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Número 297-298

Serie XXX

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Naturaleza de la doctrina social católica

11
PERSPECTIVA
NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
POR
EUDALDO FORMENT ('11)
l. EXISTENCIA DE LA DOCTRINA SOCIAL CATÓLICA
El día primero de este año, Juan Pablo II dijo en el VatiCll­
no, después de referirse a la celebración de la Jornada de la paz
en el mundo y a la solemnidad de Santa Matfa, Madte de Dios:
«Este año del
Señor 1991, la Iglesia conmemora un gran aconte­
cimiento, de alcance mundial, que se ha revelado con el paso del
tiempo no falto de contenido profético: la promulgación de
la en­
cíclica Rérum novarum por el Papa León XIII, el 15 de mayo
de 1891; la primera encíclica social de los tiempos modernos, que
tiene como tema:
"la condición de los obreros"».
Por este acontecimiento histórico, .añadió el Papa a continua­
ción: «Quiero proclamar
lo que hoy comienza, el Año de la doc­
trina social, de la Iglesia, invitando consiguientemente a los fieles,
en el contexto
de la conmemoración de la encíclica Rerum nova­
rum, a conocer, profundizar y difundir mejor la enseñanza de la
Iglesia en materia social».
Explicó que por doctrina social de la Iglesia hay que enten­
der: «la enseñanza
docttinal, mediante la cual el Magisterio de la
Iglesia ( ... ) procura iluminar a la luz del Evangelio las actividades
diarias de los hombres y mujeres en
las diversas comunidades a
(*) Universidad Central de Barcelona.
Verbo, núm. 297-298 (1991) 941
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EUDALDO FORMENT
las que pertenecen, desde la institución familiar a la sociedad in­
ternacional».
Además, anunció la aparición de una nueva enddica sobre este
tema, que sería la novena de su Pontificado, con estas palabras:
«Me
es grato anunciar, al respecto, la promulgación de una end­
dica conmemorativa del centenario de la de mi predecesor, que
se propone asumir su herencia,
poniéndola al día a la luz de los
problemas de nuestro tiempo» (1). Y, efectivamente, el pasado
día 2 de mayo se hizo pública la Centesimus annus, enddica que
conmemora el primer centenatid de la
Rerum novarum.
Estas palabras del Papa actual implican la afirmación de la
existencia de una doctrina social de la Iglesia. Esta misma expre­
sión la ha utilizado
varias veces para significar el pensamiento y
la enseñanza social de la Iglesia. León
XIII hablaba de «filosofía
cristiana», y Pío XI de «filosofía social». Fue Plo XII quien hizo
uso de modo explfcitd de las expresiones «doctrina social de la
Iglesia» o «doctrina social católica»,
pero después fueron cayendo
en desuso.
Además, en nuestros días ha sido puesta en duda por
bastantes, por considerat que la
vida social, con sus aspectos po­
líticos y económicos caen fuera de la competencia del magisterio
eclesiástico. Juan Pablo
II ha rehabilitado la expresión y ha declarado ex­
presamente que existe tal doctrina. Y a en su primera encíclica so­
cial, Laborem exercens, la número tres de las promulgadas, deda:
«La doctrina social de la Iglesia tiene su fuente en la Sagrada Escri­
tura, comenzando por
el libro del Génesis y, en particulat, en el
(1) JUAN PABLO II, «En la basílica vaticaaa», 1-I-1991, 6 (Documentos
Palabra, 1991, págs. 1-2). En esta encíclica titulada Centesimus annus, pro­
mulgada el día 1 de mayo, festividad de San José Obrero, se dice en la In­
troducción: «La presente Encíclica trata de poner en evidencia la fecundidad
de los principios, expresados por León XIII, los cuales pertenecen al patri­
monio doctrinal de la Iglesia y, por ello, implican la autoridad del Magiste­
rio» (Centesimus annus, 3). En el presente estudio se pretende determinar
la naturaJ_eza de estos «principios», que constituyen, tal como también _se
indica en este documento, la· «doctrina social» de la Iglesia (Ibídem, 2), y
su tipo de autoridad. Para ello se examinará ún'icamente esta enseñanza so­
cial, que tiene un «valor permanente» (Ibídem, 3).
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NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
Evangelio y los escritos apostólicos,. Esta doctrina perteneció desde
el principio a la
enseñanza de la Iglesia misma, a su concepción del
hombre y de la vida social
y, especialmente, a la moral social elabo­
rada según
las necesidades de las distintas épocas. Este patrimonio
tradicional ha sido después heredado y desarrollado por las
ense­
ñanzas de los Pontífices sobre la moderna "coestión social", empe·
zando
por la encíclica Rerum novarum» (2).
La historia de la doctrina social de la Iglesia comienza en el
Nuevo Testamento, desde su misma fundación. Como indica el
Papa:
«La Iglesia, al complir con su deber de evangelización, siem­
pre ha tenido presente el contexto de aquellas realidades en las
que ella vive, ponderando en
su corazón las alegrías y esperanzas,
las tristezas y las angustias de los hombres (Gaudium et spes, 1 ).
Y así desde sus orígenes se ha preocopado del aspecto económico
y social de la persona humana, nombrando ya con los Apóstoles
a siete "diáconos", a los que se dio el encargo
de dirigir y orga­
nizar el servicio
de asistencia dentro de la comunidad cristiana
(cfr. Act 6, 5)».
Se dio también esta conciencia social en la Alta Edad Media:
«En el período que siguió a la invasión de los bárbaros y a la caí­
da del Imperio romand, la Iglesia se esforzó en afrontar los pro­
blemas sociales del momento, con la creación de hospicios, cofra­
días de
caridad, casas de misericordia, escuelas y departamentos de
acogida en los monasterios».
Estas obras de asistencia eran el fruto de una ética social,
cena
trada en la caridad, que era enseñada pdr la Iglesia. «Ella tuvo
presente también con su continua enseñanza dirigida a formar
la
conciencia del pueblo cristiano acerca del deber de la caridad, el
cuidado de los pobres, el uso
de los bienes y de su destinación
social, la obligación
de dar lo superfluo a los necesitados, la nece­
sidad de soportar con fortaleza y esperanza los males de la vida,
tratando de
ven=los y superarlos, dentro de lo posible. En la
Edad Media serán los grandes teólogos quienes desarrollen los te­
mas de la justicia, del derecho, de la política y de las relaciones
internacionales».
(2) InEM~ Carta Enclclica «Labo,em exe,cens», 1981, 3.
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BUDALDO FORMENT
El catolicismo siempre ha tenido un carácter social. Por ello,
«Más adelante, con el resurgir de la sociedad industrial la Iglesia
sali6 de nuevo al campo para condenar la falta de moral en lo
eco­
n6mico, ya sea en la forma del egoísmo capitalista, ya en la del
socialismo que no respeta
la dignidad de la persona humana, y al
mismo tiempo para trazar las
grandes líneas de una visión del
mundo del trabajo que
se inspira en el Evangelio para una solu­
ción justa de la cuestión social».
Con
la promulgación de la encíclica Rerum novarum, comen­
zó el desarrollo del pensamiento cat6lico social. De manera que:
«La
Rerum novarum del Papa León XIII result6 un documento
tan importante que llegó a ser punto de referencia de las
sucesi­
vas intervenciones pontificias de índole social, comenzando por
Pío XI en el cuarenta aniversario de la Encíclica ; y posteriormen­
te cada vez que se cumplían diez :úíos, hasta la Octogesima adve­
niens
de Pablo VI» (3 ).
No es extraño que esta «carta magna» de la doctrina social
cat6lica, haya tenido tantas conmemoraciones, puesto que:
«Le­
yendo la encíclica Rerum novarum hoy a la luz de nuestro tiem­
pd, podemos valorar su permanente y viva actualidad: nos ayuda
a ver las cosas bajo una nueva luz, a descubrir las "nuevas" cosas
que están naciendo a nuestro alrededor, con frecuencia en la os­
curidad y la confusión, y a darles sentido y armonía» ( 4 ).
En la encíclica Laborem exercens de Juan Pablo II, publica­
da en
el noventa aniversario de la Rerum novarum, se indica que
con ella
se inicia una primera etapa en este siglo de doctrina social
de
la Iglesia, dedicada principalmente a los problemas del trabajo:
«En el período comprendido entre la
Rerum novarum y la Qua­
dragesimo anno de Pío XI, la enseñanzas de la Iglesia se concen­
tran sobre todo en
torno a la justa soluci6n de la llamada cuestión
obrera, en
el ámbito de cada naci6n». En una segunda etapa, que
(3) IDEM, «A los participantes en el Encuentro de estudiantes sobre la
Endclica Laborem exercens», 13-XII-1986, 2, 3 (Documentos Palabra, 1986,
pág. 329).
( 4) IDEM, «Mensaje audiovisual, por el centenario de la Rerum nova­
rum», 26-11-1991 (Documentos Palabra, 1991, pág. 38).
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NATURALEZA. DE LA DOCTRIN,4 SOCIAL CA.TOUCA
comienza con Pío XII y llega a su pleno des!ltrollo con Juan Pa­
blo
II, se insiste en unos planteamientos y soluciones de ámbitd
internacional. Los escritos sociales de la Iglesia, se añade en este
documento, «en
la etapa posterior, =plian el horizonte a dimen­
siones mundiales». Así, pues, se concluye, en este párrafo: «Si en
el
pasadd, como centro de tal cuestión, se ponía de relieve ante
todo el problema de
la "clase", en época más reciente se coloca
en primer plano el
problema del "mundo"» (5).
2. DEFINICIÓN DE LA DOCTRINA SO.CIAL DE LA IGLESIA
En las palabras del Papa pronunciadas el primer día del año,
no
sol=ente se ,úirma la existencia de la doctrina social católica,
sino que
t=bién se caracteriza su esencia como una iluminación
desde la Revelación de toda la acción humana en las distintas
cla­
ses de sociedad. Como había dicho anteriormente: «La Iglesia no
sóld exhorta al bien, sino que con su doctrina social trata de ilumi­
nar a los hombres para orientarles en el camino que deben seguir
en su legítima búsqueda
de la felicidad y a descubrir la verdad en
medio de las continuas ofertas de las ideologías dominantes» (
6
).
Como se lee en la encíclica Mater et magistra, que Juan XXIII
promulgó a los sesenta años de la Rerum Novarum, el 15 de mayo
de 1961: «la doctrina social cristiana es una parte integrante de
la concepción
cristiana de la vida» (7). Por su misma naturaleza
se trata de una doctrina práctica, porque, desde los principios de
la doctrina evangélica,
se enjuician todos los aspectos prácticos de
la vida
humana, para orientarlos. De manera que, de un modo
más preciso, puede decirse: «La Iglesia ha de¡9arrollado una tra­
dición de pensamiento y de orientaciones prácticas, que se inclu­
yen bajo el nombre de doctrina social de la Iglesia».
Con esta doctrina, la Iglesia ha ido ofreciendo,
eri las circuns­
tancias
de cada época, lo que pertenece al perenne mensaje evan-
(5) IDBM, Carta Enciclica «Lahorem exercens», 1981, 2.
(6)
IDBM, «A los ••constructores de la sociedad", en Asunción (Para~
guay)», 17-V-1988 (Documentos Palabra, 1988, pág. 415).
(7)
JuAN XXIII, Carta Encíclica Mater et magistra, 1961, 4.
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gélico, aplicándolo a los diversos problemas de vida. «Por fide­
lidad a Cristo, la Iglesia
se ha esforzado por conseguir que su men­
saje abrazara todos los
aspectos de la vida a lo largo de los cambios
que se han producido a través de
los siglos, sacando de la herencia
del Evangelio "cosas nuevas y cosas antiguas"
(Mt. 13, 52). En to­
dos los cambios de la marcha de la humanidad a lo largo de la his­
toria se han presentado nuevos retos que han afectado a la vida de
toda persona individualmente
y de la sociedad en su conjunto ( ... )
A lo largo de toda su historia, la Iglesia ha escuchado las palabras
de la Sagrada Escritura
y ha intentado ponerlas en práctica en di­
ferentes situaciones políticas, económicas y sociales» (8).
Esta orientación
práctica sobre los peculiares problemas de la
sociedad no
es meramente teórica, para ser únicamente compren­
dida, sino también
y sobre todo para su aplicación concreta, para
vivirse individual
y colectivamente. Así, pues: «La enseñanza so­
cial de la Iglesia no es sólo una doctrina. Es también un estilo
de vida, que nos impulsa constantemente a testimoniar que
los
principios de acción que ella nos inculca son benéficos no sólo para
nuestra propia vida personal sino también para nuestra vida co­
munitaria y, sobre todo, para nuestra vida cristiana» (9).
Siempre
la perspectiva es ética. Advierte, por ello, Juan Pa­
blo II en la Sollidtudo rei sodalis: «Se observará así inmediatamen­
te, que
las cuestidnes que afrontamos son ante todo morales ; y que
ni el análisis del problema (
... ) ni los medios para superar las pre­
sentes dificultades pueden prescindir de esta dimensión esencial».
Sus soluciones no son, por ello, eclécticas o de «tercera vía»
entre un econdmismo y el materialismo dialéctico. Se declara ex­
plícitamente en esJa reflexión sobre el trabajo que: «La doctrina
social de la Iglesia no es, pues, una "tercera vía" entre el ·capi­
talismo liberal y el colectivismo marxista, y ni siquiera una posi­
ble alternativa a otras soluciones menos contrapuestas radicalmen­
te, sino que tiene una categoría propia».
(8) JuAN PABLO II, «A la población de Detroit (Estados Unidos)», 19-
IX-1987, 2
(Documentos Palabra, 1987, pág. 221).
(9) .«Mensaje audiovisual, por el centenario de la Rerum novafflm»,
op. cit.
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NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
Por esta característica ética, se añade en este documento dedi­
cado al tema de la
Populorum progressio, de Pablo VI, en el vigé­
simo aniversario de esta· encíclica centrada en el desarrollo: «No
es tampoco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resul­
tado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la
vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a
la luz de la
fe y de la tradición eclesial».
Las reflexiones éticas
del Magisterio de la Iglesia dedicadas a
las complejísimas cuestiones sociales tienen otra finalidad. «Su
ob­
jetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su con­
formidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del
hombre y su vocación terrena
y, a la vez, trascendente, para orien­
tar en consecuencia la conducta cristiana».
La doctrina social católica, se concluye en este párrafo: «Por
tanto, no pertenece al
ámbito de la ideología, sino al de la teolo­
gía
y especialmente de la teología moral». Además, por su función
orientadora de
la conducta social humana, «la enseñanza y la difu­
sión de esta doctrina social forma parte de la misión evangeliza­
dora de la Iglesia».
Sus objetos coinciden con los de varias ciencias, pero su for­
malidad
es disrinta, porque es la propia de la Teología. Por ello:
«La Iglesia no tiene soluciones técnicas (
... ) no propone sistemas
o programas económicos
y políticos, ni manifiesta preíerencias por
unos o por otros, con tal que la dignidad del hombre sea debida­
mente respetada
y promovida, y ella goce del espacio necesario
para ejercer su ministerio en el mundo» (10).
En este sentido, puede decitse tambié9 que la doctrina social de
la Iglesia es una consecuencia del humanismo cristiano, porque con
ello
se pretende «reafirmar la primada del hombre» ( 11 ). «La Igle­
sia es
"experta en humanidad" (Populorum progressio, 13), y esto
la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a los diver­
sos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus activida-
(10) IDEM, Carta Endclica Sollicitudo rei socialis, 1988, 41.
(11)
InEM, «A un congreso sobre la Rerum novarum», 2-IIl-1991 (Do­
cumentos Palabra, 1991, pág. 49).
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des, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, que es posible
en este mundo, de acuetdo con su dignidad
de personas» (12).
El humanismo católico pdr fundarse en Dios es esperanzado.
"La propuesta cristiana está caracterizada por el optimismo y la
esperanza, porque se basa en el hombre y, desde un sano huma­
nismo, quiere
haeet oír su voo en las instituciones sociales, polí­
ticas
y económicas. Se inspira en el hombre y lo considera prora­
gonisra en la construcción de la sociedad. Peto se trata -y esto
hay que tenerlo siempre
presente--del hombre creado a imagen y
semejanza de su Creador
y llamado a plasmar esa imagen en su
vida individual y comunitaria» (
13 ).
3. EL DERECHO Y EL DEBER DE LA JGLESIA EN MATERIA SOCIAL
Ante los actuales problemas del mundo de hoy, recientemente
se
preguntaba el papa: «¿ Cuál setá la línea que ha de adoptar la
Iglesia?». Su respuesta, de acuerdo con esta última caracterización
de
la esencia de la doctrina social católica, ha sido la siguiente:
«Es
la línea de siempre: afirmar, a la luz de Dios, el primado del
hombre. Cada hombre, el hombre como persona, es la realidad su­
prema de la creación, por los valores con los que Dios creador lo ha
dotado y por el destino trascendente que le ha reservado» (14).
Este intetés que tiene
la Iglesia por la persona humana, para
que alcance el bien en todos los órdenes, se fundamenta su
de­
ber para intervenir en las cuestiones sociales. En el actual Código
de Derecho Canónico, en el párrafo 2 del canon 7 4 7, se establece
claramente tal fundamento: «Compete siempre y en todo lugar a
la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los
refetentes
al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos
humanos, en ]a medida en que lo exijan los detechos fundamenta­
les de la persona humana o
la salvación de las almas».
(12) lDBM, Carta Encíclica Sollicitudo rei socia/is, op. cit., 41.
(13) IDEM, «A los "constructores de la sociedad", en Asunción (Para­
guay)», op. cit., 2.
(14) IDEM, «Al mundo universitario en Camerino, Italia», 19-III-1991,
8 (Documentos Palabra, 1991, pág. 59).
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NATURALEZA DB LA DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
Se presenta, por tanto, una concreción del derecho y del deber
de
la Iglesia de exponer y cdmunicar a todos los hombres la Reve­
Jaci6n divina. Tal como se dice en el párrafo 1: «La Iglesia, a la
cual Cristo Nuestro Señor encomend6 el dep6sito de la fe, para que,
con
la asistencia del Espíritu Santo, custodiase santamente la ver­
dad revelada, profundizase en ella y
la anunciase y expusiese fiel,
mente, tiene el deber y el derecho originario, independiente de cual­
quier poder humano, de predicar el Evangelio a todas las gentes,
utilizando incluso sus propios medios de comunicaci6n social» (15).
También el Concilio Vaticano
II, en su Constitución pastoral
sobre
la Iglesia en el mundo actual, había advertido que: «Es de
justicia que pueda
la Iglesia en todo momento y en todas partes
predicar
la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina sobre la
sociedad, ejer= su misi6n entre los hombres sin traba alguna y
dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden
po­
lítico, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona
o la salvaci6n de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios
que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la
di­
versidad de tiempos y de situaciones» (16).
En el mismo documento del Concilio se justifica esta compe­
tencia
de la Iglesia en lo social por su misma finalidad religiosa:
«La misi6n propia que Cristo confi6 a la Iglesia
no es de orden
político,
económico o social. El fin que le asign6 es de orden re­
ligioso. Pero precisamente de esta misma misi6n religiosa derivan
tareas, luces
y energías que pueden servir para establecer y con­
solidar la comunidad humana según
la ley divina» (17).
Años antes, Pío
XII, refiriéndose al orden moral natural de­
cía:
«Ha de sostenerse clara y firmemente que el poder de la
Iglesia no se restringe a las cosas estrictamente religiosas, como
suele decirse, sino que todo
lo referente a la ley natural, su enun-
(15) Código de Derecho Canónico, 1983, c. 747.
(16) C.Oncilio Ecuménico Vaticano II, C.Onstituci6n pastoral sobre la
Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, 76.
(17) G>ncilio Vaticano 11, Gaudium et spes, 42.
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ciación, su interpretación y aplicación pertenecen bajo su aspecto
moral a la jurisdicción de
la Iglesia» (18).
Lo mismo se encuentra afirmado en otros muchos textos del
magisterio eclesiástico.
Pdr ejemplo, Pablo VI escribió en la Hu­
manae vitae: «Es incontrovertible, como tantas veces han decla­
rado nuestros predecesores, que Jesucristo al comunicar a Pedro
y a los Apóstoles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a
todas las gentes sus mandamientos,
lds constituía en custodios e
intérpretes de toda la ley moral,
es decit, no sólo de la ley evan­
gélica, sino
también de la ley natural» (19).
En su
famoso radiomensaje de 1941, conmemorativo del cin­
cuenta aniversario de la Rerum novarum, el Papa Pío XII, recor­
dando el mensaje de esta encíclica,
did este argumento análogo:
«De la forma dada a la sociedad, de acuerdo o no con las leyes
divinas, depende el bien o el
mal de las almas ( ... ) Ante estas con­
sideraciones y precisiones,
¿ cómo podría ser lícito a la Iglesia, ma­
dre amante y solícita dd bien de sus hijos, permanecer indiferente
espectadora de sus peligros, callar
d fingir que no ve condiciones
sociales que, a sabiendas o no, hacen difícil o prácticamente im­
posible una conducta de vida cristiana, guiada por los preceptos
del Sumo Legislador?»
(20).
Un tercer argumento que fundamenta la competencia del ma­
gisterio eclesiástico
se encuentra en la encíclica Ubi arcano: «La
Iglesia
nd se atribuye el derecho de intervenir sin razón en la
conducción de los asuntos temporales
y puramente políticos ; pero
su intervención es legítima cuando trata de evitar que la sociedad
civil tome pretexto de
la política para restringir de cualquier modo
los bienes superiores
de los que depende la salud eterna de los
hdmbres, o para lesionar los intereses espirituales, valiéndose de
leyes
y decretos inicuos, o atentando gravemente a la constitución
divina de la Iglesia,
o, flnalmente para atropellar los derechos que
en la sociedad posee el mismo Dios»
(21).
(18) Pío XII, «Alocuci6n Magnificate Dominum», 1954, AAS 46, pá-
ginas 671-672.
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(19) PABLO VI, Encíclica Humanae vitae, 1968, 4.
(20) Pío XII, Radiomensaje La solemnita, 1-VI-1941, 5.
(21) Pío XI, Encíclica Ubi Arcano, 1922, 61.
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NATURALEZA. DE LA. DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
Años después, el mismo Papa Pío XI, en su nueva encíclica
Quadragesimo anno, que apareció en el cuarenta aniversario de
la
Rerum novarum, indicaba que la Iglesia reconoce la autonomía
de las ciencias econ6micas, peto no su absoluta independencia de
la ciencia ética. De manera que, argumenta el Papa: «Aun cuando
la economía
y la disciplina moral tengan, cada una en su ámbito,
principios propios, es erróneo, sin embargo, que el orden econ6mi­
co
y el moral sean tan distantes y ajenos entre sí, que bajo ningún
aspecto dependa aquél de éste. Las leyes llamadas económicas ( ... )
establecen, desde luego, con toda
certeza, qué fines no, y cuáles
sí, se pueden alcanzar, y con qué medios puede desenvolverse la
actividad humana en el orden económico; peto también la razón,
apoyándose igualmente en la naturaleza de las cosas y del hom­
bre individual y socialmente considerado, demuestra claramente
que a ese orden económico, en su totalidad, le ha sido impuesto
un fin por, Dios Creador» (22).
Las ciencias sociales son autónomas en su propio orden, aun­
que dependen de
la ética, y, por ello: «La Iglesia no propone un
sistema económico, ni hace opciones de orden técnico. Sin embar­
go, ha elaborado
una "doctrina social" completa, indicando cla­
ramente su posición sobre determinados problemas que plantea la
vida social; para ello, se ha inspirado en el mensaje que debe anun­
ciar
sobre el destino final del hombre y la influencia que ejerce
en éste su existencia terrena» (23 ).
Tal dependencia con respecto a la ética se explica porque, como
se
señala en la Constituci6n pastoral sobre la Iglesia en el mundo
actual
del Concilid Vaticano II, en su capítulo III: «En la vida
económico-social
· deben respetarse y promoverse la dignidad de
la persona humana, la vocación íntegra del hombre y el bien de
la sociedad entera. Porque el es hombre el autor, el centro y el
fin de toda la vida económica-social» (24).
Más adelante,
se pone en la misma Iglesia esta drdenación a
(22) lDEM, Encíclica Quadragesimo anno, 1931, 42.
(23) JuAN PABLO II, «Al mundo universitario en Camerino», op. cit.,
3, pág. 58.
(24) Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 63.
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la persona humana, pues en el capítulo IV se dice: «La comuni­
dad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una
en su propio terreno. Ambas, sin
embargo aunque por diverso
título, están al servicio de la
vocación personal y social del hom­
bre» (25). La subordinación común a la persona es también otro
motivo que autoriza la competencia de
la Iglesia en todo lo social.
Por otra parte, de este derecho
y deber de la Iglesia en las
cuestiones económicas y políticas, como advertía el Papa Píd XII
« ... no se puede sacar la conclusión de que la Iglesia deba comen­
zar por prescindir de su misión religiosa y procurar ante todo el
saneamiento de la miseria social» (26).
4. FuNDAMENTO DE LA DOCTRINA SOCIAL CATÓUCA
La doctrina social cristiana, que ha enseñado el Magisterio de la
Iglesia, con legítima idoneidad, se fundamenta, en último término
en Dios, en
sus designios sobre el ser humano. El plan divino res­
pectd al hombre está contenido en la Revelación, especialmente en
la
Sagrada Escritura, y también en la ley natural. Esta última s6lo
contiene lo que
se refiere al fin natural de la criatura humana, no lo
ordenado a su elevación sobrenatnral, que se encuentra en la
Reve­
lación, además de la misma ley natural, aclarada y completada.
La enseñanza social
católica tiene por consiguiente una doble
fuente, tal como explícitamente afirmó el Papa Pío
XII: «la in­
discutible competencia de juzgar sobre las bases de una determi­
nada ordenación sdcial en concordancia con el orden inmutable
que Dios, Creador
y Redentor, ha manifestado por medio del de­
recho natural y la revelación».
La Revelación y el Derecho
natural no se oponen, sino que
la primera perfecciona al segundo, porque como también se dice
en
el famoso Radiomensaje de Pentecostés, de 1941, de Pío XII:
"El orden inmutable, Dios Creador y Redentor lo ha promulga­
do por medio del Derecho natural
y de la Revelación, doble ma-
(25) Ibídem, 76.
(26)
Pío XII, «Discurso a la Acción Cat61ica italiana», 3-III-1951.
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N.A..TURALEZ.A.. DE LA DOCTRINA SOCIAL C.A..TOLICA
nifestación a la que ya se refirió León XIII ( ... ) Y con razón,
porque los dictámenes del Derecho natural y
las verdades de la
Revelación nacen, por diversa vía, como dos arroyos de agua no
contrarios, sino concordes,
de la misma fuente divina, y porque
la Iglesia, guardiana del orden sobrenatural cristiano en el que
convergen naturaleza
y gracia tiene que formar las conciencias,
incluso
las de aquellos que están llamados a buscar soluciones para
los problemas y deberes impuestos por la vida social» (27).
En su encíclica H umani generis, el mismo Papa explica la
necesidad moral de la Revelación para
el conocimiento de la ley
natural. Comienza este escrito
de Pío XII reconociendo que: «la
razón humana,
considerada en absoluto, puede realmente con sus
fuerzas y
su luz natural ( ... ) alcanzar el conocimiento de la ley
natural impresa en nuestras almas por el Creador». Añade, como
prueban
las desviaciones y errores éticos, que: «Sin embargo, no
pocos obstáculos se oponen a que esta misma razón use de aque­
lla su natural facultad de modo eficaz y fructuoso ( ... ) Por esto
debe
afirmarse que la "revelación" divina es moralmente necesa­
ria para que aquellas mismas cosas, que en materia religiosa y
moral
no son de sí inasequibles para la razón, puedan ser cono­
cidas de todos, aun en la presente condición del linaje humano,
con facilidad, con firme certeza y sin
mezcla de ningún error».
Se da de hecho este oscurecimiento de la ley natural: «Potque
(27) InEM, Radiomensaje La solemnitQ, op. cit., 5. Santo Tomás había
establecido el principio jurídico de que: «el derecho divino, que procede
de la gracia, no abroga el dereebo humaoo» (Summa Theologiae, II-II, q. 10,
a. 10, in c.). Su fundamento es el siguiente principio directivo de toda la
doctrina tomista: «la gracia no anula la naturaleza, sino que la perfecciona»
(Ibidem, 1, q. 1, a. 8, ad. 2). De esta tesis capital se derivan otras dos· tam­
bién nucleares. La primera que: «La gracia presupone la naturaleza, al modo
como una perfección presupone
lo que es perfectible» (Ibidem, I, q. 2, a. 2,
ad. 1 ). El don de la gracia no sólo no destruye la naturaleza humaoa, con
todas sus perfecciones propias, sino que las exige previamente como sujeto
al que complementar. La segunda, que a su vez se deriva de la anterior, es
que la gracia restaura a la naturaleza humana en su misma línea. La gracia
no es únicamente necesaria para que la naturaleza quede elevada al orden
sobrenatural, sino también para la obtend6n de su total perfección en cuan~
to tal.
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BUD.A..LDO FORMENT
las verdades acerca de Dios, o que conciernen a las relaciones que
median entre el hombre y Dios, trascienden totalmente el orden de
los seres sensibles, y en cuanto
se aplican a las acciones de la vida
e informan a ésta, exigen la entrega y abnegación de sí mismo. En
la adquisición
de tales verdades tropieza además el entendimiento
humano con dificultades, ya por influjo de los sentidos y
de la ima­
ginación, ya por las malas concupiscencias nacidas del pecado origi­
nal. Con
ld que sucede que los hombres en tal género de cuestio­
nes fácilmente se persuaden de que es falso, o cuando menos du­
doso, lo que ellos mismos no quieren que sea verdadero» (28).
El Papa actual
ha recordado siempre esta doble fuente del
pensamiento social de la Iglesia Católica. Hace poco, decía:
«León
XIII, ciertamente no proponía una nueva teoría económi­
ca, sino que se limitaba a señalar una línea ética que se tenía que
adoptar a la luz de la sana razón y la revelación divina» (29).
Por esta doble fundamentación,
ya que la Revelación y el De­
recho natural están ordenadds al bien del hombre, la doctrina so­
cial católica parte del principio que afirma la suprema dignidad
de la persona humana en el universo material y que, por tanto,
en este nivel, el hombre sea un absoluto. Por tanto:
«La Iglesia
puede ofrecer y ofrece un
magisterio social que se basa en la in·
violable dignidad de la persona humana» (30). Todas las activi­
dades sociales, tanto
políticas como económicas «se deben medir
según este criterio fundamental: el criterio del valor y del
verda-
(28) !DEM, Encíclica Humani generis, 1950, l. Sostenla Santo Tomás
que, de no haberse dado la Revelación, «hubiesen desaparecido totalmente
de la Tierra el conocimiento de Dios, la reverencia a El debida y la hones­
tidad de las costumbres» (Summa Tbeologiae, III, q. 1, a. 6). En el Con­
cilio Vaticano I se afirmó que: «A esta divina Revelación se debe cierta~
mente atribuir el que todos puedan conocer claramente, con firme certeza
y sin ninguna mezcla de error, todo aquello que en las cosa,s divinas no es
por
sí inaccesible a la humana razón, aun en la presente condición del géne­
ro humano» (Dei Filius, c. II, De revelatione).
(29) JuAN PABLO II, «Angelus», 10-III-1991, 3 (Documentos Palabra,
1991, pág. 51).
(30)
lDEM, «A los jóvenes desocupados en Hobart, .isla de Tasmania
(Australia)»,
27-XI-1986, 9 (Documentos Palabra, 1986, pág. 314).
954
Fundaci\363n Speiro

NATURALEZA. DE LA DOCTRINA SOCIAL CATOLJCA
dero bien de la persona» (31). Por ello, el objetivo básico de la
Iglesia con su magisterio
sdcia1 es «humanizar la actividad eco­
nómica y el mundo del trabajo» (32).
Este principio y otros derivados se
han mantenido siempre, y
puede decirse que toda la doctrina social
de la Iglesia deriva del
mismo.
Hay que precisar, no obstante, con Pío XII, que: «Si bien
esta doctrina
es definitivamente y de manera un!vdca fija por lo
que hace a los puntos fundamentales, es, con todo, muy amplia
para ser adaptada y aplicada a las vicisitudes variables
de los tiem­
pos, siempre que esto no sea
en detrimento de sus principios in­
mutables y permanentes» (33
).
En este sentido, recientemente indicaba el actual Papa: «Esta
doctrina social ha sido expresada recientemente en los documen­
fds del Concilio Vaticano II y en los escritos de los Papas, que
han abordado sistemáticamente los rápidos cambios de la sociedad
moderna» (34).
En la constitución Gaudium et spes, igualmente, se lee: «La
Iglesia, en el transcurso de los siglos, a la luz del Evangelio, ha
concretado los principios de justicia
y equidad exigidos por la recta
razón, tanto en orden a la vida individual y
social como en orden
a la vida internacional, y los
ha manifestado especialmente en es­
tos últimos tiempos» (35).
El Papa Juan
XXIII, en su encíclica Mater et Magistra, a este
respecto, advertía, demostrando una alta prudencia
cristiana: «Para
traducir
en realizaciones concretas los principios y las directivas
(31) IDBM, «A empresarios y obreros de Casone di Scatlino», 21-V-
1989,
5 (Documentos Palabra, 1989, pág. 137).
(32)
IDBM, «A trabajadores en el mercado central de Buenos Aires»,
10-IV-1987, 5 (Documentos Palabra, 1987, pág. 109). La dignidad máxima
de la persona fue expresada por Santo Tomás en muchos lugares. En su
Comentario a la Metafísica de Arist6teles se dice: «Todas las ciencias y las
artes
se ordenan a algo uno, a saber, a la perfección del hombre, que es su
felicidad» (In duodecim libros Metaphysicorum expositio, Proem.).
(33) Pfo XII, «Alocución al Congreso de Acción Católica italiana•,
29-IV-1945.
(34) JuAN PABLO Il, «A la población de Detroit», op. cit., pág. 221.
(35) Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 63.
955
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EUDA.LDO FORMENT
sociales se procede comúnmente a través de tres fases: adverten­
cia a
las circunstancias ; valoración de las mismas a la luz de estos
principios y de estas directivas ; búsqueda y determinación de lo
que
se puede y debe hacer para llevar a la práctica los principios
y las directivas en las circunstancias, según el modo y medida que
las mismas circunstancias permiten o reclaman. Son tres momen­
tos que suelen expresarse en tres términos: ver, juzgar, obrar».
En esta aplicación concreta de los principios que se ofrecen en
la doctrina social de la Iglesia, como puede hacerse de maneras
distintas, y
las circunstancias van cambiando, pueden darse entre
los mismos católicos discusiones sin fin.
As!, pues: "En las apli­
caciones pueden surgir divergencias aun entre católicos rectos y
sinceros. Cuando esto suceda, que no falten las mutuas considera­
ciones, el respeto reciproco y la buena disposición para individuar
los puntos en que coinciden en orden a una oportuna y eficaz
acción. No
se desgasten en discusidnes interminables; y bajo el
pretexto de lo mejor y
óptimo descuiden el bien posible, y por
tanto obligatorio».
Pero, como en la doctrina social católica
hay también aplica­
ciones concretas de estos mismos principios a las realidades socia­
les cambiantes de cada época, advierte también el Papa: «Es obvio
que cuando la Jerarquía eclesiástica
se ha pronunciado en la mate­
ria, tienen obligación los
católicos de atenerse a las directivas ema­
nadas ; puesto que compete a la Iglesia el derecho y el deber no
sólo de tutelar los principios de orden ético y religioso, sino tam­
bién de intervenir con su autoridad en la esfera del orden tempo­
ral, cuando
se trata de juzgar sobre la aplicación de estos princi­
pios a casos concretos» (36).
5. LAS DIFICULTADES PARA SU ACEPTACIÓN Y APUCACIÓN
Como explicaba Juan Pablo II, el pasado mes de marzo: «Hace
cien años,
el Pontífice Le6n XIII recogía en su encíclica Rerum
novarum directrices y conceptos suyos y de sus predecesores ( ... )
(36) JUAN XXIII, Mater et magistra, 1961, IV.
956
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NATURALEZA. DB LA DOCTRINA. SOCIAL CATOLICA
Desde entonces, muchos problemas se han solucionado. El cuadro
de las relaciones entre. las clases
ha alcanzado una mejor defini­
ci6n jurídica en el horizonte de los respectivos derechos y deberes.
También es verdad que gracias a
la enseñanza de los Romanos
Pontífices y a la aportaci6n concreta de muchos espíritus nobles,
se
han corregido muchas desviaciones y se han elaborado solucio­
nes positivas.
Pero sobre la situaci6n general del mundo se cier­
nen aún ciertos
peligros ; si bien se han superado algunos proble­
mas, han surgido otros
más complejos y amplios» (37).
Tales peligros y problemas hacen que, también en
la actuali­
dad,
colno dice el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes:
«Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta
como lucha, y
por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre
la luz y las tinieblas.
Más todavía, el hombre se not11 incapaz de
domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el pun­
to de sentirse como aherrojado entre cadenas ( ... ) El pecado mer­
ma al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud» (38).
El pecado o la transgresi6n de la ley de Dios, tanto la ley na­
tural como
la ley positiva divina, es la causa de todos los des6rde­
nes y también,
por tanto, de los sociales y políticos: «Lo que se
dice de los individuos se
ha de entender también de la sociedad ya
sea doméstica o civil. Porque
la sociedad no ha sido instituida por
la naturaleza para que la busque el hombre como fin, sino para que
en ella y
por ella posea medios eficaces para su propia perfecci6n.
Si, pues, alguna sociedad, fuera de las ventajas materiales y progre­
so social con exquisita profusi6n y gusto procurados, ningún otro
fin se propusiera ; si en el gobierno de los pueblos se menosprecia­
ra a Dios y para nada se cuidara de las leyes morales, se desviaría
lastimosamente del
fin que su naturaleza misma le prescribe, mere­
ciendo
no ya el concepto de humanidad o reuni6n de hombres, sino
más. bien el de engañosa imitaci6n y simulacro de sociedad» (39).
Según estas palabras de Le6n XIII, en su encíclica Sapientiae
(37) JuAN PABLO 11, «En la fábrica "Ariston'>, de Fabriano (Italia)»,
19-III-1991 (Documentos Palabra, 1991, pág. 61).
(38)
Concilio Vaticaoo II, Gaudium et spes 13.
(39) LEÓN XIII, Encíclica Sapientiae christianae, 1890, 2.
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EUDALDO FORMENT
christianae, cuyo centenario se cumplió el año pasado, no hay
auténtica sociedad si
no se respeta su fin natural, que es el de
servir al hombre proporcionándole unos medios, unos bienes ma­
teriales y espirituales, con respecto a un fin o ideal común, que
es lo que la constituye formalmente. La primacía de estos bienes
esenciales la tienen
los espirituales. El mismo León XIII en la Re­
rum novarum precisa: «Como quiera que el bien social debe ser
tal que
los hombres se hagan mejores al participar en él, es ver­
daderamente la virtud donde
se le debe hacer consistir, antes que
en cualquier otra cosa. Pero también corresponde a una sociedad
bien constituida el facilitar los bienes corporales y externos cuyo
uso
es necesario para el ejercicio de la virtud» ( 40).
En la Sapientiae cbristianae se insiste también en la necesidad
de que la sociedad siga los principios morales, indicando que su
alejamiento tiene consecuencias negativas: «Del pueblo judío -se
lee en la encíclica-dicen muy bien las sagradas escrituras: "Mien­
tras no enojaron a
Dios con sus pecados, todo les salió bien; por­
que su Dios tiene odio a la iniquidad. Pero tan luego como se apar­
taron del camino que Dios les había trazado para que anduviesen
por
él, fueron exterminados en las guerras que les hicieron muchas
naciones" (Judit 5, 21-22). Pues la nación de los judíos represen­
taba como la infancia del pueblo cristiano, y en muchos
casos lo
que a ellos les acontecía
no era sino figura de lo que había de su­
ceder en lo que por venir ; con esta diferencia, que a nosotros nos
colmó y enriqueció la divina bondad con muy mayores beneficios,
por lo cual la mancha de la ingratitud hace mucho
más graves las
culpas de los cristianos».
Se advierte seguidamente, después de poner la confianza en
Dids: «No pueden prometerse igual seguridad las naciones cuando
van degenerando de la virtud cristiana.
"El pecado hace desgracia­
dos a
los pueblos" (Prov. 14, 34). Y si en todo el tiempo pasado
se ha verificado rigurosamente la verdad de este dicho, ¿ por qué
motivo
tio se ha de experimentar también en nuestro siglo?» (41).
958
( 40) IDEM, Encíclica Rerum novarum1 25.
(41) IDEM, Sapientiae christianae1 . . 4849.
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NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
También Pío XII, en la encíclica Summi Pontificatus, insistió
en la
misma idea: «Narra el sagrado Evangelio que, cuando Jesós
fue crucificado, "las tinieblas invadieron toda la superficie de la
tierra": símbolo espantoso de
lo que sucede y sigue sucediendo
espiritualmente dondequiera que la incredulidad, ciega, orgullosa
de sí, ha excluido a Cristo de la vida moderna, especialmente de
la vida pública, y con la
fe en Cristo, ha sacudido la fe en Dios.
Los valores morales según los cuales en otros tiempos
se juzgaban
las acciones privadas y públicas, han caído, por consecuencia, como
en desuso;
y el tan decantado laicismo de la sociedad ( ... ) ha hecho
reaparecer, hasta en regiones
por donde por tantos siglos brillaron
los fulgores de la civilizaci6n cristiana,
las señales cada vez más
claras, cada
vez más distintas, cada vez más angustiosas, de un
paganismo corrompido
y corruptor: "Doquier se extendieron las
tinieblas, después que crucificaron a Jesús"» ( 42).
Siempre, en su extenso magisterio doctrinal, Pío
XII recordó
la necesidad de la Revelación para la conservación de la moral,
igual que habían hecho sus
predecesores. Pío XI, por ejemplo, es­
cribió: «Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad
del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del
orden moral de la base granítica
de la fe, para reconstruirla sobre
la arena movediza
de las normas humanas, conducen, pronto o tar­
de, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral» (43).
Igualmente, Juan
XXIII, en la Mater et Magistra, escribió:
«La confianza recíproca entre los hombres y entre los Estados
no
puede nacer ni consolidarse sino con el reconocimiento y con el
respeto del orden
moral». Precisando a

continuación: «Pero el
orden moral no
se sostiene sino en Dios: separado de Dios se des­
integra». Concluye, por ello, el Papa: «Por tanto, cualquiera que
sea el progreso técnico y económico, no habrá en
el mundo jus-
(42) Pío XII, Enclclica Summi Pontificatus, 1939, 15.
(43) Pío XI,
Mit brennender Sorge, 1937, 27. En este célebre docu­
mento, se dice también: «Es una nefasta característica del tiempo presente
querer
desgajar no solamente la doctrina moral, sino los mismos fundamen­
tos del derecho y de su aplicación, de la verdadera fe eo Dios y de las nor­
mas de la revelación divina» (Ibídem, 28).
959
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BUDALDO FORMENT
ricia ni paz mientras los hombres no vuelvan al sentimiento de la
dignidad de criaturas y de hijos de Dios, primera y {tltima razón
de ser de toda
la realidad creada por El. El hombre separado de
Dios, se vuelve deshumano consigo mismo y con sus semejantes,
porque
la relación ordenada de convivencia presupone la ordena­
da relación de la conciencia con la persona
de Dios, fuente de
verdad, de
justicia y de amor» (44).
Después de examinar
lo esencial de las ideologías modernas,
concluye que:
«El aspecto más siniestramente típico de la época
moderna consiste en
la absurda tentativa de querer reconstruir un
orden temporal sólido y fecundo prescindiendo de Dios, únicd
fundamento con que puede sostenerse, y de querer ensalzar la
grandeza del hombre secando
la fuente de donde brota aquella
grandeza y de la que se alimenta,
es decir, reprimiendo y, si posi­
ble fuera, extinguiendo sus
ansias de Dios» ( 45).
Pabld
VI, en la Populorum progressio llegó a decir asimismo:
«El hombre puede organizar
la tierra sin Dios, pero a fin de cuen­
tas no hará sino organizarla contra
el hombre. El humanismo ex­
clusivo
es un humanismo inhumano» (46).
Parecidas observaciones se encuentran muy frecuentemente en
el magisterio social de
Juan Pablo 11. Refiriéndose, por ejemplo,
a los actuales avances en
el conocimiento de las cuestiones socia­
les, sostiene que el hombre
de nuestra época: «Descubre paulatina'
mente la leyes de la vida social y duda sobre la orientación que a
ésta se debe dar».
Remite seguidamente al Vaticano 11, indicando que no
sólo
«el concilio habla expresamente de "contradicciones y desequili­
brios", generados
por una "evolución rápida y realizada desorde­
nadamente" en las condiciones socio-económicas, en la costumbre,
en la cultura, como también en el pensamiento y en la conciencia
del hombre en
la familia, en las relaciones sociales, en las relacio­
nes entre los grupos, las comunidades y las naciones, con consi­
guientes "desconfianzas y enemistades, conflictos y anarquías, de
960
(44) JuAN XXIII, Mater et Magistra, III.
(45) Ibídem, IV.
(46) PABl.O VI, Endclica Populorum progressio, 1967, 3.
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NATURALEZA. DE LA. DOCTRINA.-SOCIAL CA.TOLICA
las que el mismd hombre es a la vez causa y víctima" ( dr. Gau­
dium et spes, 8-10). Y, finalmente, el Concilio llega a la raíz cuan­
do afirma: "Los desequilibrios que fatigan al hombre moderno es­
tán conectados con ese otro desequilibrio fundamental
que hunde
sus raíces en el coraz6n del hombre"
(Gaudium et spes, 10)» (47).
En otro lugar, reconoce el Papa que respecto a todos estos des-
6rdenes:
« ... existen causas no s6lo coyunturales, sino también
estructurales, relativas a
la organizaci6n socio-econ6mica y política
de las sociedades.
Es éste un factor que ha de ser tenido muy en
cuenta.
Pero detrás de estas causas está también la responsabilidad
de los hombres que crean estructuras y organizan la sociedad; está
el hombre con el pecado del egoísmo, causa radical de tantos males
sociales.
Por eso la Iglesia pide la conversi6n del coraz6n para
que todos, en empresa solidaria, colaboren
en la creaci6n de un
nuevo orden social que sea más conforme con las exigencias de la
justicia» ( 48).
El pecado, y más concretamente el de egoísmo, es la causa pro,
funda de los males sociales. De ahí que haya afirmado el Papa:
«Hay que hacer notar que existe
un grave obstáculo en el desarro­
llo y en el prdgreso del mundo. Este está constituido
por el pe­
cado y por la cerraz6n que supone, es decir, por el mal moral» ( 49).
La constituci6n pastoral Gaudium et spes pone igualmente el
egoísmo como el origen de la deformaci6n de
la actividad huma­
na, tanto en el orden individual
comd en el social, al observar que:.
«El progreso altamente beneficioso para el hombre, también encie­
rra, sin embargo,
gran tentaci6n ; pues los individuos y las colecti­
vidades, subvertida la jerarquía
de los valores y mezclado el bien
con el mal, no miran más que a
lo suyd, olvidando lo ajeno. Lo
que hace que el mundo no sea ya ámbito de una auténtica frater-
(47) JuAN PABLO II, «Audiencia gene"1!1», 18-Vl-1986, 5 (Documentos
Palabra, 1986, pág. 183).
(48)
lDEM, «A los habitantes de los barrios periféricos, en Medellfn
(Colombia)», 5-Vl-1986, 8 (Documentos Palabra, 1986, pág. 209).
(49)
lDEM, «Audiencia general», 25-VI-1986, 5 (Documentos Palabra,
1986, pág. 183),
961
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BUDA.LDO FORMENT
nidad, mientras el poder acrecido de la humanidad está amenazan­
do con destruir al propio género humano» (50).
Pdr ello, ha declarado Juan Pablo II que en su doctrina social
la Iglesia «es consciente de la existencia, siempre perniciosa del
pecado, que se manifiesta también en las estructuras que, en lugar
de servir al hombre se vuelven contra
él. Y precisamente por eso
se descubre una ambivalencia que hace de toda la realidad un
posible instrumento
para la actuación del plan de Dios o, por el
contrario, un obstáculo al mismo,
cdmo resultado del egoísmo
humano y de
la presencia del mal» (51 ).
6. ÁUTORIÓAD DEL MAGISTERIO SOCIAL DE LA IGLESIA
Para una mejor comprensión de la esencia de la enseñanza so­
cial cristiana, además de examinar su fundamento y su aplicación,
es preciso también considerar el tipo de autoridad de que goza en
la misma Iglesia. Para ello, hay que tener en cuenta la potestad
de
todd el magisterio eclesiástico.
En el actual C6digo de Derecho Can6nico, promulgado en
1983, se establece que:
«Se ha de creer con fe divina y católica
todo aquello que
se contiene en la palabra de Dios escrita o trans­
mitida por tradición,
es decir, en el único depósito de la fe enco­
mendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado
por Dios, ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia ya por su
magisterio ordinario y universal, que
se manifiesta en la común
adhesión
de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tan­
to,
todds están obligados a evitar cualquier doctrina contraria» (52).
En el Código anterior, de 1917, también
se establecía que:
(50) Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 37. Enseña Santo Tomás
en su tratado de los vicios y de los pecados de la Suma Teológica que «El
amor desordenado de sí mismo es causa de todo pecado» (1-11, q. 77, a. 4,
in c.). El egoísmo o amor desordenado de sí mismo, amor a sí con prioridad
o exclusión de todos los demás, es la causa interna del pecado.
51) JuAN PABLÓ 11, «A los "constructores de la sociedad", en Asun­
ción», op. cit., pág. 415.
(52) C6digo de Derecho Can6nico, 1983, c. 750.
962
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NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
«Hay que creer con fe divina y católica todo lo que se contiene
en la palabra de Dios escrita o en la
. tradición divina y que la
Iglesia por definición solemne o por su magisterio ordinario y
universal propone como divinamente revelado» (53
).
La doctrina que refleja estos cánones fue enseñada por el Con­
cilio Vaticano
I. En su Constitución dogmática Dei Filius, se dice:
«Así pues, con la fe divina y católica se debe creer todo cuanto
está contenido
en la palabra de Dios escrita o en la Tradición, y
que la Iglesia, sea por medid
de juicio solemne sea por virtud de
su magisterio ordinario y universal, propone para creer como re­
velado por Dios» (54
):
Debe ser creído con «fe divina» todo aquello que ha revelado
Dios, y es
cdnocido con certeza como tal por cualquier camino.
Con «fe divina y católica» debe ser creído todo
lo revelado por
Dios y propuesto
por la Iglesia, ya sea por juicio solemne ya sea
por magisterio
ordinario. En ambos casos la fe se apoya en la auto­
ridad de Dios, que
es quien revela.
La Iglesia puede comunicar la verdad revelada
por Dios, por­
que, como se dice en
el Código de 1917: «Nuestro Señor Jesucris­
td confió a la Iglesia el depósito de la fe, para que ella, asistida pe­
rennemente por el Espíritu Santo, guardltra religiosamente la doc­
trina revelada y la expusiera fielmente» (55). Por ello, en el pá­
rrafo siguiente se afirma que: «La Iglesia, con absoluta indepen­
dencia
de cualquier potestad civil, tiene el derecho y el deber de
enseñar a todas las gentes la doctrina evangélica, y todos por ley
divina, están obligados a aprenderla debidamente y a
abrazar la
verdadera Iglesia
de Dios» (56 ).
El Concilio Vaticano II ha señalado la inerrancia de la Iglesia
en su totalidad, sin distinción entre sus miembros, porque: «La
universalidad de los fieles que tiene la unción del Santo no puede
fallar en su creencia, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante
(53) C6digo de Derecho Canónico, 1917, c. 1323, § l.
(54) Concilio Vaticano 1, Constitución dogmática sobre la fe católica,
Dei Filius, c. 111.
(55) C6digo de Derecho Canónico, 1917, c. 1322, § l.
(56) Ibídem, c. 1322, § 2.
963
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EUDALDO FORMENT
el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando "desde
el obispo hasta los últimos fieles .seglares" manifiesta el asenti­
mientd
universal en las cosas de la fe y de costumbres» (57).
Esta infalibilidad que
se manifiesta en el creer de la colectividad
de
lds fieles, se expresa también en la infalibilidad en el enseñar
del Colegio episcopal
y del Romano Pontífice. En su Constitución
dogmática
Lumen gentium, el Concilio Vaticano Il enseña: «Aun­
que cada uno de los prelados por sí no pdsea la prerrogativa de la
infalibilidad, sin embargo, si todos ellos, aun estando
dispersos por
el mundo,
pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y
con el sucesor de Pedro, convienen en un mismo parecer como
maestros auténticos que exponen como definitiva una doctrina en
las cosas de
fe · y de costumbres, en este caso anuncian infalible­
mente la doctrina de Cristo». Se advierte, seguidamente, en el mis­
mo documento conciliar: «Pero esto se ve todavía más claramente
cuando, reunidos en Concilio ecuménico, son los maestros
y jue­
ces de la fe y de la conducta para la Iglesia universal, y sus defi­
niciones de fe deben aceptarse con sumisión» (58).
Esta doctrina está recogida en el canon del
C6digo de De­
recho, que dice: "Tiene infalibilidad en el magisterio el Colegio
de los Obispos cuando los Obispos
ejercen tal magisterio reuni­
dos en el Concilio Ecuménico
y, como doctores y jueces de la fe y
de las costumbres declaran definitivamente para toda la Iglesia
que
ha de sostenerse una doctrina sobre la fe o las costumbres ;
o cuando dispersos por el mundo,
pero manteniendo el vfnculd de
la comunión entre
sí y con el sucesor de Pedro, enseñando de modo
auténtico junto con
el mismo Rdmano Pontífice las materias de
fe y costumbres, concuerden en que una opinión debe sostenerse
como definitiva» (59).
También en el
Código anterior se establecía en un canon que:
«Los Obispos, aun cuando no sean infalibles cada uno por
sí, ni
(57) Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 12. Santo Tomás escribe en
la Suma Teológica que: «la Iglesia universal no puede errar, porque es go­
bernada por el Espíritu Santo, que ea Espíritu&, verdad» (II-II, q. 1, a. 9).
(58) Ibidem, 25.
(59) Código de Derecho Can6nico, 1983, c. 749, § 2.
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NATURALEZA DB LA DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
reunidos en Concilios particulares, sin embargo, bajo la autoridad
del Romano Pontífice, son verdaderos doctores
d maestros de los
fieles que les
han sido encomendados» (60).
La prerrogativa
individual de la. infalibilidad individual en el
enseñar, tal como siempre ha mantenido la Iglesia, la tiene el
Papa, cuando habla
ex cathedra o «en razón

de su oficio», tal como
la definió solemnemente el Concilio Vaticano
l. En la Constitu­
ción dogmática
Pastor aeternus se define como el

dogma
revelado
por Dios que: "El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra,
esto es, cuando, ejerciendo el
catgo de Pastor y Maestro de todos
los cristianos, en virtud de
su suprema autoridad apostólica, de­
fine que una doctrina sobre la fe
y costumbres debe ser sdstenida
por la Iglesia universal, por
la asistencia divina que le fue prome­
tida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infa­
libilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista
su Iglesia en la definición de
la doctrina sobre la fe y las costum­
bres;
y, por tantd, que las definiciones del Romano Pontífice son
itrefomables por sí mismas
y no por el consentimiento de la Igle­
sia» (61).
El Concilio Vaticano
II recoge e&ta definición en la Constitu­
ción dogmática sobre
la Iglesia, al declarar que: «La infalibilidad
que el divino Redentor quiso
que tuviese su Iglesia cuando define
la
doctrina de fe y de conducta, se extiende a todo cuanto abarca
el depósito de la divina Revelación entregado para la fiel custodia
y exposición. Esta infalibilidad compete al Romano Pontífice, Ca­
beza del Colegio episcopal, en razón de su oficio cuando proclama
como definitiva la doctrina de
fe d de conducta en su calidad de
supremo pastor
y maestro de todos los fieles, a quienes ha de
confirmarlos en la
fe (dr. Le 22, 32). Por lo cual con razón se
dice que sus definiciones por sí
y no por el consentimiento de la
Iglesia son itreformables, puesto que han sido proclamadas bajo
la asistencia del Espíritu Santo prometida a él en San Pedro y así
no necesitan de ninguna aprobación de otros ni admiten tampoco
(60) C6digo de Derecho Can6nico, 1917, c. 1326.
( 61) Concilio Vaticano
I, Constitución dogm,ltica sobre la Iglesia de
Jesucristo, Pastor aeternus, c. IV.
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EUDALDO FORMENT
la apelación a ningún otro tribunal. Porque eo esos casos el Roma­
no Pontlfice no
da una seotencia como persona privada, sino que,
eo calidad
de maestro supremo de la Iglesia universal, eo quien
singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia
misma, expone
o defiende la doctrina de la fe católica» ( 62 ).
También en un canon del actual C6digo de Derecho Can6nico
se establece que: «En virtud de su oficio, el Sumo Pontífice goza
de infalibilidad en el magisterio, cuando, como Supremo
Pastdr y
Doctor de todos los fieles, a quien compete confirmar en la fe a
·sus hermanos, proclama por un acto definitivo la doctrina que debe
sdsteoerse en materia de fe y de costumbres» ( 63 ).
Según estos textos, las condiciones para que se dé el magiste­
rio infalible
del Papa son que éste actúe como Vicario
de Cristo,
como Cabeza de la Iglesia Universal; que se refiera a una doctrina
de fe y costumbres como divinamente revelada;
y que proponga tal
doctrina comd de fe, ya sea por un acto de magisterio solemene o de
magisterio ordinario y universal, es decir, según se ejerza con una
forma y modo solemne, como el Papa hablando ex cathedra, o en un
Concilio, o bien se ejerza según las maneras corrieotes
de eoseñar.
Debe tenerse siempre
en cuenta que, como indica el Vatica­
nd 11: «Cuando el Romano Pontífice o con él el cuerpo episcopal
definen una doctrina, lo hacen siempre de acuerdo con la Revela­
ción, a
la cual ·deben sujetarse y conformarse todos, la cual, o por
escrito o por transmisión de la sucesión legítima de los obispos,
y sobre todo
por cuidado del mismo Romano Pontífice, se nos
(62) Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 25.
(63) C6digo de Derecho Can6nico, 1983, e, 749, § l. Santo Tomás
enseñó
la infabilidad de la Iglesia y la del Papa. Afirma, por ejemplo, que:
«La costumbre de la Iglesia tiene una autoridad máxima y ha. de ser siempre
seguida
en todo. Y la misma doctrina de los doctores católicos recibe su
autoridad
de la Iglesia. Por ellp, hemos de conformarnos más a la autoridad
de la Iglesia que a la de Sau Agustín, San Jerónimo o de otro doctor cual­
quiera (Summa Theologiae, II-11, q. 10, a. 12). Y sobre el Papa dice: «In­
cumbirá la redacci6n del símbolo a la misma autoridad a la que pertenece
determinar por sentencia las cosas de fe ·para que sean mantenidas inaltera·
blemente por todos. Esto pertenece a la autoridad del Sumo Pontífice» (Ibi­
dem, 11-II, q. 1, a. 10).
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NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
transmite íntegra y en la Iglesia se conserva y se expone con reJi.
giosa fidelidad, gracias a la luz del Espíritu de la verdad» ( 64 ).
Además, Dios da el sensus fidei a toda la Iglesia entera, que
hace que tenga el poder
de reconocer una verdad como revelada
por Dios, adherirse a ella y practicarla de un modo connnatural.
Así
lo indica también el Concilio Vaticano II, al decir: «Con ese
sentidd
de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el pueblo
de Dios bajo
la dirección del magisterio al que sigue fidelísima­
mente, recibe no ya la
palabra de los hombres, sino la verdadera
palabra de Dios
(dr. 1 Thess 2, 13); se adhiere indefectiblemente
a la
fe dada de una vez para siempre a los santos ( dr. Iud 3) ;
penetra profundamente con rectitud. de juicio y
la aplica íntegra­
mente a la vida» (65).
Si
el magisterio del Papa, solemne u ordinario, o el de un Con­
cilio, proponen como infalible una verdad, según lo dicho, los
fieles tienen que creerla con «fe divina y católica» ( 66 ), por tra­
tarse
de una verdad revelada por Dios, con absoluta certeza. '.Pero,
·cuando el magisterio eclesiástico es solamente «auténtico», es de­
cir,
sin proponerse lo enseñado como infalible, no se exige un
asentimiento absoluto de fe, puestd que no queda excluida lapo­
sibilidad de error, ni, por tanto, que la Iglesia pueda definir otra
cosa distinta.
De tal modo enseña el Papa en las cartas encíclicas,
u otros documentos que él mismo es el autor,
y así ha sido pro­
puesta la ddctrina social católica.
Aunque tales enseñanzas doctrinales
no sean irreformables no
se les debe, como siempre
han querido algunos, un «obsequioso
silencio». La Iglesia, como se manifestó en el Concilio Vatica­
no
I, exige un asenso, que debe ser ciertd, aunque no estrictamen­
te cierto, para su magisterio meramente auténtico. El Papa Pío XII
en la Humani generis, ante el desprecio de algunos al magisterio
de
la Iglesia, insistía con las siguientes palabras en el valor de las
enseñanzas
de las encíclicas: «Ni hay que creer que las enseñanzas
contenidas en las encíclicas
no exijan de por sí el asentimiento
(64) Concilio Vaticano II, Lumen gentium1 25.
(65) Ibidem, 12.
(66) Véase: C6digo de Derecho Canónico, 1983, c. 750,
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EUDALDO FORMENT
bajo pretexto de que en ellas no ejercen los Papas el poder de su
Jl,1agisterio supremo. Porque enseñan estas cosas por el Magiste­
rio Ordinario, acerca del cual tiene también valor aquello: "Quien
a vosotros oye, a mí me oye" (Luc 10,16) y las
más de las veces
cuanto viene propuesto e inculcado en las Endclicas, pertenece ya
por otras razones al patrimonio de la doctrina católica» (67).
El Concilio Vaticano II ha hecho referencia a este asentimien­
to, al tratar del magisterio
de los obispos (68), reiterando esta doc­
trina, muy repetida por el magisterio pontificio desde Pío IX, al
decir: «Esta religiosa sumisión de la voluntad
y del entendimiento
de modo particular
se debe al magisterio auténtico del Romano
Pontífice, aun cuando
no habla ex cathedra; de tal manera que
se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceri­
dad se adhiera al parecer expresado por él según el deseo que
haya manifestado
él mismo, como puede descubrirse, ya sea por
la índole del documento, ya sea por la insistencia con que repite
una misma doctrina,
ya sea también por las fórmulas emplea­
das» (69).
Más recientemente, en el actual
C6digo de Derecho Can6nico
ha denominado a esta «sumisión» para el magisterio auténtico,
que es mucho más amplio que el infalible (70), «asentimiento re­
ligioso» al mandar en uno de los cánones dedicados a la enseñanza
de la Iglesia que: «Se ha de prestar un asentimiento religioso del
entendimiento y de
la voluntad, sin que llegue a ser de fe, a la
doctrina que
el Sumo Pontífice o el Colegio de los Obispos, en
el ejercicio de su magisterio auténtico, enseñan acerca de la fe y
(67) Pío XII, Endclica Humani generis 15.
(68) «Los obispos, cuando enseñan en comuni6n con el Romano Pon­
tffice, deben set respetados por todos como los testigos de la verdad divina
y cat6lica; los fieles por su parte, tienen obligación de aceptar y adherirse
con
religiosa sumisi6n del espíritu al parecer de su obispo en materias de fe
y de
costumbres cuando él las expone en nombre de Cristo» (Lumen gen­
tium, 25).
(69) Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 25.
(70) Debe tenerse en
cuenta que según el C6digo de Derecho Canóni­
co: «Ninguna doctrina se considera definida: infaliblcmerite si no consta así
de modo manifiesto» ( c. 749, § 3 ).
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NATURALEZA DE LA. DOCTRINA. SOCIAL CATOLICA.
de las costumbres, aunque no sea su intención proclamarla con un
acto decisorio ; pot tanto, los fieles cuiden de evitar todo lo que
no
sea congruente con la misma» (71 ). Esta clase de asenso, por
consiguiente,
es el que se debe a la doctrina social de la Iglesia.
El católico que no le da
su asentimiento no ha caído en here­
jía (72), peto no es un buen católico.
7. NECESIDAD DE LA DOCTRINA SOCIAL CATÓLICA
La descripción de la naturaleza del magisterio social de la Igle­
sia no quedaría completa si no se indicara su conveniencia para las
necesidades de la sociedad
contemporánea. Los obstáculos actua­
les para su aceptación y aplicación, que tienen su origen profun­
do en el pecado, tal como la misma doctrina social católica ha
se­
ñaladd reiteradamente, la están reclamando.
La enseñanza social católica es necesaria para nuestro tiempo
no solamente en el orden ético sino también en el mismo plano
social económico y político. Es innegable, tal como ponía de
re­
lieve León XIII, ya antes de la Rerum novarum, que: «Aun den­
tro del dominio de las cosas caducas y terrenales procura tantos
y tan señalados bienes, que
ni más en número ni mejores en cali­
dad resultarían si el primer y principal objeto de su institución
fuese asegurar la prosperidad
de la presente vida» (73 ).
En su encíclica Pacem in terris, publicada en abril de 1963, el
Papa Juan XXIII, reafirmando el valor de la enseñanza social
católica, mostró que
es una condición para que exista la paz, por­
que debe respetarse la drdenacíón dispuesta pot Dios a la socie­
dad, igual que el orden prescrito por el mismo Dios a los indivi­
duos. Por esto comienza este importante documento diciendo: «La
paz en la tietra, profunda aspiración de los hombres de todos los
(71) Código de Derecho Can6nico, 1983, c. 752.
(72)
En el canon 751 del Código vigente se da la siguiente definición
de herejía: «Se llama herejía la negación pertinaz después de recibido el
bautismo, de una ve,:dad que ha de creerse con fe divina y católica, o la
duda pertinaz sobre la misma».
(73) LEóN XIII, Enclclica Inmortale Dei, 1885.
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BUDALDO FORMENT
tiempos, no se puede establecer ni asegurat si no se guatda ínte­
gramente el orden establecido por Dios» (74 ).
Después de exponer c6mo las leyes divinas deben ordenar las
relaciones humanas en la sociedad, el Papa termina dirigiendo su
magisterio no s6lo a los fieles, sino a todos los hombres de «buena
voluntad», porque se
ha basado, como toda la doctrina social ca­
tólica, en las leyes impresas por Dios en el hombre: «Estas ense­
ñanzas nuestras acerca de los problemas que de momento
tan agu­
damente aquejan a la fatnilia humana y que tan estrechamente
unidos
est,m al progreso de la sociedad, nos las dicta un profundo
anhelo, que comparten con Nos todos los hombres de buena vo­
luntad, el anhelo de la consolidaci6n de la paz en este mundo nues­
tro» (75).
Por tanto, con el cumplimiento de estas leyes no sólo
se ponen las bases de la paz, sino también del progreso social (76).
También
Juan XXIII, en su encíclica Mater et magistra, ha­
bía presentado la doctrina social católica como una invitaci6n a
la
realizaci6n del Reino de Cristo sobre la Tierra: «"Reino de ver­
dad y
de vida, reino de santidad y de gracia; reind de justicia, de
amor y de paz"
(In Praefatione de Iesu Christo Rege); reino e¡ue
asegura el goce de los bienes celestiales pata los cuales hemos sido
creados y a los cuales ansiamos
llegar» (77).
En la Ubi arcano, Pío XI había explicado que el Reino de
Cristo consiste precisamente en
la aceptaci6n te6rica y práctica
de su doctrina, y que así se conseguirá la
paz de Cristo: «Síguese,
(74) JUAN XXIII, Pacem in Terris, 1963, l.
(75) Ibídem, IV.
(76) El progreso social no consiste únicamente en un avance económico
que permita un crecimiento de los bienes económicos, porque como ha re­
cordado Juan Pablo 11,-hace pocos días: «el hombre no vive sólo de cosas,
ni puede vivir solamente para las cosas». Por ello, añade el Papa: «La po­
breza espiritual que deprime las esperanzas personales y colectivas y debilita
el pensamiento del Occidente opulento, nos recuerda con urgencia el deber
de
una reestructuración de aquel · orden de valores que aparece frecuente­
mente deshilvanado y agotado en
riuestras mismas comunidades cristianas»
(«A los participantes en la XLI Semana Social Italiana», 5-IV-1991, 5 [Do­
cumentos
Palabra, 1991, pág. 73]).
(77) JuAN XXIII, Mater et magistra, IV.
970
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NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL CATOLICA
pues, que la verdadera paz, es decir, la ansiadísima paz de Cristo
no puede darse, si
no se guardan fielmente las ensefianzas, precep­
tos y ejemplos
de Cristo en la vida pública y privada ; y de ese
modo,
constituida ordenadamente la humana sociedad, la Iglesia,
desempeiiando su divind oficio, defienda por fin todos los derechos
de Dios mismo sobre los individuos y sobre
la sociedad» (78).
Se indica a
continuación cómo debe reinar Jesucristo en los
individuos y
en la sociedad, y conseguir as! la paz interior y exte­
rior. Añade el Papa, seguidamente, que: «Reina finalmente el Se­
ñor Jesús en la sociedad civil, cuando ttibutados en ella los supre­
mos honores a Dios, del mismo modo se van a buscar el origen y
derechos de
la autoridad, para que no falte o la norma de mandar
o el deber y dignidad de obedecer; y además se coloca a
la Igle­
sia
en aquel gradd de dignidad en que fue puesta por su mismo
Fundador, conviene a saber,
en el lugar de sociedad perfecta, y
de maestra y guia
de las demás sociedades; de modo, claro está,
que
no menoscabe el poder propio de ellas -pues son legitimas
cada una en su orden-mas las perfeccione oportunamente, comd
la gracia a
la naturaleza ; de donde las mismas sociedades sean de
poderosa ayuda a los hombres para la consecución del
último fin, .
que es . la bienaventuranza eterna, y con más seguridad haga pros­
perar la misma vida mortal de los ciudadanos» (79).
Para la consecución de todos estos bienes materiales y espiri­
tuales
no bastan los esfuerzos humanos, ya sean de tipo social, eco­
nómico o político, ya sean incluso de orden ético; es imprescin­
clíble la gracia de Dios. Verdad que ha sido siempre enseiiada por
la Iglesia para todas las ditnensidnes del hombre, incluida la social.
Decía,
por ejemplo, Juan XXIII que para la aplicación de la doc­
trina social de
la Iglesia, y, por tanto, para la realización del reino
de Cristo sobre la tierra, «las fuerzas humanas, aunque estén
ani­
madas de la buena voluntad más laudable, no pueden por si solas
llevar a efecto esta empresa.
Para que la sociedad humana refleje
(78) Pío XI, Enclclica Ubi arcano, 40.
(79) Ibidem, 41. Inmediatatnente a continuaci6n el Papa expone el fun~
Cristo sino
en el reino de Cristo» (Ibidem, 48).
971
Fundaci\363n Speiro

EUDALDO FORMBNT
lo más posible la semejanza del Reind de Dios es de todo punto
necesario el auxilio del
Cielo» ( 80 ).
Esta insuficiencia de la doctrina social cat6lica en cuanto tal,
ha sido también puesta de relieve por Juan Pablo Il, que decía
hace poco tiempo: «Al dirigir la atención sobre la necesidad de
una cada
vez mayor conciencia social en nuesttd tiempo, deseo
también llamar la atenci6n sobre
la necesidad de la oración. La
oración es la inspiración y el dinamismo más profundo de toda la
conciencia social» (81).
Más recientemente, después de insistir en la necesidad que los
principios morales rijan en
la economía y la política, y en toda la
sociedad, citando a la Rerum novarum, terminaba su exposición
con estas palabras:
«Pidamos a
la Santísima Virgen que obtenga
para todos los hombres
y todos lds pueblos la gracia de Cristo
que
-por caminos visibles e invisibles-- lleva hacia el bien ver­
dadero del hdmbre, incluso en su dimensi6n social» (82).
(80) JUAN XXIII, Pacem in terris, IV.
(81) JuAN PABLO II, «A la población de Detroit>, 19-IX-1987, op. cit.,
pág. 223. Cita seguidamente el siguiente texto de Pablo VI: «En la tradi­
ción de la Iglesia toda invitación a la acción, es, en primer lugar, una invi­
tación a la oración y, sobre todo, a la máxima particip8.Ción en el sacrificio
eucarístico de Cristo» ( «Mensaje a la conferencia "Llamamiento a la acci6n",
Detroit, 1976). También recuerda sus. palabras: «A través de la oración la
lucha por la justicia encuentra auténtica motivación y estímulo, y descubre
y mantiene medios verdaderamente eficaces» (JuAN PABLO II, «Discurso ad
Limina», 3-XI-1983).
(82)
IDEM, «Angelus», 17-III-1991 (Documentos Palabra, 1991, pági­
na 55). La última encíclica del Papa, Centesimus annus, termina con esta
observación y esta petición a la Santísima Virgen María: «También en el
tercer milenio, la Iglesia será fiel en asumir el camino del hombre, conscien­
te de que no peregrina sola, sino con Cristo, su Señor. Es El quien ha asu­
mido el camino del hombre y lo guía, incluso cuando éste no se da cuenta.
Que María, la Madre del .Redentor, la cual permanece junto a Cristo en su
camino hacia los hombres y con los hombres, y que precede a la Iglesia en
la peregrinación de la fe, acompañe con materna intercesión a la Humanidad
hacia el pr6ximo milenio, con fidelidad a Jesucristo, nuestro Señor, que "es
el mismo ayer, hoy y lo será siempre" (Heb., 13, 8)» (Endclica Centesimus
annus,
62).
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