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Número 205-206

Serie XXI

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Javier Nagore Yarnoz: En la Primera de Navarra (Memorias de un voluntario navarro en Radio Requeté de campaña)

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peligros que conlleva el olvido de los valores clásicos y la ne­cesidad de una reacción. Como valor fundamental que hay que conservar a toda costa
está
la Hispanidad, analizada con precisión y con pasión por Ro­
berto H. Marfany, que aboga por la necesidad de fortalecer o res­ tablecer el legítimo origen hispánico para recuperar el ser his­
tórico.
Un factor importante para la conservación de los valores cul­
turales fundamentales es el referente a la conservación del acer­
vo historiográfico que trata Néstor Tomás Auza, el patrimonio
histórico-cultural y la conservación de las instituciones naturales o
«ecologismo integral» tratados, respectivamente, por Carlos Ma­
ría Gefly y Obes y por M. Montejano .
. Termina con algunas contribuciones de carácter más político,
como el conservadurismo en la política argentina, la tradición,
la revolución y la conservación y, finalmente, sobre la conserva­
ción de la fe, por
Héctor Aguer.
En resumen, un volumen lleno de interesantes sugerencias y
de ideas originales --<¡ue contrastan con la monotonía de con­
ceptos de aquellos cuya única idea fundamental es una fe indis­
criminada en el progreso material que, según ellos, seria necesa­
riamente origen de desarrollos positivos en la ética y hasta en
la
religión-.
JULIO GARRIDO
Javier Nagore Yámoz: EN LA PRIMERA DE NAVARRA
(MEMORIAS DE UN VOLUNTARIO NAVARRO EN RADIO REQUETE DE
CAMPAÑA) (*)
Este libro de Javier Nagore es, para los que de algún modo
(aunque sea menos brillante)
participamos en
los frentes de la
misma Cruzada española de hace más de un tercio de siglo, un
memorial emocionante, pero también es, para cualquier lector
más alejado, una historia del más alto interés. Una verdadera
historia, como debe ser, de «soldados conocidos». Ya en otras
ocasiones ha dicho que los historiadores deben tener muy pre­
sente el Monumento de los Muertos de Navarra en la Cruzada,
que se contempla en Pamplona, un excelente ejemplo de monu­
mento a los «soldados conocidos», pues en sus muros interio~
(*) Madrid, 1982, 167 págs.
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res figuran los soldados navarros que murieron por Dios y por
E,paña, en
largas listas por pueblos, cada uno de ellos con su
nombre y los apellidos, paterno y materno: testimonio irrefuta­
ble del sacrificio heroico de un pueblo por una gran causa que
le anim6. A este admirable modelo corresponde ahora la historia
de Nagore, que es, como digo, una historia de soldados conoci­
dos, de muchos y no de uno solo. Naturalmente,
no. puede

me­
nos el autor de
narrar los

hechos desde su propio recuerdo, como
soldado de la gloriosa Primera Divisi6n Navarra, valiéndose tam­
bién de las notas
qiie pudo

tomar a lo largo de los
años de
fren­
te, en el Norte, luego en Terne! y
finalmente en

la batalla deci­
siva del Ebro, en el verano de 19 38, después de la cual pudo
vislumbrarse ya como cierta la victoria -pues victoria fue, y
rotunda- de abril de 1939. Sin embargo, en todo momento,
procura el autor aportar los testimonios de otros soldados pr6-
ximos a
él, de modo que, sin perder los rasgos personales del
estilo del autor, resulta una historia colectiva, una gran epopeya,
en
la que nos vemos representados cuantos participamos en la
misma Cruzada. Es más: aunque, por la zona de procedencia de esta Divisi6n sobresalga, inevitablemente, la contribuci6n de los
Requeté,, el autor destaca constantemente el valor de otros sec­
tores que contribuyeron con el mismo heroísmo a la gesta común.
Narraci6n vigorosa, la de Nagore, llena de detalles muy pre­
cisos y de anécdotas; con un estilo entrecortado y_ trepidante,
como la .n:úsma acción bélica de la que, como buen notario, nos
CUI fe; pero que mantiene siempre en tensión el sentido trascen­
dente de lo que narra y el espíritu que anim6 a los soldados de
aquella Cruzada; un estilo en el que no falta un arte excepcio­
nal para captar situaciones, los talantes personales y, hasta, con
gran belleza, la estética del paisaje, pues no hay que olvidar que
este austero notario de Pamplona está dotado de una gran sen­
sibilidad poética ante
la naturaleza. En tono menor ya había
hecho gala de estas condiciones literarias, en su diario, de una
peregrinaci6n a Roma, hecha a pie con un antiguo compañero de
guerra, para dar gracias por haber salido con vida de tan gran­
des peligros por los que habían pasado. Pero ahora se trata de
algo incomparablemente más elevado: de una gesta.
En las condiciones y circunstancias que hoy nos atraviesan,
es comprensible que el autorhaya querido limitar la difusi6n de su obra,
destinada por
él a los amigos
y compañeros más pr6xi­
mos

en aquella guerra, pero· es previsible que tenga que acceder
a las solicitudes de mayor difusión, pues los pocos ejemplares
distribuidos han suscitado ya muchas peticiones en ese sentido.
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Y yo creo que este memorial vetídico puede hacer vibrar a mu­
chos
de los más jóvenes de hoy, tras una fase de crisis del
pa­
triotismo, del heroísmo, de la misma fe --de la que aquellos
héroes dieron

un ejemplar testimonio, bendecido por la Jerar­
quía-, e incluso crisis de la
alegría, de aquella alegría que vi­
braba

en coplas espontáneas y populares, de las que está lleno
este libro, y que nada tienen que ver con la moda de la canción
lánguida y comercial, psicodélica y extranjerizante de los últimos
lustros ( ¿no es verdad que ya nadie parece capaz de cantar
him­
nos, del color que sean?). Porque, auoque la vida de los pue­
blos no se repita, no es menos verdad que
las crisis y modas
tampoco son irreversibles, como fácilmente puede comprobar
quien ha vivido lo suficiente para conocer los cambios reversivos.
Pero nada más lejos de la lamentación nostálgica que este
estupendo testimonio de Nagore. En efecto, no nos da sensación
de lejanía, sino que nos introduce en una actualidad siempre pal­
pitante y atrayente; viene a ser como una brillante película en
la que el espectador no puede menos
de· verse

plenamente incor­
porado. Como he podido observar en otros lectores de este
li­
bro,

se siente uoo irresistiblemente atraído para releerlo, para no
apartarlo de nuestro entorno, para revivir
la gesta narrada, y no
puede uoo menos de sentir una profuoda simpatía y admiración
por el autor y sus compañeros de guerra. Se trata de unas me­
morias,

pero no dejan las cosas en el pasado, como algo lejano e
inerte, sino que las hace revivir
con poderosa

fuerza épica. Por­
que los hechos admirables sólo se hacen propiamente épicos cuan­
do se escribe sobre ellos como ha sabido hacer Nagore.
«Por eso
los· viejos --dice el

autor (pág. 63 )- escribimos
memorias;
y rezamos más». Lo dice al comentar cómo él no se
dio cuenta, ni los que con él
estaban, ·del verdadero significado
de

una especie de aurora boreal que se observó en todo el
Oc­
cidente

de Europa durante la noche del
24 al
25 de diciembre de
1938, uo fenómeno celeste extraño que ya había sido
anuociado
en

uoo de los mensajes de Nuestra Señora de Fátima como aviso
del gran castigo divino que iba a sobrevenir,
como efectivamente
ocurrió

con la guerra muodial que empezó al año siguiente. En
efecto, los acontecimientos vividos pueden, con frecuencia, que­
dar oscurecidos por uoa interpretación de pocos vuelos ~¡una
simple

aurora boreal, en ese caso!-, por la obcecación de la
mente humana, por el pronto olvido o por decidida voluotad de
silenciarlos ... Sin embargo, una vez que se reviven consciente­
mente, adquieren toda su significación. No otra cosa ocurre con
los milagros del Evangelio. Pero también sucede
algo de

esto
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con experiencias como la de nuestra Cruzada, y este libro tiene
el
mérito, sobre todo, de presentárnosla, sin dejar el claroscuro
de la veracidad, y aunque sea con una visión limitada por la
propia experiencia del autor, en toda su épica grandeza y en todo su alto
significado para

la historia, no sólo de España, sino tam­
bién universal. Una gran gesta para ser vivida, y revivida, ahora,
por
el testimonio del autor.
No sabría yo, en este momento, dejar de hablar de Nagore
y su libro, de su historia y de la gesta historiada, pero me haré
violencia para no dejarme llevar por el impulso de la amistad y
admiración personal hacia este hombre lleno de nobleza cristia­
na, al que tengo como guía (buen montañero
él) en nuestra lu­
cha por defender la foralidad; para no dejarme llevar por senti­
mientos de patriotismo y complacencia por una guerra hecha sin
odio por unos hombres
con un

alto espíritu de sacrificio. Porque
todas estas posibles virtudes deben ceder ahora ante la más opor­
tuna de

la sobriedad.
ALVARO n'ORs
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