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Número 421-422

Serie XLII

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Josep Carles Clemente: Crónica de los carlistas. La causa de los legitimistas españoles

INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
]osep Caries Clemente: CRÓNICA DE LOS
CARLISTAS.
LA CAUSA DE LOS LEGITIMISTAS
ESPAÑOLES
('l
Creo que es el primer libro que leo de este prolifico autor. Si
leí algún otro, hizo tan poca mella en mí que hoy, no lo recuer­
do. Josep Caries Clemente (Barcelona, 1935) me produjo, pues,
de siempre, un rechazo instintivo que no seria capaz de razonar.
Tal vez
su participación en aquella irunensa traición al carlismo
que fue el carloshuguismo en lo que Clemente tuvo un destacado
papel. Destacado dentro de lo cutre que fue aquel triste episodio.
Quizá alguna recensión de libros suyos obra
de mi querido amigo
y acreditado historiador José Fermín Garralda. Fuede ser que,
sim­
plemente, por estar en las antípodas de lo que creía su pensa­
miento. Ahora,
no recuerdo por qué camino, llegó a la pila de
libros
que esperan lectura éste que ahora comento. Y en un
momento de debilidad comencé a leerlo. Inmenso error. Estaba
totahnente acertado
en aquella primaria e instintiva decisión de no
leer un libro de este muchacho ya casi septuagenario. No diré que
no volveré a caer en la tentación porque es imposible que pueda
sentir la más núnima de reencontrarle. Y, hasta el momento, no he
advertido en nú tendencias masoquistas. Así que, Josep Caries,
adiós, muy buenas. Con esto podría terminar el comentario y no
haria perder más tiempo al lector. Pero, por si hubiera alguno que
piense que exagero vamos a dedicarle alguna atención a este libro
que, ciertamente,
no es de historia. Periodismo malo. Nada más.
Porque Clemente, de historia, no tiene ni idea. Los defenso­
res del Antiguo Régimen incitaron a la Iglesia a arremeter contra
las Cortes
de Cádiz (pág. 20). Pues no. No tuvo que incitarla
nadie. Arremetió por convencimiento. El obispo de Orense, sus
hermanos refugiados en Mallorca, Ostolaza, Simón López, Ros,
Jiménez Hoyo, Rodríguez de la Bárcena, Inguanzo, Aguiriano,
Dou,
Vélez, el Rancio ... no necesitaron incitación alguna.
e) Prólogo de Maña Teresa de Borbón Panna. Ediciones Martínez Roca,
Barcelona
1 20011 254 págs.
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Siempre se dijo que los Cien Mil Hijos de San Luis eran bas­
tantes menos; para Clemente fueron bastantes más (pág. 28). En
1820
no se planteó ningún problema sucesorio pese a lo que afir­
ma
(pág. 29) este historiador aficionado. "En las postrimerías del
siglo
XVIII el jornalero estaba sujeto a un régimen casi de esclavi­
tud y realmente feudal,
no podía abandonar el pueblo para ir a otro
y conseguir mejores condiciones
de trabajo .. ." (pág. 40). Sin duda
por sus raíces catalanas está describiendo la situación de los remen­
sa pero equivocándose en unos cuantos siglos. La multitud de men­
digos que pululaban
por los pueblos y no digamos en la Corte, ¿de
dónde cree Clemente que salían? ¿Eran nobles disfrazados que dis­
traían así sus ocios? ¿Canónigos entre coro y coro? ¿Párrocos que
habían abandonado sus parroquias? ¿Golillas o propietarios?
A estos disidentes del carlismo les molestó siempre el profun­
do sentimiento católico
de aquel movimiento que atribuyen a des­
viaciones integristas del carlismo. Y procuran rebajarlo y aguarlo
cuanto pueden.
"La Iglesia jugó con dos barajas" (pág. 42). Así se
gana siempre.
Los curas con el carlismo y los obispos con los libe­
rales. Pues, una vez más, ni idea. La Iglesia capeó como pudo la
tormenta que se le vino encima en una situación que no había
vivido desde la invasión musulmana. Y que sólo fue superada,
cien años después con
la inmensa tragedia de 1936 que costó la.
vida a trece obispos, o más exactamente a doce y a un adminis­
trador apostólico, a casi siete mil sacerdotes, a doscientas y bas­
tantes mohjas y a muchos seglares que fueron asesinados exclusi­
vamente por ser católicos. A la muerte de Fernando VII y en la
década que le siguió, la mayor parte de los obispos fueron encar­
celados, desterrados o se pasaron al campo carlista, los religiosos
fueron extinguidos y sus bienes apropiados, las relaciones
con la
Santa Sede se interrumpieron
... ¿Cuál era la segunda baraja?
Ya para flipar es el descubrimiento de un nuevo Estatuto Real
eri 1837, confundiéndolo probablemente con la Constitución de
aquel año (pág. 43, en dos ocasiones). En cambio no existió, en
el Cádiz de las Cortes, un partido liberal (pág. 44). Claro que
como dice, "en sentido estricto", tal vez piense que al no tener
sus integrantes carnet con fotografía no existía tal partido.
Y el gran hallazgo.
Los voluntarios carlistas lo fueron no por
el rey o la religión o por defender sus sentimientos ancestrales
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sino porque se les había prometido "una reforma agraria" (pág.
48). También
son de aurora boreal sus consideraciones sobre los
fueros y su incidencia, para nosotros nula, en los primeros
momentos insurreccionales. Tampoco es cierto que la subleva­
ción "triunfó en regiones de reghnenes forales autonómicos"
(pág. 51) porque no tenían tal sistema Cataluña y Valencia donde
el carlismo tuvo inmensa fuerza.
Clemente se inventa que "el Vaticano ( ... ) autoriza a trece de
sus prelados en España para que acepten el nombramiento regio
de
senadores en 1834" (pág. 56). En aquellas épocas no existía
"el Vaticano". Denominación
que comenzó a usarse a partir de
1870 cuando Víctor Manuel arrebata a Pfo IX su último reducto,
la
que hasta entonces había sido la capital de sus Estados. Hasta
esta última fecha fue Roma,
y no el Vaticano, el término utiliza­
do.
Tampoco se llamaban senadores, sino próceres, los llamados
a la Cámara alta
de la menor edad de Isabel 11. Y, en cuanto al
número ta1npoco fueron trece sino algunos menos, y sin autori­
zación del Papa, los obispos llamados a integrar el Estamento de
Próceres: el de Barcelona, Martínez de San Martín, el de Córdoba,
Bonel y Orbe,
el arzobispo de Burgos, Ribes, el arzobispo de
Méjico, Fonte, el obispo de Sigüenza, Fraile, el dimisionario de
Mallorca, González Vallejo, el de Huesca, Ramo de San Bias, el
de Lugo, Sánchez Rangel, el dimisionario de Cartagena, Posada,
y
el de Valladolid, Rivadeneira.
Después de narrarnos con refocilado gozo las mílÚlilas cone­
xiones, por supuesto que realzadas, entre carlistas y republicanos
o progresistas (pág. 69) en la guerra deis matiners, sin duda bus­
cando precedentes a otras más vergonzosas del carloshuguismo,
ni
menciona los sucesos de San Carlos de la Rápita con la prisión
del general Ortega y del Pretendiente, el fusilamiento del prime­
ro y la vergonzosa sumisión del segundo, también vergcinzosa­
mente rectificada cuando se vio fuera de peligro. La brevísima
mención final cuando en anexo trata de los "reyes carlistas" (pág.
200)
es manifiestamente insuficiente.
Supongo
que Encarnaciones (pág. 70) deben ser las Encar­
taciones vascas. Y con eso entramos ya en la tercera guerra car­
lista. El resumen de la misma es lo mejor del libro. No po~que
sea gran cosa ni porque tenga 1nucho mérito pero es nna sínte-
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sis aceptable. El manifiesto de Morentín es utilizado, claro está,
pro domo sua: "los integristas -que siempre son los malos de la
película-lo usarán contra Don Carlos . y será la excusa para
separarse del partido e integrarse
en la monarquía alfonsina"
(pág.
80), Como tal integración no existió, salvo en algunas y
escasas personas concretas, sobran las demás explicaciones.
"Además, se las amenazaba -no sabemos a· quien, por la
redacción parece que a las tierras pero éstas no suelen sufrir con
amenazas-con la supresión de los Fueros, una peculiar demo­
cracia que,
en el caso de los vascos y catalanes, les había permi­
tido hasta entonces gobernarse a su modo sin esperar instruccio­
nes
de un lugar tan lejano para ellos llamado Madrid" (pág. 82).
Desconoce
el catalán Clemente que los catalanes los había supri­
mido Felipe V hacía más
de ciento cincuenta años. Y como con­
clusión de todo, un marxismo histórico tan barato que ni nos
vamos a molestar en exponer (pág. 84).
Otro absurdo puntazo al integrismo (pág. 88) y a Vázquez
de
Mella (pág. 89), el "lastre integrista" (pág. 90) -¿pero no queda­
mos
en que se habfan ido?-, "todavía privaba lo religioso" (pág.
90)
... , son apenas algunos apuntes, podríamos citar bastantes
más, del sustrato ideológico del autor, aunque me parece 1nucha
concesión por mi parte suponerle un sustrato ideológico.
Ni que decir tiene que la Solidaritat Catalana le parecerá, en
cambio, excelente (pág. 90), mientras que la religión será un las­
tre
para el carlismo debido a "la maniobra vaticanista de jugar
siempre con varias barajas" (pág. 92).
Lo de la baraja parece que
le gusta. Y la unión
con republicanos y catalanistas llevarla a los
mejores éxitos parla1nentarios jamás conocidos por el carlismo
(pág. 93).
La traición carloshuguista no será tal sino una profundización
en las más puras raices carlistas pues no en vano hablan sido ya
socialistas varios cabecillas catalanes
de la guerra deis matiners
(pág. 95) y ya abiertamente, según confesión propia, el mismísi­
mo
Don Jaime, o Jaime III en la terminologia carlista (pág. 95).
De
alú su enfrentamiento con aquellos falsos carlistas que no
sabian ver el fondo verdadero de la Comunión que era el socia­
lismo
y como los verdaderos amigos de los carlistas eran los
republicanos, los incendiarios de las iglesias y los asesinos de los
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ricos. Menos mal que Don Jaime, en su clarividencia, echó de la
Comunión a todas esas rémoras encabezadas
por aquel misera­
ble
que fue Vázquez de Mella y entre las que también estaban el
marqués
de Cerralbo, Víctor Pradera, el conde de Rodezno y
Esteban Bilbao. Todos unos malvados traidores.
¿Es una caricatu­
ra? Sí. Pero responde a lo que piensa este genio de la historia y
del carlismo (págs. 97 y sigs.). Pero, morirá Don Jaime y los malí­
simos integristas y los mellistas volverán a hacerse con el poder
(pág. 98). También fueron pésimos, porque aunque nacidos del
carlismo se pasaron con armas y bagajes a
la patronal y a la
Dictadura de Primo de Rivera, los Sindicatos Libres (pág. 109).
Confieso que nunca he tenido gran simpatía
por Don Jaime
de Borbón.(1870-1931). Miles y miles de fidelísimos carlistas ofre­
cieron a su dinastía vidas y haciendas, generalmente escasísimas
haciendas porque
no tetúan 1nás, con una generosidad con esca­
sos parangones en la historia. El príncipe, para agradecer tanta
entrega, sólo tenía
que tener un hijo para dar continuidad a una
ra1na dinástica que moría con él pues su anciano tío no tenía des­
cendencia. O, por lo n1enos, intentarlo. Pues, este maravilloso
príncipe según Clemente, muere soltero y sexagenario. Creo que
no cabe más irresponsabilidad ni más ingratitud. Vamos, que le
hnportaba un rábano el carlis1no. Y también la Monarquía, con­
vencido co1no estaba, al menos así lo asegura Clemente, de que
la "salida lógica" (pág. 115) al sistema español era la República.
Lo cierto es que con monárquicos así no hacen falta republica­
nos. Y quienes
hoy lamenten príncipes como Carlos de Ingla­
terra, Estefatúa de Monáco, el marido de Mette Marit, que ni me
acuerdo como se llama y maldito lo que me importa, y algún otro
que no me da la gana de nombrar, pueden consolarse pensando
que no todo tie1npo pasado fue mejor. Clemente señala, con10
gran pecado de integristas y mellistas, aproximaciones, que en
varios casos no fueron reconocimientos co1no pretende insinuar,
prueba de ello es que todos volvieron a estar en el carlismo y no
en el alfonsismo, al monarca reinante.
La defensa que Clemente hace de lo que parece p\.iro terro­
rismo y que iba a tener lugar en 1926, según dice, permite esas
dudas legítimas que cabe abrigar ante lo que no acontece (pág.
116).
Me da la impresión de que la mayoría de los carlistas o
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tradicionalistas, aunque el segundo término tanto desagrade al
autor, estaban más con el general de Jerez que con ese prínci­
pe tan moderno que no parecfa principe ni "ná". Su manifiesto
del
23 de abril de 1931 de acatamiento a la República (pág. 119)
me parece
una vergüenza. Confieso que mi escasa simpatía por
tal principe ha hecho que en mis bastantes lecturas no habfa
prestado especial atención al personaje. Me voy a convencer
de mi buen olfato. Ni Clemente ni Don Jaime. ¡Qué acierto! Y
lo
de "la federación de la nueva España" (pág. 120) tal vez
pueda servirles a los Ibarreche o a los Carod-Rovira. Nada hay
nuevo bajo el sol.
Pero aquel pobre idiota
aun tenia un fondo religioso que la
quema de conventos del 10
de mayo removió. Y, veintiocho dias
después de haber proclamado las maravillas del nuevo régimen
dice ahora todo lo contrario.
Ya hay que "agrupar las fuerzas de
los creyentes para salvaguardar el tesoro de la
fe y la religión,
atropellados inicuamente
con odio feroz ante la indiferencia de
muchos y la tolerancia
de no pocos" (pág. 121). ¿Un pelele?
Ciertamente. Pero, al menos, en el momento cumbre, sintió en las
venas la sangre católica de su padre y de su bisabuelo. Claro que,
uno de los pocos rasgos nobles de este príncipe, fue para el
inclemente Clemente,
una instrumentalización por la derecha que
volverla a llevar al partido a sus "enemigos seculares": "gentes de
orden, integristas y tradicionalistas" (pág. 121).
Muerto aquel memo,
el carlismo tuvo la desgracia de que le
sucediera
Don Alfonso Carlos, "que significó la vuelta a los anti­
guos esquemas reaccionarios" (pág. 123). Con lo que todos aque­
llos
que Clemente nos había dicho que se habfan pasado al alfon­
sismo, integristas y tradicionalistas, volvieron a la casa
común de
la que nunca se habían ido. Me parece que la casa de los
Baleztena está
en Leiza y no en Lieza (pág. 123), pero tampoco
me voy a preocupar ahora de preguntar a esa ejemplar familia
donde está su casa.
También queda constancia de sus simpatías nacionalistas (págs.
124-125). Estamos ya
en plena conspiración contra la República
que supuso, según Clemente, el triunfo de los integristas sobre los
tradicionalistas
-todos nefastos----, pero creo que ya he dicho bas­
tante sobre todos estos fantasmas de este muchachito.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
La guerra de 1936 es bastante reciente y se ha escrito mucho
sobre ella.
Que este indocumentado diga que la base del carlis­
mo 11ante el hecho consumado, no tuvo otro remedio que ir a
remolque de los acontecimientos" (pág. 132), no es estúpido, que
lo es, es además falaz. La afluencia de los mozos de Navarra en
la Plaza del Castillo no fue ir a remolque sino voluntad decidida
de salvar a España. Y me apetece, porque me
da la gana, y por­
que mis artículos los escribo yo, recordar ahora a mi queridisimo
amigo Javier Lizarza, cuyo padre tanto tuvo que ver con aquello,
y también, aunque no lo conozca personalmente, a Javier Nago­
re, queridísimo amigo asimismo en la comunidad de ideales, que
debió estar ali!, por sus relatos de aquella inolvidable gesta, y a
Javier Morte,
que hace mucho que no veo y al que deseo vivo, y
si
no mejor estará en el cielo, que también debió participar de
aquello, y hasta a Víctor Manuel Arbeloa, con quien tanto
he dis­
crepado,
pero que después de leer unas páginas que dedicó con
cariño filial, y me pareció advertir que también con admiración,
al recuerdo heroico de ·su padre, creo que se me ha acercado
mucho
al corazón. Y a tantos amigos navarros de la Unión Seglar
de San Francisco Javier,
que conduce apostólicamente con fe
gen'erosa y contradicciones sin cuento, mi admiradísimo José
Ignacio D,allo, a quien algún día un digno arzobispo de Pam­
plona
le devolverá la canonjía que un miserable le quitó y que
otro cobarde en esto, aunque valiente en otras cosas, le niega,
que seguro que sus padres acudieron a la llamada de Dios que
les convocaba en la Plaza del Castillo. Y ya en el cielo, porque
allí estás, mi viejo amigo Nicolás Arbeloa, heroico requeté y
maestro
en tantas cosas. Y Carlos Etayo, figura impar de la resis­
tencia católica, hoy tú
en días tristes, que si por edad no pudiste
estar, estuviste después
en todas las batallas de Dios y que El te
lo va a agradecer con
un premio inmarcesible. Y Rafael Gambra,
a quien dije adiós antesdeayer, navarro del Roncal aunque nacie­
ras
en Madrid, alférez de requetés en la Cruzada, compañero de
trinchera
en las batallas de Dios, maestro, amigo queridísimo,
padre de mis amigos, abuelo de los amigos de mis hijos. Y tan­
tos más de los que me olvido, que ahora
no recuerdo sus nom­
bres pero sí su amistad, matrimonio inolvidable de Estella, hija
del gran director de
El Pensamiento Navarro, Rafael Santisteban,
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
ya con Dios, Justo Astiz, José Fernún ... Esto es la comunión tra­
dicionalista, esto es el carlismo aunque de ello Josep Caries
no
tenga ni idea. Y tan entrañable, que a nú, que nunca fui carlista,
me dieron tanta amistad, tantas lecciones de amor a Dios y a
España,
que puedo asegurar que nunca hubo mejor escuela en
pro de la Religión y de la Patria. Y porque estoy hablando ahora
de Navarra,
que si extendiera mis gratitudes al resto de España,
este artículo
decuplicarla las páginas.
La oposición al franquismo, encabezada por Fa!, es descrita
por Clemente con trazos típicamente integristas. Unos son los
buenos, sin mezcla
de mal alguno y otros los réprobos sin salva­
ción posible. Y sobre los
que conviene arrojar cuanta imputación
malvada se le ocurra
aun cuando sea falsa. Asi, Antonio Oriol,
carlista sin la menor duda y medalla militar individual, era
un
"alfonsino que circuló en la retaguardia uniformado con la boina
roja" (pág. 137).
Lo que ocurriría sin duda en algún permiso pues
donde
en verdad circulaba era en las trincheras frente al enemi­
go.
Las "manifestaciones antifranquistas" del 12 de octubre del
año
¿1937? que "se suceden por todo el territorio dominado por
Franco" (pág. 138), me parecen pura inventiva del autor, asi
como el intento "de enviar
un Tercio de Requetés a luchar al lado
de los aliados
en la segunda guerra mundial, para contrarrestar
asi los efectos propagandísticos de
la División Azul" (pág. 138).
Esto
ocurtia en 1941 y también me parece fruto de la mente
calenturienta del sujeto del
que nos venimos ocupando.
También parece pura
fabula la interpretación de la contesta­
ción de Franco a los nazis sobre
Don Javier de Borbón Parma pri'
sionero en Dachau. Si Franco quisiera su liquidación se lo habria
hecho saber a sus amigos alemanes y Don Javier habria desapa­
recido.
El decirles que le traía sin cuidado tal señor no "lo con­
denaba explícitamente a la muerte" (pág. 140), sino más
bien lo
contrario. Y la mejor
prueba de ello es que sobrevivió.
El desencuentro del carlismo, o de un sector del mismo, con
Franco no es ningún descubrimiento después de la monumental
historia que escribió mi queridfsimo y admirado amigo "Manuel
de Santa Cruz". Decir que se trata de
un seudónimo a estas altu­
ras
de la película y de su vida estoy seguro que le traerá sin cui­
dado. Lo que relata Clemente son apenas anécdotas.
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INFORMACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Y a partir de ahora (págs. 145 y sigs.), la exaltación de Carlos
Hugo. Como
la historia no de aquel fracaso, que también, sino de
aquella traición es suficientemente conocida y su desprestigio en
España y en el carlismo es total, no vamos a insistir en ello. Que
Clemente, uno de sus más empeñados seguidores, quiera justificar­
lo
no hace más que poner de relieve la bajeza moral del individuo,
la debilidad, inciuso mental, de su padre en sus últimos años y la
debacle a la que llevó al carlismo,
hoy prácticamente desaparecido
de la vida nacional. Y lo que sobrevive es porque ha rechazado
aquel
camino de locos que le llevó a la ruina y ha vuelto a los valo­
res permanentes de una causa verdaderamente gloriosa.
El carlismo federalista, socialista y autogestionatio fue el sueño
de una noche de verano de un muchacho que creyó podía cam­
biar a su antojo
la historia y el carlismo. Se quedó sólo. Y cuan­
do comprobó su soledad y su fracaso, se marchó. Y no se volvió
a
saber de él. Clemente pretende hacer de la traición a los prin­
cipios gloria, del fracaso, victoria,
de la verdad, mentira y de la
mentira, verdad. No sabemos si por autojustificarse o porque
tiene que comer. Yo hago hoy el decidido propósito de que si
necesita vender libros para sobrevivir no va a ser a costa de mi
dinero. Porque gastarlo
en comprar esta historia, falsa, sectaria y
escrita por un mal aficionado, es verdaderamente tirarlo.
FRANCISCO Jos~ FERNÁNDEZ DE LA C!GOlSrA
José Manuel Cuenca Tadbio: CATOLICISMO SOCIAL
Y POLÍTICO
EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA
(1870-2000) ~)
Un nuevo trabajo del profesor Cuenca con lo que de nuevo
volvemos a asombrarnos por lo prolífico de su pluma. En este
libro vuelve a asuntos
ya desbrozados en escritos anteriores pero
los ha ampliado y actualizado tanto que bien podemos decir que
('") Unión Editorial, Madrid, 2003, 451 págs.
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