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Número 385-386

Serie XXXIX

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Salvador Abascal: La espada y la cruz en la evangelización; La verdad sobre Chiapas y el comandante Samuel; El matrimonio; La Inquisición en Hispanoamérica

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Sin embargo este libro, de estilo deslabazado y repetitivo, y
con algunos errores de no demasiada importancia, es más intere­
sante que la mayoña de sus hermanos gemelos, pues, pese a dar­
nos los nombre
de todos los masones, sus logias, grados, nombres
simbólicos, cargos, etc., se refiere más a la situación político-reli­
giosa de las Islas, ataques a la Iglesia y reacciones de la misma,
persecución de la masoneña
por el régimen de Franco, Jo que le
hacen
li~rarse de ser un mero catálogo masónico por lo general
de escasisimo interés dada la endeble nómina
de los hermanos.
Está escrito, además, con una notable imparcialidad, muy de
agradecer, y sin esa estúpida admiración ante la nada, o la casi
nada, a la que otros trabajos
nos tienen acostumbrados.
El prólogo, naturalmente, es del omnipresente en estas cues­
tiones Ferrer Benimeli. Son dos páginas de compromiso, sin inte­
rés alguno. Como
si no Je hubiera entusiasmado el trabajo.
Aunque
es elogioso. Ni que decir tiene que los hermanos de
Orden
-religiosa-del padre Ferrer Benimeli siguen siendo el
blanco preferido de los ataques masónicos. Claro que
de la
Compañia de Jesús de entonces a
la del padre Ferrer hay distan­
cias
de años luz.
FRANCISCO Jost FERNÁNDEZ DE LA CJGO&A
Salvador Abascal: "LA ESPADA Y LA CRUZ DE LA
EVANGELIZACIÓN",
"LA VERDAD SOBRE CHIAPAS Y
EL COMANDANTE SAMUEL", "EL MATRIMONIO",
"LA INQUISICIÓN EN HISPANOAMÉRICA"<•)
Salvador Abascal, militante infatigable de la causa católica en
Méjico, sigue publicando titulos y títulos en un combate ya de
muchos años que bien puede quedar sintetizado
en la espada
que lleva por logotipo su editorial, con el viejo lema "pro aris
et
focis". Y omito en esta reseña la referencia a otros dos títulos
(') Editorial Tradición, Méjico, 1992, 1994, 1998 y 1999; 81, 293, 112 y 380 págs.
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más, uno de 1993, Enrique Krauze, ¿historiador?y otro de 1996,
El cura Hidalgo de rodillas, que no han llegado a mis manos.
Con lo que desde
1974 ha escrito veinte obras y ha traduci­
do y publicado otras veintiuna en un extraordinario esfuerzo de
trabajo y de combate
por un Méjico católico.
Quien ha leido tantas obras suyas ya
no experimenta más
sorpresas que las
de los horizontes sobre los que apunta sus
baterías. Del fondo y de la forma ya
he escrito lo suficiente en
recensiones anteriores y a ellas me remito.
Sus cuatro nuevas producciones son, naturalmente, polémi­
cas y
en cierto modo novedosas, pues se alejan de la historia de
la independencia mejicana a la que ha dedicado ya miles de pági­
nas aunque
en otras obras suyas anteriores también saliera al
paso
de cuestiones candentes de actualidad.
A ello responde, evidentemente, el primer opúsculo de los
que ahora comento, La espada y la cruz de la evangelización, en
el que da réplica a un folleto sacerdotal publicado por la Comi­
sión Central
de Estudio del II Sinodo de la Arquidiócesis de
México, firmado
por 13 clérigos "que no sólo no saben historia
de México, sino que, creyendo saberla, la adulteran a su gusto
cometiendo gravísima injusticia contra los primeros evangeliza­
dores de México" (pág. 5). Quienes estamos acostumbrados a
leer notables sandeces de anónimas Comisiones
no extrañamos
las
que publiquen los mejicanos, pero es de agradecer, como
católicos y como españoles, la defensa
que Abascal hace de
aquellos santos y heróicos misioneros, gloria de España y padres
de la
fe del catolicismo mejicano.
Las consabidas bobadas indigenistas quedan destrozadas por
la argumentación abascaliana que tenía, por otra parte, fácil la
victoria. Todo el folleto es un canto a la conquista de Méjico por
los españoles -mucho más meritorio escrito desde alli-, y la
confesión paladina de que a Cortés y a los españoles se debe el
catolicismo mejicano. Necedades como las que transcribe Abascal
en la página 41 quedan pulverizadas por la dialéctica apasionada
de este prolífico escritor.
Que, además, reivindique
el nombre de Hispanoamérica
frente al de Latinoamérica (pág. 45)
en sus "respetuosas observa-
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clones" al Documento de consulta del Consejo Episcopal Latino­
americano para 1992, también con leves reticencias antiespaño­
las,
que sirven para acreditar el españolismo de Abascal, es un
motivo más de gratitud. Que le irriten irenismos con el protes­
tantismo (pág. 59)
de los clérigos de hoy no sorprenderá a nadie
que conozca los presupuestos ideológicos del escritor mejicano.
Si el opúsculo anterior es relativamente moderado, en su libro
sobre Chiapas nos reencontramos con el intrépido soldado que re­
parte mandobles a diestro y siniestro.
El título del primer capitulo
es suficientemente revelador:
"El obispo Samuel Ruiz más peligro­
so que Méndez Arceo".
Nos encontramos con una obra contraria a
la teologia de la liberación, ese caballo de Troya del marxismo que
encandiló a tanto clérigo de Hispanoam~rica y de Europa. Pero el
enfrentamiento
no se da en las altas regiones de la teoria sino en
los hechos concretos que Abascal denuncia, desmenuza y pulveri­
za. ¿Es Ruiz más peligroso que Méndez Arceo? No me atrevo a
dilucidar la cuestión.
El de Cuernavaca fue un pésimo obispo. El
de San Cristóbal lo es. No me detendré en la critica que al folleto
de este último, "Teologia biblica de la liberación" (1975), hace
Abascal pues creo
que en España no vale la pena ocuparse de
semejante bodrio. Naturalmente me refiero al folleto y
no a la cri­
tica con la que sustancialmente estoy de acuerdo, sin que valga la
pena tampoco precisar algunas matizaciones que si el_ folleto del
obispo mereciera
la pena, tal vez haña a mi ilustre amigo.
Nada puedo decir sobre la historia que Abascal narra de la
provincia de Chiapas, con especial detenimiento
en sus obispos,
pues excede con mucho mis conocinúentos, y que ocupa una
buena parte del libro. En ella da interesantes noticias de un anti­
guo conocido mío, el diputado "persa" de las Cortes de Cádiz,
Salvador
Samartín o San Martin, que concluyó sus dias como
obispo chiapense (págs. 255-257).
También excede ampliamente
mis conocimientos la última obra
que comentamos sobre la Inquisición
en América, con gran canti­
dad de datos sobre procesados, condenados e indultados
por aquel
Tribunal.
El relato es absolutamente positivo y viene a integrarse en
esa corriente que, al fin, se desengancha de las truculencias más
propias de novelas románticas
que de estudios históricos.
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Salvador Abascal, fiel a sí mismo, contra todos o casi todos,
inquebrantable
en sus adhesiones a la religión, y por ello a
España, que fue quien la llevó a Méjico, nos deja
en estas cuatro
obras, y estoy seguro de
que está preparando más, un testimonio
valiente, extremado en ocasiones, vivo siempre, de su fe. Deses­
peranzada a veces pero desesperanzada sólo humanamente.
Porque quien desde su primera juventud se alistó
en el combate
contra los enemigos
de Dios, que también allí, ¡oh casualidad!,
son los enemigos de la patria, bien sabe que las derrotas aquí las
paga
Él con infinita generosidad en el cielo.
FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ DE LA CIGOl'!A
José Antonio de Sobrino: ANTONIO AMUNDARAIN.
DESAFÍO Y ESPERANZA
,·i
Otro sacerdote ejemplar de nuestra España contemporánea,
Antonio Amundarain (1885-1954),
que no nos extrañarla ver
pronto
en los altares. Y que, salvo fundar el Instituto secular
"Alianza
en Jesús por Maria", apenas hizo nada más que ser un
santo sacerdote. Lo que, por otra parte, no es poco.
Nacido de familia humildisima
en un caserío perdido, hasta
los catorce años
no aprendió el castellano. Y, sin embargo, en la
encrucijada histórica
que le tocó vivir, no tuvo vacilación alguna.
La República no le gustó. No como régimen político, en lo que
no entraba, sino por su persecución a la Iglesia. Y, siendo difícil
ser más vasco
que él, escribiendo en euskera obritas teatrales y
canciones religiosas, siempre se sintió español. Sin vacilación
alguna. Piadoso, humilde, pobre, entregado a los demás, santo ...
La
pureza, en días en que comenzaba a ser considerada como una
ñoñez, fue diríamos
que su obsesión.
(") BAC, Madrid, 1990, 370 págs.
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