinguiendo en el acto
último de la aprehensión de la verdad, en su aparente transparencia
conceptual, lo intrincado de
un asunto cualquiera conocido exacta-
(3) Confesiones, lib. X,§ 12. Al respecto, veánse nuestro libro La información
(Madrid, 1991), págs. 77 y ss., y, sobre todo, las magníficas consideraciones del
obispo de
Hipona en su obra citada, lib. X, caps. 8 y 9.
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mente. En otras palabras, ha de remitirse la inteligencia a la memoria,
aunque sin negar la peculiaridad y validez de la inferencia.
Además, si se considera un juicio no como verdad intemporal o
absoluta, por ejemplo, «Pedro está contento», sino su equivalente
como verdad actual:
«Ahora está Pedro contento», de inmediato se
emplea la memoria, siquiera sea de forma supuesta, por la mención
tácita de otro tiempo distinto del presente.
Perfectamente se adaptan a la memoria los versos de Hugo van
Hofmannsthal:
«Denn: dass ich vor hundert J ahren war
und meine Ahnen, die im Totenhemd,
mit mir verwandt sind, wie mein eignes Haar,
so eins mit mir wie mein eignes Haar».
Ella encadena lo sucedido a lo actual, mientras que la inteligencia
-repetimos-tiende a detenerse en lo momentáneo o, mejor dicho, a
saltar de una conclusión a otra, importándole principalmente el térmi­
no, no el camino o los elementos de que está compuesta la verdad.
Caracteriza esencialmente
al hombre una trilogía o trinidad
reflejo de la Trinidad arquetípica, según lo sostenía ya San Agustín:
memoria, inteligencia y
voluntad (4). La definición posible derivada
de esa relación peculiar será más propia que la de «animal racio­
nal», comúnmente aceptada,
que pone de relieve sólo parte de lo
definido y hace hincapié en la condición individual y mundana del
hombre. La determinación trinitaria, a la inversa, abarca al ser del
hombre en todos sus aspectos: el temporal, la condición de existen­
te en el mundo y la conexión con el plano metafísico. No obedece
sólo a la antropología ni a la biología.
Así, proporciona la memoria los inagotables materiales que elabora
la inteligencia y conforme a cuyos juicios actúa la voluntad. Supri­
mir una de estas facultades o supeditarla hasta prácticamente anu­
lar su idiosincrasia, significa
mutilar al hombre. La tendencia a
(4) De Trinitate, lib, X, cap. 12; lib. XI, cap. 3 et alibi.
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prescindir de la memoria o a considerarla como un saber inferior
que, en todo caso, no sea
más que acólito del entendimiento, ha
producido modernamente un hombre en exclusiva razonador, que
cree que discurriendo con lógica puede conocerlo todo, amén de
arrebatado en
la acción, convencido de que moverse, gesticular,
correr, agitarse
es actuar de forma inteligente, no a modo de loco o
energúmeno. Y ha sido
también causa del desprecio a las humani­
dades, mantenidas por la memoria, de ella nacidas y en las cuales
consiste la mayor
parte de la cultura, no en la investigación cientí­
fica, fruto de conocimientos auxiliares almacenados artificialmen­
te, así como del razonamiento
puro y la experimentación.
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