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Número 385-386

Serie XXXIX

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Discurso de María José Fernández de la Cigoña [San Fernando 2000]

CRÓNICAS
inesperada humanidad acaban abrazando la fe de Cristo. Eso es
conquista;
eso es victoria, la más estimable. Pescar hombres,
como
Cristo quiso (Mt., 4.19}, es Jo más dificil que se puede pes­
car: vencer convenciendo.
Esta tuvo que ser para él la suma
ambición de todas sus campañas. Y esta es para nosotros la atra­
yente tarea de seguirle.
Cabe
él vemos cada año más y más de los que así pensaban
con nosotros, y venían uno y otro
año a lo que nosotros seguimos
viniendo; nuestra plegaria por los que con aportaciones y conve­
niencia
nos enriquecieron; nuestra alegria y alborozo por creer­
nos antes Dios en nuestro sitio: sí, que nos oyen y nos leen a veces
en Jugares y ocasiones que
ni sospechamos, desde los tiempos del
salmo XVIII en que el mensaje divino, que creemos difundir,
se Jo
contaba por doquier la noche a fa noche y el día al día. Y Fer­
nando, santo y rey, nos conceda a todos Jo dicho por Cristo a los
discípulos que volvían victoriosos de aquella campaña apostólica,
y la Iglesia recuerda
hoy en la liturgia y se Jo aplica a San Fer­
nando: "Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Yo os he
dado poder para andar sobre serpientes y escorpiones, y sobre
todo poder enemigo, que
nada os dañará. Mas no os alegréis de
que los espíritus
os están sometidos; alegraos más bien de que
vuestros nombres están escritos en los cielos
(Le., 10.18}.
DISCURSO DE MARÍA JOSÉ FERNÁNDEZ
DE LACIGOÑA
Queridos amigos:
Aunque me parece mentira, son ya diez años los que nos
separan de fa primera vez que os dirigí fa palabra con motivo de
esta misma celebración. En aquella ocasión, la inexperiencia y el
entusiasmo de los pocos años impidieron que la vergüenza o la
conciencia de
mis pocos méritos me dejaran sin habla. La igno­
rancia es atrevida, según dicen. Hoy
me dirijo a vosotros con algo
más de prudencia, aunque con la misma ilusión en mi corazón.
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CRÓNICAS
Cuando empecé a pensar en Jo que hoy podría deciros, y
recordando aquella otra vez, debo reconocer
que no encontré en
mí tanto entusiasmo, tanto optimismo como me llenaban enton­
ces. Pero, gracias a Dios, la esperanza es mucho más que el entu­
siasmo y el optimismo de
un momento. La esperanza la regala el
Señor cómo y
cuándo Él quiere, y con unos pocos cuidados para
mantenerla viva y fortalecerla te sostiene en todos los momentos
de tu vida. Así que recité otra vez la jaculatoria que me viene a
la
mente en estas ocasiones: "Abre, Señor, mis labios, y mi boca
proclamará tus alabanzas". Y empecé a
pensar en San Fernando,
en el por qué de celebrar esta fiesta.
Está claro
por qué celebramos a San Fernando. Tenemos dos
motivos fundamentales, los dos motivos
por los que la Iglesia
declara Santas a algunas personas. Para que
nos sirvan de '!}em­
plo de vida, y para que nos pongamos bajo su intercesión y sean
mediadores nuestros
en el Cielo. Este segundo motivo me ayudó a
abordar este empeño con
más alegria. Porque, en efecto, no debe­
mos olvidar que si estamos aquí es, sobre todo, para pedir la pro­
tección del Santo
Rey. que interceda ante el Señor por nosotros,
que
nos dé ese ánimo y esa esperanza que a veces tanta falta nos
hace. Y no digo que pidamos su mediación para obtener la victo­
ria, que Dios sabe cómo administra los triunfos, y las
guerras de
Cristo se
ganan en el Cielo. Pido a San Fernando que nos dé fuer­
za para perseverar en la lucha, para cumplir con el deber y ser
fieles a la vocación
que nos han sido dados.
En cuanto a
la otra razón, la del ejemplo, poco o nada hay
sobre San Fernando que no nos hayan dicho a Jo largo de todos
estos
años los oradores a los postres y el padre Arredondo en sus
siempre nuevas y siempre provechosas homilías. San Fernando es
el ejemplo de político católico;
su reinado se distingue por la bús­
queda del Bien Común. Reconquistó ciudades {tantas que
en
treinta años de reinado es más importante él para la Reconquista
que todos
sus antecesores de los anteriores trescientos). Se ocupó
de asentar la Universidad de Salamanca que
su padre Alfonso IX
había fundado. Construyó las Catedrales de Burgos y León ...
Todo cabía en su acción y él a todo se dedicó. No buscó princi­
palmente ser
un gran guerrero temido por sus enemigos; ni d'!}ar
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CRÓNICAS
a la posteridad bellezas arquitectónicas para ser recordado, como
otro rey de
no tan feliz memoria, como el mejor de los aJcaJdes. Si
se hubiera limitado a afianzar la universidad, tampoco estaría­
mos aquí celebrándolo. San Fernando buscó toda su vida la glo­
ria de
Dios, no su propia grandeza. Y por eso obtuvo las dos cosas.
Y es ahí donde ha de servirnos de ejemplo, ante el permanente
peligro, la constante
tentadón de olvidar para qué estamos aquí.
Porque
no queremos convertirnos en un grupo de nostálgicos que
cada vez añoran
más tiempos mejores, y leen cosas y escriben
cosas, un poco para tranquilizar sus candencias y un poco para
satisfacer su vanidad. Estamos
aquí para servir a Dios, con una
fuerte vocación de influencia social. Y aunque es verdad que,
"cuando no se tienen ejércitos que sublevar ni masas que aren­
gar, la teoría sigue siendo la mejor forma de la acción", eso no se
puede convertir en una coartada para el abandono de la lucha.
Hace cinco años,
José Miguel Serrano nos decía que celebra­
mos el día de San Fernando porque es más comprometido que
celebrar el día del político católico.
O del político humanista
inserto
en la tradición occidental y abierto a la trascendencia,
apostillaba.
Es más comprometido, porque nadie sabe cómo se
supone que debe actuar un engendro así titulado (como nuestros
ministros actuales, quizá excomunistas, opusdeistas, neoliberaJes,
todos polfticamente correctos).
Pero, desde Juego, todo el mundo
sabe cómo actuó San Fernando. Uno no puede festejar al Santo
Rey y
Juego quedarse de brazos cruzados. Es más comprometido.
¡Pues comprometámonos! Este día
es, junto con el Congreso, uno
de los momentos que tenemos en el
año para hacer revisión,
balance y proponerse nuevas metas.
Es necesario vivificar en
nosotros el amor por la obra que tenemos entre manos. Y
amor es,
por supuesto, dedicación, trabajo, tiempo y dinero. Que las cosas
más prosaicas son al finaJ las que más nos importan, y las que
más nos cuesta donar. Y de poco sirven las declaraciones de
intenciones si
no se ven acompañadas de un efectivo esfuerzo
materiaJ. Preparar los Congresos, buscar nuevos amigos, suscrip­
tores a Verbo, quizá buscar puntos de encuentro con otras orga­
nizaciones. Asistir a las reuniones semanaJes, pero también echar
una mano en "las cocinas". Porque esto no funciona solo, y si de
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CRÓNICAS
verdad nos importa no podemos esperar que "los de siempre", y
todos sabemos a quienes
me refiero, organicen todo, carguen con
todo, y
aún pensemos que estamos haciendo un tremendo favor a
no se sabe muy bien quién por preparar, mejor o peor, una
ponencia.
Bien es verdad que últimamente
hay motivos para levantar el
ánimo. En los últimos tiempos, Speiro
se ha renovado con la célu­
la de los jueves, Jo cual es ya más de Jo que podíamos decir de los
diez o doce años anteriores. Losjóvenes tenemos mucho que
aprender, y desde
Juego el estudio debe ser una de nuestras prio­
ridades, pero no la única, ni la fundamental. No estamos aquí
para aprender, eso es un medio. Otros objetivos que podemos
proponernos, además de
un compromiso serio de estudio, pueden
ser
éstos:
colaboración con Verbo y con otras revistas amigas;
participación en toda iniciativa ajena que nos abra sus puertas;
huida del academicismo¡
y, sobre todo, disponibilidad para el trabajo.
Hay aún otro motivo para celebrar a San Fernando, que no
quiero dejar de mencionar. Y este motivo es especialmente ade­
cuado en este año, en este último 30 de mayo del milenio. Porque
no podemos olvidar que la Iglesia está de fiesta, de cumpleaños, y
que los
2000 años de Redención, de Iglesia y de Cristiandad
deben ser motivo para nosotros de celebración. Que
en este tiem­
po en el que está tan de moda hacer balance y reconocer los erro­
res del pasado, para que el balance sea completo habrá que reco­
nocer también los méritos del pasado. Y que, gracias al Espíritu
Santo, podemos afirmar con alegría y con santo orgullo que la
columna del haber es infinitamente superior a la del
debe. Por eso
me parece especialmente adecuado este Año Jubilar celebrar a un
Santo medieval. A un Santo de la Cristiandad. Más aún, a un
Santo que peleó por afianzar una Cristiandad atacada por otro
credo y otro poder político. Celebrar a San Fernando significa
afirmar que estamos orgullosos de nuestro pasado, que valía la
pena Juchar por la Cristiandad, que
se puede ser Rey católico de
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CRÓNICAS
una nación católica, y proteger la Fe de tus súbditos, y hasta
puede que te canonicen
por ello. No tenemos como patrón a un
mártir de tiempos de persecución, ni a un evangelizador de tiem­
pos de ignorancia. Tenemos como patrón a
un santo medieval, y
eso nos recuerda que ·1a civilización no está por inventar ni la
nueva ciudad por construir en las nubes. Ha existido, existe: es la
civilización cristiana,
es la ciudad católica". Demostremos nues­
tro Júbilo ante esta realidad en el Jubileo del 2000.
Y
no os canso más. Sólo vuelvo, otra vez, mi mirada al Santo
Rey para pedirle, con
fe y con esperanza: San Fernando, ruega
por nosotros.
DISCURSO DE ANTONIO MUÑOZ JUNGUITO
SAN FERNANDO, CABALLERO DE SANTA MARÍA
Para alguien, natural de la Andalucía que baña el Guadal­
quivir, la figura de
San Fernando no es la de un personaje cono­
cido en los libros de historia, es alguien que vive en
mi memoria
desde la
más tierna infancia. La capilla del Santísimo, en la
parroquia de
mi pueblo, posee una imagen de la Virgen de Valme,
y en una de sus paredes, un fresco en el que se puede observar a
San Fernando arrodillado delante
de dicha imagen; y a su lado
una estatua del santo, de pie, elevando sus ojos al cielo en acti­
tud oferente. Ambas imágenes nos presentan a San Fernando con
la corona real en sus sienes y vestido de cota de mallas; la esta­
tua, blandiendo
una espada en su mano derecha y el fresco,
haciendo esperar al escudero mientras éste sujeta al caballo de
batalla y sostiene el yelmo.
Cuando de pequeño acompañaba a
mi padre al sagrario y Je
preguntaba quién era ese rey que estaba Junto a la virgen, su res­
puesta era: "San Femando, el que conquistó Sevilla a los moros".
Por todo
ello, mi imagen infantil del santo, era la de un rey guerre­
ro que dedicó toda su vida a batallar
para reconquistar Andalucía.
En la adolescencia cayó en
mis manos una biografía del rey
santo; en esta obra la representación
más numerosa del Rey
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