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Número 305-306

Serie XXXI

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¿Hacia un nuevo orden mundial?

¿HACIA UN NUEVO ORDEN MUNDIAL?
·POR
JORGE USCATESCU
No nos extrañaría qne en la superabundancia de cursos, con­
ferencias y seminarios dedicados ahora, y, desde ahora en adelan­
te,
al tema que aquí nos aprestamos a tratar, se escandalizaran
los especialistas, animados por un irrefrenable optimismo
y por la
seguridad
de sus saberes, que fuese formulado desde el primer
momento bajo el signo de un interrogante en varios idiomas, o
nada menos que
de dos interrogantes en adecuada escritura cas­
tellana.
La caída del muro de Berlín, la caída estruendosa del
comu­
nismo, la vuelta de Africa del Sur a la comunidad internacional,
las perspectivas alentadoras de Maastricht en lo referente a la
Comunidad europea,
la reunificaci6n de Alemania, la recuperada
independencia
de partes importantes de Yugoeslavia, los éxitos
de
la ONU-USA en Irak, serían otras tantas justificaciones del
optimismo en
lo referente a las posibilidades de· confiar en un
nuevo orden· mundial
de cara al nuevo milenio. Las cosas serían
así, si las tesis del funcionario nipo-norteamerciano Fukuyama en
cuanto
al fin de la historia, y las de sus múltiples seguidores de
más que dudosa cultura, fuesen exactas. En realidad, las cosas
están de otra manera. De la manera entrevista por Federico Nietzs­
che, profeta de la situación del siglo y
de hoy y acaso de un pró­
ximo mañana. En efecto, Nietzsche nos habl6 claramente del fin
de la cultura, sustituida por el triunfo de la historia. Con la im­
plícita subversión de los valores. De todos los valores. «Unwer­
tung aller Werte».
· Por ello, el comunismo nos dice desde hace
un siglo y sigue diciéndonos en China, en Perú, en Cuba, en
los
Verbo, núm. 305-306 (1992), 571-574 571
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camuflajes de los clubs políticos e intelectuales europeos, que
camina en «el sentido de la historia». De ello daba testimonio
hace cincuenta años Rubakov, el célebre personaje de Arthur
Koestler
en su novela Cero y el Infinito.
Porque, en realidad,
¿dóncle está el fin verdadero del comu­
nismo? ¿En el caos de Rusia y su, al menos temporáneo, terre­
moto de
las nacionalidades? ¿En la por ahora caótica imposibili­
dad de ver los beneficios de un mercado libre
y una sociedad
capitalista,
en ]os países liberados del comunismo? ¿En países tao
reconocidos como integrados ya en la comunidad de países libres
como Checoeslovaquia, que. conserva aún una Constitución
co­
munista y está amenazada por el desmembramiento? ¿ En la Po­
lonia del admirado Lech W alesa donde la economía y la sociedad
sufren aún sacudidas profundas? ¿En la Alemania oriental, por
muchos
años discriminada en sus raíces y en su mentalidad del
resto del cuerpo germano?
Consecuencia de la Segunda
Guerra Mundial fue sin duda
«un orden anárquico» a escala planetaria, como decía hace años
Raymond
Aron. La experiencia del mundo, ha llevado patente­
mente a lo que
Heidegger llamaba. su radical ingobernabilidad.
La
geogra/111 del hambre que nos descubría años atrás el amigo
brasileño J osué de Castro en su libró magistral, famoso como po­
cos · en su tiempo y totalmente olvidado en un tiempo que le daría
plenamente la· razón, aumenta en extensión e intensidad· amenazan­
do tndo el equilibrio del planeta. Los medios de comunicación del
mundo
han alcanzado grados máximos de intensidad y sofistica­
ción y el mundo ahonda cada
vez más lo que Rilke en su «Elegías
del Duino»
llamaba «comunicación ininterrumpida del silencio».
Esta sería
la perspectiva diríamos «filosófica» del problema.
La Utopía de aquel Estado mundial, del que nos hablaba Ernst
Jünger, tan de acuerdo con su fe en el nihilismo nietzscheano y
los
destinos de un Leviathan planetario ~rganismo y organización­
basado en el mito del trabajador y en
la superestructura, tan pa­
tente hoy, de una poderosa burocracia internacional reinante de
igual
modo en la ONU y en la Comunidad europea. Pero el lugar
preeminente lo ocupa, sin duda,
la perspectiva política real. Su
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trayectoria sale ahora a una luz más amplia que en la dimensión
más d menos «satánica» que va, en un _salto lústórico, verdade­
ramente trágico de Yalta a lv.lalta. De. repente, la confusa ingo­
bernabilidad del mundo en los últimos cincuenta años, nos lleva,
al trasladar nuestra reflexión a un principio de época que no
se
identifica con Y alta o Postdam. Conviene que nos traslademos a
un
momento muy anterior. Sus protagonistas son un profesor de
Princeton y un revolucionario del Volga. Wilson y su consejero,
el coronel tejano House, formulan los catorce puntos destinados
a crear, ya, en 1919, un nuevd orden mundial con Norteamérica
definitivamente a la cabeza. Vladimir Ulianov
Lenin formula tam­
bién sus puntos de un orden mundial, donde
la libertad no servi­
rla para nada.
Setenta
años después, el nuevo orden mundial de Lenin está
hecho pedazos, derribado por sus propios
males internos. El mun­
do de Wilson,
en cambio, se presenta como triunfante y sus idea­
les parecen indicar que un nuevo orden mundial dirigido por
Norteamérica
es posible. Setenta años después, los planes del Pen­
tágono hablan con claridad de su posible futuro y la
dolctrina de
Mac Namara sobre
la necesidad de varios puntos de apoyo de un
nuevo orden mundial, parece definitivamente olvidada.
La «Po­
wershift» de Toffler inicia su periplo imparable. Es la nueva ges­
tación del Estado universal de Jünger. «Lo que pertenece al ayer,
ya no es real, y lo que pertenece al mañana no se ha hecho aún
patente.
Así se comprende el error de quien considera que la
uniformización del mundo antiguo es característica esencial del
nuestro. Pero esta uniformización considera solamente el área de
disolución. El telón ha caído, se está preparando la transforma­
ción de personas y escenarios».
La máscara mortal de la civiliza­
ción cubre,
acaso por mucho tiempo, un mundo que se cree a sí
mismo sujeto
de una nueva gestación y que en realidad se lanza,
con su peso enortne y su enortne diversidad, en lo desconocido.
Fue un filósofo, sin duda alguna
el verdadero filósofo de
nuestro tiempo, el que diagnostic6 sin reservas la ingobernabilidad
del mundo. Justamente en
la hora aparentemente más propicia
para que un nuevo orden mundial fuera posible o por los menos
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pensable. Fue el mismo filósofo el que en la hora postrera, hora
de
kradical angustia, dijo simplemente esto: «Sólo un Dios puede
salvarnos». Angustia
y esperanza en una despedida a su siglo y
un débil saludo al nuevo milenio .
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