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Número 205-206

Serie XXI

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Tradicionalismo y krausismo

TRADICIONAiLISMO Y KRAUSIMO
POR
G. FERNÁNDEZ DE LA MoRA
En el número de Verbo correspondiente al pasado mes de
abril aparece el artículo de Raimundo de Miguel,
Organicismo
tradicionalista,
que contiene ciertas rectificaciones o precisiones
a mi estudio El organicismo krausista publicado hace casi un
año en la
Revista de Estudios Politicos. Con la mayor brevedad
posible examinaré dichas precisiones:
l. Afirma De Miguel que «no puede ser más diversa la
concepción filosófica de Krause y la de los tradicionalistas es­
pañoles». Todo el mundo está de acuerdo en este punto, que
nadie ha negado jamás. Ahora bien, esa discrepancia filosófica
no impide que ciertos aspectos del pensamiento krausista hayan
influido en mentes antikrausistas. Platón influyó en Aristóteles que era antiplatónico. El estoicismo influyó en Clemente de
Alejandría
y otros Padres de la Iglesia que eran adversos a la
metafísica estoica; y así sucesivamente hasta Heidegger, pasando
por Descartes, Kant o Hegel, todos los cuales han influido en
muchísimos de sus adversarios. Discrepar e influenciar son dos
cosas muy distintas
y no necesariamente contrarias.
2. Entiende De Miguel que el pensamiento tradicionalista
está «libre de toda sospecha de influencia próxima o remota de
las doctrinas de Krause, Ahrens y sus epígonos españoles». Por
lo que se refiere al organicismo sociopolítico mi convicción es
otra. Aparisi fue un tradicionalista. Pues bien, el 7 de abril de 1844 expuso su modelo
de Cortes integrado por los tres brazos
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clásicos: «clero ... nobleza ... y clase media» (Obras, III, 142).
Pero, bastantes años después, sustituyó su trimembre esquema
estamentalista por el censitario y corporativo (Obras, II, 429 y
IV, 290).
¿Qué ocurrió para que Aparisi modificara tan esen­
cialmente su idea de
la representación política e hiciera suyo el
corporativismo orgánico? Ocurrió que se había publicado y
había alcanzado

una gran difusión española la traducción del
Curso de Derecho Natural de Ahrens, que es el gran teórico de
la representación corporativa de intereses. Aparisi es el primer
doctrinario tradicionalista que defiende esa forma de representa­
ción, postura que luego asumirían otros muchos como Mella y
Pradera. Antes de Aparisi, los tradicionalistas y sus predeceso' res, entre los que destacan los autores del
Manifiesto de los Per,
sas, preconizaron la representación estamental (nobleza, Iglesia
y

pueblo), es decir, desconocieron la representación corporativa,
apuntada por Hegel, formulada por Sismondi y desarrollada por
Ahrens en 1839. En esta materia, la prioridad cronológica de los krausistas sobre los tradicionalistas es evidente, y
el influjo
es obvio. Este influjo, «próximo o remoto», se refiere a un pun­
to concreto de derecho público y, repito, es perfectamente com­
patible con
la contradictoriedad filosófica entre unos y otros.
3. No
parece aceptar
De Miguel mi opinión de que los co­
nocimientos de
Mello sobre el organicismo krausista «no eran
satisfactorios». Y aporta dos argumentos. El primero es
ad ho­
minen:
si sostengo que el knausismo influyó en Mella ¿cómo
postulo que no lo
conocía bien?
A
lo cual respondo que se puede
conocer muy insatisfactoriamente a Aristóteles y, ~in embargo,
aceptar, como la mayoría de las gentes, lbs elementos de su doc­
trina de la materia y de la forma. ¿Desde cuándo es necesario
conocer bien una doctrina para dejarse influir de algún modo
por ella? ¿Cuántos marxistas conocen los libros fundamentales
de Marx?
El segundo argumento es la transcripción de medio centenar
de líneas de un discurso de Mella en el que expone su idea del
organicismo krausista. Pero ese texto, que yo cito en
· la

nota
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490, es una decisiva prueba a mi favor porque está cuajado de
equivocaciones,
a) No es exacto, como escribió Mella, que Ahrens
representara al krausismo «en Alemania» porque también lo
hizo en Francia y en Bélgica donde desarrolló
la mitad de su
docencia universitaria; y la primera edición
del Curso apareció
en francés en Bruselas, y no se tradujo al alemán hasta siete años
más tarde.
b) Mella menciona como representantes del organi­
cismo krausista español a Azcárate y Salmerón. Hay error de
omisión al no citar a los más
caracterizados que

fueron Sanz del
Río, Giner y Pérez-Pujol. Y hay error de selección porque Az­
cárate no llegó a defender
la representación corporativa y porque
los textos organicistas de Salmerón son exiguos y de poco valor teórico.
e) No es cierto que el organicismo liberal excluyera el
elemento lústórico y tradicional, como lo demuestra el hecho
de que el liberal y organicista Savigny fuese el fundador de
la
escuela lústórica, y que a ella pertenecieran algunos de los más
ilustres organicistas liberales, como Gierke. Y, concretamente,
los liberales krausistas que
preconizaban el

organicismo acepta­
ron hechos lústóricos de
la envergadura de la unidad nacional
de España, de la personalidad de las regiones y del derecho fo­
ral.
d) También es falso que, como pretende Mella, el organicis­
mo krausista «acabe por no admitir más asociaciones que las
que al Estado le plazcan» porque los krausistas afirmaron ex­
presa y reiteradamente lo contrario.
e) Y es incierto que, como
señala Mella, · en el organicismo krausista «palpita vigoroso el
principio individualista» porque, desde Giner de los Ríos, la crí­
tica del individualismo roussoniano es constante e implacable en­ tre los krausistas españoles; y fue durísima en Ahrens. A estos
errores podrían añadirse otros en textos de Mella que De Miguel no cita. Mi opinión de que el conocimiento de Mella acerca del
krausismo no es «satisfactorio» si no es del todo exacta, sería
por exceso de benevolencia hacia el fecundo tribuno.
4. La inmensa mayoría de los datos aquí recordados se
contienen en alguna de las casi cien páginas y del más de medio
millar de
notas de

mi estudio
El organicismo krausista, lo que
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me lleva a la deduccióu de que De Miguel no se lo ha leído con
la atención que requería su noble propósito de precisión, lo cual
me ha proporcionado la feliz oportunidad de ratificar algunas de mis conclusiones ante los queridos lectores de
Verbo.
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