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Número 385-386

Serie XXXIX

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La crematística

LA CREMATÍSTICA
POR
ÁLVARO D'ORS
En el primer libro de sus "Politicos", que dedica a la Econo­
mía, distingue Aristóteles esta ciencia de la
que él llama Crema­
tística (kremastiké). Ya Platón había caracterizado esta téklme
como el arte de hacer dinero, pero es Aristóteles quien señala
bien la diferencia entre esta ciencia y
la Economía.
Como la
polis se compone de familias (1253 b), Aristóteles ve
una correspondencia entre los elementos que componen una y
otras: libres y esclavos; pero
la familia cuenta con dos clases de
libres, los cónyuges y los hijos. En consecu¡,ncia, la Economía
de
la familia (nomos del oikos) consta de tres "relaciones: la despoti­
ké sobre los esclavos, la gamiké de los cónyuges, y la teknopoie­
tiké
sobre los hijos; es lo que la tradición de los moralistas cris­
tianos ha conservado con los nombres de "sociedad eril" (del ser­
vicio doméstico), "sociedad conyugal" y "sociedad paterno-filial".
De la Economía, dice Aristóteles, hay
que distinguir "la lla­
mada Crematística". Hace, en los capítulos IV-VII, algunas consi­
deraciones sobre la
despotiké, entre las que se encuentra la muy
trascendental de que, siendo la vida
praxis y no poiesis, conduc­
ta y
no producción, "el esclavo es un servidor para la praxis" y
no un instrumento de producción (1254 a). Sobre este principio
fundamental he insistido
en mis críticas del Capitalismo, pues
éste considera a los trabajadores
-hoy libres, y no esclavos­
como destinados a producir más que a servir. Tras estas conside­
raciones sobre la esclavitud, pasa Aristóteles
en su capítulo VIII
(1256 a) a distinguir la Economía de la Crematística: la primera se
refiere
al "uso" de los bienes, lo que podemos entender como
Verbo. núm. 385-386 (2000), 383-386. 383
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"administración", en tanto la segunda, a su "adquisición". Bajo el
concepto de "adquisición" distingue todavía la adquisición según
la naturaleza (1256 b), consistente
en la previsión de aquellos bie­
nes que son necesarios para la vida de
la polis o de la oiláa, adqui­
sición que entra
en el concepto de la Economía, de la adquisición
sin
lúnites de la riqueza, que es Jo propio de la Crematística: aqué­
lla es 'natural", y esta última, en cambio, no lo es (ou physeb, sino
"témica", resultado de

cierta experiencia
témica. Asimismo distin­
gue Aristóteles entre
el cambio natural de bienes, cuando se inter­
cambian cosas útiles
por otras útiles 'y no más", y el comercio en
que interviene el dinero como medio de valoración para el inter­
cambio; aquel trueque de bienes "no es contrario a la naturaleza"
(1257 a), y por eso aquel intercambio sigue perteneciendo a la
Economía, como modo
de completar la "autarquía natural"; sin
embargo, de esa experiencia procede la Crematística. Supone ésta
la intervención del dinero
(nómisma), y éste es su objeto: procu­
rarse dinero como manera
de aumentar ilimitadamente la riqueza,
la "poiética de dinero
y riquezas" (1257 b). Asi, dice Aristóteles,
"todos los hombres de negocios aumentan su dinero sin limites".
La confusión entre la adquisición natural de la Economía y la
no-natural de la Crematística se debe a la
que se quiere hacer
entre
"vivir" (to zm) y el "vivir bien" ('tó EÚ zm). Es claro que
Aristóteles (n. 57 b) entiende por 'vivir" el vivir sin mesura; no la
satisfacción natural de la necesidad ordinaria, sino el aumento ili­
mitado de los medios para satisfacer todos los posibles apetitos;
en especial, la adquisición de dinero para los "placeres corpora­
les". Podemos decir, pues,
que el 'vivir" sin más de Aristóteles es
el de los "vividores",
y el "vivir bien", de los "honestos".
Si la Economía procura la felicidad, y ésta no consiste en la
riqueza, la Crematística anhela la riqueza que favorece el placer:
aquélla
es eudemonística y la segunda es hedonística.
Con el fin de satisfacer el placer de lo superfluo, se perturba
el fin de los bienes, contra su destino natural,
y toda la actividad
humana se endereza a la adquisición del dinero como propio
y
único fin de la vida placentera.
Es curioso advertir cómo, en tanto, para Aristóteles, el "vivir
bien" es vivir conforme a la naturaleza y no según los apetitos
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desordenados, los capitalistas modernos han tergiversado ese
concepto al erigir ¡el "bienestar" o "welfare' en el principio fun­
damental de su ciencia; pero no se trata ya del vivir razonable­
mente feliz, sino
de la máxima producción y máximo consumo
como ideal de
la vida. Han confundido la Econonúa de la admi­
nistración de bienes según las necesidades naturales
con una
Crematística de desarrollo ilimitado de una riqueza destinada al
goce ilimitado de la vida.
Así el Capitalismo convierte al hombre en un instrumento de
producción, contra lo que Aristóteles de su época, pero, al mismo tiempo, en un voraz consumidor,
también contra la idea más elemental de la naturaleza humana.
Es una más de las contradicciones en que incurre; como otra es
la de que, al aumentar excesivamente la producción, viene a caer
en el desempleo laboral; o la de defender la competitividad y
facilitar, al mismo tiempo, el monopolio. Pero la raíz de toda la
falacia capitalista está
en el principio de que el dinero está desti­
nado a reproducirse: la usura.
Con toda consecuencia, Aristóteles condena toda usura (
obo­
Jostatiké) como contraria a la naturaleza de las cosas, concreta­
mente, a la del mismo dinero (1258 b). Porque el dinero tiene
como fin el servir para el intercambio de bienes y
no el de repro­
ducirse, como parto
(tókos) de sí mismo; los intereses del dinero
son, pues, "hijos del dinero"
(nómisma nomísmatos). Son, por lo
tanto, el modo
de adquisición más contrario a la naturaleza, y,
por ello, justamente odiado.
A esta misma conclusión
debe llegar la teoría jurídica no per­
turbada por la influencia crematística. Porque, siendo el dinero una
cosa consumible, cuyo fin es su consumición jurídica, el "gastarse",
y
no siendo posible que las cosas destinadas al consumo se repro­
duzcan en forma de frutos, se concluye que el dinero no puede
prbducir más dinero, a modo
de fruto civil, es decir, de "renta".
No se tratra aquí de
poner un límite al préstamo de interés,
como
ha hecho la doctrina tradicional, sino de negar que el inte­
rés sea
fruto del dinero prestado; la consecuencia principal de
esto está en negar que el inversionista aporte a la sociedad un
bien productivo que le pueda justificar como "socio"; siendo así
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que sólo es un prestamista, un acreedor que queda fuera de la
sociedad empresarial.
Si el préstamo va acompañado de una obligación de intere­
ses, tenemos
una promesa que aumenta la cantidad prestada en
razón del aplazamiento de su devolución, casi como una pena,
, aunque convencional, por el retraso; es la misma razón que jus­
tifica los intereses moratorios
que puede fijar un juez, o el ·
aumento del precio de
una compraventa por el convenio de su
pago
"a plazos", porque también el precio aplazado es dinero
acreditado, es decir, prestado.
Lo que aquí importa dejar aclarado es que el dinero, por su
misma naturaleza de bien consumible, no puede, en buena medi­
da, rentar intereses.
El fraude doctrinal a esta evidencia juridica puede atribuirse
a la Ética calvinista
y, concretamente, a Demoulin, que llegó a
negar el carácter consumible del dinero
por la engañosa razón de
que las monedas no se consumen ffsicamente por su uso, sin dis­
tinguir que la consumibilidad puede ser, no sólo fisica, sino tam­
bién juridica. Pero su doctrina
ha sido fundamental para toda la
Ética económica de la modernidad.
La palabra latina reddere significa "dar algo en propiedad a
alguien".
La lengua española deriva de ella dos verbos distintos:
"rendir" y "rentar".
El objeto propio de "rendir" son los "servi­
cios";
el de "rentar", el "dinero". Tenemos en esta distinción la
misma
que debe hacerse entre los "servicios" de la Economía y
las "rentas" de la Crematística, e, indirectamente, entre la felici­
dad y el placer: un gran reto para el hombre de nuestro tiempo.
El Capitalismo, partiendo de que el dinero ha de rentar, no
sólo ha erigido al dinero -un dinero ya abstracto, no corporal­
en patrón y medida del valor de todas las cosas, sino en estímu­
lo y fin de toda la actividad humana. De este modo, el hombre
ha dejado de ser considerado
por sus "virtudes", para serlo por
la rentabilidad de sus "valores". Consecuentemente, la "filosofü
de los valores"· debe ser entendida como la propia del Capitalis­
mo. Cuando hoy se habla tanto de "valores",
no conviene olvidar
la genealogía y la malicia de este concepto, incluso, para seguir
la expresión de Carl Schmitt, su "tiranía".
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