Índice de contenidos
Número 245-246
Serie XXV
- Textos Pontificios
- In memoriam
-
Estudios
-
San Juan María Vianney o el poder de Dios. (En el segundo centenario de su nacimiento)
-
García Morente y el estilo de España
-
Doctrina de la Iglesia sobre libertad y liberación. A propósito de la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre libertad cristiana y liberación
-
Las «sugerencias» del Sínodo de 1985
-
El mal menor y las elecciones
-
La «Weltrevolution» y el «Weltoktober»
-
El sectarismo, fuente de errores políticos. (Las equivocadas opciones de la Institución Libre de Enseñanza)
-
-
Monográficos
-
El derecho colectivo de los católicos a defenderse de injustas agresiones. (Introducción, selección de textos y comentarios a un libro de Joaquín Torres Asensio)
-
Ilegitimidad del gobierno del Frente Popular de 1936. (Consideraciones de un eminente liberal)
-
Una reacción de la irreductible España
-
Apuntes sobre los Movimientos Católicos juveniles en la Cataluña de 1936-1939
-
El porqué de la Victoria
-
- Actas
- Homenajes
- Crónicas
-
Información bibliográfica
-
Manuel de Santa Cruz: Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español 1939-1966. Tomo XIV (1952)
-
Vicente Marrero Suárez: Picasso y el monstruo
-
Gonzalo Fernández de la Mora: La envidia igualitaria
-
Martirián Brunsó Verdaguer: El amor que siempre gana
-
Agustín Basave Fernández del Valle: Filosofía del Derecho Internacional
-
Jaime Morales Carazo: ¡Mejor que Somoza, cualquier cosa!
-
Autores
1986
San Juan María Vianney o el poder de Dios. (En el segundo centenario de su nacimiento)
SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
(EN EL SEGUNDO CENTENARIO DE SU NACIMll!NTO)
POlt
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA -
El 8 de mayo de 1786 nacía en Dardilly Juan María Vian
ney. Nada_ hacía suponer en aquella diminuta población francesa
que se estaba en vísperas de importantísimos acontecimientos
-
pol!ticos,
- sociales y religiosos.
Y si
los espíritus más avisados
cte la
aldea eran ajenos a todo, más todavía, si cabe, la familia
Vianney que acababa de recibir al cuarto de sus hijos. Era una familia humilde de labradores, de
arendrada reli
giosidad como tantas otras del campo_ francés en las que no ha
bía hecho
mella el protestantismo, el jansenismo, el
galjcanismo
o
la Enciclopedia.
La más tierna infancia del niño Juan María transcurrió con
la placidez de la vida rural. Las primeras noticias de
la Revolu.
ción
pasarían sobre
él como una leve brisa vespertina que ape
nas
se percibe. Tal vez observara
alguna conversación
preocupa
da entre los padres, pero eso es· tan corriente en las familias
campesinas
--que llueve,
que no llueve, que el ganado está en
fermo ... -, que
sin duda nuestro niño no sintió el más ligero
temor.
Pronto todo cambiaría radicalmente. Un sacedote juramen
tado se hace cargo
de la parroquia y los Vianney, como o'rros
muchos,
pasaron a una
vida--de catacumba. De boca a oído trans
mitían aquellos
viejos creyentes la noticia
de dónde se celebraría
el culto católico por un sacerdote perseguido. Y, de noche, en
un pajar, en una cueva, en la habitación más escondida de una
casa aislada de miradas delatoras se iban reuniendo, de uno en
uno, los católicos fieles eo
-la
Francia de
la Revolución.
513
•
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOlM
Allí se oía con fervor· la Santa Misa, se comulgaba, se con
fesaban .los pecados,
se bautizaba a los niños, se casaba a las
pa
rejas
que querían contraer matrimonio ... Y con riesgo de la vida.
La guillotina segaba
cabezas por
menos motivo que asistir a
cultos de sacerdotes «refractarios». Juan
María no
fue un Pablo de Tarso o un Agustín
de. Hi
pona.
No hubo conversión en su vida. La gracia que
recibió en
su
bautismo fue actuando de un modo constante
y creciente. Los
relatos de su infancia nos
hablan de· su
piedad, de su amor a la
-Virgen. Cuando
tenía siete años vivió, con conciencia ya, lo que
era la persecución. Todo ello fue encaminándole el sacerdocio. Y aquellos clérigos que se jugaban
.la vida por obedecer a. Dios y
atender a las almas tuvieron que ser un ejemplo decisivo.
No
sé si
erraré
· en mi interpretación pero creo que Juan Ma
ría Vianney
debe muchísimo a aquel ejemplo. La
. vida del cura
de Ars, del santo
.cura de Ars, no se caracterizó por gtandes
obras sociales, por elevadas elucubraciones teológicas, por las altas cátedras, los libros,
la reforma de la sociedad o de la litur
gia. En esos campos brillaron Lacordaire, Ozanam, Veuillot, Gue
ranger, Montalambert, Melun,_, El sólo se pre9CUp6 del amor
a Dios y de
la salvación de las almas. De la salvación indivi
dual
de las almas. Una por una. Como aquellos sacedotes .que
arriesgaban
sus vidas cuando
el Terror. Y que en verdad escri
bieron una
bellísima página de la historia de la Iglesia.
Napoleón, con
todo lo que supuso
de intento de gobef!)ar
la
Iglesia y ponerla a su servicio, fue
.sin duda
un alivio para
los
católicos. Celosos
párrocos abrieron aquellas escuelas sacer
dotales que
sirvieron para
repoblar de clero la Francia que ha
bía sufrido la Revolución. En Ecully, uno de ellos, el
santo. mo
sén
Balley
admitió a
Juan María en
la que habla fondado. Y
aquí comienza el calvario del futuro. santo. Con escasísima ins trucción y mayor en edad que sus compañeros, mucho más ade
lantados de conocimientos que Juan María, la empresa
pareció
imposible.
Bien se daba cuenta él de ello y en peregrinación
acudió a
:san Francisco de
Regís para
que el cielo
supliera lo
que
la naturaleza no parecía aportar. Siempre
desconfió Vianney
514
Fundaci\363n Speiro
SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
de sus fuerzas y capacidades. Pero era tal su confianza en Dios,
su entrega· a Dios que, aunque no entendiera· cómo, sabía que
iba a llegarle el sacerdocio. De otro modo no se entienden tanto
esfuerzo, tanto sacrificio, tanta perseverancia. Las dificultades, sin embargo,
se amontonaban
en el camino
soñado. Un error del
párroco o de las oficinas militares encar
gadas del
reclutamiento hicieron inútil el
privilegio que
el
car
denal
Fesch,
úo del
emperador y
arzobispo de
Lyon,
había ob
tenido
para sus estudiantes eclesiásticos. Quedar exentos
.del ser
vicio militar. Y Juan
María es
movilizado. A su edad, ya avan
zada, y con lo que suponían las constantes guerras napoleónicas
aquello
podía ser el fin de sus ilusiones.
Juan María Vianney deserta. El reclutamiento general y obli
gatorio había sido un invento de la Revolución. No era sentido
en el pueblo sino como imposición de unas autoridades que ha
bían sido no ya enemigas sino crueles
perseguidoras de
la reli
gión. Y si Napoleón había
significado una
verdadera mejora de
aquella
· situación y había restaurado
el culto .católico, no hay
·que olvidar
tampoco que hizo prisioneros a los dos Papas que
conoció: Pío VI y Pío
VII; La
entrega a Dios, que era incon
dicional en Juan María, nada tenía que ver con la entrega a Na
poleón. En su caso era más bien incompatible. Pasó dos
años
oculto
hasta que el matrimonio del emperador supuso una amnis
úa que
le permitió volver a sus estudios eclesiásticos.
Estamos en
1811. Vianney
va a cumplir veinticinco años
cuando puede acudir al seminario menor de V errieres. Su
eta
pa al lado de mosén Balley, que tanto le había apoyado y que
tantos esfuerzos
había hecho
para enseñarle
lo poco que sabía,
había
concluido.
Vertieres fue
una estación más del
ounino del
calvario.
La
enseñanza se daba en !aún, fengua que no comprendía. Era unos
diez años mayor que los demás seminaristas. Cuando le pregun
taban algo en clase no podía contestar, pues ni entendía
la pre
gunta ni, aunque la hubiera entendido, podría dar en ]aún la
respuesta. Cada vez que el profesor pronunciaba su nombre la
clase estallaba en carcajadas. Por fin, a él y a algún condiscípu-
515
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
lo también atrasado, les dieron las clases en francés. Con lo que
pudo pasar al seminario de San Ireneo, en Lyon.
Formaría una· idea equivocada quien pensara que nos encon
ira1,amos ante
una especie de subnormal. No lo era. Sus sermo
nes, sus catecismos, los
escritos que les· servían de base muestran
si no
al genio si a un sacerdote lleno de sentido común y, sobre
todo, de amor a Dios y de celo por las almas. Que no era una
inteligencia superdotada humanamente hablando es evidente. Pero
sus increíbles éxitos en la
cura de
almas no hay que atribuirlos
a un
milagro constante de Dios. Cierto que Dios obró innume
rables prodigios en él y a través de
él. Pero ese es otro tema.
Sus
dificultades en el estudio provenían
más bien
de una
abso
luta falta de
preparación que un entendimiento no muy dotado
para el estudio era
incapa2 de
superar.
Las circunstancias de su vida
le habían privado· del aprendi
zaje de unas bases imprescindibles para estudios posteriores. Su
caso serían análogo al de un niño al que
le enfrentáramos con
las
:ecuaciones diferenciales
sin que hubiera pasado
antes por his
las
más elementales reglas
aritméticas. O
con
la Eneidil sin co
nocer las declinaciones latinas.
Y
a eri el seminario mayor las dificultades parecen insupera
bles y los superiores le
piden que
abandone. Pero la vocación
de Vianney es tan absoluta que nada
hace mella
en
él. Acude
de nuevo a mosén Balley que, seguramente derrochando el pro
fesor paciencia, Vianney esfuerzo, y ambos oración, consigue
en
señarle el mínimo imprescindible para ser ordenado sacerdote.
Acude de nuevo a Lyon, recomendado por Balley, ante los
mismos que le habían desaconsejado proseguiT sus estudios. Tie
ne ya 28 años. A causa de los insistentes megos
del cura de Ecu
. lly
le
examinan. Vianney se aturde y el resultado
,es penoso.
Vuelve a
insistir el buen sacerdote y
consigue que
dos de los
examinadores se trasladen a Ecully, donde continuó
el examen
que esta vez Juan
María Vianney
consigue superar y
contestar
lo
bien. Tanta voluntad, unida a una notabilísima piedad, a una do
cilidad extrema, a una humildad absoluta, tuvieron que llamar
516
Fundaci\363n Speiro
SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
· la atención y d caso llegó al. vicario general que gobernaba la
diócesis en ausencia dd.
cardenal. Fesch
que habían tenido que
abandonar Francia tras la derrota de su sobrino. Nos
imaginamos la conversación.
- Señor vicario: hay un estudiante
calamitoso que
desea
-ser sacerdote
por encima de todo.
Es buenísimo pero sus cono-
cimientos son mínimos.
El
vicario
parece ser
que hizo tres preguntas a los que le ex-
ponían
el caso:
- ¿Es piadoso? ¿Ama a la Virgen? ¿Reza
d rosario?
Las
respuestas son también
fáciles de.
imaginar.
- La
gracia de Dios hará él resto, fue la r¡,spuesta dd vi
cario.
Y vaya si lo hizo.
El
13 de
agosto
de 1815, a los veintinueve años, es ordena
do al
fin sacerdote d que pronto .sería, al decir de todos, d
Santo
cura de Ars. No ha quedado constancia
de lo que debió
ser su
prhnera Misa. De lo que experhnentó su alma convirtien
do por primera vez, al fin,
d pan
y
d vino
en
d cuerpo
y
la san
gre de Cristo. Ninguno de los presentes en aquel acto tenla
conciencia
de
estar asistiendo a la primera
Misa de un inmenso
santo,
por
lo que no dejaron memoria dd acontecitniento. De
las otras ya si. Cuando eran miles las personas que acudían a la
humilde. aldea de Ars para ver al santo cura, los testimonios
son
abundandsimos. El fervor,
la pí,edad, el recogimiento, la
emoción, ese hablar con la forma consagrada que era Dios mis
mo entre sus manos ... No es
dificil suponer la profunda emo
ción de Vianney aquel· día.
Las autoridades eclesiásticas no encontraron mejor
salida para
el
recién ordenado que enviárselo de coadjutor a
aquel sacerdote
que
tanto
había recomendado
su ordenación. Tal vez pensaran,
¡que lo sufra
él! Y a Ecully partió junto a su amado mosén
Balley.
Fuert>n los años más fdices de su vida. Dos almas entrega
das a Dios rivalizando en austeridad, oraciones. y sacrificios. La
prudencia
de
las autoridades eclesiásticas hizo que durante va-
517
Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOJ'U
rios meses no tuviera licencias para confesar. Una· vez conce
didas, su ~~nfesionario comenzó a llenarse ·de penitentes.
La comida de ambos sacerdotes consistía en patatas y pan
negro. Vianney era
incapaz de
tener. algo propio, daba
todo
cuanto tenía. En ocasiones lleg6 a cambiar su ropa con la de un
pobre que encontró
por los caminos. Mosén Balley vio recom
pensados por
el cielo sus últimos años con 1a ayuda y el cariño
de quien tanto le debla en su sacerdocio. En sus
brazos murió
tras
recibir de
él 1a última absolución. En herencia le dejó su
ejemplo y su cilicio que unos meses después llevaba
Vianney a
Ars. Acaban de encomendarle 1a parroquia de esa perdida aldea
de poco más de . doscientas almas. Y pensarían que aún serla
demasiado para él.
Ya era el cura de Ars. Ya estaba sólo ante el mundo. Sólo
con Dios.
Lo que en
Ars fue
«ese modelo extraordinario de vida y
de servicio sacerdotal», en
recientísimas palabras
de Juan
Pa
blo
II, es muy conocido
para que
nos detengamos en ello.
Co
nocido y documentado, PQrque a Ars acudían, de toda Francia,
del orden de trescientas a cuatrocientas personas diarias
para
ver a aquel humilde sacerdote que ilustraba «a la vez el cumpli
plimientci pleno del ministerio sacerdotal y
1a santidad del mi
nistro» (Juan Pablo II, ibíd. ).
El· Papa subraya las catacterfsticas de su ministerio sacer
dotal:
«Su incansable entrega al sacramento
de 1a penitencia». «Es
taba totalmente disponible a los penitentes que
. venían
de todas
partes y
a los que dedicaba a menudo diez horas
al día y, a ve
ces, q~ce o más».
«La Misa era para Juan María Vianney la gran alegría y ali
mento en su vida de sacerdote:..
«Ponía toda su atención en no descuidar nunca el ministerio
conversión». «El catecismo a los niños constituía igualmente
una parte
imPQrtante de
su ministerio».
«Tenía la valentía de
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SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
denunciar el mal bajo. todás sus formas y sin !COndescendencias,
pues
estaba en juego la salvación eterna de su fieles».
Ese sencillo programa sacerdotal,
hoy por desgracia tan aban
donado, produjo resultados increíbles. Ars, que era una aldea
muy fría religiosamente, experimentó un cambio
radical. Y
de
todá Francia
llegaron miles de personas en busca de amor a
Dios, de conversión, de paz espiritual. El año anterior a su
muerte se dice que acudieron a visitar al cura de Ars casi cien
mH personas.
Y algún autor
habla de ciento veinte mil.
Ese ministerio, sencillo. y profundo, estaba basado. en una
rigurosa ascesis personal. Apenas comía, apenas
dormía. «La
oración
fue el
alma de su vida». «Su pobreza era extraordina
ria». «La castidad brillaba en su
rostro». «La
obediencia a
Cris
to se traducía, para Juan Vianney, en obediencia· a la Iglesia».
Y, junto a ello, visiones,
profecías, milagros
... Conocía
las con
ciencias
de los que acudían a él por primera vez mejor que los
propios penitentes. Les
=ordaba hechos
de su vida que ellos
ya habían olvidado. Y como tantos prodigios como obraba. cau
saban una auténtica conmoción entre los
peregrinos, llegó
a
pe
dir a Dios, que no siempre le hizo caso, que las curaciones se
produjeran
cuando la persona objeto del milagro hubiera regre
sado
a su casa o, por lo menos, se hubiera alejado de Ars.
Muere el 4 de agosto de
· 1859. El
2 de
· agosto habla· pedido
los
últimos sacramentos: «¡Qué bueno es Dios! ¡Cuando ya no
se puede ir a verle, viene El!». San
Pfo X lo 1,,eatificó en
1905.
Pfo XI
lo canonizó en 1925 y en 1929 lo
declató patrono
de los
.
sacerdotes.
Juan XXIII, al cumplirse el centenario de su muer
te escribió la encíclica
Nos tri sacerdotii primitias, presentando al
cura de
Ars como modelo de vida y ascesis sacerdotal, de piedad,
de culto a
la Eucaristía y celo pastoral para nuestro tlempo. Y
con
motivo del segundo centenario de su nacimiento Juan Pa
blo II dirige una carta a todos los
sacerdotes para
que «el re
cuerdo
del cura de Ars nos ayude a reactivar nuestro celo en su
servicio». En
el servicio
del Sacerdote.
Eterno en el que
San
Juan María Vianney se
santifu:6 y santificó a los hombres.
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(EN EL SEGUNDO CENTENARIO DE SU NACIMll!NTO)
POlt
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA -
El 8 de mayo de 1786 nacía en Dardilly Juan María Vian
ney. Nada_ hacía suponer en aquella diminuta población francesa
que se estaba en vísperas de importantísimos acontecimientos
-
pol!ticos,
- sociales y religiosos.
Y si
los espíritus más avisados
cte la
aldea eran ajenos a todo, más todavía, si cabe, la familia
Vianney que acababa de recibir al cuarto de sus hijos. Era una familia humilde de labradores, de
arendrada reli
giosidad como tantas otras del campo_ francés en las que no ha
bía hecho
mella el protestantismo, el jansenismo, el
galjcanismo
o
la Enciclopedia.
La más tierna infancia del niño Juan María transcurrió con
la placidez de la vida rural. Las primeras noticias de
la Revolu.
ción
pasarían sobre
él como una leve brisa vespertina que ape
nas
se percibe. Tal vez observara
alguna conversación
preocupa
da entre los padres, pero eso es· tan corriente en las familias
campesinas
--que llueve,
que no llueve, que el ganado está en
fermo ... -, que
sin duda nuestro niño no sintió el más ligero
temor.
Pronto todo cambiaría radicalmente. Un sacedote juramen
tado se hace cargo
de la parroquia y los Vianney, como o'rros
muchos,
pasaron a una
vida--de catacumba. De boca a oído trans
mitían aquellos
viejos creyentes la noticia
de dónde se celebraría
el culto católico por un sacerdote perseguido. Y, de noche, en
un pajar, en una cueva, en la habitación más escondida de una
casa aislada de miradas delatoras se iban reuniendo, de uno en
uno, los católicos fieles eo
-la
Francia de
la Revolución.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOlM
Allí se oía con fervor· la Santa Misa, se comulgaba, se con
fesaban .los pecados,
se bautizaba a los niños, se casaba a las
pa
rejas
que querían contraer matrimonio ... Y con riesgo de la vida.
La guillotina segaba
cabezas por
menos motivo que asistir a
cultos de sacerdotes «refractarios». Juan
María no
fue un Pablo de Tarso o un Agustín
de. Hi
pona.
No hubo conversión en su vida. La gracia que
recibió en
su
bautismo fue actuando de un modo constante
y creciente. Los
relatos de su infancia nos
hablan de· su
piedad, de su amor a la
-Virgen. Cuando
tenía siete años vivió, con conciencia ya, lo que
era la persecución. Todo ello fue encaminándole el sacerdocio. Y aquellos clérigos que se jugaban
.la vida por obedecer a. Dios y
atender a las almas tuvieron que ser un ejemplo decisivo.
No
sé si
erraré
· en mi interpretación pero creo que Juan Ma
ría Vianney
debe muchísimo a aquel ejemplo. La
. vida del cura
de Ars, del santo
.cura de Ars, no se caracterizó por gtandes
obras sociales, por elevadas elucubraciones teológicas, por las altas cátedras, los libros,
la reforma de la sociedad o de la litur
gia. En esos campos brillaron Lacordaire, Ozanam, Veuillot, Gue
ranger, Montalambert, Melun,_, El sólo se pre9CUp6 del amor
a Dios y de
la salvación de las almas. De la salvación indivi
dual
de las almas. Una por una. Como aquellos sacedotes .que
arriesgaban
sus vidas cuando
el Terror. Y que en verdad escri
bieron una
bellísima página de la historia de la Iglesia.
Napoleón, con
todo lo que supuso
de intento de gobef!)ar
la
Iglesia y ponerla a su servicio, fue
.sin duda
un alivio para
los
católicos. Celosos
párrocos abrieron aquellas escuelas sacer
dotales que
sirvieron para
repoblar de clero la Francia que ha
bía sufrido la Revolución. En Ecully, uno de ellos, el
santo. mo
sén
Balley
admitió a
Juan María en
la que habla fondado. Y
aquí comienza el calvario del futuro. santo. Con escasísima ins trucción y mayor en edad que sus compañeros, mucho más ade
lantados de conocimientos que Juan María, la empresa
pareció
imposible.
Bien se daba cuenta él de ello y en peregrinación
acudió a
:san Francisco de
Regís para
que el cielo
supliera lo
que
la naturaleza no parecía aportar. Siempre
desconfió Vianney
514
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SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
de sus fuerzas y capacidades. Pero era tal su confianza en Dios,
su entrega· a Dios que, aunque no entendiera· cómo, sabía que
iba a llegarle el sacerdocio. De otro modo no se entienden tanto
esfuerzo, tanto sacrificio, tanta perseverancia. Las dificultades, sin embargo,
se amontonaban
en el camino
soñado. Un error del
párroco o de las oficinas militares encar
gadas del
reclutamiento hicieron inútil el
privilegio que
el
car
denal
Fesch,
úo del
emperador y
arzobispo de
Lyon,
había ob
tenido
para sus estudiantes eclesiásticos. Quedar exentos
.del ser
vicio militar. Y Juan
María es
movilizado. A su edad, ya avan
zada, y con lo que suponían las constantes guerras napoleónicas
aquello
podía ser el fin de sus ilusiones.
Juan María Vianney deserta. El reclutamiento general y obli
gatorio había sido un invento de la Revolución. No era sentido
en el pueblo sino como imposición de unas autoridades que ha
bían sido no ya enemigas sino crueles
perseguidoras de
la reli
gión. Y si Napoleón había
significado una
verdadera mejora de
aquella
· situación y había restaurado
el culto .católico, no hay
·que olvidar
tampoco que hizo prisioneros a los dos Papas que
conoció: Pío VI y Pío
VII; La
entrega a Dios, que era incon
dicional en Juan María, nada tenía que ver con la entrega a Na
poleón. En su caso era más bien incompatible. Pasó dos
años
oculto
hasta que el matrimonio del emperador supuso una amnis
úa que
le permitió volver a sus estudios eclesiásticos.
Estamos en
1811. Vianney
va a cumplir veinticinco años
cuando puede acudir al seminario menor de V errieres. Su
eta
pa al lado de mosén Balley, que tanto le había apoyado y que
tantos esfuerzos
había hecho
para enseñarle
lo poco que sabía,
había
concluido.
Vertieres fue
una estación más del
ounino del
calvario.
La
enseñanza se daba en !aún, fengua que no comprendía. Era unos
diez años mayor que los demás seminaristas. Cuando le pregun
taban algo en clase no podía contestar, pues ni entendía
la pre
gunta ni, aunque la hubiera entendido, podría dar en ]aún la
respuesta. Cada vez que el profesor pronunciaba su nombre la
clase estallaba en carcajadas. Por fin, a él y a algún condiscípu-
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGORA
lo también atrasado, les dieron las clases en francés. Con lo que
pudo pasar al seminario de San Ireneo, en Lyon.
Formaría una· idea equivocada quien pensara que nos encon
ira1,amos ante
una especie de subnormal. No lo era. Sus sermo
nes, sus catecismos, los
escritos que les· servían de base muestran
si no
al genio si a un sacerdote lleno de sentido común y, sobre
todo, de amor a Dios y de celo por las almas. Que no era una
inteligencia superdotada humanamente hablando es evidente. Pero
sus increíbles éxitos en la
cura de
almas no hay que atribuirlos
a un
milagro constante de Dios. Cierto que Dios obró innume
rables prodigios en él y a través de
él. Pero ese es otro tema.
Sus
dificultades en el estudio provenían
más bien
de una
abso
luta falta de
preparación que un entendimiento no muy dotado
para el estudio era
incapa2 de
superar.
Las circunstancias de su vida
le habían privado· del aprendi
zaje de unas bases imprescindibles para estudios posteriores. Su
caso serían análogo al de un niño al que
le enfrentáramos con
las
:ecuaciones diferenciales
sin que hubiera pasado
antes por his
las
más elementales reglas
aritméticas. O
con
la Eneidil sin co
nocer las declinaciones latinas.
Y
a eri el seminario mayor las dificultades parecen insupera
bles y los superiores le
piden que
abandone. Pero la vocación
de Vianney es tan absoluta que nada
hace mella
en
él. Acude
de nuevo a mosén Balley que, seguramente derrochando el pro
fesor paciencia, Vianney esfuerzo, y ambos oración, consigue
en
señarle el mínimo imprescindible para ser ordenado sacerdote.
Acude de nuevo a Lyon, recomendado por Balley, ante los
mismos que le habían desaconsejado proseguiT sus estudios. Tie
ne ya 28 años. A causa de los insistentes megos
del cura de Ecu
. lly
le
examinan. Vianney se aturde y el resultado
,es penoso.
Vuelve a
insistir el buen sacerdote y
consigue que
dos de los
examinadores se trasladen a Ecully, donde continuó
el examen
que esta vez Juan
María Vianney
consigue superar y
contestar
lo
bien. Tanta voluntad, unida a una notabilísima piedad, a una do
cilidad extrema, a una humildad absoluta, tuvieron que llamar
516
Fundaci\363n Speiro
SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
· la atención y d caso llegó al. vicario general que gobernaba la
diócesis en ausencia dd.
cardenal. Fesch
que habían tenido que
abandonar Francia tras la derrota de su sobrino. Nos
imaginamos la conversación.
- Señor vicario: hay un estudiante
calamitoso que
desea
-ser sacerdote
por encima de todo.
Es buenísimo pero sus cono-
cimientos son mínimos.
El
vicario
parece ser
que hizo tres preguntas a los que le ex-
ponían
el caso:
- ¿Es piadoso? ¿Ama a la Virgen? ¿Reza
d rosario?
Las
respuestas son también
fáciles de.
imaginar.
- La
gracia de Dios hará él resto, fue la r¡,spuesta dd vi
cario.
Y vaya si lo hizo.
El
13 de
agosto
de 1815, a los veintinueve años, es ordena
do al
fin sacerdote d que pronto .sería, al decir de todos, d
Santo
cura de Ars. No ha quedado constancia
de lo que debió
ser su
prhnera Misa. De lo que experhnentó su alma convirtien
do por primera vez, al fin,
d pan
y
d vino
en
d cuerpo
y
la san
gre de Cristo. Ninguno de los presentes en aquel acto tenla
conciencia
de
estar asistiendo a la primera
Misa de un inmenso
santo,
por
lo que no dejaron memoria dd acontecitniento. De
las otras ya si. Cuando eran miles las personas que acudían a la
humilde. aldea de Ars para ver al santo cura, los testimonios
son
abundandsimos. El fervor,
la pí,edad, el recogimiento, la
emoción, ese hablar con la forma consagrada que era Dios mis
mo entre sus manos ... No es
dificil suponer la profunda emo
ción de Vianney aquel· día.
Las autoridades eclesiásticas no encontraron mejor
salida para
el
recién ordenado que enviárselo de coadjutor a
aquel sacerdote
que
tanto
había recomendado
su ordenación. Tal vez pensaran,
¡que lo sufra
él! Y a Ecully partió junto a su amado mosén
Balley.
Fuert>n los años más fdices de su vida. Dos almas entrega
das a Dios rivalizando en austeridad, oraciones. y sacrificios. La
prudencia
de
las autoridades eclesiásticas hizo que durante va-
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Fundaci\363n Speiro
FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOJ'U
rios meses no tuviera licencias para confesar. Una· vez conce
didas, su ~~nfesionario comenzó a llenarse ·de penitentes.
La comida de ambos sacerdotes consistía en patatas y pan
negro. Vianney era
incapaz de
tener. algo propio, daba
todo
cuanto tenía. En ocasiones lleg6 a cambiar su ropa con la de un
pobre que encontró
por los caminos. Mosén Balley vio recom
pensados por
el cielo sus últimos años con 1a ayuda y el cariño
de quien tanto le debla en su sacerdocio. En sus
brazos murió
tras
recibir de
él 1a última absolución. En herencia le dejó su
ejemplo y su cilicio que unos meses después llevaba
Vianney a
Ars. Acaban de encomendarle 1a parroquia de esa perdida aldea
de poco más de . doscientas almas. Y pensarían que aún serla
demasiado para él.
Ya era el cura de Ars. Ya estaba sólo ante el mundo. Sólo
con Dios.
Lo que en
Ars fue
«ese modelo extraordinario de vida y
de servicio sacerdotal», en
recientísimas palabras
de Juan
Pa
blo
II, es muy conocido
para que
nos detengamos en ello.
Co
nocido y documentado, PQrque a Ars acudían, de toda Francia,
del orden de trescientas a cuatrocientas personas diarias
para
ver a aquel humilde sacerdote que ilustraba «a la vez el cumpli
plimientci pleno del ministerio sacerdotal y
1a santidad del mi
nistro» (Juan Pablo II, ibíd. ).
El· Papa subraya las catacterfsticas de su ministerio sacer
dotal:
«Su incansable entrega al sacramento
de 1a penitencia». «Es
taba totalmente disponible a los penitentes que
. venían
de todas
partes y
a los que dedicaba a menudo diez horas
al día y, a ve
ces, q~ce o más».
«La Misa era para Juan María Vianney la gran alegría y ali
mento en su vida de sacerdote:..
«Ponía toda su atención en no descuidar nunca el ministerio
una parte
imPQrtante de
su ministerio».
«Tenía la valentía de
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Fundaci\363n Speiro
SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
denunciar el mal bajo. todás sus formas y sin !COndescendencias,
pues
estaba en juego la salvación eterna de su fieles».
Ese sencillo programa sacerdotal,
hoy por desgracia tan aban
donado, produjo resultados increíbles. Ars, que era una aldea
muy fría religiosamente, experimentó un cambio
radical. Y
de
todá Francia
llegaron miles de personas en busca de amor a
Dios, de conversión, de paz espiritual. El año anterior a su
muerte se dice que acudieron a visitar al cura de Ars casi cien
mH personas.
Y algún autor
habla de ciento veinte mil.
Ese ministerio, sencillo. y profundo, estaba basado. en una
rigurosa ascesis personal. Apenas comía, apenas
dormía. «La
oración
fue el
alma de su vida». «Su pobreza era extraordina
ria». «La castidad brillaba en su
rostro». «La
obediencia a
Cris
to se traducía, para Juan Vianney, en obediencia· a la Iglesia».
Y, junto a ello, visiones,
profecías, milagros
... Conocía
las con
ciencias
de los que acudían a él por primera vez mejor que los
propios penitentes. Les
=ordaba hechos
de su vida que ellos
ya habían olvidado. Y como tantos prodigios como obraba. cau
saban una auténtica conmoción entre los
peregrinos, llegó
a
pe
dir a Dios, que no siempre le hizo caso, que las curaciones se
produjeran
cuando la persona objeto del milagro hubiera regre
sado
a su casa o, por lo menos, se hubiera alejado de Ars.
Muere el 4 de agosto de
· 1859. El
2 de
· agosto habla· pedido
los
últimos sacramentos: «¡Qué bueno es Dios! ¡Cuando ya no
se puede ir a verle, viene El!». San
Pfo X lo 1,,eatificó en
1905.
Pfo XI
lo canonizó en 1925 y en 1929 lo
declató patrono
de los
.
sacerdotes.
Juan XXIII, al cumplirse el centenario de su muer
te escribió la encíclica
Nos tri sacerdotii primitias, presentando al
cura de
Ars como modelo de vida y ascesis sacerdotal, de piedad,
de culto a
la Eucaristía y celo pastoral para nuestro tlempo. Y
con
motivo del segundo centenario de su nacimiento Juan Pa
blo II dirige una carta a todos los
sacerdotes para
que «el re
cuerdo
del cura de Ars nos ayude a reactivar nuestro celo en su
servicio». En
el servicio
del Sacerdote.
Eterno en el que
San
Juan María Vianney se
santifu:6 y santificó a los hombres.
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