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Número 351-352

Serie XXXVI

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In memoriam P. Osvaldo Lira, SS. CC.

IN MEMORJAM
a una edad todavía muy joven y creo que a partir de ese momento
Juan José se sintió más obligado para con un movimiento en el que
tantas ilusiones habían puesto su
mujer y Eugenio Vegas.
De profunda religiosidad, ya se ha encontrado en el cielo con
esas dos personas que
tanto supusieron en su vida. A nosotros, desde
la tristeza de estas horas, no nos cabe sino alegrarnos de
que Dios
nos pusiera en el camino a
Juan José Morán González. Porque si le
imitamos seremos sin
duda mejores.
FRANCISCO ]OSÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA.
P. OSVALDO LIRA SS. ce.
El año 1996 se nos ha llevado para siempre al P. Osvaldo Lira,
aquel religioso chileno,
menudo de cuerpo y grande de alma, que
llegó a ser uno de los puntales de la resistencia católica tradicional
frente a la ola de descreimiento y apostasía
que ha invadido, aun
dentro de la propia Iglesia, a nuestro siglo.
Hace ahora dos años, la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile le
dedicó
un cálido homenaje con ocasión de su 90 cumpleaños. Fruto
de ese homenaje fue
un grueso volumen de testimonios en torno a
su personalidad y pensamiento en el que colaboramos casi cuarenta
amigos
y discípulos, unidos todos en una misma gratitud y admi­
ración hacia el maestro que ahora nos ha dejado.
Muy joven todavía,
en 1940, el P. Lira fue enviado por sus
superiores de los Sagrados Corazones a Europa para completar sus
estudios de teología y filosofía.
Al poco de su llegada a Bélgica, la
invasión alemana le obligó a venirse a España donde permanecerá
sin interrupción hasta 1952. Conoce entonces la España de
la recién
lograda victoria
en la Cruzada de Liberación, con su fervor religio­
so
y patriótico, con sus ansias de reconstrucción moral y material
en medio de ruinas y de heridas aún no restañadas.
La sagacidad de
su espíritu le mostró enseguida la trascendencia de la lucha que
se
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había sostenido en nuestra patria y la polarización en ella de concep­
ciones inconciliables de la vida.
Por una parte descubrió
en el tradicionalismo español, concreta­
mente en Vázquez Mella, la culminación de
un pensamiento a la
vez religioso
y político capaz de oponerse coherentemente a la Revo­
lución moderna. Ello le inspiró un primer libro titulado Nostalgia
de Vázquez Mella, una de las. mejores síntesis del orador asturiano.
La introducción a ese pequeño libro termina con estas palabras:
«Debe afirmarse que la doctrina de Mella no es UNA política, es
LA política a que debe adherirse quienquiera desee ver realizados
en
la vida colectiva de la sociedad civil los principios fundamentales
de la moral cristiana y de la filosofía escolástica».
Por contraposición, percibió también la sugestión que aún ejercía
en «la otra España» -la laicista y eutopeizadora-la obra de Or­
tega y Gasset, tanto literaria como filosófica y políticamente. A
una aguda crítica de la misma dedicó dos tomos bajo el título
Orte­
ga en su espíritu, en los que demuestra la vacuidad última del llama­
do «raciovitalismo». Tampoco dejó
de percibir el P. Lira en aque­
llos años la influencia totalitaria y caudillista
que sobre el régimen
español ejercían los países
del Eje. Su denuncia fue todo lo enérgica
que las circunstancias permitían.
Tras dejar en España una amplia estela de amistad y magisterio,
regresó en 195 2 a Chile
para dedicarse a labores docentes que culmina­
rían
en el desempeño en la Universidad Católica de Santiago de las
cátedras
de Metafísica y Estética. Hacia 1965 vuelve por poco tiempo
a España, y en
1967 regresaría definitivamente a Chile. Con ocasión
de este regreso me envió una larga y cariñosa carta de despedida,
carta que conservo
y de la que merecen trascribirse aquí algunos
párrafos premonitorios y sumamente significativos. De su fecha-31
de enero de 1967-hace exactamente treinta años. Se acaba de
clausurar el Concilio,
y ha comenzado para él --como para tantos
clérigos-el martirio de su espíritu sacerdotal.
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«Las cosas -me decía en su carta-van tomando en Chile
un giro verdaderamente demoníaco. No es que se dibujen ba­
rruntos de persecución o que la Iglesia vaya a ser atacada por los
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enemigos de fuera. Es que se está pudriendo por dentro. S.E. el
cardenal Silva Henriquez, arzobispo de Santiago, es el hombre
más siniestro que cabe imaginar. Acaba de invertir los caudales
del culto en comprar acciones millonarias de una sociedad cuya
sigla
es DILAPSA que publica una serie de revistas ultrapomo­
gráficas como Eva, Adan, Vea, El Pingiiino y orcas de acusado
tinte marxistoide. ( ... ) Y hasta
ahora ni las reiteradas cartas a
Roma ni
las reclamaciones al N uncia han obtenido respuesta
alguna. ¡Dios quiera que algún día quien está a la cabeza de la
Iglesia
se dé cuenta de sus responsabilidades! ( ... )».
«La anarquía litúrgica es. pavorosa. Conozco gentes que
ya no acuden a la iglesia porque les resulta más fuerte que
ellas el estar oyendo auténticas herejías en la predicación,
profanaciones en la misa, en el sacramento de la penitencia ...
Estoy convencido de
que estamos entrando en los últimos
tiempos. ¡Dios haga
que se abrevien estos días por amor a los
elegidos! Porque de lo contrario se corre el peligro de que
nadie en Chile esté en condiciones de salvarse. Penétrese de
una cosa, Rafael: de que, a pesar de todos los pesares, ustedes
en España están en el Paraíso comparado con lo que está acon­
teciendo en los demás países.
Es preciso estar aquí, sufrir las
predicaciones dominicales, los dictámenes morales que los
sacerdotes dan públicamente, a vista y paciencia de los obispos,
sobre anticonceptivos, control de la natalidad, etc.,
para darse
cuenta cabal de lo que ha llegado a ser un ambiente religioso
como el nuestro de Chile, que, si se hace treinta años podía
calificarse de decente, hoy día es la impudicia lo que está
entronizado en todos los puntos clave de la Iglesia. Por
eso
no ceso de pedir a Dios que nos asista. ( ... )
«Ahora estoy dando la última mano a una obra titulada
El misterio de la poesía de la que le ofreceré un ejemplar. Pien­
so llevarla yo mismo a España junto con una Ontología del
conocimiento en la cual he venido trabajando varios años( ... )».
Ese mismo año de la carta (1967), pocos meses después, la
Universidad Católica en que enseñaba el P. Lira apareció
tomada
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por los estudiantes marxistas, que promovieron una anticipación
menor de lo que sería el Mayo del 68 en París. «Pocos adivinaron
entonces que entrábamos en
una espiral de violencia que había de
durar años e iría in crescendo hasta abrasar a toda la sociedad chilena
en
un fuego que estaría a punto de destruirla» (Julio Retamal).
Fueron los años revolucionarios
y anárquicos de Salvador Allende,
respaldado en todo momento
por el cardenal Silva Henríquez. Es
difícil imaginar lo que sufriría en esos años el P. Lira, que tuvo
un
amplio protagonismo en el ámbito universitario con una actitud a
la vez enérgica
y conciliadora.
Los libros que en su carta me enunciaba el P. Lira vieron la luz,
así como otros, aparecidos después de 1973, tras la intervención
militar pacificadora que deparó a Chile un período de sosiego y
prosperidad que, en cierto modo, llega hasta
el presente: Verdad y
libertad
(1977); De Santo Tomás a Velázquez pasando por Lope de Vega
(1981) y cinco títulos más.
Pienso que la crisis en que se debate actualmente --desde hace
treinta
años-la Iglesia Católica y lo que perdura de la Cristiandad
que ella inspiró es sólo comparable a
la gran convulsión que en los
siglos
111 al v azotó a la Iglesia en la lucha contra el arrianismo.
Igual desconcierto, igual penetración de la herejía en todos
los niveles
de la jerarquía eclesiástica, igual desesperanza de sobrevivir. Dios,
sin embargo, inspiró en aquella época a unos cuantos varones apostó­
licos que fueron
en su época luchadores incansables, héroes y mártires,
y que hoy veneramos conio santos.
Gracias a ellos
se restauró la verdadera fe, se pacificó la Igle­
sia
y pudo pervivir tras ellos mil quinientos años hasta nuestros
días. Seguramente hoy está sucediendo lo mismo, y
podrían qui­
zá citarse los diversos 'apóstoles que laboran en grupos y modos
distintos por lograr el mismo efecto salvífica que la restauración
trinataria del siglo
IV. Cuando dentro de uno o más siglos se es­
criba
la historia de la Iglesia en nuestra época se mencionará a
estos varones apostólicos con
la veneración con que hoy recorda­
mos a San Atanasia, a los Gregarios Niceno
y Nacianceno, a San
Basilio o a San Leandro.
El P. Lira formará sin
duda entre estas figuras providencia-
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les, entre aquellas a quienes tocó «pelear el buen combate» en
los países de la vieja Hispanidad de uno y otro lado de los mares.
Pidamos a Dios que le permita desde el Cielo seguir propiciando
la salvación en la fe de nuestras almas y las de nuestros descen­
dientes.
RAFAEL GAMBRA.
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