Índice de contenidos
Número 239-240
Serie XXIV
- Textos Pontificios
- Estudios
-
Monográficos
-
Homilía del señor cura párroco de la iglesia de la Concepción, don Demeterio Pérez Ocaña,en el funeral de Eugenio Vegas Latapie (23-9-85)
-
Religión
-
Doctrina y acción. Antología de textos de Eugenio Vegas Latapie
-
Otro mártir ignorado. Último artículo de Eugenio Vegas Latapie
-
Una trayectoria invariable. Nota biográfica de Eugenio Vegas
-
Obras publicadas por Eugenio Vegas
-
Lealtad, fidelidad, servicio en Eugenio Vegas
-
Fidelidad y Verdad. La lección de una muerte
-
El pensamiento político de Eugenio Vegas Latapie
-
«Romanticismo y democracia» vistos por Vegas Latapie
-
El «ralliement» en el pensamiento político de Vegas Latapie
-
Eugenio Vegas: Deber y servicio de la política
-
Acción Española: exigencia de un deber religioso
-
El apostolado político de un caballero cristiano y español
-
El realismo político de Vegas Latapie
-
Eugenio Vegas y «La Cité Catholique». Carta a los amigos de la Ciudad Católica
-
Eugenio Vegas y la Ciudad Católica
-
- Ilustraciones con recortes de periódicos
- Información bibliográfica
- Actas
- Verbo
Autores
1985
José María Alsina Roca: El tradicionalismo filosófico en España. Su génesis en la generación romántica catalana
INFORMACION BIBUOGRAFICA
no tuvieron inconveniente en dejarles, a pesar de lo que Hungría
había
significado en la Historia como baluarte dd Occidente. La
catedral
de
Gyor fue
bombardeada, y
d autor
de esta biografía
nos informa sobre las violencias que, como en otros territorios por
dios ocupados, cometió la horda salvaje vencedora, y de cómo
d Obispo
se esforzó en amparar muy especialmente a las mujeres
perseguidas por los comunistas. Precisamente en uno de esos asal tos contra un grupo
.de mujeres que habían buscado refugio cerca
de
él, tres balas le alcanzaron. Las atencioru,s médicas no pudieron
salvar su vida,
pero él manifestó su agradecimiento. a Dios porque
su
ofrecimiento hubiera logrado salvar
a aquellas mujeres. Sus
últimas palabras fueron para
pedir perdón a Dios y a los hombres,
perdonar a sus enemigos, y
o~recer su
muerte por su querida
patria.
«¡San Esteban -exolamó-intercede por la pobre Hun
gría!». Un
final santo de una vida santa, y un ejemplo para todos,
y muy
especia1mente para los obispos.
Un
mártir de
la Fe debe ser siempre recordado, pero cuando,
al mismo tiempo, su muerte es en defensa de la Patria, esto tiene
una especial significación ,para los españoles, que hemos tenido
experiencias parecidas, y conviene recordarlo aún más hoy, en uu momento de
indigno olvido
de esa virtud que es el amor a la
Patria, y de nuestros
mártires de la Cruzada.
ALVARO D'ÜRs
Alsina Roca, José María: EL TRADICIONALISMO
FILOSOFICO EN ESP.Al',A. SU GENESIS EN LA
GENERACION ROMANTICA CATALANA
(*)
El profesor Alsina acaba de publicar un importante libro en
d que
sólo encuentro un desacierto:
d título.
Que me temo
ale
jará
lectores si al curiosear los escaparates de las librerías se de
tienen en la portada. Porque la obra de
A!.ina no
es, en modo
alguno, un estudio erudito de aquella cortiente filosófica que tuvo su primera figura en Bonald y que hoy sólo interesará a
especialistas en historia
de la filosofía. Se trata, por d contrario,
de
una revisión de las doctrinas políticas tradicionales en el si
glo xrx español, en las que tuvo su
influjo, ciertamente, el tra
dicionalismo filosófico, aunque, en mi opinión, escaso
y de ningún
modo determinante. Estamos, pues, ante un trabajo
que entra
(*) Biblioteca Universitaria de Filoso/la, núm. 6. -Promociones PubJi.
aiciones Universitarias, Barcelona, 1985, 266 págs.
1266
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBUOGRAFICA
plenamente en el campo de la historia de las ideas políticas y
sólo incidentalmente en el de la filosofía. Su contenido es sumamente amplio y, por ello, no
puede
ser exhaustivo. Son as( desiguales, en extensión y en profundi
dad, los análisis de diversas facetas del pensamiento tradicional. Algunos de ellos: el referido al periódico
El cat6lica, el estudio
de la actividad periodística de Balmes, las páginas dedicadas a
José
María Quadrado,
excelentes. Otros temas, analizados más
de pasada, tienen asimismo gran interés.
Es preciso comenzar toda referencia al trabajo de Alsina por
el esplendido y amplio prólogo -quince densas páginas- del doctor Canals, verdadera y magistral
síntesis del
libro y, a nues
tro entender, una de las más interesantes y decisivas interpreta~
clones de la historia política y filosófica de los dos últimos siglos
de Cataluña
y, por el peso de esa región en el conjunto patrio,
y por extensiones de juicio a realidades externas a Cataluña, en
cierto modo de España.
Nuestra coincidencia con Canals es plena. Si siempre pueden
adivinarse algunas salvedades de matiz son, en este caso, tan
nimias que es absolutamente irrelevante señalarlas. Desde su sa
ber
metafísico su
análisis del tradicionalismo filosófico y, sobre
todo, de sus consecuencias políticas
y sociales nos parece irre-
futable.
·
La
«desenfocada perspectiva» que advierte, con Alsina, en
Menéndez Pelayo al atribuir éste al tradicionalismo político la
filiación de los
«elo¡:uentes
y peligrosos apologistas neocatólicos
del tiempo de la Restauración francesa», estamos totalmente de acuerdo en que responde a una intención polémica con el inte
grismo nocedaliano. Eran los tristes tiempos para la causa religiosa de la Unión Católica, de Pida!, en los que obispos,
clérigos
y
laicos andaban verdaderamente a la gresca con beneficio
exclu
sivo
de los enemigos de la Iglesia.
Definitivo su análisis, modelo de
síntesis y precisión, del tra
dicionalismo filosófico o, mejor dicho, de su «sentido
equívoco
y confuso». Es apenas una página pero será imprescindible acu
dir a ella cuando se quiera tratar ese tema;
Pleno de sugerencias el «sorprendente proceso» que lleva de
aquel catolicismo político militante, ultrarrealista y antiliberal de
la primera época de Lamennais a los «cristianos para el so
cialismo» de hoy. Las profundas raíces de escepticismo que tan
acertadamente señala Canals en
el tradicionalismo filosófico lle
van a esta paradoja. Y el influjo romántico de entonces, tan pro
penso a cualquier
desvarío, creemos
que
nó es
ajeno tampoco
1267
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a muchas de las posiciones extraviadas de hoy. Porque el roman
ticismo, aunque dio nombre a una época, es una constante más
o menos acentuada en el devenir de la humanidad. El rechazo
de
la norma y la autoridad, la primacía de la voluntad, el con
fundir el sueño con
la realidad, la búsqueda de utopías son ten
taciones que siempre han acechado al hombre. Y en el cura
guerrillero, en el liberador del pobre -aunque en realidad ter
mine siendo
un explotador más violento y más
eme! o
el más
ciego servidor de otros explotadores- hay una profunda con
notación romántica.
Y si hemos visto, en una perspectiva universal de la Iglesia,
tan peregrino acontecer, también es sorprendente lo ocurrido en
el espacio ooncreto de Cataluña. El
influjo foráneo
terminó en
el catalanismo y el separatismo. La tradición escolástica, antili
beral y contrarrevolucionaria que Menéndez Pelayo consideró
quebrada y sustituída por
la escuela francesa de Chateaubriand,
De Maistre y Lamennais no hubiera conducido a esos resulta los.
Canals niega
incluso la muerte de aquella escuela y señala
continuadores hasta nuestros días. Sí; los hubo, los hay. Des
graciadamente escasos. Pero efectivamente no han sido ellos los
que han configurado
la Cataluña de hoy convirtiéndola en un
«pueblo desmemoriado y desmedulado». Y así tenía que ser,
pues de conocer su pasado, asumirlo y continuarlo caminaría por
senderos muy distintos a los de estos años. La invocación al pa
sado catalán es mera retórica. Ellos, en verdad, son los sucesores
de Felipe V y sus fuerzas invasoras, de Hegel, de Carlos Marx,
de Pi y Margall o de Gustavo
Gutiérrez. Todo
es extraño a la
verdadera, a
la única tradició catalana. Bien pueden ser califica
dos de
botiflers.
Era inexcusable, si se quieren rastrear los influjos franceses,
referirse a la Francia postnapoleónica (págs. 13-61). La visión
panorámica sobre
la monarquía restaurada de Luis XVIII y Car
los X, señalando sus claudicaciones y cobardías es inobjetable.
Y me parece de
la mayor importancia la constatación de que mu
chos verdaderos
realistas asistieron a la caída de aquella monar
quía, que tantas esperanzas
había suscitado
en ellos y que in
tentaron consolidar por vías distintas de las que siguió el es
céptico Luis
XVIII, con absoluta indiferencia. La monarquía no
era un bien absoluto. Si traicionaba otros superiores, no valía la
pena defenderla. Hubo que esperar muchos años para que se
volviera a producir la identificación católico-monárquica en tor no a la
figura plena
de dignidad del último Barbón legítimo,
el
conde de Chambord.
1268
Fundaci\363n Speiro
INFORMACION BIBUOGRAFJCA
¡ Qué breves las pagmas dedicadas al movimiento católico
francés de reivindicación de los derechos de la Iglesia acaudilla
dos por Monralembert, Veuillot y monseñor Parisis! Es com
prensible, pero el lector, sin duda,
quisiera saber
más. Hay ca
pítulos de la historia que condicionan años y años posteriores.
Y este es uno de ellos. Sus ecos se oirán aún. en el primer con
cilio Vaticano.
Afirma Alsina que, «en
la escuela apologética catalana podre
mos encontrar, con toda claridad,. aquellas características propias
del movimiento católico francés: tradicionalismo filosófico, acti
tudes y sentimientos románticos
y una decidida voluntad de no
confundir su acción política con la del legitimismo dinástico».
Entiendo que hay que matizar esta posición. El romanticismo era
la característica de la época y era lógico apareciera por doquier.
No se trataba de un mimetismo sino de un ambiente. El distan
ciamiento del legitimismo monárquico era obligado en España.
Don Carlos acababa de perder la guerra
y era todavía imposible
alzar políticamente
sus banderas. Ello supondría, cuando menos,
la cárcel. ¿Y, en cuanto al tradicionalismo filosófico? Que Bal
mes estaba fuera de él es una evidencia que, natutalmente, tam
bién recoge Alsina. Roca
y Cornet asume abiertas distancias en
La civilizaci6n respecto a tal movimiento. En El cat6lico se se
ñalan sus exageraciones. Las páginas que Alsina dedica a Dono
so son luminosas -y exoneradoras. Quadrado, en su larga vida,
tuvo momentos de tradicionalismo filosófico. Y lo fue Ferrer
y Subirana, aunque su prematura muerte le hace figura episódica.
Es preciso tener también en cuenta la profunda admiración
y gratitud de los católicos no galicanos ante el Du Pape de De
Maistre, ante las ardientes Cfilllpañas del primer Lameunais o
ante la conmoción que produjo
Le genie du christianisme. Extra
víos del
movimiento respecto a las virtualidades de la
razón, por
gravísimas consecuencias que pudieran tener, pasaban inadverti
dos a muchos. Las páginas dedicadas a los tiempos anteriores a la muerte
de Fernando VII señalan la enorme diferencia entre
la sociedad
francesa, profundamente afectada por el galicanismo, el jansenis mo, la Enciclopedia
y la Revolución y la española, absolutamen
te ortodoxa salvo las excepciones de todos conocidas, que no lle
garon a calar en el pueblo. Por ello, en una Francia descristia
nizada
y que acababa de sufrir el atroz azote revolucionario que
pretendió ser
sazonado fruto
de la razón, pudo surgir
ex nihila
el tradicionalismo filosófico mientras en España se continuó' la
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Fundaci\363n Speiro
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tradición escolástica que tiempos antes nos había colocado en las
cumbres del pensamiento. Coincido también con Alsina en su visión de lo que la his
toriografía liberal
denominó «ominosa
década». Una
mínima dis
crepancia
en cuanto a Calomarde. No se hizo «su» política. Sir
vió ciegamente
la de su amo. Eso era lo que quería Fernando VII
y por eso lo quiso Calomarde. El fue
el prototipo del «servil».
En la carácterización del partido moderado, Alsina no es
original aunque sí verdadero.
Támpoco lo
pretendió. Aduce ci
tas, muy conocidas la mayoría de ellas, de otros autores. Y eso
fueron. Una aristocracia sin raíces populares que pretendía re
conducir la revolución a un
tempo que realmente desafinaba. Y
esa fue nuestra historia desde 1833. Frágiles barreras modera das a una revolución que termina arrasándolas siempre.
El intento de popularizar esa
elite enraizándola en las masas
carlistas y católicas nunca se consiguió. Entre otras razones por
que los moderados nunca lo permitieron. Les aterraba que pu
diera
tachárseles de
absolutistas. Alsina da cumplida referencia
de las primeras tentativas.
Su análisis de la critica situación de la Iglesia española hasta
el Concordato de 1851 (págs. 102-117) es, quizá, la parte me
nos interesante del
· libro porque
es época
de la que existe abun
dante
bibliografía. Nada hay que objetar, sin embargo, a sus afir
maciones. Responden a la verdad. La primera guerra carlista no permitió a quienes sostenían el
pensamiento tradicional elaborar por escrito su ideología. Esta
ban demasiado ocupados en manejar el fusil para tener tiempo de coger la pluma. Además,
lits ciudades ----
imprentas, las librerías y los lectores- eran posesión del ene
migo. En ellas, quienes pensaban en tradicionalista, tenían que
disimular sus intenciones. Creo que esta es la causa, y no un
deliberado intento de alejarse del legitimismo, como en Francia
-legitimismo que allí
poco o nada benefició a la causa católi
ca-, el que dio tono a
La religión o a El católico.
Excelente el capítulo dedicado a estas revistas (págs. 123-
148) como el siguiente, que se refiere. a las publicaciones en que
colaboró o que dirigió Balmes:
La civilización, La sociedad y El
pensamiento de la nación
(págs. 149-191). Un trabajo de Alsina
directo sobre las fuentes, con sólido criterio y conocimiento del
entorno político, social y filosófico. Son, en uníón de las siguien tes sobre Quadrado y Donoso, las mejores páginas del libro. Sin
duda habrá que contar con ellas en lo sucesivo para tratar de
la
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época si no se quiere hacer . una historia parcial como, desgracia
dameote,
ha abundado·tailto eo nuestra patria.
Los orígeoes de
la Renaixenra, con los que concluye el libro
(págs. 243-253) eo tomo a
la importante figura de Rubió y Ors,
me parecen más un señalar
pistas de
investigación que un capí
tulo concluso. Y animo a Alsina, que tan bieo conoce la época
y sus consecneocias, a que insista en ello. El trasvase de parte
del catolicismo político -carlista o integrista- hacia posiciones
nacionalistas e incluso
separatistas tieoe
que ser explicado por
historiadores de nuestras ideas, como el profesor cuyo libro
co
meotamos.
Campión, Torras y Bages, Sabino Arana, Prat ..
,, ne
cesitan una interpretación se:tia ya,.
El liberalismo decimonónico, entieodo. que más por antica
tólico que por ceotralista, está en la
raíz misma de fa actual de
sintegración de España. Y, curiosamente, los resultados son la
negación de lo que eo verdad fueron las Vascongadas o Cata
luña, salvo aparieocias folklóricas o idiomáticas. Muchos de los
soldados de don Carlos María Isidro no enteodían
el castellano
pero estaban mucho más lejos ideológicameoe
de los
actuales
etarras, que lo hablan
perfectameote, que
de los soldados ,cris
tinos con los que se
batían eo
los campos de batalla.
Los repetidos y siempre frustrados intentos de crear parti
dos católicos,
la perpetua incapacidad política del centrismo es
pañol -llámeose moderados, conservadores o
UCD---:-, las,
cons
tantes disensiones eotre los líderes del protagonismo católico,
aparecen en el libro de Alsina como testimonio del pasado y hoy es una hereoda que nos abruma como pesada losa. Estamos, pues, ante un importante libro que no es sólo una
lectura de la historia próxima sino también fuente de meditación
para nuestros días. Porque los problemas con los que se enfrentaron nuestros abuelos
·no sólo
no
. se
han resuelto sino que
pet
viven agravados y más amenazadores. Nuestra felicitación al profesor Alsina es no sólo agradecida sino también interesada.
La
historia de las ideas políticas sirve para hacer saberes operaJ;ivos.
La
actual indigencia intelectual de nuestros políticos
y· de nues
tro
pueblo necesita de obras como ésta
para conocer nuestro
próximo pasado y construir un futuro mejor. Y los que nos sen timos herederos del pensamiento de Donoso y Balmes, de Roca,
Cuadrado y Rubi6, nos aprovecharemos
especialmente de
su lec
tura.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA.
, 1271
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no tuvieron inconveniente en dejarles, a pesar de lo que Hungría
había
significado en la Historia como baluarte dd Occidente. La
catedral
de
Gyor fue
bombardeada, y
d autor
de esta biografía
nos informa sobre las violencias que, como en otros territorios por
dios ocupados, cometió la horda salvaje vencedora, y de cómo
d Obispo
se esforzó en amparar muy especialmente a las mujeres
perseguidas por los comunistas. Precisamente en uno de esos asal tos contra un grupo
.de mujeres que habían buscado refugio cerca
de
él, tres balas le alcanzaron. Las atencioru,s médicas no pudieron
salvar su vida,
pero él manifestó su agradecimiento. a Dios porque
su
ofrecimiento hubiera logrado salvar
a aquellas mujeres. Sus
últimas palabras fueron para
pedir perdón a Dios y a los hombres,
perdonar a sus enemigos, y
o~recer su
muerte por su querida
patria.
«¡San Esteban -exolamó-intercede por la pobre Hun
gría!». Un
final santo de una vida santa, y un ejemplo para todos,
y muy
especia1mente para los obispos.
Un
mártir de
la Fe debe ser siempre recordado, pero cuando,
al mismo tiempo, su muerte es en defensa de la Patria, esto tiene
una especial significación ,para los españoles, que hemos tenido
experiencias parecidas, y conviene recordarlo aún más hoy, en uu momento de
indigno olvido
de esa virtud que es el amor a la
Patria, y de nuestros
mártires de la Cruzada.
ALVARO D'ÜRs
Alsina Roca, José María: EL TRADICIONALISMO
FILOSOFICO EN ESP.Al',A. SU GENESIS EN LA
GENERACION ROMANTICA CATALANA
(*)
El profesor Alsina acaba de publicar un importante libro en
d que
sólo encuentro un desacierto:
d título.
Que me temo
ale
jará
lectores si al curiosear los escaparates de las librerías se de
tienen en la portada. Porque la obra de
A!.ina no
es, en modo
alguno, un estudio erudito de aquella cortiente filosófica que tuvo su primera figura en Bonald y que hoy sólo interesará a
especialistas en historia
de la filosofía. Se trata, por d contrario,
de
una revisión de las doctrinas políticas tradicionales en el si
glo xrx español, en las que tuvo su
influjo, ciertamente, el tra
dicionalismo filosófico, aunque, en mi opinión, escaso
y de ningún
modo determinante. Estamos, pues, ante un trabajo
que entra
(*) Biblioteca Universitaria de Filoso/la, núm. 6. -Promociones PubJi.
aiciones Universitarias, Barcelona, 1985, 266 págs.
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plenamente en el campo de la historia de las ideas políticas y
sólo incidentalmente en el de la filosofía. Su contenido es sumamente amplio y, por ello, no
puede
ser exhaustivo. Son as( desiguales, en extensión y en profundi
dad, los análisis de diversas facetas del pensamiento tradicional. Algunos de ellos: el referido al periódico
El cat6lica, el estudio
de la actividad periodística de Balmes, las páginas dedicadas a
José
María Quadrado,
excelentes. Otros temas, analizados más
de pasada, tienen asimismo gran interés.
Es preciso comenzar toda referencia al trabajo de Alsina por
el esplendido y amplio prólogo -quince densas páginas- del doctor Canals, verdadera y magistral
síntesis del
libro y, a nues
tro entender, una de las más interesantes y decisivas interpreta~
clones de la historia política y filosófica de los dos últimos siglos
de Cataluña
y, por el peso de esa región en el conjunto patrio,
y por extensiones de juicio a realidades externas a Cataluña, en
cierto modo de España.
Nuestra coincidencia con Canals es plena. Si siempre pueden
adivinarse algunas salvedades de matiz son, en este caso, tan
nimias que es absolutamente irrelevante señalarlas. Desde su sa
ber
metafísico su
análisis del tradicionalismo filosófico y, sobre
todo, de sus consecuencias políticas
y sociales nos parece irre-
futable.
·
La
«desenfocada perspectiva» que advierte, con Alsina, en
Menéndez Pelayo al atribuir éste al tradicionalismo político la
filiación de los
«elo¡:uentes
y peligrosos apologistas neocatólicos
del tiempo de la Restauración francesa», estamos totalmente de acuerdo en que responde a una intención polémica con el inte
grismo nocedaliano. Eran los tristes tiempos para la causa religiosa de la Unión Católica, de Pida!, en los que obispos,
clérigos
y
laicos andaban verdaderamente a la gresca con beneficio
exclu
sivo
de los enemigos de la Iglesia.
Definitivo su análisis, modelo de
síntesis y precisión, del tra
dicionalismo filosófico o, mejor dicho, de su «sentido
equívoco
y confuso». Es apenas una página pero será imprescindible acu
dir a ella cuando se quiera tratar ese tema;
Pleno de sugerencias el «sorprendente proceso» que lleva de
aquel catolicismo político militante, ultrarrealista y antiliberal de
la primera época de Lamennais a los «cristianos para el so
cialismo» de hoy. Las profundas raíces de escepticismo que tan
acertadamente señala Canals en
el tradicionalismo filosófico lle
van a esta paradoja. Y el influjo romántico de entonces, tan pro
penso a cualquier
desvarío, creemos
que
nó es
ajeno tampoco
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a muchas de las posiciones extraviadas de hoy. Porque el roman
ticismo, aunque dio nombre a una época, es una constante más
o menos acentuada en el devenir de la humanidad. El rechazo
de
la norma y la autoridad, la primacía de la voluntad, el con
fundir el sueño con
la realidad, la búsqueda de utopías son ten
taciones que siempre han acechado al hombre. Y en el cura
guerrillero, en el liberador del pobre -aunque en realidad ter
mine siendo
un explotador más violento y más
eme! o
el más
ciego servidor de otros explotadores- hay una profunda con
notación romántica.
Y si hemos visto, en una perspectiva universal de la Iglesia,
tan peregrino acontecer, también es sorprendente lo ocurrido en
el espacio ooncreto de Cataluña. El
influjo foráneo
terminó en
el catalanismo y el separatismo. La tradición escolástica, antili
beral y contrarrevolucionaria que Menéndez Pelayo consideró
quebrada y sustituída por
la escuela francesa de Chateaubriand,
De Maistre y Lamennais no hubiera conducido a esos resulta los.
Canals niega
incluso la muerte de aquella escuela y señala
continuadores hasta nuestros días. Sí; los hubo, los hay. Des
graciadamente escasos. Pero efectivamente no han sido ellos los
que han configurado
la Cataluña de hoy convirtiéndola en un
«pueblo desmemoriado y desmedulado». Y así tenía que ser,
pues de conocer su pasado, asumirlo y continuarlo caminaría por
senderos muy distintos a los de estos años. La invocación al pa
sado catalán es mera retórica. Ellos, en verdad, son los sucesores
de Felipe V y sus fuerzas invasoras, de Hegel, de Carlos Marx,
de Pi y Margall o de Gustavo
Gutiérrez. Todo
es extraño a la
verdadera, a
la única tradició catalana. Bien pueden ser califica
dos de
botiflers.
Era inexcusable, si se quieren rastrear los influjos franceses,
referirse a la Francia postnapoleónica (págs. 13-61). La visión
panorámica sobre
la monarquía restaurada de Luis XVIII y Car
los X, señalando sus claudicaciones y cobardías es inobjetable.
Y me parece de
la mayor importancia la constatación de que mu
chos verdaderos
realistas asistieron a la caída de aquella monar
quía, que tantas esperanzas
había suscitado
en ellos y que in
tentaron consolidar por vías distintas de las que siguió el es
céptico Luis
XVIII, con absoluta indiferencia. La monarquía no
era un bien absoluto. Si traicionaba otros superiores, no valía la
pena defenderla. Hubo que esperar muchos años para que se
volviera a producir la identificación católico-monárquica en tor no a la
figura plena
de dignidad del último Barbón legítimo,
el
conde de Chambord.
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¡ Qué breves las pagmas dedicadas al movimiento católico
francés de reivindicación de los derechos de la Iglesia acaudilla
dos por Monralembert, Veuillot y monseñor Parisis! Es com
prensible, pero el lector, sin duda,
quisiera saber
más. Hay ca
pítulos de la historia que condicionan años y años posteriores.
Y este es uno de ellos. Sus ecos se oirán aún. en el primer con
cilio Vaticano.
Afirma Alsina que, «en
la escuela apologética catalana podre
mos encontrar, con toda claridad,. aquellas características propias
del movimiento católico francés: tradicionalismo filosófico, acti
tudes y sentimientos románticos
y una decidida voluntad de no
confundir su acción política con la del legitimismo dinástico».
Entiendo que hay que matizar esta posición. El romanticismo era
la característica de la época y era lógico apareciera por doquier.
No se trataba de un mimetismo sino de un ambiente. El distan
ciamiento del legitimismo monárquico era obligado en España.
Don Carlos acababa de perder la guerra
y era todavía imposible
alzar políticamente
sus banderas. Ello supondría, cuando menos,
la cárcel. ¿Y, en cuanto al tradicionalismo filosófico? Que Bal
mes estaba fuera de él es una evidencia que, natutalmente, tam
bién recoge Alsina. Roca
y Cornet asume abiertas distancias en
La civilizaci6n respecto a tal movimiento. En El cat6lico se se
ñalan sus exageraciones. Las páginas que Alsina dedica a Dono
so son luminosas -y exoneradoras. Quadrado, en su larga vida,
tuvo momentos de tradicionalismo filosófico. Y lo fue Ferrer
y Subirana, aunque su prematura muerte le hace figura episódica.
Es preciso tener también en cuenta la profunda admiración
y gratitud de los católicos no galicanos ante el Du Pape de De
Maistre, ante las ardientes Cfilllpañas del primer Lameunais o
ante la conmoción que produjo
Le genie du christianisme. Extra
víos del
movimiento respecto a las virtualidades de la
razón, por
gravísimas consecuencias que pudieran tener, pasaban inadverti
dos a muchos. Las páginas dedicadas a los tiempos anteriores a la muerte
de Fernando VII señalan la enorme diferencia entre
la sociedad
francesa, profundamente afectada por el galicanismo, el jansenis mo, la Enciclopedia
y la Revolución y la española, absolutamen
te ortodoxa salvo las excepciones de todos conocidas, que no lle
garon a calar en el pueblo. Por ello, en una Francia descristia
nizada
y que acababa de sufrir el atroz azote revolucionario que
pretendió ser
sazonado fruto
de la razón, pudo surgir
ex nihila
el tradicionalismo filosófico mientras en España se continuó' la
1269
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tradición escolástica que tiempos antes nos había colocado en las
cumbres del pensamiento. Coincido también con Alsina en su visión de lo que la his
toriografía liberal
denominó «ominosa
década». Una
mínima dis
crepancia
en cuanto a Calomarde. No se hizo «su» política. Sir
vió ciegamente
la de su amo. Eso era lo que quería Fernando VII
y por eso lo quiso Calomarde. El fue
el prototipo del «servil».
En la carácterización del partido moderado, Alsina no es
original aunque sí verdadero.
Támpoco lo
pretendió. Aduce ci
tas, muy conocidas la mayoría de ellas, de otros autores. Y eso
fueron. Una aristocracia sin raíces populares que pretendía re
conducir la revolución a un
tempo que realmente desafinaba. Y
esa fue nuestra historia desde 1833. Frágiles barreras modera das a una revolución que termina arrasándolas siempre.
El intento de popularizar esa
elite enraizándola en las masas
carlistas y católicas nunca se consiguió. Entre otras razones por
que los moderados nunca lo permitieron. Les aterraba que pu
diera
tachárseles de
absolutistas. Alsina da cumplida referencia
de las primeras tentativas.
Su análisis de la critica situación de la Iglesia española hasta
el Concordato de 1851 (págs. 102-117) es, quizá, la parte me
nos interesante del
· libro porque
es época
de la que existe abun
dante
bibliografía. Nada hay que objetar, sin embargo, a sus afir
maciones. Responden a la verdad. La primera guerra carlista no permitió a quienes sostenían el
pensamiento tradicional elaborar por escrito su ideología. Esta
ban demasiado ocupados en manejar el fusil para tener tiempo de coger la pluma. Además,
lits ciudades ----
migo. En ellas, quienes pensaban en tradicionalista, tenían que
disimular sus intenciones. Creo que esta es la causa, y no un
deliberado intento de alejarse del legitimismo, como en Francia
-legitimismo que allí
poco o nada benefició a la causa católi
ca-, el que dio tono a
La religión o a El católico.
Excelente el capítulo dedicado a estas revistas (págs. 123-
148) como el siguiente, que se refiere. a las publicaciones en que
colaboró o que dirigió Balmes:
La civilización, La sociedad y El
pensamiento de la nación
(págs. 149-191). Un trabajo de Alsina
directo sobre las fuentes, con sólido criterio y conocimiento del
entorno político, social y filosófico. Son, en uníón de las siguien tes sobre Quadrado y Donoso, las mejores páginas del libro. Sin
duda habrá que contar con ellas en lo sucesivo para tratar de
la
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INFORMACION BIBUOGRAFICA
época si no se quiere hacer . una historia parcial como, desgracia
dameote,
ha abundado·tailto eo nuestra patria.
Los orígeoes de
la Renaixenra, con los que concluye el libro
(págs. 243-253) eo tomo a
la importante figura de Rubió y Ors,
me parecen más un señalar
pistas de
investigación que un capí
tulo concluso. Y animo a Alsina, que tan bieo conoce la época
y sus consecneocias, a que insista en ello. El trasvase de parte
del catolicismo político -carlista o integrista- hacia posiciones
nacionalistas e incluso
separatistas tieoe
que ser explicado por
historiadores de nuestras ideas, como el profesor cuyo libro
co
meotamos.
Campión, Torras y Bages, Sabino Arana, Prat ..
,, ne
cesitan una interpretación se:tia ya,.
El liberalismo decimonónico, entieodo. que más por antica
tólico que por ceotralista, está en la
raíz misma de fa actual de
sintegración de España. Y, curiosamente, los resultados son la
negación de lo que eo verdad fueron las Vascongadas o Cata
luña, salvo aparieocias folklóricas o idiomáticas. Muchos de los
soldados de don Carlos María Isidro no enteodían
el castellano
pero estaban mucho más lejos ideológicameoe
de los
actuales
etarras, que lo hablan
perfectameote, que
de los soldados ,cris
tinos con los que se
batían eo
los campos de batalla.
Los repetidos y siempre frustrados intentos de crear parti
dos católicos,
la perpetua incapacidad política del centrismo es
pañol -llámeose moderados, conservadores o
UCD---:-, las,
cons
tantes disensiones eotre los líderes del protagonismo católico,
aparecen en el libro de Alsina como testimonio del pasado y hoy es una hereoda que nos abruma como pesada losa. Estamos, pues, ante un importante libro que no es sólo una
lectura de la historia próxima sino también fuente de meditación
para nuestros días. Porque los problemas con los que se enfrentaron nuestros abuelos
·no sólo
no
. se
han resuelto sino que
pet
viven agravados y más amenazadores. Nuestra felicitación al profesor Alsina es no sólo agradecida sino también interesada.
La
historia de las ideas políticas sirve para hacer saberes operaJ;ivos.
La
actual indigencia intelectual de nuestros políticos
y· de nues
tro
pueblo necesita de obras como ésta
para conocer nuestro
próximo pasado y construir un futuro mejor. Y los que nos sen timos herederos del pensamiento de Donoso y Balmes, de Roca,
Cuadrado y Rubi6, nos aprovecharemos
especialmente de
su lec
tura.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA ÜGOÑA.
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