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Número 205-206

Serie XXI

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Acción familiar

ACCION FAMILIAR(*)
POR
MARÍA TERESA CERDÁ DoNAT
Me ha correspondido iniciar esre foro de Acción Familiar.
Temas relativos

a la familia se han tratado desde diferentes
puntos de vista y se ha dicho mucho de gran interés. En la XVI
Reunión de amigos de
la Ciudad Católica fue objeto de estudio
«La familia: sus problemas actuales», cuyas actas están publi­
cadas por «Speito». Puesto que hay mucho escrito y publicado y ya que se trata
de que hable
lo mínimo, procuraré centrarme en el tema.
Primeramente haré una leve mención acerca del desastre
actuál. Nos

encontramos en una época de subversión
y de des­
trucción de la sociedad, por ello se esiá atacando a sus cimien­
tos, la familia, célula básica de la sociedad. Se
trata de

aniquilar
los cuerpos naturales que dan fácil curso al desarrollo de la
· per­
sonalidad

humana.
¿Cómo atacan a
la familia? Creo que todos lo sabemos, por­
que lo sentimos de alguna manera día a día. Así, pues, citaré a
los propios revolucionarios pará que nos lo -confirmen:
V ezinier escribía en Londres lo siguiente: «En cuanto a la
familia, la repudiamos con todas nuestras fuerzas
en nombre de
la emancipación de toda la humanidad». En este texto V ezinier
declara abiertamente que la familia es un cuerpo molesto para
la nueva sociedad, y esto, ¿por qué? Porque la verdadera fa­
milia es un freno para la expansión de la Revolución.
Veamos lo que nos dice Engels en su obra «Principios del
comunismo»
(1 ), quien nos indica uno de tantos puntos por los
que se ataca a la familia: «La transformación
--de las relacio­
nes entre los dos sexos- será posible en el momento en que se suprima la propiedad privada, en que se eduque a los hijos en
(*) Ponencia ·desarrollada en d foro de· este título eJi la XX Reunión
de amigos de la Ciudad Católica en Benicssim (Hotel Orange), el 11 de oc­
tubre de 1981). (1)
P~-29.
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común y se destruyan los dos pilares principales del actual ma­
trimonio, a saber, la dependencia de la mujer del hombre y la
de los hijos respecto de los padres». Engels se da perfecta cuen­
ta de la importancia que tiene
el tener en sus manos la educa­
ción de los hijos, porque quien educa al niño educa al futuro
hombre, y en la familia se le da al niño una formación moral
y religiosa, que a la Revolución no le interesa. A ellos les in­
teresa que a esos hijos se les enseñe su propia ética para hacer
de ellos unos revolucionarios. Igualmente se da cuenta de que
al nuevo Estado no le conviene
la existencia de esa autoridad
de los padres, encarnada por el padre, que al ser natural y an­
terior al Estado lo limita.
Otro texto interesante de mencionar es el de Kollontei, en
su obra «La Familia y el Estado comunista»: (2) «No es la an­
tigua familia con su cuidado exclusivo de los suyos lo que nos
va a

formar
el hombre de la sociedad de mañana; lo que nos
va a formar
el hombre nuevo de la sociedad nueva son las obras
socialistas, tales como los campos de juego, jardines, hogares y tantos otros, donde el niño pasará la mayor parte de la jornada
y donde sabios educadores harán de él un comunista consciente
de la grandeza de esa divisa sagrada: solidaridad, camaradería,
ayuda mutua, entrega a la colectividad». Creo que no necesita
comentario alguno.
Y así encontraríamos otros tantos textos en donde se nos
ofrece el gran odio de la Revolución a la institución familiar,
y
su programa
de ataque contra ella.
La subversión crece progresivamente: En este mismo año
nos encontramos con una nueva regulación civil de la patria
potestad y del Derecho de familia, y la ley de Divorcio; y ya
es el pan de cada día de los políticos el tratar de demostrar la
necesidad apremiante del tener el aborto legalizado ( paso si­
guiente al divorcio en el programa revolucionario), y todo ello
con el silencio, y el disimulo de la Conferencia Episcopal y de
la mayoría de los Obispos. Claro que, si alguno osa atreverse a
pronunciarse en contra, ya se sabe lo que ocurre. El ejemplo
más claro
lo tenemos en la situación producida por la publica­
ción de la Carta Pastoral del Cardenal Primado de España, don
Marcelo González Martín, en contra del Divorcio .
. Pero,

siguiendo a Jerónimo Cerdá, mi padre y primer maes­
tro, en su trabajo «La subversión y la destrucci6n de la fami-
(2) Pág. 7.
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lia» (3) digo: «Tomad de entre esos materiales de derribo, por ejemplo, aquellos que componen la
familia: un hombre, una mu­
jer,

unos hijos que se engendran; todo esto podrá ser ateo, estar
corrompido, podrán odiarse entre sí y ser odiados y persegui­
dos, estarán metidos en el fango de
la ciudad satánica, peto en
cualquier momento, en un instante, pueden volver a ser cristia­
nos y no admito que nadie crea que esto pueda ser una nove­ dad en la historia de la Iglesia.
Si
el mundo se ha de salvar, y se salvará cuando la divina
Providencia así lo tenga previsto, lo
salvará la
familia».
Es importante
la acción familiar, ya que la familia consti­
tuye la célula básica de la sociedad y hoy por hoy esta impor­
tancia es

mayor por la defensa constante que hemos de hacer
ck: la misma y a tiempos difíciles arduas tareas.
Si por acción entedemos aquella conducta humana encami­
nada a la producción de un resultado, consecuentemente lo pri­
mero que tenemos que hacer es saber lo que queremos, a
qué
fines la encaminamos y los medios adecuados para conseguirlo.
Cuando en la época clásica Aristóteles en su «Etica a
Ni­
cómaco»,

indaga por la finalidad del ser humano, lo hace for­
mulando una pregunta de orden metafísico que a su vez queda
encuadrada en un contexto de filosofía política. La pregunta es:
«¿en qué tipo de actividad
(energéia) consiste ser hombre y cuál
es
el modo óptimo de realizarla?» (4).
El contexto de filosofía politica en que la pregunta se
en­
cuadra

es:
el conocimiento de la perfección humana máxima es
el punto de referencia con arreglo al cual se ejerce
la actividad
política, cuyo fin es la felicidad de la comunidad humana (5).
En conclusión, para llevar a cabo una acción eficaz es pri­
mordial el conocer el fin que está encaminada para utilzar los
medios más adecuados, y aquí queda patente la importancia que
tiene la formación.
La acción que hay que emprender contra la Revolución no
puede ser improvisaQ.a ni momentánea. Es preciso saber muy
bien dónde se quiere ir y dedicarse a ello intensamente y de un
modo duradero, pues no puede perderse de vista la necesidad de
la eficacia. En palabras de Eugenio Vegas: «Acción sin doctrina
vale como edificar · sobre arena. Doctrina sin acción es un levan­
tar castillos en -el aire» ( 6 ).
(3) La Familia; Sus problemas actuales, Speiro, 1980, págs. 217-218. -
(4) Etica a Nic6maco, libro I, cap. 7, 1.097 b, 25-28.
(5) Etica a Nicómaco, I, 2.
(6) «Doctrina y acción», Verbo, núm. 60, pág. 699.
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Se debe tener muy claro lo que es la auténtica familia. La
palabra familia tiene diversas acepciones. En sentido estricto, es la formada por los padres y los hijos. En sentido amplio, com­
prende todas las personas unidas por lazos de sangre. En sentido aún más general, se habla de la familia domésti­
ca, como conjunto de personas que viven bajo el mismo techo,
o sea, en el hogar familiar. Un concepto más concreto es el que recoge la Real Academia
de la

Lengua: «grupo de personas emparentadas entre sí que
viven juntos bajo la autoridad de una de ella». Podemos desta­
car en esta definición elementos exclusivos. Así, los lazos de
sangre, el mismo techo u hogar familiar y el nexo común que
constituye la autoridad
. cimentada

en el amor recíproco de sus
miembros. Conviene destacar en la familia la idea de grupo social. En
efecto, constituye una comunidad de vida, deamor, trabajo, pre­
ocupaciones y necesidades. Y en especial una comunidad de
educación, puesto que tiene por objeto el pleno desartol!o hu­
mano de

sus miembros; en primer lugar de los hijos, pero tam­
bién de los esposos, ya que todos contribuyen y se ayudan mu­ tuamente a la propia perfección. Autoeducación en las relaciones
de los padres entre sí y con los hijos, educación que se dan los
hijos mutuamente, especialmente en las familias numerosas. Y
la tarea educativa de los padres respecto a sus hijos, como deber
primario indelegable (7).
.
Se

ha dicho que la formación humana íntrega delos miem­
bros de

la familia es la contribución más importante que la
fa­
milia hace a la vida social. La familia constituye el gran reducto
fortificado donde recuperar nuestra intimidad, el único refugio
donde los individuos pueden encontrarse a sí mismos, ser de
nuevo ellos niismos.
Podemos distinguir tres aspectos o dimensiones dela insti­
tución familiar: dimensión natural, dimensión social y dimen­
sión sobrenatural.
El origen de la familia se debe a la disposición natural del
hombre y a la voluntad positiva de Dios. De aquí que su ordenación interna esté regulada por lo na­
tural. De acuerdo con ésta, la familia tiene un esquema inmutable,
que podemos expresar con los siguientes términos: Monógama, estable y jerárquica.
(7) La Familia. Matrimonio-Hogar-Hiios, J. Cadahia, Edic. Palabra,
S. A., pigs. 23-24.
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Monogamia y estabilidad de la familia, se corresponden con
las propiedades esenciales del matrimonio, unidad e indisolubili­ dad, que si bien aparecen como notas distintas para resaltar el
contraste con sus desviaciones, la poligamia
y el divorcio, en ver­
dad, se pueden considerar como dos vertientes de una misma
n,alidad. La familia se funda en la unidad del matrimonio, es
·decir, de un hombre
y una mujer para siempre.
El orden jerárquico de la
familia ha
sido establecido como
norma general por el Derecho natural y la Revelación.
La familia es una comunidad de vida regida por la autoridad
dé los

padres.
Las relaciones internas de la familia se estructuran
y rigen por
el principio de autoridad. En su virtud, todos los miembros de
la comunidad

familiar están sometidos a la autoridad del jefe de
la familia, que ordinariamente reside en el padre, como cabeza
de familia.
Sobre el término autoridad se ha escrito mucho. Los roma­
nistas señalan la distinción en el mundo romano entre
auctoritas
y potestas. La auctoritas exigía importantes y distinguidas cua­
lidades intelectuales
y morales, prestigio. La potestas, posesión
de las

riquezas
y la fuerza que permiten la imposición coactiva
de una actitud, éxito.
En la autoridad brillan más bien los aspectos cualitativos.
La armonía familiar se facilitará si se entiende como «equi­
librio de autoridades», y ese entendimiento genera una actitud
de «respeto mutuo» entre autoridad y gobernados. Es imprescin­
dible la convicción de que el que manda o dirige, dirige a otra
autoridad: la
del que obedece. Por supuesto que los hijos, espe­
cialmente,

tardarán en ser autoridad, pero se procurará que lo
sean cuanto antes. Hay que procurar su autonomía
y capacitarlos
para usar de su libertad. El proceso de educación de la libertad
no es

más que el de conferir paulatinamente
autoridad (8).
A

primera vista, parece como si autoridad
y libertad fueran
contradictorios, pero no sólo no hay oposición entre ellos, sino
que hemos de considerarlos «nociones complementarias». El hombre es libre cuando quiere lo que debe
y no cuando
hace lo que quiere.
El fin de la educación es conducir al
nifio hacia

su autonomía
y llevarlo a ser cada vez más libre. Y la educación de la libertad
se conSigue a través de un amor verdadero y desinteresado, cuyo
componente esencial es la autoridad.
(8) Ezequiel Cabaleiro: «Poder y autoridad en el oficio de educar»,
Nuestro tiempo, núm. 165.
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La autoridad no se justifica en sí misma como un fin, sino
únicamente en la medida en que permite la educación, la rectitud
y el desarrollo de la libertad.
J. Cadalúa, en su libro La Familia. Matrimonio-Hogar-Hijos,
nos dice:
«Sólo existirá conflicto autoridad-libertad para los que no en­
tiendan lo

que significa la "educación de, en
y para la libertad";·
para los que no entienden o no saben cómo conjugar mando
y
libertad; dirección y autonomía; sistema y persona; subordina­
ción e iniciativa; orientación y decisión libre; responsabilidad de
educar
y respeto; exigencia y comprensión. El conflicto surge
únicamente cuando se extrema o se desvía uno de los componen­
tes del binomio libertad-autoridad o los dos al mismo tiempo: extremo de la autoridad es
la autocracia; extremo de la libertad
es la anarquía; desviación
de la
recta autoridad, paternalismo;
desviación de la libertad, el capricho insolidario ( ... ). Hay padres autoritarios, los de la bofetada, el miedo y
el
«porque sí», que buscan más el orden y el amaestramiento que
la libertad y
la educación. Hay padres paternalistas, superprotec­
tores de sus hijos, que los crean pusilánimes, con actitud de
clausura ante las dificultades. Hay padres débiles, abandonistas,
cómodos, que dejan hacer, autores de niños caprichosos e irres­
ponsables. Hay, por último, padres que ejercen la autoridad al servicio del hijo y de su educación total, para hacerle libte y res­
ponsable ( ... ). Por ello, los padres tienen que saber y tener siempre presen­
te que hay cosas, asuntos de sus hijos, que pertenecen a la esfera
de su libertad, autonomía y responsabilidad, que, por tanto, los
padres deben respetar, o simplemente aconsejar desinteresada­
mente. En esta esfera, entre otras cosas, podemos citar: el fuero
de la conciencia, su vocación profesional y sobrenatural, la elec­
ción de estado, sus aficiones, gustos, opiniones, ideas, su modo
de vivir, el orden de sus cosas, su -tiempo, su estudio o trabajo,
etcétera. Los hijos, por su parte, deben saber que hay asuntos que pertenecen a la autoridad, incluso potestad, de los padres, y
aceptarlos y hacerlos materia
de aquella

obediencia amorosa. Así,
por ejemplo: horario, prácticas de piedad en familia, respeto entre
los miembros

de la familia, modales, encargos en
el hogar, exi­
gencia en el
-estudio ...

, etc. En una palabra, toda la normativa
que nunca debe faltar en la familia y que los padres deben pro­
poner y exigir» (9).
(9) J. Cadahía: ·1a Familia. Matrimonio-Hogar-Hiios, pág. 137, Ed. Pa­
labra, S. A.
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La autoridad no debe producir nunca actitudes de rechazo en
los hijos, si queremos que éstos no se cierren cada vez más en su
intimidad, con sus problemas y sus soledades, que hace imposible toda orientación educativa.
La autoridad no tiene que ser obstáculo para la amistad entre
padres e hijos.
Pero, para que se pueda dar esta confianza es necesario que
los padres dediquen tiempo a los hijos, que les sepan escuchar y
les sepan dar la oportuna contestación a sus «por qués», que se
sepan poner a su nivel; que los conozcan
y acepten tal como son,
comprendiéndoles, valorando sus virtudes. Deben de tener, tam­
bién, una actitud de respeto de su autonomía, encauzando su
libertad; de su conciencia, formándola rectamente; de su intimi­dad que requiere una vigilancia amorosa que excluya el espionaje.
Y aquí quiero llamar la atención, porque muchos padres, creyén­
dose que el fin justifica los medios y que están cumpliendo un deber, leen a hurtadillas cartas dirigidas a sus hijos, escuchan sus
conversaciones telefónicas y registran sus cajones y armarios, sin
darse cuenta que con esta actitud se están alejando más y más de
sus hijos, no sólo del que es espiado, sino también de los demás,
y así
el hogar dejará de ser luminoso y alegre, se perderá toda
confianza, llegando, probablemente, los hijos a una actitud de rebelión, de rechazo de todo lo que es considerado bueno por la
sociedad, entregándose a doctrinas y formas de vida carentes de
sentido, tristes
y sin esperanza. Estaremos criando hijos para la
Revolución.
La familia ha de conservar, fortalecer y desarrollar la institu­
ción
familiar con

sus propios valores. Las relaciones interperso­
nales en la familia deben asentarse sobre valores transcendentales,
que se vivan personificados en los miembros esenciales de la
misma. De esta forma el joven no es un ser desarraigado. Donde
vaya le acompañará esa huella que dejó en su formación la es­
tructura familiar a la que perteneció.
Es cierto que la mejor aportación de la familia a la sociedad
es una buena educación de los hijos, futuros ciudadanos; pero
no basta. La
familia no

puede encerrarse en sí misma, aislarse,
para defenderse de un ambiente social desfavorable, sino que ha
de actuar positivamente sobre su entorno social, tratando de de­
purarlo de sus elementos perturbadores y configurarlo de acuer­do con una filosofía de valores trascendentes y nobles ideales.
No se trata de decir a los demás lo importante que es la
fa­milia. Se trata de que la familia sea, efectivamente, importante,
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para que los demás tomen conciencia y reflexionen sobre su pro­
pia situación.
Los padres, aparte de abrir los ojos a sus hijos sobre los vi­
cios de los ambientes sociales de la actualidad, han de estar pre­
sentes en la sociedad para sanarla con unos criterios morales ,
rectos.
Sólo así la familia podrá enriquecer a la sociedad con los va­
lores derivados de su propia vida interior, y si es cristiana con la
unidad en la
fe, con la irradiación cristiana del amor a Dios, en
la sociedad.
Pues
el hogar debe ser un lugar de encuentro con Dios, quien
ha de

estar
allí presente. Los hijos han de aprender a rezar, a
amar a Dios, en
el ámbito familiar.
La doctrina y la conducta familiar deben corresponderse. No
sirve de nada que vayamos hablando a la gente de los vicios que
corroen a la sociedad
y a la familia y de cómo debería ser ésta,
si luego no hacemos de nuestra propia familia un núcleo ejemplar,
que se irradie hacia
el exterior. Nuestro apostolado podrá ser,
entonces, eficaz, si no, nacerá muerto.
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