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Número 421-422

Serie XLII

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El hombre en el siglo XXI

EL HOMBRE EN EL SIGLO XXI
POR
ALBERTO WAGNER DE REYNA e-,
Mi avanzada edad me impide concurrir personalmente, como
lo hubiera deseado, a vuestro Congreso.
El "Hombre en el siglo
XXI" es tema que me preocupa profundamente; y por ello me
permito dirigiros este mensaje, como modesta contribución a sus
trabajos. Con el término de la Edad Media
-bajo el impulso de Refor­
ma protestante y del. Renacimiento-se inicia en Occidente un
movimiento cultural de "humanización", esto es de afirmación del
hombre como actor
y fin de su propia existencia. Inicialmente,
significa el "humanismo"
-que así se llama esta actitud ideo­
lógica-simplemente un retiro de Dios del foco de la atención y
del quehacer humanos, para privilegiar a la persona humana.
Dentro de esta línea,
en el "deísmo", es reducido Dios a una leja­
na causalidad.
El "Siglo de las luces" lo desplaza aún más: de oscuro antece­
dente conceptual pasa Dios a ser
la obscuridad misma. Y por fin es
negado totalmente.
La afirmación del hombre se torna así en aver­
sión a
la "idea de Dios", que ha de ser combatida como nefasta. De
C-) El ilustre embajador, escritor y fdósofo peruano Alberto Wagner de
Reyna nos ha hecho el honor de confiar la publicación de su mensaje al Congreso
"El hombre en el siglo XXI", celebrado en Córdoba de la Nueva Andalucía
(Argentina) el pasado mes de noviembre (N. de la R.).
Verbo, núm. 421-422 (2004), 81-84.
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la elegante "Ilustración", pasando por la emotiva y homicida apos­
tasía de la Revolución francesa, se llega a
la resentida militancia del
materialismo histórico, que combate el "opio del pueblo".
En todo este proceso se mantiene, sin embargo, Dios como
punto de referencia, aunque incierto o vitando, o como objeto de
explicito rechazo. Pero pronto, y pese a los esfuerzos de
un vaci­
lante "humanismo cristiano",
la afirmación del hombre como ins­
tancia suprema e inmanente ya no requerirá más del paso lógico
previo de la negación de Dios. Su concepto es declarado contra­
dictorio, o por lo menos "subjetivo", por el pensamiento oficial­
mente correcto. En aras de la mentalidad científica, el ateísmo
reinante decreta
que un Ser Creador y Providente no tiene senti­
do, y por lo tanto no merece ser discutido. Dios es entonces
degradado a fenómeno sociológico o psíquico y reducido,
por
tanto, a tema de las ciencias sociales y humanas o de la intros­
pección. El proceso mental de "humanización" culmina final­
mente
en la segunda mitad del siglo pasado. ¡Y hasta Dios queda
incluido
en ella!
Desde esta suerte, nos hallamos hoy ante la ausencia de Dios,
convenida
por los grandes de este mundo. Entonces los "dere­
chos humanos" se fundan
en si mismos (como el imperativo cate­
górico de Kant) y
por lo tanto ignoran su contrapartida, los de­
beres del hombre, que obligan frente a Dios.
Los derechos ya
no radican en la naturaleza (creada por Él) sino en la libertad
-irrestricta y egocéntrica-, que se abre a todas las posibilida­
des. Con la pérdida de la trascendencia divina desaparecen tam­
bién las fronteras éticas.
Esta filosofía
de derechos humanos absolutos es la fuente
metafísica de la modernidad; y la postmodernidad estriba
en asu­
mirla plenamente.
Lo hace dentro de dos maquinarias que se han
constituido
en fines de si mismas: de un lado, el engranaje de la
técnica, que posibilita el paneconomismo actual y
no admite
sino la ley del mercado;
y, de otro lado, el mecanismo de la fría
y anónima solidaridad global, planificada y obligatoria,
que sus-
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tituye a la otrora voluntaria y cordial entrega -por justicia y com­
pasión---a la fraternidad con el prójimo. En estas dos maquina­
rias, devoradoras de hombres, pero cuyas evidentes ventajas bajo
otros aspectos
son indiscutibles, culmina el deshumanizado y
apóstata humanismo, que pregonan los medios de comunicación
de masas y autentifican textos
jurídicos internacionalmente con­
sagrados.
Es un humanismo descarnado y des-almado que ha
perdido sus raíces en Dios, en Dios que es Amor. Y que ignora
a Cristo, Dios hecho hombre.
Es menester, sin embargo, ser ciego para no ver a dónde nos
ha llevado el humanismo huérfano de Dios. No es, pues, nece­
sario describir lo que advertimos
por doquier: al lado de los
logros de la civilización, abundan egoísmos, desequilibrios, vio­
lencias, peligros, injusticias ...
que nunca han faltado pero que
ahora constituyen un tejido planetario que amenaza a la huma­
nidad
en su esencia y existencia. La decadencia de Occidente
-diagnosticada ya en los años 20 del siglo pasado--y las dos
maquinarias devoradoras que hemos señalado se corresponden y
condicionan, de modo que los artificios de éstas no pueden com­
pensar los estragos de la civilización decadente,
en la cual los
hombres son números.
El único camino para salir de ella es volver a ser hombres,
auténticam~nte hombres, y sacudimos de la escoria que recubre
y falsifica nuestra esencia. He allí la salvadora tarea del hombre
del siglo XXI. Volver a nuestras raíces de Occidente y, conscientes
de nuestra contingencia, reivindicar nuestra filiación divina, para
saltar -nuevamente juvenil~s y esperanzados--hacia adelante.
En Iberoamérica,
la tierra más occidental de Occidente, nues­
tras raíces cristianas no se han secado del todo; aún queda savia
vivificante en ellas. Protegidos por los océanos y el mar Caribe,
hemos conservado
-aunque invadidos por la modernidad--el
sentido de lo eterno, del desprendimiento, de la naturaleza en su
virginidad telúrica, y hasta la insolencia de la "real gana". Ese es
nuestro tesoro. Saquémoslo a la luz para. las generaciones veni-
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los ideales eternos, mostrémoslo en nuestra generosidad espiri­
tual a
lo ancho y largo del mundo, y demos gracias a Dios por­
que aún sabemos y podemos darle gracias.
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