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Número 205-206

Serie XXI

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El principio orgánico de las sociedades humanas

EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
tura del curso académico, ante el claustro de la Universidad de
Barcelona. Aunque para la mayor parte de nuestros lectores sea superfluo
explicarlo, diremos que don Manuel
Durán y Bas (1823-1907)
fue catedrático de derecho romano en 1850, de decho penal y mercantil en 1862, siempre en la Universidad de Barcelona, crea­
dor, en Madrid, de la
Fundación Savigny, entroncó con la escuela
jurídica catalana a través de su maestro
Martí d'Eixala. Fue gran
defensor del derecho civil catalán, vocal correspondiente de la
Comisión
Codificadora, redactó la Memoria de las instituciones
de derecho catalán
que convenía conservar. Fue siete veces Pre­
sidente de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Bar­
celona. Decano del Colegio de Abogados de
la misma Ciudad
Condal
y Rector
de su Universidad, así como Ministro de Gra­
cia y Justicia en el Ministerio de Silvela-Polavieja.
JuAN VALLET DE GoYTISOLo.
I
EL WU.NCl!PI0 ORGANICO DE LAS SOCIEDADES
HUMANAS (I)
POR
MANUEL IluR.ÁN y BAS
Señores:
Os debo la honra, sin preoedentes en el Ateneo, de ocupar
por tercera vez el sitial desde el que os dirijo la palabra. Distin­
ción es esta
á justo título codiciada; pero puedo aseguraros que
ni la ambicioné, ni la esperaba. Lejos de esto, al serme ofrecida,
(1) Discurso inaugural de las sesiones del Ateneo Barcelonés, leído en la
sesión pública del día 30 de noviembre de
1876, publicada

en
Es­Ct'itos del Excmo. Sr. D. Manuel Durán )' Bas, II serie, Estudios morales, sociales y económicos, Barcelona, Impr. Barcelonesa, 1895, págs. 177~213.
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MANUEL DURAN Y BAS
vacilé, y no por desdén, en aceptarla, porque tiene en su seno
el Ateneo socios llamados por sus merecimientos
á la direcci6n
de nuestros trabajos, y en la vida corporativa son siempre ne­
cesarios los renuevos para mantenerla en su vigor y lozanía,
pero elegido, antes de prestar
mi consentimiento, por unánime
sufragio, hube de vencer toda repugnancia para daros testimonio de que no cabe la ingratitud en mi pecho. Rendido
á la verdad y al deber este tributo, he de satisfacer
otro

que es compensaci6n de la honra con que inmerecidamen­
te me habéis distinguido. Asistimos
á la inauguraci6n de nues­
tras cátedras y de nuestras discusiones; y en ocasiones como la
presente es costumbre del Ateneo, al igual que de otras Corpo­ raciones literarias, que el llamado
á presidirlas diga la primera
palabra,
y se la diga en público, á sus consocios. Fáltame á nú,
bien lo sabéis todos, vagar para meditarla é ingenio para darle
interés y atractivo; pero favorécenme en el desempeño de mi
compromiso lo conocido de mis flacas fuerzas y los ejemplos
de vuestra indulgencia. Otra circunstancia he de agradecer también como venida en
mi auxilio. Mis habituales estudios tanto como la condici6n de
nuestros tiempos me llevan con frecuencia á meditar sobre los
fenómenos sociales conte.tnporáneos. En ellos se encierran .gran­
des y trascendentales problemas morales; y la ciencia los discu­
te haciendo nacer variedad de escuelas,
á la vez que se plantean
y aguardan soluci6n en los dominios de la gobernaci6n del Es­
tado engendrando variedad de parcialidades. A todos impresio­
nan estos fenómenos; á todos interesan estos problemas; y el
reflexionar en voz alta y con vosotros sobre alguno de ellos,
como en otras ocasiones, á esta análogas, lo he verificado, es­
pero que me atraerá vuestra atención en interés del asunto en
que la ocupe. Es uno de los fen6menos sociales contemporáneos la general
aspiraci6n al mejoramiento de nuestra condición social. El se­
ñalamiento de sus caracteres derivados de su tendencia
á enal­
tecer la personalidad humana
y á reformar de raíz todas las
instituciones sociales existentes; la apreciación de lo que esta
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
aspiración tiene de legítimo en su origen y de peligroso en su exageración y extravíos; la investigación de la
parte que
en su
realización corresponde al individuo, solo ó voluntariamente asociado, y de la fuerza que las asociaciones entrañan, auxilio
de que necesita siempre el hombre, y más que en otros en los
presentes días en que es indispensable una fuerza intermedia entre el gran poder del Estado y la debilidad relativa del in­
dividuo, fué el objeto de la oración con que inauguramos nues­ tros trabajos en el año de 1867. Al celebrarse igual solemnidad en 1872 examiné las causas
y los caracteres de
la actual situación moral y social de los pue­
blos europeos; y al comparar el socialismo contemporáneo con
el de otras edades; al descubrir en él, no las fascinaciones de
la utopía, sino las tendencias de una escuela; al encontrar su
generación en algunos fenómenos morales de nuestra época,
como el enflaquecimiento de la fe religiosa, el crecimiento del
positivismo, las exageraciones del individualismo, el apasiona­
miento por la idea de la perfectibilidad indefinida, arrojada al
mundo para seducción de las imaginaciones
á fines del pasado
siglo; al ver que el socialismo contemporáneo amenaza el orden
social en sus principios fundamentales y al sentir que la necesi­
dad más imperiosa de los momentos presentes es acudir á su
defensa; no me limité, porque hubiera sido incompleto mi tra­
bajo y mi voz de alarma de todo punto estéril,
á describir el
peligro y
á atraer hacia á él, con igual interés que en mí des­
pertaba, la atención ajena; sino que señalé nuestros deberes y
procuré vigorizar el ánimo con mis esperanzas, indicando las
afirmaciones que pueden oponerse
á las negaciones destructoras
que constituyen el fondo. del socialismo contemporáneo y hacien­
do el recuento de las fuerzas que poseemos pra luchar
y esperar
el triunfo, no sin trabajo, en la lucha. Al meditar ahora de nuevo sobre uno y otro fenómeno, veo
en el primero la causa generadora del segundo. Alcanza
á todas
las clases, preocupa
á todas las inteligencias la aspiración al me­
joramiento de nuestra condición social; y
al descubrir un ideal
que la imaginación embellece y cuya distancia aviva nuestros
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MANUEL DURAN Y BAS
despertados deseos, sentimos los desencantos del presente y con
injusto desprecio pronunciamos el anatema contra la actual or­
ganización de las sociedades humanas. Impacientes por realizar
en término breve esta aspiración encontramos lenta la acción
del tiempo;
y ante este obstáculo intentamos, no ya la reforma,
sino la destrucción de las instituciones que
han respetado los
siglos; lejos de aceptarla, rechazamos la herencia de las civili­
zaciones que fueron; sentimos, no gratitud, sino desdén, cuando
no odio, por el pasado; y el presente no es á nuestros ojos sino
el momento histórico en que los pueblos pugnan por des­ prenderse más ó menos trabajosamente del legado de errores,
preocupaciones é injusticias que
han sido la base y la fuerza vital
de su antiguo régimen. El orden político y el orden social son
hoy rudamente combatidos porque se les considera como vallas que romper para que la vida moral y social del hombre se des­
envuelva conforme
á las condiciones ingénitas de nuestra es­
pecie; con pregón de anatema se acusa á la organización social
existente, de fundamentalmente contraria á las leyes naturales
del hombre y de la sociedad; en nombre de la ciencia se pre­
senta el ideal, ó mejor los ideales, -porque no á todos respon­
de en igual sentido el oráculo--, que han de ser la tendencia
de la futura reorganización social
y política; y no sólo se desdeña
la tradición, sino que se moteja de inteligencias miopes para la
_comprensión del porvenir
á las que en los tesoros que encierra
la historia buscan enseñanzas, y en las instituciones que, más ó
menos alteradas, han vivido al través de los siglos encuentran
elementos esenciales que las identifican con nuestra naturaleza
moral y social.
¡Insigne ingratitud, pudiéramos exclamar, la de una genera­
ción que así reniega de su abolengo
y no advierte que las gene­
raciones futuras condenarán con igual título al desprecio sos
esfuerzos
y su obra! Creo en el progreso social, porque sé que
el hombre es un sér moral
y perfectible; y si no fundase mi
creencia en el estudio de
la naturaleza humana vería revelada
esta ley en esa historia que las modernas escuelas desdeñan. Veo
en ella transformación, no la

de las ci-
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
vilizaciones. Veo sucesión histórica, no soluciones de continui­
dad. Veo una labor constante en la que todas las generaciones
se emplean; pero la veo fecunda por el encadenamiento de sus
esfuerzos en

el orden del tiempo y por el mutuo apoyo que se
prestan sus resultados. Distingo en
ella lo pasajero y lo per­
manente; pero esto mismo me da la comprensión de
lo accidental
y de lo esencial, de lo progresivo y de lo inmutable, de lo que
es obra del hombre
y de lo que aparece como obra de Dios; de
lo que depende de las imperfecciones de nuestro sér y de
lo que
tiene un tipo eterno en el plan divino; y esto me advierte que
así yerran las escuelas que quieren conceder á lo que es transi­
torio é imperfecto, como producto de la flaca razón humana,
.igual estabilidad que á lo que constituye los elementos esencia­
les é indestructibles de toda organización social, como las que repudian por entero las instituciones que han labrado las edades
pasadas hasta dejarlas en su estado actual de perfección, com­
prendiendo en una misma condenación sus principios como base
fundamental de su organismo, y lo que en éste es meramente
formal
y por tanto variable con los tiempos y las civilizaciones.
Prescinden, no obstante, de esta distinción, que en todas sus
partes acusa la historia, las modernas escuelas sociales. Todas
hablan en nombre de la
razón; todas
le piden el ideal de la or­
ganización de los pueblos; y todas, como es lógico, hacen prece­ der el análisis y la crítica
á la elabmación sintética; y como
todas llegan
á la afirmación de que las bases sobre qué descansa
la actual organización social son contrarias á las condiciones mo­
rales
y sociales de nuestra naturaleza, mantienen y excitan la
inquietud de los espíritus
y la agitación de las muchedumbres,
que es el estado moral característico de la época presente.
Interesa, pues, seguir en su sucesiva aparición á las nuevas
doctrinas y compararlas con las doctrinas antiguas. La verdad
social no es sino la traducción histórica de la verdad moral;
y
todos los problemas sociales llevan un problema moral inviscera­
do en ellos. Las ideas ejercen poderosa influencia en las trans­
formaciones de las sociedades humanas, y no se detiene su cur­
so mostrando desdén ó aversión por ellas, sino examinándolas
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MANUEL DURAN Y BAS
con ánimo imparcial y sereno, con puro amor á la verdad, com­
batiéndolas en lo que tengan de erróneo, utilizándolas en lo que
presenten de aceptable.
Esto, que

es condición de la ciencia, es
también necesidad social; y si lo consintiesen ahora los natura­
les límites de este
trabajo, yo

lo emprendería en la medida de
mis fuerzas, inferiores en aptitud
á mi deseo. Pero, obligado á
reducir á menores proporciones mi intento, ya que no es ne­
cesario abandonarlo del todo, voy á examinar con interés pura­
mente especulativo cuál es el verdadero principio orgánico fun­ damental de las sociedades humanas en oposición con el de las
escuelas que combaten en sus cimientos la actual organización social. Después de todo en
la comprensión de este principio se
encuentra el diverso criterio de cada escuela, y él es el que
informa las demás
doctrinas en

su desenvolvimiento y aplica­
ciones.
I
El prme1p10 fundamental orgánico de las sociedades huma­
nas, el que constituye por tal concepto el ideal de los pueblos
y el espíritu que vivifica y caracteriza todas sus instituciones, es
el
fin que las mismas deben realizar para vivir en conformidad
á su naturaleza. Conocido el fin de un sér se conoce la ley na­
tural de su existencia;
y como el organismo de los seres es siem­
pre acomodado
á su fin, el cual es la realización del destino que
cada uno tiene señalado en el orden general del Universo, deter­
minar el principio fundamental orgánico de las sociedades hu­ manas es determinar el fin que Dios les
ha señalado en el plan
general de
la creación.
¿Cuál es este fin?
El hombre,
la familia y la sociedad son tres entidades que
el entendimiento concibe en su naturaleza y en sus necesarias
relaciones. La sociedad es una agregación de familias; la familia
es el centro de actividad y de afectos en qué nace, vive, crece,
decae y muere el hombre; éste es un sér sensible y finito, inteli­
gente
y libre, social y pedectible. El hombre, sin la familia, es
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
un sér incompleto; fuera de la sociedad, contradice su estado
natural. Por esto el elemento primitivo de la sociedad no es el
individuo, sino la familia, en cuya
naturaleza se

compendia la
naturaleza de la sociedad civil. Ninguna de estas tres entidades existe por su propia volun­
tad. Todos tienen existencia necesaria; todas un fin impuesto
por una voluntad superior; todas una naturaleza apropiada para su cumplimiento. El hombre pertenece á una especie,
la humana,
que para algunos forma un reino especial; y Dios es quien
la ha
creado, como todas las especies, aunque Darwin sostenga que
todas ellas, sus géneros y familias así en el reino vegetal como
en el animal, representan
la evolución transformativa y progre­
siva de un prototipo dotado de vida, ó cuando más de tres ó
cuatro tipos primordiales. La familia es una sociedad natural
y
moral; congénita con el hombre, de él inseparable, complemento
de su individualidad, y á
la cual Dios ha confiado una doble
y trascendental misión que
la ennoblece y sublima, la educación
del individuo
y la reproducción. de la especie: por la primera enla­
za su destino con el del Estado,
y por la segunda hace lo propio
con el del linaje humano en cuanto es considerado como unidad.
La sociedad es igualmente una entidad natural y moral; un sér
colectivo con personalidad moral y
jurídica y

en cuyo seno debe
vivir necesariamente el hombre, atraído por
la ley natural que
da origen
á toda asociación: la de que donde hay un fin co­
mún que realizar tienden
á la reunión todos los seres que tie­
nen este fin. El hombre comprende, además, al sentir
la imper­
fección de su sér, que
la sociedad tiene existencia necesaria; la
conoce como ley de su propia existencia al conocerse como sér
moral, finito y perfectible; y á su vez la sociedad siente que, no
á la voluntad del hombre, sino á la de Dios debe su origen,
porque encuentra en su organización leyes, en su naturaleza fun­ ciones, en el Poder atributos, que el hombre no tiene y que por
lo mismo no le ha podido transmitir. O es necesario negar
á las
sociedades humanas la representación y ejercicio de la Justicia,
y por tanto el poder de reprimir y castigar, 6 debe reconocerse
que tienen facultades que Dios ha negado al hombre: éste se
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MANUEL DURAN Y BAS
venga ó se defiende, pero no castiga. El hombre comprende la
justicia
y debe cumplirla, pero no es por su naturaleza su re­
presentante: la sociedad, pues, ó no tiene la misión de ejercerla, ó si la tiene, como es indudable, no la ha recibido del hombre. Pero al darnos Dios la tierra por morada nos ha impuesto
por condición la división de la especie en diversas agrupaciones, ó lo que es lo mismo,
ha hecho natural la formación de diver­
sas asociaciones con apropiación de una parte de la tierra para
su domicilio. El territorio es un elemento de la sociedad. Y al
dar el Criador diversa aptitud
á las regiones, diversas condicio­
nes
á los climas, diversos caracteres á las razas, límites en la
fuerza
y variedad en las tendencias á nuestra actividad, ha se­
ñalado como ley de nuestra especie la diseminación por la so­ brehaz de la tierra y su localización en diversos puntos del es­
pacio, merced á un principio misterioso de armonía entre las
cualidades comunes y étnicas de cada agrupación y las condi­
ciones físicas y económicas de cada comarca. Y formadas las agru­
paciones humanas, materializada su individualidad y protegida su seguridad por condiciones naturales del territorio, se
han des­
pertado en su seno ideas y sentimientos que son, al par de aque­
llos otros hechos, la confirmación de que es un fenómeno natural, si no es necesario la división del linaje humano en diversas socie­
dades: todas tienen conciencia de su igualdad; todas alimentan
el sentimiento de su independencia; todas reconocen en la jus­
ticia el principio de su conservación; todas sienten en el desen­
volvimiento de sus fuerzas las palpitaciones de la vida. Diríase
que la naturaleza social del hombre responde con estos fenóme­
nos morales
á la ley providencial de nuestra diseminación por
la tierra.
No quebranta este hecho la unidad de la especie humana
porque
la unidad no rechaza la variedad. La familia humana no
pierde sus caracteres fundamentales al dividirse en distintas so­ ciedades:
la naturaleza y el destino de cada sér conservan su
identidad,
á pesar de este hecho. Pero el hombre, el más perfecto
de los seres que pueblan la tierra, al sentir la necesidad de
vi_.
vir en relaciones constantes con su semejante, siente que son
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también limitados, así como sus facultades propias, los medios
comunes de acción; y
la sociedad universal del linaje humano
apatece ante la razón en toda su imposibilidad. Es necesario, dice Aristóteles, que haya entre los asociados un punto de
uni­
dad común, sean iguales ó desiguales sus pattes; y si la socie­
dad es una agregación de hombres para satisfacer todas las ne­
cesidades de su existencia, pata lo cual les son indispensables
las subsistencias, las artes, las armas, cierta abundancia de ri­
quezas, el culto divino y la decisión de los intereses generales y
de las controversias individuales, cada pueblo, debiendo realizar
la felicidad y la virtud, lo hará por vías diversas y organizará su
vida y el Estado con medios no menos diversos también (2). Por donde se comprende que el fin del hombre, de la fami­
lia
y de la sociedad no son esencialmente distintos: el propio
Aristóteles nos dice: el fin supremo de la vida es el mismo para
el hombre considerado individualmente que pata los hombres reunidos y para el Estado en general (3 ). Pero una diferencia se
observa entre el de
la sociedad y de la familia y el del individuo:
el de aquéllas es puramente terreno, mientras que, dotado de
alma inmortal el hombre, tiene reservada una vida futura. Las
familias se extinguen aunque otras les sucedan en la marcha de
los tiempos; las sociedades dejan también de vivir en el tiempo
y en la historia, y todas desaparecerán cuando llegue la plenitud
de los siglos; nada hay en su sér destinado á sobrevivir; su indi­
vidualidad nace del fin de la agregación de los seres individuales;
por ellas son, por ellas viven y se· mueren: cuando la agregación
desaparezca no sobrevivirá su espíritu. La vida de las sociedades
humanas es puramente histórica, y lo es porque es relativa. Con
condiciones propias de existencia las sociedades viven para el hombre. Esto indica que, para comprender su fin
y los elementos cons­
titutivos de su naturaleza, es necesario comprender nuestra na­
turaleza y destino, pues los seres en su vida de relación deben
(2) Polltica, lib. 4, cap. 7.°.
{3) Dicha obra, cap. 4.", cap. 3.º, J)!irr. 6.º.
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MANUEL DURAN Y BAS
desenvolverse armónicamente con todos aquellos con quienes
necesariamente la mantienen. Ahora bien: el fin del hombre lo
revela, como en todos los seres, su naturaleza. Cuerpo y espí­ ritu es el hombre; pero si como ser físico está destinado á la des­
trucción de su individualidad, porque padece las enfermedades y
la muerte, como sér espiritual tiene la inmortalidad reservada. Hay para el hombre una vida terrena y una vida futura: su es­
píritu, dentro de un envoltorio mortal, vive una vida más ó me­
nos breve en la tierra; pero este tránsito por ella enlázase con
su vida futura. Lo que en el orden general de los seres que pue­
blan el mundo que habitamos constituye lo característico de nues­
tra especie es este complemento de nuestro destino en una re­
gión mejor y eterna.
Lo cual traza el carácter de ese destino mientras permanece­
mos en la tierra. Compuesto de razón y de voluntad libre el hombre, la naturaleza como dice Kant en su
Metafísica de las
costumbres,
pero mejor dicho Dios, no ha otorgado tales dones
para el único fin de la conservación, el bienestar, la felicidad de
la criatura: si así fuese, podría acusársela de imprevisora, por­
que en el instinto habría encontrado un instrumento más seguro
y mejor apropiado á este fin. El hombre comprende por medio de la razón que sus facul­
tades no existen para agotar su fin propio en su ejercicio, sino
para que juntas se dirijan á un fin general. Comprende, igual­
mente, que hay en la naturaleza otros seres á
él idénticos en fa­
cultades, y aplica
á su uso el propio juicio formado para las que
le pertenecen; de lo cual deduce que
el fin de todos los seres
humanos debe ser, como es en los de cada especie, idéntico. Esto
le lleva
á dos afirmaciones: primera, que deben desenvolverse
todas sus facultades según su naturaleza y de manera que haya
armonía en su desarrollo; y, segunda, que al desenvolver las
propias, este desarrollo ha de ser armónico con lo ajeno. Pero otra cosa le hace comprender todavía la razón: y es que en la
tierra no existen solamente individuos de la especie humana: al
hombre le rodea una naturaleza que le es inferior porque no está
dotada de razón y de libertad; que es activa en algunos seres,
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
pero no con actividad libre, sino guiada por el instinto¡ y que
encierra aptitudes que permiten asimilársela. De
alú que en la
manifestación de estas aptitudes se descubran dos leyes
á que la
naturaleza se encuentra sujeta: la de realizar sus funciones de
una manera constante é inevitable, fatalmente ó sin conciencia
del fenómeno¡ y la de estar sometida, en cuanto el hombre se
pone en relación activa con
ella, á una condición de inferioridad.
Por último, al observar el hombre que no solamente existen él
y la naturaleza, sino que él y la naturaleza no son sino pattes
de un todo, no son sino elementos del Universo que no puede
abarcar con su mirada, ni conocer con las solas fuerzas. de su en­
tendimiento, y que la ciencia ha proclamado la regulatidad de
los fenómenos que ha podido conocer y observar, reconoce que también tiene leyes que presiden
á su realización. Elévase enton­
ces
á la comprensión de que todos los seres del Universo tienen
una ley adecuada
á su patticular naturaleza; de la idea de esta
ley elévase
á la del Legislador, y de ésta á la del Autor de todas
las cosas creadas, las que no pueden haber recibido leyes que no
provengan del Sér que las ha hecho nacer y les ha atribuído su
respectiva naturaleza; y deduce que la conformidad con esta ley es, bajo el concepto subjetivo, el bien propio de cada sér; y
bajo el objetivo forma en sucesiva gradación el orden particular
y general del Universo.
Pero el hombre se siente
á la vez dotado de voluntad libre.
Siente que se decide sin coacción: externa en este ó aquel senti­
do; que es árbitro de sus acciones; que no obra fatalmente
como los demás seres; que se
detennina solicitado
por diversos
motivos; y que si se aleja del que la razón le señala como obli­
gatorio, le abruma con su peso la responsabilidad de su deter­
minación. Comprende más, á saber: que la razón con la cual
concibe lo lícito y lo honesto, esto es lo bueno, sería superflua
sin la libre voluntad libre pata realizarlo; que la libertad sin la
razón por guía, catecería de objeto y de sentido; y al tener con­
ciencia de la posesión de ambas facultades se reconoce señor y súbdito, señor por la voluntad libre, súbdito por
la razón; agen­
te moral en tal concepto, y dependiendo de su conformidad ó
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MANUEL DURAN Y BAS
disconformidad con la ley de su naturaleza el valor moral de sus
acciones. Esta ley aparece entonces en su conciencia con el ca­
rácter de necesidad, pero no fatal, sino cual cumple á un sér li­
bre,
á título de obligación; y entre esta ley y la voluntad humana
aparece una relación,
la de que la voluntad debe cumplir aque­
lla ley. El hombre, pues, .vive sujeto al deber: en su cumpli­
miento está su fin. Llegada
la razón humana á esta afirmación, ¿ se satisface?
No ciertamente. Trata de conocer el fin de esta ley; trata de
conocer el designio _de su Autor; trata de conocer su esencia é
irradiación. El fin de esta ley, señalada á un sér libre, no pue­
de limitarse
á su mero cumplimiento: el fin inmediato será el
orden, bajo el aspecto objetivo, y el bien del sér, bajo el sub­
jetivo; y, siempre, bajo el primero, la realización del orden ge­ neral del Universo. Pero como Dios, autor de
la ley y del sér
para quien la ha dictado, ha comprendido
á ambos en el plan
de la creación y ha prometido á este sér
la inmortalidad, el ob­
jeto final de esa ley, según el designio de su Autor, no puede
ser otro que hacernos merecer el destino reservado al que haya
vivido en conformidad
á ella. Sin la concepción de un orden so­
brenatural, el fin de esta ley y el designio de su Autor son in­
comprensibles. La esencia de esta ley es la de ser regla del hombre: diver­
sas cualidades nos distinguen, pero todas nuestras facultades es­
tán dominadas por una de ellas,
la perfectibilidad. La ley moral,
pues, es la ley á que debe acomodarse el hombre al emplear su actividad para perfeccionarse: nuestro perfeccionamiento debe
ser moral. Sér físico, no debe entregarse el hombre
á la compla­
cencia de sus sentidos: órganos de su alma, debe educarlos para
que sean sus funciones más perfectas. Sér inteligente, debe con
afán incansable aspirar al conocimiento de las leyes que regu­
lan los fenómenos que observa y á las fruiciones morales que la
contemplación de la belleza produce. Sér social, debe ser man­ tenedor de la verdad y ministro del bien. Sér religioso, debe ad­
quirir el conocimiento verdadero de Dios y sus atributos; afir­
marle
y confiar en su Providencia; prestarle sumisión con la fe
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EL PRINCIPIO ORGANICO· DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
y alabanza con el culto; creer las verdades que nos ha revelado,
y adorarle en el seno de la Iglesia que ha instiruido. En rela­
ción con las cosas que le rodean, superior
á ellas por ley de su
naturaleza, debe dominarlas, pero no con poder de destrucción, sino con poder de asimilación, y aplicar
á ellas, después de se­
ñoreadas, su inteligencia para descubrir sus aptirudes,
multipli­
carlas

ó transformarlas,
á fin de satisfacer con ellas las propias
y ajenas necesidades en conformidad al fin moral de nuestra
existencia. En contacto con otros seres idénticos á él en natura­
leza y destino, debe vivir en relaciones con ellos bajo la doble
ley de justicia y de amor, y cooperar
á la realización del fin ajeno
con la iniciativa ó el concurso individuales, en
lo que entra en
las condiciones de su poder. Miembro del Estado, debe corres­
ponder
á la cooperación que de él recibe en las variadas for­
mas de seguridad personal, de justicia social y de fomento ge­
neral, contribuyendo
á la conservación y al progreso de las insti­
ruciones que constituyen el organismo social y político. Así cum­
ple sus deberes el hombre en la dilatada variedad de sus formas, lo cual confirma que su fin es su perfeccionamiento según la ley
moral. Determinado el fin del hombre,
determinase naturalmente
el

de la sociedad. Si en su seno debe vivir necesariamente el hom­
bre, en su seno debe desenvolver sus facultads activas para el cumplimiento del deber.
De la propia manera que las cualidades
del sér físico le hacen vivir en la tierra sujeto
á las leyes de la
materia, como sér social debe vivir en el seno de la sociedad,
y
ésta debe existir de una manera adecuada á las necesidades so­
ciales del hombre. Imposible sería que éste, para el desenvol­
vimiento de su actividad, tuviese la sociedad por teatro, y que
la acción social no se desenvolviese en armonía con esta activi­
dad: fuerza sería en tal caso negar que la sociedad sea el estado
natural del hombre. Pero si éste tiene una naruraleza compleja,
la sociedad deberá vivir una vida física, una vida intelecrual, una
vida religiosa y una vida política, para que cumpla el hombre el deber de su conservación y de la reproducción de la especie; para
que busque, ame y tribute adhesión
á la verdad y á la belleza
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MANUEL DURAN Y BAS
ideal; para que, sumisa su volutad al deber, la conformidad de los actos bumanos
á este principio de desinterés y de virtud for­
me los hábitos morales de los individuos y espiritualice las cos­
tumbres de los pueblos; para que las relaciones de la criatura
con el Criador -y la sociedad, como necesaria, es creación de
Dios como el hombre--, se desenvuelvan bajo la ley de Verdad,
única é inmutable; para que, convertido el hombre en ciudadano,
ame
y sirva, mantenga y defienda á la sociedad en el concepto
de Estado. En una palabra, si vivir y perfeccionarse conforme
á la ley moral es el fin del individuo, asegurar el imperio del
orden moral para que el individuo viva y se perfeccione en cor­
formidad
á sus eternos principios debe ser el fin de la sociedad.
Y esto no la convierte en entidad inferior y subordinada al in­
dividuo: su existencia es natural y necesaria; su autor es Dios,
como á Dios debe su origen la criatura humana; y, aunque tiene
vida de relación, tiene también vida propia en el sentido de que
tiene un fin especialmente encomendado y debe, como todo ser
con vida propia, cumplir las dos leyes que ha impuesto Dios
á
los seres dotados de razón y de libertad: la conservación y el
perfeccionamiento.
De donde se sigue que la sociedad no tiene simplemente por
elementos la agregación y el territorio que le sirve de domicilio
y defensa; sino un orden constituido por la ley natural de las
relaciones, ya entre sus miembros, ya con la propia sociedad con­
siderada como entidad natural y colectiva, á que están sujetos
los individuos que la forman. Y este orden no es puramente la
paz, la quietud en el desenvolvimiento de esas relaciones:
el
orden social, emanación del orden moral, es el desenvolvimien­
to libre, con fin ético, del individuo en el seno de la sociedad,
y
el desenvolvimiento natural de la sociedad para el bien del indi­
viduo, con continuas relaciones reciprocas para la realización de
su fin respecrivo. El establecimiento, la protección, el sucesivo
perfeccionamiento de estas relaciones es el establecimiento, la
protección,
el sucesivo perfeccionaminto del orden social; orden
que también es parte
6 elemento de otro orden superior, el ge­
-re eral del Universo; por lo cual sus principios fundamentales
558
Fundaci\363n Speiro

EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
son esenciales como concebidos en el plan divino de la Creación,
en el cual se encuentra su tipo único
y perfecto.
II
En su bandera de guerra contra la organización social exis­
tente han escrito algunas de las modernas escuelas sociales otros
principios. La refutación de los errores que entrañan es la con­
firmación de la teoría que acabo de exponer; examinemos, pues,
aunque rápidamente, las doctrinas de estas escuelas en su
sínte­
sis

sobre el principio fundamental
orgánico de
las sociedades hu­
manas.
El krausismo merece el primer lugar en este examen, no por
el crédito de que actualmente goza, en visible decadencia, sino
porque es una de las que presentan un más completo sistema.
Para esta escuela el fin de la sociedad, como el del individuo, es
realizar el ideal de la Humanidad. Esta es el compuesto
armó­
nico

de la razón
y de la naturaleza; y su ideal, la armonía de la
vida universal. Por esto el hombre, miembro de la humanidad
que habita en nuestro planeta, pues la humanidad universal es,
según Tiberghien, el conjunto de la que vive en los planetas
habitables, debe marchar hacia este ideal, viviendo en espíritu
y corazón en unión íntima con ella, y desenvolviéndose según su
naturaleza, de forma que concurra con sus semejantes
á reali~
zar todos los bienes de la vida individual y social: la ciencia, el
arte, el derecho, la religión, la educación, el comercio
y la in­
dustria. Las sociedades, según esta escuela, deben realizar en sí
un hombre y una vida superiores; y, como organismo entero
que corresponde á la organización de la naturaleza humana, te­
ner tantos órganos como el hombre objetos principales que al­
canzar; en otros términos, en su seno, como en un orden social
completo, deben comprenderse tantos órdenes especiales cuantos sean los fines particulares organizados. Y si por causa de la
di­
visión y oposición histórica de pueblos, familias é individuos
existen hoy varias sociedades, día ha de llegar en que, pasados
los períodos de infancia y de juventud, se desenvuelva la humani-
559
Fundaci\363n Speiro

MANUEL DURAN Y BAS
dad debidamente, realizándose la sociedad fundamental hwna­
na, en la que alcanzatán los hombres
la perfección que cabe en
la naturaleza, conforme al plan divino del mundo. Tal es en fiel
compendio la doctrina de esta escuela, que puede apellidarse,
como ella lo hace, la del hwnanismo por excelencia; pues en nin­
guna la noción de la Humanidad como unidad y como
fin se pre­
senta tan sistematizada; sin que
á su lado puedan merecer igual
importancia las teorías de Leroux, de Buchez y otros esctitores
que patten también de la idea de la Hwnanidad, formando como
un sér orgánico.
Junto á las teorías del humanismo deben colocarse, por or­
den de antigüedad y por sus afinidades, las del individualismo
radical. No todos los que las profesan llegan á las extremas con­secuencias de Proudhon que, exagerando en
el hombre más allá
de todo limite el principio de libertad, no admite la asociación,
y sólo consiente entre los individuos contratos sinalagmáticos,
los cuales han de ocupar el lugar de las leyes; pero
la escuela
economista proclama por boca de Bastiat que la ley sólo es
la organización colectiva del derecho individual de legítima de­
fensa;
de donde se deduce que el
fin de la sociedad es única­
mente la seguridad, la garantía de la existencia y de la libertad
del individuo; la escuela filosófica dice, con la autoridad de Ju­
les Simón, que el objeto que debe alcanzarse en la organización social es establecer en las relaciones humanas la mayor suma de
libertad posible; y la escuela política proclama con Vacherot en
su notable libro
La Democracia, que justicia, igualdad, frater­
nidad, son palabras vanas, puesto que el fin de todo gobierno,
cual no puede ser distinto del de la sociedad, es el principio de
derecho, y éste únicamente la libertad; doctrinas todas que coin­
ciden con el criticismo de Kant, de quien descienden, el cual
define el Derecho, que es la regla social, como conjunto de las
condiciones por medio de las cuales el arbitrio de uno puede
estar de acuerdo con el de otro según una ley llamada de liber­
tad (4).
( 4) Elementos metafísicos de la Doctrina del Derecho, párrafo B.
560
Fundaci\363n Speiro

EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
Desdeñoso con estas escuelas, desdeñoso con todas las que
tienen más o menos tendencia espiritualista, el positivismo las
acusa de falsas en sus principios, de extraviadas en sus medios de
investigaci6n científica, de estériles en sus resultados; y por 6r­ gano de Littré en su
Prefacio de un discípulo, que precede á la
obra fundamental de Augusto Comte,
Curso de filoso/la positi­
va,
nos da el criterio para investigar el fin del hombre y de la
sociedad. «El mundo, dice, está constituido por la materia y por
las fuerzas de la materia: la materia, cuyo origen y esencia nos
son inaccesibles; las fuerzas, que son inmanentes en ella. Más
allá de estos dos términos, la ciencia positiva no conoce nada.»
Con este criterio, que es igualmente el del fundador del positi­ vismo
-si bien en los dias presentes la escuela tiende á suavi­
zar
su rigorismo, procurando limitarse á la preconizaci6n del mé­
todo experimental, aunque con el error de creer que los
fenó­
menos

morales y sus principios pueden equipararse
á los fenó­
menos físicos y
á las leyes que los rigen-, afuma Comte que el
orden y el progreso son dos condiciones igualmente imperativas,
cuya íntima
é indisoluble combinaci6n caracterizará en adelante
la dificultad fundamental y el principal recurso de todo sistema
político, palabra
la última tomada en su más amplio sentido.
Estas dos condiciones se realizan por medio de la
estática y la
dinámica sociales, las que juntas forman la /isica social, que es
el nombre y el carácter de la ciencia social según el positivismo;
correspondiendo aquéllas
á la anatomía y fisiología biológicas en
que se resume la vida individual.
La estática contiene las con­
diciones de existencia de
la sociedad y la dinámica las leyes de
su movimiento continuo; la primera debe coincidir con la teoría
positiva del orden, que consiste esencialmente en una justa ar­
monía permanente entre las diversas condiciones de existencia
de las sociedades humanas; y la segunda constituye necesaria­
mente la teoría positiva del progreso social, que, descartando
toda vana idea de perfectibilidad absoluta
é ilimitada, debe ma­
terialmente reducirse
á la simple noción del desarrollo funda­
mental de
la vida colectiva de la Humanidad. Para la escuela po­
sitivista la idea final es el
desarrollo, expresi6n preferible á la
561
Fundaci\363n Speiro

MANUEL DURAN Y BAS
de perfeccionamiento, porque es simplemente científica, y de-­
signa, sin ninguna apreciación moral, un hecho general incontes-·
table; y el orden y el progreso unidos son el fin de la sociedad.
El utilitarismo tiene también su teoría sobre el
fin del hom­
bre
y de la sociedad; y en uno de los más eminentes escritores.
contemporáneos, filósofo, economista
y publicista, John Stuart.
Mili, encuéntrase desarrollada con la claridad de una inteligencia. superior. Como filósofo pertenece Stuart
Mili á la escuela expe­
rimental, aunque rectifica las doctrinas positivistas en varios pun­
tos; como economista, á la escuela libre-cambista; como publi­ cista,
á la escuela utilitaria; y para él la felicidad es el único.
bien;

ella es lo único deseable: si los hombres
ambiciona.o otras.
cosas,

la
fortuna, el poder, la gloria, estos objetos sólo aparente­
mente
son. distintos
de la felicidad; la misma virtud no es más.
que un medio que puede llegar
á ser parte de aquel fin y con­
fundirse con
él. La felicidad no puede realizarse sino por la ar­
monía social, que es lo mismo que decir que la utilidad indivi­
dual necesita, para desenvolverse
y sentirse segnra, la utilidad:
general como garantía; de suerte que conviene trabajar para
la.
utilidad general porque es la condición y garantía de la felicidad
personal. Finalmente, aunque distinta en su punto de partida,
aunque
en

cierta oposición con ellas en el concepto psicológico de nues­
tro sér, viene
á coincidir con las doctrinas del positivismo y del
utilitarismo la del darwinismo. La primera tiene con esta
de­
común

no ver ambas más que evolución en los fenómenos
todosc
de

la vida; la segunda
tiene de

común con la última el
fin que­
asigna

al hombre
y á la sociedad, que no es más que el bienestar
de la especie. El transformismo, partiendo en Darwin de la gra-­
dación de

las formas orgánicas, establece la hipótesis del origen
animal del hombre;
y si bien admite en éste una facultad moral,.
la justicia consiste únicamente en la conformidad de las acciones­
de cada uno de los intereses de la especie humana; en esta con­
formidad descansan los conceptos del bien
y del mal moral; y­
es por ello que el fin de las sociedades humanas es, según esta·
escuela,
la mejora del bienestar de la humanidad.
562
Fundaci\363n Speiro

EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
Tal es en reducido compendio el fin que señalan á las so­
ciedades humanas las principales escuelas contemporáneas.
Si hay profundísima distancia entre todas ellas y la doctri­
na que he expuesto algunas páginas más arriba, tampoco presen­
tan entre sí identidad de base ni de tendencia. Desde luego el
principio espiritualista, más ó menos influyente en las doctrinas
del krausismo y del individualismo radical, está del todo aban­donado en las teorías positivista, utilitaria y de la evolución:
en ésta y la positivista impera el materialismo sin hiprocresía;
y es cuando menos sensualista
la utilitaria. En efecto; si .la
utilidad

general es el fin de las sociedades humanas y sólo lo es
como garantía de
mi felicidad personal, el interés del individuo
viene á ser el interés de ellas, y mi interés así reclama la satis­
facción d,; mis aperitos y deseos como el de mis necesidades
intelectuales y morales. Además, en el antagonismo de los in­ tereses individuales no hay regla verdaderamente superior al de
cada uno, que obligue á subordinatlo. Si, pata conseguirlo, se
impone la fuerza, ésta
sacrificará el interés de un modo doloro­
so; y como
el dolor no es la felicidad, como tampoco lo es la
resignación para el sacrificado al interés común, resultará que la utilidad general será un ídolo que exige en holocausto el sa­
crificio de lo mismo que quiere conservar y proteger, Si la ar­
monía de los intereses individuales se busca en otro principio,
la justicia, la moralidad, la solidaridad, como Sruart Mill viene
á indicarlo, en este caso la utilidad general deja de ser el fin
social, ó lo será únicamente en el nombre, conservándolo sólo
para representar una idea distinta. Si, en pugna la utilidad ge­ neral con el interés individual, éste debe prevalecer, en tal su­
puesto aquélla no puede ser el fin de la sociedad porque ningún
sér puede desenvolverse según la naturaleza sino en conformi­
dad con su fin.
Y si para que no haya conflicto entre la utilidad
general y el interés individual se pretende, como parece deducir­ se de las doctrinas del publicista inglés, que la conciencia se
educa de suerte que
el bien ajeno sea para nosotros un interés
personal, de donde brotan
los conceptos de deber y de justicia,
¿no se debe reconocer que, si el hecho es meramente natural, no
563
Fundaci\363n Speiro

MANUEL DURAN Y BAS
podrá tener carácter obligatorio; y si es moralmente necesario,
la utilidad general perderá el carácter de coutingencia que la constituye?
Si en

la naturaleza en general no hay más que materia y
fuerzas, en la naturaleza humana no puede haber
sino materia
y

fuerzas también; y la física social, ciencia que explica las leyes
de vida de las sociedades, no puede ser
sino la

ciencia de las
fuerzas de las colectividades humanas. Esto es materialismo
puro, y lo es en el pensamiento fundamental del positivismo en
cuanto Comte señala por ley del orden el
equilibrio de las fuer­
zas y por ley del progreso el
movimiento de estas mismas fuer­
zas; dando las leyes del equilibrio ó sea la estática social,
y las
leyes del movimiento ó sea la dinámica social, realidad
á los
conceptos de orden y de progreso. No hay aquí ninguna ten­
dencia moral;
y ¿ cómo puede haberla si el fundador de la es­
cuela, fiel á su entusiasmo por la materia
y sus leyes, ve el pro­
greso ó sea, según él, el movimiento, en el
desarrollo, palabra
que encuentra preferible á la de perfeccionamiento, por más que
reconozca que éste es á veces el resultado de aquél? Si de esta
tendencia materialista se busca demostración más completa basta
fijarse en la siguiente idea de Comte; «nuestra evolución social,
dice, no constituye sino el término extremo de una progresión
general, continuada sin interrupción entre todo el reino vivien­
te, desde los simples vegetales y los animales inferiores hasta
los carnívoros y los monos».
Con razón, pues, he dicho que entre el positivismo y la
teoría darwinista hay mucho de común; y esta frase de Augusto
Comte lo comprueba. Según Darwin, Lamark, Huxley y otros
las múltiples y variadas manifestaciones de la vida, en todo lo
dotado de ella, son resultado
y expresión de una prolongada y
no interrumpida serie de transformaciones; éstas representan la
evolución de la vida, la cual en cada especie tiene á multiplicar­
se en progreso geométrico, dando nacimiento á la
ley de la con­
currencia vital;
y á esta ley se agrega la de la selección natural,
inconsciente de suyo, y por la cual la naturaleza aumenta sucesi­
vamente por medio de la transmisión hereditaria las cualidades
564
Fundaci\363n Speiro

EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
especiales y las perfecciones particulares de organismo poseídas
por los padres.
La semejanza, pues, ó mejor,
la identidad en las tendencias
de una y otra teoría no puede quedar
más demostrada,
y que
en la darwinista desaparece todo elemento moral del fin del in­
dividuo y de
la sociedad es evidente. El principio de la selección
priva de todo calor moral á las acciones humanas porque la
libertad queda sometida á
la influencia hereritaria; y si el des­
arrollo del individuo es constante, pero sólo producto de una
ley física propia de los seres orgánicos, su felicidad, su bien no
puede tener un carácter absoluto:
ha de depender del estado re­
lativo de desarrollo en cada momento de su vida. La sociedad
ha de estar sujeta á las mismas evoluciones quo el individuo;
y la felicidad que
á éste procure, si ha de tener carácter general,
no puede consistir sino en la sensación agradable producida por su estado presente de desarrollo.
Si las doctrinas del individualismo radical no degradan la
naturaleza humana como las últimas que acabo de mencionar,
en cambio la mutilan.
La libertad no es nuestra naturaleza en­
tera, y
el hombre vive íntregramente en el seno de la sociedad.
La voluntad libre es la primera condición de la personalidad
humana; pero el hombre es también un sér afectivo y dotado
de razón. Es Hbre para cumplir el deber ó desobedecer sus
preceptos; pero sólo lo es para tener responsabilidad de sus ac­ tos, no porque todos sean igualmente lícitos ó igualmente in­diferentes,
ni aun bajo su aspecto externo ó verdaderamente
social. Para vivir conforme
á su naturaleza ha de obrar el hom­
bre verificando libremente actos lícitos y honestos; y
la socie­
dad por tanto debe organizarse de forma que sea la ley moral,
es decir,
la que determina los deberes de justicia y de virtud,
según
el lenguaje de Kant, la que impere en los actos todos de
los asociados. Este debe ser un
fin; y
si se limitase
á garantizar
al hombre la mayor extensión de libertad posible, sin garanti­
zar igualmente
la ' autoridad de la ley moral á la cual debe
acomodar aquél sus actos para vivir en conformidad
á su natu­
raleza,
el hombre no encontraría en el seno de la sociedad. de
565
Fundaci\363n Speiro

MANUEL DURAN Y BAS
que fuese miembro la integridad de los elementos necesarios
para la realización de su fin.
Guillermo de Humboldt, que es el padre del individualismo
radical en su aplicación á la organización del Estado, ha
di­
cho

(5) que éste no debe preocuparse jamás de dar á los ciuda­
danos la felicidad, el bien positivo, el bienestar: debe asegurar­ les el bien negativo, la
seguridad, única cosa que no pueden
proporcionarse por sí mismos; y esta idea, que de un modo re­
flejo ha sustentado hace pocos años Emilio de Girardin, coincide
con la de los individualistas más exagerados; porque ¿qué más
es la seguridad personal que la garanúa de la libertad en sus
diversas manifestaciones? Pero si el individualismo, en
cuanro
tiende al esúmulo de la inciativa individual y á la libre expan­
sión de la actividad personal dentro de las condiciones del
or­
den

social, es una tendencia legítima de la época moderna, en
cambio es inadmisible en cuanto, rotas todas las barreras, nada
da por su parte al orden, ni apenas nada exige; y digo que no
da nada, porque hace refugiar al hombre en su egoísmo, coho­
nestándolo con que sólo exige funciones de policía en el Estado,
como si todos los individuos que tiene la sociedad en su seno
se bastasen en todas sus necesidades sin tener deberes para con
los demás seres de la misma especie.
Cierto que no niega el individualismo radical el valor moral
de las acciones humanas; pero establece una separación que nada justifica. El individualismo radical distingue, en cuanto á su
fuerza coactiva, entre el orden moral
y el orden social; para él
es puramente interna la del primero
y sólo puede tener carácter
externo la del segundo. Este es, por lo mismo, el único suscepti­
ble de vida jurídica,
y la sociedad únicamente debe organizar
y hacer imperar el derecho. Pero á esta afirmación me basta
oponer una sola pregunta: si el orden puramente moral es
ju­
ddicamente
ajeno

á la vida de la sociedad
y no debe ser prote­
gido por sus instituciones
¿ qué garantía daremos á las buenas
costumbres de los pueblos? ¿Qué seguridades de respeto pro-
(5) Essai sur les limites de l'action de l'Etat.
566
Fundaci\363n Speiro

EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
,¡:,orcionaremos á las instituciones morales que ennoblecen al in­
dividuo y

engrandecen
á las
naciones? ¿Qué protección
podrán
obtener las creencias cuando el ataque no sea material sino mo­
xa!, revistiendo la forma del escarnio ó del desprecio? ¿Con
qué título las leyes civiles y las penales protegerán la moralidad
en las relaciones de familia y señalarán la buena fe como
pri­
mera

regla en el cumplimiento de los contratos?
El krausismo tiene en esta parte algún punto de contacto
con el

individualismo radical. En vano Ahrens, suavizando el
rigorismo lógico

de los principios de la escuela, nos dice que la
.sociedad por su fin y su acción es una institución ética ó moral;
,;eguidamente añade que, residiendo el carácter distintivo de una
,iodedad en

el fin que se propone, debe haber tantas especies
de sociedades

como fines particulares tiene la vida humana; y,
:separando estos fines, supone que debe haber sociedades parti­
culares para la religión, la moral, la ciencia, las bellas artes, la
educación, la industria, el comercio y el derecho, constituyendo
el último el Estado, el cual en el organismo social general for­
ma

un organismo especial cuyo fin y esfera de acción vienen
trazados por la idea de derecho, idea que abraza todas las esfe­
ras sociales y todas sus relaciones en tanto que presentan
algún
aspecto que regularizar conforme á los principios generales que
aquél encierra. Así que, según el krausismo, la sociedad no tiene
un fin general práctico, sino ideal; el práctico es particular y se

el seno de cada una de las diversas sociedades
con fines

especiales que deben existir independientemente entre
sf, y

sólo relacionadas en cuanto sea necesario por el Derecho:
el fin general ideal es la Humanidad desenvolviéndose según su naturaleza; no sólo en
nuestro planeta,

sino en otros donde
también hay miembros de ella que, como los de la tierra, aspi­
ran á realizar

la armonía de la vida universal.
Como el hombre sólo debe vivir necesariamente en la socie­

Derecho, que es el Estado, pero no en todas las
demás,
-resulta

de la doctrina krausista que la única sociedad común
á
todos

los hombres será la
jurídica, el
Estado; pues unos vivirán
en tal

ó cual sociedada religiosa ó tal vez en ninguna; en tal ó
567
Fundaci\363n Speiro

MANUEL DURAN Y BAS
cual sociedad para el fin moral ó qwzas en ninguna tampoco;
estos en la de las ciencias, aquellos en la de las bellas artes;
quienes en la de la industria, quienes otros en la .del comercio.
La sociedad común, general, tendrá por
lo mismo un solo fin,
el jurídico; y en este sentido es aplicable al krausismo lo dicho
más arriba acerca del individualismo radical. Hay además otros dos errores en esta escuela: consiste el primero en que quebran­
ta la unidad de nuestro sér dando á nuestras diversas vocaciones,
puros medios para realizar nuestro bien, la importancia del fin
mismo, pues no de otra suerte puede justificarse la organiza­
ción independiente, no de instituciones sino de sociedades con gobierno propio que ayuden á realizarlo en cuanto no necesiten
armonizarse con un fin de derecho; y consiste el segundo en
poner el fin de la sociedad universal en la
Humanidad que,

en
cuanto es una idea abstracta enlazada con la de la armonía de
la vida universal, conduce derechamente al panteísmo; y que,
si se concreta, tiende á enaltecer al hombre fuera de toda razón
y medida.
Algunas de las últimas teorías, con aparecer como recientes,
cuentan, sin embargo, grandísima antigüedad; y su error fun­
damental había sido señalado ya por
el más grande de los filó­
sofos de la antigua Grecia. Aristóteles, en su
Pol!tica ( 6 ), ha
continuado estas palabras que, cual si estuviesen escritas hoy,
condensan la refutación de dichas teorías: «La asociación polí­
tica, dice, no tiene por único objeto la alianza ofensiva
y de­
fensiva entre los individuos y sus mutuas relaciones, ni los
servicios que puedan prestarse; porque entonces los Etruscos y
Cartagineses y todos los pueblos unidos por los tratados de co­
mercio debieran ser considerados como ciudadanos de un solo
y mismo Estado, gracias á sus convenciones sobre las importa­
ciones, la seguridad individual y los casos de guerra· común; te­
niendo, por lo demás, magistrados separados cada uno, sin un
solo magistrado común para todas estas relaciones, perfectamente
indiferentes á la moralidad de sus aliados respectivos, por per-
(6) Politica, lib. 3.', cap. 5.', párr. 11.
568
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
versos é injustos que puedan ser los comprendidos en los trata­
dos y atentos únicamente
á garantirse de cualquier perjuicio re­
cíproco. Pero como los que aspiran
á buenas leyes se fijan sobre
todo en la virtud y en
la corrupción políticas, es claro que la
virtud debe ser el primer cuidado de un Estado que quiera me­
recer verdaderamente este título y no serlo puramente de nom­
bre. De otra suerte
la asociación política es como una alianza
militar entre pueblos lejanos, distinguiéndose apenas por la
uni­
dad de lugar; la ley es entonces una simple convención; y, como el sofista Lycofronte lo ha dicho, no es sino una garantía de los
derechos individuales sin
ningún poder sobre la moralidad y la
justicia personales de los ciudadanos.»
III
En los principios esenciales de vida y organización de las so­
ciedades encuéntranse la
confirmación de
la doctrina que acerca
de su principio fundamental orgánico he procurado desenvolver,
tal como la comprenden las escuelas espiritualistas, tal como la
aplican todas las que, sin desdeñar
la razón y antes bien hon­
rándola como don divino, pídeule, en cuanto puede darla, la
revelación del principio superior y externo que ha de guiar al
hombre y
á la asociación civil. Estos principios, condiciones esen­
ciales de vida para
el sér social, elementos naturales de su cons­
titución, espíritu y nor.tna de las instituciones en qué se nos ma­
nifiesta su organismo, viven por el principio fundamental or­
gánico de las sociedades humanas; y
la comprensión de su na­
turaleza es la piedra de toque para aquilatar la verdad de las
teorías sobre aquel principio.
Las dos principales necesidades de toda asociación son la
unidad y la justicia.
La primera

constituye su individualidad; la
segunda protege su conservación: sin ellas no podrían
figurar
las

sociedades humanas
en· el orden de los seres dotados de vida.
La: unidad proviene de la convergencia á un mismo fin, por ma­
nera que no excluye la variedad de las tendencias particulares,
569
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MANUEL DURAN Y BAS
la diversidad en las vocaciones individuales, comprendiendo en éstas así las del hombre como las de ciertas entidades naturales
como la familia, como la primera agregación de familias, ó sea, el
municipio, etc.; opuesta
á la identidad absoluta la unidad no
proviene del modo de ser, por esto no es uniformidad, sino de
la
objetividad ó fin de la dirección, por la cual la variedad no le
es contradictoria.
La conservación es ley para las sociedades
como

lo es para los individuos: la sociedad existe para un fin;
luego es necesaria su existencia para el cumplimiento del desig­ nio de su Criador: este fin se lo ha señalado Dios; luego la
so­
ciedad

debe conservarse en cumplimiento de la voluntad divina.
Si la unidad constituye la individualidad de cada asociación,
civil ó política, es natural y legítimo el sentimiento de
la Patria.
En el seno de cada sociedad viven como miembros sus
indivi­
duos;

y la comunidad de origen, de lengua, de creencias, de
le­
yes,

de instituciones, de glorias ó adversidades, de tradiciones y
de costumbres crea entre ellos como una vasta familia. Por esto,
la nación se llama Patria; y la etimología de esta palabra
justi­
fica

que se llamen hijos de ella los ciudadanos. Brota este
sen­
timiento

de la ley natural de la división del linaje humano en
di­
versas

sociedades; y no repugna al principio de la unidad de la
especie porque no presupone antagonismo ni repulsión. Pudo
la antigüedad, que desconocía la unidad del humano linaje, no
considerar como hermanas, sino como enemigas á las naciones,
llamar bárbaros á los extranjeros y condenar á la esclavitud al
prisionero de guerra: en los pueblos modernos el sentimiento de
la Patria no tiene por emblema aquella dura fórmula de las
doce Tablas: adversus hostem aeterna auctoritas esto. Ciertas
escuelas, sin embargo, exagerando el sentimiento de la frater­
nidad humana abogan por un cosmopolitismo que haría borrar
los lineamientos característicos de cada nacionalidad; y el
positi­
vismo describe, con Spencer, en su Introducción á la ciencia so­
cial, las que él llama preocupaciones del patriotismo. Pero, al re­
correr aquellas páginas en que el sentimiento no inspira una sola
frase, en que la análisis produce algo semejante al estremeci­
miento de frío que causa en el cuerpo humano el contacto del
570
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
bisturí del operador, en que á la historia no se la interroga sino
para que descubra las humanas flaquezas, no para que ostente el
grandioso espectáculo de las glorias nacionales, se siente repul­
sión instintiva por una escuela que, en su aridez de corazón, no
alcanza á ver ningún elemento espiritual en la vida de las socie­
dades humanas y no acierta
á seguir en el desarrollo de la civili­
zación cristiana el progreso de la idea
de la igualdad enrre los
pueblos.
Pero todavía se nos presenta bajo otro aspecto, siempre co­
rrespondiente á su fin, la unidad de las sociedades humanas. No
las forman solamente los individuos que, unidos por
las leyes
que las rigen, existen en cada momento histórico: las forman las
generaciones, y no sólo las presentes, sino las pasadas y las veni­
deras, enlazadas por la nunca rota cadena de la sucesión de las
familias. Esto es lo que les da el carácter de seres dotados de
vida moral, y esto les atribuye la dilatación histórica, que com­
pensa hasta cierto
lúnite la

carencia de vida futura reservada al
individuo. Y del principio de unidad de las naciones bajo este
aspecto considerado nacen varias consecuencias lógicas en el te­
rreno de la sociología: el carácter de persona jurídica que tienen
los Estados; la fuerza
anúnica de

las sociedades para la creación
de sus instituciones fundamentales; y la legitimidad del elemento histórico que da fisonomía propia
á todas las manifestaciones de
su vida intelectual y moral.
El principio de conservación toma, en consonancia con el fin
de las sociedades, dos direcciones paralelas: la beneficencia y la
defensa: la primera para el débil, la segunda contra el enemigo.
El mal es el elemento destructor
de todo organismo, y la miseria,
un
mal que corroe el cuerpo social como los contagios pestilen­
ciales en el orden físico
y el desorden, el vicio y el crimen en el
moral. La caridad, con su acción fecunda é inagotable, alivia la
miseria cuando con remedios preventivos no ha conseguido evi~
tarla; la justicia, con severidad inflexible, reprime con el castigo
el desorden moral
y social, cuando no han tenido eficacia pre­
ventiva la moral pública y la privada
y la vigilancia gubernamen­
tal. La ley moral es de amor
y la cumplen los pueblos organi-
571
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zando las instituciones de caridad, á despecho de la escuela eco­
nomista que ve en ellas el .alimento de la miseria, y de la es­
cuela transformista que, más dura aún que Malthus, dice por
boca de Herbert Spencer ( 7): «los agentes que emprenden el
proteger
á los incapaces en masa causan un daño incontestable.
detienen el traba¡o de eliminación natural por cuyo medio la
sociedad se depura continuamente:
la ley moral es siempre jus­
ticia, y
realízanla, cumpliendo

su destino los pueblos, cuando
organizan, en

conformidad á ella, el derecho nacional y cuando
castigan con penas las infracciones que quebrantan el orden so­
cial por él establecido. En vano la escuela krausista niega este
derecho, pues
á esto equivale no atribuir á la· ley penal otro fin
que la enmienda del culpable, ni más autoridad que para en­
derezar la

voluntad hacia su fin: la función meramente educativa
es propia de la familia, no del Estado. La teoría del ilustre Roe­
der sería admisible si lo fuera el concepto del Estado según di­
cha escuela; no, si el verdadero fin de las sociedades humanas es
la autoridad de la ley moral para el desenvolvimiento del in­
dividuo.
La unidad y la conservación responden á dos necesidades in­
ternas de la asociación política; la igualdad
y la independencia
responden á dos necesidades externas. Las sociedades humanas
no pueden desenvolverse libremente y con responsabilidad pro­
pia para el cumplimiento de su fin si en su acción se encuentran
dominadas por una voluntad ajena y en la esfera de esa acción
se ven privadas de las condiciones comunes
á las demás. Hay
para las sociedades como para los individuos desigualdad de
fuerzas por naturaleza, por educación, por influencia de circuns­
tancias históricas varias; pero no pueden ser desiguales en aque­
llos derechos fundamentales inherentes á toda entidad jurídica.
Y si todas las sociedades tienen un mismo fin, aunque cada una
lo desenvuelva con las condiciones propias de su nacionalidad, cada una debe ser libre en la elección de los medios para reali­
zarlo, sin que su libertad pueda ser anulada, ni aun cohibida sin
(7) Introduction a la science social, chap. 14, pág. 370.
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
confiscación de su independencia por ningún otro Estado á títu­
lo de superioridad. La convención puede llevar alguoa restric­
ción al ejercicio de aquellos derechos, nuoca la abdicación sin
faltar
á la ley natural de su existencia; el desarrollo de las rela­
ciones entre los pueblos puede haber introducido desigualdades
en los derechos secuodarios; pero nada más consiente el fin de
las sociedades humanas, aunque se haya proclamado recientemen­ te, en el terreno de las relaciones internacionales, la inmoral teo­
ría de que
la fuerza priva sobre el derecho.
La solidaridad, el orden y el progreso son tres principios de
vida que responden
á las necesidades de actividad y desenvol­
vimiento de las sociedades humanas. Unidad de fin y desigual­
dad de fuerzas: he aquí lo que presentan los individuos conside­
rados en su conjunto; y si la sociedad es necesaria para que el
fin individual se cumpla y pata que vivan bajo ley de armonía
los seres imperfectos que la forman, debe haber comunidad de
esfuerzos y concierto en su dirección. Una responsabilidad co­
mún conduce á una acción general, variada en aspectos, pero una
en su objeto; y lo que se llaman intereses generales de los pue­
blos no tienen legitimidad si no se armonizan en una vasta uni­
dad pata la realización del fin social. De ahí que, á la manera
que en el orden cosmológico aparece como ley natural la uni­
dad de las fuerzas físicas, en el orden sociológico existe también,
como condición de vida para las grandes agrupaciones humanas,
la unidad de las fuerzas sociales, ora pertenezcan al orden mo­ ral ó al intelectual, ora al orden político ó al económico; y de
esa unidad nace el principio de solidaridad que impone á las ge­
neraciones todas, al sucederse en el tiempo, la responsabilidad compensada con las glorias y la acumulación de fuerzas de las
generaciones que las han precedido, y á la generación · contem­
poránea los sacrificios individuales que importan las necesidades
presentes y los deberes para el porvenir. Las escuelas que exage­
ran el principio de individualismo repudian la teoría de la soli­
daridad social; pero sí reconocen el deber tuitivo del Estado,
si este deber únicamente puede cumplirse poniendo en común
aquella parte de fuerzas individuales que constituyen la fuerza
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activa y protectora de la sociedad, ¿cómo negar la legitimidad
de esta teoría? Si la solidaridad social no se admite, ¿con qué
derecho la sociedad presente utiliza
el inmenso tesoro de me­
joras sociales acumulado por los esfuerzos y sacrificios de las
edades pasadas? ¿Con qué titulo aspira
á la espléndida heren­
cia de
la civilización nacional?
No es el orden un principio de quietismo y antes bien lo es
de actividad, aunque armónica. Pero mal lo concibe quien sólo
descubre su ley en el principio de coexistencia pacifica de las
voluntades libres. La fórmula de que una libertad no debe coar­
tar
el ejercicio de otra libertad, que es la del individualismo ra­
dical, nos da sólo el concepto físico, el aspecto externo del or­
den; pero esta limitación de la libertad, para satisfacer
á la ra­
zón humana debe fundarse en un principio superior que obli­
gue á sufrirla. Tal limitación es una subordinación; y ésta ó es
hija de la convención, lo cual no puede admitirse en filosofía social, porque la existencia de las sociedades humanas no es vo­
luntaria y por tanto contingente, sino necesaria; ó debe serlo de
algo externo al hombre y que la razón conciba como superior á
su voluntad. Sólo la ley moral con su autoridad puede impo­
nerla; y porque la sociedad debe mantener la autoridad de esta
ley tiene derecho
á limitar la libertad humana en sus manifesta­
ciones exteriores. Lo cual demuestra que no pueden ser arbitra­
rias las limitaciones de la libertad: deben fundarse en la natura­
leza moral y social del hombre. Rossi ha dicho, con razón, que si por libertad se entendiese la libre ejecución de todas las vo­
luntades del hombre sería salvaje esta noción de ella; y
por esto
define

la libertad individual, preciado bien que
el hombre tan
justamente anhela conservar en sociedad, diciendo que es la
fa­
cultad de poner en ejecución todas sus voluntades legítimas. El orden es, pues, el imperio de la ley -filosóficamente ha­
blando de la ley moral en las relaciones de los seres humanos;
jurídicamente entendida, en cuanto constituye el derecho de un pueblo- sobre el imperio de la fuerza. Y séame lícito repetir
a
qui lo

que escribí hace algunos años, para precisar
el sentido
de estas palabras: «Entendemos, dije, por imperio de la fuerza
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
todas las situaciones anárquicas, ora provenga la anarquía de la
exageración del principio de gobierno, ora de la del sentimiento
de individualismo. Impera para nosotros la fuerza, es decir, un
principio materialista, cuando se adultera el espíritu de las ins­ tituciones; cuando la arbitrariedad está en
el lugar de la lega­
lidad, la opresión en el de la libertad, el exclusivismo en el de
la tolerancia, la corrupción en el de la probidad, el favoritismo
en el del mérito, la conculcación del derecho en el de su invio­
labilidad: en una palabra, cuando las pasiones ocupan el lugar de la razón. Por imperio de la ley entendemos
la antítesis de lo
que acabamos de decir; esto es, el predominio de un principio
moral, que es tanto como pedir en
el Poder inteligencia y jus­
ticia, en la administración experiencia y probidad, en los partidos
moderación y tolerancia, en todos
la conciencia de la limitación
de sus derechos, y la del deber de respetar el derecho ajeno: en
una palabra, el imperio de la razón sobre las pasiones.»
Negar
la libertad individual es negar la personalidad huma­
na, y negar esta personalidad conduce
á la negación del orden
moral y, por consiguiente, del derecho. Reconocer la legitimidad
de lo

que se llaman derechos individuales no es más que reco­
nocer los fueros de esta personalidad, y no conozco ninguna
es­
cuela

filosófica, digo más, no comprendo ninguna teoría social
fundada en la naturaleza moral del hombre que no proclame
ta­
les derechos, con el propio nombre ó el de naturales, origina­
rios, primitivos ú otro semejante. En lo que las escuelas disien­
ten es en su
extensión y su carácter; en no reconocer las unas
legítima ninguna restricción, salva la fundada en el principio de
coexistencia, y en admitir las otras como naturales las limitacio­
nes derivadas de la doble naturaleza moral y social del hombre,
de su propio
fin y del fin de la sociedad. La verdad está en su
limitación con aptitud de reducción progresiva; y el fundamento
racional de esa limitación se encuentra en las leyes del orden
moral, en los principios fundamentales del orden social, y en el
estado de civilización de cada pueblo. Cuando el positivismo de
Comte señala por base del orden el equilibrio de las fuerzas so­
ciales, fundamento científico de su
estática social, degrada al
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hombre y mutila la sociedad: moral en uno y otra .el fin de su
vida, el orden no puede ser el equilibrio, fenómeno físico, sino
la actividad individual para realizar el fin moral de nuestra exis­
tencia con variedad
de direcciones dentro del organismo legal.
Al amparo del orden desenvuelve el hombre su actividad
cumpliendo la ley del trabajo que Dios le impuso como pensión
de su existencia; y dominando con sus facultades la naturaleza
que le rodea, contribunyendo con ellas al mejoramiento propio
y de sus semejantes y al perfeccionamiento del organismo social
y político, realizase otro principio social, el de progreso. La historia general del linaje humano, la historia especial de
cada pueblo nos dan claro testimonio de que sólo viven en con­
formidad á su naturaleza las sociedades que avanzan en el ca­ mino de su perfeccionamiento; y ella hace verdadera aquella
frase de Pascal:
«la serie de los hombres puede considerarse en
todos tiempos y ocasiones como un solo hombre que siempre
está aprendiendo». El principio de orden lejos de contrariar
contribuye á la realización del progreso social, porque protege
el desenvolvimiento legitimo de
la actividad humana; y el es­
píritu nacional de los pueblos, lejos de servirle de obstáculo lo
fecunda con la variedad
y lo empuja con la fuerza anímica pro­
pia que aporta á ese desenvolvimiento. Vivir es desenvolverse;
y el orden con sus leyes, las grandes tradiciones nacionales con su espíritu, no son, no pueden ser la paralización
de la vida: ésta
no se paraliza sino para producir la extinción del sér, y, mientras
hay actividad, debe haber aplicación de ella para desenvolverse en conformidad á nuestra naturaleza esencialmente moral y per­
fectible. Contrariar el progreso de las sociedades sería contrariar
la perfectibilidad del hombre; y todo obstáculo á esta perfecti­
bilidad es una mutilación de nuestra naturaleza. El error de algunas de las escuelas sociales contemporáneas
no consiste en la afirmación de este principio, sino en el señala­
miento de su carácter. El progreso, como acertadamente ha dicho
un escritor de nuestros días, es el movimiento de ascensión de
la criatura libre hacia la perfección de su naturaleza ( 8); pero
(8) Charles Perin: Les lois de la société chrétienne.
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
si se desconoce el fin de la criatura libre; si este fin, como dice
la escuela utilitaria, es la felicidad, ó, como el positivismo lo
afirma, el desarrollo de las fuerzas de la materia, ó, como lo pro­
clama el darwinismo, el bienestar de
la especie; si para el sér
racional no se busca en
el perfeccionamiento moral la realiza­
ción de aquella ley; extraviado y no efectivo será el progreso de
las sociedades, las cuales, en vez de alcanzar su engrandecimiento
por el espiritualismo de sus aspiraciones, correrán á su decaden­
cia embrutecidas por el sensualismo. No está en el terreno ético
vedada como esencialmente ilícita la aspiración al bienestar, ni es contrario á
la ley moral el desarrollo de la riqueza y de las
fuerzas económicas de los pueblos: son legítimos esa aspiración
y este desarrollo, no como fin, sino como medio ó condición para
llegar á un bien superior, manteniendo el orden jerárquico que
existe entre nuestras diversas· facultades activas. La conserva­
ción del cuerpo para la vida del espíritu; el descubrimiento de
la verdad para la práctica del bien; el cumplimiento de la ley
moral para completar en otra vida nuestro destino, tales son
nuestros deberes; y consiste el progreso en multiplicar y mejo­
rar las instituciones que conservan y robustecen nuestro cuerpo
y perfeccionan nuestros sentidos; en multiplicar y mejorar las
instituciones que satisfacen nuestras necesidades intelectuales y
morales; en multiplicar y mejorar el organismo social y político;
en una palabra, en realizar el ideal de la civilización cristiana, que es la que nos da racional é históricamente su tipo verdadero. De ahí la aparición lógica de otro principio esencial de vida
en el seno de las sociedades humanas: el principio moral que se
convierte en principio religioso en cuanto conduce
á regular las
relaciones de la criatura con el Criador, del sér finito con el Sér
infinito, en la vasta comprensión de nue_svo futuro destino, en
la concepción del bien absoluto, en su posesión bajo una forma
que nuestra flaca razón no concibe por sí sola y que únicamente
es realizable_por el mérito de nuestros actos y por gracia de la
bondad de aquel Sér, infinito en ella como en todas sus perfec­
ciones, y en la idea de lo sobrenatural y lo eterno y de sus rela­
ciones con lo natural y perecedero. El principio moral informa
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las costumbres; el principio religioso nutre las creencias: ambos son el pan del alma y la regla más segura de la vida; y ambos
dan dirección acertada, solidez perdurable, fin trascendental á
la actividad del" individuo y de la sociedad, lo mismo cuando se
desenvuelve en conformidad al principio de orden que para rea­
lizar los de solidaridad y progreso.
Negar la realidad de esos principios es desconocer la necesi­
dad de su influencia; excluir su autoridad real y legal en el or­
ganismo de las sociedades humanas equivale á destruir el fin de ellas, porque, en la unidad de
nuestro sér,

y por tanto en la de la
asociación civil, no cabe la proclamación de un fin moral sin san­
ción para su cumplimiento. Por esto ha dicho
Le Play ( 9 ), con
razón, que la Religión
ha sido siempre el primer fundamento de
los Estados; y el ilustre Portalis, cuya autoridad no puede ser
sospechosa á
las escuelas racionalistas, había dicho en medio de
una sociedad escéptica: «las leyes se refieren al ciudadano; pero la religión se apodera del hombre. La moral sin preceptos positi­
vos deja
á la razón sin regla: la moral sin dogmas religiosos es
una
Justicia sin Tribuna/es,,,. La antigüedad, según sus grandes
filósofos espiritualistas, no comprendía un Estado sin religión -preguntadlo á Platón, á Aristóteles, á Ocerón, á
Polibio-; y
que

es hoy
día esta la creencia universal nos lo dice, no sólo el
estado histórico de casi la totalidad de los pueblos civilizados,
sino
el que el primero de los problemas sociales de la edad pre­
sente es el de las relaciones de la Iglesia con
el Estado. No; lo
que es hijo de Dios no puede vivir sin relaciones con su Criador,
ni sin la expresión de sus sentimientos y creencias.
En el orden social, finalmente, todos estos principios, al ad­
quirir realidad histórica, se enlazan y armonizan bajo una direc­
ción inteligerite, activa, fuerte y una, que constituye el princi~
pío de Autoridad. También niegan este principio algunas escue­
las
y otras lo bastardean en su naturaleza: es, sin embargo, por
razón de su necesidad, legítimo; por razón de sus condiciones
naturales, esencial en la vida de las sociedades.
(9) La Reforme sociale, chap. a, !.º.
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EL PRINCIPIO ORGANICO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS
Hay algo más elevado que la idea de coacción, de fuerza, de
imperio en la idea de Autoridad,
y la comprenden mal los que
no ven en ella sino estos atributos. La Autoridad descuella con superioridad de posición
y con independencia · de origen sobre las
voluntades individuales; por esto es imperio.
La Autoridad so­
mete
á sus preceptos las voluntades individuales; por esto es
coactiva. La Autoridad vence la resistencia de las voluntades in­
dividuales; por esto es una fuerza. Pero domina en nombre de
un principio superior; por esto no es humano su origen. Somete
las voluntades, pero lo hace en desempeño de una función so­
cial; por esto es limitada en su poder. Emplea la fuerza para que
la ley se cumpla; por esto es representación de la justicia. Y
el
respeto y la obediencia le son debidos, no por el temor que en­
vilece, sino por el espiritualismo de su principio que hace noble
la sumisión. Contempladla en
lo más elevado de su acción, ¿cuál
es el fin de ella? Amparar la libertad contra todas las violencias;
hacer triunfar el derecho sobre todas las injusticias; dotar de
iniciativa y de rigor
á todo lo que necesita desenvolvimiento.
¿Qué representa la Autoridad en su esencia? No la Voluntad,
sino la Inteligencia y la Justicia. ¿Qué representa en su fin?
La
sociedad, considerada como unidad, realizando un fin general
con condiciones propias. ¿Qué representa en sus medios de acR
ción? El principio de conservación y el principio de dirección de
las sociedades humanas. ¿Qué representa, finalmente, en su ejer­ cicio?
La coordinación y la cooperación; aquélla, con la regla de
las relaciones entre seres libres; ésta,
á favor de la aplicación de
las fuerzas colectivas con el objeto· de auxiliar el desenvolvi­
miento de las fuerzas individuales para
el fin moral del hombre.
Así considerada la Autoridad, su
legitimidad es innegable y su
superioridad evidente, porque su necesidad la convierte en con­
dición
esencial de vida de las sociedades y en principio fundamen­
tal del organismo social.
Por esto Sociedad y Autoridad son dos ideas congénitas; y
por esto, sólo Proudhon ha negado la Autoridad, queriendo sus­
tituirla por una especie de organización industrial creada por el
contrato. Más frecuentes son en las escuelas sociales modernas
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la afirmación de que la Autoridad tiene origen humano y la re­
ducción
de sus necesarios atributos; pero se llega á aquella
afir­
mación

confundiendo la Autoridad en lo esencial de su ser con
su representación histórica, y se pretende tal reducción por no
distinguir lo esencial y lo formal, lo que es la Autoridad en prin­
cipio y lo que son las formas de su organización. Sin duda debe
la Autoridad personificarse,
.y sus

representantes la poseen en
virtud de las leyes que se han dado los pueblos; sin duda son diversos los sistemas de organización de los Gobiernos, ó sea, de
la Autoridad en acción; pero, cualesquiera que sean
sus. combi­
naciones,

deben estar comprendidos en ellas, con plenitud de
poder, los atributos esenciales de la Autoridad: la historia ense­
ña que nunca olvidan impunemente los pueblos las leyes natura­
les del orden social. Cada siglo tiene sus problemas y cada época se caracteriza
en la historia por sus tendencias morales, que informan los gran­
des fenómenos sociales
á que asiste. A esta ley histórica obedece
también la edad presente; y la diversidad de
doctrinas acerca
de
la organización social responde á la falta de unidad de creencias
scerca del más importante de los problemas morales:
¿ cuál es
d destino

del hombre? Condensad por un instante en vuestro
pensamiento y comparad después entre si los principios genera­ dores de todas las grandes teorías sociales de este siglo, así las que hoy están en boga como las que han caído en descrédito, y
todas acusan la verdad de esta afirmación: el rápido examen que
he hecho de las que actualmente se proclaman poseedoras de la verdad social es también su demostración irrefutable. Con im­
perfectos trazos he procurado caracterizar el espíritu de cada una
de estas escuelas que, co_mo no pt.1-ede _menos de suceder, se re­
sume en el principio orgánico fundamental de las sociedades hu­
manas ó, lo que es lo mismo, en el fin que éstas tj.enen asigna­
do; y cada una nos ha aparecido enlazada con un sistema moral.
El
fin de las sociedades ha quedado explicado en todas por el
destino del hombre según cada sistema moral lo proclama.
En
otras

edades, Jouffroy lo ha dicho elocuentemente (10), las gran-
(10) Cours de droit naturel, lec. 10.
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des cuestiones humanas tenían . soluciones afirmativas y unas· en
la conciencia general, y de ellas se derivaban, para la sociedad,
ciertas instituciones y ciertas leyes, para el Poder cierta organi­
zación y cierta forma, en una -palabra, todo un orden social y
político: en la época presente sucede todo lo contrario, y por
esto
á la diversidad de creencias morales responde la variedad de
teorías sociales, y
á esta falta de unidad la anarquía en el orden
intelectual
y la incesante reproducción de grandes perturbacio­
nes en el social y en el político. A pesar de ello paréceme que en el fondo no hay sino dos
grandes tendencias
en. las

que las tendencias particulares de cada
teoría y de cada escuela social se resumen; la que pudiéramos
llamar humanista,

ó sea, la que pone por encima de todo al
hombre y le hace, no ya sujeto, sino fuente del derecho
y ele­
mento único y aun fin exclusivo, sin ningún otro .fin trascenden­
tal, de la sociedad; y la tendencia espiritualista ó moral, que ve
siempre el destino futuro del hombre sobreviviendo en la más
noble parte de su sér, y que en todas las manifestaciones de su
vida individual y social, y por tanto en el
fin de la sociedad y
en su organismo para realizarlo, encuentra siempre como obliga­
toria la ley moral, la ley dada por Díos al sér racional, á su cria­
tura predilecta entre las que moran en la tierra;
lo cual da á la
asociación civil, ora en su vida privada, ora apareciendo como
Estado, un fin trascendental, aun cuando exista como entidad
necesaria para la realización del fin del individuo.
Estas tendencias son opuestas, y por tanto la una debe con·
tener el error y la otra la verdad; y en la imposibilidad de que
el hombre viva indiferente á las cuestiones que agitan á la so­ ciedad de que es miembro, deber suyo es interrogar á la ciencia
para que le descubra dónde se encuentra la verdad
y dónde se
esconde el error. A esta interrogación he procurado contestar pot
mi parte en las páginas precedentes, si con escasez de fuerzas, con
sobra de buena voluntad; y la respuesta, según mi humilde en­
tendimiento me ha dictado, es que el error no está en la doc­
trina espiritualista, si.no en las teorías que P9t encima de_ todo.
colocan la personalidad humana, ora exaltando la materia de
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que estamos formados, ora no viendo en la vida social nada su­
perior
á la voluntad libre, sin más límites que los que le imponga
-la razón individual.
Trasciende este error
á la determinación del principio fun­
damental orgánico de las sociedades humanas,
y por indeclinable
consecuencia á la organización de las instituciones creadas para
el desenvolvimiento de nuestra vida física, intelectual, política y
religiosa; y él es el que origina y mantiene las tendencias á la
destrucción de la organización social existente,
y el que alimenta,
con la esperanza de mejoramiento de la condición social, el mal­
estar moral
y el espíritu de rebelión del hombre de nuestro siglo.
Formado leahnente este convencimiento, que quisiera fuese tam­
bién el vuestro, ¿qué he de añadiros, señores? Sólo una palabra:
el primer deber del hombre
y del ciudadano es adherirse y ser­
vir
á la verdad. He dicho.
11
EL CONCEPTO FUNDA.MENTAL DEL DERECHO
EN' SU DF.'iENVOL VIMIENTO CIJENTIFICO
EN
EL SIGLO XIX
(1)
POR
MANlJEL DuRÁN Y BAS
III
ÜRIGEN Ó FUNDAMENTO DEL DERECHO
El concepto fundamental del Derecho se desenvuelve en tres
ideas capitales que constituyen las tres grandes interrogaciones
( 1) Fragmentos que hemos extraído del discurso inaugural, leido el
día 1 de octubre de 1877, en la solemne apertura del curso académico
ante el claustro de la Universidad de Barcelona, publicado en sus citados
Ejcritos, I serie, Estudios Juridicos, Barcelona, librería del editor D. Juan
Olivares, 1888, págs. 203-244.
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