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Número 421-422

Serie XLII

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José Manuel Cuenca Toribio: Catolicismo social y político en la España contemporánea (1870-2000)

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Y a partir de ahora (págs. 145 y sigs.), la exaltación de Carlos
Hugo. Como
la historia no de aquel fracaso, que también, sino de
aquella traición es suficientemente conocida y su desprestigio en
España y en el carlismo es total, no vamos a insistir en ello. Que
Clemente, uno de sus más empeñados seguidores, quiera justificar­
lo
no hace más que poner de relieve la bajeza moral del individuo,
la debilidad, inciuso mental, de su padre en sus últimos años y la
debacle a la que llevó al carlismo,
hoy prácticamente desaparecido
de la vida nacional. Y lo que sobrevive es porque ha rechazado
aquel
camino de locos que le llevó a la ruina y ha vuelto a los valo­
res permanentes de una causa verdaderamente gloriosa.
El carlismo federalista, socialista y autogestionatio fue el sueño
de una noche de verano de un muchacho que creyó podía cam­
biar a su antojo
la historia y el carlismo. Se quedó sólo. Y cuan­
do comprobó su soledad y su fracaso, se marchó. Y no se volvió
a
saber de él. Clemente pretende hacer de la traición a los prin­
cipios gloria, del fracaso, victoria,
de la verdad, mentira y de la
mentira, verdad. No sabemos si por autojustificarse o porque
tiene que comer. Yo hago hoy el decidido propósito de que si
necesita vender libros para sobrevivir no va a ser a costa de mi
dinero. Porque gastarlo
en comprar esta historia, falsa, sectaria y
escrita por un mal aficionado, es verdaderamente tirarlo.
FRANCISCO Jos~ FERNÁNDEZ DE LA C!GOlSrA
José Manuel Cuenca Tadbio: CATOLICISMO SOCIAL
Y POLÍTICO
EN LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA
(1870-2000) ~)
Un nuevo trabajo del profesor Cuenca con lo que de nuevo
volvemos a asombrarnos por lo prolífico de su pluma. En este
libro vuelve a asuntos
ya desbrozados en escritos anteriores pero
los ha ampliado y actualizado tanto que bien podemos decir que
('") Unión Editorial, Madrid, 2003, 451 págs.
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estamos ante una obra nueva. Y como en toda su amplísima pro­
ducción, o prácticamente en toda pues algún trabajo menor
puede responder al compromiso o la urgencia, nos encontramos
también ahora con las caracteñsticas del que, ya lo hemos dicho
al hablar de algún otro libro suyo, es nuestro primer historiador
eclesiástico en nuestros días.
Son éstas, en primer lugar, su extenso conocimiento de la
cuestión que nos ahorra lo que lamentamos en tantos trabajos
históricos: el desconocimiento del conjunto lo
que lleva a lamen­
tables errores
en obras muy estudiadas pero en las que el autor
no puede salirse del personaje y los documentos directamente
trabajados pues desconoce todo o casi todo del entorno. Nos
referíamos, no hace mucho, a un excelente estudio sobre los
obispos de Cuenca, fruto de muchas horas de trabajo, pero en el
que el autor ignoraba
que la primera esposa de Alfonso XII no
había tenido hijos. O a aquel Berzal -por favor, con mayúscu­
la-, que creía que los nombramientos episcopales requeñan el
visto
bueno de los alcaldes. Y ejemplos como estos podríamos
multiplicarlos. Evidentemente ello es impensable
en Cuenca. Se
mueve por la historia contemporánea como pez en el agua y ello
es muy de agradecer.
También
es propio de la obra de Cuenca la infinidad de lec­
turas hasta el extremo de causar asombro
en quien ha leido y lee
no poco. Y no son citas generales o de segunda mano. Pertinen­
tes, actuales, universales, sin duda enriquecen notablemente sus
trabajos y dan mil pistas al lector.
Por último es Cuenca autor con sólidos criterios que, sin
embargo, no enturbian su imparcialidad. Su obra dista tanto de la
de aquellos historiadores
tan asépticos que el lector no consigue
averiguar lo
que ellos piensan como de la de aquellos otros, des­
graciadamente más abundantes, tan sectarios que 1nás que escri­
bir historia publican panfletos al servicio de sus ideas. Cierto que
su
bonhonúa atenúa juicios cñticos e incrementa alguna alaban­
za
-yo mismo he sido objeto de esto último en el trabajo que
ahora comentamos y que, por supuesto, le agradezco--pero
también rios
ha parecido observar en este libro más tendencia a
.llamar al pan, pan y al vino, vino. Tal vez desde su granada
madurez, con todavía muchos años por delante, si Dios quiere
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-el profesor Cuenca es de 1939-, con tantos silencios y desa­
gradecimientos sobre sus generosas espaldas, se haya aburrido
no de ser bueno, sino de ser tan bueno, con colegas que no se
lo 1nerecen. Y no tanto por su comportamiento sectario sino por
su endeblez como historiadores.
La materia del libro es el catolicismo social y político de la
Iglesia española
en los finales del siglo XIX y a lo largo del xx.
Tema el primero más que estudiado incluso cuando el obrerismo
dejó de ser preocupación y amenaza
en el mundo occidental.
Mientras
que el segundo, de mucha más enjundia porque debe­
ña englobar al primero, está mucho más huérfano de estudios
serios. Hoy ya nadie ve en los obreros europeos una amenaza
social. Son, incluso, un sector privilegiado de la sociedad, con un
buen nivel de vida y cada vez más escasa militancia sindical.
Alguien dijo que los problemas se resolvían con el paso del tiem­
po o no tenían arreglo. El obrero, que parecía de los segundos,
resultó
.de los primeros. Y hoy, en nuestro mundo, casi es arqueo­
logía.
La caída, en completo descrédito, del comunismo, que
hace sólo veinte años amenazaba con hacerse con el globo terrá­
queo, ha restado, sin duda, actualidad a la cuestión y ha dejado
en la cuneta muchas cosas. Ciertamente el marxismo pero tam­
bién la Rerum Novarum, los Círculos Católicos, los curas obreros,
las Semanas Sociales, el Sindicalismo, cristiano o no, la JOC y la
HOAC, obispos como Osés e Iniesta, Cristianos por el Socialismo,
la Teología de la Liberación
... Cuestiones candentes hasta hace
muy pocos años.
El libro de Cuenca estudia no pocas de esas
cuestiones que hoy apenas tienen
un interés puramente histórico.
En el primer capítulo,
"El escenario ochocentista" nos refleja
una visión general de
la época. Nos parece de especial interés su
visión de dos intentos políticos católicos que fueron la
Unión
Católica de Pida!, sobre la que algo hemos escrito, y la frustrada
aventura política de aquel pintoresco personaje
que fue el carde­
nal Cascajares. Prácticamente de acuerdo con su relato. Solamente
una mínima discrepancia irrelevante. Cuenca juzga de más enjun­
dia el proyecto del segundo. Nosotros creemos
que la tuvo el del
primero. Sus consideraciones sobre el sindicalismo cristiano, con
especial incidencia sobre el agrario, las compartimos totalmente.
Al igual que lo que dice sobre el cardenal Aguirre.
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En los restantes capítulos estudia, sobre todo, el Sindicalismo
católico, desde su nacimiento hasta nuestros días, con especial
atención al agrario, que fue el más extendido. Nos parece una
síntesis ejemplar con la que también estamos sustancialmente de
acuerdo. Pero síntesis extensísima y con mil referencias biblio­
gráficas para quien quiera profundizar
en el tema. Referencias
que
van desde los libros clásicos sobre la materia a los últimos
títulos aparecidos.
Es una panorámica completísima que comien­
za
con los Círculos Obreros del P. Vicent y Fray Ceferino Gon­
zález y concluye con la
HOAC y la JOC. Tras su lectura, larga, se
tiene una más que suficiente visión general de tan interesante
cuestión, no siempre tratada con la imparcialidad que se merecía.
El tratamiento de Cuenca nos parece ejemplar y exhaustivo, den­
tro de su propósito generalista, y nos descubrirá muchas cosas
que nó pocos ignoran. La preocupación de la Iglesia por la cues­
tión social, con sus más y sus 1nenos, fue importante, me~toria y
con no pocos resultados prácticos,
en ocasiones hasta especta­
culares. Que la Iglesia no supo hacerse con la clase obrera que
emergía es evidente. Pero lo intentó. Con mayores o menores
aciertos. Otra cuestión fue la sindicación agraria en la que su
peso fue mucho mayor. Y con notables consecuencias, incluso
políticas. Resultan meridianas de la lectura del libro.
Nombres como los de Vicent, Fray Ceferino, Palau, el marqués
de Comillas, Gerard, Arboleya, Gafo, Severino Aznar, Nevares,
Monedero ... son, como era natural, de aparición constante. Repe­
timos, nos parece un trabajo ejemplar. ¿Alguna pega? Pues, por
decir algo, el tratamiento de la HOAC y la JOC nos parece más
somero y menos comprometido. Aun así, muy interesante.
El libro no está dedicado sólo al catolicismo social sino tam­
bién al político. Posiblemente cuestión más conocida de los lec­
tores.
El relato de Cuenca, seguramente por ello, apabulla menos.
Y se notan más lagunas. Pero también esas páginas se leerán
con
provecho. Por mi parte, sin ninguna discrepancia de entidad.
Obra,-pues, muy importante, que no dudo en calificar como
uno de los trabajos más serios del profesor Cuenca, qué tantos
tiene, y cuya lectura recomiendo sin duda alguna.
FRANCISCO ]os~ FERNÁNDEZ DE LA C!GOllA
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