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Número 385-386

Serie XXXIX

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La Iglesia y los pecados del pasado

LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
POR
LUIS MARIA SANDOVAL
Que el papa Juan Pablo II pidiera perdón solemnemente por
los pecados cometidos en el pasado por los hijos de la Iglesia
Católica ha sido
uno de los actos más caracteñsticos e importan­
tes de su pontificado, y ha merecido un gran eco de los medios
de comunicación,
con la general tendencia a llevar agua a sus
molinos, así como
ha generado cierto malestar difuso entre nu­
merosos católicos, muchos más
en esta ocasión de los que habi­
tualmente manifiestan
una sensibilidad 'tradicional'.
• • •
Ante todo debemos precisar los hechos
La petición de perdón pontificia ha consistido en una cere­
monia litúrgica extraordinaria, inventada para la ocasión, cele­
brada durante la Santa
Misa en la Basílica de San Pedro de Roma
el pasado
12 de marzo del año 2000. Eso, y sólo eso, constituye
la petición de perdón propiamente dicha.
Previamente, el 7 de marzo,
la Comisión Teológica Internacio­
nal hizo público
un documento, titulado Memoria y reconcJliación.
La Iglesia y las culpas del pasado, elaborado con el fin de propor­
cionar el correcto entendimiento
de esta iniciativa singular (1).
(1) A cuyo texto nos ceñiremos por la versión publicada como folleto inde­
pendiente
por la BAC, Madrid, 2000, 82 págs. En adelante, las cifras entre parén­
tesis del texto remiten a la página correspondiente de dicha edición.
Verbo, núm. 385-386 (2000), 413-436. 413
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LUIS MARÍA SANDOVAL
Además del acto principal, y de su explicación autorizada,
hubo una conferencia de prensa el 7 de marzo para presentar el
documento
de la Comisión Teológica, en tanto que también el
propio
12 de marzo el Papa se refirió al acto que acababa de rea­
lizar
en la homilía de la Misa y en la alocución del Angelus.
Como de costumbre sucede en la información, sobre todo de
la Iglesia, los titulares de la prensa (simplificadores, generaliza­
dores, extremados, inventados
... ) son bastante diferentes de lo
que se ha dicho realmente, pero son los que crean la opinión.
Nuestro primer deber
es procurar conocer la verdad de las cosas.
Un paso cauteloso
Esta petición de perdón procede de una iniciativa absoluta­
mente personal del Papa, estaba
ya anunciada al iniciar la prepa­
ración remota del Jubileo (2) y
en la Bula de proclamación del
mismo
Incarnationis misterium, y es la cuhninación solemne de
una serie de peticiones de perdón que Juan Pablo
II ha realizado
a lo largo de su pontificado
--,se dice que superan ya las cien­
por episodios y actitudes concretas de la Iglesia en el pasado.
En cuanto iniciativa personal y discutida del Papa, se aproxima
nrucho a aquella confusa iniciativa interreligiosa de
1987 en Asís
que hubo de justificarse a posteriori con sutiles distinciones entre
"rezar juntos" y "estar juntos para rezar''. De hecho, el presente
documento
Memoria y reconciliación puede entenderse como un
fruto lejano de las cólicas que se hicieron a aquel acto por prestar­
se a confusiones
irenistas, pues advertida la Santa Sede de que
pudiera suscitarse análoga ocasión de incomprensión o escándalo,
ha procurado dar las pertinentes aclaraciones por anticipado. Es asf
como determinadas cólicas habrfan prestado a la postre su servicio.
Esta vez
el acto se ha estudiado y medido larga e intensa­
mente, se
ha redactado y publicado la cital,la explicación previa,
y las objecciones a
la iniciativa, aunque se hayan desestimado en
cuanto a concluir en la inconveniencia del acto, realizado contra
(2) Vid. JUAN PABLO JI, Tertio millennio adveniente (1994), IS 33-36.
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LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
todo parecer adverso, sí se han tenido muy en cuenta explícita o
implícitamente
y, desde luego, no se han condenado ni refutado.
Digamos, antes de analizar el contenido del documento
explicativo, que éste se sitúa expresamente
en una posición 'ofi­
ciosa'
que no llega a ser oficial. La Comisión Teológica Interna­
cional, incluso presidida
por el Prefecto de la Congregación de la
Fe, no es un organismo del Magisterio. El Secretario de la misma,
R. P. Georg es Marie Martín Cottier O. P., en la conferencia de
prensa de presentación del documento planteaba
la cuestión de
la autoridad doctrinal del documento, y la respondía
así: "Es claro
que no se trata de un documento del Magisterio", pero la autori­
zación de su presidente "le confiere
una cierta autoridad sin que
por ello se convierta en un documento del Magisterio" (3).
A este respecto, casi al término del documento leemos: "En
esta perspectiva es oportuno tener en cuenta, al reconocer las
culpas pasadas e indicar los referentes actuales que mejor po­
drían hacerse cargo de ellas,
la distinción entre magisterio y auto­
ridad
en la Iglesia: no todo acto de autoridad tiene valor de
magisterio, por lo que un comportamiento contrario al Evangelio,
de
una o más personas revestidas de autoridad, no lleva de por
sí una implicación del carisma magisterial, asegurado por el
Señor a los pastores de la Iglesia, y no requiere, por tanto, nin­
gún acto magistetial de reparación" (pág. 76>. Sin duda se quie­
re recordar
que una falta cometida por alguna autoridad de la
Iglesia
no requiere una rectificación por parte del Magisterio;
pero también podríamos entender que un acto de la autoridad
pontificia, como la petición litúrgica
de perdón que nos ocupa,
tampoco
es de suyo un acto de magisterio.
Observemos desde
un principio las grandes cautelas con las
que Roma se ha guiado en este asunto, prefiriendo afirmaciones
genéricas y
no categóricas. Y se comprende así que personas tan
significadas como
el Cardenal Biffi o el apologista Messoá se
hayan podido distanciar públicamente de esta iniciativa sin come­
ter falta
por su parte.
(3) Texto original italiano publicado en el Bo!Jettfno Sala Stam/JB della Santa
Sede 7-111-2000 accesible por intemet.
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En cualquier caso novedoso
La Comisión Teológica Internacional, tras efectuar una apro­
ximación bíblica a lo largo del capitulo segundo de su docu­
mento, reconoce que la llamada
de Juan Pablo II a que la Iglesia
efectuara una admisión de culpa por todos los sufrimientos y las
ofensas de que se han hecho responsables
en el pasado sus hijos,
"no encuentra una verificación unívoca en el testimonio bíblico"
(pág. 40). De hecho, este acto de Juan Pablo II sólo se remite,
una y otra vez, a anteriores pasajes de documentos o alocuciones
del propio Papa ( 4).
Este innegable carácter novedoso
de la iniciativa pontificia es
uno de los motivos de las suspicacias que ha despertado. La lec­
tura de
Memoria y reconciliadón sugiere, de todos modos, que
si la Iglesia de los origenes no dirigió nunca su atención a los
pecados del pasado, para pedir perdón de ellos, fue
por causa de
su radical novedad entonces (págs. 35-36),
pero ahora, al culmi­
nar los dos milenios
de su existencia y dirigir una mirada recapi­
tuladora
al tiempo hasta ahora otorgado por Dios en este mundo,
si existe ya
un largo pasado que purificar.
Por otra parte, que algo nunca se hubiera hecho antes
en la
Iglesia
no es argumento que tenga la misma fuerza que algo
observado desde siempre:
pudo iguahnente esgrimirse cuando se
fundaron las órdenes militares
y las mendicantes, la Acción
Católica y los institutos seculares, etc. De suyo no concluye nada.
Sorteando las objecciones
Otras objecciones que se levantaron fueron que con la peti­
ción pública de perdón se pusiera
en duda la Santidad de la
Iglesia, o que confesar los pecados
de los antecesores es más
(4) Vid. MyR, págs. 23-24. Mgr. PIERO MARINI, en la conferencia de prensa de
presentación del mismo, acompañó un apéndice con algunos textos de homilías,
discursos y oraciones de Juan Pablo 11.
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LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
bien acusar a éstos. Ambas han sido tenidas muy en cuenta por
el documento que comentamos:
Por una parte, se ha insistido
en recalcar no sólo que la
Iglesia es Santa, distinguiendo claramente entre la santidad de la
Iglesia y la santidad
en la Iglesia (págs. 44 y sigs.), sino en la
absoluta singularidad de la naturaleza de la Iglesia, puesto
que
sólo ella es la misma a lo largo de la historia, hasta el punto de
identificarse con los méritos y culpas de sus hijos de ayer como
con los de hoy (5).
De esas consideraciones previas sale magnificada la Iglesia,
proclamada única sociedad
que atraviesa los siglos idéntica a sí
misma. Y
por otra parte se nos explica también la capacidad de
la Iglesia, como madre, y
en razón de la comunión de los santos,
de asumir el pecado
de sus hijos para cooperar a su superación
(pág. 49). ¿Cómo
no iba a ser así si Cristo, su Esposo y Cabeza,
sin haber conocido pecado se hizo pecado para salvarnos? (6).
• • •
La otra objeción apuntada estaba cargada de razón, y el docu­
mento explicativo se la concede: "nadie puede arrepentirse
en
lugar de otro ni pedir perdón en su nombre" (pág. 24). Ya Juan
Pablo II, al anunciar el acto que nos ocupa, había anticipado que
no se trataba "de sustituir aquí el juicio de Dios" (]).
Monseñor Marini,
al presentar el documento que comenta­
mos, dijo: "Esta confesión
no significa juicio sobre aquellos que
nos han precedido, el juicio incumbe sólo a Dios y será manifes-
(5) MyR, pág. 42, también 25 y 56.
Sobre esta faceta apologética de las 'culpas de la Iglesia' había reflexionado
recientemente
el cardenal Biffi:
ªFs importante observar que acusar a la Iglesia viva de hoy en día de sucesos,
decisiones y acciones de épocas pasadas es, por sí mismo, un implícito pero paten­
te reconocimiento
de la efectiva estabilidad de la esposa de Cristo, de su intangible
identidad que, al contrario de todas las demás agrupaciones, nunca queda arrolla­
da por la historia; de su ser -casi-persona,, y por lo tanto, sólo ella, sujeto perpetuo
de responsabilidad" (Prólogo a VnToRio Ml!ssoRI, leyendas negras de la /glesla,
Barcelona, Planeta, 1996, pág. 12).
(6) JI Cor., 5, 21.
(j) lncarnatlonls Mysterium, § 11.
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tado el último día. Los cristianos de hoy no piensan ser •mejores
que sus padres·
(! Re., 19, 4), sino que quieren decir cuáles han
sido en la historia errores objetivos de comportamiento respecto
al Evangelio y al Esplritu de Cristo. Por esto
en la confesión se
indican
de modo claro algunas faltas históricas, pero no se juz­
gan
ni se nombran los responsables. La confesión acaece en la
solidaridad de los pecadores: los bautizados de hoy se sienten en
efecto ligados a los bautizados de ayer. No se juzga a los cristia­
nos del pasado,
ni se excluyen circustancias atenuantes, pero se
lamenta y se confiesa el mal perpetrado, haciéndose cargo
de las
faltas cometidas
por quienes nos han precedido" (8).
Tan jugosa explicación, sin embargo,
no consta tan explícita
en el documento publicado (9), aunque sl una distinción entre la
responsabilidad subjetiva
de los autores, en la que no se entra, y
la "responsabilidad objetiva" a la que aludiremos a continuación.
Pero adelantemos desde ahora que, pese a las palabras
de
Mgr. Marini, ni en el acto litúrgico ni en su documento explicati­
vo se "indican de modo claro algunas faltas históricas"
si como
"históricos" entendemos sucesos concretos
en actores, lugares y
tiempos.
Muy al contrario: se han confesado categorias genéricas
de faltas
en las que han incurrido los católicos en el pasado, pero
sin precisión histórica alguna. En ello, y
en la reiteración de res­
tricciones y alusiones a circustancias atenuantes (10), se aprecia
(8) Texto original italiano ya cit.ado. Ya veremos que, pese a tales propósi­
tos, el acto y el documento se prestan de hecho a ser entendidos en el sentido
de condena de pasados criterios de la Iglesia.
(9)
Entre tantas citas bfbilicas que se reproducen, sólo la de San Mateo 23,
29-32 es aludida sin ofrecerla a la lectura inmediata en el lugar (pág. 27). Opino
que copiar esas palabras del Señor a los fariseos, con lo que dan a entender,
hubiera servido para reforzar la renuncia a juzgar a nuestros predecesores en la
Fe: "decís ,Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres no
hubiéramos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas•". Discurso farisai­
co que recuerda al de esos católicos de hoy dados a la anti-apología de la Iglesia.
¿Qué sabemos lo que habríamos dicho y hecho nosotros en tiempos de las
Cruzadas o la Inquisición?
(10) Hasta
tal punto domina en el documento la acumulación de conside­
raciones que amenguan la responsabilidad que se ha de introducir una invitación
en sentido contrario al que sería de esperar tratándose de un juicio moral. En vez
de hacer un inciso para rcordar que se tomen en cuenta las diferentes circuns-
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LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
la fuerza con que se asumió la necesidad de atender la objeción
planteada
de no hacer una petición de perdón que se convirtie­
ra
en acusación y condena de nuestros predecesores.
La tensión entre un propósito inicial que resultaría proclive a
la inculpación drástica y las cautelas para que
no exista en los
textos se observa a lo largo
de todo el episodio de la petición de
perdón.
• • •
Desde el principio del documento se acumulan las restriccio­
nes
y salvedades, pues se empieza diciendo que la purificación
de la memoria debía conducir
"si resultara justo, a un reconoci­
miento correspondiente de la culpa".
Se previene repetidamente contra la adopción de actitudes
erradas: "culpabilización indebida"
por "atribución de responsabi­
lidades insostenibles desde el punto de vista histórico" (pág. 51),
instancias a "no caer
en el resentimiento o en la autoflagelación"
(págs. 62-63) o a evitar la "puesta
en marcha de procesos de
autoculpabilización indebida" (pág. 77). También se ha
de evitar,
ante los
no cristianos, que los actos de esta petición de perdón
"sean interpretados equivocadamente como collfirmaciones de
posibles prejuicios respecto al cristianismo" (pág. 78). Por último,
nadie
debe tenerlos "como retractación de su historia bimilena­
ria, ciertamente rica
en méritos en el terreno de la caridad, de la
cultura
y de la santidad" (pág. 81). Y todo hasta el punto de que
al abordar por fin la enumeración de aquellas culpas concretas a
que se han hecho referencia en el acto, el documento matiza
diciendo: "algunos ejemplos
[. . .] en los que el comportamiento
de los hijos de la Iglesia parece haber estado
en contradicción
con el Evangelio
de Jesucristo de un modo significativo" (pág. 63).
Más aún: el documento de la Comisión Teológica Internacio­
nal apunta a una raíz de tales salvedades,
que se sitúa en la ver-
tancias del pasado, ése es el tono general hasta el punto de considerar oportuno
poner
en guardia contra "todo historicismo que relativice el peso de las culpas
pasadas y considere que la historia es capaz-de justificarlo todo"' (MyR, pág. 57).
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LUIS MARÍA SANDOVAl
dad del pasado. Las culpas del pasado no pueden afirmarse sin
un correcto y riguroso juicio histórico (pág. 51), puesto que hay
"memoria" de conductas realmente injustificables ... pero que no
sucedieron realmente: leyendas. Y se debe evitar, además, la
generalización de un hecho para _toda una situación o época.
Resulta decisivo establecer la verdad histórica
para evitar cual­
quier tipo
de memoria mítica (pág. 68).
Un fragmento
de discurso de Juan Pablo II, reproducido en
el documento (págs. 57-58), sirve para resumir la posición de que
no es posible arrepentirse de lo que no fue: la Iglesia "no tiene
miedo a la verdad que emerge de la historia y está dispuesta a
reconocer equivocaciones allí
donde se han verificado, sobre
todo cuando se trata del respeto debido a las personas y las
comunidades. Pero
es propensa a desconfiar de los juicios gene­
ralizados de absolución o
condena respecto a las diversas épocas
hitóricas. Conf'ia la investigación sobre el pasado a la paciente y
honesta reconstrucción científica, libre de prejuicios de tipo con­
fesional o ideológico, tanto
por lo que respecta a las atribuciones
de culpa que se le hacen como respecto a los daños que ella ha
padecido".
La finalidad sobrenatural
La finalidad del acto de petición de perdón era purificar la
memoria colectiva
de los fieles para aligerarla de toda herencia y
servidumbre de pecado. Y, por supuesto, una petición de perdón
presupone siempre una admisión de responsabilidad.
Se
ha tenido mucho cuidado en destacar -doctrinal y for­
malmente-que la petición de perdón tenía como destinatario
natural a Dios,
no por cierto a la "Humanidad"; y que "los even­
tuales destinatarios humanos", sobre
todo si son colectivos, exi­
gen un adecuado discernimiento (pág. 76).
Este singular acto penitencial estaba, por otra parte, plena­
mente justificado, puesto
que "la Iglesia, aun siendo santa por su
incorporación a Cristo,
no se cansa de hacer penitencia" (pág. 41).
Y la penitencia comienza
por la confesión de los pecados; así
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comienza siempre la Santa Misa y era oportuno hacer algo seme­
jante
con ocasión del Año Santo. El Jubileo es ante todo un
momento extraordinario de llamada a la penitencia, con el ofre­
cimiento, a más del perdón,
de indulgencias también extraordi­
narias.
Y el acto humilde de referirse a los propios pecados ha sido
un modo, costoso pero real, de introducir en los noticiarios y titu­
lares del mundo esa noción del pecado que nuestra época ha
perdido casi por completo. Nos recuerda a San Pedro predican­
do a Cristo sin omitir sus negaciones en la Pasión, avalando con
su humildad la sinceridad de su testimonio. Pocas tal vez, pero el
gesto de Juan Pablo
II ha suscitado un coro de voces que se han
preguntado en público por los pecados por los que otras colec­
tividades habrian
de pedir perdón.
Más aún: la Iglesia
ha querido manifestar que confía incon­
dicionalmente
en la fuerza de la verdad y no le tiene miedo
(págs. 14
y 81). Y de este modo pretende que crezca su credibi­
lidad
y la de su mensaje (págs. 14 y 78).
Las miras terrenas
Pero también había en esta iniciativa otras finalidades que
apuntaban de modo natural a nuestros contemporáneos, tanto los
católicos como los que
no lo son.
Por supuesto, la enmienda
(en este caso es más propio decir
tomar cuenta de los ejemplos
que no se deben seguir) es el pri­
mer objetivo de la confesión respecto a los fieles.
El único modo de que los pecados de los cristianos del pasa­
do se convirtieran en auténtica responsabilidad nuestra sería el
solidarizarse interiormente
con ellos (11), aprobando lo que se
hizo
y proponiéndose su repetición si hubiera lugar, puesto que
(11) "La única responsabilidad capaz de continuar en la historia puede ser
la
de tipo objetivo, a la cual se puede prestar o no una adhesión subjetiva en cual­
quier momento
de modo libre" (MyR, pág. 60).
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los precedentes permanecen convertidos en tentaciones para
nuestro presente.
Llegados a este punto,
no se puede evitar la sensación de que
el mensaje espiritual de esta petición de perdón "por el pasado" está
particularmente indicado para los católicos que aman a la Iglesia
y
estiman toda su lústoria, con la aial se identifican. Aún más, si cabe,
con los tradicionalistas y contrarrevolucionarios que defendemos la
validez sustancial del "paradigma" de los siglos de Cristiandad.
En realidad, para los
que no se reconocen en el pasado de
los siglos cristianos, pedir
perdón por ellos no implica dificultad
ni dolor, pero tampoco mérito. En cambio, a los
que procuramos
esa continuidad
en la tradición, la llamada a depurar nuestra
memoria sin autocomplacencias
puede resultamos dificultosa
pero eminentemente provechosa.
Hemos de tener clara conciencia de
que en la ejecutoria de
la historia cristiana se mezclaron defectos con los aciertos, para
no defenderlos ni repetirlos llegado el caso, sino perfeccionamos
en el seguimiento de Cristo. Debemos cuidar de purificar nues­
tras intenciones, pues
es sabido que a veces los orgullos y egois­
mos se transfieren a los
~olectivos de los que formamos parte y
así los justificamos en nosotros.
Pero
no debe pensarse que esto implica una rectificación de
criterios sino
una purificación de conductas. El ejemplo nos lo ha
dado la Comunión Tradicionalista Carlista con su Dedarad6n
con motivo del Año del Gran Jubileo (Zaragoza, 10 de marzo de
2000),
en la cual, al pedir públicamente perdón "a Dios y a nues­
tros hermanos"
por cuanto hayan podido contribuir a la autosu­
ficiencia del tiempo moderno
y a la expulsión de Dios de la
comunidad política, se hace hincapié en la tibieza, las desidias,
negligencias, repliegues, inacciones y falta de iniciativas. Y esa
debe ser la actitud de todos nosotros.
• • •
Humanamente, el destinatario más razonable de esta petición
pública de perdón
son los cristianos separados. En efecto, los
únicos antecedentes de petición de perdón
por las autoridades
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LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
de la Iglesia se dieron por Pablo VI con los ortodoxos para remo­
ver obstáculos a la unión
de los cristianos.
Al respecto se nos recuerda que lo deseable es que estas peti­
ciones de perdón se hagan
en un marco de reciprocidad, aun
cuando ésta no sea condición indispensable (págs. 77-78).
Y ciertamente, tan expresivo gesto ha supuesto que la Iglesia
Católica tomara más aún la iniciativa
en el movimiento por la uni­
dad de los cristianos (12).
·
Pero la petición de perdón apunta mucho más lejos. Leemos
que se trata de dar ejemplo
de arrepentimiento a los individuos y
a la sociedad civil para que se imite el examen de conciencia (13).
Más todavía: se trataría de hacer comprender que los cristianos
pecadores
no son una excepción, y que la exigencia de reconocer
las propias culpas tiene razón
de · ser para todos los pueblos y para
todas las religiones, cuyos fieles
deberían verse estimulados a reco­
nocer las culpas de su propio pasado (págs. 78-79 y
16).
• • •
Añadamos que el perdón no sólo se ha implorado de Dios:
Siguiendo el ejemplo del Padrenuestro también se
ha brinda­
do, inmediatamente, a los prójimos de
la Iglesia, aspecto este últi­
mo que ha pasado desapercibido.
Aunque
la petición de perdón no es el momento más opor­
tuno para recordar agravios, nuestro documento, de pasada,
alude en varias ocasiones a "tantas persecuciones como los cris­
tianos han sufrido a lo largo de la historia" y a que, por muchas
que pudieran haber sido las faltas, "nunca se puede olvidar el
precio
que tantos cristianos han pagado por su fidelidad al
Evangelio y al servicio del prójimo
en la caridad" (págs. 17 y 74).
(12) Así, la Conferencia General Metodista, reunida en Cleveland del 2 al 12
de mayo, se ha sentido impulsada a enviar al Papa un telegrama en el que dice
que
"en los casos de incomprensión, insensibilidad y agresiones cometklas por
los predecesores de la Iglesia Metodista contra los católicos de la Iglesia Católica
Romana, nosotros, en nuestro tumo, pedimos perdón por las faltas cometidas y _
de omisión" (ACI Digital, 15-V-2000).
(13) MyR, págs. 16, 63, 80 y 14 en nota.
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Es sintomático de nuestra era el énfasis que se ha puesto en
"los pecados de la Iglesia", y la sordina puesta al sentido profundo
del otro acto solemne del Papa e inmediatamente posterior, relati­
vo a la
multirud de los testigos cristianos, acrecentada como nunca
en este último siglo, vigésimo de la era cristiana. Los mártires de
Cristo, víctimas
en número y crueldad sin precedentes de injustas
persecuciones mucho más graves que todos los errores de los hijos
de la Iglesia,
son la mayor· acta de acusación al Mundo por sus
pecados, especialmente por los del presente más inmediato.
• • •
Muchos obispos y cardenales sugirieron que, en vez de incu­
rrir, de hecho o en apariencia, en el encausamiento de nuestros
predecesores
en la Fe, la iniciativa de la petición de perdón por
los pecados de los católicos debía apuntar más bien a las faltas
de los vivos
en el presente. Tal idea se ha recogido, pero no hasta
el punto de convertirla
en central (14).
Si se analiza la petición litúrgica de perdón, se observa que
mientras
en las primeras cinco peticiones el sujeto de las culpas,
y aquellos para los que
se pide la gracia del arrepentimiento, son
los cristianos, en la sexta sólo aparecen como cómplices, y en la
séptima, de
Mgr. Fran,ois Xavier Nguyen Van Thmn, de pronto
la plegaria no se eleva por los culpables, sino por las victimas del
mundo moderno: pobres, marginados, sojuzgados y asesinados
por el aborto, sin que los cristianos aparezcan como agentes de
tales iniquidades. Y es que
en realidad la jerarquía católica es la
única que combate todas esas manifestaciones sin excepción, casi
en solitario, y sus fieles los que más hacen por paliarlas. Los prin­
cipales culpables de esos pecados contemporáneos están
en otras
partes y
no se pide por ellos para no nombrarlos ni aludirlos.
(14) "Un serio examen de conciencia ha sido auspiciado por numerosos
cardenales y obispos sobre todo
para la Iglesia del presente. A las puertas del
nuevo milenio, los cristianos deben ponerse humildemente ante el Sefior para
interrogarse sobre las responsabilidades que también ellos tienen en relación con
los males de nuestro tiempo" Son las palabras de JuAN PABLO II en Tertlo millenio
advenlente,
§ 36, recogidas en MyR, pág. 75.
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El documento de la Comisión Teológica Internacional pone
muy bien el énfasis de los males de hoy en la negación de Dios
en sus múltiples formas. Agrada ver que se recuerde que éste es
el principal mal, aunque en ningún momento se emplee la pala­
bra
pecado o culpa para referirse a "una serie de fenómenos
negativos como la indiferencia religiosa, la difusa falta
de 51,ntido
trascendente de la vida humana,
un clima de secularismo y de
relativismo ético, ... " (pág. 70).
A continuación se señala
que "lo que llama especialmente la
atención es que esta negación
es un proceso que ha emergido en
el mundo occidental" para plantear la cuestión inquietante de la
medida
en que los creyentes mismos han sido responsables del
ateísmo teórico o práctico
por reacción a su falta de ejemplaridad
(pág. 70).
Puesto
que se trata de confesar las propias culpas, encuentro
lógico que
no se entre en las culpas ajenas, aunque también
deberla llamar la atención que el camino al ateísmo del mundo
occident 1 haya corrido paralelo al cambio de paradigma desde
la Cristia
dad a la modernidad que procede de la Ilustración
(págs. 62 y 25).
Cons dero peligroso que a dicha sustitución se aluda siempre
en los t os eclesiásticos del presente en tono de mera consta­
tación, si acompañarla
con juicios de valor (15). De ese modo
se pierde de vista en la práctica las causas que el fenómeno tiene
en un h z de corrientes deliberadas -ni naturales ni inelucta­
bles----d

1 pensamiento y de
la política, que hay que explicar
·desde el 'sterio de iniquidad. Y así se reducen siempre las cau­
citan a los defectos
de los cristianos, con Jo que se
ucir a
una concepción dialéctica de tipo hegeliano o
e ningún
modo se puede admitir que toda la culpa de
de la Fe cristiana y de todo sentido religioso recaiga
sobre el 1 ejemplo ajeno (el
de los cristianos). Y no sé si se Je
debe atri uir la mayor parte siquiera.
(15) sustitución es un cambio acontecido incontestablemente.
Sistemática ente
se elude calificarlo: ¿bueno? ¿malo? ¿según los aspectos? ¿natu­
ral? ¿forzad ? ...
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LUIS MARIA SANDOVAL
Pero, dado que aquí se trataba sólo de confesar los pecados
cristianos,
y aun si no se quisiera recordar la gran falta de haber­
nos dejado arrebatar aquella situación de ósmosis entre Fe
y cul­
tura, moralidad y religión (16),
que representaba la encarnación
profunda del mensaje cristiano
en la sociedad i la que se nos
vuelve a instar con la Nueva Evangelización, ¿cómo
no recordar
que en el presente, en esta segunda mitad de sigÍo, con muchos
de los protagonistas aún vivos,
una multitud de clérigos y segla­
res católicos
han promovido, directa y no dialécticamente, ¡en
nombre de su condición cristiana! todos los males indicados de
relativismo ético, secularismo, justificación del aborto o indife­
rentismo religioso
en nombre del ecumenismo? (17). ¡Hasta se
hizo entre católicos
una teología de la muerte de Dios! ¿Por qué
no confesarlo abiertamente para enmendarlo sin tapujos? ¿No es
ni importante ni del presente?
En este punto
la excusa que menos vale es la que en otras
ocasiones se esgrime de
no remover con agrado la porquería.
Una vez
que se ha decidido hacerlo con esta iniciativa sin pre­
cedentes ¿por qué la omisión? ¿porque
aún no están muertos los
responsables
por comisión o complacencia, y pueden suscitar
problemas si
es que no conservan todavía su influencia en los
episcopados y la Curia?
las lagunas
Los últimos comentarios nos introducen en la parte más cri­
ticable del documento.
(16) Y que ha de conducir a la unión sin confusión de Iglesia y Estado,
(17)
En este punto conviene recordar el análisis que Rafael Gambra hizo de
la que llamó "traición de los clérigos". Los hombres siempre han recibido bien la
justificación
de sus pasiones, y no les han faltado inductores al mal, pero como
contrapeso han contado siempre con la instancia religiosa del magisterio sacer­
dot.al. Ahora bien, ¿qué magnitud de efectos malos, individuales y sociales, no se
producirá si el magisterio sacerdotal, en vez de actuar como contrapeso de las
malas tendencias, por el contrario las justifica y promueve todas?
(Vid. RAFAEL GAMBRA, El lenguaje y los mitos, Madrid, Speiro, 1983, págs. 85-86).
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LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
Ya dijimos que aquel establece una distinción entre respon­
sabilidad subjetiva y responsabilidad objetiva.
Efectivamente, el Catecismo
de la Iglesia Católica ensefta que,
por caúsa de ignorancia invencible o de juicio erróneo sin res­
ponsabilidad del sujeto moral,
"el mal cometido por una persona
no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una pri­
vación,
un desorden" (18).
Puesto que la responsabilidad subjetiva cesa
con la muerte
del agente, se nos dice que la única responsabilidad capaz de
continuar
en la historia, justificando una petición de perdón,
"puede ser la de tipo objetivo" (págs. 59-60). Y sobre esta base,
asentada
de modo tan poco tajante, se asienta toda la justificación
de la petición de perdón.
Lo más que nos recuerda esta respon­
sabilidad objetiva es la responsabilidad subsidiaria de las perso­
nas jurídicas por las injusticias cometidas por sus agentes.
Se nos dice que las consecuencias objetivas del mal perpe­
trado
pueden lastrar la memoria hasta el punto de que resulte
"posible hablar de
una responsabilidad común objetiva", de la
que
se nos libera impetrando el perdón de Dios y mediante la
purificación de la memoria. "Purificar la memoria significa elimi­
nar de la conciencia personal y común todas las formas de resen­
timiento y de violencia que la herencia del pasado haya dejado,
sobre la base de
un juicio histórico-teológico nuevo y riguroso,
que funda
un posterior comportamiento moral renovado" (pág. 60).
Creo que
en este punto crucial el documento no resulta -al
menos para nú-todo lo clarificador que desearía.
La mejor explicación que he visto es la del P. Femández
Cueto:
"De la misma manera que nos podemos gloriar a justo título
de la heroicidad de millones de mártires y de la contribución ina­
preciable de muchos santos al verdadero progreso y civilización
de Europa y del mundo, sin tener
en ello ni parte ni arte, también
podemos sentirnos
muy incómodos al constatar la indignidad de
determinados pastores, los abusos de poder llevados a cabo por
(18) CEC, ! 1793.
427
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LUIS MARIA SANDOVAL
cristianos, con el pretexto de propagar la fe, o de defenderla, la
mAs o menos directa. cooperadón con formas de injusticia social,
etc, etc.
Algunos o muchos católicos, incluso la totalidad de ellos,
podemos llevar el peso de tales fallos, sea del pasado sea del pre­
sente, y podemos sentirnos avergonzados de los mismos. La públi­
ca
y afidal petición de perdón por ellos debiera normalmente des­
cargarnos y aliviar o purifi.car nuestra memoria, ya que no nues­
tra condenda, dando por puesto que ninguna culpa nos cabe
personalmente" (19).
Pero, por los subrayados, que son nuestros, se observará que
se trata de un sentimiento que precisa de una liberación psicoló­
gica, más
que de un perdón en sentido estricto.
Llegados a este punto, merece observarse una consecuencia
imprevista.
El pueblo de Israel, puede, propiamente, ser objeto de una
de las siete peticiones de perdón del Papa en la medida en
que su identidad, obedeciendo al misterioso designio de Dios,
atraviesa los siglos
hasta el momento de su conversión fi­
nal (20). Pero entonces,
lo que se predica de la responsabili­
dad objetiva para la Iglesia también será aplicable para Israel,
y los judios, colectivamente, estarán necesitados
de pedir per­
dón (de purificar la memoria si se prefiere) por la crucifixión
de Cristo tras la condena injusta e irregular del Gran Sanhedrfn
y la asunción·
de aquella responsabilidad sobre sus propias
cabezas y las de sus descendientes (21). Lo cual a su vez expli­
ca y justifica
en parte la conducta histórica de los cristianos
respecto a ellos.
• • •
(19) Josa MARiA FERNÁNDFZ CUE'fO CPCR. "¿Podia e1 Papa pedir perdón
por las culpas de la Iglesia del Pasado?", en Avanzar, núm. 607, mayo de 2000,
págs. 16-17.
428
(20) Rom., 11.
(21) Mt., 27, 25.
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LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
La liberación psicológica de que hablábamos más arriba, no
se consigue tan sólo dirigiéndose a Dios, sino que busca el ser
o!do de los demás hombres frente a los cuales se siente dicha
vergüenza y ante los
que se quiere proclamar la propia desolida­
rización retrospectiva.
Es de observar que hay en los actos de la petición de perdón
un inconsciente propósito de congraciarse con el mundo con­
temporáneo. Todas las peticiones de
perdón del acto litúrgico son de peca­
dos que
la corrección política del mundo moderno condena (22):
intolerancia, violencia, discriminación de mujeres,
jud1os (23), etc.,
hecha excepción de la alusión al aborto.
Si el examen de conciencia del pasado de la Iglesia se hubie­
ra hecho siguiendo
un esquema cristiano tradicional, bien del
Decálogo, bien de las Bienaventuranzas o de los Pecados Capi­
tales, el resultado pudiera
no haber sido tan grato a los oídos de
los televidentes del
año 2000. Ese hubiera sido el caso de confe­
sar que sacerdotes, religiosos, casados y solteros cristianos no
han dado a lo largo de la historia el límpido testimonio de casti­
dad que Dios quiere. O de haber pedido perdón por la tibieza
condescendiente con las comodidades y el lujo. O
por la falta de
entrega y
énfasis en la propagación de la Fe verdadera.
Pero además,
ha habido un grave pecado contemporáneo,
cometido
en nombre del "cristianismo", que muchos han echado
a faltar.
Se trata de la complicidad de toda la facción "progresis­
ta" y especialmente "liberacionista"
en el contagio, propaganda,
implantación y justificación
de tiranías totalitarias sangrientas, a
veces con colaboración de obra a más de la abundancia de pala­
bras. Alguien podría pensar
que si se hubiera tratado de un movi­
miento público
de "Cristianos por el Fascismo", o si se hubiera
elaborado y jaleado
una teologfa de la mano del método racial
nacionalsocialista,
no se hubiera acusado la ausencia del recuer-
(22) O más bien dice condenar y condena en los otros, porque sus obras
son ya otra cosa.
(23) ¡Incluso de los gitanos!, que son citados nominalmente en la quinta de
las impetraciones litúrgicas.
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LUIS MARIA SANDOVAL
do contrito que ha faltado por completo contra lo que sí ha exis­
tido realmente
en la Iglesia del último medio siglo: Cristianos por
el Socfa/Jsmo, una teología de la liberación marxista, curas gue­
rrilleros, y complicidades eclesiásticas
con el comunismo, hasta el
punto de ser determinantes en la implantación del régimen san­
dinista
en Nicaragua.
Lo que antecede no es un desahogo retórico, sino el eco de
la queja, bien pormenorizada, que difundio Armando Valladares
por la Red denunciando las múltiples complicidades eclesiásticas
con el castrismo cubano, que, como tantas otras similares, no han
merecido recuerdo en este público examen de conciencia, como
tampoco la condena del comunismo encontró hueco explicito en
los documentos del Concilio Vaticano II, incluso con violación de
las reglas de procedimiento de aquel sfnodo ecuménico (24).
Se pierde autoridad en la condena de las intervenciones del
pasado influidas por la política de entonces cuando no se men­
ciona siquiera este acomodamiento al
poder y a la opinión comu­
nistas, llegando hasta la colaboración y la conversión al mismo,
que han sido tan graves y tan recientes.
• • •
Sinceramente, al terminar el recorrido por la iniciativa de la
petición
de perdón y el documento explicativo de la misma, creo
que
su mayor defecto es pedagógico: como resultado de todas
las cautelas a que hicimos referencia, la petición de
perdón tiene
un contenido anodino a efectos de condena de episodios con­
cretos del
pasado de la Iglesia; pero en cambio no resulta inocua.
De las diversas categorias de faltas en el pasado a que se
hace
referencia y por las que se pide perdón nos ceñiremos al
empleo de la fuerza al servicio de la sociedad cristiana (25). Es
(24) Sobre aquel asunto, Vid. RALPH M. WILTGBN S.V.D., El Rín desemboca
en el Tfber. Historia del ConctlJo Vaticano ll Madrid, Criterio Libros, 1999, págs.
312-318.
(25) Igual que en otros terrenos se hacen cuidadosos distingos entre la san­
tidad
de la Iglesia y la santidad en la Iglesia, bien mel'ece hacer.se la distinción
entre
el empleo de la fueru al servicio de la Religión y al servicio de la sociedad
civil fundada en ~a com\1n religión.
430
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LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
un lema que afecta directamente a los amigos de la Ciudad Cató­
lica, que nunca hemos ocultado, antes
al contrario, nuestro espi­
ritu de cruzada (26).
Puede que la
inlención inicial de la petición de perdón fuera
el citar
por su nombre a las Cruzadas, pero no ha sido asi (27),
en lo cual ha tenido mucho que ver el desarrollo en el Vaticano
de congresos de historiadores sobre la Inquisición o las Cruzadas
en los años preparatorios del 2000, que han hecho ver lo invia­
ble
de tales condenas retrospectivas de modo tajante y global.
Pues bien, hay que decir;
De una parle, la iniciativa en su conjunto se nos presen­
ta con apariencias contradictorias:
en tanto que se reco­
noce que
no debe hacerse acusación y juicio del pasado
todo parece apuntar al mismo, aunque finalmente falte
toda concreción histórica de las faltas apuntadas.
(26) Baste recordar artículos tan explícitos en su titulo como "El espíritu de
cruzada en Schola Cordis Jesu y en Spetro y sus vinculOS de unión", de FRANCISCO
DE GoMrs (Verbo, núm. 353-354, 1997, págs. 364-379)¡ "¿Cruzada o guerra civil? La
perspectiva de Eugenio Vegas", de FRANCISCO Josl! FERNANDEZ DE LA QGO&A (Verbo,
núm. 247-248, 1986, págs. 869-889); "Los católicos del mundo y la CruZáda espa­
ñola de 1936-1939", de JOSJ! FIDlfN GARRALDA (Verbo, núm. 367-368, 1998, págs.
579-621), el número monográfico 323-324 (1986) de Iglesia Mundo coordinado
por
MIGUEL AYuso, "La Cruzada que rehizo una patria"', con buena parte de la
nómina
de nuestros amigos, y la publicación con motivo del noveno aniversario
de la conqui.sta de Jerusalén de los trabajos "De la Cruzada", de FRANi;c>IS
VAIJ.AN(X)N (Verbo, núm. 373-374, 1999, págs. 233-252) y "La última cruzada", de
LUIS MAiúA SANOOVAL (Verbo, núm. 377-378, 1999, págs. 651-682).
(27) En la solemne petición de perdón propiamente dicha no constan en
absoluto las palabras "Cruzadas" o "Inquisición".
En el documento explicativo Memoria y reconciliación sí, pero una sola vez
en un contexto relativizador: "¿se puede hacer pesar sobre la conciencia actual
una culpa vinculada a
fenómenos históricos irrepetibles, como las cruzadas o la
inquisición?" (pág. 27).
Más adelante se reproducen unas palabras de Juan Pablo II acerca de la valo­
ración
de la Inquisición que comienzan así: "El Magisterio eclesial no puede evi­
dentemente proponerse la realización
de un acto de naturaleza ética, como es la
petición
de perdón, sin haberse informado previamente de un modo exacto acer­
ca
de la situación de aquel tiempo ... " (págs. 51-52).
431
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LUIS MARIA SANDOVAL
De otra parte, el auditorio mundial de la iniciativa vati­
cana cree
haber asistido a ese juicio y condena del pasa­
do que el documento, precisamente, considera fuera de
lugar.
No es la nuestra
una percepción subjetiva, o que sólo sea
aplicable a los más
empedernidos adversarios de la Iglesia.
Tenemos el caso del semanario
Alfa y Omega, que la Archi­
diócesis de Madrid publica encartado
en el ABC, de cuyo
número
205, de 23-III-2000 reproducimos la siguiente Puntua­
lización:
ªHasta horas antes del derre de nuestro penútimo número
estuvimos esperando el texto Integro de la Conferenda Teológica
Internadona/ Memoria
y Reconci/Jadón. La Iglesia y las culpas
del
pasada Por diversos motivos no nos fue posible disponer de él
con el tiempo necesario. En nuestras ilustraciones decíamos que
el documento hace mención expresa de las Cruzadas
y de la
Inquisición. No era así. No existe en el texto mención expresa a
fas Cruzadas ni a la Inquisición, aunque las referendas indirec­
tas e implícitas son indudables. Lamentamos muy de veras esta
lnvolunt.aria y explicable deficiencia y pedimos excusas por ella·.
Es decir, que la medida inconcreción del texto, tanto respec­
to a los episodios como a las valoraciones, tiene
un sentido
"indudable" para
un órgano oficial de la Iglesia española, como
si el magisterio estuviera contenido en lo omitido en vez de· en
lo expreso. Creemos que es un ejemplo de la convicción de que
ha existido esa condena (que tras todos los estudios no llegó a
formularse)
en los mejores medios eclesiásticos, lo cual excusa de
probar cómo se ha recibido la iniciativa
en los medios seculari­
zados y antirreligiosos.
Humanamente, no deja de ser un fracaso comunicativo y
pedagógico esta interpretación generalizada. Pero la trascenden­
cia negativa de lo
que tan exteadidamente se ha tomado como la
enseñanza de esta iniciativa es todavía mayor.
• • •
432
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LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
En realidad, el reconocimiento de culpas de hijos de la Iglesia
contra
la moral cristiana no tiene mayor carga de escándalo. Lo que
si la tendria, y afectarla a la fiabilidad del magisterio moral de la
Iglesia, seria considerar erróneas
no los abusos ni las conductas
desviadas, sino las directrices morales sostenidas
un día por la
Iglesia de modo general, continuado y con el refrendo del Magis­
terio. En ese caso una petición de perdón
implicarla una rectifica­
ción de criterios, y ¿dónde
quedaña la indefectibilidad del Magiste­
rio
si hoy se pide perdón por lo que se enseñó repetidamente ayer?
Este aspecto problemático de la cuestión ha sido evitado por
completo entre las consideraciones de la Comisión Teológica
Internacional.
Es el caso de las Cruzadas. Las crueldades y los abusos de los
cruzados ya fueron denunciados
en su momento. Incluso el des­
viarse una de ellas contra los cristianos cismáticos fue objeto de
advertencia primero, y de condena después,
por Inocencio m.
Pero no cabe duda de que no fueron los nobles medievales quie­
nes iniciaron
las Cruzadas, fuera por interés o mal entendido fana­
tismo.
Las convocó la Iglesia misma por su cabeza; pero no a
modo de mero acto de gobierno erróneo, injusto o pecaminoso,
sino enseñando con la unanimidad de
la Iglesia que eran buenas
y como tales se predicaban. Este es el escollo que impide esa con­
dena
que la sensibilidad de hoy -que no el raciocinio-desearía.
• • •
Finalmente, el otro defecto pedagógico estriba en que las
consideraciones sobre el juicio lústórico resultan ser más claras
que las que se refieren al juicio ético. Se dan por supuestos los
criterios morales, precisamente
en una época en que se hallan
turbios, confusos y discutidos como nunca.
No basta con aludir a "medios dudosos (28) para conseguir
fines buenos, como la predicación del Evangelio y la defensa
de
(28) Obsérvese que a la hora de la verdad se ha preferido decir "dudosos"
a "inicuos" o "perversos".
Y en la ceremonia litúrgica, la petición de perdón del Cardenal Ratzinger,
especificaba: "reconociendo que también los hombres de Iglesia, en nombre de la
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LUIS MARIA SANDOVAL
la unidad de la fe [ ... ] métodos de intolerancia y hasta de violen­
cia
en el servicio de la verdad" (pág: 67).
En cuestiones tan complejas no son suficientes los principios
generales,
por elevados que sean, sin precisar su correcta aplica­
ción, ilustrando la enseñanza con los casos concretos que ejem­
plifican lo que se hizo mal y dónde residió ese mal.
De otro modo, muchos contemporáneos, al escuchar que la
verdad sólo se impone por su propia fuerza, confunden la noción
siempre profesada por
la Iglesia de que no se pueden admitir las
conversiones por la fuerza,
con el error de que no se pueda
emplear en ningún caso fuerza para defender la verdad.
Igualmente, la noción rechazada de "ceder a la lógica de
la
violencia", si no se especifica que se refiere ante todo al espíritu
de odio y represalia,
puede llegar a entenderse como que toda
acción punitiva de la autoridad
Oa sola prisión igual que el patí­
bulo) conduce a situarse a la altura moral de los malhechores, y
que apelar a la legítima defensa, individual o social, implica que
agresor y agredido sean igualmente condenables ante el espiritu
evangélico. Con lo que se rechazaría la sentencia generalmente
aceptada por los moralistas durante dos núlenios:
vim vi-repelle­
re ltcet.
En el caso de las Cruzadas, no es lo núsmo creer que fueron
métodos antievangélicos los abusos y crueldades que se dieron
en ellas, como que algunas, en particular las desviadas contra
cristianos, lo fueron, o que,
por principio, todas lo son esencial­
mente, ya fueran para rescatar Jerusalem, para auxiliar Cons­
tantinopla o para liberar Viena (29).
A la postre, no
ha existido condena explicita, ni de las
Cruzadas ni de otros episodios de la historia de la Iglesia, porque
no se ha descendido ni a los casos concretos ni a la tipificación
fe y de fa moral, han recurrido a veces-a m~todos no evangélicos en su justo deber
de defender la verdad' (el subrayado es nuestro).
Son nuevos matices y salvedades contra la condena indiscriminada de
Cruzadas o Inquisición. Pero todo ello ha pasado desapercibido para el común
de los mortales.
(29) Como fue timbre de gloria de la nación polaca ¿o no?
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LA IGLESIA Y LOS PECADOS DEL PASADO
exacta del mal por el que se pedía perdón. Y si no ha existido
condena
no hay ningún motivo para no seguir considerando váli­
dos los juicios morales
que la Iglesia dictó, al respecto de las
Cruzadas u otros asuntos,
en su pasado. Pero, si en realidad no
ha existido condena alguna, lo cierto es que la desorientación
histórica y moral imperante
en nuestros días no se ha disipado
precisamente
con esta iniciativa.
• • •
Conclusión
La petición de perdón por los pecados en el pasado de los
hijos de la Iglesia (no "de la Iglesia", aunque sea expresión más
breve)
ha obedecido a una iniciativa personal del Papa que venia
de antiguo.
Sin embargo, se ha sometido a un proceso de depu­
ración teológica
que ha acumulado las salvedades y, sobre todo,
ha conferido a las expresiones
una enorme vaguedad en cuanto
a
la concreción de las culpas confesadas.
En cuanto basada
en el deseo de purificación y de agradar a
Dios, y de glorificarle
en su misericordia (págs. 16 y 81), es de
esperar
que esta petición de perdón, como gesto de humildad,
produzca bienes sobrenaturales sin cuento,
que se manifestarán
en su momento, por encima de los perjuicios de orden natural
que pueda causar su aprovechamiento tendencioso en manos de
los enemigos de la Iglesia, o
su mala interpretación en el ánimo
de algunos de sus hijos poco formados y deficientemente
infor,
mados.
Por lo mismo, para paliar esos efectos negativos y las defi­
ciencias pedagógicas apuntadas, los fieles debemos esforzamos
en realizar con el mayor empeño una apologética histórica, orien­
tada a deshacer las falsedades con que están tejidas las leyendas
negras
de la Iglesia, igual que en recordar los sanos criterios y
aplicaciones de la moral católica
en el ámbito social.
Si el Año Santo 2000 debe tener un sentido puramente reli­
gioso de penitencia y conversión, centrándose
en la contempla-
435
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LUIS MARIA SANDOVAL
ción de la Encarnación del Verbo que cumple el plazo redondo
de veinte siglos, el año 2001, fieles a aquel
espíritu conciliar de
resaltar sobre todo los aspectos positivos,
deberla proponerse a
continuación cantar las gracias sin igual de orden natural que
Dios
ha dado al Mundo en este lapso a través de sus hijos.
Nos espera
la tarea de presentar las glorias de la Iglesia y los
inmensos beneficios, también
en lo terreno, que ha producido la
sociedad organizada bajo
su influjo: la Cristiandad.
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