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Número 245-246

Serie XXV

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El sectarismo, fuente de errores políticos. (Las equivocadas opciones de la Institución Libre de Enseñanza)

EL. SECTARISMO, FUENTE DE ERRORES POLITICOS
(LAS
EQUIVOCADAS
OPCIONES DE LA INSTITUCION
.
LIBRE

DE ENSEl',ANZA)
POR
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA
El más formidable movimiento intelectual de la España an-


titradicional de todos los tiempos
fue, sin
duda alguna, la
Ins­
titución Libre de Enseñanza. Bajo la inspiración locoide de
Sanz del Río y al aire de la genial batuta de Giner se articuló
una

agrupación de personalidades que aún hoy asombra por el
alto nivel intelectual de muchos de ellos. Aunqne tras
la mena
evidente se ocultaba
muclúsima ganga que la «sociedad de bom­
bos mutuos», en la .que fueron maestros, se empeñó en hacer
pasar

por genialidades cuando bastantes no pasaban de una ab­
soluta mediocridad.
·
Muerto

casi hasta el recuerdo de lo que la Institución
fue,
pese

a desesperados intentos de los «últimos de Filipinas» que
no logran conectar hoy con las sintonías al uso, creo que una
relación -no exhaustiva- de personas vinculadas a la Insti­
tución, desde

sus prolegómenos krausistas hasta el Instituto-Es­
cuela, pasando por la Institución propiamente dicha, la Junta.
para Ampliación de Estudios,
la Residencia de Estudiantes o
Señoritas
y el Museo Pedagógico, dará al lector suficiente idea
de lo que aquello fue.
, Sanz

del
Río, Femando de.Castro, Giner,

Tapia, Rafael
María
de Labra, Castelar, Federico de Castro, González Serrano, Ro­
mero de Castilla, Francisco de Paula
y José Canalejas, Sales y
Ferre, Manuel de la Revilla, Pisa Pajares, Barnés, Patricio y
Gumersindo Azcárate, Salmerón, Rivera, Pedregal, Clarín. Al-
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGO&A
varez Buylla, Figuerola, Francisco Femández y González, Uña,
Morayta, Piernas Hurtado, los tres Calder6n Arana, Simarro,
Ram6n
y Caja!, Albareda, Joaquín Costa, Altamira, Adolfo Po­
sada, Melquiades Alvarez,
Moret, Montero
Ríos, Manuel B.
Cossfo, González Linares, Eduardo Chao, Castillejo, Arcimis,
Hernández Pacheco,

Federico Rubio, Madinaveitia, Eduardo
Gasset
y Arrime, Ricardo Rubio, Dicenta, Castrovido, Vincenti,
Dorado Montero, Santiago Alba, Unamuno, Navarro Rodrigo,
. Romanones,

Burell,
Amalio Gimeno,
García Morente, hasta su
conversi6n, Ortega y Gasset, María de Maeztu, Américo Castro,
Pijoán, Jiménez, Fraud, Fernando de los
Ríos, Besteiro,

Menén­
dez Pida!, Terán, García de

Valdeavellano, Machado,
García
Lorca,

Juan Ram6n
Jiménez, Bañuel, Dalí...
Políticos; médicos, juristas, catedráticos, , poetas... unidos,
salvo· excepciones que podrían · contarse con los dedos de una
inano,
'por un
lazo que evidentemente no fue
la filosofía krausis­
ta, ni el republicanismo, ni preocupaciones éticas, aunque mu­
chos en mayor o menor grado las tuvieran.
El krausismo, filosofía de tercera divisi6n que entusiasmó
a una cabeza enferma e ininteligible como
la de Sanz de Río, fue
pronto abandonado por la
-mayoría, aunque

siguiese latiendo en
el coraz6n y el alma de todo: Giner de los Ríos.
Republicanos, si bien muchos, no lo fueron todos. Aquel
cajón de

sastre que fue
el . partido de Sagasta, .uno de los dos
pilares sobre los que se
asentó la monarquía restaurada, tuvo
en sus filas a numerosos institucionistas, que ocuparon incluso
la presidencia del Consejo de Ministros. Y diversas carteras mi­
nisteriales, en especial la de Fomento y, desde su creaci6n, la
de· Instrucci6n

pública, a la que tanta importancia atribuían
para
la consecuci6n de sus fines.
Los principios éticos, manifiestos en Giner, Azcárate o Bes­
teiro, provocan carcajada si
.se refieren

a un Romanones o un
Castelar. No va por ahí
el hilo aglutinador.
Lo que a todos les unía era un profundo disgusto por la
España hist6rica
y el firme propósito de cambiarla. Todo había
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EL SECTARISMO, FUENTE DE ERRORES POUTICOS
sido un. error en nuestro pasado. Y lo que vertebraba esa Es­
paña histórica aborrecible era
la religión católica.
La. monarquía podía · ser aceptable si la personificaba una
dinastía masónica

y usurpadora·
de. los.· Estados

Pontificios como
era
la de Amadeo. O incluso, Alfonso XIII, en sus etapas más
volcadas

hacia la izquierda. Sobre todo después de la defenes­
tración
de· Maura.

Así puede el monarca visitar la residencia de
estudiantes o declarar Azcárate que
.creía habían

desaparecido
los «obstáculos

tradicionales» tras una visita a palacio llamado
.
a

consulta por el rey.
Lo que no sería aceptable en modo alguno era el catecismo
en la escuela, las órdenes
religiosas dedicadas
a la enseñanza, el
respeto al dogma católico en
la cátedra; la prohibición del pro­
selitismo protestante,
la exclusividad deI matrimonio católico,
todo. los
qúe supusiera

presencia institucional de
la Iglesia.
Y aunque
la · algarada y el escándalo callejero repugnaban
a las
cabezas de

la Instiutción, entonces Giner y Azcárate, los
hostigamientos a las simples manifestaciones
externas del

culto
o
fa devoción católicos no eran · ajenos á los máximos· pontífices
del

grupo. No porque los alentaran directamente, sino porque
habían sido los primeros responsables del clima de hostilidad a
la Iglesia. Y en ocasiones hasta salieron a la calle. La sonada
manifestación anticlerical de 1910 fue presidida, cogidos del
brazo, por Moret, Azcárate, Pérez Galdós, Lerroux, Melquia­
des Alvarez,
Labra, Moya,

Santiago Alba, Gasset, Gimeno y
otros conspicuos.
El «terminar como el rosario de la aurora» es expresión que
viene· de

aquellos
días en

los que se agredía, y en no pocas
ocasiones con resistencia de los agredidos, a los practicantes de
aquella piadosa devoción. Está aún por hacer el estudio psicológico de
.las cabezas

de
aquel movimiento. Pienso que
arrojaría datos

del
m,ayor inte­
rés.

Cuatro son las figuras capitales: Sanz del
Río, Giner, Az-.
cárate y Femando de Castro. Intimamente unidos en vida y en
muerte hasta el
extremo que
sus restos reposan juntos en el
cementerio civil de Madrid en un sobrio mausoleo bajo tres
losas
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
de granito del Guaclarrama y en el que no me parece recordar
cruz alguna. ·
Los cuatro fueron abiertamente anticatólicos. Los cúatr0
murieron sin sacramentos. Uno, Castro, era un fraile apóstata.
Dos,
Sanz del Río y Azcárate, perdieron en años jóvenes a su
mujer y al único hijo que tuvieron del matrimonio que, o nació
_ muerto o murió a las pocas horas. Sanz del Río se casó en 1856
con Manuela Jiménez Arreo. El 2 de abril de 1857 «a las 5 de
la

tarde nació
mi hijo de todo tiempo y sano, sin vida» (Diario).
Y el 19 de febrero de 1859 fallece su mujer. No duró tres años
su matrimonio.
Azciírate se casó con Emilia Inenarity el 20 de
octubre de
1866. «El 15 de febrero de 1868, al año y medio
escaso
de matrimonio, su

mujer, que no había cumplido todavía
los veinte años, murió de una fiebre puerperal
_ en

su
primer
parto, y el hijo que dio a luz no la sobrevivió más que unas
horas» (Pablo de
Azcárate: Gumersindo

de
Azcárate, Madrid,
1969, pág. 18). En 1882 Azcárate contraería de nuevo matrimonio
con
María Benita

Alvarez Guijarro de la que no tuvo descen­
dencia
y a la que también sobreviviría. A partir de las muertes
de Manuela
y Emilia se radicalizaría en Sanz del R!o y .Azcárate
la

animadversión contra la Iglesia.
El cuarto, Giner, fue también estéril en cuanto a
descen­
dencia
cárnal pues pennaneció soltero toda su vida. Y en su
entorno, otro clérigo apóstata como Tapia o apóstata
y aman­
cebado como Barnés. Verdaderamente era un círculo freudiano.
Pleno de resenimientos
y frustraciones.
La
comunidad de

desgracias
y carencias, de rechazos socia­
les· y situaciones ambiguas fortaleció lazos y fidelidades y creó
ámbitos fortificados frente al exterior hostil. Ello explicaría otra
·característica no
estudiada de la Institución, úpica de todos
los
g!Jettos: su endogamia.
Los apellidos institucionistas se entrelazan hasta
constituir
una

verdadera
gran familia.
La revolución de 1868 encontró a esa gente -era la pre­
institución- en un solo bando. Natural. La Universidad de
Ma­
drid pasó a sus manos. Sanz del Río fue repuesto en sn cátedra
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EL SECTARISMO, FUENTE DE ERRORES POLITICOS
aunque moriría enseguida; Castro es. nombrado rector. La di­
nastía de Amadeo contará en ellos con importantísima adhesio­
nes y
la primera República tatµbién.
La

revolución de 1868 era tan inviable como
la desacredi­
tada dinastía que derrocó. Conservadores como Topete o
López
de Ayala junto a radicales como Rivera y ambiciosos como
Serrano o Prim no
podían consolidar
un régimen estable. La
poderosa personalidad del marqués de los Castillejos pareció
inclinar la situación· a

su espada de fortuna. Pero los disparos
de
la calle del Turco acabaron con la ilusión y dejaron a la
monarquía que
había ideado y pensaba tutelar, absolutamente
indefensa.
Esa monarquía era la negación de todo lo que había supuesto
la
monarquía española,

por adulterado
que ello
estuviera en la
casa de Barbón. Y en ese navío
embarcaron bastantes

institu­
cionistas aunque no condujera a puerto alguno. Desde
él, como
antes con Prim, se podía
hostilizar a

la Iglesia.
Concluida su efímera navegación,. la República, todavía
más
radical, parecía augurar

un anticatolicismo más militante. Y
allí
estuvieron. Pero aquella República era todavía más caótica que
la monarquía dimitida y que la derrocada. Los del gtupo que­
rían otra España y la República
parecía proponerse

que desa•
pareciera España. Tras el naufragio de Pavía hubo que recurrir
al sálvese quien pueda.
La Restauración fue Orovio y la privación de sus cátedras a
Giner, Azcárate y Salmerón. Unos quedaron con la añoranza
de la República y otros, los más frescos o los más realistas, em­
pezaron a

crear lo que sería el partido
. fusionista.
La

militancia republicana pronto se vio
sin el menor futuro
y la muerte de Salmerón, que había agrupado en
tomo a sí a
numerosos

institucionistas, Azcárate entre ellos, en 1908, ter­
minó con las esperanzas de casi todos los que le habían seguido
en pos del ideal republicano. Lo que dejó tras su fallecimiento era tan
poco de recibo como la utopía federalista de Pi y Mar­
gall, que llevaba
directamente a la ruina

de la patria o el cuar­
tel general de conspiraciones perdidas que acaudilló aquel hom-
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIG01M
bre de tanta honradez como poca. inteligencia que se llamó Ruiz
Zorrilla. El partido liberal tuvo
más porvenir
político
y en él en­
contró
la Institución su más firme valedor. En 1881 Albareda
reponía en

sus cátedras
a.· ]os
cesados por Orovio. Y
de insti­
tucionistas se nutrió
la política anticatólica del parrido liberal:
Moret,
Canalejas, Amalio Gimroo, Romanones, Alba,
Altami-
ra ...
La protección gubernamental hizo posible el Museo Peda­
gógico -intento
de crear' wi cuerpo de maestros al servicio de
.los ideales

laicos de
la Instit11ción--, la Junta para ampliación
de estudios
-
mismo fin, sólo que con los catedrá­
ticos de Universidad aunque se disimulase con
el perfecciona­
miento de estudios en el extranjero--, la Residencia de estudian­
tesc ..
Pero la corrupción del sistema tenla que herir conciencias
tan
escrupulosas como
las de Giner o Azcárate. Y, además, para
los
herederos de

Sagasta una cosa era legislar contra la Iglesia,
a lo que siempre estaban más o menos dispuestos,
y otra las
elecciones. En las de 1916 Fernando Merino, yerno de Sagasta
y gran cacique de León decidió dejar a don Gumersindo sin
escaño, aunqne tras treinta
años ocupándolo easi parecía de su
propiedad,
y no le fue difícil conseguirlo.
El
partido liberal servía para aprovecharse de su legislación
y de sus pres11puestos y para pilotarlo, mejor desde fuera que
desde dentro, en
s\1 política
sectaria. Pero estar
allí era dema­
siado para los puros. Agotada
la aventura salmeroniana, que
había producido

tan nulos resultados, se intenta ahora
la refor­
mista
de Melquiades Alvarez. Sería un partido limpio al servicio
de los ideales laicos
y con una importante novedad, Convenci­
dos
del poco poder de convocatoria de los ideales republicanos,
defienden
ahora la accidentalidad de las formas de gobierno.
Era una tácita aceptación de la
monarquía. Ello venía favore­
cido

por lo que parecía
el arrepentimiento del rey, tras el fusi­
lamiento de Ferrer, con el cese de Maura. Alfonso XIII
y la
izquierda iniciaban un idilio que terminaría como todos los que
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EL SECTARISMO, FUENTE DE ERRORES POLITICOS
en el mundo se hru¡: <¼do entre la monarquía y la revolución:
en el cadalso o en
el exilio.
Lo que se pretendía con ,el partido reformista era lo de
siempre: laicización
de la enseñanza, separación de la Iglesia ...
Pero de nuevo se
,partía en
un vehículo averiado. Se sabía muy
bien a
dónde se q11ería llegar

pero el motor no funcionaba. El
pueblo español se había dividido en dos bandos: el católico, que militaba en los restos del carlismo, en el partido conserva­
dor o, con
la incoherencia propia de nuestro pueblo, en el libe­
ral y la mayoría en ninguno, y
el anticatólico. Y estos , últimos
no
querían saber nada de esa vaga pero sentida religiosidad de
Sanz del Río, Castro, Giner o
Azcárate q11e

en verdad era un
protestantismo liberal, planta
exótica entre

n11estrás gentes. La
Semana trágica de Barcelona había sido el preludio de 19 34 y
1936.
Algunos de los «nietos» de Giner se habían apuntado
, ya

al
partido socialista: Besteiro, Femando de los Ríos ...
Ahí podía
estar
el porvenir. Desde las masas proletarias descristianizadas
se podría hacer otra España acat6lica y distinta. Sí, sería
acatólica y distinta. Pero muy distante de los ideales de aquel1a
minoría culta,
universitaria y

algo
snob que veneraba la memoria
de Giner, muerto ya en 1915.,
El «no es esto, no es esto» de Ortega sólo es comparable al
calvario que Julián Besteiro pasó
én su partido. Y que le llev6
a terminar sublevándose militarmente contra Negrín. O al riesgo
físico de muchos intelectuales de
izquierda en la zona republi­
cana que les llev6 a huir en
la primera ocasión: Ortega, Mara­
ñón, Madariaga,

Pérez de
Ayala,. .. En

el fondo estaban mucho
más cerca, salvo en el sectarismo religioso, de un Dato o in­
cluso de un Maura que de Largo Caballero, Carrillo, Líster o el
Campesino.
La victoria de Franco acab6
con la Institución. Hoy, sus ecos
son pura historia reservada a investigadores.
La política antica­
tólica que

pueda desarrollarse en el presente tiene unas fuentes
muy distintas a las de
la Institución, salvo, quizá, en un ministro
de nuestros días que podría considerarse «tataranieto» de Giner.
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FRANCISCO ]OSE FERNANDEZ DE LA CIGONA
Curiosamente la influencia más gineriana en estos últimos años se produjo en vida de Franco en la
Ley General de Educaci6n
que
copió

literal y vergonzosamente textos institucionistas de
la Memoria del
Instituto-Escuela de

1925
y· del
Real Decreto
que lo
creó en

1918. Y cuando digo vergonzosamente nÓ me
refiero al contenido, que
caéla uno

puede tener su opinión sobre
él, sino a que el ministro de turno, un desdicbado ministro por
otra. parte, fue incapaz de hacer una ley propia. O de darse
cuenta de que le colaban de matute unos textos que eran un
plagio literal de
lo publicado cincuenta años antes. ¡Todo un
signo de modernidad!
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