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Número 239-240

Serie XXIV

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José María Alsina Roca: El tradicionalismo filosófico en España. Su génesis en la generación romántica catalana

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no tuvieron inconveniente en dejarles, a pesar de lo que Hungría
había
significado en la Historia como baluarte dd Occidente. La
catedral
de
Gyor fue

bombardeada, y
d autor
de esta biografía
nos informa sobre las violencias que, como en otros territorios por
dios ocupados, cometió la horda salvaje vencedora, y de cómo
d Obispo

se esforzó en amparar muy especialmente a las mujeres
perseguidas por los comunistas. Precisamente en uno de esos asal­ tos contra un grupo
.de mujeres que habían buscado refugio cerca
de
él, tres balas le alcanzaron. Las atencioru,s médicas no pudieron
salvar su vida,
pero él manifestó su agradecimiento. a Dios porque
su

ofrecimiento hubiera logrado salvar
a aquellas mujeres. Sus
últimas palabras fueron para
pedir perdón a Dios y a los hombres,
perdonar a sus enemigos, y
o~recer su
muerte por su querida
patria.
«¡San Esteban -exolamó-intercede por la pobre Hun­
gría!». Un
final santo de una vida santa, y un ejemplo para todos,
y muy
especia1mente para los obispos.
Un

mártir de
la Fe debe ser siempre recordado, pero cuando,
al mismo tiempo, su muerte es en defensa de la Patria, esto tiene
una especial significación ,para los españoles, que hemos tenido
experiencias parecidas, y conviene recordarlo aún más hoy, en uu momento de
indigno olvido

de esa virtud que es el amor a la
Patria, y de nuestros
mártires de la Cruzada.
ALVARO D'ÜRs
Alsina Roca, José María: EL TRADICIONALISMO
FILOSOFICO EN ESP.Al',A. SU GENESIS EN LA
GENERACION ROMANTICA CATALANA
(*)
El profesor Alsina acaba de publicar un importante libro en
d que

sólo encuentro un desacierto:
d título.
Que me temo
ale­
jará

lectores si al curiosear los escaparates de las librerías se de­
tienen en la portada. Porque la obra de
A!.ina no

es, en modo
alguno, un estudio erudito de aquella cortiente filosófica que tuvo su primera figura en Bonald y que hoy sólo interesará a
especialistas en historia
de la filosofía. Se trata, por d contrario,
de
una revisión de las doctrinas políticas tradicionales en el si­
glo xrx español, en las que tuvo su
influjo, ciertamente, el tra­
dicionalismo filosófico, aunque, en mi opinión, escaso
y de ningún
modo determinante. Estamos, pues, ante un trabajo
que entra
(*) Biblioteca Universitaria de Filoso/la, núm. 6. -Promociones PubJi.
aiciones Universitarias, Barcelona, 1985, 266 págs.
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plenamente en el campo de la historia de las ideas políticas y
sólo incidentalmente en el de la filosofía. Su contenido es sumamente amplio y, por ello, no
puede
ser exhaustivo. Son as( desiguales, en extensión y en profundi­
dad, los análisis de diversas facetas del pensamiento tradicional. Algunos de ellos: el referido al periódico
El cat6lica, el estudio
de la actividad periodística de Balmes, las páginas dedicadas a
José
María Quadrado,

excelentes. Otros temas, analizados más
de pasada, tienen asimismo gran interés.
Es preciso comenzar toda referencia al trabajo de Alsina por
el esplendido y amplio prólogo -quince densas páginas- del doctor Canals, verdadera y magistral
síntesis del

libro y, a nues­
tro entender, una de las más interesantes y decisivas interpreta~
clones de la historia política y filosófica de los dos últimos siglos
de Cataluña
y, por el peso de esa región en el conjunto patrio,
y por extensiones de juicio a realidades externas a Cataluña, en
cierto modo de España.
Nuestra coincidencia con Canals es plena. Si siempre pueden
adivinarse algunas salvedades de matiz son, en este caso, tan
nimias que es absolutamente irrelevante señalarlas. Desde su sa­
ber
metafísico su

análisis del tradicionalismo filosófico y, sobre
todo, de sus consecuencias políticas
y sociales nos parece irre-
futable.
·
La

«desenfocada perspectiva» que advierte, con Alsina, en
Menéndez Pelayo al atribuir éste al tradicionalismo político la
filiación de los
«elo¡:uentes

y peligrosos apologistas neocatólicos
del tiempo de la Restauración francesa», estamos totalmente de acuerdo en que responde a una intención polémica con el inte­
grismo nocedaliano. Eran los tristes tiempos para la causa reli­giosa de la Unión Católica, de Pida!, en los que obispos,
clérigos
y

laicos andaban verdaderamente a la gresca con beneficio
exclu­
sivo

de los enemigos de la Iglesia.
Definitivo su análisis, modelo de
síntesis y precisión, del tra­
dicionalismo filosófico o, mejor dicho, de su «sentido
equívoco
y confuso». Es apenas una página pero será imprescindible acu­
dir a ella cuando se quiera tratar ese tema;
Pleno de sugerencias el «sorprendente proceso» que lleva de
aquel catolicismo político militante, ultrarrealista y antiliberal de
la primera época de Lamennais a los «cristianos para el so­
cialismo» de hoy. Las profundas raíces de escepticismo que tan
acertadamente señala Canals en
el tradicionalismo filosófico lle­
van a esta paradoja. Y el influjo romántico de entonces, tan pro­
penso a cualquier
desvarío, creemos

que
nó es
ajeno tampoco
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a muchas de las posiciones extraviadas de hoy. Porque el roman­
ticismo, aunque dio nombre a una época, es una constante más
o menos acentuada en el devenir de la humanidad. El rechazo
de
la norma y la autoridad, la primacía de la voluntad, el con­
fundir el sueño con
la realidad, la búsqueda de utopías son ten­
taciones que siempre han acechado al hombre. Y en el cura
guerrillero, en el liberador del pobre -aunque en realidad ter­
mine siendo

un explotador más violento y más
eme! o
el más
ciego servidor de otros explotadores- hay una profunda con­
notación romántica.
Y si hemos visto, en una perspectiva universal de la Iglesia,
tan peregrino acontecer, también es sorprendente lo ocurrido en
el espacio ooncreto de Cataluña. El
influjo foráneo
terminó en
el catalanismo y el separatismo. La tradición escolástica, antili­
beral y contrarrevolucionaria que Menéndez Pelayo consideró
quebrada y sustituída por
la escuela francesa de Chateaubriand,
De Maistre y Lamennais no hubiera conducido a esos resulta­ los.
Canals niega

incluso la muerte de aquella escuela y señala
continuadores hasta nuestros días. Sí; los hubo, los hay. Des­
graciadamente escasos. Pero efectivamente no han sido ellos los
que han configurado
la Cataluña de hoy convirtiéndola en un
«pueblo desmemoriado y desmedulado». Y así tenía que ser,
pues de conocer su pasado, asumirlo y continuarlo caminaría por
senderos muy distintos a los de estos años. La invocación al pa­
sado catalán es mera retórica. Ellos, en verdad, son los sucesores
de Felipe V y sus fuerzas invasoras, de Hegel, de Carlos Marx,
de Pi y Margall o de Gustavo
Gutiérrez. Todo
es extraño a la
verdadera, a
la única tradició catalana. Bien pueden ser califica­
dos de
botiflers.
Era inexcusable, si se quieren rastrear los influjos franceses,
referirse a la Francia postnapoleónica (págs. 13-61). La visión
panorámica sobre
la monarquía restaurada de Luis XVIII y Car­
los X, señalando sus claudicaciones y cobardías es inobjetable.
Y me parece de
la mayor importancia la constatación de que mu­
chos verdaderos

realistas asistieron a la caída de aquella monar­
quía, que tantas esperanzas
había suscitado

en ellos y que in­
tentaron consolidar por vías distintas de las que siguió el es­
céptico Luis

XVIII, con absoluta indiferencia. La monarquía no
era un bien absoluto. Si traicionaba otros superiores, no valía la
pena defenderla. Hubo que esperar muchos años para que se
volviera a producir la identificación católico-monárquica en tor­ no a la
figura plena

de dignidad del último Barbón legítimo,
el
conde de Chambord.
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¡ Qué breves las pagmas dedicadas al movimiento católico
francés de reivindicación de los derechos de la Iglesia acaudilla­
dos por Monralembert, Veuillot y monseñor Parisis! Es com­
prensible, pero el lector, sin duda,
quisiera saber

más. Hay ca­
pítulos de la historia que condicionan años y años posteriores.
Y este es uno de ellos. Sus ecos se oirán aún. en el primer con­
cilio Vaticano.
Afirma Alsina que, «en
la escuela apologética catalana podre­
mos encontrar, con toda claridad,. aquellas características propias
del movimiento católico francés: tradicionalismo filosófico, acti­
tudes y sentimientos románticos
y una decidida voluntad de no
confundir su acción política con la del legitimismo dinástico».
Entiendo que hay que matizar esta posición. El romanticismo era
la característica de la época y era lógico apareciera por doquier.
No se trataba de un mimetismo sino de un ambiente. El distan­
ciamiento del legitimismo monárquico era obligado en España.
Don Carlos acababa de perder la guerra
y era todavía imposible
alzar políticamente

sus banderas. Ello supondría, cuando menos,
la cárcel. ¿Y, en cuanto al tradicionalismo filosófico? Que Bal­
mes estaba fuera de él es una evidencia que, natutalmente, tam­
bién recoge Alsina. Roca
y Cornet asume abiertas distancias en
La civilizaci6n respecto a tal movimiento. En El cat6lico se se­
ñalan sus exageraciones. Las páginas que Alsina dedica a Dono­
so son luminosas -y exoneradoras. Quadrado, en su larga vida,
tuvo momentos de tradicionalismo filosófico. Y lo fue Ferrer
y Subirana, aunque su prematura muerte le hace figura episódica.
Es preciso tener también en cuenta la profunda admiración
y gratitud de los católicos no galicanos ante el Du Pape de De
Maistre, ante las ardientes Cfilllpañas del primer Lameunais o
ante la conmoción que produjo
Le genie du christianisme. Extra­
víos del

movimiento respecto a las virtualidades de la
razón, por
gravísimas consecuencias que pudieran tener, pasaban inadverti­
dos a muchos. Las páginas dedicadas a los tiempos anteriores a la muerte
de Fernando VII señalan la enorme diferencia entre
la sociedad
francesa, profundamente afectada por el galicanismo, el jansenis­ mo, la Enciclopedia
y la Revolución y la española, absolutamen­
te ortodoxa salvo las excepciones de todos conocidas, que no lle­
garon a calar en el pueblo. Por ello, en una Francia descristia­
nizada
y que acababa de sufrir el atroz azote revolucionario que
pretendió ser
sazonado fruto
de la razón, pudo surgir
ex nihila
el tradicionalismo filosófico mientras en España se continuó' la
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tradición escolástica que tiempos antes nos había colocado en las
cumbres del pensamiento. Coincido también con Alsina en su visión de lo que la his­
toriografía liberal
denominó «ominosa

década». Una
mínima dis­
crepancia

en cuanto a Calomarde. No se hizo «su» política. Sir­
vió ciegamente

la de su amo. Eso era lo que quería Fernando VII
y por eso lo quiso Calomarde. El fue
el prototipo del «servil».
En la carácterización del partido moderado, Alsina no es
original aunque sí verdadero.
Támpoco lo

pretendió. Aduce ci­
tas, muy conocidas la mayoría de ellas, de otros autores. Y eso
fueron. Una aristocracia sin raíces populares que pretendía re­
conducir la revolución a un
tempo que realmente desafinaba. Y
esa fue nuestra historia desde 1833. Frágiles barreras modera­ das a una revolución que termina arrasándolas siempre.
El intento de popularizar esa
elite enraizándola en las masas
carlistas y católicas nunca se consiguió. Entre otras razones por­
que los moderados nunca lo permitieron. Les aterraba que pu­
diera
tachárseles de

absolutistas. Alsina da cumplida referencia
de las primeras tentativas.
Su análisis de la critica situación de la Iglesia española hasta
el Concordato de 1851 (págs. 102-117) es, quizá, la parte me­
nos interesante del
· libro porque

es época
de la que existe abun­
dante
bibliografía. Nada hay que objetar, sin embargo, a sus afir­
maciones. Responden a la verdad. La primera guerra carlista no permitió a quienes sostenían el
pensamiento tradicional elaborar por escrito su ideología. Esta­
ban demasiado ocupados en manejar el fusil para tener tiempo de coger la pluma. Además,
lits ciudades ---- imprentas, las librerías y los lectores- eran posesión del ene­
migo. En ellas, quienes pensaban en tradicionalista, tenían que
disimular sus intenciones. Creo que esta es la causa, y no un
deliberado intento de alejarse del legitimismo, como en Francia
-legitimismo que allí
poco o nada benefició a la causa católi­
ca-, el que dio tono a
La religión o a El católico.
Excelente el capítulo dedicado a estas revistas (págs. 123-
148) como el siguiente, que se refiere. a las publicaciones en que
colaboró o que dirigió Balmes:
La civilización, La sociedad y El
pensamiento de la nación
(págs. 149-191). Un trabajo de Alsina
directo sobre las fuentes, con sólido criterio y conocimiento del
entorno político, social y filosófico. Son, en uníón de las siguien­ tes sobre Quadrado y Donoso, las mejores páginas del libro. Sin
duda habrá que contar con ellas en lo sucesivo para tratar de
la
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época si no se quiere hacer . una historia parcial como, desgracia­
dameote,
ha abundado·tailto eo nuestra patria.
Los orígeoes de
la Renaixenra, con los que concluye el libro
(págs. 243-253) eo tomo a
la importante figura de Rubió y Ors,
me parecen más un señalar
pistas de
investigación que un capí­
tulo concluso. Y animo a Alsina, que tan bieo conoce la época
y sus consecneocias, a que insista en ello. El trasvase de parte
del catolicismo político -carlista o integrista- hacia posiciones
nacionalistas e incluso
separatistas tieoe

que ser explicado por
historiadores de nuestras ideas, como el profesor cuyo libro
co­
meotamos.

Campión, Torras y Bages, Sabino Arana, Prat ..
,, ne­
cesitan una interpretación se:tia ya,.
El liberalismo decimonónico, entieodo. que más por antica­
tólico que por ceotralista, está en la
raíz misma de fa actual de­
sintegración de España. Y, curiosamente, los resultados son la
negación de lo que eo verdad fueron las Vascongadas o Cata­
luña, salvo aparieocias folklóricas o idiomáticas. Muchos de los
soldados de don Carlos María Isidro no enteodían
el castellano
pero estaban mucho más lejos ideológicameoe
de los
actuales
etarras, que lo hablan
perfectameote, que

de los soldados ,cris­
tinos con los que se
batían eo

los campos de batalla.
Los repetidos y siempre frustrados intentos de crear parti­
dos católicos,
la perpetua incapacidad política del centrismo es­
pañol -llámeose moderados, conservadores o
UCD---:-, las,
cons­
tantes disensiones eotre los líderes del protagonismo católico,
aparecen en el libro de Alsina como testimonio del pasado y hoy es una hereoda que nos abruma como pesada losa. Estamos, pues, ante un importante libro que no es sólo una
lectura de la historia próxima sino también fuente de meditación
para nuestros días. Porque los problemas con los que se enfren­taron nuestros abuelos
·no sólo

no
. se
han resuelto sino que
pet­
viven agravados y más amenazadores. Nuestra felicitación al pro­fesor Alsina es no sólo agradecida sino también interesada.
La
historia de las ideas políticas sirve para hacer saberes operaJ;ivos.
La
actual indigencia intelectual de nuestros políticos
y· de nues­
tro

pueblo necesita de obras como ésta
para conocer nuestro
próximo pasado y construir un futuro mejor. Y los que nos sen­ timos herederos del pensamiento de Donoso y Balmes, de Roca,
Cuadrado y Rubi6, nos aprovecharemos
especialmente de

su lec­
tura.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA.
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