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Número 245-246

Serie XXV

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San Juan María Vianney o el poder de Dios. (En el segundo centenario de su nacimiento)

SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
(EN EL SEGUNDO CENTENARIO DE SU NACIMll!NTO)
POlt
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA -
El 8 de mayo de 1786 nacía en Dardilly Juan María Vian­
ney. Nada_ hacía suponer en aquella diminuta población francesa
que se estaba en vísperas de importantísimos acontecimientos
-
pol!ticos,

- sociales y religiosos.
Y si
los espíritus más avisados
cte la

aldea eran ajenos a todo, más todavía, si cabe, la familia
Vianney que acababa de recibir al cuarto de sus hijos. Era una familia humilde de labradores, de
arendrada reli­
giosidad como tantas otras del campo_ francés en las que no ha­
bía hecho

mella el protestantismo, el jansenismo, el
galjcanismo
o

la Enciclopedia.
La más tierna infancia del niño Juan María transcurrió con
la placidez de la vida rural. Las primeras noticias de
la Revolu.
ción

pasarían sobre
él como una leve brisa vespertina que ape­
nas

se percibe. Tal vez observara
alguna conversación
preocupa­
da entre los padres, pero eso es· tan corriente en las familias
campesinas
--que llueve,

que no llueve, que el ganado está en­
fermo ... -, que
sin duda nuestro niño no sintió el más ligero
temor.
Pronto todo cambiaría radicalmente. Un sacedote juramen­
tado se hace cargo
de la parroquia y los Vianney, como o'rros
muchos,

pasaron a una
vida--de catacumba. De boca a oído trans­
mitían aquellos

viejos creyentes la noticia
de dónde se celebraría
el culto católico por un sacerdote perseguido. Y, de noche, en
un pajar, en una cueva, en la habitación más escondida de una
casa aislada de miradas delatoras se iban reuniendo, de uno en
uno, los católicos fieles eo
-la

Francia de
la Revolución.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGOlM
Allí se oía con fervor· la Santa Misa, se comulgaba, se con­
fesaban .los pecados,

se bautizaba a los niños, se casaba a las
pa­
rejas

que querían contraer matrimonio ... Y con riesgo de la vida.
La guillotina segaba
cabezas por

menos motivo que asistir a
cultos de sacerdotes «refractarios». Juan
María no

fue un Pablo de Tarso o un Agustín
de. Hi­
pona.

No hubo conversión en su vida. La gracia que
recibió en
su

bautismo fue actuando de un modo constante
y creciente. Los
relatos de su infancia nos
hablan de· su

piedad, de su amor a la
-Virgen. Cuando

tenía siete años vivió, con conciencia ya, lo que
era la persecución. Todo ello fue encaminándole el sacerdocio. Y aquellos clérigos que se jugaban
.la vida por obedecer a. Dios y
atender a las almas tuvieron que ser un ejemplo decisivo.
No
sé si
erraré
· en mi interpretación pero creo que Juan Ma­
ría Vianney

debe muchísimo a aquel ejemplo. La
. vida del cura
de Ars, del santo
.cura de Ars, no se caracterizó por gtandes
obras sociales, por elevadas elucubraciones teológicas, por las altas cátedras, los libros,
la reforma de la sociedad o de la litur­
gia. En esos campos brillaron Lacordaire, Ozanam, Veuillot, Gue­
ranger, Montalambert, Melun,_, El sólo se pre9CUp6 del amor
a Dios y de
la salvación de las almas. De la salvación indivi­
dual
de las almas. Una por una. Como aquellos sacedotes .que
arriesgaban
sus vidas cuando
el Terror. Y que en verdad escri­
bieron una
bellísima página de la historia de la Iglesia.
Napoleón, con

todo lo que supuso
de intento de gobef!)ar
la

Iglesia y ponerla a su servicio, fue
.sin duda
un alivio para
los
católicos. Celosos

párrocos abrieron aquellas escuelas sacer­
dotales que
sirvieron para

repoblar de clero la Francia que ha­
bía sufrido la Revolución. En Ecully, uno de ellos, el
santo. mo­
sén

Balley
admitió a

Juan María en
la que habla fondado. Y
aquí comienza el calvario del futuro. santo. Con escasísima ins­ trucción y mayor en edad que sus compañeros, mucho más ade­
lantados de conocimientos que Juan María, la empresa
pareció
imposible.

Bien se daba cuenta él de ello y en peregrinación
acudió a

:san Francisco de
Regís para

que el cielo
supliera lo
que

la naturaleza no parecía aportar. Siempre
desconfió Vianney
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SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
de sus fuerzas y capacidades. Pero era tal su confianza en Dios,
su entrega· a Dios que, aunque no entendiera· cómo, sabía que
iba a llegarle el sacerdocio. De otro modo no se entienden tanto
esfuerzo, tanto sacrificio, tanta perseverancia. Las dificultades, sin embargo,
se amontonaban

en el camino
soñado. Un error del
párroco o de las oficinas militares encar­
gadas del

reclutamiento hicieron inútil el
privilegio que
el
car­
denal

Fesch,
úo del

emperador y
arzobispo de
Lyon,
había ob­
tenido

para sus estudiantes eclesiásticos. Quedar exentos
.del ser­
vicio militar. Y Juan
María es

movilizado. A su edad, ya avan­
zada, y con lo que suponían las constantes guerras napoleónicas
aquello
podía ser el fin de sus ilusiones.
Juan María Vianney deserta. El reclutamiento general y obli­
gatorio había sido un invento de la Revolución. No era sentido
en el pueblo sino como imposición de unas autoridades que ha­
bían sido no ya enemigas sino crueles
perseguidoras de

la reli­
gión. Y si Napoleón había
significado una

verdadera mejora de
aquella
· situación y había restaurado

el culto .católico, no hay
·que olvidar

tampoco que hizo prisioneros a los dos Papas que
conoció: Pío VI y Pío
VII; La

entrega a Dios, que era incon­
dicional en Juan María, nada tenía que ver con la entrega a Na­
poleón. En su caso era más bien incompatible. Pasó dos
años
oculto

hasta que el matrimonio del emperador supuso una amnis­
úa que

le permitió volver a sus estudios eclesiásticos.
Estamos en
1811. Vianney

va a cumplir veinticinco años
cuando puede acudir al seminario menor de V errieres. Su
eta­
pa al lado de mosén Balley, que tanto le había apoyado y que
tantos esfuerzos
había hecho

para enseñarle
lo poco que sabía,
había

concluido.
Vertieres fue

una estación más del
ounino del

calvario.
La
enseñanza se daba en !aún, fengua que no comprendía. Era unos
diez años mayor que los demás seminaristas. Cuando le pregun­
taban algo en clase no podía contestar, pues ni entendía
la pre­
gunta ni, aunque la hubiera entendido, podría dar en ]aún la
respuesta. Cada vez que el profesor pronunciaba su nombre la
clase estallaba en carcajadas. Por fin, a él y a algún condiscípu-
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lo también atrasado, les dieron las clases en francés. Con lo que
pudo pasar al seminario de San Ireneo, en Lyon.
Formaría una· idea equivocada quien pensara que nos encon­
ira1,amos ante

una especie de subnormal. No lo era. Sus sermo­
nes, sus catecismos, los
escritos que les· servían de base muestran
si no
al genio si a un sacerdote lleno de sentido común y, sobre
todo, de amor a Dios y de celo por las almas. Que no era una
inteligencia superdotada humanamente hablando es evidente. Pero
sus increíbles éxitos en la
cura de

almas no hay que atribuirlos
a un
milagro constante de Dios. Cierto que Dios obró innume­
rables prodigios en él y a través de
él. Pero ese es otro tema.
Sus

dificultades en el estudio provenían
más bien
de una
abso­
luta falta de

preparación que un entendimiento no muy dotado
para el estudio era
incapa2 de

superar.
Las circunstancias de su vida
le habían privado· del aprendi­
zaje de unas bases imprescindibles para estudios posteriores. Su
caso serían análogo al de un niño al que
le enfrentáramos con
las
:ecuaciones diferenciales

sin que hubiera pasado
antes por his
las

más elementales reglas
aritméticas. O
con
la Eneidil sin co­
nocer las declinaciones latinas.
Y
a eri el seminario mayor las dificultades parecen insupera­
bles y los superiores le
piden que
abandone. Pero la vocación
de Vianney es tan absoluta que nada
hace mella

en
él. Acude
de nuevo a mosén Balley que, seguramente derrochando el pro­
fesor paciencia, Vianney esfuerzo, y ambos oración, consigue
en­
señarle el mínimo imprescindible para ser ordenado sacerdote.
Acude de nuevo a Lyon, recomendado por Balley, ante los
mismos que le habían desaconsejado proseguiT sus estudios. Tie­
ne ya 28 años. A causa de los insistentes megos
del cura de Ecu­
. lly
le

examinan. Vianney se aturde y el resultado
,es penoso.
Vuelve a

insistir el buen sacerdote y
consigue que
dos de los
examinadores se trasladen a Ecully, donde continuó
el examen
que esta vez Juan
María Vianney

consigue superar y
contestar­
lo

bien. Tanta voluntad, unida a una notabilísima piedad, a una do­
cilidad extrema, a una humildad absoluta, tuvieron que llamar
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SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
· la atención y d caso llegó al. vicario general que gobernaba la
diócesis en ausencia dd.
cardenal. Fesch
que habían tenido que
abandonar Francia tras la derrota de su sobrino. Nos
imaginamos la conversación.
- Señor vicario: hay un estudiante
calamitoso que
desea
-ser sacerdote

por encima de todo.
Es buenísimo pero sus cono-
cimientos son mínimos.
El

vicario
parece ser

que hizo tres preguntas a los que le ex-
ponían
el caso:
- ¿Es piadoso? ¿Ama a la Virgen? ¿Reza
d rosario?
Las

respuestas son también
fáciles de.
imaginar.
- La
gracia de Dios hará él resto, fue la r¡,spuesta dd vi­
cario.
Y vaya si lo hizo.
El
13 de

agosto
de 1815, a los veintinueve años, es ordena­
do al
fin sacerdote d que pronto .sería, al decir de todos, d
Santo

cura de Ars. No ha quedado constancia
de lo que debió
ser su
prhnera Misa. De lo que experhnentó su alma convirtien­
do por primera vez, al fin,
d pan
y
d vino
en
d cuerpo
y
la san­
gre de Cristo. Ninguno de los presentes en aquel acto tenla
conciencia
de
estar asistiendo a la primera
Misa de un inmenso
santo,

por
lo que no dejaron memoria dd acontecitniento. De
las otras ya si. Cuando eran miles las personas que acudían a la
humilde. aldea de Ars para ver al santo cura, los testimonios
son
abundandsimos. El fervor,
la pí,edad, el recogimiento, la
emoción, ese hablar con la forma consagrada que era Dios mis­
mo entre sus manos ... No es
dificil suponer la profunda emo­
ción de Vianney aquel· día.
Las autoridades eclesiásticas no encontraron mejor
salida para
el

recién ordenado que enviárselo de coadjutor a
aquel sacerdote
que

tanto
había recomendado

su ordenación. Tal vez pensaran,
¡que lo sufra
él! Y a Ecully partió junto a su amado mosén
Balley.
Fuert>n los años más fdices de su vida. Dos almas entrega­
das a Dios rivalizando en austeridad, oraciones. y sacrificios. La
prudencia
de
las autoridades eclesiásticas hizo que durante va-
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rios meses no tuviera licencias para confesar. Una· vez conce­
didas, su ~~nfesionario comenzó a llenarse ·de penitentes.
La comida de ambos sacerdotes consistía en patatas y pan
negro. Vianney era
incapaz de
tener. algo propio, daba
todo
cuanto tenía. En ocasiones lleg6 a cambiar su ropa con la de un
pobre que encontró
por los caminos. Mosén Balley vio recom­
pensados por
el cielo sus últimos años con 1a ayuda y el cariño
de quien tanto le debla en su sacerdocio. En sus
brazos murió
tras

recibir de
él 1a última absolución. En herencia le dejó su
ejemplo y su cilicio que unos meses después llevaba
Vianney a
Ars. Acaban de encomendarle 1a parroquia de esa perdida aldea
de poco más de . doscientas almas. Y pensarían que aún serla
demasiado para él.
Ya era el cura de Ars. Ya estaba sólo ante el mundo. Sólo
con Dios.
Lo que en
Ars fue

«ese modelo extraordinario de vida y
de servicio sacerdotal», en
recientísimas palabras

de Juan
Pa­
blo

II, es muy conocido
para que

nos detengamos en ello.
Co­
nocido y documentado, PQrque a Ars acudían, de toda Francia,
del orden de trescientas a cuatrocientas personas diarias
para
ver a aquel humilde sacerdote que ilustraba «a la vez el cumpli­
plimientci pleno del ministerio sacerdotal y
1a santidad del mi­
nistro» (Juan Pablo II, ibíd. ).
El· Papa subraya las catacterfsticas de su ministerio sacer­
dotal:
«Su incansable entrega al sacramento
de 1a penitencia». «Es­
taba totalmente disponible a los penitentes que
. venían
de todas
partes y

a los que dedicaba a menudo diez horas
al día y, a ve­
ces, q~ce o más».
«La Misa era para Juan María Vianney la gran alegría y ali­
mento en su vida de sacerdote:..
«Ponía toda su atención en no descuidar nunca el ministerio
conversión». «El catecismo a los niños constituía igualmente
una parte
imPQrtante de
su ministerio».
«Tenía la valentía de
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SAN JUAN MARIA VIANNEY O EL PODER DE DIOS
denunciar el mal bajo. todás sus formas y sin !COndescendencias,
pues

estaba en juego la salvación eterna de su fieles».
Ese sencillo programa sacerdotal,
hoy por desgracia tan aban­
donado, produjo resultados increíbles. Ars, que era una aldea
muy fría religiosamente, experimentó un cambio
radical. Y

de
todá Francia

llegaron miles de personas en busca de amor a
Dios, de conversión, de paz espiritual. El año anterior a su
muerte se dice que acudieron a visitar al cura de Ars casi cien
mH personas.

Y algún autor
habla de ciento veinte mil.
Ese ministerio, sencillo. y profundo, estaba basado. en una
rigurosa ascesis personal. Apenas comía, apenas
dormía. «La
oración

fue el
alma de su vida». «Su pobreza era extraordina­
ria». «La castidad brillaba en su
rostro». «La
obediencia a
Cris­
to se traducía, para Juan Vianney, en obediencia· a la Iglesia».
Y, junto a ello, visiones,
profecías, milagros

... Conocía
las con­
ciencias
de los que acudían a él por primera vez mejor que los
propios penitentes. Les
=ordaba hechos
de su vida que ellos
ya habían olvidado. Y como tantos prodigios como obraba. cau­
saban una auténtica conmoción entre los
peregrinos, llegó

a
pe­
dir a Dios, que no siempre le hizo caso, que las curaciones se
produjeran
cuando la persona objeto del milagro hubiera regre­
sado

a su casa o, por lo menos, se hubiera alejado de Ars.
Muere el 4 de agosto de
· 1859. El

2 de
· agosto habla· pedido
los

últimos sacramentos: «¡Qué bueno es Dios! ¡Cuando ya no
se puede ir a verle, viene El!». San
Pfo X lo 1,,eatificó en

1905.
Pfo XI

lo canonizó en 1925 y en 1929 lo
declató patrono
de los
.
sacerdotes.

Juan XXIII, al cumplirse el centenario de su muer­
te escribió la encíclica
Nos tri sacerdotii primitias, presentando al
cura de
Ars como modelo de vida y ascesis sacerdotal, de piedad,
de culto a
la Eucaristía y celo pastoral para nuestro tlempo. Y
con
motivo del segundo centenario de su nacimiento Juan Pa­
blo II dirige una carta a todos los
sacerdotes para

que «el re­
cuerdo
del cura de Ars nos ayude a reactivar nuestro celo en su
servicio». En
el servicio
del Sacerdote.
Eterno en el que
San
Juan María Vianney se
santifu:6 y santificó a los hombres.
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