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Número 385-386

Serie XXXIX

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Homilía del P. Agustín Arredondo [San Fernando 2000]

CRÓNICAS
de cota de mallas, en incansable actividad y con una sincera
devoción a la Madre de Dios durante toda su existencia, la cual
está llena de hechos
íntimamente relacionados con advocaciones
marianas. Santo niño
que conoce una fe a la cual es fiel hasta su
muerte, que aprende unas devociones a las cuales nunca deja de
invocar; guerrero que tras cruzar Sierra Morena
en 1224 no des­
cansa al servicio
Guadalquivir, hombre cuyo batallar le va desgastando y que, al
llegarle el momento de su muerte, a pesar de los dolores, se arro­
ja de la cama para postrarse ante el viático que el sacerdote le
lleva: hasta el final el rey es ejemplar. Es el campeón de nuestra
fe, en nuestra Espafta, toda su vida la llena, la agota ese servir a
la mejor causa, el Reino
de Cristo. San Femando, espejo de caba­
lleros, venerable santo y ejemplar gobernante cristiano
"ad maio­
rem Dei gloriam".
Digamos nosotros también con él: "Pienso que
Cristo está dentro de mi, y cierro los ojos para decir que Él es mi
rey y yo queremos ser su caballero. Quiero sufrir trabajos por él
en tierra de infieles y que su madre, la Gloriosa, es la mía Seftora".
EvA MARIA SANCHEZ RooRIGUEZ
HOMILÍA DEL P. AGUSTÍN ARREDONDO, S. J.
Al hablar Cristo a los suyos de la irrupción futura del Espíritu
en la vida de la Iglesia, llega a afirmar nada menos que la con­
veniencia para ellos de que
Él se vaya y los d(!je (lo. 16. 7). ¿Será
posible? ¿Qué será entonces el Espíritu prometido para que la
desaparición de Cristo les traiga cuenta?
Tal pregunta es que
asi entraba en los eternos planes de la
divinidad, cuyo
amor entre el Padre y el Hijo, procedente de
ambos, es
Jo que nos explica la existencia del Espíritu. Así proce­
dente de ambos tenía la Trinidad dispuesta la sobreabundante
venida del Espíritu
al mundo una vez glorificado Cristo, y una
vez iniciada por Cristo nuestra glorificación, como complemento
de su obra y defensa permanente de los hombres.
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CRÓNICAS
Pero, ¿por qué estaba así dispuesta por Dios la venida de su
Espíritu? Pues por la distinta naturaleza del envío del Unigénito
al mundo para redimirnos y enseñarnos a vivir, y de la posterior
venida del Espíritu para
asentar y defender la obra del Hijo en el
espacio, en el tiempo y en la intensidad de
una santificación uni­
versal, émula nada menos que de la perfección con que nuestro
Padre Celestial es perfecto
(Mt., 5, 48}; eso nos enseñó Cristo.
Por más tiempo que Jesús hubiera perdurado entre nosotros,
no iba a ser ilimitada su longevidad, que por otra parte habría de
persistir circunscrita en el espacio concreto del cual
nunca quiso
salir, y para bien de los que
Je vieran en aquella etapa histórica
conviviendo con
Él. En cambio, la llegada del Espíritu a la tierra
inicia otro trato de Dios con el hombre, y extiende por doquier la
Santa
Iglesia, la obra maestra de Cristo, la internacional número
uno, prolongación suya en una unidad c01poral verdadera; la
que a todos
nos llama en todo tiempo a la más alta santificación,
que
es la suprema aspiración que al hombre puede caber; hasta
ser testigo y defensor con el Defensor que es el Parádito (lo,
14.16}; hasta llegar, como creyentes en
Cristo, a resplandecer
ante el
mundo con obras más brillantes (lo, 14.12) que las suyas
propias, como
Él dijo.
El Parádito es defensor y abogado; así nos enseñó a llamarlo
Cristo. Pero un defensor que también viene a argüir, convencer y
condenar.
La defensa de la verdad lleva siempre eso consigo: la
reprobación de lo que disiente de la verdad. Por
eso en la Iglesia,
como Jesús
dijo, muestra desde entonces el error de los que no
admiten la verdad, ostenta las proezas de quienes la atestiguan,
e
implanta eficazmente su talante decisivo ante un mundo
perverso, cuyo detestable Príncipe queda así definitivamente des­
trozado. Queda
al descubierto un pecado, queda exaltada una
lealtad, queda derrotado el enemigo. Así Jq dice Cristo por San
Juan {16.8).
Desde la primitiva Iglesia actúa
así el Espíritu; y doce siglos
después en la España del tercero de nuestros Fernandos, también.
Es Jo único que de él acabamos de decir en nuestra oración al
Padre: que fue defensor de la Iglesia. Y esto es Jo que vemos en él
cuando promueve el bien en sus dominios, como cuando por el
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CRÓNICAS
bien lucha durante veinticinco de los treinta y cinco años de su
reinado.
El único rey que tenemos en nuestra no vulgar historia
que
haya sido reconocido oficialmente como Santo. También por
él el Espíritu convence, como
dijo Cristo, de un pecado, de una
justicia y de una condena.
Erraban
no creyendo en Cristo; y Fernando hasta tal punto
compromete su existencia en confesarle, que por ello recurre a la
guerra, según cuentan las historias, resistiendo a los reparos que
su gran madre, Berenguela,
Je proponía. "Carfsima madre y
Señora dulcísima
-Je dijo anlE todos en el solemne inicio de sus
campañas-, ¿qué me aprovecha el reino de Castilla que vos con
vuestra abdicación
me disteis; que mi matrimonio y honorífica
unión con
mi nobilísima esposa que vos me trajisteis de l(!fanas
tierras; qué el celo con que prevenís todos mis deseos cumpliéndo­
los con maternal
amor antes de que los conciba, si me entorpez­
co en la inacción, si se desvanece la flor de mi Juventud sin
froto ...
? Ha llegado la hora señalada por el Dios Omnipotente, a
menos que como desidioso y pusilánime
Jo quiera disimular, de
servir a
mi Señor Jesucristo, por el cual reúnan los Reyes, en la
guerra contra el moro enemigo de nuestra santa
fe, para gloria y
exaltación de su nombre. Abierta está la puerta, patente el cami­
no; tenemos
paz en el reino, los moros arden en discordias, por
nosotros está Jesucristo; por los moros, el infiel y dañado apóstata
Mahoma. ¿Qué esperamos?
Os suplico, madre mía, a quien debo
cuanto tengo, después de
Dios, me deis licencia para emprender
la
guerra". "Dicho esto -prosigue la Crónica-el Rey, cuyo cora­
zón había llenado el Espíritu de Dios, se calló, y casi todos los cir­
cunstantes lloraban de emoción, viendo la resolución del Rey y su
propósito glorioso".
Aquí se arguyen descaradamente los errores del Islam: queda,
pues, el
mundo convencido de un pecado. Aquí se registra la
motivación toda de
su vida: defensa de la Iglesia, providencia por
su pecado, trato singular a
su madre: es el Espíritu, demostrando
la lealtad de Fernando a su misión: se
ha dado, pues, así al
mundo la prueba de una justicia. Y, en fin, de la derrota del
Prfncipe de este
mundo que Jesús predijo, damos gracias a Dios
los que gozamos del espíritu cristiano hoy, que
en parte tan gran-
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CRÓNICAS
de Je debemos, y cuya ausencia lamentaríamos, de no haber exis­
tido
un hombre como Fernando.
Tal fue la gesta de
este hombre en su mundo. ¿Yen el nues­
tro?
llene Dios por siempre de bendiciones al que ideó para noso­
tros el genial nombre de la Ciudad Católica. Si
eso es Jo que
Fernando perseguía en las conquistas siempre logradas y en las
que
aun en África intentaba proseguir. Si el Rey se empeñó en
una guerra cristiana, canonizada en su persona, apoyada por
sumos pontiflces con su
conseyo y su dinero, que recuerda las
campañas de David y la epopeya de Judas Macabeo. Si tuvo a
veces que detener la guerra, que fue Jo suyo como vemos, para
organizar cristianamente sus dominios, codiflcar
leyes, concebir
Las Partidas que habrian de ser obra de su hijo el Rey Sabio,
gobernar personalmente
fortiter et suaviter; porque, nos cuentan
los
Anales Toledanos, "ahorcó muchos hombres y coció muchos
en calderas"
-nadie se asuste: que de su padre el Rey de León nos
cuenta el Tudense que
hizo a algunos desollar vivos: cosas que
difícilmente caben en nuestros cerebros de
hoy-; aun esto Jo
hacía Fernando a veces para raer cualquier pertinaz rebelión
enemiga de
su dudad católica; al mismo tiempo instituye para
asesoramiento propio el germen de
Jo que Juego serian los Conse­
jos del Reino; codilica las leyes, traduce el Fuero Juzgo; legisla en
castellano e impulsa el florecimiento juridico que detonará lumi­
noso en los días de Alfonso el Sabio. En su tiempo pasan las cien­
das de los monasterios a las catedrales, de las catedr.ales a las
escuelas públicas,
se consolidan los seminarios-universidades de
Palencia y Salamanca y
se robustece la vida municipal.
La severidad ocasional de Fernando, antes aludida, no impi­
dió a un historiador musulmán adversario calificarlo de hombre
dulce
-porque Jo era-y de sentido político. Riguroso, sí con los
apóstatas, pero tolerante con los judíos, y generoso hasta la
sor­
presa con los venddos que se Je rendían.
Se sorprende aquel carcelero de Macedonia al ver que Pablo
y Silas
han renunciado a la huida tras aquel terremoto liberador
que hemos leido; y
ese gesto transforma al vigilante que abraza
enseguida la
fe (Act. 16.30}. Lo mismo se dice a veces de los jefes
musulmanes que, vencidos
por Fernando y sorprendidos de su
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CRÓNICAS
inesperada humanidad acaban abrazando la fe de Cristo. Eso es
conquista; eso es victoria, la más estimable. Pescar hombres,
como
Cristo quiso (Mt., 4.19), es lo más dificil que se puede pes­
car: vencer convenciendo.
Esta tuvo que ser para él la suma
ambición de todas sus campañas. Y esta es para nosotros la atra­
yente tarea de seguirle.
Cabe
él vemos cada año más y más de los que así pensaban
con nosotros, y venían
uno y otro año a Jo que nosotros seguimos
viniendo; nuestra plegarla por los que con aportaciones y conve­
niencia
nos enriquecieron; nuestra alegría y alborozo por creer­
nos antes Dios en nuestro sitio: si, que nos oyen y nos leen a veces
en lugares y ocasiones que
ni sospechamos, desde los tiempos del
salmo XVIII en que el mensaje divino, que creemos difundir,
se Jo
contaba por doquier la noche a la noche y el día al día. Y Fer­
nando, santo y rey. nos conceda a todos Jo dicho por Cristo a los
discípulos que
voMan victoriosos de aquella campaña apostólica,
y la Iglesia recuerda
hoy en la liturgia y se Jo aplica a San Fer­
nando: -Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Yo os he
dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones, y sobre
todo poder enemigo, que
nada os dañará. Mas no os alegréis de
que los espíritus
os están sometidos; alegraos más bien de que
vuestros nombres están escritos en los cielos
(Le., 10.18}.
DISCURSO DE MARÍA JOSÉ FERNÁNDEZ
DE LACIGOÑA
Queridos amigos:
Aunque me parece mentira, son ya diez años los que nos
separan de la primera vez que os dirigí la palabra con motivo de
esta misma celebración.
En aquella ocasión, la inexperiencia y el
entusiasmo de los pocos años impidieron que la vergüenza o la
conciencia
de mis pocos méritos me dejaran sin habla. La igno­
rancia es atrevida,
segrln dicen. Hoy me dirijo a vosotros con algo
más de prudencia, aunque con la misma ilusión en mi corazón.
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