Índice de contenidos
Número 297-298
Serie XXX
- Textos Pontificios
- Noticias
-
Monográficos
-
Origen moral y político de la cuestión social
-
La «Rerum novarum» en el magisterio de León XIII
-
La recepción de la «Rerum novarum» en Europa y en España
-
La repercusión de la «Rerum novarum» en México, Chile y Argentina
-
«Rerum novarum» en los Estados Unidos
-
Del «Derecho público» cristiano a la «Doctrina social» de la Iglesia
-
Razón de la doctrina social de la Iglesia
-
Naturaleza de la doctrina social católica
-
Valor de la doctrina social de la Iglesia
-
El desarrollo de la doctrina social de la Iglesia
-
El tema de la libertad. Ejemplo de continuidad en el Magisterio de la Iglesia y fundamento de su doctrina social
-
De la «Rerum novarum» a la ilusión neoliberal
-
La condena del socialismo en la «Rerum novarum» de León XIII
-
Teología de la liberación y doctrina social de la Iglesia
-
Democracia y doctrina católica
-
La encíclica «Centesimus annus» en la tradición de la doctrina social de la Iglesia proyectada a «cosas nuevas»
-
Sobre la encíclica «Centesimus annus» del 1º de mayo de 1991
-
Doctrina social y «nuevo orden mundial»
-
Una nueva política para un mundo nuevo
-
Una nueva sociología
-
«Rerum novarum» y la tecnología nueva
-
Doctrina social de la Iglesia y progresismo católico
-
Cautelas ante el futuro
-
Tras la crisis de las democracias
-
Derecho público cristiano y derecho público eclesiástico
-
Entre Lutero y Pelagio
-
A propósito del servicio militar obligatorio
-
- Información bibliográfica
- Crónicas
Autores
1991
El desarrollo de la doctrina social de la Iglesia
VICTORINO RODRIGUEZ
a la turbia «democracia», pues la sana democracia, decía Pío XII,
tiene que fuudarse «en los principios inmutables de la ley natural
y de las verdades reveladas»
(Benignitas et humanitas, 1944, n. 28).
La
visión del hombre, alma y cuerpo, naturaleza y gracia, ra
zón y libertad, verdad y bien, dignificación personal y solidaridad
en
el logro del bien común inmanente con salida a la trascenden
cia,
so'.n las claves de la doctrina social de la Iglesia.
Doctrina que no
es meramente sociológica o filosófica, sino
primordialmente teológica, en sus objetivos
y motivaciones. Lo
apuutó certeramente Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis,
n. 41: «La doctrina social de la Iglesia no es, pues, una tercera
vía entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y ni si
quiera uua posible alternativa a otras soluciones menos contrapues
tas radicalmente, sino que tiene una categorla propia. No es tam
poco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de
uua atenta reflexión sobre las complejas realidades de
la vida del
hombre en la sociedad y en
el contexto internacional, a la luz de
la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar estas rea
lidades, examinando su conformidad o diferencia edil lo que el
evangelio enseña acerca del hombre y su
vocación terrena y, a la
vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cris
tiana. Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideologla, sino al de
la
teologla y especialmente de la teología moral».
EL DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL
DE
LA IGLESIA
POR
EsTANISLAO CANTERO
Antes de nada, quiero indicar que utilizo la expresión «doc
trina
social de la Iglesia» en toda su amplitud, abarcando, tanto lo
que parte de los autores, de modo restrictivo, entienden por
so-
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Fundaci\363n Speiro
DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
cial -las relaciones de los hombres entre sí, especialmente en el
orden económico y· Jaboral-, como lo que se refiere a aquellas
otras que afectan a las relaciones con el
poder público, al conte
nido de este poder, así
como a sus relaciones con la Iglesia; es
decir, lo que comúnmente se entiende por política. Es preferible
hacerlo así, en lugar de hablar
de «doctrioa sdcial y política», por
que
la expresión consagrada es la de doctrina social, tanto entre
los católicos de a pie, como entre los estudiosos
y, sobre todo, en
tre los pontífices, que
es la expresión que han usado y siguen usan
do,
y con la que se refieren tanto a uno como a otro aspecto de la
cuestión. Dando por sentado,
además, que esta es la interpretación
correcta acerca de lo que abarca
la doctrina social de la Iglesia
(cfr. mi ponencia a la XX Reunión de amigos de la Ciudad Cató
lica,
«¿ Existe una doctrina política católica?», en Los católicos y
la acción politica, Speiro, Madrid, 1982, págs. 7-48).
Si bien la doctrina social de la Iglesia, en cierto modo irtum
pe en el último decenio del siglo pasado con la publicación, el
15 de mayo de 1891, de la encíclica Rerum novarum, y ello gra
cias a su gran repercusión, sio embargo, su contenido no nace con
León
XIII, a pesar de que a partir de él haya tenido su máxima
difusión y la expresión pueda haber nacido a partir de dicho papa.
Y ello, porque
el tema central de la doctrina social de la Iglesia es
el hombre, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios y
redimido por Cristo
y llamado a un destioo eterno. Y esto no es
algo nuevo, sino que arranca del Evangelio y aun del Antiguo
Testamento, se desarrolla en los Padres de la Iglesia y a lo
largo
de toda su historia, la Iglesia da cumplido testimonio de todo ello.
La caridad cristiana, el amor a todos los hombres, no sólo a
los amigos, produjo todo género de iostituciones asistenciales y
de obras particulares, iodividuales y comunitarias, desde el
auxi
lio a pobres y viudas encomendado por los apóstoles a los diáco
nos (Act. 6, 1-6), la creciente emancipación de esclavos conforme
la conversión al cristianismo iba aumentando, la creación de hos
pitales,
la concepción de la persona, la modificación de la iostitu
ción familiar,
la dignificación de la mujer, cierta moderación en
las guerras ... Como iodicaba Pío XII en su radiomensaje de 1 de
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EST ANISLA O CANTERO
junio de 1941, La salemnita, con motivo del cincuenta aniversario
de la
Rerum navarum, desde hada dos mil años vivía «perennemen·
te en el alma de la Iglesia el sentimiento de la responsabilidad colee·
tiva de todos por todos, que ha sido
y sigue siendo la causa motriz
que ha impulsado a los hombres hasta el
heroísmo caritativo de
los monjes agricultores, de los lihertadotes de esclavos, de los
mi·
nistros de los enfermos, de los portaestandartes de fe, de civili·
zaci6n
y de ciencia en todas las edades y en todos los pueblos, a
fin de crear condiciones. sociales únicamente encaminadas a hacer
posible
y fácil una vida digna del hombre y del cristiano»
Pero ni siquiera
es ése el primer documento que Le6n XIII
dedica a la cuesti6n social, aunque sea el más importante de los
«sociales», pues en discursos anteriores (p. e.
Il y a deux ans, dis·
cursd
a los delegados de las Sociedades de Uniones de Obreros
Cat6licos de Francia, 20 de octubre de 1889) o en una de
sus
primeras endclicas (Quod Apostolici muneris, 28 de diciembre de
1878)
ya se había referido a dicha cuesti6n. Y ello había sido pre·
cedido por sus fundamentales endclicas de doctrina «política»:
Inscrutabili Dei (21 de abril de 1878), Diuturnum illud (29 de
junio de 1881),
Inmortale Dei (1 de noviembre de 1885), o Liber·
tas praestantissimum
(20 de junio de 1888), por no mencionar
más que unas pocas.
La Iglesia, aunque su doctrina no varíe, no vive a espaldas de
la realidad social, sino que vive preocupada por el acontecer
hist6-
rico. Por ello, aunque sus principios morales son siempre los mis·
mos, el énfasis sobre alguno de sus aspectos, así como las obliga·
clones en cuanto a su aplicaci6n, dependen de la realidad que le
circunda.
Su doctrina no es un conjunto de principios abstractos
ni su predicaci6n prescinde de los hombres concretos ni de las
sociedades reales,
puesto que su objetivo es la salvaci6n de las
almas y la cristianizaci6n de las sociedades. De ahí que su ense
ñanza incida en los problemas y situaciones de la sociedad confor·
me aquéllos aparecen y éstas se desarrollan.
Sin olvidar que la
doctrina social de la Iglesia es tan antigua
como ella,
es preciso recordar que los papas anteriores a Le6n XIII,
especialmente desde mediadds del siglo XVIII, se encuentran con
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DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
un mundo y unos Estados en los que, paulatinamente, hace irrup
ción una concepción de la vida contraria a la religión católica has·
ta llegar a extremos de persecución. Los nuevos proyectos, en su
nacimiento y desarrollo, así como
en el espíritu que los anima,
rechazan a la religión católica y a la Iglesia, resultando incdmpa·
tibies con ella. La reacción del pontificado es de condena y de
rechazo de esas erróneas novedades (p. e., Pfo VI respecto a la
Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, o
Pío IX
en relación con el liberalismo, de lo que da cumplida cuenta el
Syllabus).
Si bien en el potificado de León XIII está ya claro que la
Cristiandad
ha desaparecido, sin embargo aún tiene próximos sus
restos. Está lo suficientemente lejana para que no sea suficiente
una enseñanza a
la «defensiva», de negación de los errores; y lo
suficientemente cercana para que su enseñanza desarrolle una doc
trina tendente a la restauración de la civilización cristiana por me
dio del retomo a los Estados cristianos. Su magisterio se dedicará
mucho
más a la exposición de la verdad que a la refutación o con
dena de los errores, sin que, naturalmente, ésta desaparezca. Por
eso, el Corpus politicum leonianum desarrollará una doctrina po
lítica católica señalando cuáles son los principios conforme a los
cuales pueden restaurarse una sociedad y
un Estado católicos, se
ñalando las obligaciones tanto a los gobernantes como a los go
bernados. León XIII no sólo condena las doctrinas que prescinden
de la cosmovisión católica, sino que desarrolla profundamente los
fundamentos de esta cosmovisión. Comd
harán todos los papas,
recuerda que los males se deben al abandono
de Dios y de la Igle
sia por parte de los hombres, de las sociedades y de los Estados.
Paralelamente se enfrenta a
otro problema, a una situación sdcial
surgida de la revolución industrial, que aparece como la más· cru
cial de las cuestiones: el régimen de trabajo de los obreros, la
cuestión del proletariado y que arranca también del abandono de
Dios y de la Iglesia. Aunque referidas a aspectos diferentes,
las
enseñanzas políticas y sociales de León XIII se encuentran ínti·
mamente ligadas, como de hecho ocurre con toda la doctrina so
cial de la Iglesia. La Rerum novarum no hubiera sido necesaria
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EST ANISLAO CANTERO
si, a su vez, no hubieran sido necesarias la Inscrutabili Dei acerca
de la Iglesia y la civilizaci6n, la Diuturnum illud, sobre la auto
ridad política, la Inmortale Dei sobre la constituci6n cristiana del
Estado, la
Libertas sobre la libertad y el liberalismo o la Humanum
genus
sobre la masonería. El olvido y el rechazo de las enseñanzas
expuestas en estas encíclicas, que
Le6n XIII se ve en la obligaci6n
de recordar y expresar, condujo a que la revoluci6n industrial no
fuera s6lo una revoluci6n técnica, sino también
un desarrollo en
las condiciones
de trabajo de una deficiente doctrina moral.
Desde el comienzo de su pontificado, San Pío X expres6 en
su primera encíclica
-E supremi apostolatus ( 4 de octubre de
1903}-que solamente tenía un prop6sito, al cual exhort6 a todos
los cat6licos: instaurarlo todo en Cristo. El principal problema al
que tuvo que hacer frente fue el
modernismo, al que conden6 en
la
Pascendi (8 de septiembre de 1907) ya que «los fabricantes de
errores» estaban
«introducidos en el seno mismo de la Iglesia».
«El conjunto de todas las herejías» partía del agnosticismo; una
filosofía que
hada trizas la teología y la religi6n revelada y la
Iglesia.
Por ello, sus esfuerzos se dirigieron a la reforma en el in
terior de
la Iglesia, desde la catequesis a la liturgia, pasando por
las enseñanzas en los seminarios. Junto a este problema principal
durante todo su pontificado
(Il grave dolare, 27 de mayo de 1914),
tuvo que
hacer frente al problema político que repercutía negati
vamente en la Iglesia cuya doctrina pretendían interpretar,
de los
dem6cratas de Le Sillon de Marc Sagnier (Notre charge aposto
lique, 25 de agosto de 1910) y de la política sectaria y anticristia
na de la República francesa
(V ehementer Nos, 11 de febrero de
1906) o la de los cat6licos dem6cratas italianos que segnian
al
P. Murri, disolviendo la Obra de los Congresos Católicos (Fin
dalla prima nostra
encíclica, 18 de diciembre de 1903'; Il fermo
proposito,
11 de junio de 1905). Todas estas dificultades no impi
dieron que también dedicara su atención a los problemas laborales
o sindicales, bien recordandd
la doctrina de la Rerum novarum
(Fin dalla prima nostra encíclica), bien refiriéndose a las asocia
ciones cat6licas y mixtas
de obreros (Singulari quadam, 24 de sep
tiembre de 1912).
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Fundaci\363n Speiro
DESARROLLO DB LA. DOCTRINA. SOCIAL DE LA IGLESIA
El pontificado de Benedicto XV coincidió con la I Guerra
Mundial y a lograr una paz justa dedicó
el Papa sus mayores. es
fuerzos, intentando lograr
la reconciliación cristiana de las nacio
nes.
Ad beatissimi (1 de noviembre de 1914), constituye una lla
mada a
la paz ; a una paz verdadera que sólo se encontrará en la
reconciliación con Dios de los hombres y de las naciones. Pero no
fue sólo el diagnóstico
de las causas por las que llegó la guerra ;
en su exhortación a los gobernantes de las naciones en guerra (Des
le début,
1 de agosto de 1917), el Papa insiste en la necesidad de
una
paz justa y duradera y para ello establece proposiciones con
cretas y prácticas: sustitución
de la fuerza de las armas por la del
derecho, reducción simultánea y
reciproca de los armamentos que
deberían quedar limitados a los necesarios
para el mantenimiento
del orden interno de
los Estados, sustitución de los ejércitos por
la institución del arbitraje, libertad de las vías de comunicación, la
no exigencia -salvo casos muy concretos-de reparaciones de
guerra,
la restitución reciproca de los territorios ocupados y el arre
glo pacífico de los litigids territoriales. El Papa no fue escuchado
en tal ocasión,
comd tampoco lo sería cuando en Pacem Dei (23 de
mayo de 1920) se refirió a
la reconciliación cristiana como funda
mento de la paz. No pasaron muchos afids sin que estallara una
nueva Guerra Mundial. Con ser ese el principal problema de su
pontificado, Benedicto
XV no olvidó las demás cuestiones sobre
las que la Iglesia
derrama su enseñanza para bien de los hombres
y de las naciones. Así,
por ejemplo, se dcupó también del moder
nismo
(Ad beatissimi, núm. 19) que deesgraciadamente no murió
con San
Pío X, o de las relaciones laborales ( Ad beatissimi, núme
ros 10-14;
Soliti Nos, 11 de marzo de 1920; Intelleximus, 14 de
junio
de 1920).
Si los papas de los últimos afids vivieron afios difíciles para la
Iglesia y para la práctica de su doctrina de salvación, quizá sea el
pontificado de Pío XI uno de los más complicados. En buen nú
mero
de Estados se instalan gobiernos con ideologías o prácticas
contrarias a la ley natural y a la Revelación: Italia (Non abbiamo
bisogno,
29 de junio de 1931), México (Acerba animi, 29 de sep
tiempre de 1932; Firmissimam constantiam, 28 de marzo de 1937),
981
Fundaci\363n Speiro
BSTANISLAO CANTERO
España (Dilectissima Nobis, 3 de junio de 1933) Alemania (Mit
brennender Sorge,
14 de marzo de 1937), U.R.S.S. (Divini Re
¡x:mtoris, 19 de marzo de 1937); y a cuestiones específicas como
la educaci6n (Divini illius Magistri, 31 de diciembre de 1929), la
familia (Casti connubi, 31 de diciembre de 1930) o el orden eco
n6mico (Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931) dedic6 impor-
tantísimas encíclicas. __
Pío XI es también el papa de la encíclica Quas primas ( 11 de
diciembre de 1925) en la
que no s6lo hay que ver la instauraci6n
de una festividad
litórgica, sino lo que principalmente es: la doc
trina cat6lica acerca del reinado social de nuestro Señor Jesucristo,
en virtud del cual, y aunque su reino sea principalmente espiritual,
exige que el deber de obediencia a Cristo y el culto a
El debido
«no se limita a los particulares, sino que se extiende también a
las autoridades públicas y a los gobernantes».
Pío
XII, al igual que Benedicto XV, fue también el papa de
la paz y al que preocup6 extraordinariamente el establecimiento de
un orden internacional justo.
En innumerables discursos, radio
rr.ensajes y encíclicas se ocup6 de dichas cuestiones, indicando, tan
to las causas que condujeron a la guerra, como los remedios para
el restablecimiento de
un nuevo orden internacional: Summi Pon
tificatus
(20 de octubre de 1939), In questo giorno (24 de diciem
bre de 1939),
Grazie (24 de diciembre de 1940), Nell'alba (24 de
diciembre de 1941), Il programma (13 de octubre de 1955) ...
Pero prácticamente no hay cuesti6n o problema que el papa no ilu
minara con su enseñanza: el orden interno
de los Estados, la de
mocracia, el derecho, la familia, las relaciones econ6micas, el tra
bajo
...
Aunque sería injusto limitar la actividad magisterial de Juan
XXIII a las encíclicas Mater et Magistra (15 de mayo de 1961)
y
Pacem in terris (11 de abril de 1963), no cabe duda que estas
dos encíclicas reflejan cumplidamente la preocupación del papa
por
las cuestiones sociales y por la paz entre las naciones y hay en ellas
suficientes temas para considerar que expresan suficientemente
la
doctrina social del magisterio de Juan XXIII.
Al igual que con el anterior, del magisterio de Pablo VI dan
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DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
cumplida cuenta sus endclicas Populorum progressio (26 de mar
zo de 1967), Humanae vitae (29 de julio de 1968) y Octogesima
adveniens (
14 de mayo de 1971) que expresan su preocupación
por
el desarrollo de los pueblos, la moral conyugal y la vida hu
mana y las cuestiones «sociales».
Por su parte, Juan Pablo II no cesa de asombrar al mundo con
su continua predicación que imparte desde todo
el orbe, tantd de
forma
especifica para las naciones que visita como de forma gene
ral para todo el mundo, como muestran, entre otras, sus encíclicas
Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), Lahorem exercens (14
de septiembre de 1981),
Solticitudo rei socia/is (30 de diciembre
de 1987) o
Centesimus annus (1 de mayo de 1991).
Tras este breve repaso indicando los principales documentos
en que
el magisterio pontificio ha desarrollado la doctrina social
de la Iglesia,
es preciso aludir, también con brevedad, más que al
desarrollo de su contenido, a aquellas cuestiones en que cada uno
de los papas parecen
insitir más o al enfoque con que se tratan
esas cuestiones,
advirtiendd que, pese a que algunos temas puedan
parecer abandonados o tratados de pasada, no hay ruptura
ni con
tradicción entre ellos, de forma que puede hablarse, legítimamente,
de unidad de la
doctrina social de la Iglesia. Así, por ejemplo, el
liberalismo, que fue una de las preocupaciones primordiales de
Pío
IX y que rechazó absolutamente (Quanta cura, 8 de diciem
bre de 1864, que precede al
Syllabus), paulatinamente ha dado
paso, en
materia política, a otras cuestiones como fueron el socia
lismo,
el marxismo y, en general, todo tipo de totalitarismo, in
cluido el
democrático (Pío XII, Benignitas et bumanitas, 24 de
diciembre de 1944; Juan Pablo
II, Centesimus annus). En estas
!Daterias como en cualquier otra, el magisterio pontificio sale al
paso de aquellas construcciones o de aquellas ideologías (Pablo VI,
Octogesima adveniens) que en cada momento imperan en todas o
en parte de las sociedades.
Así como sería absurdo reproch!ll'le que,
por ejemplo, Pío
IX o León XIII nd se hayan ocupado del nacio
nalsocialismo, resulta también absurdo reprochar que los papas
posteriores no
insistan con igual fuerza que los que les precedieron
en todas las cuestiones que éstos
trataron o en la forma en que lo
98}
Fundaci\363n Speiro
EST ANISLAO CANTERO
hicieron. El Magisterio es único aunque se exprese por la voz de
papas diferentes. Y la doctrina social
es acumulativa y no sustitu
tiva de unos pontífices
por otros. Es la aplicación, como dijo
Pío
XII, de la moral católica a los problemas sociales. Por ello, las
razones de la doctrina social de la Iglesia impiden que los princi
pios proclamados por un papa o las condenas de un pontífice, pue
dan ser rechazados o levantadas si permanecen los mismos supues
tos que dieron
lugat a ellas. Tanto Pío XII como Pablo VI o
Juan Pablo
II han señalado explícitamente la integridad de la doc
trina social de la Iglesia. Por ello, aunque hoy no se empleen para
el liberalismo los términos de la Quanta cura y el Syllabus, el libe.
ralismo que rechazó Pío IX sigue igualmente rechazado.
Ante
todo, es preciso señalar que en el magisterio de todos los
papas está explícitamente indicado y reiteradamente señalado que
los males
de. las sociedades no proceden más que de una sola cau
sa
principal: el abandono de Dios y de la Iglesia por parte de los
hombres y de las naciones ; de esa causa proceden todas las demás
causas
secunda.tías: materialismo, heddnismo, desprecio por el hom
bre, doble moral, etc. Y que solamente en el retomo a Dios, tal
como El se
ha revelado en la Iglesia, se encontrarán las soluciones
fundamentales.
Como ya se ha indicado, León
XIII insistió sobremanera en
la constitución cristiana de los Estados y respecto a la denominada
cuestión social se
preocupó por lo que entonces resultaba primor
dial: la situación de los obteros de las
fábricas. Pío XI, consciente
de que, la situación había cambiado, insistió en las corporaciones
profesionales tratando esa cuestión social con mayor amplitud que
León
XIII ; y, por vez primera, se enunció como tal el principio
de subsidiariedad. Pío XII destacó continuamente que el fin de
la sociedad es la conservación, desarrollo y perfección de la
persona humana. Tema que enlaza con la atención prestada por
Juan
XXIII a la dignidad humana y que se muestra también espe
cialmente en
Juan Pablo II con la continua referencia a ésta y a los
derechos
humanos. La visión de la cuestión social en un contexto
mundial e internacional
por Juan XXIII tiene sus precedentes en
la caridad entre las naciones de que hablaba Benedicto XV. Y la
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DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
solidaridad entre las naciones de que habló Juan . XXIII tiene
cumplida atención
en Pablo VI y Juan Pablo II. En el plano po
lítico se acrecienta, con el ttanscurso del tiempo, la insistencia en
la patticipació.n de los cató.licos en la vida política pata hacer rea
lidad
en la comunidad política los principios de la docttina cató
lica. Y ante la irrupción victoriosa que
era posible augurar a las
democracias, Pío XII indicó lo que había que entender por una
sana democracia. Recientísimamente
Juan Pablo II en Centesimus
annus ha descrito con durísimas palabras a esa democracia moder
na constituida por el totalitarismo democrático «visible o encubier
to».
El pluralismo de las sociedades occidentales motivó., sobre todo
desde Juan
XXIII, que se insistiera en lo que legítimamente es
opinable y,
por tanto, queda a la libertad de los hombres, y aque,.
!los presupuestos que constituyen la base de toda convivencia hu
mana y,
por ello, han de quedar fuera de la decisión de los hombres.
En todos los papas enconttamos los cdnceptos básicos de la
docttina social católica: el origen divino del poder, el bien común,
la subsidiariedad, ttascendencia frente a inmanencia, solidaridad,
libertad, autoridad, primacía del hombre respecto a la sociedad,
justicia y,_ por supuesto, caridad, etc.
Lo que sí es indudable es que la actitud pastoral y la táctica
pata el retorno a una sociedad cristiana ha cambiado, al menos en
ciertos aspectos. Cada vez se apela menos al Estado católico. Pero
esto no responde más que a una realidad de hecho. Tal Estado no
existe. Y no porque lo haya licenciado la Iglesia, sino porque los
Estados se
han apattadci de ella. Si se leen con atención las des
cripciones que
hacía León XIII en su época y la escasa atención
que se prestó a los remedios
por él propuestos, no puede extra
ñarnos que esa separación se acrecentara. Pero que el énfasis en
la predicación y en la pastoral se haya desplazado hacia los cristia
nos de a pie
no puede calificarse de despreciable, desde el momen
to en que no cabe duda de la fuerza de la predicación de Juan Pa
blo
II, al menos respecto a la resistencia planteada por los polacos
a ese sistema que Pío XI calificó de «inttínsicamente perverso»
y, probablemente,
en toda la reciente caída del comunismo. La
doctrina social cató.lica sigue en pie en toda su integridad y se está
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Fundaci\363n Speiro
GONZALO IB.AREZ
obligado a toda ella y a intentar restaurat una sociedad cristiana,
tanto en s.us personas como en sus instituciones. Pero como re
cordó Pío XII, comenzando por una reforma moral personal, sin
la cual todo
· cambio estructural parece casi imposible.
EL TEMA DE LA LIBERTAD.
EJEMPLO DE
CONTIN1JIDAD EN EL MAGISTERIO
DE LA IGLESIA Y FUNDAMENTO
DE
SU DOCTRINA SOCIAL
POR
GONZALO lBÁÑEZ s. M. (*)
En el mundo contemporáneo no es inusual encontrar la idea
de que la libertad es un bien moralmente absoluto ; de que ella
no
es un atributo de la naturaleza humana en virtud del cual el
hombre
debe ajustar su conducta a una norma preexistente --a
diferencia de los animales que la ajustan necesariamente---, pues
ella, al contrario, se daría a sí misma su pro'pia norma. En el fon
do, de que
es imposible ni siquiera pensar que un hombre verdade
deramente libre pueda hacer
el mal, pues su libertad, con toda
autonomía, define qué
es lo bueno hasta el punto de que, en de
finitiva, es bueno tddo lo que el hombre haga libremente. El mal,
entonces, tampoco se define en relación
al contenido de la con
ducta, sino en relación a
la mayor o menor libertad del sujeto. Por
eso,
se afirma, si las· estructuras sociales no provienen de la liber
tad de cada uno,
son opresoras y, en esa medida, corruptoras. Son
las manidas tesis de Rousseau, que
se repiten hasta ahora bajo dis
tintas denominaciones y cuyas consecuencias hemos analizado en
otros trabajos (
vid. La C11USt1 de la Libertad: Etica, Politica y De
recho, Ed. Algarrobo, Valparaiso-Chile, 1989).
(*) Universidad Adolfo Ibáñez de Valparaíso (Chile).
986
Fundaci\363n Speiro
a la turbia «democracia», pues la sana democracia, decía Pío XII,
tiene que fuudarse «en los principios inmutables de la ley natural
y de las verdades reveladas»
(Benignitas et humanitas, 1944, n. 28).
La
visión del hombre, alma y cuerpo, naturaleza y gracia, ra
zón y libertad, verdad y bien, dignificación personal y solidaridad
en
el logro del bien común inmanente con salida a la trascenden
cia,
so'.n las claves de la doctrina social de la Iglesia.
Doctrina que no
es meramente sociológica o filosófica, sino
primordialmente teológica, en sus objetivos
y motivaciones. Lo
apuutó certeramente Juan Pablo II en la Sollicitudo rei socialis,
n. 41: «La doctrina social de la Iglesia no es, pues, una tercera
vía entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y ni si
quiera uua posible alternativa a otras soluciones menos contrapues
tas radicalmente, sino que tiene una categorla propia. No es tam
poco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de
uua atenta reflexión sobre las complejas realidades de
la vida del
hombre en la sociedad y en
el contexto internacional, a la luz de
la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar estas rea
lidades, examinando su conformidad o diferencia edil lo que el
evangelio enseña acerca del hombre y su
vocación terrena y, a la
vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cris
tiana. Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideologla, sino al de
la
teologla y especialmente de la teología moral».
EL DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL
DE
LA IGLESIA
POR
EsTANISLAO CANTERO
Antes de nada, quiero indicar que utilizo la expresión «doc
trina
social de la Iglesia» en toda su amplitud, abarcando, tanto lo
que parte de los autores, de modo restrictivo, entienden por
so-
976
Fundaci\363n Speiro
DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
cial -las relaciones de los hombres entre sí, especialmente en el
orden económico y· Jaboral-, como lo que se refiere a aquellas
otras que afectan a las relaciones con el
poder público, al conte
nido de este poder, así
como a sus relaciones con la Iglesia; es
decir, lo que comúnmente se entiende por política. Es preferible
hacerlo así, en lugar de hablar
de «doctrioa sdcial y política», por
que
la expresión consagrada es la de doctrina social, tanto entre
los católicos de a pie, como entre los estudiosos
y, sobre todo, en
tre los pontífices, que
es la expresión que han usado y siguen usan
do,
y con la que se refieren tanto a uno como a otro aspecto de la
cuestión. Dando por sentado,
además, que esta es la interpretación
correcta acerca de lo que abarca
la doctrina social de la Iglesia
(cfr. mi ponencia a la XX Reunión de amigos de la Ciudad Cató
lica,
«¿ Existe una doctrina política católica?», en Los católicos y
la acción politica, Speiro, Madrid, 1982, págs. 7-48).
Si bien la doctrina social de la Iglesia, en cierto modo irtum
pe en el último decenio del siglo pasado con la publicación, el
15 de mayo de 1891, de la encíclica Rerum novarum, y ello gra
cias a su gran repercusión, sio embargo, su contenido no nace con
León
XIII, a pesar de que a partir de él haya tenido su máxima
difusión y la expresión pueda haber nacido a partir de dicho papa.
Y ello, porque
el tema central de la doctrina social de la Iglesia es
el hombre, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios y
redimido por Cristo
y llamado a un destioo eterno. Y esto no es
algo nuevo, sino que arranca del Evangelio y aun del Antiguo
Testamento, se desarrolla en los Padres de la Iglesia y a lo
largo
de toda su historia, la Iglesia da cumplido testimonio de todo ello.
La caridad cristiana, el amor a todos los hombres, no sólo a
los amigos, produjo todo género de iostituciones asistenciales y
de obras particulares, iodividuales y comunitarias, desde el
auxi
lio a pobres y viudas encomendado por los apóstoles a los diáco
nos (Act. 6, 1-6), la creciente emancipación de esclavos conforme
la conversión al cristianismo iba aumentando, la creación de hos
pitales,
la concepción de la persona, la modificación de la iostitu
ción familiar,
la dignificación de la mujer, cierta moderación en
las guerras ... Como iodicaba Pío XII en su radiomensaje de 1 de
977
Fundaci\363n Speiro
EST ANISLA O CANTERO
junio de 1941, La salemnita, con motivo del cincuenta aniversario
de la
Rerum navarum, desde hada dos mil años vivía «perennemen·
te en el alma de la Iglesia el sentimiento de la responsabilidad colee·
tiva de todos por todos, que ha sido
y sigue siendo la causa motriz
que ha impulsado a los hombres hasta el
heroísmo caritativo de
los monjes agricultores, de los lihertadotes de esclavos, de los
mi·
nistros de los enfermos, de los portaestandartes de fe, de civili·
zaci6n
y de ciencia en todas las edades y en todos los pueblos, a
fin de crear condiciones. sociales únicamente encaminadas a hacer
posible
y fácil una vida digna del hombre y del cristiano»
Pero ni siquiera
es ése el primer documento que Le6n XIII
dedica a la cuesti6n social, aunque sea el más importante de los
«sociales», pues en discursos anteriores (p. e.
Il y a deux ans, dis·
cursd
a los delegados de las Sociedades de Uniones de Obreros
Cat6licos de Francia, 20 de octubre de 1889) o en una de
sus
primeras endclicas (Quod Apostolici muneris, 28 de diciembre de
1878)
ya se había referido a dicha cuesti6n. Y ello había sido pre·
cedido por sus fundamentales endclicas de doctrina «política»:
Inscrutabili Dei (21 de abril de 1878), Diuturnum illud (29 de
junio de 1881),
Inmortale Dei (1 de noviembre de 1885), o Liber·
tas praestantissimum
(20 de junio de 1888), por no mencionar
más que unas pocas.
La Iglesia, aunque su doctrina no varíe, no vive a espaldas de
la realidad social, sino que vive preocupada por el acontecer
hist6-
rico. Por ello, aunque sus principios morales son siempre los mis·
mos, el énfasis sobre alguno de sus aspectos, así como las obliga·
clones en cuanto a su aplicaci6n, dependen de la realidad que le
circunda.
Su doctrina no es un conjunto de principios abstractos
ni su predicaci6n prescinde de los hombres concretos ni de las
sociedades reales,
puesto que su objetivo es la salvaci6n de las
almas y la cristianizaci6n de las sociedades. De ahí que su ense
ñanza incida en los problemas y situaciones de la sociedad confor·
me aquéllos aparecen y éstas se desarrollan.
Sin olvidar que la
doctrina social de la Iglesia es tan antigua
como ella,
es preciso recordar que los papas anteriores a Le6n XIII,
especialmente desde mediadds del siglo XVIII, se encuentran con
978
Fundaci\363n Speiro
DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
un mundo y unos Estados en los que, paulatinamente, hace irrup
ción una concepción de la vida contraria a la religión católica has·
ta llegar a extremos de persecución. Los nuevos proyectos, en su
nacimiento y desarrollo, así como
en el espíritu que los anima,
rechazan a la religión católica y a la Iglesia, resultando incdmpa·
tibies con ella. La reacción del pontificado es de condena y de
rechazo de esas erróneas novedades (p. e., Pfo VI respecto a la
Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, o
Pío IX
en relación con el liberalismo, de lo que da cumplida cuenta el
Syllabus).
Si bien en el potificado de León XIII está ya claro que la
Cristiandad
ha desaparecido, sin embargo aún tiene próximos sus
restos. Está lo suficientemente lejana para que no sea suficiente
una enseñanza a
la «defensiva», de negación de los errores; y lo
suficientemente cercana para que su enseñanza desarrolle una doc
trina tendente a la restauración de la civilización cristiana por me
dio del retomo a los Estados cristianos. Su magisterio se dedicará
mucho
más a la exposición de la verdad que a la refutación o con
dena de los errores, sin que, naturalmente, ésta desaparezca. Por
eso, el Corpus politicum leonianum desarrollará una doctrina po
lítica católica señalando cuáles son los principios conforme a los
cuales pueden restaurarse una sociedad y
un Estado católicos, se
ñalando las obligaciones tanto a los gobernantes como a los go
bernados. León XIII no sólo condena las doctrinas que prescinden
de la cosmovisión católica, sino que desarrolla profundamente los
fundamentos de esta cosmovisión. Comd
harán todos los papas,
recuerda que los males se deben al abandono
de Dios y de la Igle
sia por parte de los hombres, de las sociedades y de los Estados.
Paralelamente se enfrenta a
otro problema, a una situación sdcial
surgida de la revolución industrial, que aparece como la más· cru
cial de las cuestiones: el régimen de trabajo de los obreros, la
cuestión del proletariado y que arranca también del abandono de
Dios y de la Iglesia. Aunque referidas a aspectos diferentes,
las
enseñanzas políticas y sociales de León XIII se encuentran ínti·
mamente ligadas, como de hecho ocurre con toda la doctrina so
cial de la Iglesia. La Rerum novarum no hubiera sido necesaria
979
Fundaci\363n Speiro
EST ANISLAO CANTERO
si, a su vez, no hubieran sido necesarias la Inscrutabili Dei acerca
de la Iglesia y la civilizaci6n, la Diuturnum illud, sobre la auto
ridad política, la Inmortale Dei sobre la constituci6n cristiana del
Estado, la
Libertas sobre la libertad y el liberalismo o la Humanum
genus
sobre la masonería. El olvido y el rechazo de las enseñanzas
expuestas en estas encíclicas, que
Le6n XIII se ve en la obligaci6n
de recordar y expresar, condujo a que la revoluci6n industrial no
fuera s6lo una revoluci6n técnica, sino también
un desarrollo en
las condiciones
de trabajo de una deficiente doctrina moral.
Desde el comienzo de su pontificado, San Pío X expres6 en
su primera encíclica
-E supremi apostolatus ( 4 de octubre de
1903}-que solamente tenía un prop6sito, al cual exhort6 a todos
los cat6licos: instaurarlo todo en Cristo. El principal problema al
que tuvo que hacer frente fue el
modernismo, al que conden6 en
la
Pascendi (8 de septiembre de 1907) ya que «los fabricantes de
errores» estaban
«introducidos en el seno mismo de la Iglesia».
«El conjunto de todas las herejías» partía del agnosticismo; una
filosofía que
hada trizas la teología y la religi6n revelada y la
Iglesia.
Por ello, sus esfuerzos se dirigieron a la reforma en el in
terior de
la Iglesia, desde la catequesis a la liturgia, pasando por
las enseñanzas en los seminarios. Junto a este problema principal
durante todo su pontificado
(Il grave dolare, 27 de mayo de 1914),
tuvo que
hacer frente al problema político que repercutía negati
vamente en la Iglesia cuya doctrina pretendían interpretar,
de los
dem6cratas de Le Sillon de Marc Sagnier (Notre charge aposto
lique, 25 de agosto de 1910) y de la política sectaria y anticristia
na de la República francesa
(V ehementer Nos, 11 de febrero de
1906) o la de los cat6licos dem6cratas italianos que segnian
al
P. Murri, disolviendo la Obra de los Congresos Católicos (Fin
dalla prima nostra
encíclica, 18 de diciembre de 1903'; Il fermo
proposito,
11 de junio de 1905). Todas estas dificultades no impi
dieron que también dedicara su atención a los problemas laborales
o sindicales, bien recordandd
la doctrina de la Rerum novarum
(Fin dalla prima nostra encíclica), bien refiriéndose a las asocia
ciones cat6licas y mixtas
de obreros (Singulari quadam, 24 de sep
tiembre de 1912).
980
Fundaci\363n Speiro
DESARROLLO DB LA. DOCTRINA. SOCIAL DE LA IGLESIA
El pontificado de Benedicto XV coincidió con la I Guerra
Mundial y a lograr una paz justa dedicó
el Papa sus mayores. es
fuerzos, intentando lograr
la reconciliación cristiana de las nacio
nes.
Ad beatissimi (1 de noviembre de 1914), constituye una lla
mada a
la paz ; a una paz verdadera que sólo se encontrará en la
reconciliación con Dios de los hombres y de las naciones. Pero no
fue sólo el diagnóstico
de las causas por las que llegó la guerra ;
en su exhortación a los gobernantes de las naciones en guerra (Des
le début,
1 de agosto de 1917), el Papa insiste en la necesidad de
una
paz justa y duradera y para ello establece proposiciones con
cretas y prácticas: sustitución
de la fuerza de las armas por la del
derecho, reducción simultánea y
reciproca de los armamentos que
deberían quedar limitados a los necesarios
para el mantenimiento
del orden interno de
los Estados, sustitución de los ejércitos por
la institución del arbitraje, libertad de las vías de comunicación, la
no exigencia -salvo casos muy concretos-de reparaciones de
guerra,
la restitución reciproca de los territorios ocupados y el arre
glo pacífico de los litigids territoriales. El Papa no fue escuchado
en tal ocasión,
comd tampoco lo sería cuando en Pacem Dei (23 de
mayo de 1920) se refirió a
la reconciliación cristiana como funda
mento de la paz. No pasaron muchos afids sin que estallara una
nueva Guerra Mundial. Con ser ese el principal problema de su
pontificado, Benedicto
XV no olvidó las demás cuestiones sobre
las que la Iglesia
derrama su enseñanza para bien de los hombres
y de las naciones. Así,
por ejemplo, se dcupó también del moder
nismo
(Ad beatissimi, núm. 19) que deesgraciadamente no murió
con San
Pío X, o de las relaciones laborales ( Ad beatissimi, núme
ros 10-14;
Soliti Nos, 11 de marzo de 1920; Intelleximus, 14 de
junio
de 1920).
Si los papas de los últimos afids vivieron afios difíciles para la
Iglesia y para la práctica de su doctrina de salvación, quizá sea el
pontificado de Pío XI uno de los más complicados. En buen nú
mero
de Estados se instalan gobiernos con ideologías o prácticas
contrarias a la ley natural y a la Revelación: Italia (Non abbiamo
bisogno,
29 de junio de 1931), México (Acerba animi, 29 de sep
tiempre de 1932; Firmissimam constantiam, 28 de marzo de 1937),
981
Fundaci\363n Speiro
BSTANISLAO CANTERO
España (Dilectissima Nobis, 3 de junio de 1933) Alemania (Mit
brennender Sorge,
14 de marzo de 1937), U.R.S.S. (Divini Re
¡x:mtoris, 19 de marzo de 1937); y a cuestiones específicas como
la educaci6n (Divini illius Magistri, 31 de diciembre de 1929), la
familia (Casti connubi, 31 de diciembre de 1930) o el orden eco
n6mico (Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931) dedic6 impor-
tantísimas encíclicas. __
Pío XI es también el papa de la encíclica Quas primas ( 11 de
diciembre de 1925) en la
que no s6lo hay que ver la instauraci6n
de una festividad
litórgica, sino lo que principalmente es: la doc
trina cat6lica acerca del reinado social de nuestro Señor Jesucristo,
en virtud del cual, y aunque su reino sea principalmente espiritual,
exige que el deber de obediencia a Cristo y el culto a
El debido
«no se limita a los particulares, sino que se extiende también a
las autoridades públicas y a los gobernantes».
Pío
XII, al igual que Benedicto XV, fue también el papa de
la paz y al que preocup6 extraordinariamente el establecimiento de
un orden internacional justo.
En innumerables discursos, radio
rr.ensajes y encíclicas se ocup6 de dichas cuestiones, indicando, tan
to las causas que condujeron a la guerra, como los remedios para
el restablecimiento de
un nuevo orden internacional: Summi Pon
tificatus
(20 de octubre de 1939), In questo giorno (24 de diciem
bre de 1939),
Grazie (24 de diciembre de 1940), Nell'alba (24 de
diciembre de 1941), Il programma (13 de octubre de 1955) ...
Pero prácticamente no hay cuesti6n o problema que el papa no ilu
minara con su enseñanza: el orden interno
de los Estados, la de
mocracia, el derecho, la familia, las relaciones econ6micas, el tra
bajo
...
Aunque sería injusto limitar la actividad magisterial de Juan
XXIII a las encíclicas Mater et Magistra (15 de mayo de 1961)
y
Pacem in terris (11 de abril de 1963), no cabe duda que estas
dos encíclicas reflejan cumplidamente la preocupación del papa
por
las cuestiones sociales y por la paz entre las naciones y hay en ellas
suficientes temas para considerar que expresan suficientemente
la
doctrina social del magisterio de Juan XXIII.
Al igual que con el anterior, del magisterio de Pablo VI dan
982
Fundaci\363n Speiro
DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
cumplida cuenta sus endclicas Populorum progressio (26 de mar
zo de 1967), Humanae vitae (29 de julio de 1968) y Octogesima
adveniens (
14 de mayo de 1971) que expresan su preocupación
por
el desarrollo de los pueblos, la moral conyugal y la vida hu
mana y las cuestiones «sociales».
Por su parte, Juan Pablo II no cesa de asombrar al mundo con
su continua predicación que imparte desde todo
el orbe, tantd de
forma
especifica para las naciones que visita como de forma gene
ral para todo el mundo, como muestran, entre otras, sus encíclicas
Redemptor hominis (4 de marzo de 1979), Lahorem exercens (14
de septiembre de 1981),
Solticitudo rei socia/is (30 de diciembre
de 1987) o
Centesimus annus (1 de mayo de 1991).
Tras este breve repaso indicando los principales documentos
en que
el magisterio pontificio ha desarrollado la doctrina social
de la Iglesia,
es preciso aludir, también con brevedad, más que al
desarrollo de su contenido, a aquellas cuestiones en que cada uno
de los papas parecen
insitir más o al enfoque con que se tratan
esas cuestiones,
advirtiendd que, pese a que algunos temas puedan
parecer abandonados o tratados de pasada, no hay ruptura
ni con
tradicción entre ellos, de forma que puede hablarse, legítimamente,
de unidad de la
doctrina social de la Iglesia. Así, por ejemplo, el
liberalismo, que fue una de las preocupaciones primordiales de
Pío
IX y que rechazó absolutamente (Quanta cura, 8 de diciem
bre de 1864, que precede al
Syllabus), paulatinamente ha dado
paso, en
materia política, a otras cuestiones como fueron el socia
lismo,
el marxismo y, en general, todo tipo de totalitarismo, in
cluido el
democrático (Pío XII, Benignitas et bumanitas, 24 de
diciembre de 1944; Juan Pablo
II, Centesimus annus). En estas
!Daterias como en cualquier otra, el magisterio pontificio sale al
paso de aquellas construcciones o de aquellas ideologías (Pablo VI,
Octogesima adveniens) que en cada momento imperan en todas o
en parte de las sociedades.
Así como sería absurdo reproch!ll'le que,
por ejemplo, Pío
IX o León XIII nd se hayan ocupado del nacio
nalsocialismo, resulta también absurdo reprochar que los papas
posteriores no
insistan con igual fuerza que los que les precedieron
en todas las cuestiones que éstos
trataron o en la forma en que lo
98}
Fundaci\363n Speiro
EST ANISLAO CANTERO
hicieron. El Magisterio es único aunque se exprese por la voz de
papas diferentes. Y la doctrina social
es acumulativa y no sustitu
tiva de unos pontífices
por otros. Es la aplicación, como dijo
Pío
XII, de la moral católica a los problemas sociales. Por ello, las
razones de la doctrina social de la Iglesia impiden que los princi
pios proclamados por un papa o las condenas de un pontífice, pue
dan ser rechazados o levantadas si permanecen los mismos supues
tos que dieron
lugat a ellas. Tanto Pío XII como Pablo VI o
Juan Pablo
II han señalado explícitamente la integridad de la doc
trina social de la Iglesia. Por ello, aunque hoy no se empleen para
el liberalismo los términos de la Quanta cura y el Syllabus, el libe.
ralismo que rechazó Pío IX sigue igualmente rechazado.
Ante
todo, es preciso señalar que en el magisterio de todos los
papas está explícitamente indicado y reiteradamente señalado que
los males
de. las sociedades no proceden más que de una sola cau
sa
principal: el abandono de Dios y de la Iglesia por parte de los
hombres y de las naciones ; de esa causa proceden todas las demás
causas
secunda.tías: materialismo, heddnismo, desprecio por el hom
bre, doble moral, etc. Y que solamente en el retomo a Dios, tal
como El se
ha revelado en la Iglesia, se encontrarán las soluciones
fundamentales.
Como ya se ha indicado, León
XIII insistió sobremanera en
la constitución cristiana de los Estados y respecto a la denominada
cuestión social se
preocupó por lo que entonces resultaba primor
dial: la situación de los obteros de las
fábricas. Pío XI, consciente
de que, la situación había cambiado, insistió en las corporaciones
profesionales tratando esa cuestión social con mayor amplitud que
León
XIII ; y, por vez primera, se enunció como tal el principio
de subsidiariedad. Pío XII destacó continuamente que el fin de
la sociedad es la conservación, desarrollo y perfección de la
persona humana. Tema que enlaza con la atención prestada por
Juan
XXIII a la dignidad humana y que se muestra también espe
cialmente en
Juan Pablo II con la continua referencia a ésta y a los
derechos
humanos. La visión de la cuestión social en un contexto
mundial e internacional
por Juan XXIII tiene sus precedentes en
la caridad entre las naciones de que hablaba Benedicto XV. Y la
984
Fundaci\363n Speiro
DESARROLLO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
solidaridad entre las naciones de que habló Juan . XXIII tiene
cumplida atención
en Pablo VI y Juan Pablo II. En el plano po
lítico se acrecienta, con el ttanscurso del tiempo, la insistencia en
la patticipació.n de los cató.licos en la vida política pata hacer rea
lidad
en la comunidad política los principios de la docttina cató
lica. Y ante la irrupción victoriosa que
era posible augurar a las
democracias, Pío XII indicó lo que había que entender por una
sana democracia. Recientísimamente
Juan Pablo II en Centesimus
annus ha descrito con durísimas palabras a esa democracia moder
na constituida por el totalitarismo democrático «visible o encubier
to».
El pluralismo de las sociedades occidentales motivó., sobre todo
desde Juan
XXIII, que se insistiera en lo que legítimamente es
opinable y,
por tanto, queda a la libertad de los hombres, y aque,.
!los presupuestos que constituyen la base de toda convivencia hu
mana y,
por ello, han de quedar fuera de la decisión de los hombres.
En todos los papas enconttamos los cdnceptos básicos de la
docttina social católica: el origen divino del poder, el bien común,
la subsidiariedad, ttascendencia frente a inmanencia, solidaridad,
libertad, autoridad, primacía del hombre respecto a la sociedad,
justicia y,_ por supuesto, caridad, etc.
Lo que sí es indudable es que la actitud pastoral y la táctica
pata el retorno a una sociedad cristiana ha cambiado, al menos en
ciertos aspectos. Cada vez se apela menos al Estado católico. Pero
esto no responde más que a una realidad de hecho. Tal Estado no
existe. Y no porque lo haya licenciado la Iglesia, sino porque los
Estados se
han apattadci de ella. Si se leen con atención las des
cripciones que
hacía León XIII en su época y la escasa atención
que se prestó a los remedios
por él propuestos, no puede extra
ñarnos que esa separación se acrecentara. Pero que el énfasis en
la predicación y en la pastoral se haya desplazado hacia los cristia
nos de a pie
no puede calificarse de despreciable, desde el momen
to en que no cabe duda de la fuerza de la predicación de Juan Pa
blo
II, al menos respecto a la resistencia planteada por los polacos
a ese sistema que Pío XI calificó de «inttínsicamente perverso»
y, probablemente,
en toda la reciente caída del comunismo. La
doctrina social cató.lica sigue en pie en toda su integridad y se está
985
Fundaci\363n Speiro
GONZALO IB.AREZ
obligado a toda ella y a intentar restaurat una sociedad cristiana,
tanto en s.us personas como en sus instituciones. Pero como re
cordó Pío XII, comenzando por una reforma moral personal, sin
la cual todo
· cambio estructural parece casi imposible.
EL TEMA DE LA LIBERTAD.
EJEMPLO DE
CONTIN1JIDAD EN EL MAGISTERIO
DE LA IGLESIA Y FUNDAMENTO
DE
SU DOCTRINA SOCIAL
POR
GONZALO lBÁÑEZ s. M. (*)
En el mundo contemporáneo no es inusual encontrar la idea
de que la libertad es un bien moralmente absoluto ; de que ella
no
es un atributo de la naturaleza humana en virtud del cual el
hombre
debe ajustar su conducta a una norma preexistente --a
diferencia de los animales que la ajustan necesariamente---, pues
ella, al contrario, se daría a sí misma su pro'pia norma. En el fon
do, de que
es imposible ni siquiera pensar que un hombre verdade
deramente libre pueda hacer
el mal, pues su libertad, con toda
autonomía, define qué
es lo bueno hasta el punto de que, en de
finitiva, es bueno tddo lo que el hombre haga libremente. El mal,
entonces, tampoco se define en relación
al contenido de la con
ducta, sino en relación a
la mayor o menor libertad del sujeto. Por
eso,
se afirma, si las· estructuras sociales no provienen de la liber
tad de cada uno,
son opresoras y, en esa medida, corruptoras. Son
las manidas tesis de Rousseau, que
se repiten hasta ahora bajo dis
tintas denominaciones y cuyas consecuencias hemos analizado en
otros trabajos (
vid. La C11USt1 de la Libertad: Etica, Politica y De
recho, Ed. Algarrobo, Valparaiso-Chile, 1989).
(*) Universidad Adolfo Ibáñez de Valparaíso (Chile).
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Fundaci\363n Speiro