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Número 351-352

Serie XXXVI

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Los prodigios del Islam. La cautividad del catolicismo en Oriente y Occidente

LOS PRODIGIOS DEL ISLAM. LA CAUTIVIDAD DEL
CATOLICISMO
EN ORIENTE Y OCCIDENTE
po,
CRISTIAN GARAY VERA
l. La fascinación por la España musulmana
Crecientemente un mayor número de estudios y libros dedican
su atención a la civilización mahometana en España. Estudios de­
dicados a Al-Andalus -nombre árabe de España-, parecen envi­
diar los días de los califas, apoyados, claro está en el resplandor del
Generalife y la Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba, o el
Alcázar de Sevilla,
y de otros muchos restos que subsisten en diversos
lugares de España como el suc de Portugal, Zaragoza o Valencia.
El esplendor de esta cultura, aparece además acrecentado
por
las acusaciones de «intolerancia» a los Reyes Católicos por su expulsión
de moriscos y judíos. Contra ellos se esgrime la tesis, académica,
pero no pocas veces política, de los llamados defensores de los derechos
humanos, que exaltan la supuesta y envidiable coexistencia de las
tres religiones -judíos, moros y cristianos-en la España medieval.
Frente, claro está, a la «España negra» del fanatismo y la Reconquista,
que casi parece ilegítima a su ojos. El supuesto modelo de la con­
vivencia «ecuménica» en Al-Andalus, babel ecuménica sólo exis­
tente en su im~ginación, aparece así como un lugar común de la
cultura de nuestros días. Es una tesis nada novedosa: en los años
30, hubo quien, como Américo Castro, se atrevió a sugerir que en
la raíz de la españolidad estaba el elemento árabe, mereciendo de
parte de Claudio Sánchez-Albornoz la respuesta en dos volúmenes
de
su España, un enigma histórico (Buenos Aires, 1957) y las lí­
neas despectivas de su pluma frente a «la irritación que me
producía el envenenamiento de
la conciencia nacional por las fan-
Verbo, núm. 351-352 (1997), 133-147 133
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tasmagóricas tesis, sin base firme en la realidad histórica, de un
ensayista de pluma fácil metido a historiador» (1).
De
ese modo, la exaltación sospechosa del extinto mundo hispano­
musulmán, parece ser otro frente establecido para la crítica de la
fe militante de la España que desde Covadonga va a luchar por
ocho siglos para su Reconquista. El primer vacío de esta tesis
reVisionista aparece,
por cierro, en la contemplación objetiva que
la civilización
«árabe» de España es más esplendorosa que en sus
fuentes. El refinamiento
y el avance cultural y científico de Cór­
doba, Sevilla y Granada fue mayor al de Damasco. Pocos parecen
percibir que en efecto fue
así, y no podía ser de otra manera. Por­
que el islamismo fue, sobre España, apenas solo
un barniz, nunca
bien asimilado, impuesto y sostenido militarmente. Nunca hubo,
en efecto,
un tránsito apreciable y mayoritario de población árabe
sobre España,
y los nuevos dominadores no se esforzaron en la
conversión, pues de ellos emanaban altos tributos. Como en otras
partes, se ocuparon eso sí de confiscar los principales templos ca­
tólicos y de hacerlos musulmanes.
Asimismo, cada vez, cobra más fuerza la tesis sostenida años
atrás en solitario, que la
ineptitud cristiana para repeler el ataque
se debía a algo más. En efecto, son los partidarios de los hijos del
rey Vi tiza, rivales del Rey Rodrigo, quienes llaman a los mulsumanes,
por intermedio de un misterioso «conde» Julián, quizás berberisco
y católico, para imponerse en el trono. Por lo demás ello refuerza el
hecho de que la dominación islámica era reciente,
y quizás no dimen­
sionada. De hecho Vitiza había sostenido a
un tal Olbán contra
Tarik, lazo que cesó con la muerte del godo. Ya lo afirmaba Claudia
Sánchez-Albomoz, nada sospechoso de «integrista», en 1969 cuando
recordaba que de la crónica
del Ajbar Maymu'a se deducía que el
ejército «árabe» de
Tarik estaba compuesto en parte por godos, y
que venía llamado desde España, y cuyos cómplices estaban en la
Corte del Rey visigodo.
Los traidores eran los hijos del ex rey Vitiza,
que
-según las crónicas árabes-viajaron a Africa para pedir ayuda
(1) CLAUDIO SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Orígenes de la Nación Española. El reino
de Asturias, Sarpe, Madrid, 1985, pág. 30.
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y recuperar su trono. Un año antes se preparó la invasión en Tarifa,
y se verificaron los informes del «conde Julián». Al enfrentarse
cristianos
y musulmanes en Guadalete, se pasó a los segundos «una
importantísima facción del ejército cristiano
y los mahometanos
hallaron en la Península lo
que hoy llamaríamos una doble quinta
columna que facilitó su avance arrollador» (2). El 711, Tatik olvidando
sus promesas, proclamaba la soberanía del Califa de Damasco. Ese
«algo más» en la traición, parece ser la herejía arriana, que minaba
la comprensión de la
fe, y hacía que muchos godos -por breve
período
arrianos-contemplaran con mejores ojos a los mahometanos
que no creían en la Trinidad, que a sus compañeros de fila. Esta fue
la conclusión que sacó hace años otro especialista, poco oído, Ignacio
Olagüe en
Los árabe, nunca invadieron España (Gallimard, París, 1969)
y
La Revolución Islámica en Occidente (Fundación Juan March, 1974).
El sostenía que eran las minorías antitrinitarias las que habían pa­
vimentado el camino al islamismo (3
).
De ese modo se entiende porqué uµ pastor enseñó a unos desco­
nocidos, el 712, cómo superar en
la forma más fácil las murallas de
Córdoba, mientras en Covadonga, Oppas
-u otro traidor-inter­
pelaba a don Pelayo a no resistir. Poco antes, los judíos entregaron
Toledo, culminando así sus luchas con los visigodos (4), igualmente
la labor de zapa de los vitizanos seguía su marcha: Oppas, herma­
no de Vitiza, colaboró con Muza en Toledo, y
un conde visigodo,
Casius,
se pasó voluntariamente a los invasores, y fue el padre de
los Banu Qasi'.
Una vez pacificada España (en la conquista, dicen
las crónicas; «No quedó un
lugar que no fuese saqueado, una igle­
sia que
Ilo fuese quemada, una campana que no fuese rota»), los
musulmanes fueron liberales en su victoria, ocupándose sólo de
(2) CLAUDIO SANCHEZ-ALBORNOZ, Orígenes de la Nación Española. El reino
de Asturias, Sarpe, Madrid, 1985, pág. 70.
(3) Léase la nota escrita
por JULIO GARRIDO, «Vinieron los sarracenos»,
en
Roma Nº 62, mayo de 1980, pág. 33.
(4) Bajo Sisebuto se obligó a la conversión forzada de los judíos y en el
694 el Concilio de Toledo los acusa de conspirar en contra del Estado. En
Mérida,
Muza dejó a los judíos custodiando la ciudad, ver CLAUDIO SANCHEZ­
.Al.BORNOZ,
Orígenes de la Nación Española, págs. 87 y ss.
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cobrar tributos, y confiscando sólo los bienes de la Iglesia y de los
huidos a
Galicia (5).
Asimismo, la llamada
cultura mahometana no es una cultura
genéticamente árabe ni cosa
que se le parezca. Los berberiscos, que
venían con El-T arik, eran acompañados de
un número no despreciable
de godos traidores, a los que
se sumaron otros renegados. AI-Andalus
compartía el basamento cultural, e incluso racial del resto de Europa,
y los árabes musulmanes siempre fueron
una reducida minoría.
Ejemplos que se suelen sacar a propósito del legado musulmán,
tienen relación con la cultura cristiana de Oriente, muy persistente
en el Mediterráneo, así los primeros castillos omeyas seguían el
modelo bizantino de torres redondas formando
un cuadrado o un
rectángulo. Es que cristianos y dominadores estaban en la base de
la reinterpretación de los elementos árabes con la arquitectura bizan­
tina y occidental. El estilo mudéjar, por ejemplo, estaba hecho por
árabes al servicio de los cristianos, y el mozárabe -menos fanta­
sioso---
por cristianos bajo mando musulmán. Por ello los Reyes
Católicos podían, con un arquitecto cristiano,
y en plena superioridad
bélica, edificar
un palacio mudéjar para sí mismos en Sevilla. Propia­
mente hablando, los historiadores distinguen el arte mudéjar del
hispanomusulmán, y descubren
que en su «erección han tenido
notable intervención los arquitectos
y obreros españoles al servicio
de la causa del Islam», lo que explica la aparición de «elementos de
progenie visigótica (aparte de los materiales aprovechados), como
el arco de herradura» (6). Respecto a la
impronta helenística, ella
era natural,
ya que los musulmanes habían ocupado toda esa zona,
y tenía estrechos contactos con el
mundo bizantino. La filosofía de
Avicena o de Averroes, poco debía al islamismo, y más a este fondo
(5) Esto explica la escasa cantidad de revueltas cristianas. Ahora bien, Santa
Columba de Córdoba se presentó al
tribunal para afirmar que Mahoma era un
falso profeta y fue decapitada. Cuando Leocricia, en el 859, renegó del islamismo,
y fue protegida de San Eulogio, que iba ser nombrado Arzobispo de Toledo,
fueron ejecutados
por no apostar ante el Juez.
(6)
ERNST DIEZ, Historia del Arte Universal, Tomo XX: Arte Islamico,
Editorial Moretón, Bilbao, 1967, pág. 55.
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cultural mediterráneo. Donde los musulmanes no podían transigir
era en la representación de las cosas. Por ello carecieron del impulso
pictórico y escultórico, toda vez que el Corán prohíbe la representación
de cosas y personas, con objeto de evitar la idolatría de sus fieles.
De ahí la superioridad creciente del conocimiento español en vísperas
de la caída de Granada, que disfrutaba de una situación de van­
guardia científica y cultural sin contrapeso, y no vivía como aquél
de deleites pasados.
A
medida que la Reconquista progresó, las poblaciones liberadas
volvían al Catolicismo, y se
recuperaban los templos y las mezquitas
también para el culto católico. La población criptoárabe quedaba
como un fermento aislado, y potencialmente subversivo. Asimismo,
el rito mozárabe, iba perdiendo vigencia, en la medida que el Catoli­
cismo ya no necesita en tierra española de la proyección musulmana.
La población, que no había dejado de ser cristiana, podía volverlo a
ser
libremente, y por lo general en esta situación adhería con toda
su fuerza a la política de reunificación espiritual y territorial encabe­
zada
por los diversos reinos (7). Todo ello llevó al mundo musulmán
en España a desaparecer totalmente, no dejando huellas en el pueblo
español. Con la expulsión de los musulmanes de España, la influencia
árabe cesa
tan bruscamente como había venido.
II. El mundo musulmán
En la Antigüedad, el grueso de la cristiandad descansaba en
Oriente y no en Occidente. Era del otro lado del Mediterráneo
en que San Agustín escribía sus libros. Y también fue en Efeso en
Constantinopla, en Jerusalén, donde transcurrían los hechos más
importantes del Cristianismo. Este llegaba hasta Etiopía, y había
convertido a los egipcios, el norte de Africa, el Asia Menor, y las
orillas
de los Balcanes. Baste recordar que en el siglo IV, época del
(7) Uno de los primeros actos de esa voluntad fue el apoyo que el Emperador
de León di6 al Camino de Santiago, y que ratificó la vocación cristiana de los
resistentes.
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Edicto de Milán (313) de Constantino el Grande y del Concilio de
Nicea, tienen mayor importancia las ciudades africarias y del Asia
Menor:
Hipona en Argelia, Cirene en Túnez, Alejandría y Tebas
en Egipto, Jerusalén, Damasco, y Antioquía en la costa, así como
Nicea, del otro lado del Bósforo, Cesarea, y Tarso.
Todo ello desapareció con rapidez enorme.
La causa fue la expansión del islamismo.
Sin el judaísmo Mahoma
no hubiese podido construir el isla­
mismo. Religión simple, hecha para espíritus simples, la nueva
religión desechaba la teología reinante. Nuevamente en ella
se escu­
chan voces familiares a la tradición veterotestamentaria, que van
estructurando con sorpresa
una nueva religión. Ella se expandió
gracias a los esclavos libertados, los nómadas del desierto, y los
enemigos de los comerciantes de La Meca. Primero en la Península
Arábiga, haciendo del meteoro caído, la piedra negra, en La Meca
su centro espiritual. Asimismo, el islamismo se convirtió en una
organización política de peso que trasmitía el poder a los «descen­
dientes de Alá». El mahometismo conquistó militarmente a turcos,
persas y egipcios, las dos
últimas civilizaciones de antigua data y
religiones propias. En el caso de los persas se trataba de un pueblo
que generó religiones alternativas al Cristianismo que trataron de
captar al
Imperio Romano) y cuya contribución a las herejías
de uno y otro lado no fue despreciable, según lo comprueba la persis­
tencia del gnosticismo.
El Islam se expandió rápidamente más que por conversiones
por conquista. Eso no era raro: Mahoma proclamó que «¡La espada
es la llave del Paraíso!». Las dos víctimas de sus incursiones fueron
el Imperio Bizantino, y el Sasánida, que fue destruido al poco tiempo
hacia el siglo
VIII, y cuya religión de los magos, el mazdeísmo o
zoroastrismo, fue obligado a
emigrar hacia la India. La primera fase
de
]hilad abarcó Medina y La Meca, ciudad esta última que ofreció
férrea resistencia a Mahoma, sin embargo cuando fue conquistada
en el 630, y declarada ciudad santa, ésta
se convirtió masivamente.
En el 632, a su muerte, toda la Península Arábiga estaba unificada.
Los sucesores de Mahoma, los Califas, consideraron su deber hacer
la Guerra Santa,
y ello explica su expansión. Siria, Mesopotamia,
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Persia, fueron las primeras en caer. Desde Damasco, los Califas
Omeyas siguieron penetrando hacia el Asia Central y el Valle del
Indo (710). Más tarde los árabes
se dirigieron hacia Egipto, cruza­
ron el Canal de Suez en el
639, y sometieron El Caico. De allí
bordearon el Mediterráneo, penetrando profundamente en el Ma­
greb, y cruzaron Gibraltar, dominando a los visigodos.
Dentro de
los últimos logros del islamismo estuvieron la adhesión
de los montañeses afganos, que asolarían
hacia el año 1000 las llanuras
del Indo y del Ganges hasta Bengala. A
su vez, egipcios serían los
difusores del islamismo
por los bordes de Africa. Los turcos, a su
vez, también
se someterían a la nueva religión, y aprovecharían de
sojuzgar no sólo a los cristianos, sino también a sus mentores.
Como todo éxito, el mahometismo cosechó contradicciones inter­
nas.
La división política en manos de familias diversas de Mahoma,
y las disputas por su sucesión quebraron la unidad inicial. Asimismo,
surgieron diversas corrientes internas, de las cuales la más importante
es la sunnita. También se desarrolló la chiíta, desarrollada en especial
en Persia, y
al parecer con un específico origen político, que COt?-cedía
mayor importancia a los intérpretes del Corán, y también daban
mayores atribuciones temporales que las concedidas
por los sun­
nitas (8).
III. Los Balcanes
El derrumbe de los Balcanes a manos de los turcos otomanos
transcurrió en medio de dramáticas alternativas.
La fragmentación
política, las alianzas y las traiciones facilitaron el camino. Mohacs,
derrota húngara, y Viena, derrota turca, marcan el
límite de !a
expansión turca. Los otomanos eran menos refinados, pero mejores
guerreros.
Los primeros turcos adoptaron el apelativo de seléucidas,
por el primero de su tribu, Selkuq, que se convirtió al islamismo,
(8) Sobre estas corrientes H;A.R. Gibb, El Mahometismo, FCE, México,
1952, pág. 99-115.
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pero pronto fueron conocidos por otomanos, por uno de sus más
destacados soberanos. Bajo Amura.tes I los turcos iniciaron su progre­
sión en Europa, y sometieron Bulgatia y Serbia en 1389. La expan­
sión de Tamerlán dió un breve respiro a Bizancio, que cayó en
1453. Le siguieron Atenas, 1456, Peloponeso, 1548, y más tarde
Bosnia-Herzegovina. «Nuestro imperio es la patria del Islam -
decía Mehmet II-. De padres a hijos alimentamos la lámpara del
Islam con
el corazón de los infieles». La crueldad turca, proverbial,
se ejercitó con los húngaros, pero también con sus otros rivales.
Selim I sometió en 1514 a Persia, y en 1517 a los sultanes mame­
lucos de Egipto
---.sometiendo Siria, Arabia y Egipto--. La islami­
zación de Turquía destruyó la comunidad cristiana que había en
el
Asia Menor, y matcirizaría la población de los Bakanes, mediante
el rapto de los hijos entre
10 y 20 años.
En este largo proceso de caída de los Balcanes, la disputa con la
Iglesia Ortodoxa, conduciría a la merma de los esfuerzos cristianos
(9). Quizás la consecuencia más inesperada de la creación de iglesias
nacionales
fue el caso de Bosnia-Herzegovina (10), hoy bastión
musulmán, que devino en el más firme aliado de la invasión turca
desde su llegada en el siglo xv. La Iglesia bosnia, era de un tipo
particular, pues derivaba del bogomilismo. Este apareció a fines
del siglo XII, como heredero de la religión de Manes o Maní, el
maniqueísmo. Como éste, estaba fundada en la oposición entre el
Bien y el Mal, y sintetizaba la antigua religión persa,
el zoroastrismo,
con el cristianismo. Por su contenido ecléctico y herético, pues el
propósito era nada menos
que desviar las conversiones del Catoli-
(9) Más allá de las discrepancias de procedencia existía una polémica
teológica, muy acerba, en relación
al Filioque, es decir a la procedencia del Espíritu
Santo, que en
el caso de la Teología Católica provenía conjuntamente del Padre
y del Hijo, y que para las Iglesias Orientales constituía una adición ilegal al
Símbolo de Constantinopla, fijado
en el 381.
(10) Hemos seguido parce de la erudita información, no así de su interpre­
tación del autor de
El Imperio Otomano (FCE, México, 1989) Dimitri Kitsikis,
que ha escrito un artículo titulado El conflicto de loJ pueblos yugoJlavos en la
revista
de Ciudad de loJ CéJares nº 35, Santiago de Chile, julio-agosto 1994,
págs. 7-12.
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cismo. El bogomilismo era paralelo a los cátaros en el sur de Francia,
y había penetrado por la misma fuente a Europa. La Iglesia bogomila
se convirtió en la oficial en Bosnia-Herzegovina, y fue conocida
como Iglesia de Bosnia. A pesar de su pertenencia a Serbia y a
Croacia
(S. VII al XII), la región evolucionó entre los siglos XIII y
XIV a la autonomía. El crecimiento del bogomilismo inquietó al
Papa, el
que procuró destruir la influencia de la secta, lo que apenas
logró y en forma forzada en
un grupo de conversos poco entusias­
tas: los criptobogomilos. Diez años después de la caída de Constan­
tinopla,
Mehmet II toma Bosnia, en 1463, y obtiene la adhesión en
masa de la «Iglesia de Bosnia». Toda la estructura se convierte en
musulmana sunnita: «preferían ser conquistados por el sultán an­
tes que convertidos por el papa; y al ser conquistados no dudaron
en cambiar de religión» (11). Dada la existencia de este acuerdo,
Mehmet 11 les admite en el devsirme, o servicio de la corte, aunque
los excluye del Ejército, situación más restringida que la de otros
conversos, y designada por la palabra potor. Así la nobleza bosníaca
pasa al servicio del Sultán, y una parte importante sirvió en las
funciones de dominación de los restantes pueblos eslavos.
Pero fue
en Albania, donde este procedimiento alcanzó su
plenitud, y ello por su origen cristiano. Conviene destacar que en
Albania se desarrolló una forma herética, si se puede decir, del Isla­
mismo:
el alawismo-bektashismo, fundada por el santón musulmán
Hayyi Bektash (1247-1338)que sintetizó el sharnanismo, el chiísmo,
y el cristianismo griego ortodoxo, fuertemente influenciado por la
influencia griega antigua. Bosnios y albaneses conformaron
la quinta
columna del
mundo eslavo, y de su concurso partió una tendencia
aún más fundamentalista (12). Los nobles bosníacos pasaron a ser
los begs, y la casta militar de cristianos renegados formaban los
(11) Cit. por H. C. Darby y otros, Breve HiJtoria de YugoJ/avia Espasa­
Calpe, Madrid, 1972, págs. 74-75.
(12) «Aunque mantenían su propio idioma, imitaban la vestimenta, los
títulos y muchas de las costumbres de la cotte turca; mostraron el celo fervoroso
de los conversos
y dejaron atrás a los otomanos en fanatismo religioso», H. C.
Darby,
Breve Historia de Yugoslavia, pág. 75.
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CRlSTlAN GARA Y VERA
kapetans (13), que llegaron en Bosnia incluso al cargo de Gran
Visir. Por contraste los campesinos cristianos, los rajaes, estaban
obligados a
entregar un porcentaje de sus hijos por la fuerza al
cuerpo de Jenízaros. Esta conducta no fue excepcional.
Un historiador
contemporáneo
ha descrito la aventura de los renegados en un libro
apasionante, Los cristianos de Alá, y ha mostrado cuánto debía el
Imperio a éstos. Los turcos cultivaron de modo sistemático esta
practica,
en parre para procurarse soldados incondicionales al Sultán.
Así,
aun si diesen muestras formales de tolerancia a las llamadas
cuatro millets o «naciones religio&as» (Islam, cristianismo griego
ortcxloxo, cristianismo gregoriano armenio, y judaísmo). Altas con­
tribuciones a los «infieles»
y la asunción del Sultán como protector
del Islam, consagraban la indiscutible y obvia superioridad del
mahometismo.
Asimismo instituyeron que el servicio del palacio y
del Ejército, sería entregado a conversos, por medio del devsirme,
que incluía a los campesinos que hubiesen nacido cristianos griegos
ortodoxos.
De este modo el Cuerpo de Jenízaros, elite militar del
Imperio, se compuso
de renegados y conversos, lo mismo que buena
parre
de la administraci6n.
IV. La vieja Constantinopla
Precisamente en el lugar donde se quiso construir la «segunda
Roma», allí hoy día no quedan más que rastros arqueol6gicos y de
poca monta de su pasado, de la ciudad fundada en el 330 con el
nombre del Emperador que en el 312 aplast6 a sus rivales invocando
la protección del Dios cristiano.
La Catedral de la Sabiduría, Santa
Sofía, fue convertida
en una mezquita, apenas se había conquistado
la ciudad, demoliendo primeramente el altar.
Los símbolos cristianos
fueron destruidos, y los esporádicos rebrotes perseguidos sin piedad,
(13) Fue abolida en 1837, tras una serie de rebeliones de la nobleza bos­
nia en contra del Imperio al oponerse a diversas reformas
de Mahmud 11 (1808-
1839), al que descalificaron llamándole el «infiel cristiano», en 1821, 1828 y
1831. Finalmente la aristrocracia bosníaca fue aplastada por Ornar Bajá en 1850.
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LOS PRODIGIOS DEL ISLAM.
corno acontece y aconteció con los armenios, que a principios de
siglo sufrieron una de las más crueles matanzas de las que se tenga
memoria.
Constantinopla, que mudaría su nombre
por Bizancio, estaba
unida a una percepción del Cristianismo muy ligada al Emperador:
el Cesaropapismo. Esto fue su fuerza, pues a pesar de su inmovilismo,
la cultura bizantina fue capaz aun de expandirse y preservar el legado
romano bajo el influjo griego.
Justiniano reconquistó parte del lega­
do en Europa, Africa y Asia, enviando expediciones al sur de España,
al
norte de Africa, a Italia que sometió casi completa, lo mismo
que toda la costa mediterránea entre el norte de Africa
y Nicea,
además de parte de Egipto, mantenido en su poder. Pero el Imperio
empieza a sufrir el acoso de sus vecinos, y específicamente de los
musulmanes, y en el 1025, el Imperio bizantino ha perdido las
cosas, iniciando desde entonces una larga defensa. La presión islámica,
arrebata el Oriente Medio, Egipto y Africa del Norte, en la segun­
da
mitad del siglo VII, pero no avanza más tras el fracaso del asedio
a Constantinopla (707), que deriva
en un Tratado de Paz. Si bien a
comienzos del siglo XI los árabes son detenidos, ello no significa un
respiro, pues aparecen los turcos seléucidas que invadieron Asia
Menor tras la batalla de Manzikert (1071), y aún más temibles
enemigos que los anteriores.
La agonía de Constantinopla fue acelerada, es cierto, por las
disensiones cristianas.
La Cuarta Cruzada (1202-1204) destruyó
los muros de la ciudad, cuando se preparaba a viajar a Tierra Santa.
La codicia de los cruzados, los llevó no sólo a saquear impenitente­
mente la urbe, sino también a repartir el Imperio,
y los bizantinos
sólo recuperaron el control en 1261, pero la potencia militar bizantina
quedó herida de muerte, y desde entonces el «Imperio Bizantino»
sería solo
una alegoría, encerrada como estaba en sus murallas.
La caída de Constantinopla ha sido muchas veces narrada y siempre
con el mismo dramatismo. En un asedio extenso, el último Emperador
no quiso sobrevivir a la caída del Imperio. Fue una premonición;
toda la influencia bizantina desapareció como
por encanto. Las
regiones del Asia Menor, importantes en los primeros siglos del
Cristianismo, cayeron antes que la Segunda Roma. La culrura hele-
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CRJSTIAN GARAY VERA
nística fue barrida por el dominio musulmán. Por otro lado, la
pérdida de autoridad en los Balcanes precipitó la ruina de los diversos
pueblos eslavos. Algunos de ellos, como bosnios
y albaneses se pasaron
a la nueva religión, los más siguieron con su fe anterior. Los turcos
siguieron su avance hasta detenerse en 1525 ante las murallas de
Viena,
y el Mediterráneo, ante la flota que combatió en Lepanto,
1571, dirigida por don Juan de Austria. Ese fue el punto máximo
de la expansión islámica. Conforme a su naturaleza guerrera, ni un
kilómetro más
se hizo cristiano. Bizancio no volvió a ser cristiana.
V. LaJhilad o «Guerra Santa»: una espada contra el
Cristianismo
Dentro de lo elemental de la «teología» islámica, producto,
como ha probado el profesor Calderón Bouchet, de una mezcla mal
digerida de elementos judaicos
y cristianos (14), incapaz de aceptar
la Trinidad (15), resaltó pronto el grito de!Jhilad o Guerra Santa.
Este era un grito oportuno, .que permitía al «Profeta» Mahoma,
(14) «La intención de su autor fue, en un primer momento, la de enseñar a
los árabes el contenido del Pentateuco»,
Rubén Calderón Bouchet, El Islam.
Una ideología religiosa,
Producciones Gráficas, Buenos Aires, 1994, pág. l. Tor
Andrae llega a la misma conclusión: «parece imposible llegar a distinguir con
cuál de estas religiones está en
deuda mayor. Acaso se pueda afirmar que la
trama judía de la teología del Corán resalta tanto más cuanto más progresa la
evolución personal del Profeta»,
Mahoma, pág. 111. H. A. R. Gibb, por su
lado, comenta que la asociación de Ismael y Abraham a los santos del Corán
tendió a hacer aparecer al Islam nada menos
que como «un renacimiento del
monoteísmo
puro de Abraham, purificado( ... ) de las adiciones del judaísmo y de
las
del cristianismo», El Mahometismo, FCE, 1952, págs. 48-49, y reconoce que
el fondo de la discusión contenida
en El Corán da la impresión que «Mahoma
no tenía un conocimiento directo de la doctrina cristiana», la cual parece llegar
vía el judaísmo,
al cual al principio de su predicación se acercó, págs. 47-48.
(15) «En especial, se repudió enfáticamente la doctrina de la filiación
divina de Jesús, en términos
que revelan la forma torpemente antropomórfica
en
que ésta había sido presentada o se presentó por si misma a los árabes», H.
A. R. Gibb, El mahometismo, pág. 47.
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LOS PRODIGIOS DEL ISLAM.
unificar a las tribus beduinas. «La salvación no es la obra de una
purificación espiritual, sino de la obediencia pasiva a los jefes religiosos
y políticos de la comunidad islámica.
La guerra santa es el sacramento
único que abre para el creyente las puertas del
cielo» (16). Cuando
el movimiento pasó de los beduinos a los árabes, persas y egipcios,
el
grito de la Guerra Santa, permitió ofrecer un paraíso de huríes a
los guerreros.
De hecho la palabra asesino proviene del hashid pro­
porcionado a aquellos que
se comprometían por Alá a asesinar a los
dirigentes cristianos durante
las Cruzadas. Era una actividad terrorista,
pero no ajena
al concepto de Guerra Santa (17). La expansión se
alimentó de esta falsa promesa, y primero los árabes, pero luego los
turcos,
y ahora los persas y hasta sudaneses, la han tenido como
complemento indispensable de su crecimiento. Donde ella fracasó,
el islamismo
ni siquiera es una variable, ya que lejos de métodos de
persuasión funcionaba sobre
la conquista militar, que en ocasiones,
como en España, era
puramente superficial.
Por lo demás ello
es inherente a su expansión. Mahoma era un
líder temporal, que dedicó parte importante de su tiempo a las
campañas militares,
y que sólo pareció impresionarse ante la resistencia
de las tribus judías que estaban
en Arabia. La cuestión es importante,
porque de ello derivan dos aspectos. Primero que
la actividad profética
de Mahoma estaba indisolublemente
unida a su eficacia bélica, lo
que
queda bien claro cuando Mahoma congrega a los beduinos para
asaltar las caravanas a La Meca y cobrar
tributo. Como dice un
biógrafo, reveló «unas no despreciables dotes militares», pues instruyó
a los suyos para
mantener un orden cerrado, evitando los duelos
individuales, mientras hacía
que una lluvia de flechas interminable
evitase lo más posible la lucha cuerpo a cuerpo compensando las
(16) «La disciplina impuesta a los fieles no tiene designios de enmienda
ascética, a no ser los impuestos
por la vida militar y la exaltación del valor frente
a la muerte, sostenido
por una visión del más allá en perfecta correspondencia
con las inclinaciones más audaces del erotismo», Rubén Calderón Bouchet, El
Islam, una ideología religiosa, pág. 2
(17)
En la Guerra Irán-lrak los milicianos de·la Revolución Islámica
también esperaban el
paraíso prometido.
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CRISTIAN GARAY VERA
desigualdades numéricas (18). La otra consecuencia, fue que la resis­
tencia hecha
por los judíos, aun en las circunstancias en que fueron
derrotados, y obligados a emigrar de Arabia, le hizo estudiar poderosa­
mente el Torá y los libros antiguos. Además, su conocimiento del
cristianismo venía de fuentes judías, lo que acrecentaba su visión
incompleta
y caricaturizada, más impresionable frente al judaísmo.
Mahoma decide, endeudado con esta genealogía con las fuentes del
Viejo Testamento
y del Torá, obligar al Judaísmo y el Cristianismo
a respetar la nueva religión, pero sólo para pagar los
tributos (Co­
rán, 9, 29).
«Esta era -comenta un biógrafo--la posición que el
Islam
iba a tomar en lo futuro frentte a las religiones bíblicas» (19).
Violento, ordenó eliminar a sus numerosos adversarios, entre
ellos varios poetas satíricos
que se habían burlado. Refiriéndose a
Kab
ibn al-Achraf, un judío particularmente burlón, preguntó a
sus seguidores «¿Quién
me libra de Kab?». Obvio es decir, que
varios de ellos cumplieron el encargo llevando
su cuerpo ensangren­
tado, para depositarlo a sus pies.
Hoy por hoy, la profusión de mezquitas en el mundo cristiano
no
puede disociarse de este ánimo bélico. El intento de imponer la
«ley coránica» entre los inmigrantes musulmanes en los colegios
franceses así lo indica. El llamado terrorismo islámico no
es más
que una cara de laJihlad, y crecientemence está ganando a sectores
sunnitas, algo más remisos a seguir el modelo de Irán (20). Asimismo
el fundamentalismo se está imponiendo
en todos los países musul­
manes, con precarias excepciones como Egipto, Argelia, Afganistán,
y ahora Turquía, donde los militares turcos están aprovechando el
anticomunismo de los fundamentalistas para eliminar
-----O.e un ha­
chazo, marca peculiar de éstos, como entre los soviéticos el tiro en
(18) Tor Andrae, Mahoma, Alianza Editorial, Madrid, 1966, pág. 207.
(19)
Tor Andrae, Mahoma, pág. 234. En el sur de Arabia, la comunidad
cristiana de Nechran se sometió a
su dominio, y fue obligada a pagar un impor­
tante tributo de 2.000 trajes, cada uno por valor de una onza de plata, a cambio
Mahoma
se compromerió a resguardar su vida y bienes. Se suprimió la usura, y la
Iglesia nestoriana se obligaba a predicar la obediencia
al protector, id., pág. 235.
(20) Es el caso del Sudán, de mayoría sunnita, que está amparando gran
número de terroristas, pero lo ha sido antes también el de la Libia de Gaddafi.
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LOS PRODIGIOS DEL ISLAM.
la nuca-a los kurdos independentistas, de tendencia comunista
«atea» (21).
Quizás para algunos no sea fácil asociar ese impreciso
mundo
musulmán con el deseo de arrebatar de l~s corazones el Cristianismo,
pero así es.
No otra cosa se esconde bajo el proyecto «cultural» y
folclórico
que reivindica las raíces de la dominación islámica en
Andalucía (22),
y pretende construir como afrenta a Occidente y a
España,
la más grande mezquita del mundo en Córdoba.
(21) Los tres primeros tienen graves problemas internos, en Afganistán se
libra una guerra civil encce los vencedores de los soviéticos, en Argelia hay una
rebelión sostenida contra la Junta Militar, lo mismo que cantea el gobierno
egipcio.
(22) Y que
da origen al proyecto de un autonomismo andaluz, lleno de
simbologías
musulm3.nas, y cuya bandera no por casualidad es verde, color del
Islam.
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