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Número 421-422

Serie XLII

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Los siete primeros Concilios (La formulación de la ortodoxia católica)

LOS SIETE PRIMEROS CONCILIOS
(LA FORMULACIÓN DE LA ORTODOXIA CATÓLICA)
POR
FRANCISCO CANALS VIDAL"
Al decir "los siete concilios" aludimos a los siete primeros
concilios
ecuménicos de la Iglesia católica, no sólo comunes a la
Iglesia occidental
y a la oriental, sino aquellos por los que se defi­
ne a sí misma la Iglesia ortodoxa, la que se separó de la Iglesia
romana
en el siglo XI. Su estudio tiene un gran interés ecuméni­
co, puesto que por ellos se expresó el fundamental tesoro dog­
mático trinitario, cristológico
y eclesiológico que ha sido siempre
patrimonio común
de la Iglesia católica romana y de la Iglesia
ortodoxa del Oriente.
En Nicea
(325) se proclama la divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo,
de la misma naturaleza que el Padre, y en el Prime­
ro
de Constantinopla (381) la del Espíritu Santo, Señor y
Vivificador, glorificado y adorado juntamente con el Padre y el
Hijo.
En Éfeso (431), y
para reconocer que es verdaderamente
Dios el Emmanuel nacido de la Virgen, se define que tenemos
que proclamar Madre de Dios a María. En Calcedonia (451) se
define
que., porque el Hijo eterno de Dios bajó de los cielos y
("') El profesor Canals, ilustre colaborador de estas páginas, acaba de publi­
car
en la editorial Scire, de Barcelona, un libro extraordinario sobre los primeros
concilios
ecuménicos. Es un honor para Verbo, autorizados por autor y editor,
reproducir
aquí las páginas introductorias de la obra (N. de lar.).
Verbo, núm. 421-422 (2004), 97-104. 97
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se hizo hombre "por nosotros los hombres y por nuestra sal­
vación". hemos de profesar nuestra
fe en que Nuestro Señor y
Salvador tiene,
con su naturaleza divina, también la naturale­
za humana, y que las dos naturalezas concurren en una sola
persona ..
En el II de Constantinopla (553), ratificando y sintetizando
lo
enseñado en Éfeso y en Calcedonia, se ilumina nuevamente
que esta persona de nuestro Salvador, el Hijo de María, no es
otra
que el Hijo eterno de Dios, la segunda persona de la Santa
Trinidad. En el IIl de Constantinopla (681) se define
que hemos de
creer que,
por la dualidad inconfusa e inseparable de las natura­
lezas divina y humana, hay
en Jesucristo, con las operaciones y
la voluntad divinas, también operaciones humanas y voluntad
humana, plenamente sometidas a su voluntad divina y omni­
potente. En el
II de Nicea (7ITT), para la defensa del culto a las imá­
genes sagradas, se formulan también importantes definiciones
sobre la concreción y realidad histórica
de Jesucristo, sobre la his­
toria evangélica, sobre la visibilidad de la Iglesia y su constitución
jurídica y jerárquica.
No se comprendería, ni en su contenido doctrinal ni en su
misterioso dinamismo, el admirable desarrollo del dogma rea­
lizado
en los siete concilios si no advirtiésemos la orientación
característica de su tarea: sus formulaciones dogmáticas, como
la tarea de los Padres y Doctores en defensa de la fe, en polé­
mica contra los errores heréticos que las hicieron necesarias,
se movieron desde la penetración en el misterio de la Salva­
ción del
género humano por la Encarnación del Hijo y la mi­
sión del Espíritu Santo ·hasta la profesión
de la fe en la Trinidad
divina.
"Los Padres de la Iglesia distinguen entre la Theologta y la
Otkonomta. Con la primera de estas palabras se refieren al mis­
terio de la vida íntima de la Trinidad; con la segunda, a todas las
obras con que y
por las que Dios se revela y comunica su vida.
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Por la Oikonomia se nos revela la Theologia, pero, a la inversa,
la
Theologia nos explica y aclara la Oikonomia" ( Catecismo de la
Iglesia católica, núm. 236).
En los siete concilios no hallamos como su tarea propia la
de explicar
la Oikonomia desde la Theologia, sino, por en con­
trario, como exigían las circunstancias y el contenido de la polé­
mica contra las herejias, la de alcanzar la precisión dogmática de
la fe ortodoxa sobre el Hijo y
el Espíritu Santo, a partir de lo que
en la Escritura y en la Tradición era patente y luminoso sobre la
divina dispensación salvadora, sobre la
Oikonomia, por la que
Dios restauraba en la humanidad pecadora la participación de la
divina naturaleza. También
por la Oikonomia, obrada por Jesu­
cristo, se defendió y se alcanzó a definir la verdad sobre la
Encarnación. En reconocimiento
de que nuestro Redentor, naci­
do de mujer, es el Hijo de Dios enviado al mundo, es insepara­
ble y se implica
en el reconocimiento de que sólo Dios puede ser
"el
que salve al pueblo de sus pecados" y que no podria nuestra
incorporación a Cristo restaurar
en los hombres pecadores la filia­
ción divina adoptiva si
no creyésemos en Cristo como el verda­
dero Hijo de Dios.
Pero
no podñamos tampoco reconocer en Él a nuestro
Redentor del
modo adecuado a nuestra fe si no profesásemos
que se dignó misericordiosamente hacerse en todo semejante a
nosotros, excepto
en el pecado. "Lo que no es asumido, no es
redi1nido", recordaba san Dámaso frente a quienes negaban una
dimensión de la verdadera e íntegra humanidad de Jesucristo.
uDecimos que Cristo es hombre para que co1nunique al hombre
la santidad, asumiendo en sí, para librarlo de la condenación,
todo lo
que habia sido condenado" enseñaba san Gregorio Na­
cianceno.
En la analogía de la fe, esta "unidad según síntesis" -en
expresión del V Concilio-por la que Dios puso, con la divini­
dad del Hijo de Dios, todo lo humano de Jesucristo, de tal modo
se manifiesta y desarrolla
en la comunicación de la gracia divini­
zante y sanante
al linaje humano pecador, que el "Redentor del
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hombre", con su gracia, no destruye, sino que perfecciona nues­
tra naturaleza humana. Y si sólo la gracia de Cristo tiene poder
para salvamos, quiso Dios que fuese salvado el libre albedrio
humano. "Sólo la gracia salva, sólo el libre albedrio es salvado",
afirmó san Bernardo. Y santo Tomás de Aquino, que fue el máxi­
mo sistematizador escolástico de la sintesis doctrinal basada en
las definiciones de los concilios de Oriente, lamentaba la ten­
dencia a distribuir el mérito
de nuestras buenas obras entre la
gracia
de Cristo y el libre albedrio humano "como si no pudiese
ser efecto
de ambos".
La proporcionalidad y armon!a entre el miste1io de Cristo y la
economía salvífica explica que
el cultísirno presbitero anglicano
que fue después
el cardenal Newman se convirtiese a la Iglesia
romana
por haber advertido una común actitud errónea en el euti­
quianismo, que creyendo proclamar mejor la divinidad
de Cristo
minimizaba su humanidad, y el luteranismo, impulsado a
la nega­
ción del libre
albedrio humano y el mérito de las buenas obras por
lo que entendía ser una exigencia del reconocimiento de que nos
salvamos y somos justificados por la fe y la grada de Cristo.
No
puedo olvidar que la lectura de aquellos pá1nfos de John
.Henry Newman fueron decisivos para poner en marcha y orien­
tar mi interés
por el estudio de los concilios de Oriente, también
con instrumentos históricos
-los de la riquisima biblioteca que
fue obra personal del padre Ramón Orlandis
en Schola Cordis
Iesu-, pero con atención orientada fundamentalmente a su con­
tenido dogmático.
Tampoco puedo olvidar una conversación que tuve en Roma,
en 1955, con el insigne conocedor de san Cirilo de Alejandria, el
gran teólogo carmelita Bartolomé María Xiberta, con sus defini­
tivas observaciones centradas esp,ecialmente
en el Concilio de
Calcedonia.
Diversos hechos
de distinto carácter no sólo estimularon mi
estudio, sino
que me obligaron a enseñar y a escribir sobre la his­
toria y la doctrina
de los siete concilios en diversos ámbitos. La
última vez, en 1989, con ocasión de un viaje a Chile, invitado por
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la Universidad Católica de Santiago de Chile para tratar sobre
mi obra Sobre la esencia del conocimiento. Entonces me encon­
tré providencialmente con que la vecindad a Santiago de la
diócesis de San Bernardo posibilitó
que el sacerdote español
Antonio Pérez-Mosso, que era entonces rector de estudios del
seminario de San Pedro de aquella diócesis, me encargase un
ciclo de conferencias a los seminaristas, en las que traté de
nuevo sobre los siete concilios. Este ciclo del año 1989 en San
Bernardo es el origen inmediato del libro
que puedo ahora
ofrecer a los lectores, gracias a la iniciativa y al ímprobo traba­
jo que se tomaron también, más recientemente, en Chile y en
Barcelona, Antonio Amado y los sacerdotes barceloneses José
Maria Manresa y David Amado, en la laboriosa transcripción
del magnetófono al
ordenador del texto grabado en San Ber­
nardo. Este trabajo
no quiere ser ni un tratado escolástico ni una
nueva aportación a la historia de los concilios. Mis lecturas per­
severantes, a lo largo de muchos años, especialmente en la bi­
blioteca de Schola Cordls Iesu, sobre la historia, eclesiástica y
civil, cultural y política, de aquellos siglos, buscaban captar el
sentido de las polémicas doctrinales
y de su contexto y ambien­
te, para mejor comprender en su intención y significado las pro­
fundas y capitales enseñanzas dogmáticas de aquellos concilios.
No he considerado oportuno acompañar este libro con
un apa­
rato bibliográfico,
que el lector podrá encontrar especialmente en
los correspondientes articules del Dictiormaire de Théologie
Catholique,
en los Enchiridia, en el Conciliorum Oecomenicorum
Decreta
(Herder, 1962) y en los volúmenes correspondientes de
la
Hlstoire de J'Église, de Fliche-Martin.
Pero,
al caracterizar la intención de mi estudio como una
tarea de teología positiva, he de afinnar claramente que no la
entiendo, como
se hace a veces, como algo por lo que se pueda
revisar el sentido en que la Iglesia jerárquica y la fe del pueblo
de Dios
ha recibido aquellas formulaciones, y en el que los gran­
des Doctores escolásticos las recibían del magisterio eclesiástico,
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órgano viviente, según afirma Bartolomé Mana Xiberta, de la
Tradición. viva de la Iglesia.
El significado doctrinal de lo dogmáticamente definido o
enseñado como divinamente revelado
por el magisterio ordinario
universal de la Iglesia no
puede ser conmovido desde un pre­
tendido retomo a las fuentes
que lleve al equívoco y a la ambi­
güedad, a la confusión
en la lectura de los Santos Padres y a la
anarquía, con falsos pretextos "hermenéuticos" de la inteligencia
de la Sagrada Escritura.
Pio
XII, en la encíclica Humani generts, ratificando lo ense­
ñado por su predecesor, el beato Pio IX, recordaba que "el nobi­
lísimo oficio de la Teologia positiva es el de manifestar cómo la
doctrina definida
por la Iglesia se contiene en sus fuentes en el
mismo sentido
en que ha sido definida por la Iglesia". En aquel
mismo documento, lamentaba Pío XII "el intento de algunos, en
lo concerniente a la Teologia, de debilitar al máximo el signi­
ficado de los dogmas, y librar al mismo dogma del modo de
hablar recibido desde siglos
en la Iglesia y de los conceptos filo­
sóficos
de los Doctores católicos ... ". Notaba que tales tenden­
cias
no sólo conducen al relativismo dogmático, sino que lo con­
tienen ya de hecho.
Ya san Pio X había advertido que "del des­
precio
de los principios, que son como los fundamentos en que
se apoya toda ciencia de lo natural y de lo divino, y que son lo
capital
en la sistematización escolástica de santo Tomás ... se
sigue, necesariamente,
que los alumnos de las disciplinas sagra­
das ni siquiera entiendan
el significado de las palabras con las
que el magisterio de la Iglesia propone los dogmas revelados
por Dios".
De aquí que, mientras
serla injusto que alguien quisiese
acusar de "tomista" mi lectura de los concilios orientales,
sea
legítimo que yo reconozca que he encontrado en el estudio de
santo Tomás
de Aquino, orientado durante largos años por el
magisterio profundo y fecundante de mi maestro, el jesuita
Ramón Orlanclis Despuig,
una guia luminosa para la compren­
sión de la dogmática trinitaria y cristológica, tal como vive
en la
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enseñanza del magisterio y en el sentido de la fe del pueblo
cristiano.
Al reconocer esto, creo que me muevo en la actitud del elo­
gio
que san Ignacio formuló de los Doctores escolásticos que,
iluminados
y esclarecidos por la virtud divina, se ayudaron de
los concilios, cánones
y constituciones de nuestra Santa Madre
Iglesia, lo que los hizo especialmente aptos "para definir o
declarar para nuestros tiempos las cosas necesarias
para la salud
eterna
y para más impugnar y declarar todos errores y todas
falacias".
Lejos de negar, afirmo que creo haber aprovechado el estu­
dio de santo Tomás para situarme
en la actitud que me llevó a la
atención
y a la comprensión de las verdades dogmáticas enseña­
das
en aquellos siete concilios; lo que no he hecho es interferir,
con planteamientos o precisiones posteriores cronológica y con­
ceptualmente, el sentido mismo de sus fórmulas dogmáticas. Al
publicar estas conferencias no pretendo transformar sustancial­
mente ni el contenido ni el carácter e intención con que fueron
dadas entonces en el seminario chileno de San Bernardo. He
querido sugerir al lector una vía
por la que el recuerdo de los
contenidos dogmáticos de aquellos concilios,
y que son tesoro
perenne de la Iglesia, nos conduzca a reavivar en nosotros "el
sentido de Cristo".
Los siete concilios, por los que se define a s! misma la Iglesia
ortodoxa, tienen una decisiva significación "ecuménica" y dog­
mática. El recuerdo de los errores que dieron ocasión a aquellas
formulaciones dogmáticas ayuda a comprender el significado
y la
intención del grandioso progreso dogmático expresado en ellas
de una vez para siempre. Brilla en ellos el misterio de Cristo, la
unidad según s!ntesis del Verbo
y la "carne", en orden a la obra
misericordiosa de
la economía salvífica.
Si he accedido a la iniciativa tomada por los que han consi­
derado conveniente la publicación
de este ciclo de conferencias
ha
sido por la reiterada experiencia de que quienes han oído, a
lo largo
de los años y en situaciones diversas, mi reflexión sobre
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la tarea dogmática de los siete concilios me han dado testimonio
reiterado de
no haber olvidado las explicaciones y reflexiones
que de nú recibieron. En este sentido, el haber colaborado, por
mi parte, a la elaboración de este modesto trabajo quiere ser, a la
vez,
un testimonio de profundo agradecimiento y la colaboración
en la tarea de difusión de unas ideas que espero y deseo puedan
contribuir, de algún modo, a redescubrir el tesoro que la Iglesia
católica
tiene en aquel patrimonio doctrinal y en la iluminadora
tarea de los Padres
y Doctores que defendieron y dieron claridad
luminosa a las verdades dogmáticas alli definidas.
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