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Número 297-298

Serie XXX

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Valor de la doctrina social de la Iglesia

VALOR DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
POR
VICTORINO RODRÍGUEZ, 0. P.{*)
La doctrina social de la Iglesia se puede estudiar y valorar en
sí misma, en sus presupuestos y en sus concomitancias y proyec­
ciones conceptuales e históricas. El análisis de la encíclica Rerum
ncvarum es una concreción de esos cuatro aspectos. Mi breve
aportación apunta a
la fundamentación y evaluación de la doctrina
social de la Iglesia desde su presupuesto antropológico y desde su
mdtivación superior de caridad.
A. EL SUJETO SOCIABLE EN EL PENSAMIENTO CRISTIANO
El hombre de la sociología y de la política aristotélica era el
«animal social» o «animal político», dialogante y amigo
(homo
homini amicus).
El hombre del pensamiento cristiano, de base bí­
blica, es imagen viva de Dios, varón y mujer, dueño y dominador
del mundo creado
y, fundamentalmente, de sus propios actos
de inteligencia y voluntad, superadoras del tiempo y del espacio
(Gen.
1,27; Ecld. 15,14). Es el ser privilegiado, cantado en el
Salmo 8, 5-10.
No quiso Dios qne viviese en solitario, sino en
pareja y en pueblo (Gen. 1,28; 2,18). La relación de familiaridad
con Dios se extiende,
en la perspectiva del Nuevo Testamento, a
toda la comunidad humana, constituyendo, mediante
la gracia, el
Cuerpo
Místico de Cristd, con resonancias trinitarias: «Si alguno
me ama guardará mi palabra y
mi Padre le amará, y vendremos a
él y en él haremos morada» (Jn. 14,23). El hombre homini amicus
de la sociología filosófica cede al hombre hijo de Dios, amigo y
hermano
de Cristo: «Os llamo amigos, porque todo lo que o{ de
mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn. 15,15); «mi madre y mis
hermanos
sdn éstos, los que oyen la palabra y la ponen por obra»
(*) Academia Pontificia Romana de Teología.
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(Luc. 8,21); «los predestinó a ser conformes con la imagen de su
Hijo, para que éste sea el primogénito de muchos hermanos»
(Rom. 8,29).
«Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que sea­
mos llamados hijos de Dios y lo seamos» (I Jn. 3,1).
La doctrina social de la Iglesia se basa en esta antropología
sobrenatural original.
El comportamiento individual, familiar, so­
cial y político suponen la dignidad natural del hombre como subs­
tancia de naturaleza racional
y libre (Pacem in terris, n. 9) y su
ulterior dignificación de hijos de Dios y hermanos de Cristo, a
quien se le exige, a todos los niveles, una vida condigna, sin
acep­
table disyunción entre lo personal y lo político, entre la naturaleza
y la gracia que
la perfecciona (Suma Teol6gica, I, 8 ad 2). Es la
visión que
da del hombre la Rerum novarum en su número 18.
B. VALORACIÓN CATÓLICA DE LA VIDA SOCIAL
Además de la valoración social del hombre cristiano en su
ser, hay que valorarlo también en su obrar: cómo obra o debe
obrar coherentemente con su ser.
El comportamiento social dignificante del cristiano incluye
ciertamente la existencia y ejercicio de
la virtud cardinal de la
/usticía, y muy especialmente en su especie superior de justicia le­
gal o del bien común, a la que desde Pío XII se la viene llamando
;usticia social, y a la que miran principalmente la Rerum novarum
y los demás documentos pontificios rememorativos posteriores:
Quadragesimo anno, de Pío XI (1931); La solemnita, de Pío XII
(1941); Mater et Magistra, de Juan XXIII (1961); Octogesima
adveniens,
de Pablo VI (1971); Laborem exercens, de Juan Pa,
blo II (1981); Centesimus annus, de Juan Pablo II (1991).
Pero la doctrina social de la Iglesia no se reduce al ámbito es­
pecifico de la justicia social ( trabajo y salario, propiedad privada
y vivienda, economía, derechos sociales, etc.) en la que se viene
insistiendo tanto desde León
XIII. Existen otras virtudes socia­
les, a las que Santo Tomás hace girar en torno a la justicia, como
partes «potenciales» de
la misma, tan importantes como la reli­
gi6n ( virtud del culto), la piedad o respeto a los mayores, la obser-
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vancia o reverencia a los superiores, la veracidad, la gratitud, la
reivindicaci6n, la liberalidad, la afabilidad, la epiqueya o equidad.
Además, y sobre todd,
la docttina social de la Iglesia se ceotra
ten la virtud teologal de la caridad y sus derivadas inmediatas o
asumidas
misericordia y humanidad o beoeficeocia. Es la «caridad
social» que
diría Pío XI. No es que la caridad suplante a la jus­
ticia social eo su especificidad propia, sino porque urge su ejer­
cicio por motivos superiores y la complementa en extensión y en
profundidad. Quieo ama de verdad es exacto en el cumplimieoto de
los deberes de justicia y los sobrepasa eo obras de misericordia y
beneficeocia, y pone amor eo sus mismos actos de justicia. Es la
forma y la corona de la justicia como de las demás virtudes. Por
eso
se dice que «quieo ama al prójimo tieoe cumplida la ley»
(Rom. 13,8), pues «la caridad
es el vínculo de la perfección»
(Col. 3,14). Pablo
VI y Juan Pablo II llamaron a este programa
amplificado civilizaci6n del amor.
La antítesis de todo ello es la inmoralidad pública y las es­
tructuras de pecado. La Rerum novarum subraya la conexión de
los conflictos de injusticia social con «la relajación moral» en ge­
neral ( núm. 1) y la necesidad de la viveocia religiosa como funda­
mento de justicia sdcial: «Buscad primero el reino de Dios y su
justicia y todo lo d~ás se os dará por añadidura» (núms. 39 y
41). La consecución del bieo común, que define a la justicia so­
cial, tieoe su norte eo el bien honesto: «Teniendo que ser el bien
común de naturaleza tal que los hombres, consiguiéndolo, se hagan
mejores, debe colocarse principalmente en
la virtud» (núm. 25).
La encíclica Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo 11, ha insis­
tido más que ninguna de las anteriores, referentes a
la doctrina
social de la Iglesia, en la prioridad del aspecto ético y teológico,
tanto a nivel personal
como político e internacional, en la solución
del problema social eo toda su integridad, superando el egoísmo
y la insolidaridad, el inmanentismo cerrado y la irreligiosidad, in­
cultura y estructuras de pecado.
La doctrina social de la Iglesia está muy por encima de una
«ética civil» laica, del pragmatismo utilitario y hedonisia,
desén­
tendida de la ley natural y de la ley de Dios. No vale el recurso
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a la turbia «democracia», pues la sana democracia, decía Pío XII,
tiene que fuudarse «en los principios inmutables de la ley natural
y de las verdades reveladas»
(Benignitas et humanitas, 1944, n. 28).
La
visión del hombre, alma y cuerpo, naturaleza y gracia, ra­
zón y libertad, verdad y bien, dignificación personal y solidaridad
en
el logro del bien común inmanente con salida a la trascenden­
cia,
so'.n las claves de la doctrina social de la Iglesia.
Doctrina que no
es meramente sociológica o filosófica, sino
primordialmente teológica, en sus objetivos
y motivaciones. Lo
apuutó certeramente Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis,
n. 41: «La doctrina social de la Iglesia no es, pues, una tercera
vía entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y ni si­
quiera uua posible alternativa a otras soluciones menos contrapues­
tas radicalmente, sino que tiene una categorla propia. No es tam­
poco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de
uua atenta reflexión sobre las complejas realidades de
la vida del
hombre en la sociedad y en
el contexto internacional, a la luz de
la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar estas rea­
lidades, examinando su conformidad o diferencia edil lo que el
evangelio enseña acerca del hombre y su
vocación terrena y, a la
vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cris­
tiana. Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideologla, sino al de
la
teologla y especialmente de la teología moral».
EL DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL
DE
LA IGLESIA
POR
EsTANISLAO CANTERO
Antes de nada, quiero indicar que utilizo la expresión «doc­
trina
social de la Iglesia» en toda su amplitud, abarcando, tanto lo
que parte de los autores, de modo restrictivo, entienden por
so-
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