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Número 297-298

Serie XXX

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Del «Derecho público» cristiano a la «Doctrina social» de la Iglesia

ANTONIO SEGURA. FERNS
riencia distinta. A.fiádase a esto que no sólo la contratación del
trabajo, sino también las
relaciones comerciales de toda índole, se
hallan sometidas al podet de unos pocos, hasta el punto de que
un número sumamente reducido de opulentos y adinerados
ha
impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a un muche­
dumbre infinita de proletarios»
(Rerum novarum, núm. 1).
El aforismo de George Santayana -«Los que no recuetdan
el pasado están condenados a revivirlo»--, se afirma una vez más.
Los que rechazaron la doctrina contenida en
Rerum novarum, han
sido condenados a volver a las inhumanas y caóticas condiciones
que, hace un siglo, movieron a León
XIII a dirigir una encíclica
al mundo.
(Traducción de M. A. T.)
DEL "DERECHO PUBLICO" CRISTIANO
A LA "DOCTRINA SOCIAL" DE LA IGLESIA
POR
ANTONIO SEGURA FERNS (*}
Un poco de Filosofía de la Historia
La vida lústórica es una «palingenesia» (Toynbee), sucesión de
muerte y
renacinúento en el tiempo: muere el niño y renace el
¡oven; muere éste y renace el viejo tras la etapa del adulto: el viejo
sí que muere definitivamente. Igual pasa con la sociedad humana.
W. Jiiget ha estudiado en su «Paideia» la sucesión de fases en la
cultura griega desde el siglo
VI a. de C. con Homero, hasta el si­
glo IV con Platón, mostrando cómo cada fase venia determinada
por la «areté», la virtud determinante de la «paideia» o cultura
que
se establecía como ortodoxia pública en cada sitio.
(*) Universidad de Sevilla.
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«DERECHO PUBLICO» CRISTIANO Y «DOCTRINA SOCIAL» DE LA IGLESIA.
. Esto es válido para cualquier sociedad humana, pues es la on­
tologia de la Historia, «lo que es» la Historia que está en otrd
plano especulativo del juicio moral de los contenidos de la cultura
o del
«deber ser» de los comportamientos habidds y que se enraíza
en el discurso metafísico, no en «lo que es» lo juzgado, sino en si
responde a lo que «debe
ser» según el orden-del-ser. Platón ya lo
vio al poner el verdadero ser en el topos hyperouranios del Mundo
de las Ideas recogido
por la Idea suprema del Bien, modelo y ca­
non de este mundo «sublunar». Filón
de Alejandría pondría este
mundo paradigmático en la «Mente Divina»,
en la idea arquetípica
tipo de la Creación, como dice
el Libro del Eclesiástico (ver. I, 4),
que funda
el Bien, la Verdad y la Belleza de la Creación, meta del
«centro divino» que, según
Jager, buscaron los griegos.
El moderno discurso filosófico adviene tras lo que Kant llamó
«revolución copernicana»:
«Hasta ahora nuestras ideas debían aco­
modarse a
las cosas ; ahora son las cosas las que han de acomo­
darse a nuestrd entendimiento». Es, pues, el hombre el que con su
entendimiento, con
su «cogitare», crea la realidad: no hay, por
tanto, norma de bieu o del mal, una «norma divina» (Filón) que
determine
el «deber ser» humano. No hay ya juicio «ético», sino
«catético» (Parsons): cuánto esfuerzo hay
que hacer y con cuán­
to retribuye, puro cálculo económico, es la norma eu esta cultura
del «utilitarismo» (Stuart
Mill). Y aquí, como observó Tocque­
ville, no hay otra jerarquía social que la del dinero; se tiene más,
o se tiene menos_.
El aspectd positivo de este planteamiento ha sido que al con­
centrar las energías humanas «en lo
útil, es decir en lo terreno»
(Kójeve
), se ha producido un gran aumeutd de riqueza en un
mundo en que la ciencia ha sustituidd a la filosofía y la teología
(A. Comte). Mas «no
es oro todo lo que reluce», pues, como dice
J. Ellul, «era preciso que el enriquecimiento económico viniera a
poner en discusión
el destino de la miseria, era necesario que a los
ojos de todos apareciera posible
una abundancia. Entonces, lapo­
breza, fa desigualdad del reparto, se hizo causa de la revolución».
Así, frente a la anterior «sociedad de clase única» (Laslett), ahora
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se va a la dialéctica de la «lucha de clases» (Marx); o, por otro
camino,
al «darwinismo social» (Spencer) (1).
Un poco de Teología de la Historia
La metafísica de la Historia se apoya en una doble polaridad:
por un lado la Eternidad Divina del Creador en su eterno nunc
stans
sin principio ni fin, por encima del tiempo y el espacio ; por
otrd,
la inmortalidad del alma humana que, al trascender el tiem­
po, finalmente
actúa sub specie aeternitatis. Pero, la ontología
de la Historia viene determinada por el devenir temporal, bajo los
predicamentos del «ubi»
y del «quando». Así como la metafísica
determina el «deber ser»
de lo creado, sea bajo la «ley necesidad»
de las cosas, sea bajo la «ley
de la libertad» de las personas, la
ontología contempla el «ser efectivo» de la realidad
y, en particu­
lar, la ética el «deber ser»
de las personas sujetas a la libertad y
la responsabilidad, como condiciones generales e ineludibles de lo
real que afectan tanto a las dimensiones biográficas individuales,
cuanto a las históricas de
las comunidades, lo mismd en su deve­
nir civil que religioso. Así, «lo que es» es igual para todos, aun­
que se difiera en la concepción del «ser» (metafísica) que deter­
mina el orden-del-ser, a su vez determinante del orden-del-bien
(ética), del
otden-de-la-verdad (ciencia) y el orden-de-la-belleza (es­
tética). También este ontológico «lo que es», igual para todos, cae
bajo el juicio superior de la « Verdad divina» (teología) que ilumi­
na desde el «centro divino» del Creador a toda
creatura. Mas tam­
bién aquí cabe la división, pues históricamente se da la pluralidad
religiosa que enfrenta las diversas creencias en sus juicios sobre lo
real. Y sóld cabe una
sola Revelación Verdadera: las demás, por
ciertas que se
crean subjetivamente, sólo «son tradiciones de los
hombres»
(Me. VII,7), con mayot o menor contenido de la verdad
divina.
(1) A. SEGURA FERNs: «La relaci6n socioeconómica, experimentum cru·
cis
de la inmanencia» en El hombre: inmanencia y transcendencia, I, 355 y
sigs., Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra 1991.
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«DERECHO PUBLICO» CRISTIANO Y «DOCTRINA SOCIAL» DE LA IGLESIA
Ahora bien, el discurso religioso (teología) no es separable del
discurso racional humano (filosofía), pues
ha de expresarse en las
categorías accesibles al entendimiento humano; aunque el «depó­
sito revelado» siga incambiado por estar por encima del hombre,
su evolución es pareja a la evolución histórica del pensamiento hu­
mano: cuando
las categorías de una determinada cultura (paideia)
chocan con la expresión de Deo Revelante en sus aspectos norma­
tivos de la actividad humana
y su comprensión, son éstas, y no
aquéllas, las que ha de predominar.
Si no, a fortiori, se impondrá
la «astucia de la
razón» que Hegel iguala expressis verbis a la Pro­
videncia Divina.
Iglesia
y cultura humana
Por eso la Iglesia, Mater et Magistra, debe tomar en cuenta
la situación existencial de la realidad histórica humana en
la trans­
misi6n de su «depósito», que aun con el mismo contenido puede
tener diversa expresión incontradictoria, pero
más asequible en
cada tiempo
y lugar según las diferentes culturas. Eso se ha visto
en
el paso de la cultura de la Cristiandad a la cultura moderna,
donde
se expresa con otra terminología y aborda distinta problemá­
tica,
la de esta cultura agnóstica y técnica. Obviamente, es el paso
de la centralidad del «ser» al «pensar»
humano, de la «verdad»
objetiva a la «certeza» subjetiva
y del «Bien» a la mera «utili­
dad»: son, pues, las res novae} las rosas nuevas que había que
juzgar y solucionar desde el mensaje de salvación. Hasta enton­
ces, la doctrina social
-como ahora se dice--de la Iglesia estaba
referida,
se refería, a la casuística moral y a las cuestiones polí­
ticas. El fundamento del orden humano, en la Cristiandad
-la­
tina o griega-no estaba en discusión; más que la legitimidad de
origen del orden social, importaba la legitimidad de ejercicio en la
vida política
y civil.
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Moral y Derecho Público Cristiano
Como Cristo dijo claramente que «Mi Reino no es de este mun­
do» (Jn,
XVIII, 36 ), la Iglesia, que sí que está en este mundo,
tenía que fundar sólidamente su actuación
en todos los aspectos,
también en los
socioeconómicos. En los primeros momentos, esta
temática fue
la de la justificación cristiana del uso de los bienes
tetrenos.
En la Epistoia a Diogneto se lee cómo «los cristianos no
se distinguen de los demás hombres
ni por su tierta, ni por su
habla,
ni por sus costumbres», pues su relación con la creación es
intencional, pero del mismo orden existencial que la de todo hom­
bre. Esta presentación, del siglo
II d. de C., será ya una constante
en la doctrina moral cristiana, pues su fundamento bíblico es fir­
n.e: admitida la bondad de la Creación (Gen 1, 1-25) hay que
admitir la intrínseca bondad de los bienes materiales
que el hom­
bre debe «dominar», pues «es necesario que el hombre se vea libre
de sus necesidades», dirá El Pastor de Hermas, también de aque­
llas fechas. Y Clemente de Alejandría, dirá: «No prohibió el
Seiior
buscar la riqueza honestamente: sí, ser rico injusta o insaciable­
mente», añadiendo algo
que es fundamento de la relación socio­
ecdnómica, la «circularidad» del proceso: «¿ Cómo habrá quien
pida y reciba si
no hay nadie que tenga, dé y preste?. . . ¿ No da
a entender claramente
la Escritura que el mundo consta de con­
trarios?» (Strómata
III, 6.69-71).
El destino universal de los bienes creados es una constante
doctrinal: «Dios creó al género humano
para la comunicación de
unos con otros» (El Pedagogo, II,12,55), nos dice en otro lugar.
Pero
en la relación social debe regir la justicia, fundamento de la
paz, dando el suum cuique, a cada uno lo suyo. De aquí la impor­
tancia de la casuística moral
en este tema. Baste citar obras tan
específicas como
De emtione et venditione, de T. de Aquino; o
el amplid
trátado sobre la Justicia que está en Suma Teol6gica II­
II, qq, 57-59. A este Doctor Común le seguirá todo el discurso
eclesiástico, particularmente San Antonino de Florencia que resu­
me la teorización socioeconómica de la época,
cuando «la ciudad
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(f(J}ERECHO PUBLICO» CRISTIANO Y ({l)OCTRINA SOCIAL» DE LA IGLESIA
de Florencia dio al desarrollo del sistema burgués su mayor im­
pulso», nos dice W. Sombart estudiando al arzobispo florentino.
En España toca este tema T. de Mercado -Summa de tratos Y
ocntratos-; L. de Molina -Teoria del precio ;usto-y, sobre
todo,
los Salmanticenses.
El
otro gran principio de la doctrina social de la Iglesia, más
allá
de la socioeconómico, es la doctrina de la organización subsi­
diaria de la sociedad en ámbitos de poder legítimos. T. de Aquino
lo
expone muy precisamente: «No conviene que a toda potestad,
por más que esté fundada por Dios, se la
obedezca; sino solamen­
te está obligada la debida obediencia en aquello para lo que por
Dios
ha sido instituida» (In II Sent. ds 44, q2, ar 3, ex).
De la Cristiandad al Renacimiento: la cultura moderna
Tras el Renacimiento y la Reforma empieza la secularización
de la cultura occidental, perdiéndose la unanimidad en el funda­
mento del orden social. A esto se unió
la presión de la industtia­
lización en la que la casa, unidad de vivienda y taller de trabajo,
es sustituida por la fábrica (Laslett), apareciendo el proletariado,
lo que forzosamente ha de reflejar la doctrina de la Iglesia. Sin
estos elementos que aparecen en
el Renacimiento, sin los descubri­
mientos de todo orden y la escisión protestante, no es comprensi­
ble la cultura moderna que tenia que enfrentar la Iglesia. Pasan­
do a los tiempos inmediatamente anteriores a la
Rerum navarum,
en 1837, el célebre catecismo de García Mazo --que alcanzó una
difusión de más
de cien mil ejemplares y ser traducido al francés
y
portugués--trata la cuestión social en el cuarto Mandamiento
bajo el ep!grafe del «gobierno secular», encargado de «adminis­
trar
la justicia y procurar el bien común». La relación social toda­
v!a está bajo los epígrafes de «amos» y «servidores»: «No hay una
grandeza en ser el hombre servido, como no hay bajeza en servir
...
Hemos nacido para trabajar, como el ave para volar ... !os criados
deben servir para ayudar a sus amos, mas
no para proporcionarles
la dciosidad y fomentar la soberbia».
Está, pues, en las antípodas
de «la clase ociosa» y del «lujo vicario» que describe Th. Veblen.
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Balmes ya llega a conocer y valorar la importancia del fenó­
meno socialista, señalando
que «se equivocaría grandemente quien
considerara a estos novad
pres como· despreciables fanáticos. . . Sus
doctrinas se mantienen
por ahora, y probablemente se mantendrán
por mucho tiempo, en la esfera de las simples teorías; mas la
se­
milla que ellos arrojan se deposita en una tierra que las acoge con
avidez,
quizá para fecundarlas el día que la Providencia quiera de­
sencadenar sobre
el inundo desconocidos y espantosos trastornos».
Proféticas palabras cuyo cumplimiento hemos visto. Y
añade:
«Ahora el pensamiento no se contenta en permanecer oculto en
el gabinete del sabio
... apenas concebido forcejea por descender al
terreno de la práctica», lo cual es una anticipación avant la lettre
de la famosa XI Tesis sobre Feuerbach de Marx, que la publica el
año en que murió Balmes. Para éste la causa es clara: «Al hombre
que considera la sociedad desprovisto de las luces
de la religión
cristiana, no
e,rtrañamos que le asalten dudas ternbles sobre la
práctica y la conveniencia de la organización e,rístente y de la pa­
sada y que se abandone a osados
pensanúentos encaminados a
trastornarld todo para ensayar otros sistemas».
Igual le
ocurre a nuestro Donoso Cortés, cuyo Ensayo sobre
el catolicismo, el liberalismo y el socialismo, publicado en 1851,
está dedicado al tema social
y, en la línea de Balmes, dice algo
que ha venido a ser central en la doctrina. social católica y que
ahora, desaparecido el «socialismo real»,
es importante para el fu­
turo ante el «ocaso de las ideologías» voluntaristas por las leyes
ine,rorables de Id real: «El error fundamental del liberalismo con­
siste
en no dar importancia sino a las cuestiones de gobierno que,
comparadas con las de orden
religioso y social, no tienen impor­
tancia ninguna. Esto sirve
para explicar por qué causa el liberalis­
mo queda de todo punto eclipsado desde
el momento en que, so­
cialistas y católicos, proponen al mundo sus tremendos problemas
y soluciones contradictorias». Ahora, hundida la solución socialis­
ta, sólo queda frente al
hberalismo la solución católica que marca
la dialéctica del futurd. León
XIII, en la Rerum novarum, alum­
bró una doctrina social católica apta
para los tiempos agnósticos
y materialistas en los que el amoralismo, inscrito en el credo ideo-
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«DERECHO PUBLICO» CRISTIANO Y «DOCTRINA SOCIAL» DE LA IGLESIA
lógico liberal imperante, viciaba radicalmente el concepto de liber­
tad y, así, los hallazgos indudables de estos «nuevos tiempos»
--ciencias sociales y económicas, técnicas para dominar la natura­
leza, etc.-se vuelven contra el hombre, alienándolo en sus pro­
ductos como previó Marx, cuya receta fue inútil también.
Ahora recordaremos dos
aut<>res inmediatamente anteriores a
la Encíclica leoniana:
Mateo Liberatore (1810-1892) y Luis Tapa­
relli d'k:eglio (1793-1862). Aquél da ya un tratamiento autónomo
a fos problemas sociales, no s6lo en sus Instituciones, sino en sus
Principios de Econom!a Política. Taparelli lo hace en su Saggio sull
diritto natura/e
y en un trabajo sobre Las dos economías. En las
Instituciones, Liberatore toca el tema del carácter natural de la
propiedad y el trabajo que «está destinado a
cambiar con su arte
las cosas naturales y fecundar con el sudor de su frente la fecun­
didad del terreno», y
así «el derecho natural de la propiedad, de­
terminado en concreto, es el ejercicio de la actividad humana»: por
ende, el trabajador puede disponer de sus bienes y legarlos a los
suyos. En los
Principios de Economía, estudia a Say, Ricardo y
A. Smith, sosteniendo que «es un error ... considerar el valor como
único objeto de la
economía política», pues quien Id determina es
el hombre que decide su «calor
de cambio» y, así, «es la utilidad
y no el valor lo que constituye la riqueza» contra las tesis
mar­
xistas. Además, «el Estado no tiene derecho a abolir el derecho
de propiedad
... que no es creación del Estado, sino de la natura­
leza». Pero «el derecho de propiedad trae
... cual consecuencia ine­
vitable
la distinción entre los ricos y los pobres, entre los que po­
seen y lds que no poseen ... Esta objeción sería insoluble si al de­
recho de propiedad no acompañara el deber de la beneficencia»,
fundándose
en T. de Aquino para quien «el hombre no debe tener
como propios los bienes, sino en calidad de comunes, de modo
que haga
participantes de ellos a los menesterosos» (S. Th. II-II,
q 56, q 66, q 33 ). Esto no es sino lo que ahora se llama «hipoteca
social» de la propiedad privada. De
«este modo ... pobreza y ri­
queza, que parecen a primera vista opuestas entre · sí, se concilian
perfectamente ... sin lo cual no podtía subsistir la sociedad civil»,
dice
adelantándose un siglo a Keynes: «La inmensa mayoría, al
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menos las tres cuartas partes de la población, no vive más que del
salario ... que es la cuota que corresponde al obrero de los frutos
de la producci6n de
la que él ha sido en parte causa con su pro­
pio trabajo
... [aunque para] nd esperar a la venta de los produc­
tos
ni exponerse a la incertidumbre del éxito, pacta con el propie­
tario, capitalista o empresario
... recibir determinada recompensa,
ordinariamente
dinero, del trabajo que emple6 en la producción.
Esto redunda en pro de ambos contratantes
... y trae como conse­
cuencia la transferencia del dominio.. .
El punto verdaderamente
serio
es el que toca a la cantidad del salario debida al obrero ...
[Pero] el considerar el trabajo como mercancía y el salario como
precio
es consideración falsa y fuente de graves errores, entre los
cuales el mayor es el hacer perder de vista la dignidad humana del
obrero
... el salario no tiene precio, sind retribución ... El trabajo
es . una 1lCCi6n humana y en la acci6n no se puede prescindir del
agente
ni de la calidad del mismo ... De donde el trabajo no puede
prescindir del hombre
ni de los miramientos debidos al hombre ...
En la retribución del trabajo, no se puede perder nunca de vista
el respectd bajo el cual, por ordenación divina, el mismo es perte­
nencia del hombre
... El trabajo, pues, para el obrero es todo lo
que
es necesario para su mantenimiento y el de su familia ... Po­
demos, pues, establecer el
precia naturoJ del trabajo com9 aquel
que calculado en el
hdmbre ... , basta para el mantenimiento de
mujer e hijos ... En la práctica, por desgracia, pasan las cosas de
muy distinta manera. . . Es una llaga gangrenosa que corroe y mata
el cuerpo social». Esto
es publicado en Roma en 1888, justo cuan­
do
se estaba gestando la Rerum navarum. En resumen, dice Llbe­
ratdre, que «los hechos económicos son a la par individuales y
so­
ciales; bajo el primer aspecto, requieren libertad; pero, bajo el
segundo, exigen la dirección del gobierno», lejos del
laissez faire,
laissez paser que define el marco político-ideológico liberal.
En la misma l!nea se mueve el Saggio, de Taparelli, aunque
aquí vamos a traer citas del otrd gran tema de la doctrina social
cat6lica, el «principio
de subsidiaridad»: «Toda gran sociedad con­
siste no sólo en individuos, sino en otras sociedades menores que
tienen sus derechos particulares ... Toda sociedad mayor está coro-
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«DERECHO PUBLICO» CRISTIANO Y «DOCTRINA SOCIAL» DE LA IGLESIA
puesta de "consorcios", y si estos '~consorcios" son realmente algo,
o tienen algún ser, este ser tiene que ser diverso del de la sociedad
mayor
... Siendo d "consorcio" también sociedad, y sociedad de
necesidad, ha de ordenarse a un fin, tener una autoridad y ejecu­
tar ciettas
operaciones peculiares de él... Sin estos elementos de­
jaría de tener un ser particular y se confundiría con d ser común
de la Sociedad
... Interrogando ahora a los hechos si solamente es
natural o positiva esta división de la Sociedad en "consorcios",
oiremos claramente su respuesta afirmativa, pues no hubo jamás
ninguna sociedad en tanto que auténtica y extensa sin verdaderas
subdivisiones. Y esto le hace postular una
''sociedad de naciones"».
T aparelli, en su artículo «Las dos economías»
--clr. La Civil­
ta Católica, 1856--opone el liberalismo absoluto a la economía
del orden: «El hombre independiente no estando ligadd
por nin­
guna ley, se ama a sí mismo con amor absoluto y a los otros por
amor de sí y es por este amor a sí mismo d que viva en sociedad
cdn
ellos, esperando que le serán útiles ... En virtud de esta dis­
posición, cada uno, con todo derecho, se ingenia para sacar a to­
dos los hombres y todas las cosas d máximo provecho y satisfac­
ción posible
... explotando en todo el universo las cosas y las gen­
tes ... A la economía de esta sociedad de la anarquía nosotros debe­
mos oponer la econom!a del orden ... El principio fundamental del
orden social
es que el hombre depende de su Creador ... Es por
esto que
nosotros hemos llamado econom!a católica la que resulta
de este principio fundado sobre la
cteación ... La concepción que
la econom!a católica se hace del hombre está separada por un abis­
md de la que se hace de las cosas, ya que el primero está creado
para Dios, y
las cosas para los hombres». Son evidentes las conse­
cuencias de esta visión católica que así no es un tertium quid en­
tre el socialismo y el liberalismo, como aquí se anticipa en un siglo
a la Laborem Exercens: «No es falso afirmar que el talento, la ha­
bilidad y la fuerza del hombre concurren a la producción, pero es
falso pretender que estos elementos puedan ser tratados como can­
tidades de la misma especie que los valores de los capitales que se
cambian ... ¿ Quién no ve cuan diferentes serán las condiciones de
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ANTONIO SEGURA FERNS
la ciencia económica según que el hombre sea considerado como
un
fin o solamente como un medio?».
En la lectura de lo anterior puede verse cómo los planteamien­
tos iniciales fundados
en una filosofía inmanente, antrdpocéntrica,
tanto en la formulación fracasada de socialismo real que sólo con­
sidera al
«hombre especie» (Marx), ignorando a la «persona»·;
cuanto en el aún socialmente vigente liberalismo político fundado
en el «individuo»
despersonalliado, en la masa -de votantes o
consumidores-, en ambas ideologías se ha tenido que renunciar
a sus propuestas originales,
la expropiación en favor del Estado de
los medios de producción,
en el socialismo ; y la absoluta despreo­
cupación del Estado por los problemas socioeconómicds en la _ideo­
logía liberal. En ambos casos, la hegeliana «astucia de la razón»,
la «terquedad de lo real»,
ha impuesto su variación.
Por el contrario, con diversos
modos de expresión, como co­
rresponde a la realidad del devenir histórico y a la necesidad de
comunicarse con los hombres de cualquier época,
el contenido so­
cial fundamental del mensaje cristiano, no ha variado: los mismos
temas, los mismos problemas
y preocupaciones humanas, las mis­
mas ndrmas y soluciones, hemos visto cómo permanecen tanto en
lo que clásicamente se conoció como Moral y Derecho Público cris­
tiano, cuanto en
lo que ahora conocemos como Doctrina Social ca­
tólica.
BIBLIOGRAFIA
Para un conocimiento general del tema, ver a REsnTUTo SIERRA BRAVO,
en Doctrina social y econ6mica de los Padres de la Iglesia, Compañía Biblio­
gráfica Española, Madrid 1967, y El pensamiento socio! y económico de la
escolástica,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1957. Dan abun­
dante bibliografía específica.
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