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Número 239-240

Serie XXIV

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El realismo político de Vegas Latapie

EL REALISMO POLITICO DE VEGAS LATAPIE
POR
RAFAEL GAMBRA
Con Eugenio Vegas ha perdido VERBO su inspirador originario
y el constante aliento doctrinal y humano que él proporcionó du­
rante los veinticinco años de su andadura. Y todos, en
Speiro,
hemos perdido un amigo entrañable y un verdadero maestro.
Vegas, centro de tantas tertulias de correligionarios
y admi­
radores, figura de
constante referencia

en las reuniones de es­
tudio en
VERBO, tenla algo

de pensador
y algo de iluminado. Me
vienen
a la pluma tres
ideas · que

[e
habíamos oído repetir mil
veces: las ideas gobiernan a los pueblos era una de ellas. Esta
frase de Fichte no
tenía en

sus labios
resornmcia alguna
del
Kul­
turkampf
paganizruite: era sólo Ia confluencia lógica de ila racio­
nalidad del hombre
y de su naturaleza social o política. Otra de
esas frases

era:
los pueblos son lo que quieren sus gobernantes:
ningún atisbo en ella de caudillismo nietzscheano, sino eco en sus
lab¡os de1

inmenso aprecio que Santo Tomás mostró
por la augusta
misión de los reyes.
La tercera,

en fin, era
e1 famoso imperativo
de Maurras:
politique d'abord. Tampoco este designio tenía en
boca
de Eugenio
Vegas la

menor concomitancia con la fisiología
social que el positivismo había inoculado en el pensamiento de
la
Acción Francesa, sino que, antes bien, era para él fruto de
una
universai experiencia

y ant!tesis dialéctica
de fa funesta «in­
diferencia de
las formas de gobierno», que había sido lugar común
para
fas democracias

cristianas del último siglo.
El objetivo de este contexto
de ideas y convicciones no podía
ser

otro que la creación de una revista -y de un
movimienter­
de

pensamiento católico tradicional, vertida (
siempre en
un plano
teórico)
hacia el derecho público y la política. Este fue el desig­
nio que Vegas inspiró a los hombres que vienen haciendo
VERBO
desde

1960. Y ello porque «las ideas gobiernan a los pueblos»,
porque «los pueblos son
lo que quieren sus gobernantes», porque,
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Fundaci\363n Speiro

EL REALISMO POLITJCO DE VEGAS LATAPIE
aun apoyándose en un sustrato ideológico, «la reconstrucción que
necesitamos
debe comenzar por el orden político». Vegas supo
transportar [a antorcha

de
la fe y de la esperanza desde su lucha,
que había culminado en la cohspfración y en el Alzamiento vic­
torioso, a través del desierto político que impusieron a España
las primeras
décadas del

franquismo, hasta entregarlas a sus ac­
tuales continuadores.
Discirpulos y

sucesores a los que no ha ca­
bido
la suerte de fochat y vencer en un momento dado como a
Eugenio Vegas, pero que pueden, esto sí,
sembrar pata una más
sólida victoria en el fututo, tal como sugiere el propio nombre
de
Speiro.
La mente privilegiada de V ega,s sobresalía por dos condiciones
en grado eminente: un entendimiento vivísimo y una memoria
fuera de lo común. Por el primero llegaba al fondo de fas cues­
tiones
sin dejarse jamás abatir por sombrío que se le ofreciera el
diagnóstico; por
[a segunda,
Eugenio
Vegas era
un atohivo vivien­
te de toda su
larga experiencia personaJ y de lo mucho que había
aprendido. En sus últimos años la memoria había primado sobre
las otras facultades, como acontece con la
edad, y resultaba difícil
traerle al presente, y más aún al fututo,
pero su narración del
pasado

político y religioso de España
y de Francia era tan vivaz,
exacta y rica en enseñanzas que todos nos sentíamos felices cuan­
do, en las
reuruones de Speiro, se decidía a tomat la palabra.
Su pensamiento podría definirse como un
tradicionali&lllo es­
peranzado y realista. Muy característica de Vegas era esta secuen­
cia de ideas: el romanticismo de
finales del
siglo
XVIII y del XIX
no consistió en una mera rebeldía contra los estrechos cánones del neoclasicismo (
urudades escénicas,
academísmo atquitectóni­
co, etc.),
ru menos

en una reivindicación del Medievo en sus
bases
religiosas,
sino

más bien en una
rebeldía profunda contra el or­
den, contra todo orden, y eminentemente contra
la idea de una
ley natutal. Una reivindicación
sin límites de

la humana esponta­
neidad, de las pasiones contra la norma, un espiritu
dionisiaco
asumido y magnificado. La tragedia clásica expresaba las pasiones
humanas, pero
pata someterlas

a
la razón o pata enfrentarlas con
el destino vengador
.. El

romanticismo es la negación del pecado
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RAFAEL GAMBRA
original, y, por lo mismo, la exaltación del instinto frente a la
razón, de la rebeldía contra toda forma de autoridad humana o
divina. El

arquetipo del romanticismo fue Rousseau en su «buen
salvaje», aquel hombre inocente
y puro al que la sociedad y la
religión malean;

y de
él deriva directamente la democracia mo-.

es decir, el gobierno del hombre por el hombre, la nega­
ción de

la
religión como

norte de la vida
humana y
cimiento de
los pueblos.
«El romanticismo -ha escrito-, que en religión
se

manifiesta como
deísmo o ateísmo, se
identifica en política
con-la democracia». Democracia que, por ello mismo, no es mala
per accidens (por su mala aplicación o por la falta de prepara­
ción J>\lra ella),

sino
per se, porque artanca de una imagen falsa
del hombre y se rebela contra sus
ralees naturales.
El

siglo
verdaderamente amotinado
contra Dios fue el
XVIII,
el siglo de «los filósofos», partirularmente de Rousseau: lo demás
son consecuencias, por más que nuestra
época toque
las
finalles,
aquellas

que no se ven
ya contrarrestadas por el sedimento de fe
y de costumbres que la corriente
del pasado conservaba.

Conse­
cuencias de la democracia han sido
la anarquía de las almas y el
enervamiento
de la autoridad en su ejercicio y en su continuidad.
Estas consecuencias
han sido particularmente graves en España,
cuya unidad
nacional se cimentó en la fe católica, y cuyo pueblo
es muy proclive a extraer
rápidamente las
consecuencias de las
premisas
doctrinal.es. De aquí que los únicos períodos de paz in­
terior y prosperidad durante
el último siglo hayan sido aquellos
en que una
dictadura suspeooía el

ejercicio de la democracia.
Frente a la
anarquía morail y

política sólo cabe el restablecimiento
de
la autoridad;

es decir; el régimen a la vez personal y corpo­
rativo que es la monarquía
-la verdadera monarquía-, régimen
sacralizado
que,

por la
misma naturaleza
de
las cosas,
se
hace
hereditario. Vegas hacía •suyo el dilema de CluuJles Benoist: «o la
democracia, y entonces no hay gobierno; o un gobierno, pero en­
tonces la monarquía».
Influyeron decisivamente

en el pensamiento de Eugenio Vegas
Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, Marcial Solana, Maurras, y, en su
segunda época, la obra de Jean Ousset. El paso del tiempo
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EL REALISMO POLITICO DE VEGAS LATAPIE
y su constante apartamiento de los cargos políticos y de lás co­
rrientes en boga,
han hecho que la figura de Vegas resulte hoy
desconocida del lector
m~o; sin embargo, ha de citársele entre
aquellas que

han tenido un protagonismo hist6rico en la vida
po­
lítica

española de los últimos sesenta años y entre aquellas que
nunca faltaron
a. esas citas con la historia por las que su protago­
nismo,

para bien de su patria, hubiera podido ser mayor, por
ventura, decisivo. Si no obtuvo de ellas el fruto esperado no fue
por su falta o negligencia.
Ha sido frecuente, sin embargo, acusar a
Eugenio Vegas

de
, utopismo, tanto en su pensamiento como en su nunca desmentida
actitud política. Es una muestra más del historic.üm,o cronolátrico
que domina en nuestro ambiente espiritual: según él, cuanto es o
ha &ido tenla que haber sido, al paso que lo que no fue nunca
pudo haber
sido, porque es utópico. Para esta mentalídad, la his­
toria es como la corriente de un gran río sagrado que elleva sobre
sus espumas cuanto merece ser, y orilla o
hunde en
su seno cuanto
es de suyo inviable. Si
el sistema político que propugna un autor
no
ha llegado a realidad es que e:ta inviable; lo que está vigente,
en cambio, se justifica por su
propia existencia. P11agmatismo e
historicismo

son
consecuencias finales de la mentalidad román­
tÍCll que con tanta precisión describe Vegas. Si el hombre, desli­
gado de toda norma, no reconooe punto alguno de referen<;ia fuera
de
sí, el sentido del proceso histórico habrá de buscarse en una
supuesta dialéctica
raciorutl que
habrá de reconocerse en lo real­
mente prevalente. Hegel, cima
del romanticismo

decimonónico,
se las
arregl6 para

reconooer sus
. fases dia!lécticas en
los estadios
ele la historia re,tl.
En rigor, Vegas fue todo lo contrario de un ideólogo utopista.
Creía en

el libre
albedrío humano actuante sobre la historia, y
creía en el hombre, pese a la influencia sobre él del pecado origi­
nal. En su juventud,
coincidente con Ios últimos
años de
la mo­
narquía,
no aceptó como

tantos otros que
la República y la revo­
lución. fueran hechos ineluctables, y supo enfrentarse a ellas en
la ,;,.ne, en la Universidad, en fa Academia de Juri&prudencia y en
cuantos medios. frecuentaba. Incluso, en
qn esfuerzo
heroico por
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Fundaci\363n Speiro

RAFAEL GAMBRA
salvar la leve sombra de autoridad que aún representaba aquel
régimen, se
fue, él solo, a explicar a don Alfomo XIII lo que
podría hacerre pam galvanizar el espíritu monárquico y salvar la
corona. De que nada se intentara en aquella especie de suicidio
político,
podrá culparse
a muchos,
quizá a casi todos, pero no
cier­
tamente a Eugenio Vegas. Muy poco después viviría el tremendo
desarme moral
y la completa carencia ideológica que rodearían a
la abdicación del rey y a la proclamación de la II República.
Aquella amarga
experiencia le hizo afirmarse
en la idea de
que, cualquiera que fuese
el medio de restaurar el orden y la
monarquía,
· de

nada
servirla sin
un previo o
simultáneo rearme
espiritual.

Las ideas mueven a los pueblos, aunque puedan ayudar
las armas al desplazamiento del desorden. Este fue el designio de
Acción Española, aquella revista de factura tan moderna en su
época que resulta grata a la vista aun
después de
medio siglo, y
de contenido tan denso como esperanzador. La labor infatigable
de Eugenio Vegas logró reunir para esta empresa
colaboraciones
y recursos económicos de todos los sectores rerumente contrarre­
volucionarios. En ella colaboraron tradicionalistas como Víctor
Pradera y Javier Reina
(Fabio), con

monárquicos de otra [ealtad
dinástica tan ilustres como Calvo Sotelo y Ramiro de
Maeztu, por
no

citar más que a algunos de los que, cuatro años más tarde, ru­
brkarían con su sangre el
testimonio que

prestaron en aquellas
páginas.
Acción Española y los libros que de esa revista emanaron
bajo la rúbrica de «Cultura Española», fueron el
principa1 soporte
ideológico

del
Alzamiento Nacional
de 1936. Ya iniciado éste, a
las
pocas semanas

de su comienzo, cuando Franco sólo era todavía
jefe de la columna expedicionaria de Marruecos, adivinó Vegas el
papel decisivo

que
habría de
jugar en el Nuevo
Estado, solicitó
de
él audiencia durante su estancia en Cáceres, y, como hiciera
con don Alfonso, trató
de. exponerle
las bases posibles de
.una
política
cristiana.

Nadie puede
calibrar si aquella entrevista tuvo
efectos, ni, en caso positivo, en qué medida 1os tuvo. Pero, como
seis años antes, Vegas demostró su realismo político, su fe en los
hombres, en su libre
albedrío y
en su protagonismo histórico.
Transcurren otros seis años: Eugenio Vegas
participa en

un
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EL REALISMO POLITICO DE VEGAS LAT APIE
intento fallido para enderezar la política totalitaria a que Franco
se había
'lanzado del
brazo de su
cufuldo Serrano
Súñer. Esto le
vale
el destierro. Y es en esta época de su exilio en Suiza
(1947)

cuando le viene a las manos un último intento de influir
sobre
fos hombres

llamados a escribir la historia. Don Juan de
Borb6n le confía la formación de su
!hijo don

Juan Carlos, presu­
núble heredero

de la Corona.
Vegas puso
en este
cometido toda
su

fe y
todo su cariño. La edad del príncipe, sin embargo, era
muy temprana, lejos
todavía de
esos años de la adolescencia en
que se forman las
convicciones y

las
[ealtades. llegados para

el
príncipe esos años, serían ya otros maestros y
otras manos

los
encargados de esa
formación.
Sumadas

todas estas ocasiones por él buscadas y por
él apro­
vechadas con todo entusiasmo, ¿podría imaginarse

una vida menos
utópica,
más vertida

sobre la
praxis cercana, sobre la salvación
concreta -aquí y ahora- de
su patria? Quien le acusa de uto­
pista

por haberse opuesto tanto a la orientación
pro-fascista del
Estado

por
el que había luchado (1942) como a 1a democracia
liberal de
la nueva monarquía (197 6) parece suponer que no
existe otra alternativa política que el
totalitarismo o
la democra­
cia de partidos, lo que pone bastante en entredicho la
~ignificación
núsma
del

que
tal afirma.
Vegas
fue rectilíneo en sus convicciones,
y si sufrió desencantos en la política de
'su tiempo
y hubo de
aceptar la perpetua marginación, fue por la deslealtad o desvia­
ción de quienes gobernaban, no por su inadaptación o su utopismo.
Por
más que

hablase a
menudo de
«sus
idooles», Eugenio
Ve­
gas concebía a
la monarquía tradicional que él propugnaba como
el régimen natural de los pueblos, al modo de Maurras, pero en
una visión exenta de
concomitancias con fa física social de Comte;
por ende, algo no sólo viable prácticamente,
sáno equilibrio
obli­
gado entre los movinúentos
peodu1ares de

nuestra
época. Ese
pensanúento
po!lítico podría resumirse

en estos tres puntos: una
unidad religiosa
---católica-que

sirva de norte e inspiración para
las
leyes y, en lo posible, para las costumbres; una monarquía
hereditaria
en
la que el rey reina y gobierna y que, tanto ,por su
educación
para el oficio de rey como por su situación que lo
libra
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RAFAEL GAMBRA
de ambiciones y lo responsabiii.za plenamente, ofrece las mejores
garantías posibles;

una representaci6n orgánica del
cuerpo social
que
limita el poder real

con
el derecho y con las demandas de los
países hist6ricos y las corporaciones. Esta idea orgánica de la
sociedad no procedía en Vegas de Ahrens
ni del
krausismo, como
ha pretendido algún comentarista,
ni de

Le Play ni de Spencer,
sino de la antigua y tradicional monarquía con los tres brazos
de sus Cortes y con la doble
representaci6n, en

el estamento de
comunidades, de los municipios y los gremios.
La experiencia
confirmó a

Vegas en múltiples ocasiones la
viabilidad -y aun la necesidad-
dd sistema

que
él defendía,
adaptado a las necesidades de la época. Cuando el
Genera1ísimo
Franco
quiso

establecer los principios fundamentales del Nuevo
Estado hubo de apelar al esquema doctrinal que proponía, con
Vegas,
d tradicionalismo,

por
más que

la
praxis del régimen no
respondiera
demasiado a esa teoría. Posteriormente, democracias
como las de Norteamérica y Francia han tenido que recurrir al sistema
presidencialista para

reforzar la debilidad innata
del poder
democrático;

y hoy, en nuestra misma patria, irrumpen los sindi­
catos
independientes -no

políticos- como una
necesidad laboral
y

representativa, tornando así
al profesionalismo
de las antiguas
corporaciones gremiailes.
Cabe

preguntarse por qué un tradicionalista político puro como
Vegas no se
adhiri6 al

Carlismo, que representaba sus ideas, sino
que
permaneció adherido a la rama dinástica que fue portaestan­
darte del
liberalismo. La respuesta ha
de
buscarse, a
mi juicio
-y
aparte de

razones de fidelidad familiar-, en ese mismo rea­
lismo político que vengo comentando. El, que conocía a Franco,
pensaba que esa rama dinástica. tendría posibilidades de ser restau­
rada en el Trono, y no así
la carlista, carente de sucesi6n directa
y de apoyos influyentes en la sociedad. Pensaba también que la
vinculaci6n
dem6crawliberal de IICJUella rama

dinástica
podría re­
sultar episódica y superarse tras la terrible experiencia de la gue­
rra. En lo primero
acertó; en

lo segundo se equivoc6, por más
que
él hubiera trabajado por hacerlo real. Y una vez que vio
frustrarse o alejarse sus objetivos poHticos y religiosos, Vegas no
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se retiró a un aislamiento resentido, sino que se apresuró a tomar
posiciones
para una
lucha a
largo pla<,:o. Fruto

de esta actitud ha
sido
la obra de siembra y difusión de ideas que constituye la re­
vista VERBO.
Entre
los
comentarios a
la vida
y
la obra de Eugenio Vegas
con motivo de
su fallecimiento

se ha encontrado también
la cu­
riosa idea de que su pensamiento' político, si no fue utópico, de­
vino utópico, es decir, se convirtió en una utopía o un imposible
histórico
al verse desasistido de la Iglesia tras el Concilio Vati­
cano
II y desautorizado por la realeza hoy restaurada ( 1 ).
Este juicio me recuerda aquella norma de la metodología es­
cdlástica que decla: el

que demuestra demasiado no demuestra
nada. Si una Declaración conciliar de un Concilio no dogmático
(la
Dignitatis humanae) hubiera de tomarse como palabra de
Dios, y si
la actitud política de un príncipe aquí y ahora hubiera
de recibirse como
el dictamen del Destino, serían entonces mu­
chas
las cosas

que
habría que enterrar. No sólo el pensamiento
político de Vegas, sino también
el de todos nuestros clásicos, y las
enseñanzas político--religiosas de los pontífices anteriores -uno
de
ellos santo-,
y
la historia de España, y la historia de la Cris­
tiandad,
y, por supuesto, el pensamiento político y la biografía
del propio comentarista, que tendría asimismo que autoenterrarse. Creo que en esto también nos sirve de ejemplo, el prudencia­
lismo realista de Eugenio Vegas: las cosas
serias deben tratarse
con seriedady no deben confundirse
las convicciones
profundas
con el oportunismo político. Ante hechos históricos de
gtllvedad
extrema,

supo Vegas tomar sus distancias
respecto a la llamada
nueva

Iglesia
post-conciliar, sin

separarse lo más mínimo de
la
única y eterna Iglesi.a, e igualmente hubo de tomarlas respecto
a

una determinada
monarquía laicista
susceptible que quitarse un
día 1a corona, y ello sin rehusar fidelidad a
la auténtica monar­
quía tradicional.
La
huella que

Eugenio Vegas ha dejado en toda una genera­
ción de pensamiento contrarrevolucionario permanecerá indeleble,
así como su ejemplo en la historia cercana de nuestra patria.
(1) Gonzalo Fernández de la Mora: «Un animador intelectual», en El
Alc4zar de 20 de septiembre de 1985 y ABC de la misma fecha.
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