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Número 245-246

Serie XXV

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García Morente y el estilo de España

GARCIA MORENTE Y EL. ESTILO DE ESPilA
-l. Prolegóinenos.
POR
MIGUEL AYUSO
Un fenómeno curioso del presente. intelectual y. literario es
la
proliferación -uso,
abuso,-de
conmemoraciones.
En su
raíz· hay

algo de cronolatrla: los temas que merecen la
dedicación del escritor son los
· de actualidad, caracterizados in­
cluso como «acuciantes»; apenas hay vigencias -qQe recordar, sinO
apresuradamente, y a través de las solicitaciones de los aniver­
sarios.
Aunque quizá el factor determinante pueda encontrarse en
las seducciones que el periodismo ejerce sobre quienes se ocu­
pan de temas de inteligencia. Ciertamente, lo
actual llama a lo
vigente para poner un punto de luz en la visión de los proble­
mas y orden en la
comprensión de
la realidad. Pero esa llamada
queda, con demasiado frecuencia, inatendida, merced al griterío
impuesto por el
«pedagogismo» de· los

medios
de· información,
viniendo

sólo a
encontrar eco
a
través ·del resquiciQ

menciona­
do de las efemérides.
* * *
En cualquier caso, el tema de que voy a tratar demanda re­
flexión · por

razones que exceden del recuerdo piadoso de una
sefiera figura de nuestra tradición· en el centenario de su
naci­
miento.
Que la comprensión -supuesto problema o enigma-de la
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MIGUEL AYUSO
ejecutoria de Espafia no es cuestión cerrada para nuestra inte­
lectualidad lo muestra a la perfección el éxito de la
España in­
teligible de Julián Marías (1).
En el terreno de los hechos, por otro lado, se hace cada vez
más
presente lo' ,que Alvaró D'Órs ha llamado aporía capital de
nuestro tiempo (2): la crisis
élel «Estado
nacional»
pennite con­
jeturar

la superación de la actual estructura estatal
( ad extra
por organismos supranacionales, y ad intra por autonomías re­
gionales); pero,
por una

parte, aquellos ,organismos se
han evi­
denciado vacíos
de. toda

idea moral y, por la otra, el nuevo
auto­
nomismo

revolucionario
no sirve

para hacer
,patria, sino

sólo
para deshacerla. Entre un europeísmo que cabalmente no es sino
encogimiento del

universalismo católico
;_fórmula secularizada
para

designar la
Cristiandad__:_ y

un autonomismo extraño a la
noción histórica de
libertad concreta, recupera urgencia conocer
y
amar el genio de España, Para este designio, el pensamiento
del óltimo Morente resulta aleccionador, hoy más
que .nunca,
tanto

por la hondura de su
meditación sobre
el estilo nacional
como por el acierto de su
simbolizaci6n en la figura del caba­
llero cristiano.
II. El lugar intelectual de :Morente.
Pero, previamente, se hace preciso localizar a nuestro autor,
con la inayor concreción posible,
dentro de la historia del pen­
samiento. ¿Cuál es el lugar intelectual de Morente?
De la .mano de Fernández de
la Mora se Ié puede adscribir
a la concepción tradicional del mundo y, más exactamente, a la
escuela. de Menéndez
Pelayo -el del Brindis. del- Retiro y el
Epilogo de los heterodoxos-y del Maeztu converso: «Moren­
te,
al consagrar su madurez al tema de la hispanidad, no hizo
(1) JuLIÁN MA!ÚAS, Bspalfa inteligible. RJU.ón histórica de las Bspa-
ñas,
Alianza Editorial, Madrid, 1985. . .
(2) ALVARO D'ORS, «Tres aporías capitáles», en RJU.ón Bspafiola, nú­
mero 2 (1983), pág. 213.
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GARCIA MORENTE Y EL ESI'IW DE ESPAl'vA
otra cosa que ser fiel a su . vocación y atender al. asunto .que le
era
más
próximo en el espacio, en el tiempo y en. el amor. En
suma: la teoría · de España refleja al Moren te más consecuente
y auténtico, y es ella .la que, además, confirma la ubicación tta­
dicional de su
pensamiento» ( 3 ). .
Su

anterior vinculación
al kantismo -que conoció y expuso
como

nadie
pero al que apenas aportó nada en cuanto que sis­
tema-o su adhesión al vitalismo. orteguiano · --además de cor"
ta,

superficial-
. sólo

pueden entenderse como zonas de paso,
ttansitorias
y anecdóticas: por definición. El García Moren~ que
. interesa

al
pensamiento español es el de la etapa madura, subsi­
guiente a su conversión
y ordenación sacerdotal. Y su aporta­
ción más valiosa encuentra su sede en la Filosofía de la·
Historia,
a la que dedicó sus últimos afanes.
Rafael Gambra, en una maravillosa evocación del Garc/a Mo­
rente t¡ue conoci6, se ha referido delicadainente al problema es­
piritual
que hubo de presentarse al profesor coovertido a su
vuelta a
la Universidad. Fue el enfrentamiento del hombre nue­
vo

con
la vieja tarea. Y ha imaginado lo que sería para él la sa­
lida diaria desde
el Seminario a la Universidad: «Un hombre
que se había visto renovado interiormente
por una nueva fe, re­
vitalizado

por ilusiones, afectos e imperativos. distintos a los que
conoció, que
hab.ía vuelto

a hacerse
nilío para

vivir dócilmente
una vida escolar de enttega
y ·olvldo; tertía ahora, por la misma
obediencia, que salir diariamente de aquel mundo
nuevo y zam­
bullirse por unas horas
en el viejo mundo que abandonó .. ,» (4).
¿Cómo podría desempeñar en
él .el papel de viejo lnaestt"o?
¿Cómo sería el

reencuentro con los problemas
filosóficos anti­
guos
.y con muchos de los antiguos alumnos que le escucharon?
(3) GONZALO FERNÁNDEZ. DE LA MORA, «El lugar lntelectual de Mo­
rente», en La Estafeta Literaria, núm. 387 (1968), pág. 9; también en el libró Pensamiento español en 1969. · De Sanz del Rio a Morente, Rialp,
Madrid, 1971, pág. 99.
( 4) RAFAEL GAMBRA, «Estudio preliminar• al libro Ideas para una
filoso/fa de la historia de España, Rialp, Madrid, 1957, págs. 17-18. Este
estudio también se public6 bajo el titulo «El Garcla Moten te que. Y!> oo­
nocí», en el núm. 32 (19,7) de Nuestro Tiempo.
523
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· MIGUEL AYUSO
En efecto, .admira contemplar la «extraordinaria irrupción
de la gracia», el modo de obrar del Señor. Porque el retorno a
la fe no se produce por una mera conjunción de circunstanéias
intelectuales -su racionalismo no
· le
alcanzó
la paz espiritual
sino

que,
al contrario, le fue sumiendo en un desasosiego cre­
ciente- con otras de tipo histórico -ese momento de la guerra
civil en que los acontecimientos
· se

precipitan y la muerte
«ronda en torno nuestro, nos. ·acecha y cae sobre nosotros como
el trige sobre su presa» ( 5 )-; no fue sólo pura coincidencia de
convencimiento
espiritual y

vivencia histórica. El
hecho extraor­
dinario ( 6) que tan abismalmente habla transformado su vida fue
«una luz bajada de lo alto, un inmenso consuelo». Pero, en cam'
bio, había dejado

subsistente su edificio conceptual anterior.
Nota que se resquebraja, que hace aguas por momentos. Pero
sigile
· 1evahtado, porque el Señor no· · precisa

de filosofías para
su llamada, y la efusión de su gracia sortea los muros de la in­
comprensión/ o el prejuicio
intelectualés.
Una

vez
consumada la
obra de Dios
es cuando, al renovar
radicalmente la existencia, se muestra urgente
· la necesidad de
repensar·
las filosotías, las

ideas y las opiniones. En esta tarea
ocupó sus
últimos años, aunque .Ja labor no llegara a ser coro­
nada por el éxito: no pudo alcanzar de modo trabado
la sínte­
sis entre
.lo · más

sano de
su antiguo

pensamiento y la filosofía
tradicional de
Santo Tomás· el.e Aquino.
En

cambio, como ha subrayado
Gambra -y

me parece
de
una extraordinaria importancia recordado hoy.:.....:, llegó, por d
efecto de su nuevafe viva y cordialmente sentida, a una intui­
ción clarísima, casi
· ·fulminante, sobre

la inspiración religiosa
que. entraña la historia de nuestra patria,
1~ misión histórica

que
ha guiado el proceder comunitario de los españoles. Resulta ins­
tructivo -escribe-- ver cómo un hombre del ambiente
liberal
y europeizador, «por el hecho de recuperar la fe de Cristo, intu-
(5) MANUEL GARcfA MoRBNTE, Ideas para una filoso/la de la histo­
ria de España, pág. 202.
(6) Cfr. en el libro de MAURICIO lruARTE, S. I., El profesor Garc/a
Morente, sacerdOte, Espasa. CaIÍ)e; Madrid, 1951.
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GARCIA MORENTE Y EL ESTILO DE ESPANA
ye inmediatamente el alcance religioso de esa trágica ejecutoria
histórica que )lamamos España, y también
la intención profun­

y '.antiespañola de la postura europeizado­
ra liberal» (7).
III. España como estilo.
A este tema deditó, entre otras conferencias y discursos, los
titulados Idea de la Hispanidad (
1938) e Ideas para una filoso­
fía de la historia de
España (194 3 ).
Sus aportaciones principales pueden resumirse en dos: la
primeta, positiva, es 1a
visión
del
estilo español
en clave católi­
ca;
la segunda, negativa, el rechazo del ideal europeizador como
imposible
histórico.
El pensamiento morentiano se enfrenta con
la esencia de
la nacionalidad y, considerando inaptos los vínculos naturales
-raza,
sangre, territorio,
idioma-, para forjarla, viene a
defi~
nirla

como acto
espiritual'.
Pero

dentro de las construcciones espiritualistas cree insu­
ficientes, tanto la que fundamenta la adhesión exclusivamente en
el pasado -al modo de Renan- como
la que pone por úni­
co fundamento la proyección en el futuro -como Ortega y
Gasset-. No,
la explicación no puede hallarse en un roman­
ticismo contemplativo,

ni menos aún en un voluntarismo sin
raíz.
Entonces, «¿por qué la nación rechaza ciertos proyectos que
se le proponen y aprueba y abraza ·otros? No hay más que
una
explicación posible: que esos proyectos de· empresa rechazados
no guarden con el presente y pasado del
país íntima
y profunda
afinidad u

homogeneidad»
(8).
(7) RAFAEL GAMBRA, Estudio preliminar, pág. 57.
(8) MANUEL GARcL MoRENTE, Idea de la Hispanidad, Espasa Calpe,
Buenos Aires, 1938, pág. 41.
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MIGUEL AYUSO
En cualquier caso, no se pueden poner al mismo nivel los
proyectos de
empresa con la convivencia histórica. España pre­
cisa

una definición dinámica o genética, una empresa, una tatea
cuya
realización encienda

o haya encendido el entusiasmo de to­
dos y sea o haya sido el norte de
la actuación pasada. Pero, para
encontrar esta empresa,
para localizar
esa tarea, no disponemos
de más criterio que
del pasado.
Al hallarse en
el pasado histórico espafiol diferentes épocas
-reflejadas en empresas distintas--, se hace necesario encon­
trar, en
la diversidad

de fines, el que actúe en el fondo de los
demás,
el que los compendie. Esa reduoci6n a la unidad es la
que, en última instancia,
justifica y

da
razón de ser a la filoso­
fía de la historia de
Espafia (

9).
La nación es, pues, un estilo -sello del
más auténtico

ser
moral-, susceptible
de evocación pero no de definición: «Ser
espafiol es actuar «a la
espafiofa», de
modo homogéneo a como
actuaron nuestros
padres y abuelos» (10). ·
Ello -se ha

,observado- implica un tradicionalismo funda­
mental, un tradicionalismo que no significa «ni estancamiento
ni. reaoci6n», que · no representa «hostilidad al. progreso»

sino
que todo el progreso nacional «haya de llevar en cada uno de
sus moinentos y

elementos
el cufio y estilo que definen la esen­
cia ¡le la nacionalidad» (11).
Ese estilo hispánico, ese esti:lo
propio de la hispanidad, lo
encuentra
simbolizado en
la figura -:-imagen intuitiva-del ca­
ballero cristiano; protagonista de nuestra historia. De modo tal
que lo que descubre
el sentido profundo de ésta es la identificación
de
la patria con la religión: «La unidad católica de Espafia no
es, empero, un
hecho en la historia de Espafia, sino la defini­
ción misma,
· la

idea de
la hispanidad, la esencia de fa historia
espafiola»; El

catolicismo es consustancial· con
la idea misma de
hispanidad: «Ya sé que ha habido y
quizá haya
algunos que
pretenden negarlo. Pero será por
efímero capricho

intelectual
o
526
(9) Idem, Idea, párd una filoso/fa ... , págs. 243-4.
(10) Idem, Mea _de la FfüpanÚad, p,ig. 43.
(11)
Idem, Idea de la Hispanidad, pág. 54.
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GARCIA MORENTE Y EL ESTILO DE ESPANA
porque. intenten· y deseen personalmente · la descristianización de
España
a sabiendas de que Jo que de esta descristianización
re­
sultase

ya no
sería propiamente España,

sino
otra cosa, otro
ser, otra nación; o,
más probablemente

aún,
nada» (1_2).
Ciertamente --como se ha dicho--el Morente que así des­
cribe la historia de España es un hombre que se ha encontrado
a

sí mismo
y que ha iniciado_ una carrera, quizá breve y entre­
cortada,

no culminada o coronada, pero
estremecida _ de

inten­
ción creadora. Encontramos en su
formulación maúces

muy brillantes.
La
lilosofía del estilo que esboza. con máno maestra rubrica la cri­
sis --,enriquecedora-del racionalismo. Y le permite caracteri·.
zar

precisamente al espíritu revolucionarlo como
«el· pueúl -em­
peño

de racionalizar de una vez para siempre las formas
irra­
cionales de vida legadas por las generaciones anteriores» ( 13 ),
Su
obra, en
lucha contra el :i:acionalissno esquemáúco y fl!­
volucionario, quiere despertar el senúdo de lo histórico. Y quie­
re despertar y restaurar la piedad nacional. No cree que Espa'
ña

esté invertebrada,
no puede admiúr que sea un problema.
En su conferencia de juventud ÚI pedagogla social como pro­
grama polltico (1910), Ortega sinteúza con su esúlo brillante la
tesis problemaúzante que volvió a poner de moda -algún . tiem­
po

después
Laín: «España es un dolor enorme, difuso ... ». Di­
ríase
que

es una inmensa polvareda que ha dejado un ejército
a su paso por la historia
(14).
Muchas veces he pensado en estas palabras, preguntándome:
¿De dónde trae origen esa polVáreda que impide discernir la
verdadera faz de España?. ¿Cuál es el origen de esas brumas?
El polvo que impide ver a un
obse,:vador tan sutil es
con­
secuencia de su obra.· Trae causa de la demolición de todas
-las
iglesias y catedrales, de la destrucción de todos los monasterios.
Procede del intento de
. borrar
toda huella de la Iglesia
.. Es· con-
(12) Idem, Ideas para una fi/oso#a ... , págs, 262 y 261.
(13)
Idem, Ideas para una filoso#- ... , pág. 210.
(14) Josá ÜR1'EGA Y GASSET, «La pedagogía social como programa
político», en Discursos politlcos, Alianza F.ditorial, Madrid, 1974, pág. 42.
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MIGUEL AYUSO
secuencia de la hoguera en que arden los libros de la cristiana
sabiduría. Ve sólo
polvo porque ha prescindido de la única luz
capaz de disipar las brumas, percibe sólo dolor porque ha pre­
tendido
destruir la

esencia de España.
Menéndez Pelayo lo escribió en gruesos volúmenes y
la in­
telectualidad krausista se burl6 displicente cuando no se encen­ dió de ira. Hoy, que nuestra patriá se diluye como unidad de
convivencia, estamos empezando a ver el cumplimiento de las
tesis del viejo polígrafo. No tenemos más grandeza y unidad
que las que nos da el catolicismo. García
Monente confirma

desde su excurso de
filosofía dé
la

historia
la gran lección menéridezpelayiana: «Otras naciones
se ha.n
hecho de
otros materiales. España está
·hecha de fe cris­
tiana y de sangre ibérica. . . El· catolicismo en Francia es un am­
biente, en el
cual se puede vivir; es 11Íl marco, un cauce, dentro
del cual puede discurrir
la vida; pero no es el nervio, no es el
eje
necesario de· la existencia nacional

...
En España, en

cambio,
la religión católica constituye la razón de ser de una nacionali­
dad
que se
.ha ido realizando y manifestando
'en 'el tiempo, a la
vez,· como naci6n y cómq c.it61ica, nó por · superposición, · Sino
por identidad radical de ambas ·condiciones» ( 15). Sínteshr que,
a la fuerza de sus
razones, une
la
·evidencia de
ser la
úñii:á. Pues­
to que los intentos de Menéndez Pida!, Américo
Castro o

Claudio
Sánchez
Albomóz se

quedaron· en
el· camino, . sin

lograr rematar
una definición.
Para la de Menéndez Pelayo
-que no

es otra que la de Mo­
rente-'--no son· menores

garantlas los fracasos de otros inten-.
tos que su propio apoyo en
la larga historia que resume. Los
grandes autores del tradicionalismo no lo habrían dicho mejor
que el viejo profesor

de la Institución Libre de
Enseñanza.
'I'an
sólo

es dado
poner un
«pero» a las marivillosas pági­
nas en que el converso ferviente va desgranando las
cuentas del
rosario

de la historia patria con conciencia clara y unción reli-
(15) MANuEL GARCÍA MoRENTE, Ideas para una /ilosofla ... , páginas
2#5.
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GARCIA MORENTE Y EL ESTILO DE ESPAlM
giosa. En esos escritos ---0bserva Gambra (16}-se nota un
abuso del concepto
«España» como
sustancia
cuasi personal.
Parece

sumarse así -y es explicable por la exaltación de
.la
postguerra

en que fue
escrito-a la sustantivación, propia de
nuestra época, de
las. naciones

(llámense Francia, España o Ale­
mania), convertidas por lo mismo en sujetos agentes de
la his0
toria. Sin embargo, no es menos cierto, como añade Gambra, que el
contexto de su doctrina es, en su fondo, opuesto a una
sustanrivación de
la Patria o del Estado al modo totalitario. Y
hasta el punto de que
para la fundamentación de una idea di­
námica, histórica

o tradicional de la patria se encuentran en
esto~
textos
materiales

de
excepcional valor:
«La patria, escribe
·por
ejemplo,

nos da
de continuo nuestro ser, y nosotros, de conti­
nuo, merced a nuestra acción, damos vida histórica a
la pa­
tria» ( 17).
No se trata, por tanto, sino de una deficiencia de expresión.
No encierra error de concepto
alguno. Morente

no se adhiere a
la
nación como

a una entidad
metafisica subsistente,

ni confunde
el amor a
la patria con el nacionalismo. ·
* * *
De su íntima aceptación del éstilo español deriva imediata­
mente
el repudio de la «europeización».
Si la historia se hace mediante una actividad de invención
apoyada en la
tradición, es

decir, en
la transmisión depurada del
estilo nacional de una generación a otra (18), la continuidad his­
tórica deviene imposible cuando el futuro es disconforme con ese estilo nacional. De ahí que el mayor. error que puede come­ter un hombre público es
el proponer a su país lo que. denomina
imposible hist6rlco.
(16) RAFAEL GAMBRA, Estudio preliminar, pág. 58.
(17) MANUEL GARCÍA MoRENTE, Ideas para una /ilasofla .. ,, pág. 206.
(18) Idem, Idea de la Hispanidad, · pág. 53.
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MIGUEL AYUSO
En su conferencia sobre La estructura de ta historia ( 19) dis­
tingue lo que en la historia es posible (lo que tenga rdación de
congruencia con d estilo nacional), imposible (lo que rompa esa
congruencia) y necesario (lo que, siendo posible, está encajado
totalmente en el . fondo del
alma nacional presente).
Y en Ideas para una filosof!a de la historia de España pre­
cisa,
con base

en una distinción entre persona y sujeto,
d im­
posible histórico, como la contradicción .entre persona y sujeto: «Cuando una nación
--o el gobierno de una nación- concibe
fines
y objetivos que son incompatibles con la definición pro­
funda
de. la
persona colectiva nacional» (20).
Es para los designios europeizadores para los que destacada­
mente reserva tal concepto Morente: «Si esos ideales
más o
me­
nos
europeizantes, que. de vez en cuando, desde 1700, algunas
minorías
de refinada
cultura propusieron a España, han sido
siempre al fin
rechazados o

desatendidos por nuestro pueblo, es
porque en
d fondo

no eran
españoles, no estaban de acuerdo
wn la esencia y estilo de la personalidad nacional y representa­
ban imposibles históricos» (21 ).
Estos grupos
de españoles que, desde
hace más de cien años,
venían desesperando del porvenir natjonal, eran hombres de poca
o ninguna
fe cristiana: « Y si sentían temores por el porvenir de
España, era porque,
asociando la nación española a la religión
cristiana, experimentaban
1a aprensión, más o menos consciente,
de que el catolicismo fuese ya algo
definitivamente pretérito, una'
especie

de
anacronismo hist6rico
en
el mundo, una forma de
pensamiento y de vida llamada a
desaparecer pronto»
(22).
El
aciert~ sólo

aéompañaba a estos españoles en
la asociación
del sentimiento religioso con
la esencia de la hispanidad. En todo
lo demás erraban. Principalmente en creer que Europa -y tras
(19) Idem, «La estructura de la historia»-, conferencia pronunciada en
Pamplona el 8 de abril de 1942. Incluida en Ideas para una filosofla ... ,
págs. 195-6. . .
(20) Idetn, Ideas. pr1ra una fi!-Oiofla.,.; pág. 283.
·· '(21) ·
Idem, Id!!as 'para una fiÍosofla.,.; · p6g. 283. ··
(22)

Idem,
Ideas para ·u11JJ filoso/la;:.; p,ig, 305.
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GARCIA MORENTE Y EL ESTIW DE ESPAJU
Europa el mundo- «se había definitivamente descristianizado
y que los días de la religión católica sobre el planeta estaban
ya

contados». «Esta falsa
convicció!l era
la que les
impelía a
procurar que

España se europeizara, lo cual,
con su terminología,
venía
a significar que

se
descristianizara».
También

en este punto se
alinea. Moren te

en el
tradicionalis­
mo.

Europa -según una interpretación enriquecida desde
distintos
ángulos
por

Francisco
Elías de
Tejada, Rafael Gambra y
Alvaro
D'Ors

(23
)--es
un
medio secularizado, laico,·

en el que convi­
ven grupos y confesiones que no aspiran a presidir la
coexis- .
tencia

general ni a prevalecer sobre los demás. Europa es la que
sustituyó a la Cristiandad cuando ésta
se escinde

por obra de
la
Reforma protestante ... Nuestra patria, en cambio, se mantuvo en unidad religiosa como una comunidad de fe y de sentimien­
tos por todos compartidos. Y sostuvo el ideal de Cristiandad en
. cl suelo. político revolucionario de Europa y su mosaico de na­
cionalidades laicas: quiste de
gemeinschaft en un cuerpo de mera
coexistencia, resto de armonía en una construcción equilibrista,.
de fuerzas paralelas . y de sentido contrario, reducto de jerarquía
y organización en el mundo -de lo que el filósofo belga Marce!
de Corte
ha llamado la disodedtld, ruina de sólido casti_llo en el
dominio de la pedriza o canchal
de las ideologías.
«Europeizarse»,
en

fin, significa para los españoles rendirse
pacífica, voluntariamente, después de más de

dos siglos de lucha.
Con otras palabras, supone renunciar
a su

fe
y liquidar su cul­
tura. Es admitir · que en nuestra historia .«a lo divino» hay un
desviacionismo cuyo
cu±so sólo . puede
ser
corregido -y remon­
tado-
mediante el

reconocimiento de que los españoles erramos
de
camino, mientras

que los que tenían razón eran los extran­
jeros.
(2}) Cfr. FRANc,sco EL!As DE TEJADA, La monargulá tradicional, _Rialp,
Madrid, 1954, págs. 31-68, princip,llmente; RAFAEL GAMBRA, Eso que ll<1-
man Estado, Montejurra, Madrid, 1958, págs .. 2_15-229, principalmente;
AJ.VARO D'Ül!s, De la gueffa y de la paz, Rialp, Madrid, 1954, y también,
~ su «prólogo» al libro de ROMANÓ GU:ARDOO, El mesianismo -en ef-mito~
la revelación y la polltica, Rialp, Madrid, 1948, págs. 52-59, principalmente.
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MIGUEL AYUSO
Estas razones, en las que se comprende en toda· su amplitud
la afirmación laicista y europeista, exceden con mucho de la apro­
ximación o integración
utilitaruis en
tales o cuales grupos econó­
micos, militares,
técnicos en

fin, que abarquen otros pueblos
europeos. Lo que articulan es una
ideología mítica

que ve en
Europa no la
solución de

algunos problemas sino el fin del
pro­
blema de España.
IV. Conclusión.
La «enentiga» desatada contra Morente por sus antiguos co­
rreligionarios es, pues,
comprensible. Para
ellos su conversión no
pasa de ser un triste fenómeno
y -su obra posterior sencillamente
«no existe». Sin embargo, hay una idea que quiero apuntar
para
cerrar

estas páginas de homenaje. Morente, con su nueva
fe, ad­
quírió, coino ha quedado
dicho, una

conciencia transparente del
carácter religioso de
la historia española. Quizá no fuera· ajeno
el proceso que culmina en la guerra de 1936, en que el reper­
torio de valores elementales, arraigados en nuestro pueblo, salió
a
· ]a superficie desbaratando al maraña de los doctrinarismos de
que aquél se
reculJre en
la
bo,;anza. ¡ ' . - . .
Hoy, .en 1986, en el centenario del nacimiento de Morente
y en el cincuentenario de . la por el momento última guerra de
religión,
me pregunto si, de haberse producido en nuestros días
su

conversión,
habría aparejado
tan clara intuición sobre nuestra
patria
y •u historia. ¿No estará en trance de desarticulación ese
repertorio de valores íntimos al que
aludía líneas
atrás? ¿No se
estará perdiendo la conexión de la
fe con las. realidades tempo-.
rales?

¿No nos encontraremos ante una destrucción de
la piedad
y un renacer de la barbarie? ¿No estará muriendo nuestro genio
histórico? Si García Morente se hubiera
convertido hoy,

tal vez no
habría sido

el cantor de
la unidad católica, e, inspirado por los
nuevos vientos, quizá
habría considerado la actitud de la Iglesia
durante
la guerra como un grave error. O quizá, no se habría
con\'ertido.
¿Para
qué?
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