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Número 385-386

Serie XXXIX

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Charles Maurras, modelador de una época

CHARLES MAURRAS,
MODELADOR DE UNA ÉPOCA
POR
Tf!OMAS MOINAR
Hay serios obstáculos en nuestro camino cuando intentamos
dar a conocer a América la personalidad, la significación y el
pensamiento de Charles Maurras (1868-1952). Uno de estos obs­
táculos
es que los estudiantes americanos y su entorno acadé­
mico
han sido principalmente moldeados por el espíritu germá­
nico con alguna representación, aquí y
am, de la latinidad, un
Santayana o un Maritain. El sistema universitario francés está
lejos
de su habitual modo de pensar, y el modelo francés de la
enseñanza
es más distante todavía. Los escritos de Maurras han
sido,
por tanto, poco traducidos, escasamente discutidos (esto
sería
en nuestros días políticamente incorrecto), sin mencionar
que
no era leído a ningún nivel académico. El hecho, además,
de
que T. S. Elliot fuese un gran admirador de Maurras, no
ayuda, y aún disminuye al pensador francés a los ojos de los crí­
ticos americanos.
Hay además otras razones para el ancho distanciamiento.
Maurras
es la quintaesencia del pensador antidemocrático, y el
"pluralismo" representaría para él la coexistencia de varios mun­
dos cerrados, "repúblicas" bajo
la monarquía unificadora. Noso­
tros las denominaríamos como "minorías": protestantes, francma­
sones, judíos y extraños. Estas "repúblicas" casi autónomas, estos
cuatro caballos del Apocalipsis, penetraron en Francia como ele­
mentos extraños y con el advenimiento de la modernidad corro­
yeron su sustancia autóctona. Serían "repúblicas bajo
un rey" una
imagen ideal necesitada de un gran pacto de arquitectura polí-
Verbo, núm. 385-386 (2000), 371-381. 371
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tica. Para Maurras, el Estado (política) no puede ser separado de
los cánones clásicos (estética) (1).
Al llegar a este punto nos encontramos en el corazón de la
doctrina maurrasiana,
en el polo más alejado de las premisas
anglosajonas,
una visión mediterránea del mundo en la que los
griegos
y los latinos comulgan. El Estado es una obra de arte
(Aristóteles contrapesando a Platón
en una tensión inacabable),
un ordenado y justo arreglo, construido para la permanencia, un
ideal. Ello está lejos, inalcanzablemente lejos, de la politica prag­
mática del enfrentamiento
de camarillas, de los sistemas de voto,
de las encuestas, de violentas
banderías autorizadas. El espíritu
clásico está siempre presente
en la literatura maurrasiana, inclu­
so
en su nombre más representativo, Carlos-Maña Photius, el últi­
mo mercader griego de que haya noticia del siglo vr, descubridor
de Marsella, metrópolis del
Midi, no lejos del lugar de nacimien­
to de Maurras.
El ideal griego le acompañaría hasta el fin como
signo de perfección,
cima de plenitud, punto de referencia, y una
especie de control interior.
Se ha sostenido por "terribles simpli­
ficadores" que Maurras introdujo el fascismo
en Francia, y desde
luego fue sentenciado a prisión perpetua a
la edad de setenta y
siete·años, como "colaborador del ocupante germano". Este hecho
explica, por otra parte, porqué Maurras y su obra son práctica­
mente desconocidos
en los Estados Unidos, donde ocasional­
mente los alumnos.muestran cautelosamente algunos textos mau­
rrasianos como si fuesen estampas indecentes.
Vamos a intentar establecer aquí un mínimo de verdad. Hubo
algunos errores de juicio juveniles de Maurras,
pero fueron
entonces comunes
en la generación de Anatole France, Emest
Renan, y otros, todos seguidores del positivismo de Augusto
Comte,
un "científico", filósofo y sociólogo (este último término
acuñado
por el propio Comte), una doctrina no distinta de la de
(1) El espíritu helenfstico de Maurras y su inspiración son importantes fac­
tores considerados aquí.
Su formación prove11fal fue estructurada sobre las anti­
guas comunidades griegas
que se extendieron desde .Asia Menor hasta la costa
española. Estas comunidades fueron intensamente comerciales pero, por otra
parte, con una cerrada participaci6n de los extranjeros y otros extraños.
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Herbert Spencer en Inglaterra. Hemos de explicarnos la historia
del éxito de Comte y su influencia generacional por el hecho de
que el siglo XIX revolvió a Francia de arriba a abajo, una época
verdaderamente difícil. Se inicia con la conmoción mundial del
imperio napoleónico seguido
de tres revoluciones, que con la de
1789 a su espalda, cambió las estructuras de la sociedad; esto fue
seguido
por la crisis producida por la restauración o, en su caso,
por la abolición de la monarquía, la colonización del norte de
África e Indochina, la ilegalización de las órdenes religiosas por
una agresiva e ideológica república laica (1905). De este modo
una mitad de la "intelligentsia" de los países siguieron el positi­
vismo
de Comte, preparación para una sociedad científica; la otra
mitad fue católica y realista. Maurras aparece en una posición
importante como
un unificador de las dos corrientes. Un factor
unificador fue la general aversión
de Alemania, victoriosa en
Sedán (1870), una Alemania no obstante admirada por su pro­
greso
en todas las ciencias y tecnologías. Para Maurras, los ger­
manos eran los "otros" por excelencia (protestantes, románticos,
sentimentales y bárbaros), y frente a ellos el positivismo que
representaba la racionalidad francesa (greco-latina), la lucidez y
politicamente la mejor organización partiendo de un principio. El
clima ideológico para esta visión fue la claridad del aire medite­
rráneo,
el sol en lo más alto del mediodía, el silencio y equilibrio
celebrado
por el gran poema Le cimttiere marin de Paul Válery
-oscuridad germana frente a luminosidad francesa. La sabiduría
de los sabios pre-socráticos fue cercana a esta visión "proven~al".
En 1986 Maurras fue comisionado por su periódico para
informar en los primeros Juegos Olimpicos celebrados en Atenas.
Se discute
sobre si "descubrió" el ideal clásico en la Acrópolis, o
si este episodio
supuso solo la final revelación de las ideas de su
madurez. Este viaje fue
para él el momento más privilegiado,
como otros momentos fueron decisivos para Descartes y para
Pascal, y antes que ellos para San Agustín -los tres mediterrá­
neos. (Tengamos también
en cuenta que a lo largo de su vida
Maurras fue sordo
como una tapia; visión e intelecto fueron sus
principales canales
para aprehender la realidad del mundo.) Su
greco-latina
forma mentís representó para él la imagen de las clá-
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sicas columnas de la arquitectura política, de agudos contornos y
jerarquías,
con las que cada ciudadano ocupaba su lugar. Expre­
sado
en otra forma, existen las multiplicaciones de la sociedad
civil, pero las instituciones y finalmente
el rey hereditario se
hallan
en la cima. No es tan rígido como la República de Platón,
pero de una inspiración similar. No es fascismo, ni tampoco
nazismo, ambos demasiado turbulentos para las preferencias clá­
sicas
de Maurras, ambos extraños en razón de su ingrediente
socialista y de su entusiasta pero temporal unidad,
no fijada en
forma institucional. El edificio maurrasiano es asimismo diferente
del
de Car! Schmitt, el crítico germano del Estado moderno, cul­
pable de la constitución de Weimar por su fracaso por no desig­
nar a
un árbitro supremo en caso de alboroto y peligro. Precisa­
mente, el Estado maurrasiano
no necesita la designación de
árbitro;
pone tal función en el monarca, rodeado por leales fun­
cionarios civiles. Tomás Moro sería una
buena ilustración.
¿Es esto acaso una construcción utópica? ¿Se trata de la repú­
blica ideal de Platón, sin
un rey filósofo pero con un miembro de
carne y hueso de la nación y de su historia? Yo me inclino a creer,
más bien, que el reino maurrasiano es un intento de respuesta a
los políticos modernos "antes" de que la anarquía arraigue y se
deba hacer
un llamamiento al "hombre providencial". En su
forma
pura tal cuerpo polfüco no se encontrará nunca, pero se
ha de tener
en cuenta que Maurras creció en las primeras déca­
das de la tercera República, con su hipocresía y escándalos de
corrupción, su débil defensa nacional, incapaz de hacer frente a
Bismark y
al Kaiser y su hedonismo fin-de siecle. Treinta años
antes, en España, Donoso Cortés, desesperado por la ausencia de
una dirección por parte del rey, apelaba a un dictador para
gobernar
un imperio progresivamente pulverizado. Napoleón III
fue una débil imitación de tal dictador (2). En la Alemania del
Kaiser Guillermo,
Max Weber diagnosticó la moderna debilidad
política, aunque su solución difería de la de Donoso Cortés y de
(2) Parecidos, reales o fracasados coups d'Etat semi-militares, no fueron
infrecuentes en las nacientes democracias de la última centuria y en los primeros
años treinta,
desde el general Boulanger hasta Mussolini y Franco.
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Maurras. Todavía intentó traer un remedio a las mismas enferme­
dades, a saber,
la esperanza de que el patriotismo y la formación
de funcionarios civiles
protegerla la discutible validez del orden
democrático industrial.
En
una Francia todavía monárquica de corazón, Maurras no
tenía gran dificultad en encontrar apoyos para la restauración.
Desde el caso Dreyffus hasta la derrota
de 1940, medio siglo,
Maurras fue el indiscutible modelo de los oficiales del Ejército,
del clero, de las señoras elegantes, de las clases burguesas e
incluso de algunos patriotas izquierdistas que encontraban su
"república"
no suficientemente militante. Contrariamente a los
últimos tiempos, amplios sectores de
la "intelligentsia" fueron
también ávidos lectores del periódico de Maurras, la
Action
Fran{:afse, que personificaba las aspiraciones y gustos literarios
de la Derecha. Aún
en el día de hoy, los residuos de la Derecha
le consideran como su
maitre a penser, y no faltan jóvenes que
se declaran a favor de su causa, un decidido patriotismo. Muchos
de mis propios amigos
pagan tributo a su forma de pensar. En
realidad, cuando Maurras fue condenado a prisión, donde murió,
Francia se dividió de nuevo
en dos campos y la escisión casi
llegó a
una guerra civil cuando Charles De Gaulle concedió la
independencia a Argelia y liquidó el imperio.
Los seguidores de
Maurras nunca perdonaron al General Presidente (3).
Hubo,
no obstante, otras tragedias que desestabilizaron el
pedestal sobre el que se asentaba Maurras. En 1926, el Papa
Pfo XI, excomulgó la Action Fran{:aise (movimiento y varios
periódicos) descargando
un golpe casi mortal a sus seguidores,
la mayoría de ellos católicos, a partir de dicho momento dividi­
dos
en sus lealtades. Muchos se alejaron de Maurras, y unos
pocos volvieron cuando
en 1939 Pfo XII levantó el interdicto.
Mutatis mutandis, fue una especie de caso Lefebvre. Un segun-
(3) Esto parece una paradoja a partir de De Gaulle, vástago de una familia
maurrasiana, que instintiva y conscientemente asumió actitudes de monarca como
presidente de la República francesa (1960-70). En 1960 tuve la oportunidad de
o.bservarle en una conferencia de prensa en el palacio del Elíseo donde el aspec­
to de monarca como Luis XIV estuvo muy en evidencia.
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do episodio tuvo lugar en febrero de 1934, cuando la derecha
francesa vio llegado el momento de atacar al Gobierno y
al
mismo régimen por su continua corrupción y por la infiltración
comunista. Una enorme multitud estaba dispuesta a invadir el
edificio de
la Asamblea Nacional para "expulsar

a la canalla";
un
mensaje de Maurras, todavía y siempre solo un editor de perió­
dicos, auque gozara de
un prestigio único, habría bastado pro­
bablemente para lanzar
el ataque. En este momento oportuno
dudó, enseguida desistió, a pesar de la presión de sus jóvenes
discípulos para actuar. Éstos nunca le perdonaron
por haber sido,
en estas horas fatales, solamente un periodista (4). El año siguien­
te la Coalición de izquierdas, el "Frente Popular", alcanzó el
Gobierno
-quizás el factor decisivo en el desencadenamiento de
la Segunda Guerra Mundial cuatro años más tarde.
Las energías intactas de la Derecha el 6 de febrero (hay que
recordar que Hitler acababa de ser designado ¡Cancill\'r!) se con­
servaron hasta la derrota
de 1940 y la llegada del mariscal Petain
al poder. En una gran nación la historia de los acontecimientos a
menudo se repite. A mitad del siglo
XVIII. Francia tenia, es un
decir, dos cabezas: Luis XV y Voltaire, príncipe sin corona de la
República de las Letras. Algo parecido ocurrió en 1940: Petain y
Maurras.
El Mariscal, además, fue de hecho un maurrasiano como
lo fue la mayoria de los funcionarios del Estado de lo que
hoy se
denomina "Estado Francés",
una "república" sin más. La diferen­
cia entre las dos situaciones, separadas
por doscientos años, fue
resultado de la ocupación alemana.
La pregunta adecuada es:
¿hasta
qué_ punto el pensamiento maurrasiano fue responsable de
las nuevas leyes promulgadas
por el régimen de Vichy y, en qué
medida lo fue
por las órdenes del poder ocupante? Aún en nues­
tros días la respuesta está sin decidir, pues la mitad de Francia
mucho antes de estos sucesos había sido maurrasiana (y conti-
( 4) Entre los ardientes jóvenes que vieron esta ruptura entre las palabras y
los hechos como un escándalo algunos sucumbieron a la "tentación fascista".
Llegaron a ser simpatizantes hitleristas y más tarde cooperaron
con las fuerzas de
ocupación, uno, el gran poeta Robert Brasillach, fue sentenciado a muerte por la
dpuration y ejecutado (febrero de 1945).
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nuaría siéndolo hasta ese día). ¿Condenar a una nación entera?
¿Condenar a su mitad? ¿Estaba la otra mitad libre de errores polí­
ticos
y doctrinales? Evidentemente no, aún en el caso de consi­
derar
que el gobierno social-comunista fue fuertemente manipu­
lado
por Stalin, el cual saboteó la guerra que se avecinaba. ¿Qué
lado entonces fue culpable
de abrir las puertas estratégicas de
Francia
en el noreste de la frontera? ¿No fueron acaso los pacifis­
tas
de izquierdas que gozaron de popularidad en el exterior entre
sus aliados intelectuales compañeros de viaje de Stalin desde
Picasso
al Deán Rojo de Canterbury? (5). La historiografía de final
de siglo todavía
no ha dado una respuesta a estas cuestiones por­
que algunos vigorosos tabús
oponen un debate objetivo en cada
uno de los países implicados, incluidos los Estados Unidos.
Cierta-mente en este papel, para un contemporáneo que fuese al
mismo tiempo un hombre joven de la Europa Central, Maurras y
su pensamiento político no se considerarían elucubraciones ais­
ladas sino
que ocuparían una posición e influencia central en el
pensamiento desde Atenas hasta Buenos Aires, desde
W. Yeats
hasta Thomas Mann. Intentemos, pues,
desen¡narañar esta co­
rriente de acontecimientos que básicamente no tienen misterio.
1789 y sus revolucionarias secuelas demostraron, aunque
acaso con argumentos no burkeanos, que la democracia es ine­
vitable y que cambiará el curso de la historía de Occidente. El
propio Tocqueville tuvo dos opiniones acerca de este probable
futuro,
y, por ello, viajó por América: para entender el fenómeno
en profundidad, y así preparar su llegada a Francia. Al final de su
estancia estaba todavía indeciso
si dar la bienvenida a la demo­
cracia o prevenir contra ella,
pero entendió que el problema tras­
cendía de la política, que es fundamentalmente cultural, toman­
do
en el razonamiento público, el lugar de la religión, la estruc­
tura
de la familia. Posteriormente los inte/ectuales europeos del
siglo
y medio posterior a Tocqueville pérmanecieron parecida-
(5) Para los temas complicados permítasenos destacar que fueron también
pacifistas de la derecha que no quisieron perjudicar el equllib~io europeo de
poder, por ejemplo con actitudes desafiantes frente a la invasión de Etiopía por
Mussolini
(1935).
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mente dudosos. En cualquier caso, los dos experimentos extra­
europeos, el americano y
el ruso, abrieron horizontes a la nueva
ideología y llevaron a muchas naciones a abrazar alguna forma
de colectivismo, tales como comunismo, fascismo o democracia
de masas. Esto fue y todavía es "el espíritu del tiempo".
Maurras hizo otra elección: nacionalismo, pero
no a la mane­
ra de
una guerra, sino con una agresividad benigna, más bien un
patriotismo organizado, inamovible en su estructura clásica, seve­
ramente tradicionalista, construido de acuerdo con el ritmo de
un
crecimiento local natural, todavía no liberado de seguir el sende­
ro institucional.
La doctrina era bastante pragmática (Maurras
favoreció las "asociaciones
de voluntarios" que creyó haber
detectado
en los Estados Unidos), pero solo por defecto. Pudo
solo aplicar a un país y a un tiempo cuando las ideologías agre­
sivas se imponían a las masas. Discípulos desde el Brasil hasta
Rumanía, tenían
que formular su propio "maurrasianismo" adap­
tando a ser posible su pensamiento a las circunstancias locales.
Pero esto era imposible. Eventualmente sin
una referencia pre­
viamente aceptada (el
patriotismo era evidentemente una apro­
piación), el pueblo de la otra orilla empezó a referirse a las ense­
ñanzas maurrasianas como "fascismo". Evidentemente, ello no
fue exportable al comunismo soviético y a lo que había sido el
capitalismo democrático americano.
Por parecidas razones, el antisemistismo de Maurras y
(pronto) su anticatolicismo (heredado de Comte) también fue­
ron incomprendidos, a menudo a propósito por sus implacables
enemigos. Estos resultados le interesaban solo
en tanto que
afectaban a Francia. Ninguna ideología podía ser elaborada
sin estos elementos.
La unidad de la Nación fue la primera
consideración, y todo
Jo que no pudo ser asimilado a la misma
fueron los "elementos extraños" que Maurras denominaba
les
météques, la expresión griega para los ajenos a la familia, no
esclavos, ni de estratos inferiores, sino inasimilados. Tales opi­
niones fueron sostenidas
por Comte, Anatole France, los amigos
jóvenes de Tocqueville, Gobineau, Renan; la tragedia fue
que la
experiencia
de Hitler convirtió esta perspectiva esencialmente
griega,
en instrumentos racistas. Si Maurras fue responsable de
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CHARLES MAURRAS, MODELADOR DE UNA J1POCA
ello también lo fueron otros prestigiosos pensadores desde
Voltaire en adelante.
Esto nos conduce a
una visión mucho más compleja de
Maurras sobre la Iglesia, y
por consiguiente, a una reducción de
la animosidad contra él desde esta fecha,
en ciertos árculos cató­
licos.
Lo que se olvida es que los últimos poemas de Maurras
manifiestan
una humilde conversión, hasta tal punto que un Papa
llegó a proclamarle como Gran Campeón de la Iglesia. En su
lecho de muerte pidió y recibió los últimos sacramentos. Esto
no
supone negar el inicial positivismo de la errónea interpretación
de Maurras sobre el origen y trayectoria
de la Iglesia, una inter­
pretación bastante próxima a lo equivalente a
un movimiento
herético,
por ejemplo, el de Marción en el siglo 11 (a C.). La Iglesia
tiene dos aspectos, Maurras razonaba: los cuatro
emotivos evan­
gelistas judíos con su sentimental mentalidad misionera, y la sóli­
da superestructura modelada sobre las virtudes políticas romanas,
y su sentido de realismo construido sobre el conocimiento de la
naturaleza humana. Admiraba la herencia romana y minusvalora­
ba la semítica, considerando al medio Oriente como una fuente
en peligro para el cuerpo político. Solamente al final, Maurras
llegó a comprender
que no había franctura entre las dos heren­
cias o procedencias citadas; el Maurras militante de las primeras
décadas había combatido a los demócratas de Marc-Sagnier (en
La démocratle rellgleuse) como una amenaza doble a la Iglesia y
al Estado.
El fenómeno "Maurras" merece ser estudiado seriamente por
un especialista en historia de Europa de la primera mitad del siglo
veinte -la lucha por y contra la democracia-y también porque
ignorándolo se perderla una vacuna para los juicios erróneos
en
la teoría y en práctica política. Medio siglo después de su muer­
te la visión es bastante clara
aun si debe ser desenterrada de
debajo de estatos
de tabús y otros estratos de nuevos conceptos.
Como todos los importantes escritores políticos
-Platón, San
Agustín, Maquiavelo, Hobbes, Max
Weber-Maurras reaccionó a
lo
que él percibía como un descenso peligroso de la sobriedad
política, pero rechazó
en convertirse en algo válido universal­
mente
en un siglo necesitado de diagnosis globales y globales
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remedios. Su único interés era Francia. A los ojos de sus críticos
se convirtió
as! en un cerrado nacionalista, pero no as! a los ojos
de los conocedores de su enorme influencia y de su tentativa de
integrar
el pensamiento político en una perspectiva mediterránea,
y as! en una clásica visión. A una edad romántica y sentimental,
Maurras intentó rehabilitar lo racional como
una poHtica de inter­
pretación de lo real, aunque
no fue excesivamente optimista
acerca del 'futuro
de la inteligencia', el titulo de una de sus
obras
(L 'avenir de l'intelligence, 1905). Mucha más influencia
tuvo el libro antes citado de la Démocratie religieuse (1906-1913)
en el cual pulveriza la utópica infiltración de la doctrina de la
Iglesia
y la poHtica. Hasta cierto punto, la carrera pública de
Maritain como escritor fue
una respuesta a las tesis de estos volú­
menes,
y quizás no sea incorrecto opinar que el Concilio Vaticano
II (1962-1965), viene a significar la liquidación final de la crítica
maurrasiana de
un catolicismo social y sentimental. La controver­
sia
no es probable que acabe pronto (6).
La historia intelectual de Francia ha reconocido varias gene­
raciones de pensadores
y escritores que primero fueron rechaza­
dos
y después llegaron a considerarse como sostenedores de la
ortodoxia; por ejemplo, los pintores impresionistas, y poetas
como Beaudelaire, Verlaine, Rirnbaud y Mallarmé. Por otra parte,
han salido varias 'generaciones malditas" post maurrasianas,
aquéllas
que rechazaron la ineptitud de Maurras para liderar con­
cretamente tiempos de critica; y aquéllas que, ahora sine ira et
studio, han vuelto a él y a
su memoria como el permanente
defensor de
la claridad de pensamiento y del estilo. De hecho el
pensamiento de Maurras está hoy mucho más vivo cuando Fran­
cia se está disolviendo
en un potpourri de sentimentalismo pan­
europeo. Para estos discípulos, Alemania sigue siendo el adver­
sario, e incluso Fran~ois Mitterrand, Presidente socialista con un
(6) El pensamiento de Maurras está frecuentemente compendiado en la fór­
mula
politique d'abord, es decir, en los negocios y confrontaciones del mundo, el
interés político tiene una consideración primaria. La respuesta de Maritain fue
resumida en el "humanismo integral" divinamente inspirado como norma huma­
na sobre todas las cosas. La primera fórmula es excesivamente severa, la segun­
da irreal.
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pasado maurrasiano, tanteó muchos trucos diplomáticos (otro
sujeto tabú) para evitar la reunificación
en 1990 intentando disua­
dir a Gorvachov de que la avalase.
La historia, su paso según
Fukuyama, no está terminando y Maurras popular o maldito, es
probable que la acompañe como
un observador relevante.
Las generaciones maurrasianas están, si no desapareciendo,
perdiendo su influencia intelectual. El "hexágono" sirvió para una
política autosuficiente, pero ahora pierde su fuerza en el contex­
to global. Hay nuevos grupos derechistas,
un nuevo nacionalis­
mo dirigido
no frente a Alemania sino frente a los Estados
Unidos, dispuesto a combatir
en otros frentes que los estricta­
mente políticos. Tres decisivas instituciones importantes, activas
hasta
1960, han abandonado la causa nacional tal y como Mau­
rras la
habla concebido, y han aceptado una secundaria condi­
ción: el ejército fue internamente destruido y destripado
por De
Gaulle cuando concedió la independencia a Argelia; la Iglesia ofi­
cial
en el Vaticano II optó por el establecimiento del liberalismo
democrático y de su cultura; y la fortaleza mental, el sistema de
educación (enseñanza en liceos, un adiestramiento universitario
bien estructurado, escuelas de élite como la Escuela Normal Su­
perior) han sido todas desmanteladas. El pensamiento y la ense­
ñanza de Maurras, factores determinantes para media centuria,
son ahora una
rígida ortodoxia de ipse dixit, para los subgrupos
impotentes, y
un objeto de nostalgia para antiguos lideres e
ideales, En
un sentido, es la agonía de Francia.
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